sábado, octubre 31, 2015
viernes, octubre 30, 2015
378
Llego a la librería algo agitado. La
mañana me ha ganado, algunas actividades inevitables me han tenido más que
ocupado, pero lo bueno es que estas actividades estaban relacionadas con la
escritura. Uno de los ensayos que vengo escribiendo me ha salido más largo de
lo que esperaba y eso me tiene contento porque no he sentido titubeo conceptual
alguno al escribirlo.
Mientras le ponía el punto final a este
borrador, escuchaba una compilación personal de los MC5. Después de tiempo que
no escuchaba a la banda y en comparación a muchas otras que suelo escuchar, no
dejo de sentir la furia y asombro que sentí la primera vez que la escuché. En
bandas como MC5 yace la esencia de aquello que llamamos el golpe del rock, esa
suerte de revolución interna y externa que nos seduce con la idea de querer
cambiar en algo el mundo, al menos en una vía revolucionaria que nos haga
desahuevarlo. Esta percepción se afianza más cuando ves los diarios y notas y
quedas con la certeza de que las cosas no están nada bien, no por la dificultad
del contexto, en este caso peruano, sino por ese alejamiento, no involuntario,
de lo que conocemos como criterio.
Ejemplo de lo que digo lo vi anoche,
cuando regresaba a casa y presencié, en los segundos que cruzaba la Plaza San
Martín, un mitin del partido de gobierno. Cuando llegué, Nadine terminaba de
hablar. Cuando le dio el pase al presidente, aligeré más el paso, porque
sospechaba que el presidente no solo sería el demagogo de siempre, sino también
el más iluso de los mandamases, pero esa ilusión, inocencia si quieres
llamarla, descansaba en que esta se encontraba teñida de estupidez, más sus
buenas dosis de ignorancia y mentira.
Claro, la portátil aplaudía. Portátil a
la que, seguramente, se le pagó el pasaje más unas gaseosas, imagino, que no
pasaba más allá de dos millares de personas, que en perspectiva de la plaza es
nada. En la pantalla gigante el rostro de Humala, confundido y bañado en sudor,
pensando en por qué los demás miles de limeños seguían caminando, haciendo su
vida más allá de su presencia, que en otro contexto, al menos llamaría la
atención. Pero ni eso.
No niego que por un momento barajé la
posibilidad de quedarme un toque y memorizar situaciones para una nota, pero me
dije que no valía la pena. Y me alegro que haya sido, que haya seguido mi
camino.
jueves, octubre 29, 2015
377
Lo bueno de estas fechas, en las que la imagen morada da vueltas por el centro, es precisamente ver la fiesta que se
arma en las calles del Centro Histórico. Esa fiesta de música y olores
culinarios es lo que desde niño ha llamado mi atención. En lugar de hacer mi
camino regular, me aboco a recorrer estas calles con toda la lentitud posible,
en esa lentitud encuentro el disfrute de una noche que se antoja larga y por
momentos peligrosa.
A medida que se acerca la imagen, los
feligreses dejan de lado su paganismo y son durante no más de media hora se
convierten en otras personas, aunque sea en menos mierdas de lo que son en
realidad. Me gusta pues ser testigo de ese cambio. Entre las personas, ubico a
más de un conocido, no les paso la voz, cosa que así no quiebro la gracia del
acto, de lo que veré y de lo que sin duda hará que me ría durante algunos
minutos.
Obviamente, respeto la tradición. Pero
ello no impide que no les vea su lado gracioso a los feligreses que se
arrepienten ante la llegada del símbolo del catolicismo en estas tierras. Para
tales fines, me compro una Pepsi (me he vuelto fanático de esta gaseosa) y
prendo un cigarrillo. En el pequeño parque de Torrico con Wilson hay una banca
vacía y aligero el paso para sentarme. El olor a las chanfainitas y anticuchos
fungen de escotadas tentaciones.
Hace tiempo que no como chanfainita y me
animo por una. Pero me da flojera pararme y deseo que pase algún conocido para
hacerle el encargo de que me traiga una. Lo bueno de parar por el centro es
eso: te encuentras con amigas y patas, dispuestos a hacerte algunos encargos,
no gratis, porque siempre pago lo mío, y con mucha voluntad porque si les pido
que me traigan algo es debido a que yo, por alguna razón, no lo puedo hacer.
Ahora, el motivo es mayor, porque no debo hacer ciertos movimientos bruscos y
de esta manera cuidarme la espalda, al menos dejar que el dolor empiece a
desaparecer por sí solo. Aún no voy al médico, antes de eso, prefiero agotar
todas las posibilidades, encontrar el instante del descanso.
Como ningún conocido pasa, me veo en la obligación
de ponerme de pie e ir por un platito de chanfainita. El trayecto se me hace
pesado, también será así el retorno a casa. Tendré que caminar muchas cuadras
para tomar un taxi.
miércoles, octubre 28, 2015
martes, octubre 27, 2015
376
Ni bien me levanto, reviso una película
alemana y escucho una canción que tenía guardada en el mail. Después aprovecho
en ponerme al día en algunas cuestiones de actualidad política, la literaria no
me interesa tanto porque sé de qué va.
También abro un archivo que estuve
trabajando ayer, un texto que airea los dos que iba trabajando y que de a pocos
se me están yendo de las manos, aunque para bien. La razón es muy simple: me
han salido más largos de los que pensaba en principio. Eso me ocurre cuando no
medito mis temas y solo me aboco a las generalidades, convirtiéndome en un
abanico de posibilidades temáticas y expresivas, en un desorden que como tal me
resulta grato, pero ese placer no se ajusta a la idea original, lo cual deviene
en trance. Para darles un respiro y, de paso a mí también, me puse a escribir
otro que del que sabía qué es lo había que decir. Si las cosas me salen bien,
lo redondeo hoy mismo y lo envío para su publicación.
Cerca de las ocho de la mañana, me sirvo
café con leche, más dos panes con queso. Me dirijo a la sala y saludo a
Silvestre y a mi perro. Ya es un hecho, ahora pueden vivir en paz, se reconocen
los olores y los sonidos de sus maullidos y ladridos. Me siento en el sillón y
me pongo a revisar algunos reportes de ventas de algunas editoriales. No me
pregunten cómo llegan estos reportes, sencillamente, llegan a mis manos. Por
ejemplo: anoche salí a fumar y encontré en la puerta un sobre que decía
Confidencial. Mientras leo los reportes, los leo muy al paso para ser más sincero,
pienso en las mentiras de más de uno, en lo que dicen para la platea virtual, creyendo
en el falso éxito y no aceptando que el reconocimiento de los lectores les son
ajenos.
lunes, octubre 26, 2015
domingo, octubre 25, 2015
375
Desde hace unos días, lo único que veo
en las noticias es la aparición del Huracán Patricia. Lo veo en todos los
noticiarios, nacionales e internacionales, y me gusta ver la aparición de ese
huracán salvaje de nombre no menos que salvaje. Quizá pienso en el huracán y su
nombre, asociándolos a una especie de estrépito condimentado con estrés, más o
menos en la onda de lo que fue la semana, que ahora que está por terminar, me
permite aseverar que ha sido muy heroica en todos sentidos.
Siento que muchas cosas llegaron a su
límite. Para darles una solución he tenido que esperar, puesto que la feria en
la U de Lima me resultó por momentos adrenalínica; a saber, el mismo día que
tenía que retirarme de la feria, lo debía hacer rápido, ya que en la noche
tenía una conversa con Miguel en la librería El Virrey de Lima.
Conozco bien la obra de Miguel y sabía
por dónde encausar la conversa, partiendo de su inmensa novela La violencia del tiempo podía armar un
eje temático. Para mi buena estrella, las cosas salieron muy bien, Miguel me
demostró por qué es el escritor y maestro que es.
No lo voy a negar, sentí alivio. Como ya
sugerí líneas atrás, he tenido una semana difícil, específicamente, en cuestiones
de salud. Los dolores de cabeza y en los ojos harán que vaya a revisarme en los
próximos días. Lo que más temo es que aumenten mis medidas de vista, el cambio
de gafas está más que cantado, pese a que las llevo usando durante algunos
años, acepto que no me siento cómodo en ellas. De paso, aprovecharé en que me
chequeen algunos dolores musculares, uno de ellos realmente insoportable.
Mientras tanto, me preparo el desayuno y
selecciono algunos discos que escucharé durante la mañana. Salgo un toque a
comprar los periódicos. En el camino, como ya es inevitable, me cruzo con un
par puntas de mi adolescencia. Estaban conversando en el mismo kiosko en donde
compro y después de algunas palabras de rigor común y aburrids, me preguntan si
me animo a jugar basketball con ellos. No necesariamente esta mañana, pero sí
podríamos hacerlo el próximo domingo. De hecho que sí.
viernes, octubre 23, 2015
jueves, octubre 22, 2015
374
En estos días participo con la librería
en el La semana de la Universidad de Lima. No me quejo, la estoy pasando bien,
comiendo, en especial, muy rico, porque en el gramado más grande de esta casa
de estudios han dispuesto de puestos de venta de comida, como ceviche, chancho
al palo, chancho al cilindro y demás manifestaciones de nuestra variedad
culinaria. En la sección donde me encuentro, el Pabellón G, tengo una vista
privilegiada de los ambientes, me siento, no lo niego, como un observador de la
realidad, en su lado más dionisiaco.
Mientras tanto, escribo, termino y
corrijo un texto que me está saliendo más largo de lo que pensaba. A medida que
pasan las horas, un convencimiento se apodera de mí: luego de su publicación
sabré quiénes son mis amigos, aunque poco me interesa, porque soy de los que
saben estar solos. ¿A cuenta de qué lo escribo? Me iría mejor si me quedo
callado, si me hago el huevón, pero no, y sin caer en poserías, la escritura me
significa una necesidad fisiológica, su falta de ejecución me produce ansiedad.
Hay que decir lo que se piensa, para qué tanta huevada.
No niego que soy un suicida en potencia.
He comentado del texto con algunas personas, las más alteradas me dicen que lo
publique, las más moderadas que no me haga problemas, porque lo mejor que me
puede ocurrir es que no meterme con nadie, a razón de mis no pocos enemigos.
Eso es lo raro, tengo enemigos, pero yo no, al menos no siento tenerlos. Como
bien dijo un poeta borracho de esta nueva generación: “nuestros enemigos deben
estar a nuestra talla”. Si tomamos la sentencia al pie de la palabra, estaría
tranquilo. Aunque lo que sí me jode es esa actitud de joder a uno bajo todos
los medios posibles e inimaginables. Pero, como sé, a lo mejor gracias a los
años de experiencia, lo más saludable es pasar de largo y no permitir que uno
se distraiga con pequeñeces. No, no es un estado de ánimo el que reflejo, sino
una postura ante la vida. De esta forma he sabido mantener mis pasiones, tal y
como sucede ahora, la contemplación, la contemplación de una bailarina de
ballet que deja nos deja a todos en estado de piedra.
miércoles, octubre 21, 2015
martes, octubre 20, 2015
saber mirar, saber escuchar
Lo que ha conseguido Juan Manuel Robles
con su novela Nuevos juguetes de la Guerra Fría es una proeza, un monumento a
la memoria y al registro del yo, llevados a límites que sí nos permiten
asegurar, ahora sin titubeo alguno, que la narrativa peruana actual se encamina
hacia un buen momento, buen momento que hasta hace no mucho tenía más de
demagogia que de realidad.
Las cosas son así: las buenas etapas en
narrativa se sustentan en muy buenas novelas y obras maestras. Más bien, lo
interesante, lo bueno, lo destacable, funcionan para alentar a la tribuna, la
que no tarda en descubrir la mentira que acompaña a tanto entusiasmo. Ahora,
consignemos también que el registro del yo sustentado en la memoria viene
siendo muy manoseado últimamente, en este manoseo hay mucha ignorancia porque
se le promociona como si fuera algo nuevo, cuando lo cierto es que ya ha sido
abordado entre nosotros, y con grandes resultados, por narradores peruanos de
la talla de Bryce y Ribeyro. Entonces, no hablamos de un nuevo registro que
revolucionará y marcará el curso de la narrativa peruana del nuevo siglo, sino
de una tendencia que vuelve con fuerza aprovechando la caída de otros tópicos y
registros que estuvieron en boga. A saber, el tópico de la violencia política.
Este desgaste de la violencia política también se viene percibiendo en la
narrativa de otros países de Latinoamérica, situación de la que los nuevos
narradores han sabido sacar provecho.
En el contexto peruano actual, podemos
percibir un encuentro discursivo no tan silencioso entre la narrativa del yo
contra el de la violencia política. Lo cierto es que si se somete a
comparación, las novelas más destacadas de la violencia política marcaban una
gran ventaja, venían asumiendo ese encuentro con la frialdad de un equipo de
fútbol que juega una final a ritmo de entrenamiento, teniendo al frente a un
equipo entusiasta que solo ofrece títulos buenos e interesantes. Ahora el
asunto cambia, porque Nuevos juguetes de la Guerra Fría no solo les hace el
pare a las novelas peruanas más destacadas de la violencia política, sino que
también se erige como una de las más logradas de los últimos treinta años,
ubicando a su autor como una voz ineludible si es que pretendemos hablar de la
situación de la narrativa peruana contemporánea y también como uno de los
nuevos autores latinoamericanos a los que de todas maneras tenemos que seguir
la ruta.
Sé que esta opinión no gustará a no
pocos colegas de oficio. Pero esa es la verdad. Hoy por hoy, Robles es el
Narrador de la narrativa peruana. No hay ni una novela de autor de su
generación que se le pueda parar al frente. Es como si le dijéramos a Gabriel
Batistuta que Johan Fano está haciendo goles en Colombia. Esa es la figura.
Figura que los amantes de la lectura debemos celebrar porque desde hace años
veníamos esperando una novela ambiciosa de un autor aparecido a partir del
2000, novela ambiciosa legitimada por la crítica y, muy en especial, por los
lectores, que son a fin de cuentas los jueces a los que debemos hacer caso.
Robles nos presenta a Iván Morante,
quien indaga en los entresijos de su infancia desde Nueva York, adonde ha ido a
formarse como escritor. En este ejercicio de viaje íntimo, Robles no hace de su
álter ego un sujeto hacedor de meros recuentos memoriosos, sino que es una
máquina de especulación reforzada por la memoria salvaje y detallista de su
hermana Rebeca. En esa especulación reside la fuerza de la novela, en ese
titubeo por el que Robles abre la novela como un abanico, convirtiendo el
proyecto no solo en uno que ingresa en los afluentes de la infancia, sino en
uno que escarba en la relación entre Morante con su familia, en uno que nos
presenta la trastienda de un contexto político internacional que comparte más
de un lazo en común con el contexto del que procede, como también en uno que
indaga en su decepción con los discursos políticos e ideológicos de izquierda.
Nos enfrentamos a una novela total que,
pese a su complejidad, se deja leer. En este sentido, resaltemos el oficio del
autor, o mejor dicho su estilo, porque en la aparente ligereza del mismo,
encontramos un poder que nos permite recordar muchos pasajes de la novela. No
es, bajo ningún aspecto, poca cosa. Se trata de una virtud que vemos contadas
veces hasta en la novelística contemporánea. No hay que pensarlo mucho, esta
cualidad de Robles proviene de las parcelas de la crónica, en la que también es
una voz más que destacada. Es quizá esa distancia del purismo narrativo la que
pudo liberarlo de las angustias que carcomen a muchos narradores al momento de
escoger un registro. Esta novela es una radiografía de los elementos que
sustentan la poética de Robles: saber mirar, saber escuchar. Es decir, narrar.
Solo eso, narrar.
…
Publicado en BS 17
lunes, octubre 19, 2015
373
Sábado tranquilo, aunque algo pesado.
Salí confiado de casa, con una camisa y un polo. Creí que saldría el sol en el
curso de la tarde, pero no ha sido así. Por el contrario, el frío se ha
instaurado como una presencia letal que me amenaza con un resfrío. En el equipo
de sonido, una selección personal de Talking Heads.
Hace unas semanas me preguntaron por las
bandas que escucharía en el verano, o específicamente, por las bandas que
escucharía en un día de playa. No pierdo el tiempo en cavilaciones, porque sé
qué bandas escuchar un día de playa, es decir, los TH y The Clash.
El día sigue su curso, por mi lado
saboreo la prosa de Néstor Sánchez en Ojo
de rapiña, libro que va sobre el proceso de la escritura creativa y las
influencias de la misma. El libro me lo recomendó Dio, librero del Virrey de
Lima. De paso, como haciendo un alto inevitable en la lectura, me pongo a
coordinar lo que será la presencia de Miguel el próximo viernes en el ciclo de
charlas que llevo en la librería El Virrey de Lima. Sin duda, esa noche será
muy especial y no me asusto, porque Miguel es una buena persona, más allá de
excelente escritor.
Sin embargo, mi concentración se ve
interrumpida, y para bien, por la visita de un grupo de poetas chilenos que han
venido para un festival internacional de poesía que se desarrolla en estos
días. Al respecto, anoche pude ver a algunos de ellos en El Metropolitano, a
quienes no pasé la voz porque fácil me perdía en lo que, recién supe hoy, fue
un tono de celebración en Surquillo.
Grandes lectores los amigos chilenos. De
paso, aprovecharon en dejarme algunos títulos de sus editoriales. De los
libros, ubiqué la edición de El
inventario de las naves de Alexis, un sólido cuentario que lo ubica como
una voz imprescindible en el panorama de la narrativa latinoamericana actual.
Aunque, claro, falta poco para que lo saque de mi Facebook, sus posts de las
luchas de poder en la literatura peruana me vienen atarantando cada vez que me
conecto a esta red social.
sábado, octubre 17, 2015
viernes, octubre 16, 2015
"todo termina esta noche"
Los años no pasan en vano. Esta es la
idea que tengo luego de leer el segundo libro de relatos de Johann Page, Todo termina esta noche (Peisa, 2015).
No lo pienso mucho: Page es ahora un escritor distinto y, en cierta medida,
maduro. Lejano, a años luz, de su olvidado cuentario Los puertos extremos, título con el debutó, en el que percibíamos a
un autor que escribía muy bien, absolutamente dueño de sus recursos narrativos,
pero que a la vez poco o nada nos decía o comunicaba por medio de él.
Si retrocedemos al contexto en el que
apareció su primera entrega, podríamos cartografiar al autor en las coordenadas
de la tendencia de la narrativa metaliteraria, la misma que amenazó con marcar
una línea o moda en la narrativa peruana de aquel entonces. El tiempo, para
bien de nuestra tradición, socavó hasta desaparecer las entusiastas fuentes del
discurso metaliterario, un discurso que no se supo aprovechar del todo debido a
que sus cultores se nutrieron de voces ajenas a nuestra tradición. Se leyó muy
mal a los referentes metaliterarios y se intentó imponer una línea narrativa
sin respetar aquello que Bolaño sostenía hasta el hartazgo: el respeto de la
voz del día a día. Es por ello que poco
o nada nos dejó este registro, siendo en esencia rico y generoso en posibilidades
narrativas. Se quiso hablar del proceso literario como tema, pero la voz
empleada se caía sola, por falsa, inverosímil y no pocas veces huachafa. Sin
duda, hablamos de una oportunidad perdida para un registro que pudo ofrecer
frutos atendibles y es mi deseo que este pueda regresar, pero ahora con autores
capaces de reconocer y encontrar su voz en nuestra tradición ante todo, para
luego importar las formas y estructuras no ubicables ni desarrolladas en la
historia de nuestra narrativa.
De aquella tendencia metaliteraria,
sobreviven algunos títulos, que no envejecen, o que se han untado tinte para
solapar las canas, como Casa de Islandia
de Castañeda, El inventario de las naves
de Iparraguirre, Manual para cazar
plumíferos de Aguirre, París personal
de García Falcón y Migraciones de
Coral. Y allí paramos de contar. No busquemos más.
Como dije al inicio: los años no pasan
en vano. Podemos aseverar que Page ha encontrado su voz y, si vamos más allá de
las certezas inmediatas, también su
tema. En este sentido, Page se encamina con paso muy firme hacia una envidiable
madurez narrativa porque los siete cuentos de Todo termina esta noche son un gran muestrario de las debilidades y
fuerzas de su poética.
En lo personal, siento que se le está
dando una lectura tremendamente equivocada a los cuentos que giran sobre la
figura del padre, los mismos que nos presentan a un autor interesado en las
pequeñas tragedias familiares y emocionales, pero que evidencian una mirada que
no cierra ni asimila la fuerza de su nervio narrativo, nervio narrativo que sí
redondea y eleva detallando las miserias psicológicas que deparan las
relaciones de pareja. En los cuentos sobre los conflictos de pareja vemos a un
escritor que sí tiene muchísimo que decir. En este sendero transita como pocos
y somos testigos de un Page recargado, como también despreocupado, que nos
conduce a una verdad literaria que podríamos ejemplificar como un golpe en el
bajo vientre, entendiendo a sus personajes carcomidos por el fuego interno de
lo que no desean aceptar.
Desde hace buen tiempo la narrativa
peruana viene reclamando una novela ambiciosa sobre la intimidad, de los cursos
oscuros que signan lo no dicho y expresado en las relaciones de pareja. O sea, una
novela que coja por las astas las tensiones que suceden en una relación de dos.
Por lo leído en los cuentos de Page instalados en este tópico, tengo la
impresión de que asistimos a novelas encapsuladas. A lo mejor, soy presa de un
sueño canábico, y como ya señalé, nos urge una novela sobre la intimidad, tipo El pasado de Pauls, una novela con mucho
colesterol, pero colesterol del bueno, ambiciosa, con cimas y ripios, tal y como
lo es toda novela de largo aliento que se precie de tal. De Page depende.
…
Publicado en EBL
jueves, octubre 15, 2015
miércoles, octubre 14, 2015
372
No hay mejor manera para empezar un día
que escuchar el Berlin de Lou Reed.
Este es quizá uno de los mejores álbumes en la historia del rock. No solo
hablamos de música, sino también de la potencia poética de las letras de las
canciones.
Abrí la librería en calma. Prendí el
ventilador y en mi mochila llevaba más de quince cd´s, los cuales acomodé en un
espacio cerca del equipo de sonido. Entre ellos estaban varios de Reed. Comencé
el día, con la idea de no hacer nada, aunque esto no es más que es un eufemismo,
un eufemismo que permite que tenga al final de la jornada un buen rendimiento,
al menos esa es mi impresión.
Me puse manos a la obra. Prendí la
portátil y me conecté al Face en donde vi que me anuncian como colaborador de
la web El buen librero, en donde tendré una columna de reseñas. Estas reseñas
serán quincenales y no necesariamente escribiré en ella de libros peruanos,
sino de otros títulos que no sé por qué no se comentan. Si nos ponemos algo
románticos, sin negar que esta idea no me vacila del todo, porque valgan
verdades, no me gusta el discurso de llenar espacios vacíos en cuanto a
promoción literaria, lo que me vacila es que voy a poder escribir de los libros
que me den la gana, sin dejar de escribir otras cosas, tipo ensayos o
artículos, para Lee por gusto, de mi amigo Jaime. Solo debo ordenarme un poco
más y así repartirme en estos dos espacios en los que sí me siento cómodo,
escribiendo en libertad, sin presiones solapas inevitables.
Algunos textos han resultados auténticas
bombas Molotov para LPG y me alegra que Jaime haya sabido sortear el temporal,
sin dejarse amilanar ni escuelear por inevitables presencias virtuales. Los
textos que vendrán en esa web serán más Molotov en comparación a los que se
publicaron. En estas semanas he estado desarrollando en mi cuaderno varias
ideas que no se abordan del todo, en onda con la que esgrimí en una entrevista
que ofrecí en Lima Gris hace un par de semanas, ideas que tienen que ver con el
atontamiento, temor, de buena parte de los escritores peruanos en decir lo que
piensan en verdad. Obviamente también daré
algunos puntapiés al Facebook, que es la verdadera amenaza, el veneno que viene
matando a los pocos escritores de valía que nos quedan. En fin, con esto del
Face hay mucho que rebanar en su indiscriminado mal uso.
Cuando me desconecté del mundo virtual,
recibo la visita de Mr. Chela, a quien le prestaré por tres días un libro mío
de Frank Kermode, El leve ruido del piso
de arriba. Esta publicación se ha convertido en una especie de biblia para
mí. Ya hablaré más de esta publicación.
martes, octubre 13, 2015
371
El
sol me sorprende en el taxi. No he dormido bien en estas últimas noches
y me encuentro releyendo decenas de páginas de Ojo al cine de Caicedo. Me concentro en sus ensayos, no las
reseñas, en los que es posible notar a un Caicedo que intenta contener la
furia. ¿Cómo debió sentir que sus deseos de hacer cine no eran más que la
quimera de un alucinado, una empresa por demás imposible? En estos ensayos,
Caicedo se deshace en palabras, y por momento da la impresión de no saber cómo
volver a los temas que viene tratando. Eso es lo que me gusta de los ensayos,
el titubeo conceptual, pues en el titubeo yace la inseguridad, inseguridad que
no solo enriquece en el desarrollo el tema, sino también la prosa.
El tráfico se posesiona de los infelices
que no podemos movernos. Con el sol y el bochorno me es imposible leer, llegar
a la mínima concentración. La incomodidad puede más y en el taxi, a menos que
no esté en movimiento, me siento como un sudoroso animal enjaulado. Pienso en
bajarme y caminar, pero en las aceras no veo espacios para las sombras.
Las obras que se vienen realizando en la
ciudad nos obligan a planificar nuestras actividades con tiempo. A no más de
medio kilómetro veo el Estadio Nacional. En la noche habrá fútbol y todo mundo
en este país se olvida de la mediocridad de nuestros seleccionados y apuesta
por un triunfo que podría servir de consolación cuando no vayamos al mundial. En
partidos como los de esta noche, el antichilenismo de los subnormales sale a
flote, no solo lo puedo ver, también oler, ese olor rancio a mantequilla con
aceite de pollada.
El taxi comienza a avanzar y
paulatinamente va adquiriendo su velocidad normal. Aprovecho en pagar con
tiempo y acomodo el libro de Caicedo, que es un tocho de más de 500 páginas,
dentro de uno de los compartimentos de mi mochila. Sin embargo, en el centro
siempre pasan cosas que me obligan a no buscar, como ahora, un camino de
sombra, y la razón es suficientemente curiosa, porque veo a una profesora de
ballet en atuendos con siete niñas, también vestidas como ella, caminando en
fila india por Wilson. La imagen me despierta más de una sensación, por su
indiscutido aliento poético. Me pregunto si estaría mal en que me acerque a la
profesora de ballet y preguntarle cómo fue que se entregó en cuerpo y alma al
ballet. La pregunta puede ser extraña, pero es la curiosidad del instante lo
que me hace pensar en esta posibilidad.
lunes, octubre 12, 2015
370
Luego de un fin de semana algo agitado y
con la ansiedad en su límite, vuelvo a las normalidad de la librería,
normalidad que ya estaba extrañando. En cuanto a la ansiedad, ese mal que me
saca de mi estado interior y que amenaza con aflorar lo peor de mí, debo decir
que lo traté algo tarde, pero felizmente a tiempo. En realidad, uno se hace
bolas por las huevas.
Debía terminar algunos benditos textos,
uno de ellos que me está llevando a la locura, y así abordar las dos conversas
que tendría tanto en El Virrey de Lima como en FELINO. Se lo comenté a una
amiga y ella me dijo que no debía prestarme a la ansiedad debido a que tengo no
poca experiencia en mostrarme ante un público, porque sobre mí hay muchas
presentaciones, charlas, conferencias y ponencias. Es cierto, se supone que hay
algo de experiencia en estos asuntos, pero como bien lo dijo Valdano: “todo
futbolista tiene sus cinco minutos de pánico, no importa cuánta experiencia
tenga el jugador que juega ante miles”. Esta es una sentencia que pienso cada
vez que me enfrento a un público, del que no sé cómo vaya a reaccionar. Mi actitud
es la misma, así esté ante 14 puntas o más de 100.
Mi deber era llegar a lo de Karina y
Luciano con mis cinco minutos de pánico en estado de gracia, sabiendo que los
apuros tenían que quedar de lado. Para estas actividades, suelo desconectarme
de la realidad: apagó el cel, salgo de Internet y me vuelvo una máquina en
blanco, en la que me entrego a las ideas, a las sorpresas que me llegan
mediante el azar. Lo lógico sería fumar algo de hierba, pero tampoco quiero
llegar a esas reuniones oliendo a hierba. Alguna vez lo hice, muchos años
atrás, era tanto mi aroma a hierba que los integrantes de la mesa en la que
participaba quedaron adormecidos y hablé de lo que me vino en gana, hasta por
las puras. Solo recuerdo que las personas que asistieron no dejaban de mirarme
y muchas de estas se me acercaron a felicitarme por mi exposición, de la que no
sabía exactamente qué había dicho.
Para mi buena estrella, lo de Karina en
El Virrey de Lima salió muy bien, y ni hablar lo de Luciano en FELINO, a sala
llena, quedando como un Rock Star.
viernes, octubre 09, 2015
jueves, octubre 08, 2015
369
Anoche tuve problemas con la puerta
corrediza de la librería. Hace no más de tres meses, cuando Juan se hizo cargo
de Selecta mientras nos encontrábamos en una feria del libro en Arequipa, tuvo también
un problema parecido, sencillamente, la puerta no corría, no bajaba como tenía
que ser. Aquella vez logró salirse del problema después de casi tres horas de
estar martilleando los lados de la puerta que se salían de los rieles.
Se supone que me iría temprano, debía
descansar y levantarme para hacer algunos asuntos en casa, como mover la
lavadora del lugar que solía ocupar. Pero me quedé más tiempo del debido
conversando con algunos patas sobre la situación de Quilca. Al irme, quizá algo
confiado, jalé hacia abajo la puerta y esta se atascó. Hice una fuerza
adicional y los ligeros movimientos de la puerta se esfumaron. La puerta no se
movía, hasta podía colgarme de sus bordes. Pensé en qué hacer y para estas
cosas llamo a “Hombre sabio”, que iba rumbo su casa y quien me dijo que en
cinco minutos llegaba a la librería para ayudarme. “Hombre sabio” llegó a la
media hora y se puso manos a la obra, aunque antes se colocó sus infaltables
guantes. Con un martillo golpeaba despacio los lados mientras yo jalaba la
puerta para el lado derecho.
Pensé que íbamos a tardar mucho tiempo,
pero la operación no duró más de cinco minutos. No niego que me preocupé porque
llegué a barajar la posibilidad de que “Hombre sabio” se quede a dormir en la
librería si es que la puerta no cerraba, con mayor razón puesto que el día siguiente
era feriado. “Hombre sabió” se retiró y me quedé un rato más ordenando algunos
anaqueles, en especial los de poesía internacional, en donde encontré joyitas
detrás de las primeras filas de lomos, joyitas que imagino debe haber también
detrás de las primeras hileras de lomos de una librería o una biblioteca
personal. Debía irme, pero me quedé leyendo hasta tarde algunas cosas de Char y
Ashbery.
miércoles, octubre 07, 2015
368
La mejor manera de llegar a cualquier
punto del norte de Lima es por medio del Metropolitano. Ni pensar en hacerlo
con el taxi, ni en el transporte público, a menos que seas suicida. En esto
pensaba en la tarde de ayer mientras hacía algunos apuntes de lo que sería la
charla sobre crítica literaria en los 2010 que dirigiría en una de las
actividades de Felino.
Sin esperarlo, el transporte se me había
presentado como un problema. Se suponía que saldría en plena hora punta para
llegar a la feria en plena hora punta. Todavía debía terminar algunas cosas, así
que me apuré y una vez terminadas fui a la estación del Metropolitano de Alfonso
Ugarte. En el trayecto, me pareció ver a uno de los integrantes de los Zepita
Boys, bueno, uno que no es del todo un Zepita, pero que hace méritos para
serlo. Logré ver a “Cachetada nocturna”, a quien casi paso la voz, pero preferí
seguir mi ruta.
La espera no fue muy larga y tuve que
ingeniármelas para entrar a uno de los buses que literalmente estaba repleto.
Me acomodé y lo que me gustó fue que llegué en diez minutos. Me bajé en la
estación del Metropolitano en Tomás Valle de Túpac Amaru. Estiré la pata hasta
la feria y como llegué más temprano de lo que pensaba, la mesa de crítica
literaria marcaba para las ocho en punto, me puse a recorrer los stands de la
feria, en los que pude ver a algunos amigos y conocidos, que me decían que la
cosa iba lenta pero que se sostenía por horas.
En verdad, me alegra que una feria del
libro se desarrolle en lo que llamamos Lina Norte. No hay que pensarlo mucho,
estoy convencido de que con los años esta será una de las ferias más
importantes del país. Solo hace falta que los gobiernos municipales tengan
voluntad política, o sea, que ofrezcan una apuesta férrea y continua sobre la
promoción de la lectura. La lectura como tal, dejando en segundo lugar las
demás manifestaciones culturales, no porque sean menos, sino porque únicamente
la lectura es lo que va a salvar a una zona importante de Lima a la que se le
asocia con el baile y la oferta culinaria.
Faltando pocos minutos para las ocho,
caminé a la sala Martín Adán, en el trayecto vi algunas cosas curiosas, por
ejemplo, a un editor, que me miraba asado, bueno, este huevas siempre me mira
asado, y lo único que hago es reírme, de la misma manera que hago con su socio
pequeñín. También, y ahora no es broma, a “Cachetada nocturna”, con el cel
pegado a la oreja, reportando lo que sería la conversa sobre crítica literaria
en los 2010. Decido acercarme para saludarlo, pero “Cachetada” se lleva la mano
derecha a la cabeza y hace el ademán de ir al baño y dejo que vaya en paz a su
destino natural.
martes, octubre 06, 2015
367
Abro la librería con un nueva selección
de Cd´s. Así es, aún me siento pegado a la antigua, porque podría llevar toda
esa música en un adminículo liviano y diminuto, pero me gusta, en realidad, soy
un fan de la tersura y del tacto de los objetos. Empiezo el día con el genial Who´s Next de The Who. En esa producción
hay varios temas que me gustan, como “My Wife”, cantada por John Entwistle.
Me puse a leer las memorias de Sally
Bowen, mejor dicho, a seguir avanzando en su lectura. Todo indicaba que sería
un día normal, aunque esto es un mero decir porque si algo no tiene Selecta es
que sus días sean normales; por algún motivo, los días se salen de su aparente
cauce normal. Decía, estaba leyendo y escuchando a The Who, cuando hace su
aparición mi pata George, que estaba de paso, buscando libros para la tesis
feminista de su esposa. George estaba separado de su esposa, al menos esto es
lo que sabía hasta hace unos meses, pero ahora han vuelto, lo que me parece muy
bien ya que no hay mejor manera para una pareja que el diálogo. Además, como
escuché hace poco, las verdaderas relaciones de pareja no tienen que estar libres
de conflictos.
Cuando le dije que se veía más joven, o
sea, que ya no parecía un niño viejo, se alegró, porque ese rejuvenecimiento
obedecía a la nueva oportunidad que se había dado con su mujer. Me alegra ver a
mis amigos rejuvenecidos, ajenos a la oxidación de la vida en común, dispuestos
a refrescarla cuantas veces sea necesario.
Antes de que se vaya, le traduje parte
de la letra de “My Wife”. Le dije que se la dedicara a su esposa. Es que ese
tema, hechura total de Entwistle, es un genuino canto a la compañera, la que
está, la que se queda, la que está contigo sin estarlo, la que te ve de lejos y
a quien la ves también. A la compañera que no le importa absolutamente nada. Me
gusta mucho, y no asocio su disfrute a un posible lugar, tal y como en lo
personal asocio la música, para defecto mío, sino que la sentiría igual, así
estuviera en Munich, por ejemplo.
lunes, octubre 05, 2015
366
Desde hace muchos años tengo una
costumbre, la ideal, creo, para empezar un lunes: escuchar a alto volumen a The
Guess Who. Carajo, no hay mejor remedio contra la modorra de los lunes que
escuchando a estos geniales borrachos y drogadictos.
Abro la librería y lo primero que deseo
es desconectarme de todo lo malo del fin de semana. La limpieza emocional
comienza con un cd de temas seleccionados de esta banda. Coloco el cd en la
lectora y subo el volumen. Me conecto un toque al Face para chequear los Inboxs
que han llegado a la bandeja de la librería. Respondo todos los mensajes,
afirmativos en la mayoría. De paso, respondo algunos Inboxs de mi cuenta,
mensajes que no son muchos. Y eso me alegra, porque así podré cerrar cuanto
antes la librería y así ir al Don Lucho en donde me encontraré con unos patas
que me han invitado a almorzar.
Me dispongo a cerrar la librería, pero
me visita mi amigo Lucar, con quien siempre es un gusto hablar. Lucar me habla
de ciertos problemas que hay en los ministerios del estado, los que se hacen
los tercios al momento de pagar a los profesionales que les prestan sus
servicios. Lo escucho y no puedo dejar de indignarme. Algunos ministerios
tienen esa mala costumbre, que piden con apuro determinados trabajos y que se
hacen los tercios al momento de pagar los honorarios. No hay derecho, le digo a
Lucar, que lleva ya varios meses esperando que le paguen. Los ministerios son
campeones cuando de trámites burocráticos se trata y por un momento pienso en
la posibilidad de escribir un post asesino sobre este ministerio. Pero Lucar me
dice que no, que a lo mejor haya represalias (no contra mí, obvio), lo cual es
cierto. Y me calmo. Salgo a comprar un cigarrillo, de los que suelo fumar y no
del que tuve que fumar por emergencia al no encontrar en la mañana la marca que
suelo consumir.
Entonces, con el humo que reclama mi
cuerpo, le digo a Lucar que se calme y que siga haciendo las cosas que está
haciendo, y muy bien para variar, porque él es uno de los mayores difusores culturales
que tenemos en este país. Mi pata se retira calmado, sin el apuro con el que
vino a hablarme y a desfogarse. Le doy toda la razón. Algo hay que hacer contra
la burocracia en los organismos del estado.
domingo, octubre 04, 2015
365
Me levanto algo tarde, con la idea de
preparar mi primera participación en la Feria del Libro Lima Norte, o bien
llamada FELINO. En la noche se supone que moderaría una mesa de nueva crítica literaria,
para ello, me prepararía para llegar a tiempo a la mesa de debate, porque si
algo sé, si algo hay que tener en cuenta, es que se debe salir con tiempo y no
caer en las trampas del tráfico de la Panamericana Norte. Trampas que pueden
sacar a uno de su estado de equilibrio. Pues bien, decía que se suponía que hoy
debía moderar una mesa de nueva crítica literaria, sin embargo, gracias a
Wonder Boy, sé que esta mesa será el día martes. Ocurre que había visto mal la
programación en PDF, perdiéndome en los cambio de página.
Antes de alistarme debo aclarar algunas
ideas a mis iracundos hijos “El caminante”, “El maldito de Ñaña” y “Mr. Chela”,
que no han tomado a bien que les llame “mis hijos” en una entrevista que me
hiciera Rimachi días atrás en Lima Gris. Esta aclaración de ideas es una
cuestión menor, porque en esa entrevista, en mi sencilla opinión, se abordaron
otros temas mucho más importantes, como el servilismo que caracteriza a la
crítica peruana hoy en día, su temor a decir las cosas de la misma manera en
que las piensan. Creo que más allá de algunos excesos y ligerezas en conceptos,
la entrevista estuvo bien, fluyó sin que me sintiera incómodo y eso es algo
importante para mí, que en todo momento trato de mantenerme en equilibrio.
Voy a la cocina y me sirvo café cargado,
el primero de los muchos que tomaré el día de hoy, porque eso es lo que espero,
beber mucho café, estar lo suficientemente drogado para dar punto final a los cuatro
textos que se me han ido juntando y a los que les he puesto bastante fuerza.
Será un domingo algo impulsivo. Así me gustan los domingos, en especial.
sábado, octubre 03, 2015
viernes, octubre 02, 2015
364
Anoche llegué cansado a casa. Uno de los
patitas que contratamos para la mudanza definitiva del almacén nos falló y
junto al “Héroe de guerra” tuvimos que hacer la labor de levantar lo que nos
faltaba. Felizmente, tuvimos la ayuda de cuatro puntas más cuando llegamos a
nuestro destino. Muy al final de la noche recobré fuerzas y regresé a casa
bastante despejado y con los músculos relajados.
Durante la mudanza, encontré una
película, entre las muchas cosas que había entre las cajas. Cigarette Burns de John Carpenter. O
también conocida como El fin del mundo en
35 mm. Llevaba tiempo intentando dar con ella. Cuando no la encontraba en
mi casa, me preguntaba a quién la pude haber prestado. Además, cada vez que iba
a buscarla en Polvos terminaba comprando otras ante la variedad y la tentación
casi infinita de ver una película que no conocía.
Lo primero que hice fue poner el DVD en
la lectora. Mi idea no era verla íntegramente, pero sí ubicar escenas que
permanecía en mi memoria. La experiencia no fue menos que gratificante, dejaba
fluir la película mientras respondía algunos mails e Inboxs. No es que me crea
lo que no soy, pero la mayoría de estos mails me preguntaban por la entrevista
que me hicieron un día antes, en Lima Gris. A diferencia de la otra ocasión en
que me entrevistaron en la radio de la revista homónima, ahora siento que he
sido mucho más duro y letal, en varios sentidos, principalmente porque fui a la
entrevista con un ánimo despejado y en estado peligroso de levitación. Me
preguntaban cuándo saldría la grabación de la entrevista y les decía la verdad,
que no sabía y que no estaba al pendiente de su salida.
Después me puse a releer al toque una
cuentario inédito de un amigo, el cual publicará en un par de meses. Confío en
lo que hará y sé que le irá bien, porque se trata de un cuentario que apuesta
por nuestra tradición. Como bien me dijo hace un tiempo, no sé si en tono de reproche,
Camila: “Tienes una fijación con la tradición”. No sé si efectivamente tenga
una fijación con la tradición, lo que sí sé es que si un peruano pretende
escribir, lo tiene que hacer partiendo del reconocimiento de su voz habitual,
de ese verbo que escuchamos en la calle, el cual no necesariamente tiene que
sintonizar con uno pero que está allí, en el inconsciente, que se disemina en
nuestro imaginario hasta convertirlo en una marca de agua que luego se potencia
con las influencias no necesariamente locales.
jueves, octubre 01, 2015
"pequeña novela con cenizas"
Hasta hace no mucho, se venía diciendo
que la narrativa peruana atravesaba un gran momento. Esta consigna tenía más de
cántico de barra brava y poco, o nulo, asidero real. En esta consigna había
pues mucha demagogia, como también mentira y juegos de autopromoción, donde
veíamos a sus autores hablando de este supuesto gran momento, cosa que
aprovechaban en contrabandear en el discurso entusiasta su última entrega.
De a pocos la narrativa peruana comienza
a sacudirse del tópico de la violencia política, que marcó el devenir de la
novela peruana en las dos últimas décadas. A saber, si un escritor peruano,
fuera joven o trajinado, pretendía obtener alguna resonancia local, y en
especial internacional, debía escribir novelas y cuentos tiznados de este
tópico. Esta estrategia les resultó a los que escribían de la guerra interna
por convicción, como también a los que lo hacían llevados por la seducción de
un reconocimiento que resonara más allá del barrio. No hay que discutirlo:
ningún autor que escribió sobre la violencia política puede sentirse
insatisfecho. En menor o mayor medida, cada quien recibió su tajada. Eso que
solo hablo de la ficción, no abordo la poesía que motivó, mucho menos el gran
aparato discursivo que depende de él, que lo podemos percibir en becas,
congresos, cátedras, estudios, y últimamente en películas y obras de teatro.
Como era de suponer, este tópico, por
más rico que sea, comenzó a desgastarse para la ficción. Me parece bien que
haya comenzado a desgastarse. Cosa que de esta manera no pocos narradores le
den un tiempo prudencial al asunto, dejándolo que se macere solo, sin caer en
el apuro, en el acabado a lo bestia, que siempre motivan los suculentos premios
internacionales que juegan en pared con los mandatos de las poderosas casas
editoriales.
Aunque por estos lares se le viene
adjudicando una serie de rótulos a los nuevos discursos de ficción ajenos a la
violencia política, bien haríamos en señalar que estos discursos pueden tener
muchas características, pero de nuevos nada. En verdad, no creo estar hablando
solo de la narrativa peruana última, sino de la latinoamericana (o vamos más
allá, hasta de la mundial), no hay nada nuevo que no se haya escrito antes. Al
menos en la tradición peruana, tenemos referentes de la talla de Bryce y Ribeyro,
que ya impartieron clase maestra con aquello que llamamos narrativa del “yo”, y
Mario Vargas Llosa en El pez en el agua
ya hizo lo que tenía que hacer para hablarnos de la figura del padre como
figura desconcertante y hacedora de traumas.
Los buenos momentos se sustentan en
buenas obras, en lo que va del año hemos podido leer libros que sobrepasan una
media de calidad que recién, ahora sí, nos llevarían a hablar, sin demagogia ni
contrabandeo, de un posible buen momento en la narrativa peruana actual. Uno de
esos libros es Pequeña novela con cenizas
(Planeta, 2015) de José Carlos Yrigoyen.
No estamos ante una novela, sino ante un
libro de no ficción, ante un brutal ajuste de cuentas del escritor con su
pasado, en el que teje y relaciona satélites temáticos de su vida con la figura
del cineasta italiano Pier Paolo Pasolini. Yrigoyen testimonia la actitud
represora de su padre, es decir, nos lleva a un ejercicio de memoria, a la par
de este testimonio, nos presenta una pequeña semblanza del cineasta italiano,
por el que siente una oscura fascinación que descansa en provocación que
generaba su obra.
Tengamos en cuenta que Yrigoyen fue
también un destacado poeta y esa vena poética la podemos percibir en los
silencios de lo que nos relata. La prosa que emplea viene nutrida de una
epifanía que hiere, en los silencios es donde el autor le impone al lector la
experiencia literaria. Aunque hubiésemos deseado que esa epifanía sea más
duradera, que se eleve a la contundencia por medio de una detallada exposición
de miserias. Tengo esta impresión porque la lectura del libro genera algunas
sospechas razonables, como si hubiese sido mutilado de su versión original,
convirtiéndolo por momentos en un testimonio innecesariamente conservador.
De los buenos e interesantes libros que
vienen publicándose en los últimos meses en Perú, este está llamado a
sobrevivir. No hay que pensarlo mucho: solo los libros que generan opiniones
encontradas van a quedar y esto es algo que ya debería saber más de un narrador
que bordea los cuarenta años (no hay que ver las críticas negativas como
maldiciones). Pues bien, si algo tuviera que decir sobre las críticas negativas
que ha recibido, si una tara veo en común (a lo mejor debido a la carencia de
un acervo de lecturas) es que estas lo han abordado como lo que no es: una
novela.
Todo indica que el autor viene embarcado
en un proyecto narrativo, del que Pequeña
novela con cenizas es solo el primer paso de tres. Por ello, me gustaría
señalar lo siguiente, teniendo en cuenta que el autor es mi amigo: en adelante
debería dejar toda la piel en el asador. De él depende que leamos un proyecto
narrativo al que no solo califiquemos de bueno, sino de obra maestra.
Herramientas literarias no le faltan.
…
Publicado en Revista Lecturas