miércoles, septiembre 30, 2015
martes, septiembre 29, 2015
363
Me levanté temprano, con la idea de
avanzar algunos textos, y leer una novela que reseñaré para el subsiguiente
Buensalvaje, y aprovechar también en volver a ver una película de Uli Edel, The Baader Meinhof Complex. Llevo días
pensando en cómo sería llevar a cabo una revolución en pleno Siglo XXI, una
revolución de tinte local que genere al menos una metáfora de lo que es esta
nueva juventud limeña, que me resisto a creer que sea en su totalidad una que
solo se dedica a bailar y comer.
Sin embargo, estos planes mañaneros se
vieron alterados debido a que recordé que tenía que hacer algunas gestiones en
Miraflores. Con las mismas dejé todo en alto y me metí a la ducha, lamentándome
en que no aprovecharía las tres horas libres que tendría por delante, las que
no pensaba recuperar con las horas muertas que siempre tengo en la librería. En
mi mente estaban cada una de las cosas que había que decir en la reunión que
sostendría, las pensaba y me las repetía
entre dientes. A mitad de camino, mi taxi ingresó a un cuello de botella y me
puse a leer Los escritos irreverentes,
título que durante años lo tenía en mi biblioteca y del que ahora puedo
disponer porque le tocó sin que le tocara ser leído.
La lectura me desconectó del cuello de
botella. Era lo que necesitaba, una salida fuera de la reunión que sostendría.
Pasadas algunas horas, sentí una epifanía: no había que darle más importancia a
las cosas, que no hay nada más importante para uno que uno mismo. Puede sonar
egoísta este punto de vista, pero he llegado a la conclusión de que el egoísmo
es el mejor caparazón para ayudarnos. Recién, a los años, a la edad que tengo,
sé, al menos lo supe por largos minutos, que la ansiedad no es lo que debe
guiarme. Entonces, en un arranque de furia, decidí no ir a la reunión.
El taxi me regresó a casa y me senté en
el sillón. Dejé para después la lectura de Twain y vi, por cuarta vez en lo que
recuerdo, la película de Edel. Así, las cosas funcionan para uno.
lunes, septiembre 28, 2015
362
Un domingo algo ajetreado y supongo que
mañana lunes será igual, o peor. Regreso a la librería luego de una semana en
los ambientes de la PUCP. Imagino que las cosas se pintarán algo complicadas y
mi paciencia se pondrá a prueba a causa de las constantes mezquindades que veo
en los compañeros de trabajo, en los otros dizques libreros que no luchan y que
se dejan vencer. Pero no me hago problemas, nunca le he dado importancia a los
cagones, menos lo haré ahora, aunque las ganas de responder siempre estén
intactas, pero paso de largo y solo me enfocaré en solucionar lo que debo
solucionar.
Por más que lo he intentado, he vuelto a
quebrar la dieta que me he impuesto. Cuanto más me propongo medirme en las
comidas, peor me va porque la tentación culinaria se me presenta en varias
formas y sabores, como el espectacular arroz con pato que almorcé hoy y horas
después una rica torta, tres leches de chocolate, algo que no es costumbre en
mí, puesto que no soy dulcero, mis preferencias van más por los platos salados,
de todo tipo, sean fríos o calientes.
Cerca de las seis de la tarde, salí a
arreglar el problema que tenía con el OLO, me dijeron, los de la compañía, que
los módulos estarían abiertos hasta las 9 y 30 de la noche y fui al que estaba
más cerca de mi casa. Esto me permitió conectarme una vez más con la algarabía dominguera,
con las miles de personas que salen, como parejas o en familia, o solas. Sé que
no debería sorprender lo que digo, pero en lo personal sí me sorprende porque
no soy nada asiduo a las salidas de los domingos, desde hace años que salir a
las calles los domingos se ha vuelto algo extraño y este domingo tuve que
hacerlo. Felizmente, estuve preparado, con unos audífonos en los que escuchaba
a alto volumen a Hank Levy. El vértigo del ritmo le daba una justificación a mi
incursión en la jungla, hasta llegué a encontrar más de un lazo en común entre
la música y el movimiento desenfrenado de las personas. Siempre, si es que uno
le da importancia a la paciencia y reprime la ansiedad, puedes encontrar el
toque de magia en situaciones inevitables que te esfuerzas por evitar.
domingo, septiembre 27, 2015
361
Llego a casa luego de un día muy
intenso. Me siento por fin casi libre de las obligaciones. El mayor reto lo
cumplimos hoy, que tuvimos que mudar de locación nuestro almacén. Más de 300 cajas
y estanterías a un espacio muchísimo más amplio e iluminado, que será el nuevo
centro de operaciones de nuestra distribuidora. No lo hubiéramos logrado sin la
ayuda de “El héroe de guerra” Luchito y Hugo. Mis aplausos para ellos por
tamaña labor.
Mientras supervisaba la instalación,
recibía algunas llamadas y mensajes de texto. Como no he estado conectado en
estos días, me veía en la obligación de responderlos, uno por uno, explicando
la razón de mi libertad y limpieza de la dependencia del mundo virtual.
Dependencia que supe a cuenta de las personas que me preguntaban si algo me
había pasado. No ha pasado nada, respondía. Pero ante todo, lo que me gustaba
más, era que me pedían algunos títulos por leer, y eso, lo admito, es algo que
me hace sentir bien. Lo que me reconcilia con la vida es poder recomendar
lecturas, películas y música. Hice lo que pude con estas peticiones, robando
concentración a la supervisión.
Tenía hambre, pero no me animaba a
comer. No me iba a sentir bien hasta que Luchito y Hugo no acabaran. Esta actitud,
como la veo, tiene que ver más con el respeto que con una especie de causa común.
Esto es lo que me enseñaron en casa y de lo que recién sé de su valor ahora que
me toca dirigir. Por ello, no los apuré, dejándoles todo el tiempo, sin
presiones ni quejas, para que encontraran su ritmo.
Una vez terminada la faena, les pague y
pude ir a comer, quebrando en menos de dos días, la dieta que pensaba seguir de
ahora en adelante. Me dirigí a un restaurante que ofrecía una variedad de
carnes a la parrilla. Cuando vi la carta me animé por un churrasco con papas
fritas y le pedí al mozo una porción más de papas. El plato me quedó chico y
pedí otro más, con lo que recién pude saciar mi hambre.
Tomé un taxi de regreso a casa. En el
trayecto me puse a leer La filosofía de
la Generación Beat de Kerouac, que venía tasando desde hacía unas semanas y
que esta noche por fin me animo a leer. El prólogo de Robert Creeley funciona
como una buena invitación a sumergirme en estas páginas. Como todo lo que
escribió Creeley, hay algo más que sapiencia en lo que dice, es patente ver una
pasión, una furia, pasión y furia que debería justificar nuestros actos, así se
gane o fracase.
sábado, septiembre 26, 2015
jueves, septiembre 24, 2015
360
Creo que vengo teniendo lo que
necesitaba: una limpieza interior del mundo virtual, la cual no he buscado,
sino que esta situación se me presentó porque ya no funciona el Olo, que me
perjudica en la ventas con el POS, pero como soy hombre de soluciones, sé de
dónde jalar señal para cuando alguien quiere pagar con tarjeta.
En estos días he podido terminar la
lectura de seis libros y he escrito mucho a mano. A excepción de estos posts y
de algunas reseñas, todo lo demás lo hago a mano, lo más probable es que me
sienta muy apegado al seseo de la punta que desparramaba en el papel tinta
líquida. Eso, solo gusto, sin ningún afán de publicar, aunque desde hace unos
días me vienen insistiendo en que publique mi novelita El cachorro sentimental. Pero en fin, veremos cómo se presenta la
situación. No me apuro, nadie en el mundo está pendiente si un escritor va a
publicar o no. Sé que lo que digo va a sonar duro, pero es la verdad, nadie
está pendiente de lo que un escritor vaya a publicar.
Al llegar a casa, me pongo a hacer los
apuntes respectivos para la conversa que mañana tendré con Susanne en El Virrey
de Lima. La lectura de su libro, que en verdad no sé si llamar o cuentario o
conjunto de tres novelas cortas, me ha dejado muy satisfecho en cuanto a la
narrativa que viene construyendo la autora. Además, me permite afianzar más la
impresión de que son las mujeres, sus poéticas, las que no devuelven a ese
primer hechizo que sentíamos de adolescentes al buscar una historia en nuestras
lecturas. Historias, que no sé a cuenta
de qué estamos descuidando últimamente. A lo mejor la esperanza en la narrativa
peruana esté precisamente en lo que vayan a hacer o estén haciendo las mujeres.
miércoles, septiembre 23, 2015
martes, septiembre 22, 2015
359
Preparo algunos textos en estos días en
los que he me instalado con una parte de la librería en un lugar en donde hay
verde y silencio. Por momentos, siento que estuviera en una especie de
monasterio, y durante otros momentos, como si presenciara una cabalgata de
ballet en los cambios de hora. Como fuere, aprovecho el tiempo y me pongo a
avanzar algunas lecturas pendientes y textos que ya no entregaré por sobrepasarme de la fecha límite, los cuales, de todas
maneras, quiero terminar, por el placer de hacerlo y porque sé que más adelante
los podré jugar.
Lo malo es que en este lugar no se puede
fumar. En parte, qué de putamadre que haya leyes que protejan la salud pública,
pero qué hacer cuando prohíben fumar y no se dice nada ante el comercio
clandestino de otro tipo de sustancias aún más tóxicas y dañinas que el tabaco.
Basta establecer el contacto, acordar
precio e ir a los lugares en donde se consuma la transacción. En todas las
instituciones hay esta clase de negocio y cada quien es libre de meterse o no
en esas huevadas. Lo que sí me jode es el doble discurso que se tiene hacia el
tabaco, siendo pues lo más fácil de señalar y satanizar. Pero en estos momentos
no me jode el doble discurso, sino la manera en que se llevan a cabo, sin el
más mínimo estilo. Al menos, antes, años antes de esta juventud haga del hueveo
su ADN social, existía un estilo que diferenciaba a los grupos. En algunos
círculos, ese estilo persiste, estilo que bien se justifica en un cruce de
miradas o en los tonos de voz. No son los estilos de ahora, en donde impera la
risa idiota y el método simiesco, en donde el fin justifica los medios.
Me pongo a observar, a interpretar sus
posturas ante el pase que harán en uno de los baños. Cliente y vendedor se
reúnen. Desde mi posición tengo una visión privilegiada de lo que harán en
algunos minutos. Imagino que pronto los agarrarán, la seguridad institucional
los viene siguiendo desde hacía meses. Si los señores de la limpieza fueran la
seguridad disfrazada, me pregunto. Respuesta afirmativa, ellos son, como bien
supe segundos después de que los arrestarán, no debido a una logística
trabajaba, sino a la pelea que cliente y comprador, a puño limpio, comenzaron a
realizar en los servicios higiénicos.
domingo, septiembre 20, 2015
viernes, septiembre 18, 2015
358
A eso de las seis de la tarde de ayer
tuve que hacer unas gestiones, como recoger un cheque que venía arrastrando
desde el jueves pasado. Si no lo recogía, debía hacerlo en la quincena de
octubre. Entonces, me puse las pilas, hice las cosas con tiempo, para llegar
sin apuro y dar la impresión de no desear el cheque, aunque en realidad sí lo
necesitaba. En el camino, llevé conmigo una novela de Félix Romeo, que
aprovecho en releer en estos días. Algo me anima a escribir un pequeño texto
sobre este estupendo narrador español que falleció hace algunos años, a quien
vi hace tiempo en un ciclo organizado por el Centro Cultural de España.
Mientras caminaba, barajaba la idea de
dejar de escribir reseñas y comenzar a desarrollar otros tipos de textos,
aunque estos no sean necesariamente de ficción. Tengo algunas cosas avanzadas
que me gustaría dar a conocer. Pero me conozco bien, uno de mis puntos flacos
es la volubilidad, puedo decidir algunas cosas hoy y hacer lo contrario al día
siguiente. Como fuere, y sé que los depresivos naturales me entenderán, ojalá sea
así, puesto que solo nos justificamos haciendo lo que más nos gusta, en lo que
creemos que podemos ser eficientes, que en mi caso, es poco, no me imaginaria
haciendo muchas cosas bajo la esclavitud del ego.
Todos somos esclavos de nuestro ego, yo
conozco el mío y me siento conforme con lo que me brinda. Pero también sé en
qué momento dinamitarlo. Saber dinamitar el ego me ha salvado de la ridiculez,
algo de lo que soy consciente en estos últimos tiempos en los que medio mundo
parece estar viviendo dependiendo de la red y en las fuerzas de sus capacidades
para obtener algo de sus relaciones sociales. Felizmente, no soy el único que
piensa así, somos algunos más, como el buen pata que ayer me preguntó en qué
momento leen estos compadres. Lo que parece una pregunta anormal, porque suponemos que todo escritor debe ser por
extensión un lector, se ha convertido en la norma. Suficiente tengo con mis
infiernos personales para entregarme manso e idiota a los paraísos
artificiales.
jueves, septiembre 17, 2015
leí: "puente aéreo"
Hubo un tiempo algo llamado blogósfera.
Así es, parece como si hablara de un fenómeno virtual lejano, con mayor razón
ahora que los blogs han quedado en el olvido debido a la fuerza de las redes
sociales. En ese tiempo del auge de la blogósfera, porque sí podemos hablar de
un auge, no pocos escritores en el mundo se animaron a administrar uno. Muchos
de ellos lo hicieron bajo el ánimo de medir la experiencia, otros con
convicción y algunos por el mero hecho de figurar.
En el caso peruano, la presencia del
blog Puente aéreo resultó vital. Prácticamente, el blog del narrador y crítico
Gustavo Faverón sostenía la blogósfera peruana. A saber, si un día Faverón dejaba
de postear, quebrando así el ritmo de tres a cuatro posts diarios, no sucedía
nada en los demás blogs que estaban atentos a sus posteos, ya sea para rebotar
la noticia o para entrar en abierta discusión con Faverón.
Hay que ponernos radicales en estas
cuestiones en donde entran a tallar los egos exaltados y los resentimientos.
Guste o no: el blog de Faverón marcó una época, un testimonio que ahora podemos
ver en formato de libro gracias a la editorial Peisa. Y en lo personal celebro
su publicación, por la sencilla razón de que estamos ante un intelectual que no
duda en decir lo que piensa, sin importar cuánta gente se vea afectada. En un
ambiente cultural como el peruano, tan inclinado a la zalamería, la mentira y
la hipocresía, la voz de Faverón se convirtió en un mal necesario. Uno podía
estar de acuerdo o no con sus puntos de vista, pero lo innegable era que estos
puntos de vista yacían en un discurso solvente, por momentos imposibles de
taladrar.
Como era de suponer, no se podía incluir
toda la vida virtual del blog en un libro. Por este motivo, nos enfrentamos a
una selección de textos. Es precisamente en esta selección en donde nos topamos
con el principal error de la publicación, puesto que la selección debió ser
hecha por otros ojos y no por los del autor. La intención de Faverón fue
mostrarnos un fresco de la variedad de temas que abordó en su blog, pero es
precisamente en esa variedad, como los temas políticos (con los cuales estoy de
acuerdo a nivel ideológico), y culturales, en donde nos topamos con un Faverón
a media caña, que no trasciende. En estos tópicos encontramos a un Faverón a
ritmo de entrenamiento.
Sin embargo, en la selección de los
tópicos literarios sí hallamos al Faverón que debemos tener más en cuenta. No
exagero, todos los textos de la sección literaria son joyitas que nos impulsan
a buscar los libros de los autores que escribe, nos sentimos motivados a
investigar más en las corrientes literarias que aborda. En otras palabras:
somos impulsados a querer leerlo todo. Esta epifanía la encontramos contadas
veces en los artículos y ensayos literarios que se publican hoy en día. No nos
debe sorprender: discutir la capacidad intelectual de Faverón en cuestiones
literarias es una pérdida de tiempo. En los asuntos literarios no solo
encontramos a un autor que sabe como pocos de literatura, sino también a uno
furiosamente apasionado, polémico y, en especial, generoso en compartir lo que
sabe.
Tal y como está, Puente aéreo es un buen libro. Pues bien, si dos de las tres
secciones se hubieran dedicado a la literatura, estaríamos hablando de un
librazo.
miércoles, septiembre 16, 2015
357
Anoche cerré algo tarde la librería.
Debía coordinar los arreglos de electricidad que una vez por año debo mandar hacer
en ella. Mientras esperaba a los técnicos, me puse a leer las noticias, la
mayoría en la red. No hay que ser un dechado en virtudes mentales para llegar a
la conclusión de que este país ya ha tocado fondo, y lo ha tocado en todos los
sentidos, como si solo nos quedara esperar a que esta pareja presidencial se
vaya.
Entre las notas que leí, un llamado de
unidad de los dinosaurios de la izquierda peruana. Leo lo que proponen y busco
sus declaraciones en Youtube, siguiendo pues una vieja cábala que me permite
encontrar lazos entre las ideas y el tono en que se dicen. No hay duda: los
dinosaurios siguen pensando igual. Me dan pena porque no se dan cuenta de que
ni siquiera la nueva fuerza de la izquierda, conformada por miles de jóvenes,
no les hace caso, porque saben de la poca viabilidad de sus propuestas y del
oportunismo que signa su aparición. Muchos de estos dinosaurios han postulado al
congreso, más de una vez, y no han accedido a una curul, sin contar con que
postulaban con el favor de sus partidos (buenos números de preferencia: 2, 4,
5), la ayuda de la prensa y buen dinero para la propaganda electoral.
Una vez conocí a uno de estos dinosaurios
en un inevitable almuerzo. Como no me voy fijando en quién es quién en las
reuniones sociales, solo al final supe su nombre, cuando ya pasado de copas y
en pleno esplendor de despotismo, maltrataba verbalmente a uno de los mozos. Hasta
ese momento, solo lo veía como una calavera que acosaba a las flacas de la
reunión. ¿Cuál fue el pecado del mozo para recibir tamaña humillación? Pues
decirle que ya no había más trago. Este hecho hizo que este intelectual y
hombre comprometido de nuestra izquierda se comportara como el derechista
ultramontano que llevaba dentro.
martes, septiembre 15, 2015
lunes, septiembre 14, 2015
"la imaginación del padre"
Lo bueno de las ferias de libros, al
menos para mí, es que puedes acceder a textos de autores extranjeros publicados
por editoriales independientes de sus países. De los muchos libros que recibí,
hubo varios que me gustaron, siendo uno de ellos La imaginación del padre (Lolita Editores, 2014) del escritor
chileno Luis López-Aliaga.
No quiero caer en discusiones
demagógicas sobre el creciente interés de los narradores latinoamericanos
actuales en apostar por el registro personal del “yo”, ni mucho menos en
encontrar la validez literaria que podemos en encontrar en la figura del padre
como tópico. Pienso que los libros se justifican solos sin necesidad de
ampararse en registros y temas en boga. Este es el caso de la publicación de
López-Aliaga, que no deberíamos encausarla en alguna nueva tendencia (o una por
inventar), puesto que el libro se defiende solo como literatura, literatura de
buena calidad. Así de simple.
Es cierto, el autor hace uso de su
referencialidad, pero esta se centra, como en realidad debe ubicarse toda
narración desde el yo, en los detalles que sí nos pueden decir algo, en lo que
el autor se siente no solo seguro, sino también fuerte. En este sentido, nos
enfrentamos a la biografía como lector de López-Aliaga, biografía guiada por el
peso del pasado familiar, puesto que su homónimo abuelo fue un exiliado peruano
en Chile, uno de los fundadores del APRA y muy amigo de Luis Alberto Sánchez.
La figura paterna no es dejada de lado, aunque al respecto resulta poco
condescendiente, siendo este punto el que nutre de nervio a la voz narrativa
del autor, nervio que nos permite encontrar en estas páginas la Verdad (ajá, en
mayúscula).
Podríamos estar ante un posible de
cuentas. En parte, sí, pero este ajuste no apela al efectismo del trauma, más
bien, marca distancia del recuento de los malos recuerdos, aquellos capaces de
taladrarte en lo inefable, sino que opta por una mirada superada que encuentra
su justificación en la exposición de lo que debería exponer y la salvación del
autor precisamente en la lectura. Desde niño el narrador protagonista se revela
como un precoz lector. En otras palabras, y hurtando, solo una parte,
revisitamos la máxima de Truffaut: López-Aliaga prefirió ver la vida por medio
de los libros.
No son gratuitas las referencias hacia
escritores peruanos como Luis Loayza, José Watanabe, Vargas Llosa, Bryce y
Salazar Bondy. En cada uno de ellos, y en matices, encontramos una
característica con López-Aliaga: el desarraigo interior. Es pues la mirada
incompleta de la vida lo que permite al autor indagar en el pasado familiar
desde el abuelo, recorriendo los mismos lugares que este recorrió en Perú,
comprometiéndose con un contexto por demás ajeno, y estrechando lazos, a saber:
su breve encuentro con su primo Santiago Roncagliolo.
Sé que un libro como este podría
despertar más de una especulación en cuanto al género en el que debe
inscribirse. En lo personal, no soy partícipe de estas taxonomías, aunque si me
permitiera abrigar una, hablaría de un híbrido. Suele decirse que basta una
gota de ficción para teñir todo un texto de ficción. En esta oportunidad,
reniego de ese dicho y prefiero ver el libro como uno de no ficción, cosa que
aún sigo con la resonancia de Verdad que me ha deparado su lectura.
Otra impresión que me ha dejado La imaginación del padre es que
reafirma, y para variar una vez más, el gran momento de la narrativa chilena
actual. En estos últimos años, ya sea por intereses literarios, o por apego
emocional a Santiago, he tenido la oportunidad de leer novelas y cuentarios de
autores chilenos. En alguna ocasión presenté una muy buena novela chilena y por
esas cosas de la vida recibo no pocos libros del sur. Pues bien, en estas
lecturas he encontrado un nivel de calidad que sustenta una realidad narrativa
a la que haríamos bien en frecuentar, yendo a lo seguro con autores como
Rodrigo Olavarría, Claudia Apablaza, Antonio Díaz Oliva, Romina Reyes, Pablo
Toro, Diego Zúñiga, Francisco Díaz Klaassen, Constanza Gutiérrez, Matías
Correa, Juan Pablo Roncone, Felipe Becerra, Simón Soto, Daniel Hidalgo, Maori
Pérez y Esteban Catalán.
…
Publicado en LPG
356
Me levanto temprano, con la idea de ver
una película que me saqué del sinsabor de la noche del domingo. Creo que lo
dije más de una vez, soy una persona de cábalas y cuando menos caso le hago a
estas, no me va bien. Cada vez que le he hecho caso a la voz interior, así sea
peligroso lo que esta me diga, me ha ido bien. Aunque siempre queda latente lo
que escuchas o lees por ahí, sea una opinión o una recomendación, que se cuela
en tu mente como un virus.
Quienes me leen, saben que me gusta
mucho el cine, además, no me considero un posero que solo ve cine
independiente, de autor y de tantas y variopintas nomenclaturas que puedan
aparecer. Me gusta pasarla bien, así de simple. Miro sin problemas una de
Godard como una que la viene rompiendo en la cartelera. Preparo mi sensibilidad
para estas experiencias y la verdad es que no pocas veces he salido muy
contento, sin importar si la película sea buena o mala.
Mi domingo fue algo ajetreado. Visité
algunas librerías y recogí a mi madre del aniversario de la iglesia a la que
asiste desde hace más de quince años. Llegamos a casa cansados y lo único que
deseé era ver una película que me desconecte del cansancio mental. En la
sección de estrenos había varias potenciales, entre las que se encontraba San Andreas o La falla de San Andrés. También tenía otros caminos, pero recordé
que en cierta ocasión un pata me habló tremendamente entusiasmado de la
película. Según él, había salido conmocionado del cine. En realidad, nunca
confío en sus opiniones, mucho menos en sus sugerencias, pero como suelo ser
benigno, quise darle una nueva oportunidad y de esta manera, ahora sí, pensar
que no es un salado. Es que todo le sale mal a este compadre.
Sin embargo, mi voz interior me decía
que me desperece y vuelva a la etapa muda de Hitchcock con The Lodger (1927), o El
enemigo de las rubias. Mi voz, esa voz que tantas satisfacciones me ha
deparado, fue traicionada por darle una oportunidad a estos 90 kilos de sal.
No dormí bien. La falla de San Andrés es una porquería. Si algo tiene de
interesante, es la actuación de Paul Giamatti y las presencias de dos mujeres a
las que deberíamos seguir sin importar en qué sonseras decidan participar, un
par de mujerones, para ser más justo: Carla Gugino y Alexandra Daddario.
La culpa era totalmente mía. No haberle
hecho caso a mi voz hizo que me despertara con dolor de cabeza, algo que solucioné
con café bien cargado, que ayudó a que pudiera contemplar el paisaje de mi
parque y que permitió ver la amistad ente mi perro y mi gato. Entonces vi la
película muda de Hitchcock. Solo así las cosas se pusieron en orden.
domingo, septiembre 13, 2015
seudolibreros
Me levanto a las nueve de la mañana y me
pongo a leer la columna de Niño de Guzmán en Perú 21. En su artículo escribe
sobre la paulatina desaparición de las librerías en España; sigo leyendo el
texto, en donde el escritor ahora se centra en el contexto peruano.
Entonces se refiere a los seudolibreros.
Niño de Guzmán habla del aprovechamiento
comercial de estos mercachifles de la cultura durante las ferias de libro para
luego desaparecer el resto del año.
Ya lo he dicho más de una vez, en este
país no hay libreros, solo vendedores de libros.
Así es, contados libreros, entre los que
me cuento.
Sin embargo, lo que llama mi atención de
la palabra seudolibreros, es que estuve pensando en la misma anoche, muy cerca
de las ocho y treinta, cuando me disponía a cerrar la tienda de la librería.
Tenía algo de dolor de cabeza a razón de lo poco que había dormido, mi ánimo
entonces no era el de los mejores, pero ese dolor de cabeza no me amilanó. Pese
a lo que te ocurra durante el día, tienes que cumplir tus compromisos, como los
amigos que vinieron a hacer un reportaje sobre los libreros del Boulevard
Quilca, a quienes guíe como un Anthony Bourdain, pero de libros. Estuvo
simpática la grabación del reportaje y, ni bien se terminó, en una regresé a la
tienda.
Cerca de las seis de la tarde, solo
pensaba en ir a casa. Así es que cuando cerraba, barajaba posibilidades para fugar,
o sea, pasar rápido por la aglomeración congregada que celebraba un aniversario
más de Perú Posible en el Parque Francia. Me pregunté si valía la pena cruzar
el parque Francia, la pregunta tenía asidero, habían cortado el tráfico en
Quilca y Camaná. Es decir, no tenía el taxi a la mano.
Decidí, pues, tomar el taxi en Wilson.
Prendí un cigarro y vi a pocos metros de mí, en donde lo que fue El Averno, a
ocho personas, en estado etílico, agrediendo a un señor. Más puñetes que
patadas recibió el señor. Nadie hacía nada, salvo yo, que me acerqué. Pero la
sorpresa (quizá cometa mucha ingenuidad al decir sorpresa) la sentí cuando me
percaté que los agresores y el agredido eran precisamente personas dedicadas al
comercio de libros. Personas que a lo largo y ancho de Quilca y alrededores
tienen locales dedicados a la venta de libros. Más allá de los motivos que
originaron ese acto cobarde de golpear a uno entre ocho, en el que tuvo que
intervenir la policía a los treinta segundos que empezara a poner orden.
El mandamás de los abusivos, un tipo al
que medio mundo llama Chango o Changó, sostenía una botella de cerveza en la
mano derecha y un cigarro en la izquierda. Lo observé y estiré mi mano para
quitarle el cigarrillo y así prender otro mío. Obvio, mi actitud era provocadora,
actitud que se refuerza más con los cabecillas de esta clase matonerías. Me
miró y me puse a hablar con él mientras la policía arreglaba el problema con el
herido, que no sé por qué, no se atrevía a denunciarlo. Mientras hablaba con
este sujeto, muy suelto de huesos me decía que era dueño de muchos locales en
el centro y de un par en otros distritos, llamándose un hombre de cultura,
reconocido por la Municipalidad, la Cámara Peruana del Libro y el Ministerio de
Cultura, a lo que agregué que también era reconocido en las comisarías cuando
se encontraba su archivo de antecedentes legales. Él se quedó callado al
escuchar esto último y como si las huevas le dije que era un fenicio cultural,
por decir lo menos. Claro, le tuve que explicar qué cosa era un fenicio, su
rostro de duda revelaba una profunda ignorancia. Pero lo que en realidad quería
decirle era que si tenía un problema con quien fuera, que lo arreglara él
mismo, y en otro lugar, cara a cara y no valiéndose de la ayuda de sus
chacales, tan bestias como él y que solo sirven para cargar cajas. Me dijo que
tenía mucho poder y no me quedé atrás.Le dije que lo que más gusta en la vida
era enfrentarme al poder, mejor si este poder es uno abusivo. La hija del tipo
se acercó y se llevó a su padre, pero el oficial lo detuvo y lo metió en el patrullero.
La borrachera, su estupidez reforzada por el alcohol, hacía que le dijera a los
policías las mismas idioteces que me acababa de decir.
Prendí otro cigarro y caminé a Wilson
para tomar mi taxi.
breve repaso de polémicas
Hace un mes, o casi un mes, vino a la
librería una lectora de mi blog. De ella puedo decir que es una buena lectora,
conocedora de clásicos y de lo que debe conocer de narrativa contemporánea. Me
gusta cuando recibo las visitas de lectores y lectoras, a los que he podido
ayudar como un Virgilio de lecturas. Ella, la que me visitó, venía con una
clara intención de ponerse al día con la narrativa peruana actual. Como nueva
lectora informada de narrativa peruana actual, tenía toda la intención de leer
a las nuevas voces que estaban marcando la pauta en nuestras letras. Noté que
su interés era real, por ello, le pedí que anotara los títulos de los autores
que debía leer. No todos los títulos eran de mi agrado personal, pero eso no
importaba, porque siempre he creído que los libros que no me gustan no
necesariamente tienen que ser malos, y lo digo con conocimiento de causa: hay
libros que no me gustan, pero que a nivel formal y temático bien puedo
calificar de interesantes, buenos, y en algunos casos, de obras maestras.
La lectora tomaba nota de los títulos
que le sugería. El asunto iba bien hasta que hizo un comentario que me dejó
pensando. Su comentario me llevó a recordar el ensayo que estaba escribiendo
sobre las polémicas literarias en el Perú, ensayo que avancé hasta la mitad y
que dejé por razones de presupuesto, ya que para llevarlo a buen término, debía
becarme tres meses, estar consagrado exclusivamente a él. Pues bien, lo que
dijo esta lectora reflejó un entusiasmó que yacía en una involuntaria ingenuidad.
Me dijo que le gustaba la camaradería que existía entre los escritores
peruanos, en donde la mayoría, mayoría que ella conocía por las redes sociales,
mostraba una actitud dispuesta al diálogo y el intercambio de ideas, algo que
iba en contra de lo que intuía: que la discrepancia entre artistas siempre ha
servido de acicate en la hechura de proyectos creativos individuales y
colectivos.
Sin duda, esta lectora estaba viendo
algo que no era. En buena onda le expliqué que no es lo mismo no decirse nada
por estrategia promocional que ser parte de un ambiente de camaradería pautada
por el diálogo y el intercambio de ideas. No existía lo segundo, una farsa
monumental. Más sí lo primero, la norma de conducta que motiva la aparición de
mucho narrador ahuevado de sí mismo.
Le pedí que tomara asiento. Pensé
también en la posibilidad de cerrar la librería e invitarle un café y empanadas
en el Queirolo, pero al final nos quedamos en la librería. El espacio era propicio
para contarle que las cosas no siempre fueron así, puesto que aparte de
talentosos poetas y narradores, sabios ensayistas, que pueda tener nuestra tradición
literaria, esta no ha estado libre de sus fuegos cruzados, siendo pues
escenario de más de una batalla encarnecida en pos del objetivo inmediato: el
reconocimiento unánime en vida, la canonización en mármol, la coronación en
laureles, la ovación, pues.
Más de una vez me he preguntado si la
ausencia de polémica hubiese perjudicado el discurso escrito de nuestras más
altas voces. Entendamos la polémica como un desfogue, emocional y mental, que
tan bien le hace a una mente creativa y pensante, hermética en su lucubración,
oxigenándola. Nuestras polémicas literarias tienen larga data, tenemos la de
Ricardo Palma y Manuel González Prada, sin lugar a dudas, dos de las voces en
las que bien puede descansar el pensamiento y la creatividad literaria escritos
en Perú. No es poca cosa. A saber, Palma es uno de los pocos escritores,
contados en realidad, que fundaron un magisterio literario en Latino América
durante el siglo XIX, magisterio proyectado en la siguiente centuria. No hay
mucho que decir sobre González Prada, el pensador, el poeta, la voz punzante
que marcó el derrotero de no pocos pensadores e intelectuales peruanos del
siglo XX. El punto de encuentro entre ambos escritores fue no menos que discutido,
en realidad no sabemos a la fecha por qué comenzaron a polemizar, algo que
podría nutrir hipótesis, cada cual más estrambótica que la otra. Pero esa
polémica entre dos mounstros de la cultura peruana, se tiñó de bajeza, las
alusiones sociales y raciales condimentaron el discurso, del que solo quedó
como insumo para las anécdotas que suelen relatarse en los bares, hasta el día
de hoy.
Entonces, nos preguntamos: ¿Si dos pesos
pesados de la cultura peruana entraron en una polémica, por qué no los demás? En verdad, todo escritor peruano está
llamado a polemizar. Obvio, hablamos de literatura. La literatura en el Perú
está por encima de las otras artes. Ninguna puede compararse con ella, por la
sencilla razón de que esta exhibe una tradición, una tradición con la que los
peruanos se identifican desde niños, una tradición que se sabe de ella sin
necesidad de conocerla, una tradición que justifica al Perú como nación. Sé que
esta aseveración puede sonar polémica y petulante. Pero comparemos la tradición
literaria peruana con las otras. El silencio, al respecto, es la mejor
respuesta y no ahondaremos en ello para no parecer abusivos.
Por esta razón, por la fuerza de la tradición
literaria, es que somos testigos de una furia no pocas veces desmedida cuando
los escritores ingresan al ruedo de la polémica. No solo ponen en juego un
punto de vista, también una identidad con relación a la tradición a la que
pertenecen. Esa apuesta sobrepasa a cualquiera, no importa cuán buenas sean las
intenciones, lo que los lleva a ganar una contienda discursiva es el ego, el
reconocimiento inmediato, la humillación del contrincante, la exposición de sus
taras intelectivas y, como bien se ha visto en algunos casos, la exposición de
sus defectos físicos, asuntos pues, escanciados de criollada que más de un
subnormal piensa que es humor, cuando de humor e ironía no tienen absolutamente
nada, porque nuestros protagonistas de hoy necesitan del ego de los de antes,
pero los de antes sabían del alcance de su obra. Ese ego de los escritores de
ahora se contradice con lo que sus poéticas ofrecen. Esa es pues la diferencia.
Las polémicas de antaño, sea la de Palma contra González Prada, la de
Mariátegui contra Sánchez, la de los Horazerianos contra Oviedo, por citar
algunos casos ubicados por el público no necesariamente lector de la literatura
peruana, tenían un trasfondo mucho más rico en obra en comparación a los de
ahora.
Al respecto, la última polémica de
consecuencias silentes, fue la que se libró en el 2005, la denominada Andinos
contra Criollos. Han pasado diez años y estamos en condiciones de aseverar que
los escritores que participaron en ella se sacaron la mierda y se dijeron lo
que tenían guardado durante décadas. Como se suponía, llegaron a bajezas
injustificables, bajezas que metaforizaron aquello que llamo el sentimiento
menor.
Revisamos los diarios y revistas de ese
2005. Analizamos las posturas de Miguel Gutiérrez, Alonso Cueto, Gregorio Martínez,
Julio Ortega, Oswaldo Reynoso, Fernando Ampuero, Alonso Alegría, Gustavo
Faverón y algunos más que en estos momentos no recuerdo. Ubicamos a cada uno de
estos escritores, conocemos su obra y cada quien puede darle el valor literario
que considere conveniente. Lo que pudo ser estimulante para la mente y el
espíritu, se torció en una sinfonía de insultos provenientes de ambos bandos.
Quien esto escribe, se interesaba en el tema de fondo: ¿Qué hacer para
descentralizar la narrativa peruana? ¿Cómo propiciar la promoción de los
escritores de provincias en Lima? Por eso, considero que esa polémica fue
desaprovechada. A diferencia de muchos, que consideran esta polémica como
banal, yo sí creí en su posible alcance. En mucho tiempo los escritores peruanos
de mayor trayectoria se decían las cosas sin titubear y en esa ausencia de
temor, se podían sacar varias conclusiones de provecho que nos permitieran
acceder a un panorama más justo y cabal del escenario literario peruano. Habíamos
ingresado en el vientre de la ballena, con la idea de conocer los circuitos que
la alimentan, no para salir despedidos por sus flatulencias. El tiempo ha
puesto algunas cosas en su sitio, entre los insultos hubo conceptos que a la
fecha son puntos de debate, como el tópico de la violencia política y su
frivolización comercial. Sin embargo, los que más perdieron fueron los
denominados andinos, a los que podemos ver tratados por la academia y los
medios de igual manera, incluso hasta mejor, en comparación a los que
criticaban cuando la polémica.
Cada vez que me hablan del tema, o cada
vez que lo escucho, no dejo de lamentarme por esa oportunidad perdida. Si un
escritor e intelectual piensa que las polémicas no son necesarias, asumiéndolas
como pérdidas de tiempo, pues algo debe andar mal en su cabeza, debe tener
alguna duda oculta respecto a su talento. Los escritores de esa polémica
entraron y fijaron posición, quizá algunas irreconciliables, pero la
establecieron. En cambio, lo que pasa ahora, lo que vemos en las redes, la
carencia de franqueza reforzada con una actitud amanerada de no quedar mal con
nadie es la norma que pauta y sobredimensiona un contexto literario que está
muy lejos de lo que dice que es.
sábado, septiembre 12, 2015
viernes, septiembre 11, 2015
jueves, septiembre 10, 2015
355
Me levanto temprano y busco una película
que me sacará del mundo al menos durante una hora y media. Entre lo que
seleccioné la noche anterior, tengo una que dirigió Ben Affleck, The Town, la que por estos lares fue
promocionada como Atracción peligrosa.
La vi cuando la estrenaron y la quiero volver a ver ahora para confirmar una
potencial certeza: el buen director y guionista que es Affleck.
Este interés no es nada gratuito. La
idea de volver a verla la tuve ayer en la tarde, ni bien terminé de hablar con
Manuel, un pata del barrio, a quien no veo en años y que obtuvo el número de mi
celular por cuenta de amiga, también del barrio pero que ahora no vive en él.
Me sorprendió esa llamada, principalmente porque no tengo ningún lazo con las
puntas que conocí en mi adolescencia, adolescencia que asocio a las conversas
con licor en el parque y partidos de fulbito signados por la mala leche y el
espíritu de ganar cueste lo que cueste. Prácticamente, soy el único
sobreviviente del barrio, sobreviviente de mi generación. Ahora hay otras
puntas, cada vez más idiotizadas, pero inofensivas en comparación a las que
conocí.
Manuel me habló del destino carcelario
de Carlos. Me dijo a grandes rasgos de que lo acababan de condenar a quince
años de encierro por tráfico de drogas. Mientras Manuel me contaba, permanecía
en silencio, puesto que no me sorprendía lo que escuchaba. Sabía que tarde o
temprano, ese sería el destino de Carlos. Manuel, no sé si en tono de broma (me
cuesta detectar los tonos de voz), me dijo que el abogado de Carlos había
argumentado que la culpa de sus acciones no era suya, sino del barrio en que
creció, un barrio cuna de delincuentes y criminales de alto vuelo.
Como lo escuchas, Gabriel, dijo Manuel.
Luego de hablar con Manuel, no me quedé
pensando en las idioteces del abogado de un subnormal, sino en el destino de
otras puntas generacionales. Todas ellas siempre han culpado al barrio de sus
acciones. Me quedé pensando en ese síntoma, es entonces que pensé en esta
película de Affleck.
martes, septiembre 08, 2015
354
Empiezo la semana con algunas sorpresas.
La primera, “Hombre sabio” sale de vacaciones y voy a tener que hacerme de ese
local de Selecta, porque el de siempre, aún no lo instalamos luego de las dos
agotadoras ferias seguidas que hemos tenido. En mi idea estaba que salía de
vacaciones a fines de este mes.
Me encuentro con “Hombre sabio” para que
me enseñe los trucos de la puerta corrediza. Y le pregunto qué piensa hacer en
sus vacaciones. Su respuesta es contundente: irá a Máncora a visitar a sus
amantes. Lo felicito por su viaje. Vamos a extrañar a “Hombre sabio”. Mi deseo
es que la pase bien y que regrese con las pilas y la disposición más recargadas.
Una vez instalado en la librería, me
pongo a acomodar mi espacio de trabajo. Mientras hago unos mínimos acomodos,
pienso en la agitada noche que he tenido, porque ayer en la mañana falleció mi
tío Elías.
Pensé en él en la mañana, aunque también
anoche cuando con mi padre nos dirigíamos al velorio. Le decía a mi padre que
la única figura de abuelito que tenía era precisamente la de mi tío Elías,
puesto que jamás conocí a mis abuelitos, ni por el lado de mamá ni de papá.
Solo a mis abuelitas.
De los 2 a 5 años viví en la casa de mi
tío Elías. Y puedo decir de él dos cosas: era un hombre bueno y generoso. Esa
bonhomía mi padre y yo la comprobamos anoche, cuando varios taxistas de la
urbanización 12 de Octubre, nos hablaron del tío Elías ni bien les dábamos las
señas de la dirección, señas que no teníamos del todo claras puesto que no
íbamos al barrio en más de treinta años.
En el trayecto a la casa del tío Elías,
pasamos por los lugares de mi niñez, de esa niñez que aún permanece en mi
mente. El colegio inicial, los parques y las pistas en donde solía jugar con mi
trompo. Aunque lo que más recuerdo de esa etapa en la casa de mi tío Elías fue
esa tarde en que me senté en el borde del techo, desde donde tiré a la pista 80
ladrillos de construcción. Uno por uno, imagino que en el lapso de dos horas.
Desde niño, ahora lo sé, tenía apego por la destrucción. Seguramente esa tarde
me encontraba aburrido y me llamaron la atención esas rocas de rojo pálido
colocadas en la azotea. Cogí una y la tiré a la pista. Me gustó el ruido de la
destrucción, como también la forma en que se desvanecía en la pista. Cuando
terminé de destruir el ladrillo 80, apareció mi tío Elías, que venía caminando,
fumando su cigarrito. Pude ver su cara de molestia. Entró a la casa, subió
donde me encontraba y me miró por tres interminables segundos. Luego me dijo
que lo acompañara y fuimos a comprar salchipapas para la familia.
Un hombre bueno, pues.
"usted está aquí"
No siempre tienes la oportunidad de
toparte con libros redondos, maduros y cargados de epifanías. Pues bien, esta
es la primera impresión que me dejó Usted
está aquí (Montacerdos, 2015) de la escritora colombiana Margarita García
Robayo.
La publicación está conformada por
cuatro cuentos y una novela corta: “Cosas peores”, “Algo mejor que yo”, “Lo que
nunca fuimos”, “Usted está aquí” y “Hasta que pase un huracán”. En cada uno de
estos textos somos testigos del enorme oficio narrativo de la colombiana, también
de su peculiar talento para fabular, pero en especial, somos partícipes de su
mirada y sensibilidad que la llevan a configurar fisonomías morales y
situaciones que se posicionan en la mente como esquirlas. Seguramente, en otras
manos más inclinadas al efectismo y el muestreo técnico, estas fisonomías
morales y situaciones arribarían más temprano que tarde en el fracaso.
No es poca cosa lo que digo. Esta
selección de textos de la colombiana no es más que un genuino canto al acto de
narrar, pero este acto de narrar parte de la sencillez y es precisamente en esa
sencillez de la poética de la autora en donde encontramos la fuerza de la misma
y entendemos por qué a su corta edad goza del prestigio que con toda justicia
tiene. En apariencia, los motivos de los textos pueden ser inanes, de los que
podemos encontrar una tradición que nos ha entregado de todo: un niño con
sobrepeso, una hija resentida con su padre, una posera intelectual que solo
quiere experimentar, un señor que no puede salir de un hotel y una joven que
solo desea irse de su país. Sin embargo, y lo que vale y quedará, es que la
autora eleva el motivo de sus relatos a niveles de perdurabilidad gracias a los
recursos de los que hace uso, siendo el humor y el sarcasmo el par de hilos
conductores que los justifican.
Los silencios de sus personajes y la voz
que narra sus peripecias, son los verdaderos protagonistas de los relatos que a
más de uno deja pensando y, por qué no decirlo, también muy quebrado y corroído
de hastío. No es para menos, como lector uno puede sentirse identificado con
las miserias y anhelos de estos personajes perfilados con honestidad. Al respecto,
barajo una especulación que recojo de la extraordinaria Iris Murdoch (me
permito un necesario paréntesis: ¿tú, lector, ya leíste a este Jumbo 747 de la
narrativa mundial?): “si reconoces tus limitaciones en narrativa, puedes llegar
lejos si practicas la honestidad en lo que escribes”. Pues bien, esta
especulación la puedo llevar a García Robayo y de esta manera tratar de
entender los cauces que motivan su ficción, una que se aleja del peso temático
de su tradición, una ficción que aborda los tópicos que horadan emocionalmente
al hombre de hoy y, felizmente para los lectores de buenos libros, canalizada
en una voz alimentada con ánimo festivo y odio tropicales (imposible escapar de
la voz cultural, en este caso, para bien y agradecimiento de los futuros
lectores de la autora).
Como dije en el primer párrafo, no
siempre tienes la oportunidad de encontrarte con libros redondos y epifánicos.
Cada relato es un elevado canto al acto de narrar, aunque no puedo dejar de
señalar mi decepción con el que titula la publicación. Ahora, que este mínimo
reparo no sea obstáculo para no disfrutar de un libro que nos presenta a una
escritora en todo el sentido de la palabra.
…
Publicado en LPG
domingo, septiembre 06, 2015
353
Lo más difícil del fin de semana fue la
desinstalación del stand de Selecta de la Feria del Libro de la PUCP. A pesar
de los requerimientos, me di maña para cumplir con todos los requisitos de
seguridad que ahora están pidiendo, aunque lo ideal sería que esos
requerimientos se hagan con la debida anticipación.
Como no tenía que cargar nada, solo
supervisar, aproveché el tiempo en ir leyendo una novela que se pinta de
magistral: El expreso de Tokyo de
Seicho Matsumoto.
No sabía nada de Matsumoto.
Y me alegra saberlo ahora. Y me alegra
más que este libro sea una novela negra en el más puro sentido del término.
Eso es lo paja del olfato lector:
siempre estás a la caza de buenos títulos, llevas a cabo tus cábalas, dejas de
lado las buenas costumbres literarias para convertirte en un hedonista de las
buenas historias. Es que soy un lector que necesita
historias, de nervio, con personajes con los que me pueda identificar, capaces
de sangrar más de lo que yo sería capaz de sangrar, personajes pues más reales
que los poseros con los que inevitablemente te cruzas por el camino.
Si el ritmo no decae, estaré terminando
la novela el martes, y si el tiempo me lo permite, haré una reseña de la
novela, que es lo que deseo finalmente.
Lo bueno, sin duda lo mejor, de este fin
de semana, fue que me di una caminata por La Punta. Cuando bajamos del taxi, la
idea era almorzar algo marino, pero la proliferación de restaurantes y
comensales que deglutían productos marinos hicieron que se me quitaran las
ganas de comer algo marino. Por un momento, barajé la posibilidad de salir de
La Punta y comer algo casero, pero las cosas pasan por algo, ya que vi un
restaurante de pastas, el cual era la primera vez que veía, puesto que venía a
la punta después de varios meses. Me quedé mirando ese restaurante. Su pinta
parecía más el de una casa. Y decidimos entrar allí.
Disfruté lo que pedí: canelones de pulpa
de cangrejo.
Luego caminamos un toque por el malecón
y disfruté como pocas veces de unos picarones. Quienes me conocen, saben que no
soy nada dulcero, entonces, si me gustaron los picarones el día de hoy, es
porque estos estuvieron buenazos.
Necesitaba un domingo así, libre y sin
preocuparme de nada. Sin tener que responder mails, ni Inboxs, alejado sin más
de las pequeñeces de la vida.
sábado, septiembre 05, 2015
352
Me levanté temprano. Mi idea era
desayunar tranquilo, mientras leía los diarios del día y respondía algunos
mails. En algunas horas, cerca de las 3, me encargaría de la desinstalación del
stand de Selecta en la Feria del Libro de la PUCP. Tenía todo listo para supervisar
la cargada. Los hombres contratados cumplían con las exigencias de seguridad
que viene exigiendo la universidad desde esta edición.
Entre los mails que revisaba, un lector del
blog me comenta, casi extasiado, la película Adaptation de Sipke Jonze. Le respondo, reforzando más su impresión,
porque es una película que me gusta también. Aunque me es imposible no sentir
una desazón, porque hasta la fecha no puedo leer el libro que inspira la
película: El ladrón de orquídeas de
Susan Orlean.
Con este libro de Orlean tengo un
escozor emocional. No lo he leído por huevón, por haber sido lo que más critico
de los demás. Un confiado. Me fastidia pues subestimar las situaciones, peor
cuando hablamos de personas. Durante años buscaba ese libro, aunque el mismo no
estaba dentro de mis prioridades. Cierta noche de agosto del 2013, caminaba por
Camaná rumbo a casa. Tenía algo de tiempo y no me sentía cansado, así es que
ingresé a un galpón de libros y me puse a buscar desconfiadamente. Quizá fue mi
mirada desinteresada la que hizo que me fijara en este libro de Orlean. Tenía dinero
para comprarlo y me dije que la compraría al día siguiente. Total, al menos en
Lima poca gente conoce a Orlean. Y muy poca gente sabía que del libro se hizo
una película. Entonces dejé pasar la oportunidad para comprarlo al día
siguiente. Al día siguiente me acerqué al galpón y el libro seguía allí,
mostrándome la maltratada silueta de su lomo.
Igual que la vez anterior: no lo compré.
En esa actitud estuve durante varios
meses.
Hasta que cierta noche de finales del
2013, me animé a comprar el libro. Cerré la librería con el apuro feliz de los
presos de la ansiedad. Llegué al galpón, sudado, sabiendo que pasaría la
madrugada leyendo ese libro. Pero la cagada. El libro ya no estaba. Lo había
visto dos días antes y ya no estaba. Respiré hondo e intenté sobreponerme.
Todavía busco el libro y le he
pedido a mi amigo El Caminante que me lo consiga. De hacerlo, le pagaré con
tres buenos almuerzos.
viernes, septiembre 04, 2015
jueves, septiembre 03, 2015
351
En el penúltimo día de la Feria del
Libro de la PUCP, una banda de Bossa Nova toca en vivo para los que estén de
paso por aquí. Me acuerdo que debo llamar a un amigo y para ello tengo que salir
del ambiente de la feria. Es mucho tiempo el que no hablo con Carlos, aunque me
crucé con él en la última FIL, en donde hablamos, pero no con la comodidad que
pudiera esperarse de una conversa entre patas. Le pido a Pamela y Carla que me
vean el stand durante un rato, aunque la petición es lo de menos porque si algo
puedo decir de esta feria es que hay mucha seguridad, además, el alumnado es
respetuoso con la propiedad ajena, al menos, esta es la impresión que tengo en
los años que vengo asistiendo a este mundo verde, aunque, como también señalan
otros expositores, nunca faltan los energúmenos.
Camino hacia en Pabellón H y llamo a
Carlos. Le pregunto cómo ha estado y lo primero que me dice es que lo encontré
de casualidad porque ahora está viviendo en otro lugar con su novia. El número
fijo de su casa era el único medio que tenía a la mano, además, nunca le
escribo al mail porque no responde los mails. Entonces, saludé esta oportunidad
del azar. Y aunque la consulta que le hice no generó la respuesta que esperaba,
me gustó saber de su vida, de lo que está haciendo en estos últimos meses,
dedicados como pocos a la investigación histórica.
También le conté lo que estaba haciendo,
de los nuevos planes que tendré que concretar en las próximas semanas y de
nuestros amigos en común a los que nos vemos en varios meses. Carlos me
preguntó por uno de ellos y le dije que hacía unos días lo acababa de ver y que
se encontraba bien. Hubo pues un tiempo que los tres nos dábamos grandes
caminatas que iban desde La Victoria hasta Miraflores, eran caminatas
circulares y la mayoría de las veces en aroma de la maravilla verde. En lo
personal, reconozco que aprendía mucho de Carlos, no pocas cosas que sé
últimamente y que he llevado a la práctica, han provenido de su cantera de
lector.
Seguimos hablando un toque más y nos despedimos. Al
regresar al recinto ferial, la música Bossa sigue escuchándose y desde mi
posición veo que hay gente en mi stand, aunque habría que hacer una aclaración,
porque son mujeres, lectoras, como para tomar una foto desde mi distancia. Entonces
le pregunto a Carla si con su celular puede tomar una foto de la avidez por la
lectura que genera mi stand. Carla me hace el favor y me pregunta si la voy a
subir al Face de la librería. Le digo que no, que no sintonizo con el
autobombo, que no me interesa dejar registro público de las cosas que hago,
sino solo guardar recuerdos y sensaciones de los que participan, hasta
tangencialmente, en lo que hago, al punto que ni siquiera grabo las entrevistas
públicas que realizo en El Virrey de Lima.
miércoles, septiembre 02, 2015
350
Me sorprende el día de sol y me demoro
en tomar el duchazo mañanero porque mi perro ha escondido mis sandalias. Mi
cuñada me advirtió de la hiperactividad de este pequinés, y pese a estar
preparado, me quedé chico en mis pronósticos. Me di por vencido, si seguía
buscando la guarida de calzado que ha construido el cachorrito, iba a demorar
en abrir el stand de la librería en la PUCP.
Salí con algo de apuro y pese a usar
algo ligero, sentí la punzada del calor, hecho que hizo que recordara mi vía
crucis del último verano, seguramente el peor en años. Tomo un taxi a la
universidad y en vez de seguir leyendo Paisaje
sudafricano de Coetzee, me pongo a pensar en la posibilidad de no hacer
nada en el verano. Para ello, debo ahorrar, ser más inteligente en mis gastos
y, de esta manera, poder pasar esos meses en algún departamentito de Chaclacayo
y sentirme seguro y productivo bajo el amparo del frío.
Esta es una idea que he venido barajando
desde hace mucho tiempo y creo que ya es momento de llevarla a la práctica, a
la verdad en esencia, abandonando los meros e ideales deseos personales, es
decir, no quedarse en la enunciación. Para mí, esto no es poca cosa, tengo un
serio problema con el calor, con lo inclemente que pueden llegar a ser los
rayos solares, con las secuelas que dejan en mí
y por lo que me cuesta salir de esas secuelas. Más de uno no me cree
cuando les hablo de esto, tienen que verlo para saber que es cierto, tal y como
ocurrió hace unos días con una pareja de enamorados, pareja amiga mía, que fue
testigo de un súbito sangrado nasal.
La paranoia se apoderaba de mí. Hace
unos días leí que en el verano tendríamos una temperatura de 35 grados, como
mínimo. Quizá esta paranoia se refuerza con la sensación térmica que hay dentro
del taxi. Debía calmarme un poco, respirar y hacer que las cosas vuelvan a su
cauce natural, como estar pensando en lo que debo estar pensando, haciendo lo
que debo estar haciendo. Mi cajetilla estaba vacía y opté por pedirle al
taxista su periódico que tenía enrollado al lado del cambio. Me pongo a leer
como leo los periódicos: de atrás hacia adelante. En estos instantes hace falta
desgracia ajena, que ubique en su exacto nivel la ridiculez de la mía.
martes, septiembre 01, 2015
349
Al mediodía fui con mi madre al
cementerio Parque del Recuerdo, en Lurín, a visitar a mi abuela. Ha pasado un
año sin mi abuelita y al respecto, no lo pienso mucho: doy gracias a Dios por
haber permitido que una mujer como ella me haya querido tanto. Me gustó pasar
este tiempo con mi madre, quien, al igual que mi abuelita, no dejaba de darme
consejos mientras acomodábamos las flores que más le gustaban a mi abuelita.
También me gustó que hayamos sido las únicas almas en todo ese inmenso campo
verde del cementerio, viendo desde nuestra posición el mar y sintiendo, de
cuando en cuando, el aroma proveniente de las olas.
Regresamos a casa y almorzamos.
Se supone que no iría hoy a la feria de
la PUCP. En realidad, no quería ir, mi idea era quedarme todo el día con mi
madre, pero debía ir porque tenía que presentar el poemario Lección de las aves de Eduardo Reyme.
Para desperezarme, tomé otro duchazo y salí sin más a la feria. La presentación
era a las cinco de la tarde. Tomé un taxi, pero el taxista, de pinta canchera,
tomó la vía más larga. Estuve a punto de llamarle la atención, pero cuando le
pregunté si se podía fumar (algo que hago siempre con los taxistas), su
respuesta afirmativa hizo que dejara para después la queja sobre su pésima
elección rutera.
Llegué diez minutos tarde y llamé a
Eduardo para decirle que me espere si en caso la presentación ya hubiera
empezado. Me dijo que me podía esperar cinco minutos y caminé tranquilo,
repasando lo que había anotado en mi libreta. Con las ideas frescas me ubiqué
en el asiento que se me había asignado y dije lo tenía que decir del poemario
de Eduardo.
En líneas generales, su poemario es una
confirmación de la evolución de su talento. Lección
de las aves tiene lo que busco en poesía: quiebre emocional y verdad. La
voz que ha encontrado Eduardo es una voz rota que refleja una sensibilidad que
se nutre de la nostalgia crítica. Quizá pueda sonar exagerado, pero Eduardo es
una estimulante confirmación que me permite pensar en que no todo está perdido
en la poesía peruana que se viene escribiendo en estos últimos años. Esto es lo
que me gusta de estas cosas: presentar poemarios genuinos en donde sí es
posible encontrar una verdad.
Tampoco puedo pasar por alto las palabras
de Eduardo, quien no quiere estancarse en un género literario. Vale. Esa es la
actitud.