miércoles, agosto 31, 2016
Ayer martes tuve la oportunidad de
presentar el libro de Jorge Coaguilla Mario
Vargas Llosa. 80 años. Entrevistas escogidas (Revuelta Editores, 2016). Se
trata de una edición aumentada de este conocido libro de Coaguilla, en el que
reúne las más importantes entrevistas a nuestro Nobel de Literatura, que nos ayuda
a comprender la trastienda vital y literaria del hacedor de novelas capitales para nuestra tradición como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, La casa verde y La guerra del fin del mundo, novelas a las que siempre vuelvo, más
ese maravilloso libro de memorias llamado El
pez en el agua.
La presentación fue todo un éxito, Alfredo
Barnechea, Jorge y yo dijimos lo que teníamos que decir y el público quedó
complacido. No hay que perdernos en deducciones: Barnechea fue el que habló más,
prácticamente dio una clase de maestra y dejó en el imaginario de los asistentes
lo que debería ser un político culto e intelectual. Se lo reconozco al ex
candidato presidencial, sin pasar por alto los no pocos desacuerdos que se pudo
haber tenido con él durante el fragor de la pasada campaña electoral.
Llegué antes de la presentación y me
puse a caminar por los ambientes de la feria, que a diferencia del año pasado, reflejó
una buena logística que va desde la distribución de los stands hasta la
presentación de los mismos. Es decir, el buen gusto en la arquitectura ferial,
más un auditorio que exhibía todas las comodidades necesarias. No es la primera
vez que se realiza una feria del libro en el distrito de Los Olivos, pero sí es
la primera vez que podemos hablar de una feria exitosa, no solo en lo
comercial, sino también en la asistencia de público.
Como ya señalé, no es la primera feria.
Recordemos las anteriores ediciones, como la llamada FELINO, que destacó por su
rotundo fracaso, lo cual llamó la atención, siendo Los Olivos el distrito con
más actividad comercial de la ciudad y uno cuya población es mayoritariamente
juvenil. Al respecto, este distrito está llamado a convertirse en un gran foco
cultural, el ideal para la promoción de la cultura y el fomento de la lectura.
Por lo que pude hablar con expositores y
autoridades ediles, me quedó claro un hecho a destacar: la voluntad política
del gobierno edil de turno, al mando de Pedro del Rosario, que no solo dio las
facilidades para el desarrollo de la feria, a saber, en el frontis de la
municipalidad, sino que apostó por la promoción de la misma. Pueden parecer
detalles muy sencillos, pero lo que debería ser una norma, es ahora una
cualidad, porque muchos distritos de la capital no brindan facilidades idóneas
para desarrollar eventos culturales como una feria del libro. El distrito de
Los Olivos marcó una diferencia, manifestó su apuesta por la lectura como medio
y fin del desarrollo humano, y esperamos que esta diferencia se siga repitiendo
en los próximos años.
martes, agosto 30, 2016
519
Nueve de la mañana y decido salir a
correr.
Pero antes estuve releyendo algunos
pasajes del libro de Barnechea, Perú,
país de metal y melancolía.
Y también escuchando en atosigante y
placentero repeat el “Glory” de
Television, cosa que libro mi mente hacia instancias de sensación canábica
luego de horas dedicadas a romperme la cabeza.
Cuando decido darme tres vueltas al
parque, desisto de la intención a razón de la lluvia. Si corro, lo más probable
es que me saque la mierda y le hago caso a mi instinto. Entonces, regreso a la
casa y me dispongo a ordenar algunas carpetas virtuales. Se supone que los días
adrenalínicos han pasado, pero no, lo que hay es una tregua con los mismos, y
disfruto de esa tregua.
Ahora, más despejado, me pongo al día
con algunas cuestiones a las que no he prestado la atención que merecían. De
todas ellas, un par para subrayar, pero desarrollaré una aparte, en un post no
numerado, por tratarse de un tema delicado, el cual abordé el año pasado en un
artículo que fue muy polémico y por el que más de un huevonazo pidió que me
denuncien por difamación y calumnia. Ajá, hablo de los chanchullos editoriales
que se viene haciendo veladamente con la plata de los cusqueños… Lo que dije
está sucediendo…
Me sirvo la primera taza de café del día
mientras observo la reacción que por estos lares ha suscitado la reseña de
Lorena Amaro sobre La distancia que nos
separa de Cisneros.
Así es, dije reacción. De la reseña no
tengo mucho que decir porque está bien sustentada. En más de tramo estoy de
acuerdo con Amaro, en especial cuando se refiere a un determinado tipo de
autoficción. Y en otros tramos no, obviamente.
Pues bien, si la reseña hubiera sido
positiva, no se estaría hablando de la misma. Y no me sorprende que no pocos que
la han rebotado sean escritores que la usan para reforzar el discurso contra el
amiguismo que, para ellos, signa a la crítica local, cuando lo cierto es que
esta suerte de indignados no son ajenos de esta práctica que con ahínco
señalan.
Claro que existe amiguismo en la crítica
local, pero hay que tener la suficiente fuerza testicular para nombrar a los
hacedores de ese amiguismo (un ejemplo de lucha contra el amiguismo, y sin
falsa modestia, este pechito, que lo ha hecho más de una vez). Es que allí
radica la gracia, nombrar, no jugar a lo fácil. A lo fácil juega cualquiera.
domingo, agosto 28, 2016
518
Domingo de sol y con muchas cosas que
hacer por delante. La principal de ellas, seguir pasando a Word las 120 páginas,
escritas a mano, que encontré en un folder escondido días atrás mientras ordenaba
mi pequeño almacén. Esas páginas eran del 2006 y de las mismas se publicó un
fragmento en un blog de aquel entonces. No esperaba encontrar ese folder, pero
de poco o nada me servía tenerlo como un archivo guardado si no tenía su versión
en Word. Entonces, le dedico una hora diaria a pasar las páginas a otro
soporte, que imagino, tarde o temprano me servirá para algo, quizá para una
reescritura y para saber qué es lo que puedo o no hacer con ese texto.
Me encuentro en viada, pero me doy
cuenta de que me falta el elemento nocivo de la escritura. Me quedé sin
cigarros y debo salir por una cajetilla, y lo hago mientras escucho por el móvil
una clásica canción de Lou Reed, que me la ha pasado una guapa activista
newyorkina.
En el trayecto me cruzo con algunas
amigas del barrio, las hermanas Bernardo, que no conformes con mi saludo de
lejos (aún andaba en sueños), se me acercan. Ellas ya no viven en el barrio
pero sé que los domingos vienen a visitar a su mamá. Nelly y Paquita, lo
recuerdo, eran la sensación todo Apolo, hasta recuerdo que varios jugadores
profesionales venían desde Breña, el Rímac y, obviamente, de Matute, a
buscarlas. Hablo pues de la primera mitad de la década del noventa, años en los
que futbolísticamente destacamos por las cañas de sus protagonistas. Más de uno
se moría por ellas, hasta hubo un jugador paraguayo que a nada estuvo de
comprar un grifo para ponerlo a nombre de Paquita. Nelly y Paquita me preguntan
qué ha sido de mi vida y les digo lo que estoy haciendo, algo que las sorprende
porque jamás pensaron que me dedicaría a un oficio “interesante”. Sonrío y no
me hago paltas de lo que opinan, porque esa es la amistad, no hacerse paltas,
sin importar las galaxias en las que habitemos ahora, sabiendo que la galaxia
que queda en uno, en mi caso, el de la adolescencia, tiene a las hermana Bernardo como protagonistas.
Me despido de ellas, pero me es
imposible no pensar en ellas, en especial en un hecho que aún recuerdo bien,
porque también se trataba de un domingo de sol como hoy, quizá el último
domingo de agosto de 1996. Aquel domingo, y por aquel entonces, ¿Paquita o
Nelly? salía con un patita abogado, a quien le gustaba hacer ruido con su caña
cada vez que venía a recogerla o traerla. Ese domingo, Santiago, el Bernardo Brother, y yo, nos dirigíamos a la canchita ubicada al lado de la comisaría a
jugar basket, íbamos medio fumados, por eso al llegar a la canchita nos dimos
cuenta de que nos habíamos olvidado del elemento esencial del deporte: la
pelota.
Al regresar a la casa de Santiago,
encontramos a ¿Paquita o Nelly? llorando en la puerta. Nos acercamos corriendo
y ella exhibía un par de moretones en la cara. Esa sola imagen hizo que
Santiago entrara rápido a su casa a la búsqueda de un cuchillo o un pico, pero
esa búsqueda tomó más tiempo del que pudo pensar. Escuché las razones de la
hermana de mi pata, razones que solo obedecían a una sola: había decidido
terminar con el patita abogado, quien no contento con ello, le dio un par de
puñetes en el rostro de la tentación apolina. La escuchaba y sentía rabia
contenida. Ella para mí era también como una hermana mayor (al menos, trataba
de hacerme esa idea). Y el huevas triste de su hermano seguía sin salir de casa
(recordé en ese instante que su padre había sido policía y se cruzó por mi
mente la razonable posibilidad de que esté buscando un arma oculta, cosa que no
debía sorprender, porque en cualquier casa de militar o policía, siempre hay
armas ocultas).
Consolé hasta donde pude a ¿Nelly o
Paquita? No podía hacer más. Lo único que ella pedía de la vida, en ese mismo
instante, era justicia.
Y Santiago seguía sin salir de casa.
Cuando me dispuse a ir a mi casa por un
vaso de agua para ¿Nelly o Paquita?, apareció el patita abogado en su cañaza.
Bajó del auto, tenía el rostro desencajado, apagado por las lágrimas secas en
la piel, sus dientes castañeteaban y no demoró en pedirle perdón a la mujer que
en el último año y medio había sido su enamorada.
Por esos últimos días, el señor
Maldonado, un buen vecino que se alucinaba fiscal, había estado techando su
tercer piso, por ello, fuera de su casa e invadiendo la pista, había un
montículo de arena, más pequeñas montañas de piedritas y, tácito, más de una
torre de ladrillo. Entonces, cogí todos los ladrillos que pude y se los tiré al
patita abogado, quien una vez en el suelo fue merecedor de mis patadas. No me
conformé con ello y volví por más ladrillos, aunque se me pasó por la cabeza
matarlo, tuve un momento de lucidez, y como este baboso había dejado abierta la
puerta de su auto, decidí destruir el interior de esa cañaza con una lluvia de
ladrillos.
Salieron los vecinos. Sin embargo, el
señor Maldonado, en vez de preocuparse por la agredida, me exigió que le pagara
los ladrillos que usé para la destrucción de la caña; otros, más cuerdos,
tuvieron una lectura rápida de la situación y le pidieron al patita abogado que
se largue del barrio y que, por su bien, no regresara jamás. El patita abogado
se quitó sin antes amenazarme y a cada amenaza respondía con el ademán de
tirarle otro ladrillo con toda la furia de mis catorce años.
Esto es lo que recuerdo en líneas
generales, no recuerdo quién fue la agredida, pero lo que sí recuerdo fue que
Santiago se demoró en salir a razón de un resbalón en su cocina acabada de
encerar, hecho que motivó la fractura del tobillo izquierdo y el brazo derecho
roto.
sábado, agosto 27, 2016
517
Me levanto más o menos tarde. Siento
algo de malestar, pero nada que un duchazo no pueda solucionar.
Una vez bañadito me alisto para comenzar
el día, pero antes, el café de rigor, que su solo hecho se ha convertido en un
elemento central en cada jornada signada por la lectura, la escritura y la
música.
Entonces, mientras bebo el café y
preparo más café para mi termo, me pongo a leer las noticias, a la caza de un
dato que me permita arrancarlo, teniendo para ello o una regla o una tijera.
Las cosas siguen en su normalidad, sin embargo, lo que uno teme, pero es
inevitable, puesto que laboralmente dependo de las llamadas que recibo en el
celular, el cual debo tener prendido. Antes me sentía feliz con el celular
apagado, y más allá de los meses transcurridos aún tengo que acostumbrarme a
esta nueva rutina.
Cuando vibró el móvil, algo me decía que
era “Mr. Chela”, y, efectivamente, era él, que me estaba animando a que vaya al
Don Lucho por unas chelas. Pero le digo que no me interesa beber en estos fines
de semana, que ando muy concentrado en varios textos y no pocas buenas lecturas
que se me han juntado. Entonces, le sugiero que no pierda tanto el tiempo en
los bares, que aún puede salir de las garras del alcoholismo y le pongo un
ejemplo patético de innata estupidez reforzada por el alcohol, ajá, así es,
solo me bastan dos palabras para graficarle el destino que solo él puede
evitar: “Cachetada Nocturna”. Entonces, “Mr. Chela” queda en silencio y un aura
de seriedad cubre nuestra conversación. Me jura que tratara de beber lo menos
posible, y para ello, a modo de contribución, le sugiero que deje de chupar de
a pocos, paso a paso, cachorro, si la
semana tiene 7 días, chupa 5 y así vas bajando la dosis. “Mr. Chela” promete
hacerme caso, cosa que dudo, pero cumplí con decírselo.
Hace tiempo Miguel me dijo que la
bohemia no tenía nada de malo, por el contrario, la bohemia resultaba necesaria.
El problema, y recuerdo su énfasis, era salirse de la bohemia. Eso era lo más
jodido. Él pudo salir de la bohemia de joven, claro, jamás abandonó el trago,
que tenía como un placer oculto, al punto que cada novela suya (y vaya que
escribió muy buenas novelas) venía con el homenaje a una bebida alcohólica.
Miguel sabía de los peligros del alcohol y la bohemia, que tienen ese poder de
quitar tiempo. Anoche lo constaté una vez más, mientras caminaba por Quilca y
Camaná, rumbo a Polvos Azules. En esas dos calles libreras, a golpe de 8 de la
noche, la sazón nocturna estaba armándose y la tentación era más que patente,
patas y flacas me llamaban, del mismo modo Richi Lakra, pero solo me limité a
saludar al paso, dejando el camino libre a la cachorrada, para que viva lo que
tenga que vivir y con la esperanza de que puedan zafarse de lo que deben vivir.
viernes, agosto 26, 2016
martes, agosto 23, 2016
516
Un día lleno de reuniones, día en el que
estuve por más de un distrito, reuniones de cara a las próximas semanas que se
me pintan de adrenalínicas.
Luego de la primera reunión en Barranco,
con Walter, me dirigí a Miraflores, pero en el trayecto me detuve por una
chelita y un sanguchón. De paso, maté algunos minutos viendo a la gente pasar
por el parque Kennedy, algunos de ellos, ya desprovistos de la vergüenza,
sumidos a la caza de bestias virtuales. Aprovecho en revisar mi correo y mis
cuentas de Face e Insta. Nada del otro mundo, aunque la cachorrada viene
discutiendo sobre un artículo de Iwasaki. Leo el artículo en cuestión y no me
parece que era para tanto la discusión, pero eso es lo que signa a la realidad
virtual: manifestar nuestra impresión primeriza que hay que tomar con buen
humor, aunque no pocos lo hacen, porque así hay que jugar: no voy a matar mi
hígado con el fugaz muestrario irreflexivo de los usuarios. Hay que pasar de
ello y en lo que se pueda concentrarse en lo que en verdad importa y lo que en
esos momentos más me importaba era otra chela.
Sigo en mi ruta y recibo algunas
llamadas que dudo en contestar, porque no tengo grabado los números que me
llaman y lo que no deseo es distraerme con promociones. Sin embargo, la
insistencia me hace pensar en que podría tratarse de un asunto que hay que
atender, así es que respondo al número más insistente. No era nada malo, porque
era “Mr. Chela”, que me preguntó por una novela de la que estuve hablando días
atrás en una reunión. Hice memoria y después de unos segundos supe a qué novela
se refería. Eso es lo que me gusta de “Mr. Chela”, que podría ser un gran
literato si no dependiera tanto de la chela, pero bueno, lo positivo de él es
que siempre profundiza en sus intereses, es pues un lector obsesionado y
bienintencionado, como tiene que ser un lector de verdad, que ve la lectura
como un placer que hay que compartir. Sin duda, estaré atento a la publicación
de su novela autobiográfica Buenos
criollos.
Luego de realizar los trámites me
dispongo en la ruta de destinos inevitables y me invade la sensación de que ya
debo regresar a casa cuanto antes, no sé a qué se debe esa sensación,
seguramente al tráfico que bestializa más esta ciudad. Pero antes, me siento en
la banca de un parque innominado y continuo la lectura de Bowie que, de no mediar inconveniente, acabaré en las próximas
horas, durante esos tiempos muertos dignos de la espera.
lunes, agosto 22, 2016
"crónicas de un país que ya no existe"
Cuando uno acaba la lectura de Crónicas de un país que ya no existe
(Sexto Piso, 2015), el recomendable libro del periodista estadounidense Jon Lee
Anderson, uno entiende, ahora sí en serio y por fin (y una vez más), que es
toda una pérdida de tiempo preguntarse si el periodismo y sus variantes de
registro, a saber, la crónica, son o no literatura. Pese a títulos que
tranquilamente pueden carpetear la pregunta, se sigue en ese círculo vicioso en
el que se citan la ignorancia y el prejuicio, la estupidez y la altanería;
pregunta innecesariamente recurrente que pone de relieve el temor de los que
precisamente más dicen saber de los alcances expresivos de la escritura. Lo
cierto es que el periodismo (llámese también No ficción) ya ha ingresado en el
imaginario de los lectores sin necesidad de trámites y permisos académicos.
Tanto un texto de ficción como uno de no ficción deben cumplir un solo
propósito: conectar, transmitir. Pues bien, lo dicho no nos impide señalar que
desde hace “algunos años” se viene forjando una peligrosa postura frívola
precisamente en un oficio en donde la frivolidad (¿aburguesamiento?) debe ser
visto como una peste y no como la marca en alto relieve en quienes se
consideran protagonistas o simpatizantes de la aún joven tradición del Nuevo
Periodismo (aunque un par de visitas a las bibliotecas bien nos puede indicar
lo contrario a lo “nuevo”).
Lo sabemos: JLA es uno de los actuales referentes
mundiales del periodismo, toda una leyenda viva que en este libro, publicado
por entregas entre el 2011 y 2015 en la revista The New Yorker, y editado como
tal primero en español antes que en inglés, brinda una cátedra que más de un
amante de la crónica y entusiasta de la no ficción debe seguir como si tratara
de un mandato bíblico. Veamos: JLA la tiene clara: así como escribir bien no es
suficiente para hacer gran literatura, escribir bien tampoco es suficiente para
escribir gran periodismo. Aunque esté demás señalarlo, por tratarse de una
obviedad, la prosa de nuestro autor sigue exhibiendo los senderos estilísticos
ya recorridos y que hemos celebrado en títulos como Ché Guevara. Una vida revolucionaria, La caída de Bagdad, La tumba del león, La herencia colonial y otras maldiciones y El dictador, los demonios y otras crónicas.
Un libro como el que nos convoca no
tendría razón de ser únicamente a cuenta de su muy buena prosa. Para JLA
resulta insuficiente. Y como ya es un sello de la casa: nuestro autor escribe y
reporta desde el lugar de los hechos. En el presente título nos narra los últimos
meses de la dictadura de Gadafi y de los posteriores ecos que generó su muerte.
Por más de cuarenta años este dictador hizo lo que quiso en Libia. Pero JLA no
cae en los conceptos generales que podamos tener del dictador, sino que nos
presenta a un peculiar hombre carismático y excesivamente atractivo que en 1969
derrocó al rey libio Idris I, hecho que supuso una esperanza para los libios que veían en aquel joven de 27 años al líder que los sacaría de la opresión y
también de la pobreza, específicamente de la pobreza, siendo pues Libia uno de
los países más ricos del mundo. Gadafi llegó al poder con un discurso premunido
del aliento izquierdista y de enfrentamiento contra el abuso imperialista de Occidente.
No por nada a Gadafi se le llamó el “Ché Guevara árabe”. Lo que nadie imaginó
en ese entonces fue lo que haría ese joven militar en el poder y de lo capaz
que era con tal de cuidar precisamente ese poder con el que configuró la
identidad de toda una nación.
Sin juzgar y lejano de la mera
descripción de sucesos, nuestro autor opina valiéndose de los recursos
intelectuales que le brindan la sociología, la historia, la antropología y la
filosofía. Solo de esta manera JLA puede escribir de Gadafi, de Libia, que a
fin de cuentas son lo mismo. Desde el registro del periodismo es prácticamente
imposible centrarse en esta figura protagónica de la historia política mundial.
Gadafi es pues un personaje histórico fascinante al que no solo vale abordarlo
desde una sola mirada, sino desde distintos ángulos por tratarse de un peculiar
fresco individual y social. No es para menos, a razón de Gadafi Libia se ha
convertido en un país destinado, entre varias perlas, a ser un espacio
geográfico de descanso y entrenamiento para terroristas internacionales. Ocurrió
en la década del setenta y ocurre hoy en día: Libia es un punto de paso para el
Estado Islámico. Este es uno de los tantos legados del dictador.
En más de un pasaje uno se pregunta si
Gadafi es una exageración del mito, pero no, no se nos presenta una
exageración, sino una realidad que pauta los destinos de Libia aún sin su
presencia. He allí pues el punto de quiebre de JLA con otros reportes sobre lo
que ha venido y viene ocurriendo en Medio Oriente. JLA no nos muestra una
realidad histórica inmediata caracterizada por la impresión informativa, lo que
hace es mostrarnos una realidad histórica inmediata enfocada en la profunda
reflexión y el sesudo análisis. JLA hace historia y también historia mínima,
esa que no se ve, pero que tiene que consignarse para completar el fresco que
nos quiere relatar. Por ejemplo, las dificultades de los colegas de oficio para
enviar a sus medios de comunicación sus reportes y archivos visuales. En estas
páginas jugarse la vida no es un cliché, sino un riesgo en pos de informar una
verdad, sin importar si esta verdad sintoniza o no con las afinidades políticas
e ideológicas de quien la reporta.
Solo una advertencia: el lector debe
superar las primeras veinte páginas, maculadas de exceso de información y con
una pesadez estilística no vista antes en los textos de JLA. Superado este
óbice narrativo, el libro muda de piel hasta ser lo que es, un librazo, una
joyita para apreciar y atesorar, pero ante todo, y con mayor razón en estos
tiempos de estupideces informativas fugaces, muy necesario para todos aquellos
que asumen el periodismo como una profesión, puesto que JLA nos subraya que el
periodismo no es una profesión sino un oficio al que se debe honrar con el
compromiso con la verdad y una constante formación plural, siendo sus principales
armas el lenguaje y la actitud infatigable en el cultivo de la inteligencia,
ergo, en el nivel cultural del que se hace llamar periodista.
…
Publicado en El Virrey de Lima
viernes, agosto 19, 2016
515
En una inevitable caminata por Mesa
Redonda, tras los pasos de unos cables para parlantes, sumergido en el
inacabable mar de gente, deseando salir de la multitud de la que se huye, me
topé con un lugar que bien puede justificar todos los sacrificios. Siempre he
parado por estas calles, pero otra cosa muy distinta es ponerse a buscar, a
preguntar, a explicar, como en mi caso, el tipo de cable para parlante que
necesitaba. Allí cambia el panorama, la contemplación queda de lado, dando paso
a una contenida desesperación.
Después de un par de llamadas en las que
me proporcionaron los datos esenciales para el tipo de cable que buscaba (sin
duda, estos adminículos encierran una ciencia oculta), compré el cable que requería.
Me retiré sin más, pero antes de llegar a Abancay entré una galería innominada,
porque quería saber el precio de una lámpara. El guachimán me indica que en el
tercer piso hallaré lo que busco y me dirijo hacia ese tercer piso. Una vez
allí, lo que veo son lámparas, pero muy distintas a las que busco, más bien son
lámparas de estilo palaciego. En ese piso no encontraría el tipo de lámpara que
busco, pero sigo caminando, como quien cumple con el recorrido, cuando
encuentro un stand en el que termino quedándome cerca de cuarenta minutos.
Espacio marcado por un buen gusto y un apego muy original por lo que podamos
entender por el pop. Cuadros de 30 x 20 de bandas y películas inspirados en los
referentes obvios de la cultura pop, dispuestos no solo en la pared, sino
también en cajas como si se trataran de vinilos. En la hechura y diseño yacía
el apasionamiento y conocimiento de su creador, llámalo estilo si quieres.
Compré tres cuadros, de Television, Pink Floyd y Stealers Wheel.
Sin duda, volveré a este stand.
Luego caminé al Virrey de Lima, en donde
coordiné con José Luis sobre los detalles finales de la conversa que hoy
viernes en la noche sostendré con Álvaro Portales sobre tu trabajo gráfico.
Tomé algunas fotos de la librería, en especial a ese antiguo tablero de ajedrez
que siempre ha llamado mi atención, el cual está en su mismo lugar desde hace
más de 15 años. Un tablero legendario testigo de históricas disputas.
jueves, agosto 18, 2016
414
Pienso en esta pregunta: ¿por qué en los
cines del norte, centro y sur de Lima las películas se proyectan dobladas y por
qué no en los cines de ese triángulo conformado por Miraflores, Surco y San
Miguel?
Bueno, se deduce que me gusta mucho el
cine, y en el caso de las películas extranjeras, sin importar su estatus
categórico, me interesa verlas subtituladas. No es posería, ni eclecticismo,
como podría pensar algún despistado, sino una preferencia/modo en que he sido
educado y formado al ver películas. A partir de esta gracia del
doblaje/subtitulado bien podríamos forjar una cartografía interior de lo que
viene pasando en el país y que muy poca gente toma en cuenta, aunque más de una
especulación habrá al respecto, especulación que podría partir de cualquier
tema, no necesariamente de lo que acabo de señalar en cuanto al cine. Lo
pensaré y veré qué hago en los próximos días.
Ayer estuve por San Miguel, distrito en
el que siempre me he sentido perdido, desde niño prácticamente, quizá a la
anchura de sus calles y la extensión de sus parques, lo que me lleva a
preguntarme si en este distrito hay o no parques medianos o pequeños. En unas
horas vería Jason Bourne en Cinemark,
pero mi idea inicial era ver esta película en algún cine del centro, cosa que
aprovechaba en buscar libros o música, hasta la misma hora de la proyección, y
así quería que fuera, pero lo que supe ese mismo martes fue que en todas las
salas de los multicines del centro las películas en idioma extranjero (o sea,
inglés) no iban subtituladas, sino dobladas. Entonces, fui hacia el sur, como
quien cambia el circuito de costumbre.
Como no había donde buscar libros,
decidí hacer hora por allí. En ese fugaz trayecto me encuentro de casualidad con
ND, mi impetuosa y salvaje amiga fotógrafa.
Con ella no hay huevadas, ni vainas con
respecto al nivel del periodismo peruano y para reforzar nuestras impresiones,
nos fuimos por un café, a uno de esos locales imperialistas en donde también se
puede picar los periódicos del día. ND, para reforzar lo que me decía, me
mostraba la frivolidad argumentativa, la visión plástica, de nuestros
maravillosos nuevos periodistas. No hay que pensarlo mucho, algo está
ocurriendo en el periodismo peruano, y no hay que hurgar más de lo que
supondría, como tampoco negar la evidencia: hay pues buenas plumas, gente
comprometida con la verdad de una vocación como el periodismo, que han
aprendido lo que han tenido que aprender, pero que no han llevado el curso que
en algunas maestrías extranjeras de escritura creativa se imparte: relaciones
públicas.
Escuchaba las palabras de mi buena y
aguerrida amiga, tenía razón en todo lo que decía, y no escribo de ella por
tratarse de mi amiga, sino porque la he visto en la práctica, he sido testigo
de su coherencia con un oficio cada vez más emputecido, que informa y se
indigna de acuerdo a los intereses de los patrocinadores. ND no es la única,
felizmente hay mucha más gente como ella, que conozco directa e indirectamente.
Los minutos avanzan y ya era hora de ir
a ver la película y le pregunto a ND si me puede acompañar. La idea le parece y
no niego que me siento un poco raro, porque después de varios años que entré a
una sala de cine. Consumo mucho cine, sí, pero en casa. Lo único que esperaba
de ayer: no experimentar la situación que me alejó de los cines, discutir y
masacrar a un inevitable huevón que en plena película hablaba por nextel.
miércoles, agosto 17, 2016
martes, agosto 16, 2016
513
Luego de desayunar, salí un toque a
fumar al parque. Sin embargo, me confié. No cerré bien la puerta.
En el parque, paseando, toda coqueta
cerca del árbol plantado por mi abuela paterna, Pinky, una perra cuya obsesión
es mi falso pekinés que responde al nombre de Onur.
Onur, imagino, despierta de su sueño
mañanero y con su pata derecha abre la puerta que comunica al parque. No lo
piensa mucho, corre tras Pinky. Me doy cuenta de lo que pasa y no me preocupo
mucho. Onur está en mi ángulo de visión, pero lo que no calculé fueron las
ansias de correr de Pinky, y Pinky, a diferencia de mi falso pekinés, tiene más
calle, más mundo. La perra no duda en correr por todo el parque, Onur detrás
como lo que es, un perro, y no “el niño peludo de la casa”.
Apago el cigarro cuando me percato que
los perros están muy cerca de las rejas que colindan con la calle Fortis.
Pinky, como si nada, pero mi perro no conoce esa calle. Ni mi padre ni yo no tenemos
la costumbre de pasearlo por allí.
Lo que temía ocurrió. Pinky sale por la
puerta de Fortis y Onur también. Entonces allí comenzó mi mañana. Tuve que
correr como no lo hacía en años. Pinky y Onur toreando autos y uno que otro
camión. No pues, mi perro no estaba para esas huevadas, no tenía el sentido de
realidad que sí tiene la perra, que sabe en dónde y cuándo alejarse de los
seres motorizados. En cambio Onur, como si nada, creyendo que esos seres
motorizados son perros con armadura.
Tuve que detener hasta tres autos y un
camión de mudanza. Entonces, supe la verdad de la situación, Onur se movía al
capricho de Pinky y a Pinky me dirigí e hice que entrara al parque y Onur se
fue tras ella, pero ahora dentro del parque. ¿Problema solucionado? Pues no.
Ahora la perra corría en dirección a la otra puerta, la que conecta con Tres de
Febrero, calle que sí conoce mi perro, pero que poco o nada le importaba
conocer, porque ya estaba obnubilado en su salvaje estado hormonal.
Corrí tras los perros y, para mi buena suerte,
una pareja entraba por la puerta de Tres de febrero. No conocía a la flaca, pero
sí al pata, a quien he visto crecer. Le pedí que le obstruyera el paso del
falso pekinés, cosa que hizo con eficiencia ante la mirada amorosa de su flaca
por Onur.
Cargué al perro y este, como si siguiera
jugando, me lamió la cara.
lunes, agosto 15, 2016
512
Sin pensarlo, y qué mejor cuando haces
las cosas sin planificarlas, me sumergí en una maratón de películas de Woody
Allen.
Acababa de ordenar mi estudio y me
dispuse a leer una novela de Escanlar, pero antes de hacerlo, me percaté de que
mis películas en DVD estaban desordenadas, con una fila a punto de caer como
fichas de dominó, pero al vacío. Entonces, me puse de pie para ordenar y
prevenir esa posible tragedia. No me imagino el ruido que harían de caer las películas,
y lo más jodido, mi molestia sin atisbo de calma, porque me cuesta muchísimo
dormir, tengo el sueño muy sensible, detalle y gracia del insomnio. Mientras
acomodaba esa fila de películas, dos de Woody Allen llamaron mi atención: Deconstructing Harry y Celebrity.
Esas dos películas fueron el inicio de
una maratón que se extendió por cerca de ocho horas, en las que repasé las
películas que más me gustan de este director, en una suerte de limpia del alma
o del gusto, no pocas veces amenazado por la inevitable realidad, pero de
inevitable realidad no es de lo que quiero hablar por el momento, puesto que
los ecos de la marcha del sábado seguían su curso, marcando la pauta temática
de las conversas e impresiones, y eso me parece de la putamadre, porque fue un
suceso histórico, ajeno a la utilización que del mismo hace más de uno viene
realizando en las redes sociales, a saber, las fotos de su participación. Un
pata me hizo su comentario al respecto, resaltando, tan propio en él, un tono
de burla hacia las participantes del sábado, las que a como de lugar quieren
manifestar ante los demás que estuvieron allí.
Capté su idea y entendí al instante su
disparate interpretativo. Que más de una haya querido manifestar su
participación en la marcha, no es el punto de discusión. Los patas somos peores
al momento de figurar, sino, y para reforzar lo dicho, veamos lo que son
capaces de hacer nuestros escritores con tal de aparecer así sea del estribo en
los saraos literarios. En fin, lo que mi pata no entendía a causa de su
inteligencia horadada por una oligofrénica vehemencia para lanzar conceptos y
críticas, es que para miles de mujeres se trataba de la primera marcha que
hacían en sus vidas. Si la marcha fue lo que fue, si significó lo que
significó, se debió a esas mujeres que veían esto de las marchas y protestas
por tv o internet. Eso es lo que hace de la marcha del sábado un suceso
histórico, que como tal, merece ser promocionado y registrado todas las veces
posibles, porque solo así, con la llama del fuego temático, evitaremos uno de
nuestros más peligrosos lastres: el olvido rápido.
domingo, agosto 14, 2016
511
Luego de la euforia, con los ánimos más
calmados, me retiro del grupo y me dedico a caminar, a seguir caminando por las
calles del centro. En ese trayecto sin rumbo, se me antoja una chela en lata e
ingreso a una tienda. Al igual que en otras marchas, sucede un hecho que no me
gusta del todo: me topo y cruzo con más de un conocido y esta vez doy gracias
porque todos fueron conocidos, de haber encontrado gente amiga, la situación
hubiese sido distinta, y muy fastidiosa para mí, porque así esté mal de ánimo,
o cansado, me muestro pata, al menos en la conversa protocolar sin hipocresía
antes de abrirme.
El Paseo de los Héroes fue el destino
final de lo que sin duda se había convertido en el País de las mujeres. Soy de
la idea de que este país debe ser gobernado por mujeres de buena voluntad, eso,
buena voluntad, dejando de lado sus posturas políticas y discursos ideológicos.
Solo con ellas nuestros problemas serían otros, al menos imperaría el criterio
esencial en las soluciones. Lo de ayer fue el grito de las mujeres, grito que
ha marcado hito en la historia peruana reciente.
Mis pasos me llevaron a Alfonso Ugarte.
Mientras caminaba, me llamaron al cel y me dijeron que me estaban esperando en
una chupeta en un galpón de Camaná. Conozco ese galpón, que todos los sábados
lo cierran a las nueve de la noche para dar rienda suelta a un festín
alcohólico del que solo se sale en camilla. Ya he escuchado de las muchas
leyendas sobre ese espacio, de lo que suele ocurrir bajo los efectos festivos
del trago y las anécdotas contadas. No lo niego, lo pensé por un momento, pero
al final decidí seguir el camino sin rumbo, reconociendo las calles de las que
he estado ausente en las últimas semanas a causa de un malestar que no le deseo
a nadie.
Aproveché en comprar una cajetilla de
cigarros en una tienda de Bolivia. En la tienda, más de treinta mujeres
jóvenes, comprando agua mineral y cervezas. Habían estado en la marcha.
Compraban y cantaban a la vez. Me hice a un lado, esperando a que terminen de
hacer lo que tenían que hacer. Cuando compré la cajetilla, también me animé por
una chela en lata. La chela ligera en mi garganta, ahora sí totalmente
recuperado, sin los estragos del malestar que por más de un instante me hizo
pensar en la posibilidad de internarme. La gracia me deja una enseñanza de
vida: al menos, por muy buen tiempo, no comeré nada en la calle. Si tengo
hambre, me aguanto hasta llegar casa.
En las noches suelo ser tentado por los
antojos, pero anoche esa tentación no se presentó, y qué bueno que haya sido así,
porque solo me concentré recorrer sin recorrer calles, algunas recorridas horas
antes. Cuando me encontré con los libreros de Alfonso Ugarte, me puse a
conversar con ellos y, de paso, reviso qué es lo que tienen. Por lo general,
suelo quedarme más tiempo del que pensaba en principio. Y vaya que más de una
vez me he quedado hasta altas horas de la noche conversando con los libreros de
Alfonso Ugarte, a veces, al final de la jornada, esperaba a que ordenen sus
cosas y e iba con ellos por un chifa, y ahora que lo recuerdo, durante un
tiempo fuimos a ese chifa de la muñequita china que asesinó a los chinos del
Dragón rojo.
Compré un par de libros y me perdí en la
noche, que recién comenzaba.
viernes, agosto 12, 2016
510
A razón de la entrevista a Parra en SB,
me han llovido mails y mensajes de Inbox de Face. Contra lo que pudiera pensar,
las opiniones y preguntas poco o nada tenían que ver con la referencia final
que en la entrevista se hace de “Cachetada Nocturna”, sino a la fuerza
argumentativa de Parra, a su posición que él tiene como escritor, si es que
tuviéramos que llamarlo de alguna manera, porque sí sintonizo con la idea que él
despliega: no ser escritor para que, irremediablemente, lo seas.
Eso, pues: no ser escritor.
Y eso es lo que viene ocurriendo no solo
en la narrativa peruana, también en la latinoamericana. Hay mucho que se
alucina escritor y que pontifica desde esa posición alucinada. Claro, para
reforzar la idea, podría invitarlos a que revisen las cuentas virtuales de
nuestros preclaros protagonistas, tan duchos en la opinología; no hay tema que
no puedan abordar, pero al momento de argumentar, o bien se aferran al mutismo
o a los lugares comunes, o al insulto artero que solo puede ser comunicado en
las redes sociales, porque en persona, más de un payaso se te presenta como
pata, diciendo que no, que no quise decir lo que dije, la culpa fue de la
conexión, del Frente Amplio. En fin, entiendo a estos huevas, es por ello que las
respuestas de Parra sí nos brindan la esperanza de encontrar más personas que
escriban y que sepan argumentar con rigor, en autoexigencia.
Cerca de las dos de la tarde, me dirijo a
Chorrillos a recoger a mis padres de la casa de mi hermano. En el taxi, sigo
leyendo un libro de Lee Anderson, concentrado en lo que pueda estarlo en medio
del inevitable tráfico, pero avanzando contento entre las páginas. El taxista
me pregunta si puede salirse de la Vía Expresa, ya que hay un grifo cerca, cosa
que aprovecha no solo en llenar el tanque, sino también en cambiarme el billete
duro con el que le pagaría la carrera. Le digo que no hay problema.
El taxi subió por Canaval y Moreyra. O
sea, por la esquina con la Vía Expresa, en donde se encuentra el edificio de
estilo brutalista de Petroperú.
No lo niego, ni exagero: una cola de
cuadra y media, de hombres y mujeres, con sobres manila en la mano, y más de
uno con varios sobres. Pensé, en principio, que eran postulantes a una vacante
en Petroperú, y hubiese pensando así si no fuera por el tráfico, que obligó a
mi taxista a apagar el motor, hecho que me ayudó a mirar con detenimiento
esa larga fila de personas con sobres manila.
No puede ser.
¿Todos los escritores peruanos en busca
de trabajo, desde consagrados, medios y jóvenes por un puesto burocrático en
Petroperú?
Pero no. No demoré en saber la verdad.
Hoy viernes 12 es el último día de la
entrega de cuentos para el Copé de Cuento de este año. Como dije, más de uno
cargaba más de un sobre manila, todos exhibiendo cara de molestia, como si
estuviera prohibido hablar con el colega de al lado, también miraban las
pantallas de sus móviles, leyendo, o quizá descargando el App para cazar
pokemones. Miré a todos mientras el taxista encendía el motor, cosa que
avanzábamos algunos metros, pero uno llamó mi atención. En principio no le vi
la cara, porque estaba recogiendo sobres manila del suelo, que seguro se
desparramaron de la maleta con rueditas con la que los trajo. Conté los sobres,
o sea, los cuentos. Conté quince, aunque dentro de la maleta había más sobres.
Sin duda, este concursante quiere ganar
el Copé como sea. Ya sea por prestigio, si es que somos ingenuos, o lo que
manda: la plata. Me dio risa cómo recogía los sobres manila, las
babas goteando debido a los nervios, porque la cola comenzó a avanzar
rápido. Sin embargo, el patita de los sobres detenía el avance. Me dio pena,
porque más de uno que iba detrás le pedía que avanzara ya. Entonces, metió los
sobres como pudo y se acomodó los lentes.
Nada del otro mundo, a no ser por el
detalle de que el patita que estaba por enviar más de quince cuentos al Copé de
este año no era otro que “Cachetada Nocturna”, el ganador del Copé de Novela 2015.
“Cachetada”, el personaje de la semana.
Mi taxi avanzó y lo último que vi fue a “Cachetada”
gritando a los patas y flacas que iban detrás de él. “Ustedes no son ni mierda,
yo soy ganador del Copé de Novela del 2015, carajo, no me apuren, bestias”, les
dijo.
“Avanza nomás huevón”, le gritó un guachimán de Petroperú.
Tamare, “Cachetada” es una vergüenza
pública.
"la conciencia del límite ultimo"
En la pasada FIL de Lima tuve la
oportunidad de presentar, junto a Francisco Ángeles y Pablo Salazar Calderón,
la nueva edición de la novela La conciencia
del límite último (Tusquets) de Carlos Calderón Fajardo (1946 - 2015).
De lo dicho en la noche de presentación,
tengo algunos apuntes, los mismos que me sirven para ilustrar las impresiones
que me suscita esta edición, del mismo modo la figura de Calderón Fajardo, a
quien conocí, aprecié y admiré por su ánimo infatigable para contar historias.
Si algo recordaré de este escritor es
precisamente su aparente facilidad para escribir libros, sin importar los
registros ni los géneros, lo que me lleva a corroborar la sospecha que siempre
tuve de él: CCF era toda una máquina de narrar. Al respecto, le pregunté, en
una tarde mientras dábamos cuenta de varias tazas de café, por su método de
trabajo, a lo que me respondió que él escribía en cuadernos, puesto que la
escritura a mano le brindaba esa necesaria lentitud que le permitía, “en lo que
yo creo”, ejercer una escritura inteligente.
La relectura de esta novela me hace
pensar en esa lejana respuesta: la escritura inteligente. ¿A qué se refería CFF
con eso? O sea, repasando su obra, y más allá del nervio narrativo que sus
textos mostraban, y también más allá de la sensibilidad los mismos, había una
actitud narrativa por tensar el proceso de su escritura de ficción, que
traduzco como una estrategia por salirse del camino seguro y apostar por una
intención narrativa instalada en la peligrosa frontera de la indefinición genérica.
Una vez instalado en esa frontera, CCF podía, y vaya que lo consiguió, escribir
de todo lo que le vino en gana. Si analizamos someramente su obra, este fugaz análisis
nos lleva a una pregunta por demás retórica y reveladora: ¿de qué no escribió
nuestro autor?
En todos los registros y géneros que
abordó, la solvencia fue la marca de agua, aunque esta solvencia convivió en
algunos títulos con la irregularidad. A CCF le importaba poco si ingresaba a
los terrenos de la irregularidad, hasta pienso que lo hacía con el propósito de
conocer su pulsión narrativa y el alcance que podía ejercer en ciertos tópicos,
que, para ser sinceros, no fueron contados.
Hablamos de un narrador por demás raro,
extraño para los celadores literarios, y también extraño y sugerente para los
lectores. Al respecto, nos ahorraríamos mucho si llevamos a la práctica la sana
costumbre de catalogarlo como un epifánico narrador multigenérico. Al menos, de
esta manera pienso asumirlo de ahora en adelante y no hacerme problemas con la
extrañeza que más de uno le adjudica cada vez que intentan referirse a él.
Para hacernos una idea de la obra de
este contador de historias, haríamos bien en pensar en un laberinto minado con
sorpresas.
¿Cómo entrar y cómo salir de este
laberinto? No lo pienso mucho y menos lo tiene que hacer el lector que aún no
lo conoce. Bien dicen los que saben: los buenos y grandes escritores tienen
ventanas de entradas. Al respecto qué mejor ventana/puerta que La conciencia del límite último, a la
fecha, una de las joyitas breves de la tradición de la narrativa peruana,
compartiendo espacio con La casa de
cartón de Adán y La iluminación de
Katzuo Nakamatsu de Higa.
En su brevedad, La conciencia… exhibe el suficiente poder de obnubilar, cuestionar
y confundir al lector. Esta experiencia de la lectura no es gratuita, puesto
que siendo uno de los primeros libros del autor, este ya sabía a lo que iba,
qué era lo que anhelaba proyectar más allá de una historia enraizada en la
tradición de la novela enigma, es decir, partiendo de esa base genérica se
permitió más de una licencia para literalmente transitar por los registros
realistas y fantásticos, valiéndose de un personaje de mente endemoniada que
debía inventar historias, en principio por necesidad económica y poco después
por el oscuro placer de inventarlas.
Así es:
Novela de novelas (entendiendo la
sobredosis de su encapsulamiento).
Novela germen.
Novela seminal.
Novela que en sí sola se erige como una
de las mejores de su autor, novela sin la que no nos podríamos explicar el
proceso de la narrativa peruana desde 1990. Novela que tuvo un eco peculiar en
la década noventera y que a partir del 2000 comenzó a formar lectores, a
fortalecer convicciones en quienes sentían la pulsión por la escritura. Novela
que en su brevedad no dejaba de ser total, novela de una brutal riqueza
interpretativa que no ha envejecido.
Si había algo que detestaba Carlos
(ahora sí lo llamo por su nombre), era que se le catalogue como autor de culto.
Un escritor con tantos libros publicados (llegó a publicar hasta tres títulos
en algunos años), no podía ser catalogado de culto, puesto que la seguidilla de
títulos que entregó a las editoriales demostraba en los hechos una tajante intención
de ser leído y no confinado a un estrecho círculo de lectores. Carlos escribió
novelas complejas y a la vez atractivas en su desarrollo con el objetivo de
compartir experiencias literarias con los lectores.
miércoles, agosto 10, 2016
martes, agosto 09, 2016
Entrevista a Richard Parra
Es que se ha frivolizado la vida
literaria. Los saraos literarios son importantes y en cierto sentido
inevitables, pero hay que saber “salirse”, no entregarse al lustrabotismo.
Si hay que
pensar en vida literaria, pensemos por ejemplo en la de Arguedas, Revueltas o Vallejo,
encarcelados por gobiernos represores. En Mariátegui, enviado al exilio,
enfermo. Pensemos en Rodolfo Walsh, asesinado por el derechismo. O en Blas
Valera, nuestro primer escritor anticolonial, condenado al silencio, la cárcel
y la tortura. Guaman Poma también fue torturado. Se dice que Miguel Gutiérrez
también. En Sor Juana Inés de la Cruz, enclaustrada, callada por el poder. En
Giordano Bruno, quemado por la Inquisisción, en Walter Benjamin, asesinado por
el fascismo. Repensemos el exilio del Inca Garcilaso. La vida de Martín Adán u
Oswaldo Reynoso. El proyecto político de Flora Tristán. El suicidio de Virginia
Woolf o Klaus Mann. O la muerte de Pasolini. Pensemos en esas “vidas
literarias”.
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lunes, agosto 08, 2016
509
Después de una sana desconexión, con
algo de sueño previo al duchazo de la mañana, abro mi correo electrónico y me
topo con un mail que me deja perplejo.
Hace algunas semanas falleció un amigo que
escribía y al que quería mucho y este también me quería a mí. Como su muerte me
cogió de sorpresa, y como no tenía más que el número de teléfono fijo y su
mail, que sabía que revisaba su mujer, le escribí a ella, haciéndole sentir mi
pesar y diciéndole que contara conmigo para lo que guste. Obviamente, ese mail
era solo el primer paso, porque a las horas de enviarlo fui al velorio para
despedirme de él, verlo por última vez y pensar que no estaba muerto, sino
durmiendo. En esos segundos lo recordardé tal y como era, sin endiosarlo, y
quedarme con lo mejor que tenía, indefectiblemente, con su pasión por la
lectura, puesto que esta pasión hizo de él el narrador que fue, más un
compromiso político e ideológico pautado por la coherencia, así nos gustara o
no.
Como no me gustan los velorios, esa
suerte de reuniones sociales, dispuse a irme, no sin antes abrazar a la mujer
de mi amigo y decirle que contara conmigo; además, le di algunas sugerencias de
cara a los próximos días, esos días que en su aparente tranquilidad encierran
la violencia brutal de la ausencia del ser querido en medio de la rutina.
No supe de la mujer de mi amigo hasta
esta mañana, que recibí su mail de respuesta.
Sin duda, voy a responderle el mail.
Pero su respuesta, apartándome de su pesar por su compañero, me hace pensar en
algo que no se viene diciendo, aunque seguramente se dirá en los próximos días,
en ese mediano plazo que nos presentará una realidad no menos que brutal: la
ausencia de este amigo que escribía para el panorama de la narrativa peruana contemporánea.
Es decir, su actitud literaria es la que debería buscar todo aquel que sienta
una pulsión por la letra impresa: leer y escribir, lo que interesa, lo demás,
ser escritor, es solo una mera consecuencia. Este amigo era pues el anti
escritor. Mientras menos se mostraba, sus libros hablaban por él.
Hace algunas semanas, mientras caminaba
con José Carlos, un amigo que escribe y publica, le comenté que aún no nos
hemos dado cuenta de la verdadera resonancia de la muerte de Miguel, del
agujero negro al que ingresa la narrativa peruana sin él. O sea, no lo vamos a
negar: tenemos en nuestra narrativa otras voces mayores, pero en Miguel había
un proyecto de novela, una actitud balzaciana por querer relatar la vida
peruana, una actitud literaria alejada de la vida literaria. Mi amigo se quedó
pensando y al cabo de muchos minutos me dio la razón: sin Miguel, la narrativa
ha ingresado a un agujero negro.
sábado, agosto 06, 2016
508
Mañana de sábado. Me encuentro solo en
casa, porque mis viejitos se han ido donde mi hermano a recibirlo luego de una
semana de viaje familiar. Voy al baño y me remojo la cara. Y con las mismas me
dirijo a la cocina. En la refrigeradora, un generoso bisté. No lo pienso más de
la cuenta. Freiré el bisté y también tres huevos.
Preparo una taza de café mientras el
aceite calienta en la sartén. El aroma de la carne enciende los sentidos de Onur.
Cuando el aceite está en su punto, pongo la carne, con suavidad, no la tiro
como otra gente sí. Lo demás es pan comido. Le meto un poco de vino y listo.
Ahora sí, ese es el aroma que busco.
Desayuno rápido.
Luego de un fugaz descanso, dedicándome
a leer Somos y El Comercio, La República y Exitosa, me meto a la ducha.
En mi escritorio, tengo los apuntes que
hice en mi última incursión en la BNP. Me encuentro viajando en el tiempo, pero
ese viaje me está dejando una suerte de picadura en la punta de la nariz. Por
un momento, barajo la idea de usar mascarilla, aunque se supone que no es
necesario debido a los buenos cuidados que los bibliotecarios hacen del
material bibliográfico. La picadura se vuelve más insistente a medida que me
rasco más. Me he estado rascando más fuerte de lo que podría hacerlo. Entonces
me miro en el espejo. La punta de mi nariz en rojo intenso, como si mis fosas
nasales hubieran sido partícipes de un endiablado viaje de coca, pero no, lo
que parecía una molestia el día anterior, se ha convertido en una cruda
realidad en las últimas horas.
Me puse un polar y salí directo, primero
y con la esperanza de que sea el único destino para el problema, a la farmacia,
en donde un par de señoras y un médico conocen como pocos de los repentinos
atentados que sufre mi salud.
Les conté lo que me venía ocurriendo, la
sensación de escozor se había asentado en las últimas horas y que estaba
tentado en pasarme la punta de un cuchillo por la nariz. Se me acercaron las
farmaceutas, una se subió a un banquito para poder estar (en algo) a mi altura,
me cogió el rostro y lo acomodó varias veces a sus ángulos de visión.
No es nada grave, es solo una infección
que se soluciona con una crema. Las señoras me preguntaron por mis padres, a
quienes mandaron cariñosos saludos. Lo mismo por mi hermano y su familia.
Respondía y recibía sus encargos de afecto, y al hacerlo, hice memoria. Se me
hacía difícil creer lo ingrato que había sido con esta farmacia, por las miles
de veces que he pasado de largo por ella sin dignarme a entrar y saludar a las
farmaceutas y el médico que más de una vez han estado allí ante cada problema
de salud. Eso es lo más jodido, sentirte un malagradecido con esas personas que
te siguen tratando de la misma manera que cuando tenía 13 o 15 años. Esta
farmacia es quizá una de las mejores de La Victoria, que no es decir poco,
siendo este un distrito de tantos contrastes y espacio de bizarras situaciones,
y no es la mejor por lo bien surtida en remedios, sino, ante todo, por la excelente
atención, la misma desde hace más de treinta años.
viernes, agosto 05, 2016
jueves, agosto 04, 2016
507
Cuando la estupidez se apodera de la
llamada reserva moral del país, me doy cuenta de que este país es una total
falsedad. Anoche, cuando salía de la BNP, caminando lentamente a Aviación,
diviso a tres escritores peruanos, de los más furiosos e indignados de Facebook,
de esos que han hecho de las salas de la BNP el espacio de consagración
intelectual en medio de un país de bestias, ajá, país de bestias a los que
ellos van a civilizar. Cómo no.
Los vi, y como no les hablo, ni me
interesa hacerlo, dejé que siguieran su rumbo, y para asegurarme de no toparme
con ellos, cruzo a la vereda del frente, cosa que ahora sí caminaba a mi ritmo.
Además, quería llegar cuanto antes a casa para ver el partido de Alianza con
Melgar. Los veo ahora desde mi otra posición, y pienso que bien pude pasar por
su lado sin necesidad de tener que saludarlos, puesto que los tres estaban
concentrados en las pantallas de sus móviles.
No me hago problemas, si me vuelvo a
cruzar con ellos, o con quien sea que merezca mi desdén, me cercioro bien antes
de ejecutar mi plan B de evasión. Ajá, más de uno me debe pensar que estoy mal
por mi actitud antisocial, pero al menos no me vengo con remilgos, lo que más
detesto es tener que saludar a medio mundo, mostrarme pata cuando en verdad me
provoca darle tacles a más de un energúmeno, a los que suelo ver en contra de
mi voluntad en las salas de investigación de la BNP. Por eso, hago uso de un
plan B.
A metros de llegar a la intersección de
Aviación y Javier Prado, los tres chiflados comenzaron a hacer movimientos
extraños, siempre sosteniendo sus celulares, y la gente que pasaba cerca de
ellos, también comenzó a prestarles atención. Era imposible no prestarles
atención, de la nada, saltaban y se arqueaban. A lo mejor estuvieron
investigando sobre teatro y danza, pensé, y discutiendo al respecto decidieron realizar
una suerte de performance callejero, o un happening conceptual que llame a la
reflexión a los transeúntes, que pasaban de largo de ellos sin dedicarles risas.
Entonces, me percaté de que esos tres no eran los únicos de movimientos
extraños, como si estuvieran de cacería, porque se formaron islotes humanos que
hacían lo mismo, y con una mayor predisposición al histrionismo. Por un momento
me vino a la memoria algunas escenas de la película The Happening de M. Night Shyamalan.
Claro, en la película una fuerza
sobrenatural se apoderaba de las personas. Era una pues una película. Pero lo
de ayer era la vida real, una metáfora chusca del triunfo de la estupidez que
no conoce barreras ni reparos. Hay que tener cuidado: los pokemones han llegado
para quedarse.
miércoles, agosto 03, 2016
"lo contrario de la soledad"
No todos los libros que uno lee son una
maravilla en cuanto a tema y forma. Pero hay que tener mucho cuidado al
calificarlos, no cometer la estupidez de bajarles el dedo sin pensar antes, sin
someter a la reflexión que merece todo texto, por más irregular o malo que sea
el mismo. Esto es lo que ha venido ocurriendo con no pocos libros, y no me
refiero solo a la triste realidad de la crítica literaria peruana, puesto que
en todos lados tenemos críticos que caen en los pozos del prejuicio, en la
altanería por haber leído mucho, pero mal, pavoneándose del desarrollo de la
mente y no de esa cualidad esencial para enfrentarse a una publicación: la
sensibilidad, sensibilidad que te permite leer más allá de las letras impresas,
sensibilidad que destroza las puertas de hierro de la supuesta perfección.
La experiencia me ha enseñado lo
siguiente: los libros imperfectos, al final del partido, tienen más
posibilidades de sobrevivir que aquellos saludados hasta el hartazgo a cuenta
de su perfección temática y formal. Pues bien, uno de esos libros imperfectos
que ya sobreviven a la criba de los celadores, y que gozan de los favores de
los lectores (a quienes, pienso, no les interesa mucho si la publicación es
perfecta o no), es el siguiente: Lo contrario de la soledad (Alpha Decay, 2014)
de la escritora norteamericana Marina Keegan (1989 – 2012).
Bien hace el lector en fijarse en la
cronología vital de la autora que nos cita. Keegan falleció a los 22 años, en
un accidente de tránsito, a días de graduarse magna cum laude en Yale. Pues bien, mientras se celebraban los
funerales de Keegan, un texto suyo, homónimo al título de la presente
publicación, escrito para el periódico de la universidad, se hizo viral.
Nacía pues una leyenda.
¿Quién era Marina Keegan más allá del asombro
que generó su trágica muerte? ¿Acaso un bluff? ¿Seguramente una promesa que
entregó un chispazo textual que conmovió a cientos de miles de personas? Los
más escépticos tienen todo el derecho de pensar que están ante una treta
editorial que se valía de una leyenda, con mayor razón cuando si se muere muy
joven.
Más allá de la introducción de la
escritora Anne Fadiman, introducción que nos revela el despliegue vital que
Keegan depositaba en cada uno de sus intereses creativos e intelectuales, que
bien podríamos de calificar de poliédricos, nos queda lo que en realidad nos
debería importar: la escritura de Keegan.
Si hay algo que hará que sobreviva por
buen tiempo a esta suerte de libro póstumo, dividido en dos secciones, Ficción
y No ficción, es precisamente su actitud devoradora y celebradora de la vida,
una actitud que edificó la prosa de la autora, una actitud que definió su
mirada. No hay que pensarlo mucho, nos enfrentamos a una escritora que lo entregó
todo como escritora, a la que el destino truncó el desarrollo de su poética. Entonces,
nos estamos refiriendo a una escritora incompleta, imperfecta, sí, pero rica en
visión del mundo y sensibilidad. Keegan, como escritora de ficción, sabía mirar
y escuchar, detalles que vemos en sus cuentazos “Fría pastoral” y “Leer en voz
alta”, que se ubican muy por encima de la irregularidad de los demás cuentos de
la sección Ficción. Pero no hablamos de una irregularidad por carencia de
oficio, sino por carencia de madurez. Pese a la carencia de madurez narrativa
de los demás relatos, estos no dejan de exhibir un nervio narrativo, una
administración inteligente de la estructura que exige cada uno de los textos
que componen la sección. No lo vamos a negar, a estos relatos les faltaba un
mayor tiempo de maceración, pero les sobraba intensidad, mas no esa intensidad
ligada al efectismo tan cara e inevitable entre los narradores jóvenes. Con lo
escrito en ficción, Keegan era más que una saludable proyección.
Sin embargo, lo de mejor de la autora lo
vemos en los textos de No Ficción.
Aquí nos encontramos con una Keegan en
estado de gracia salvaje. Nos encontramos con la Keegan que Fadiman nos
presenta en la introducción.
Basta con la lectura de estos ensayos
para atesorar este libro en cualquier biblioteca que se respete, en esa sección
destinada a los libros a frecuentar en tiempos de inutilidad existencial. No me
refiero al pulso de la escritura, detalle que en ella no es cualidad, más bien
la norma, sino a la mirada crítica en contra de lo que se suele pensar de una
mirada crítica. Nos referimos a una crítica feroz y festiva del mundo. El
secreto de la autora es exactamente su falta de secretos. No pontifica. No
juzga. Se ubica muy lejos de la solemnidad del ensayismo. Sus ensayos tienen
una clara intención: transmitir al lector. Y vaya que lo logra, su actitud de
esponja irreverente le brinda una posibilidad que no desaprovecha: escribe y
piensa de los tópicos que le vienen en gana. Lo vemos, principalmente, en “Por qué
nos preocupan las ballenas”, “Contra el cereal”, “Mato por dinero”, “Las
alcachofas también dudan”, “El arte de la observación” y “Canción para los
especiales”. Y para que tengamos una idea más clara del alcance de Keegan como
ensayista: ya había sido contratada por la revista The New Yorker.
Es cierto lo que se dice de Keegan:
escribió de lo que vivió para impactar en el mundo. Pues bien, no debemos ser
ajenos a ese impacto.
…
Publicado en El Virrey de Lima
506
Me despierto y me pongo a leer un par de
horas, un título de Iain Sinclair y otro de Hitchens. El de Hitchens lo venía
buscando desde hace buen tiempo, con mayor razón siendo uno de sus títulos más
conocidos. Ahora que lo pienso, y no sé si a cuenta de la claridad sensorial
producto del buen sueño, me puse a pensar en las no pocas puntas, muchas
menores de 30, casi todas aspirantes a escritores, cuando me preguntaban por la
actitud creativa. Entendía a lo que se referían y algo en mí me animaba a desanimarlos,
convenciéndolos que la literatura no solo es publicar, hacer el payaso y
sonreírle a medio mundo.
La mayoría de escritores Sub 30 que conozco
exhiben una rebeldía, seguramente a manera de marca de agua en alto relieve,
prefiriendo una conducta bolañera o bukowskiana, por citar un par de faros muy
recurrentes, figuras, pues, a imitar, que les llaman la atención por la actitud
vital. Pienso en esto mientras observo a mi vecina y a Mota, su perra siberiana,
por el parque, ese parque enrejado que a más de un vecino desubicado le ha
hecho creer que es un parque privado. Mi vecina corre y Mota va detrás de ella,
y detrás de Mota quiere ir Onur, que empieza a rascar la puerta, con inusitada
furia. ¿Qué podría salir de Mota y Onur, teniendo en cuenta la evidente
diferencia de talla que al ojo hay entre los dos perros? Pero Onur está
decidido a todo, actúa con la soberbia del perro que ha seducido perras y
humanos.
Desde la distancia, mi vecina me saluda
y yo acabo mi cigarro y entro a la casa. Onur comienza a morder mi tobillo y
con el falso pekinés en mi tobillo derecho me dirijo a la cocina, en donde me
sirvo la primera taza de café del día. El poco sueño que siento termina por desaparecer.
Al rato, como para asegurarla, me sirvo otra taza de café y me dirijo a mi
escritorio. Prendo la Laptop. Me conecto al mundo, pero el libro de Hitchens a
mi costado, detalle menor que me hace pensar en si alguna vez he escrito de
este ensayista, o sea, con el largo respiro que se merece su obra y su
coherencia. Hitchens siempre me ha parecido un genuino rebelde, un pata que
decía las cosas como eran, sin importarle el daño que podían causar sus dardos
verbales, además, cada vez que he podido, y ante la presencia de la Sub 30 de
la narrativa peruana, les recomendaba que lo lean. No sé si me hacían caso,
pero no pienso mucho al respecto. Pasaban de Hitchens.
martes, agosto 02, 2016
505
Pasé parte del día en Barranco, después
de algunas gestiones en el Centro de Lima, caminando y conversando con Alina y
Chaqueta. Felizmente, no hubo mucho sol, porque de haber sido así, las horas de
caminata se hubieran reducido considerablemente.
Cerca de las tres de la tarde, me
despedí de ellos y me dirigí a casa. En el camino, revisé las noticias en el
móvil y me descubro ajeno a los vaivenes de los últimos días, expulsado de las
velocidades mediáticas y de los tópicos recurrentes.
Imposible pasar por alto, bajo una
primera impresión, lo dicho por Cipriani. Entonces bajo distintos puntos
analizo lo dicho por el mandamás de la iglesia católica, lo hago mientras “Jeremy”
me dice lo mismo que desde hace varios días, que revise ya sus cuentos, y yo le
digo que preferiría no hacerlo, al menos no inmediatamente, ya que, si desea
una lectura atenta, debo estar libre de algunos compromisos que debo cumplir,
que se me han juntado a razón de lo mal de salud que estuve hasta la semana
pasada.
Me concentro pues en lo dicho por
Cipriani. El taxista, de cuando en cuando, intenta hablarme, pero solo asiento
por asentir. Tampoco es mi intención desairarlo, entonces, solo en un tramo, le
sigo el curso temático: La marcha del 13 de agosto. Me pregunta si es una
exageración. Le digo que no. Para nada es una exageración, más bien, hay que
apoyar esa causa y no hacernos problemas con ciertas falencias de los discursos
de los organismos y colectivos que organizan la marcha, puesto que el fin que
reúne a estas mujeres, el principio que defienden, es superior a ciertos vacíos
de su discurso. Es imposible calibrar un discurso homogéneo en tan poco tiempo,
en este caso, la intención y su hechura son los factores que cuentan.
Para nadie es un secreto, aunque nunca
falte un subnormal que diga lo contrario, pero será una marcha histórica, al
punto que la marcha Anti Keiko será un chiste a su lado. El taxista no me
entiende, además, percibo machismo en lo que me sigue diciendo sobre la marcha,
y me limito ahora sí a asentir hasta que se aburra y se dedique solo a
conducir.
En frío, y dejando de lado
apasionamientos.
Esta vez el cargamontón contra el
mandamás de la iglesia es desmedido. Cierto, lo dicho por él es de una
estupidez censurable, pero analizando sus palabras, sus tiempos para armar la
idea, me queda claro que no quiso decir lo que dijo, solo que se equivocó en la
forma de decirlo. Se hueveó feo el tío y si de esa hueveada es víctima del
apanado que viene experimentando, pues bien que se lo merece. Junto a Fujimori,
Ciprianoi es lo peor que le ha podido pasar a este país.
Llegué a casa.
No había nadie.
Solo Onur, que había destrozado mis
almohadas, como si se hubiera mechado con ellas. Me le acerqué y le dije que
cuando sea presidente de este país, él capitaneará el desfile militar de
fiestas patrias. Y no va ser.