viernes, marzo 31, 2017
La izquierda peruana está en una oportunidad
única para volver aferrarse a lo que jamás debió abandonar: los principios
democráticos. Cuando me hablan de los principios democráticos,
entiendo/entendemos que nos hablan de libertad. Eso.
Por ello, lo ocurrido en estas últimas
horas en Venezuela no admite justificación alguna, menos relativismos discursivos.
Lo que demanda una situación como esta es firmeza de posición, en coherencia
con los principios que rigen a todo aquel amante y creyente de la libertad.
En este sentido, cuando veo las
reacciones de los representantes de la izquierda peruana que condenan el golpe
del dictador Nicolás Maduro, no puedo dejar de sentir esperanza en cuanto a la
existencia de una izquierda moderna y responsable con su contexto histórico,
sin necesidad de traicionar sus valores que direccionan sus acciones. Por esa
razón, mis saludos para Marco Arana, Indira Huilca y Marissa Glave,
congresistas de la República, que no han dudado en condenar el golpe de Maduro
como lo que es: un acto inaceptable para el sistema democrático.
Lamentablemente, no puedo decir lo mismo
de Verónika Mendoza, quien, una vez más, demuestra que los principios
democráticos, ni menos la cultura de libertad, no van con ella.
No lo pienso mucho: Mendoza es un agente
de la dictadura chavista, una emisaria de la prepotencia militar que viene
flagelando a este país, que en un mundo normal, tendría otros problemas, no la miseria
ni el amordazamiento en el que se encuentra desde hace ya muchos años. ¿Sabían
que en Venezuela se criminaliza la protesta? Por eso es que desde hace ya buen
tiempo no hay manifestaciones multitudinarias. Y se entiende: cualquier
manifestante es un potencial candidato a recibir un balazo.
Mendoza es también la metáfora del
revoltoso peruano de izquierda que relativiza lo que ocurre en este país
hermano. Como ella, bajo las líneas de sus declaraciones, no pocos han asumido
la relativización del delicado contexto venezolano como si fuera circunstancial,
que en nada se puede comparar con la autogolpe de Fujimori en 1992, cuando lo
cierto, y para todo sujeto pensante, no hay diferencia entre ambos atentados
contra la democracia. Golpe es golpe. ¿O es menos golpe el que lo realiza la
izquierda?
La izquierda peruana viene arrastrando
una serie de petardeos a su credibilidad ante la población (en todas las
elecciones no pasan del 20 %), ante ello, si nos aferramos a la estrategia
política, no tendría por qué desaprovechar esta oportunidad para limpiarse de
sus yerros. Me gustaría ver a los revoltosos de la zurda, a los marxistas de
Facebook, a los revolucionarios del Twitter, dejar las poses y aferrarse al
sentido común y distanciarse de una buena vez de lo condenable. Una delicada
situación como esta no debe mancillarse por la actitud del pecho frío. No, pequeño
huevas, lo hecho por Maduro es prácticamente el calco del golpe de Fujimori.
Aún estás a tiempo.
jueves, marzo 30, 2017
Entrevista a Alberto Salcedo Ramos
Con todos los años que tienes
escribiendo crónicas y siendo un referente para muchísimos cronistas en
ciernes, ¿qué les podrías decir a ellos, ahora cuando la publicación de
crónicas pareciera que solo está reservada para las plumas reconocidas?
Que se preocupen más por amar el oficio
que por publicar. He visto muchachos que no disfrutan lo que hacen porque para
ellos el gusto no está en escribir, ni en leer, sino en ser reconocidos.
Algunos son capaces de cualquier iniquidad con tal de figurar. Insultan, se
declaran genios incomprendidos, pero vas a ver lo que escriben y no hay nada
más allá del gesto altanero. Piensan en la pose antes que en dejar una gran
obra. Dicen que quieren pintar pero lo primero que compran no es el lienzo ni
el pincel, sino la boina con la que posarán en la fotografía. Por eso es tan
abundante ahora esa especie que Cortázar llamaba ‘escritores de café’: les
queda más fácil ir al bar a montarla de genios que ponerse a trabajar.
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adán x jrr
Creo que tomaré por costumbre, solo los
días que me levante temprano, escuchar la antología Songs for Insane Times de Kevin Ayers. La voz de Ayers invade toda
la casa y me acompaña mientras preparo mi café con leche. Solo eso, por el
momento, porque en las próximas horas, golpe de 11, sí daré cuenta de lo que se
conoce como desayuno.
Una vez instalado frente a la portátil,
me pongo a revisar el último número de la revista Lima Gris. Hablamos de un número especial dedicado al poeta mayor
no solo del Perú, sino también considerado como uno de los gigantes de la
poesía del Siglo XX.
Así es, César Vallejo.
Recorro las páginas y encuentro una
excelente crónica del poeta y narrador José Rosas Ribeyro sobre Martín Adán. Martín Adán y yo en las calles de Lima.
En lo personal, Adán es mi Poeta, el Poeta mayor de la tradición literaria
peruana y, por consiguiente, leo todo sobre lo que se escriba y publique de él.
Como escritor con experiencia, JRR supo que había ofrecer otro camino
discursivo a los ya recorridos sobre Adán, y eso es lo que hace. Su texto no
solo evidencia admiración por el vate, sino también es un testimonio vitalista
de su hacedor y, fiel a su costumbre, no le importa si sus opiniones sobre
otros poetas vayan a caer bien o no. No lo pensemos mucho, esta crónica se ha
escrito desde la verdad emocional. Si la memoria no me falla, creo que es uno
de los mejores textos que he leído del autor de País sin nombre.
Por otro lado, más de una vez, sea
hablando con amigos y hasta con el mismo JRR, he manifestado que sería ideal
que algún día se publiquen sus ensayos y crónicas, pero esta posible publicación
tendría que ser guiada por ojos ajenos que nos garanticen cierta objetividad en
la selección de textos, es decir, jamás por JRR, que seguramente incluiría todo
lo publicado en estos registros, como también lo aún no publicado.
miércoles, marzo 29, 2017
denuncias a medias
Ahora, tras el triunfo de anoche de la
selección peruana de fútbol a su par de Uruguay, más de uno piensa que tenemos
oportunidad de tentar una clasificación al mundial de Rusia. Algunos, más
racionales y escépticos, no creen ni remotamente en esta posibilidad, y como
representantes del alma avinagrada, no dudan en burlarse de aquellos que sí
creen en un eventual pase al mundial. En lo personal, me da igual si esta
selección clasifica o no, pero ello no me impedirá ver a un equipo que por lo
menos lucha sus partidos, lo demás, o lo que venga después, es solo producto
del esfuerzo y de las circunstancias. Este equipo de Gareca conecta con el
público y eso es más que suficiente. Por esa sola razón, simpatizo con los que
creen, preferible eso a ser parte de los escépticos bravos, amargados a la caza
del primer error para sobredimensionarlo. Hasta para ser contreras hay que
tener estilo, buen gusto, pero ya sabemos que el humor no es una herramienta/recurso
natural para muchos.
Mientras alisto los apuntes en los que basaré
mi discurso oral que daré en la noche, en la presentación de la novela Viaje a Ítaca de Siu Kam Wen, novela de
la que sugiero su lectura inmediata, a razón de un “yo” brutal que le hacía
falta a un registro por aquí practicado con mucho miedo, por no decir que con
mucha limpieza, me dedico a ver las fotos que algunos vecinos me han mandado de
sus perritas, situación que debo solucionar cuanto antes, porque Onur anda muy
inquieto en los últimos días, al punto que se le ha escapado más de una vez a
mi mamá ni bien abría las dos puertas de la casa. Onur me acompaña en la
selección de la perrita y ahora que lo veo, lo miro distinto, porque a causa del
calor mandé a que le cortaran el pelo. A diferencia de otros perros que son
trasquilados en verano, la falta de pelo en Onur ha dejado en evidencia no solo
que está bien alimentado, sino también muy fuerte, es decir, como quien escribe
este post.
Acabo las notas sobre la novela de SKW.
Entonces un amigo me escribe y me dice que en unas horas sacará en su portal
una denuncia contra un editor que, para variar, ha estafado a un autor. No me
sorprende esta actitud del editor, ese ha sido su modus operandi desde que tengo conocimiento de su existencia. No
respondo el mail de mi amigo, decido más bien llamarlo y decirle que la
coherencia ética es lo que debería importar en esta suerte de denuncias. Mi
pata se muestra sorprendido con lo que le digo. No, no es que no quiera que
publiques esa denuncia, porque ese editor debe pagar las consecuencias sociales
de sus pendejadas, pero también sé diferenciar entre alguien que se robó un
kilo de huevos contra aquel que se levantó todo un gallinero, y quien se
levantó el gallinero es tu pata, contra el cual no dirás absolutamente nada.
Entonces, compadre, en qué quedamos. Mi pata me dice que en unas horas
hablaremos al respecto. En lo personal, no creo que haya mucho que hablar. Robo
es robo. Estafa es estafa. Y no es lo mismo apanar al calichín que al taita.
Onur pone sus patas delanteras sobre mis
rodillas, sus ojos de manipulador me piden que no demore. Ok, falso pekinés, ya
es hora.
martes, marzo 28, 2017
cucarachismo naranja
Cuando pienso en los fujimoristas, me es
imposible no imaginarme en principio una rata naranja.
Cuando pienso en Vargas Llosa, pienso en
sus libros, en especial en los que más me han acompañado, en los que he releído
no menos de una vez, como El pez en el
agua y Conversación en La Catedral.
En estos libros hallo las grandes
cualidades del escritor peruano: la entereza moral y la exhibición de su
trabajado aliento literario. Obviamente, a la fecha resulta mucho más polémico
su libro de memorias, polémico a razón de las posturas políticas que han
pautado la trayectoria del Nobel de Literatura. Más allá de estar de acuerdo o
no con sus posiciones políticas, sería mezquino negar la coherencia con la que
Vargas Llosa las ha honrado. No es poca cosa en estos tiempos que asistimos al
espectáculo del intelectual que ajusta su discurso de acuerdo al vaivén de los
intereses no pocas veces configurados por la rentabilidad de los mismos.
No me sorprende, aunque fastidie: cada
vez que Vargas Llosa se encuentra en el país para celebrar su cumpleaños 81,
aparecen sus detractores. Podría entender la crítica ideológica, incluso si la
crítica no sea tal y descanse en el subrayado frívolo. Pero no. Hace su
aparición el cucarachismo fujimorista, que no respeta cronologías ni
mutaciones, porque este cucarachismo también está compuesto por ratas y otros
habitantes de estercolero.
Me fijo en las cucarachas jóvenes,
criadas en la ignorancia y el pragmatismo, herencia del caudillo ahora
encerrado en un penal de máxima seguridad. Me fijo pues en sus comentarios,
amparado ingenuamente en un milagro, prueba de mi buenagentismo: encontrar
aunque sea un punto que ilumine y conduzca la argumentación. Pero no se
encuentra nada, para variar, solo odio, rencor y muchas faltas ortográficas. No
es que me queje de estas ratas y cucarachas, total, creo que ningún peruano
pensante pueda mostrarse libre de ellas, siempre hallaremos a algún fujimorista
cerca, ya sea en la familia, entre los amigos y conocidos, también en la conversación
al vuelo que contra tu voluntad escuchas en el tren eléctrico o el
Metropolitano. Pero estas cucarachas se mantienen silentes, al menos guardan
las formas, pero cada vez que el Nobel visita su país, el cucarachismo naranja
se deschava y se muestra en la naturalidad de su manifestación: el preludio de
la matonería verbal.
Se puede discutir, y poner en duda,
hasta de la valía literaria de Vargas Llosa, con mayor motivo sobre su discurso
neoliberal. Pero no se puede discutir contra la estupidez, aquel grado cero de
la sinapsis de la razón que motiva a los allegados naranjas. Bien dicen los
sabios: en este país no puedes ser grande si es que no tienes cucarachas que
aparezcan de cuando en vez.
cuando no se es
Despierto algo temprano y me pongo a
revisar mi correo electrónico, del mismo modo mis cuentas de Facebook,
Instragram y Twitter. En las redes sociales, que tantas alegrías me brinda,
encuentro una cantada recurrencia, que religiosamente se da en esta fecha, mas
esta recurrencia se potencia el día de hoy porque el protagonista de la misma
se encuentra en Lima, celebrando su cumpleaños. Por ello, huyo del mal gusto
que me genera ver a no pocos escritores que sueñan con que al menos Vargas
Llosa les salude con un distraído levantamiento de cejas.
Mas esta impresión se contrapone con una entrevista a Enrique Vila-Matas en La Voz de Galicia, entrevista que obedece a
la publicación de su última novela, Mac y
su contratiempo, que esperemos llegue a Lima en los próximos días.
En la entrevista, Vila-Matas sentencia: “Una
cosa es ser escritor -aquí se englobarían todos esos que van a festivales, a
los que les gusta ser escritores y que van de escritores, pero que trabajan muy
poco en su casa- y otra diferente, escribir -algo que no tiene nada que ver con
ser escritor-. Escribir es algo que no tiene final, dificilísimo. Hasta que uno
no comprende que es una cosa monumental, no sabe lo que es realmente.”
Eso, no saber el destino al que lleva la
escritura.
En lo personal, la enfermiza lectura de
diarios e híbridos, pero ante todo el sentido común y el amor propio, me han alejado
de aquello que carcome a más de un compañero generacional, de la misma manera
que a los padawanes de la narrativa peruana. Aunque haríamos bien en señalar
que estamos ante un fenómeno mucho más grande, global, que seduce en especial a
aquellos escritores que vienen sacando beneficio de la imagen y discurso proyectados
en las redes sociales, cuyo mensaje es muy claro: no meterse con nadie de la
estancia de poder que pueda afectarte. Por eso tenemos a tanto escritor peruano
y no peruano embistiendo, por ejemplo, contra la política, pero menos contra la
corrupción de los poderes culturales que los premian con invitaciones a ferias
y congresos. Llámesele doble moral, sin duda. Aunque de tanto lustrabotismo sí
nos gustaría ver una obra literaria que esté a la altura de lo que se ofrece:
si me hablan de tres leches, eso es lo que quiero, no una rosquita preparada con
margarina vencida.
De esta forma asistimos a la deformación
de la escritura, en sus dimensiones creativas e intelectivas. No hay tiempo,
pues, para lo que importa, porque lo que importa cuesta precisamente tiempo.
criminales sin leyenda
Sin querer me vi envuelto por segunda
vez en las dos temporadas de Narcos,
a causa de un comentario de un pata que me hizo en la mañana del último sábado,
que la estaba viendo por primera vez, experiencia que lo tuvo pegado a la
pantalla de su portátil, inmerso en una obnubilación que lo desconcentró de su
trabajo en una conocida empresa de publicidad. Y como lo supuse, puesto que mi
pata aún transita por la edad de la asimilación, se le pegó el dejó que el
actor Wagner Moura usa para dar vida a Pablo Escobar.
Fue tanto su entusiasmo que no pude ser
ajeno al contagio por volverla a ver. Y hacia esa actividad me consagré, pese a
que no lo hice de manera lineal, sino buscando escenas y deteniéndome en
algunas que considero claves o curiosas, como aquella en que La Tata
(insuperable Paulina Gaitán) se enfrenta a la amante de su marido, la
periodista Valeria Vélez, o esa otra en la que Don Berma hace pisar tierra a
Judy Moncada (Cristina Umaña) para que acepte la oferta de la DEA. En fin, esta
suerte de maratón fugaz me regresó a más de un instante de revelación de cuando
vi la serie por primera vez, cosa que agradezco al entusiasmo del Wagner Moura
de Pardo.
Pues bien, esta fue la pregunta que me
hizo: ¿por qué no se hace una serie tipo Narcos
en Perú? Esta pregunta también se la hizo a otros amigos en común y en todas
las respuestas hubo acuerdo en que debería hacerse una de estas
características, con narcos y sicarios, policías y políticos corruptos, e
infaltables mujeres a la caza de un acomodado nivel de vida. En parte, comparto
esta idea, pero la misma se diluye ante la realidad. Una serie tipo Narcos podría realizarse, y con muy
buenos resultados, bajo los cauces de la total invención, puesto que si hay
algo que signa a los narcotraficantes peruanos de los últimos años (hablemos de
30) ha sido su falta de épica, su entrega total a la exposición del derroche a
lo bestia, es decir, encausado en el mal gusto. Cosa contraria con el asesino y
criminal colombiano, que a la par de sus negocios, llegó a calar emocionalmente
en ciertos segmentos populares de su país, claro, bajo el asistencialismo, pero
mediante el cual forjó una leyenda, oscura, sin duda. ¿Podemos decir eso de los
narcos locales?
lunes, marzo 27, 2017
domingo, marzo 26, 2017
cuando te prometen una gran novela
Días atrás acabé una novela de la que me
esperaba asistir a la Experiencia.
Pues bien, asistí a la experiencia, pero en minúscula.
No solo la tenía en el radar por las
excelentes reseñas que venía recibiendo, sino también porque me fue recomendada
por algunos lectores en quienes confío, además, y si en caso no lo he dicho ya
aunque varias muestras de ello he brindado en el tiempo que llevo escribiendo
sobre libros, tengo una predilección especial, digamos enfermiza, por las
novelas de largo aliento. Nada más lejano de mí que el susto que enfrentarme a
una novela de dimensiones que sobrepasan el medio millar de páginas.
En parte estoy de acuerdo con la
valoración que viene generando la novela Ciudad
en llamas de Garth Risk Hallberg. La recomiendo porque es una muy buena
novela debut, que le augura a su autor un futuro no más que promisorio. Sin
embargo, comencé a alterarme una vez pasada la mitad de la narración, a razón
de una constante recurrencia a hacia los ejes temáticos (en este caso
múltiples), que en lugar de potenciar la narración, la resentían en su impacto,
en la administración de sus recursos. Bien sabemos que una novela de largo
aliento no es ajena a su ripio, a sus inevitables zonas oscuras, que permiten
descansar lo que se cuenta y de esta
manera volver a coger el nervio narrativo. Sin embargo, GRH desdeña el ripio y
se presta a un juego de perfección formal y estilística que no solo resta
(indiquemos que al llegar a estas reiteraciones el lector ya está metido en la
novela, lector que tendría que abandonar la lectura a causa de una fuerza
mayor, a saber, un castigo de la naturaleza). Además, esta situación nos hace
barajar algunas especulaciones extraliterarias sobre cómo es posible que se nos
venda o prometa una gran novela cuando esta no es más que muy buena. En otras
palabras: se nos entrega un producto, no un buen libro que hubiera sido un
librazo de haber pasado por la poda. Ese es el caso de CELL.
Una novela como CELL es hija de la tradición novelística norteamericana. Mas su
venta como gran novela, obra maestra, es producto de la mercadotecnia
editorial, manejada por un agente literario que ha hecho muy bien su trabajo.
Además, promocionar a un autor debutante (siempre y cuando sea talentoso) y su
novela (lo básico, que sea buena) de poco más de mil páginas (he allí la
gracia), solo se lo puede permitir una industria editorial como la gringa,
generando una fuerza promocional que solo conoce saludos y entreguismo
valorativo, como también se ha visto en sus cantadas traducciones. En este
sentido, la crítica en español ha hecho muy poco, o casi nada, contra una
novela que, sin su trabajada promoción, no sería lo que se nos presenta.
sábado, marzo 25, 2017
anécdotas de espía
La presente publicación es una de las
más esperadas en el imaginario lector del mundo. No es para menos, y
disculparán el entusiasmo, porque estamos hablando de John Le Carré. Eso.
Con
autores como Le Carré habría que pensar no una, sino hasta cinco veces, el
facilismo con el que lamentablemente no pocos miran por encima las novelas
inscritas en géneros pautados por su popularidad. Hacerlo no solo refleja
prejuicio, sino también un preocupante desconocimiento de la tradición de la
novela en cuanto a su carácter popular que esta tuvo durante el siglo en el que
alcanzó su mayor radiación, radiación que se mantiene hasta el día hoy.
Pensemos en algunos autores populares
del XIX, en Verne, Dumas y Salgari, narradores dedicados a la escritura de
novelas de aventuras, que bien hoy podríamos llamar los padres de la narrativa
de asunto que no solo la podemos ver en el formato de libro impreso, sino
también en las películas y series. Por eso, antes de bajarle el dedo a los
Bestseller, sería saludable que se estudie mínimamente su tradición, aunque sea
un repaso al vuelo en el que podemos encontrar autores no solo exitosos, sino
también con sobrados méritos literarios, como Stieg Larsson, Georges Simenon,
Manuel Vázquez Montalbán, Isaac Asimov, Arturo Pérez-Reverte, Stephen King, etc.
La lista podría ser mayor, pero preferimos consignar los autores más ubicables
por el lector recurrente.
Sobre los autores de Bestsellers se
dicen no pocas gratuidades. La principal de estas yace en un discurso que pretende
restarles calidad literaria por el solo hecho de que sus libros están
direccionados a un público masivo. En este sentido, la crítica no es ajena a
una tara que esperemos sea involuntaria, ya que pasa por alto el análisis de
los mismos por su señalada esencia popular. Es decir, si existiera un Salgari
pop en estos años, la crítica no se ocuparía de él, no le prestaría la más
mínima atención, confinándolo al texto volteado de la contratapa, cosa que así
tiene una que otra oportunidad de salir en alguna descuidada estafeta.
Sin embargo, las gratuidades se
despejan, parecen no existir, cuando se tiene que hablar del británico John Le
Carré. Con LC existe consenso, porque no solo hablamos de un exitosísimo autor
de novelas de espionaje, sino también de uno del que podemos aseverar que
literariamente exhibe excelentes recursos literarios. Si un aspirante a
escritor lee esta reseña, pues lea a LC, porque se puede aprender, y mucho, de
su administración de recursos narrativos
en la construcción de una novela.
Ahora, cuando hablamos de los lectores
de LC, no nos referimos a unos cuantos de cientos de miles, sino a millones. No
es para menos, pensemos en novelas como El
espía que surgió del frío, El Topo,
Llamada para el muerto, Asesinato de calidad, La chica del tambor, La gente de Smiley, El jardinero fiel, El
infiltrado, entre otras. En LC confluyen el éxito de ventas y la
experiencia literaria. LC es pues un digno representante de la tradición de
novelas de aventuras del XIX, el siglo de la novela. Por ello, las expectativas
sobre sus memorias estaban más que justificadas, Volar en círculos (Planeta, 2016).
Sin embargo, a medida que recorremos estas
páginas somos testigos de un factor no esperado: LC cuida mucho sus palabras,
privilegiando la anécdota en lugar de la reflexión. Tengamos en cuenta que el
nutriente de la memoria es el discurso reflexivo. A pesar de ello, nuestro
autor es capaz de sustraer de la anécdota su natural espíritu fugaz y
presentarnos de esta manera la trastienda de su vida, de cómo se hizo espía y
de las personas del mundo político y del espionaje que conoció y que inspiraron
sus novelas. No vamos a negar que LC también se muestra cínico, nos advierte
que no contará sobre su pasado como espía (cuando eso es lo que precisamente el
lector quiere leer), pero lo hace a cuenta gotas, privilegiando la información
conocida, que en otra pluma podría advertirse como estafa, pero que en la suya
se justifica gracias a la disposición de esta. Queda claro que lo que sabe del
espionaje lo deja para sus novelas y en estas memorias nos brinda bocaditos
narrativos que cumplen su objetivo: divertir y emocionar, puesto que LC lo hace
sin remilgos, sin falsas modestias, es decir, desde su condición de escritor de
éxito que no necesita demostrarle a nadie su valía literaria. VEC bien puede servir como guía para los
que aún no hayan leído sus magistrales novelas y para sus lectores no es más
que una sobredosis que se agradece, además estos saben bien por qué su autor predilecto no lo puede contar todo.
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jueves, marzo 23, 2017
el estilo del cronista
Creo que ya es hora de no perder el
tiempo en cuanto a la cualidad genérica de la crónica. Al respecto, y desde que
tengo uso serio de razón, no he dejado de escuchar y leer sobre la esencia de
su bastardía, que en su momento despertó alterados debates entre dos bandos,
cada cual con sus argumentos y caprichos ridículos. Esta suerte de batalla
discursiva entre puristas y los llamados heterodoxos nos ha impedido apreciar
en su real dimensión las posibilidades que nos pueden ofrecer los registros
insertados en lo que ahora se llama narrativa de no ficción, aunque la misma,
como bien puede atestiguar el lector recurrente, siempre ha existido.
Tal y como indiqué, no hay que perder el
tiempo. La experiencia literaria es la misma, así hablemos de ficción o no. En
este sentido, así como hay malos escritores de ficción, también los tenemos en
la otra ribera. Por ello, sería saludable, en cuanto a la no ficción que se
escribe en español, comenzar a detectar a los maestros, a aquellos que en el
curso de la narración nos hacen partícipes de la revelación narrativa y que
solo puede ser generada por auténticos escritores de raza sin importar su registro
de preferencia.
Por ello, ni bien ingresamos a las
páginas del imprescindible Viaje al
Macondo real y otras crónicas (Pepitas
de calabaza, 2016) del colombiano Alberto Salcedo Ramos, somos testigos de una
diferencia, o mejor dicho, de una marca de agua en alto relieve que lo ubica
como un escritor distinto, mucho más verosímil que los dedicados a la ficción y
muy artificioso en cuanto a los que ejercitan la no ficción. Esta suerte de falsa
ambigüedad no es más que el canal que garantiza la viabilidad temática de sus
crónicas, las que descansan en el crisol del que se alimenta la marca de la
casa: el estilo.
A los buenos escritores los conocemos
por su estilo. Y esta última entrega confirma una vez más el prestigio de ASR.
Hablamos de un estilo potenciado en las lecturas, aunque lo dicho es una
obviedad, porque se supone que todo escritor debe ser un lector irredento, mas
este estilo parte de una base que debería más frecuentada por cualquier escritor,
sin importar el registro de elección, base que nos lleva al asombro de la
oralidad de la que nos alimentamos, principalmente, en la primera infancia.
Eso: de la conjunción entre oralidad y lecturas, accedemos al ASR Style.
Textos como el homónimo que titula la
presente publicación, en donde se nos dinamita el ideal que tenemos de uno de
los espacios capitales para el imaginario literario universal para entregarnos
uno mucho más real y atractivo; o aquel que nos hace parte de la resurrección existencial
del futbolista uruguayo Darío Silva; o ese par de textos dedicados a la madre y
a una amiga de infancia, en los que podríamos especular sobre la procedencia de
la apuesta del autor por las historias reales, textos, por cierto, que solo nos
puede entregar una pluma con autoridad. Nuestro autor nos relata de personajes
signados por su peculiar cotidianidad, como también por la tragedia. En la
mayoría de los diecinueve textos nos habla de la realidad colombiana, pero
gracias a su estilo y mirada, nos situamos en un contexto mayor, el
latinoamericano. Esa es pues la trascendencia en la escritura que consigue ASR.
…
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miércoles, marzo 22, 2017
escritores lacayos
Venía leyendo intercaladamente dos
novelas que tranquilamente puedo recomendar, La séptima función del lenguaje de Laurent Binet y Basada en hechos reales de Delphine de
Vigan, cuando sentí la necesidad de sumergirme de una buena vez en las memorias
del siempre estupendo John Le Carré, Volar
en círculos. Entonces, ya no eran dos, sino tres novelas que leía
turnándome cada hora.
Me encontraba en esta actividad cuando recibo
la llamada de mi pata Jeremy, quien me pregunta por el título de una novela que
recomendé hace tiempo en este blog, novela de un escritor español que en los
años noventa publicó una novela monumental. No lo pensé mucho, porque ese
escritor que publicó una noventa monumental en los noventa fue Juan Manuel de
Prada, quien con Las máscaras del héroe
se ubicó como la voz narrativa con mayor proyección de su país. Por cierto, esta
novela opacó a otros autores generacionales, la mayoría sin las dotes que sí
exhibía De Prada, como también a autores con mucho talento, en este sentido
pienso en Antonio Orejudo y su maravillosa novela Fabulosas narraciones por historias. Ambas novelas guardan más de
un vínculo temático en común, pero cuando salió la del primero poco o nada pudo
hacer la de Orejudo para generar la atención que merecía. Y para cerrar esta
digresión: el tiempo ha ubicado a Orejudo como un autor digno de atención y a
quien siempre leo con interés.
Pero algo ocurrió con De Prada. Luego de
ganar en 1997 el Premio Planeta con La
tempestad no volvió a ser el mismo, dejó de ser el autor que leía con
admiración, y eso que le di más de una oportunidad a más de un título
posterior. Por ello, motivado por la pregunta de Jeremy me puse a averiguar
sobre De Prada, cuando encuentro esta entrevista en Youtube a razón de su
última novela, Mirlo blanco, cisne negro
(Espasa, 2016).
De la entrevista se deduce que en esta
novela De Prada ha dejado la piel en el asador, porque la historia que cuenta
tiene mucho de aquel joven de provincia que llegó a Madrid con una legitimidad literaria a cuestas. Y también se desprende de la entrevista que esta
novela es un férreo ataque al mundo editorial español y a la función que cumple
el escritor en esta industria capaz de no solo matar convicciones creativas,
sino también la personalidad de los autores.
Así guste o no, las palabras del autor
me hicieron pensar en la actitud que vengo percibiendo en más de un escritor
local no necesariamente joven. No es para menos, las dos casas editoriales más
fuertes han salido a la caza de nuevas voces, hecho que refleja el patente
relevo que viene experimentando la narrativa peruana, si es que entendemos este
contexto bajo los criterios de las poderosas casas editoriales, que en lo
personal jamás los asumiré como norma valorativa, pero que sí me permiten ver
de qué están hechos nuestro escritores, cada día más seditas, incapaces de
mostrar una opinión discordante del implícito mandato común: no quedar mal con
nadie.
Por ello, lo que cuenta De Prada no solo
es la radiografía del sistema literario español, sino que también puede
aplicarse esa misma radiografía en provincias editoriales como la peruana. Y
como bien indica, solo sobreviven los fuertes, los que creen en la epifanía de
su propuesta, aunque la tentación sea muy grande.
Luego de ver la entrevista, hice un par
de llamadas para saber si Mirlo blanco,
cisne negro ya estaba en librerías limeñas, pero nada. Esperemos que algún
día el Grupo Planeta traiga la novela.
librerías virtuales
Semanas atrás, o quizá dos meses, comenté
al vuelo lo que pudo ser una batalla campal entre dos personajes peculiares.
Esta suerte de posible batalla campal tuvo lugar en la Feria del Libro
Amazonas, en un sábado marcado por el inclemente sol. La bronca en cuestión la
protagonizaban dos tipos de llamativas cualidades: uno gordo y apestoso y el
otro flaco y también apestoso, Javier A. y Manuel A., respectivamente. Seguramente
ambos estuvieron caminando toda esa tarde de sábado, cargando pesadas bolsas de
libros, cada quien por su lado, hasta que se encontraron cara a cara en
Amazonas, en donde decidieron aclarar sus problemas comerciales, porque la
pelea que estuvo a punto de protagonizar la doble A, y que fue disipada por el carajazo
de un heladero de imprescindibles helados Donofrio, obedecía a una razón, la
manzana de la discordia, o llámese cliente, o lector, o interesado, que
requiere de los servicios de alguien que encuentre el libro descatalogado que
desea leer y que quiere hacerlo, como ocurre la mayoría de las veces, sin tener
que abandonar la comodidad del hogar. Javier y Manuel vieron el lomo brilloso
que exhibía restos de camote reseco de un estofado de 1985, el libro que justo les había pedido un
potencial cliente, quizá el mismo para los dos. Ante ello no dudaron en comprarlo
como sea, manifestando para tal propósito la labia digna del maleante, la
pechada del piraña, el roce del cabezazo, con mayor razón cuando decenas de
personas los miraban, hasta que los largó el heladero de Donofrio, porque
semejante comportamiento barrial atentaba contra su interés inmediato: la venta
de su peziduri.
Y meses atrás, y esto no lo consigné
porque se me olvidó, fui testigo de cómo un patita, cuyo nombre es Luis J., era
atrapado con las manos en la masa en una conocida librería, cuando este metía
dentro de su casaca un par de libros. El encargado de esta conocida librería
cogió del pescuezo al ladrón y lo llevó al cuarto de tortura de la librería, en
donde no solo recuperó los dos libros dentro de su casaca, sino también rescató
libros camuflados en su pantalón, como también libros de bolsillo sujetados por
el elástico de sus medias Adidas, tal y como indicaba el bordado de estas.
Estos tres personajes son la metáfora
peruana de las librerías virtuales peruanas. Harto mercachifle y delincuente.
Harto supuesto conocedor que, previo repaso intensivo en Wikipedia, brinda
cátedras virtuales sobre la importancia de determinado libro de la tradición
anglosajona del Congo (¿?). Imposible no pensar en mi causa Jorgito G., el
ideólogo de los Stupibabies, experto
lector de contratapas y eximio representante de la malhabladuría, inolvidable
personaje que robó libros de las librerías donde trabajó y de las que lo
botaron, dedicado a la autofelación de su sabiduría plástica cuando lo cierto
es que sus ex compañeros de trabajo tuvieron que pagar, bajo descuento del
sueldo, los libros robados, entre los que se hallaban los de sus autores preferidos,
sus debilidades que no se atreve a vender porque están destinados para su placer
personal: Paulo Coelho y Sergio Bambarén.
Pues bien, desde hace algunas semanas
vengo recibiendo quejas de no pocos lectores sobre las librerías virtuales que
se promocionan como tales en las redes sociales. “Mucho posero, Gabriel”, “Mentirosos
y acomplejados”, “Ya se parecen a los vendedores de cilindros de agua”…
Lamentablemente, no me queda otra opción que aceptar este descrédito en el que
han caído las librerías virtuales peruanas, en las que también han aparecido
los supuestos conocedores de primeras ediciones, conocedores que se delatan
como meros comerciantes ni bien abren la boca.
Es una lástima. Se impone el criterio de
hacer dinero a lo bestia. Tiempo atrás, cuando fui testigo de la consecutiva
aparición de las librerías virtuales, creí que estaba ante una alternativa,
nueva por cierto, de extender la comunidad de lectores más allá del circuito de
librerías. Para ello, era necesaria una toma de conciencia del oficio,
partiendo de su esencia: la lectura como configuración moral del librero. Si en
la mayoría de librerías formales impera la presencia del vendedor que se hace
llamar librero, esta presencia se magnifica en las librerías virtuales.
Obviamente, en este circuito virtual tenemos grandes excepciones, como Álvaro P. y
Jesús Jara, que antes de ser libreros, son lectores que han sabido construir una
legitimidad lectora en base a la recomendación honesta, la discusión argumentada
y ajena de la ley comercial del “cliente siempre tiene la razón.” Si una
cualidad ofrece una librería virtual es que se puede hacer (mucho y con harta paciencia)
dinero, pero con estilo (buen gusto y decencia), estilo en sintonía con la
nobleza natural del oficio, cuyo objetivo implícito es la formación de
lectores.
Los casos que he mencionado líneas
arriba son una pequeña muestra de una geografía emocional mucho más grande. Estos
vendedores se conducen en la mentira discursiva adornada por la imagen del
falso lector. Cada cual va por su camino tras la presa y en esta empresa no
existen los modales, sin embargo, confluyen los fines de semana en el común centro
de operaciones: el bar Don Lucho, que los alberga, del mismo modo que cobija otras
almas más nobles y honestas.
martes, marzo 21, 2017
lunes, marzo 20, 2017
"geografía de las nubes"
Lo ideal, en especial cuando de reseñas
hablamos, sería brindar una cartografía del autor abordado. En esta ocasión, la
cartografía se limita a dos libros suyos (incluido el que motiva este texto),
que muestran una hermandad común, si pudiéramos llamarlo de algún modo: la
diferencia. Diferencia, aunque deberíamos subrayar que con la otra novela
leída, La imaginación del padre,
guarda un relativo lazo temático: la figura del poeta peruano José Santos
Chocano, que protagoniza Geografía de las
nubes (Santuario Editorial, 2016), del narrador chileno Luis López-Aliaga.
Si hay una figura, a la que podríamos
catalogar de imprescindible en los potenciales afanes narrativos, esa figura es
precisamente Chocano. Para quien escribe, Chocano es un poeta sobrevalorado y
no hay día en que me pregunte por qué figura como una de las voces importantes
de la tradición poética peruana. Sé que esta apreciación puede ser confrontada,
y seguramente con argumentos, por los chocanófilos de la academia. Pero en lo
que algo sí estamos de acuerdo es que nos enfrentamos ante una vida exquisita y
literaria, aventurera y circense, ante una inevitable parodia de las
consecuencias que trae consigo la actitud de un ego sobredimensionado. Por
ello, escribir sobre Chocano, así sea en un registro de ficción o de no
ficción, siempre parecerá ficción. En vida, Chocano se superó a sí mismo, y por
ese solo detalle, los hacedores de ficción deben estar más que agradecidos.
Sobre este poeta peruano hay mucha bibliografía, de la que aprovechamos en
recomendar Aladino o vida y obra de José
Santos Chocano de Luis Alberto Sánchez.
Sin embargo, para esta novela Chocano es
solo un pretexto, un canal de ingreso para que se nos hable de ese otro poeta
capital para el proceso de la tradición poética latinoamericana, el
nicaragüense Rubén Darío. Darío es el eje ausente y también presente del
proyecto de López-Aliaga, puesto que el Chocano que recrea se justifica en
función a su admirado Darío, de quien solo esperaba el reconocimiento, el
primer paso para la realización de su proyecto mayor: ser el Poeta en español
de su tiempo.
Podríamos estar ante una historia
marcada por las aventuras y los deslices de Chocano, el desdén de Darío por
este, como también del contexto revolucionario que pautó la transición entre
los siglos XIX y XX, época en la que muchos países latinoamericanos definían su
futuro como también su estabilidad. Felizmente, López-Aliaga no es presa de un
recuento de hechos condimentados con los favores de la ficción, menos deudor de
la fidelidad que demanda la novela histórica. Lo que nos presenta el autor es
la narración sobre una obsesión, una cirugía de la enajenación por la gloria
literaria. Eso: narración, no una historia sobre Chocano y Darío. Y en esta
narración López-Aliaga cambia de registro, si pensamos en La imaginación…, prefiriendo para este proyecto una prosa pautada
por la descripción y la reflexión, haciendo uso de algunas cuotas de humor (en
realidad, el humor es un recurso ineludible si se tiene a Chocano), pero este
cambio de registro supone riesgos, que en novelas cortas suelen mostrarse como
no en las de largo aliento. Por un lado, para ser una novela corta, esta exhibe
más personajes de lo que hubiéramos estimado, varios de ellos quedan
“flotando”, pero hablamos de un riesgo presupuestado, porque como indicamos, la
fuerza de la novela yace en el cauce de su narración. Entonces, en su carácter
fallido como novela corta encontramos su epifanía, de haberse inscrito en las
espartanas leyes de la novela corta, no tendríamos la novela que nos convoca en
esta ocasión.
Geografía
de las nubes
exigía de quiebres que atentaban contra su naturaleza de novela corta. En este
tipo de toma de decisiones podemos conocer a los autores que transitan senderos
seguros, como también aquellos que apuestan por lo distinto, pero nos referimos
a una diferencia que parte del oficio, del conocimiento de causa de lo que se
quiere hacer. En este sentido, López-Aliaga confirma lo que suponíamos de él:
un autor dueño de una ética creativa, ajeno a los vaivenes de la moda
editorial, que como nunca antes viene arrojando paquetes a los lectores
latinoamericanos. En la ética creativa nuestro autor ha conseguido lo que
muchos no: legitimidad.
…
Publicado en Revista Lecturas
que sabe
Como ya lo indicamos en su momento, el
presente de Antonio Gálvez Ronceros no puede ser más perfecto. Pues me alegra
que sea así, además, nuestro narrador es dueño de aquella sabiduría, sana y
nada toxica, que solo puede deparar la experiencia de vida.
De alguna manera, venimos siendo
testigos de las notas de prensa y entrevistas a razón de su obra. En cuanto a
las entrevistas que le vienen
realizando, me alegra saber que sus respuestas se alejan de la mera información
banal sobre los circuitos interiores del ego, detalle que hemos visto en plumas
mayores y también “jóvenes” en los últimos años. Por ello, las respuestas del
autor adquieren un carácter perdurable, aunque sea en su inmediatez, por
paradójico que parezca.
En una nota de José Miguel Silva, GR
brinda algunos consejos a los que “sueñan con escribir”. La pueden ver aquí.
Aunque suene a lugar común, no deja de
tener razón cuando el autor indica que no debe haber apuro alguno por publicar.
Sus palabras tendrían que ser tomadas en cuenta, ahora que no pocos viven
ansiosos por hacerlo inmediatamente, ansias proyectadas hasta en las iniciales punzadas
de la intención de escritura, sin tener en cuenta que ese fuego creativo
iniciático tiene el poder suficiente para configurar una mentira: creer que se
es cuando no se es nada.
Si algo he notado en la producción
narrativa última ha sido un apuro que se percibe en donde no debiera: el libro
publicado. Novelas, poemarios y cuentarios con buenas propuestas, tanto en lo
temático y el estilo, se han visto traicionados por la velocidad que signa estos
tiempos en los que parecer es mucho más importante que ser. La paciencia, se
deduce, no es lo que rubrica la ética creativa del escritor actual, y si
extiendo el imaginario, no solo me refiero al peruano. Por el momento, no
brindaré una lista de los libros que se han visto afectados por este lastre, y
bien sabe el lector del blog que no tengo problema alguno en hacerlo.
Por ello, es una lástima que se pierdan
propuestas llamativas, sea por la demanda editorial, aunque esta no es nada
contra la verdadera demanda que traiciona al creador: el apuro del ego,
potenciado como nunca en las redes sociales, terreno en los que el Like es
asumido como un punto a favor que no necesariamente se traduce en ventas, menos
en lectores.
No dejemos tener en cuenta que GR se
refiere a la paciencia que el escritor debe tener con su trabajo, y en esta
sentencia, no podemos dejar de señalar que su opinión guarda relación con su
propia obra. GR es un narrador de flujo lento, demasiado espaciado en la
aparición de sus libros, según sus lectores. En este sentido, GR nos habla de
su propia verdad creativa, que no tendría que ser una regla que asegure la
elaboración de un libro destinado a la efervescencia literaria, no obstante, no
deja de tener muchísima razón en lo que dice. Hay que hacer caso a los que
saben.
domingo, marzo 19, 2017
cuando quejarse es la estrategia
Felizmente Lima no es el Perú. Este país
es mucho más grande que el capricho de los limeños, que ayer vivimos tal cual
la escena del agua de Mad Max: Fury Road.
Aunque en lo personal no me gusta aferrarme a la memoria personal, pero lo
acabado de vivir a más de uno nos regresó a los años de cortes de los servicios
básicos, muchas veces ocasionados por las detonaciones de torres de alta tensión. En esos
años ochenteros, y algunos de inicios de los noventa, los cortes de servicios
de agua y luz sucedían a la par. O sea, cuando en un atentado terrorista se derrumbaba una torre, no solo nos quedábamos sin luz, sino también sin agua.
Estábamos fregados.
Algo parecido se vivió ayer
sábado. Casi toda Lima se quedó sin agua y no faltaba nada para que esta ciudad
comenzará a despertar a la mala. El servicio de agua comenzó a llegar a las
casas paulatinamente a las dos de la tarde. A mi casa a las cuatro y de
inmediato me puse a trabajar en la recolección, como también a contenerme ante
la usura de algunos vecinos que alquilan cuartos, a cuyos inquilinos les
quisieron cobrar por el servicio de agua que por falta de presión no subía a
sus pisos. No lo pensé mucho, aunque de la puteada esos usureros e insensibles
no se van a salvar en estos días: encerré a Onur en mi cuarto, para que no se
escapara, puesto que abrí las dos puertas de mi casa, la delantera y la que da
al parque. En los caños de los lavaderos y de los baños se conectaron mangueras
y en esa tarea estuve hasta las diez de la noche. Felizmente, más de un vecino
consciente también ayudó a la muchísima gente que venía de otros barrios de La
Victoria.
Por el momento, las quejas sirven de
poco. La realidad se impone en la obviedad: los estragos de estas lluvias no
podían evitarse, menos en una ciudad como Lima que ha crecido muy mal, al ritmo
de la improvisación asumida como progreso. En este sentido, y así no guste,
este gobierno viene respondiendo a las necesidades, no con la prontitud
deseada, pero confío en que a medida que pasen los días esa prontitud en
soluciones se concrete. Mientras tanto, todos, desde nuestras posiciones de
influencia, tenemos que poner el hombro. Hay hermanos peruanos, como los del
norte y sur, que la están pasando muchísimo peor que en Lima.
En parte, este post obedece también a
las quejas fuera de lugar que vienen esgrimiendo los hermanos Fujimori y la ex
candidata presidencial Verónika Mendoza. Para nadie es un secreto que los
hermanos naranjas y Mendoza están aprovechando este contexto para sacar réditos
políticos. Los primeros, en algo que no me sorprende de estos ociosos que jamás
han trabajado, criticando la falta de celeridad del gobierno, sin tener en
cuenta que en los dos gobiernos de su padre, ante desastres naturales similares
pero de menor intensidad que el de ahora, no solo reaccionaban tarde, sino que
también se robaban las donaciones (hagamos memoria de la denuncia que al
respecto hizo Susana Higuchi, ex esposa de Fujimori y madre de este par de
tarados que creen que hacen mucho ensuciándose en el lodo para el momento Kodak).
Y la segunda, que en lugar de liderar la formación de una gran brigada
voluntaria de ayuda, desliza la idea de que estos desastres pudieron afrontarse
si en el país no existiera el modelo económico imperante. Tamaña estupidez
refleja su cada vez menos oculta ansia política. En lo personal, no me esperaba
esta reacción de Mendoza. De una mujer inteligente como ella espero soluciones,
alternativas, sobre todo en tiempos de crisis, no cachina discursiva que una
vez más enloda lo que no debe: los principios de izquierda que dice honrar,
como la preocupación por el otro caído
en desgracia.
sábado, marzo 18, 2017
"cortes intensivos"
Publicado a fines de 2015, Cortes intensivos. Entrevistas y crónicas
(posición.Editores) del poeta y crítico César Ángeles, ha tenido un tránsito
por demás curioso. A menos que esté equivocado, su presencia en medios ha sido
a las justas modesta, pero bueno, tampoco hagamos un drama de ello. Muchos
libros pueden darse por bien servidos si consiguen cierta presencia en medios. Sea
cual sea su visibilidad, es lo que menos debe importar. Lo que sí importaría
del libro publicado es que este pueda generar una comunidad de lectores, solo
así su existencia estaría por demás justificada.
La presente publicación no es una
maravilla y por no serlo es que me gusta. En estas páginas Ángeles nos ofrece
una selección de sus entrevistas y crónicas publicados entre 1986 y 2014, en las
que es posible percibir su mayor cualidad en prácticamente todos los textos:
personalidad en el punto vista. Del mismo modo asistimos a su mayor defecto: un egocentrismo que en más de un
tramo le juega una mala pasada.
Tengamos en cuenta los años en los que
aparecieron estos textos, en especial en el punto de partida que indica la
cronología de la selección. La segunda mitad de los ochenta. En las entrevistas
el autor nos entrega acercamientos llamativos, buenos e irregulares a
personalidades de la literatura, el arte y el pensamiento peruanos. Pensemos en
las realizadas a José Tola, Juan Javier Salazar, Enrique Polanco, Blanca Varela, Eduardo
Chirinos, Washington Delgado, Antonio Cornejo Polar, Rodolfo Hinostroza,
Alberto Flores Galindo, Martha Hildebrandt y Luis Lumbreras, y claro, imposible
pasar por alto la excelente entrevista al poeta chileno Enrique Lihn.
Como indiqué líneas arriba, nos
enfrentamos a un entrevistador con personalidad, y la sustancia de esta
característica descansa en que Ángeles sí era un hijo de su tiempo, porque
antes que periodista (y seguramente antes que poeta) era un entonces joven
configurado por la convicción ideológica de izquierda, o por lo que podamos
entender de esta. Por esa razón, su voz y puntos de vista potencian sus acechos.
Sus entrevistados no se hubieran sentido en confianza sin esa especie de
irreverencia, sueltos de las buenas formas al momento de responder, o reforzando
y refutando una opinión del entrevistador. A saber, pienso en lo que dicen Varela y Chirinos.
En el prólogo, el autor nos indica que
ha preferido mantener el carácter de las entrevistas, no ajustarlas a la perspectiva
del tiempo, y presentarlas como testimonio de época. En este sentido, quedarme
en la mera descripción atentaría contra un punto de vista contrario a lo que
propone. Pienso en el prólogo de Miguel Gutiérrez a la segunda edición
de La generación del 50: un mundo
dividido. En el texto Gutiérrez lleva a cabo una autocrítica con ciertas
posturas de su pasado político, mas esta autocrítica no alteró el contenido de
su ensayo como tal. Nos hubiera gustado una actitud similar en Ángeles. Pues
bien, así nos guste o no, sería mezquino no destacar la coherencia que la publicación
exhibe en su prólogo y el contenido de sus entrevistas y crónicas. Además, si
en el gran futuro la publicación llegara a generar un debate, y si este
eventual debate se diera en relación a su prólogo, el autor quedaría
despellejado.
Entre los textos no suscritos a las
entrevistas, prestemos atención a los dedicados a Antonio Cisneros, Víctor
Humareda y Emilio Adolfo Westphalen, que cumplen su cometido: revisitar el
legado cultural de estos artistas. Y para terminar, subrayemos que la lectura
de Cortes intensivos resulta mucho
más que interesante, no solo porque nos satisface, sino también porque
incomoda. Eso: solo los libros que incomodan merecen leerse.
ochentera
Lo venía percibiendo desde hace un buen
tiempo, suerte de vuelta a una de las décadas más turbulentas de la historia
peruana contemporánea, pero este año esa vuelta se ha manifestado en toda su
fuerza discursiva. No es para menos, si una década engloba toda la desgracia
que le pudo pasar a este país, esa fue precisamente la del ochenta: dos
gobiernos, uno más nefasto que el otro; crisis económica; terrorismo;
corrupción y un éxodo de peruanos nunca antes visto.
Haber sido joven en los ochenta, ni
hablar, no es lo mismo que haberlo sido en los noventa, mucho menos en los supuestos
años de prosperidad. Quien vivió su juventud en los ochenta es una persona
partida. En lo personal, no conozco persona que guarde un grato recuerdo de
esos años.
En cuanto a la literatura de esos años,
no mucho podemos decir. Publicar en esos años era prácticamente una empresa
imposible e imagino que ese contexto habrá desanimado a más de un narrador con
talento y proyección. Esta impresión la podemos reforzar con la antología En el camino de Guillermo Niño de Guzmán,
en la que haríamos bien en fijarnos en los nombres que se desanimaron en seguir
en el ejercicio de la escritura.
Por otra parte, este interés por los ochenta
en cuanto a su expresión discursiva intelectual y creativa, viene de la mano de
un aparato crítico que ha sido muy bien trabajado y que ya ha conseguido afianzar
un círculo de poder en la academia y que despliega cierta presencia temática de
cuando en cuando en los medios. Claro, este interés académico tiene sus puntos
de alcance, es decir, en este se aplica un filtro, porque no basta la calidad o
la propuesta interesante para llamar su atención, puesto que esta mirada debe
ajustarse a lo que este aparato busca: elevar la presencia de los autores que
vivieron esos años, por ello tenemos lo que vemos: la manipulación de los años
de la violencia, que más de un despistado/ahuevonado llama Guerra interna. Por
ejemplo: este aparato crítico jamás tendrá en cuenta una de las novelas que
mejor recrea esos años, novela publicada en el 2008 y que tuvo muy buena
crítica, pero que por cosas extrañas no ha despertado el entusiasmo de los lectores.
Esta novela, aparte de divertida y arrecha (harto buen sexo en sus páginas), es
una de las mejores novelas peruanas del nuevo siglo. Este aparato crítico jamás
la tomará en cuenta porque en sus páginas literalmente se sodomiza
ideológicamente a los patrones ocultos de este aparato crítico, que de portarse
con seriedad, no tendría problema alguno en considerarla como material de
estudio, con mayor razón cuando este aparato estudia novelas, poemarios y
cuentarios no solo avasallados en discurso, sino también aplastados por su
escasa/nula llegada literaria. Me refiero pues a la novela Sueños bárbaros de Rodrigo Núñez Carvallo.
En otras palabras: no hay explicación
razonable para no estudiar o tener en cuenta esta novela que mejor retrata
desde la ficción esa década privilegiada en su horror. Claro, la recreación de
estos años es un intento, y como tal no estamos ante una novela total, en lo
que supondríamos un mural de época, pero vaya que como intento sí deja
satisfecho al lector de turno, y por esa sola razón, por ser un intento que exhibe
arrojo y nervio literarios, o sea, experiencia de lectura, vale la pena leerla
para los que aún no lo han hecho, y para los que sí, su relectura adquiere una
actualidad de la que estamos no más que agradecidos.
viernes, marzo 17, 2017
safety check
Lo curioso que viene ocurriendo en estos
días en los que la naturaleza se manifiesta con toda su furia, furia que no
estaba para nada prevista, calificada por las instituciones medioambientales
pertinentes como histórica, es que más de uno no utiliza las redes sociales a
la altura de las circunstancias. En una situación como esta la comunicación
resulta no menos que importante, por medio de estas podemos hacer cosas muy útiles,
como coordinar ayuda para nuestros hermanos peruanos que sí están sufriendo las
inclemencias que generan las inundaciones.
Me explico: desperté temprano para
seguir avanzando la edición de tres textos. Aunque algo vi la noche anterior,
creí que lo visto no era más que una alucinación producida por el cansancio y
la preocupación. Sin embargo, esa alucinación resultó ser real y potenciada
como tal en la dimensión de lo que puede generar la poca reflexión y las
desmedidas ansias de figuración, ansias que exponen la radiografía frívola de
aquellos/aquellas que de sentido común tienen tanto como de mal gusto.
La única calamidad que viene sufriendo
la ciudad de Lima es la falta de agua potable. La institución encargada de
suministrarla, Sedapal, ha impuesto un horario de suministro, horario que puede
darse de baja como también extendiendo el corte de agua, ello dependiendo del
lodo que traiga el río Rímac. Esa es la calamidad que vive la ciudad de Lima,
salvo algunas excepciones distritales como San Juan de Lurigancho, Chosica, Chaclacayo,
ubicados cerca del río capitalino. Lo mismo podríamos decir de los distritos
del sur de la capital. Ayer vimos cómo una mujer sobrevive en Punta Hermosa
mientras es arrastrada por el huaico, la gesta de esta valiente mujer es ahora
la imagen que la prensa internacional usa para dar cuenta de lo que viene
ocurriendo en el país.
Cuando la tragedia llega a Lima, el Perú
despierta. Esa es nuestra tara. Pero lo que ha estado sucediendo en el norte, centro
y sur del país, y desde hace semanas, es una tragedia incomparable a las
pequeñeces capitalinas. No hay agua potable y ese es el mayor drama de la
chibolada pulpín, como de los cuarentones burgueses que se portan como pulpines.
Gracias a esta pulpinada intergeneracional he visto el mayor acto de estupidez
en aquellos que se autoerigen como privilegiados del pensamiento crítico y el
activismo: hicieron uso del Safety Check de Facebook. Puedo entender el Safety
Check si vivieran en las zonas afectadas, pero no, la mayoría vive en distritos
como La Molina, San Miguel, Miraflores, Barranco, Jesús María, Surco, Cercado,
Los Olivos, La Victoria, San Luis, San Borja, Magdalena, San Isidro, San Martín
de Porres… En fin. El furor de la estupidez.
jueves, marzo 16, 2017
cuando el río se desborda
Acabo de llegar del Centro de Lima, algo
cansado porque tuve que caminar más de lo acostumbrado para recién poder tomar
mi taxi de regreso. La demora se debió al desborde del río Rímac, hecho del que
fui testigo ya que se desbordó a menos de cincuenta metros de donde me
encontraba.
La historia del miércoles 15 empieza el
miércoles 8, cuando en la tarde recibo un mensaje de Dante, quien me pregunta
si puedo presentar el poemario de su amigo el poeta Carlos. Le pedí a Dante que
me pasara el pdf del libro. Lo leí y le dije que sí, y que me diga con tiempo
el lugar y la hora de la presentación.
No pude estar más que contento. En este
inevitable tránsito de presentaciones, he hablado de libros de autores mayores
peruanos y extranjeros, como también de los nuevos. Si la memoria no me
traiciona, lo he hecho en todos los espacios oficiales posibles y en los que no
lo son, siempre en buena onda, porque soy fiel a mi principio de aceptación:
que el libro a presentar me impulse a tener algo que decir. Como dije, no pude
estar más que satisfecho, porque la presentación del poemario Dios se tragará la muerte se daría en la
Feria del Libro Amazonas. Si hay un lugar en Lima al que le tengo mucho cariño,
ese lugar es precisamente esta feria permanente de libros, en la que también
trabaja mi amigo, mi hermano a la fuerza, Abelardo, el metalero fanático de Air
Supply.
Lo malo, lo que sí me fastidió, la hora
de la presentación: 4 de la tarde.
No sé si ya lo he dicho en este blog, pero
tengo un serio problema de insolación. Hasta de noche debo usar bloqueador, de
no ser así, mi cara se llenaría de ronchas y otras manifestaciones cutáneas. Eso,
por un lado. Por otro, el sol cada día está más insoportable, sobre todo el
calor que viene horas después de una intensa noche de lluvia.
Me dirigí a Amazonas, siempre avanzando
por el lado de la sombra, y por más que me cuidada, me achicharré y mi cuerpo
se convirtió en una melcocha, aún más que la media común porque soy de los
sudan demasiado. Cuando llegué no demoré en encontrar a Dante y Carlos. El
evento ya había empezado y antes de participar en la presentación, me dirigí a
saludar al metalero fanático de Air Supply, a quien encontré en su segundo
puesto. Todo un hombre de cultura mi causita. Conversamos lo de siempre, pero
en lo que hablamos la preocupación latente no podía dejar de ser abordada,
porque el río Rímac estaba a nada de desbordarse, no con el peligro de llegar a
la feria (¿o sí?), pero no era para confiarse porque en nada las lodosas aguas
invadirían los rieles del tren.
Antes de hablar de las virtudes del
poemario de Carlos, expresé mi alegría por estar presentando por primera vez un
libro en Amazonas. También saludé a los organizadores por esta iniciativa, por
promover estas actividades culturales, en fiel convicción de que estas son
parte de todo circuito libresco que se asuma como tal, sin depender de su
posible rentabilidad. Además, contra lo que puedan pensar algunos burgueses y
trepas de nuestra literatura actual, en este campo ferial también han
presentado sus libros Mario Vargas Llosa, Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso y
demás plumas de importancia.
Tampoco voy a negar que mientras hablaba
sentía una preocupación, porque el olor a tierra húmeda era fuerte, hecho que
reforzaba lo que ya no se decía: el río terminaría por invadir los rieles y que
la fuerza del mismo se repotencie con la presión con el muro de contención. Más
allá de este temor, hablé bien y creo que los asistentes lo sintieron así.
Quedé con Dante y Carlos en que iríamos
por el chifazo de rigor. Pero antes, y aprovechando que Carlos firmaba algunos
ejemplares, fui a despedirme de Abelardo, quien me acompañó a grabar la furia
del río, furia que inmortalicé en mi Instagram. También salí del campo ferial y
me dirigí al puente de piedra que, para mi vergüenza, no sé su nombre. La
situación ya estaba jodida, porque un cordón policial impedía que la gente lo
cruce. Más de uno se quedó atónito ante el lodazal que traía más de un centenar
de cilindros de plástico de múltiples colores.
Media hora después me enteré de que el
río había invadido las instalaciones de la Casa de la Literatura Peruana. Entonces,
le mandé un mensaje a mi pata Jaime y le pregunté si necesitaba ayuda, porque
si existía un peligro, ese peligro era la destrucción del material
bibliográfico ubicado en la primera planta de la Casa. Jaime me dijo que los
libros estaban a salvo porque todos pusieron el hombro para salvar los libros,
además contaron con la ayuda de los soldados del Palacio de Gobierno.
Nos despedimos de Dante y Carlos me
acompañó a Polvos Azules. La hora: 8 de la noche. Tenía tiempo suficiente para
abastecerme de películas, con mayor razón ahora que me encuentro en una maratónica
revisión de toda la filmografía de Cassavetes. Por lo general, las tiendas del
centro comercial cierran a partir de las 9, pero mientras nos dirigíamos al
Pasaje 18, muchísimos puestos estaban cerrados. Y en el pasaje cinéfilo solo
una tienda estaba abierta. Cuando le pregunté al encargado de esa única tienda
abierta por el cierre masivo de tiendas, su respuesta reflejó mi nula lectura
de la realidad: los encargados se habían retirado temprano, ya sea porque
estaban preocupados, o porque tendrían problemas para llegar a sus casas a causa
del desborde del Rímac.
En alguna ocasión leí que el clima se
vengaría de cómo lo hemos estado tratando en estos últimos veinte años. Pues la
venganza ya es realidad. El desborde del Rímac no solo afecta a los que viven
cerca de él, sino también a los que nos alucinamos seguros de sus aguas.
martes, marzo 14, 2017
aventura
Meses atrás una amiga me recomendó una
serie, The Affair. Sin ser un prodigio
de historia, esta producción de Sarah Treem y Hagai Levi ha exhibido los
suficientes recursos narrativos para que la vea cuando con una fidelidad a
prueba de burdos remilgos de primerizo, con mayor razón cuando en la mitad de
su segunda temporada ya le resulta imposible salir de su círculo vicioso
temático y discursivo. Tendría que ocurrir un milagro argumental para que esta
historia vuelva a levantar vuelo en la tercera temporada.
Como su nombre lo indica, estamos ante
una aventura pasional, en la que tenemos al escritor, esposo y padre de cuatro
hijos Noah Solloway (Dominic West) y la camarera Alison Lockhart (Ruth Wilson),
ambos con problemas en sus respectivas relaciones sentimentales. El primero
víctima del aburrimiento y de sus pocas perspectivas como escritor, y la
segunda, en duelo por la muerte de su pequeño hijo Gabriel.
Nos encontramos en un pueblo llamado
Mountauk en Long Island, adonde Noah y su familia van a pasar las vacaciones de
verano en la casa de sus suegros. En este sentido, el encuentro entre un hombre
aburrido y una mujer que carga con el dolor está por demás presupuestado en el
guion, pero lo que diferencia este encuentro de uno pautado por el melodrama
barato es precisamente la estructura que sostiene lo que este encuentro depara.
A lo largo de los episodios la narración se parte en las versiones (media hora para
cada uno) de Noah y Alison. En principio, sus encuentros vienen signados por el
furor de la atracción física, los cuales se manifiestan en rigurosos
despliegues hormonales. Pero de a pocos entre ellos nace una dependencia
emocional, como también espiritual, que los compromete más allá de sus meros
encuentros. Hablamos de una dependencia emocional que atañe, principalmente, a
las familias de Noah y Alison.
Gracias a esta estructura The Affair escapa de lo que podría
suponer un entuerto pasional. Por medio de los puntos de vista de sus dos
protagonistas, la serie aborda otras dimensiones temáticas, como la crisis
matrimonial, el salvaje afán de supervivencia comercial, la rebeldía de los
hijos adolescentes y para redondear su alcance: la investigación de un
asesinato presente desde los primeros episodios de la primera temporada.
Como es de esperarse, la irregularidad
discursiva se impone como una férrea marca de agua en las voces conductoras. No
existe en la serie un argumento general, sino pequeñas historias, y estas por
separado y en conjunto son las que dotan de sentido a la misma. La
irregularidad en The Affair es su
fuerza central, siendo Alison quien termina imponiéndose como el eje en quien
descansa la narración, en ella los personajes, hasta los antagónicos, consiguen
su configuración moral, desde el mismo Noah, su esposa Helen, Cole Lockhart
(esposo de Alison), hasta el Detective Jefrries…
En más de una ocasión somos testigos de
un proyecto que se les va de las manos a los productores. ¿En qué momento
cerrar esta aventura y sus consecuencias? Como ya indiqué, las dos versiones
que dirigen los avatares de los amantes, resultan no solo llamativos como
propuesta narrativa, sino también cumplen la (involuntaria) función de oxigenar
y rescatar de los lugares comunes a las historias que nos presentan.
La serie se justifica en su primera
temporada, y es más que suficiente para que uno se convierta en seguidor de la
misma. No hay motivo para buscar una posible explicación, esta fulgura en su
obviedad: el desencuentro y lazos en común entre Noah y Alison no son más que
las metáforas de la condición humana, tanto en su innata incoherencia y en su tácita
explosión pasional.