miércoles, mayo 31, 2017
no escuelear
1
Desde su publicación, he leído dos veces
No somos nosotros (Seix Barral, 2017)
del escritor Ricardo Sumalavia. No era para menos, porque me encontré ante uno
de los libros que pudieron oxigenar la narrativa peruana del presente siglo. El
híbrido se presenta como el camino alterno a seguir en este tráfico narrativo
de hora punta y el libro en cuestión bien pudo cumplir un rol por demás
iluminador.
Tengamos en cuenta que cualquiera no
puede sumergirse en estas aguas del mestizaje narrativo, para tal fin, el autor
de turno debe ser dueño de una pericia en la escritura y también conocedor de
los entresijos de los géneros que va a canibalizar. En este sentido, Sumalavia
cumple con creces en lo básico: el riesgo formal. La bastardía estructural en NSN es por demás perfecta, hasta
podríamos señalar que serviría de guía para cualquier escritor en ciernes
atrapado en las mareas del entusiasmo.
Sin embargo, la perfección formal no es
garantía de nada en el híbrido, es solo el primer paso hacia su justificación.
El híbrido requiere de arrojo narrativo, exige un aniquilamiento de la soberbia
literaria y una disposición de la humillación de la voz narrativa. Es decir, el
híbrido respira a cuenta de la dimensión humana. Al respecto, pensemos en Prosas apátridas de Ribeyro, La novela luminosa de Levrero, El arte de la fuga de Pitol y Dietario voluble de Vila-Matas. En estos
cuatro títulos no asistimos a la obviedad del riesgo formal, sino que somos partícipes
de una escritura desatada, que permite a sus autores mostrarse irónicos,
críticos y lúdicos. En otras palabras: escriben de lo que quieren sin estar
pendientes de los imperativos de los géneros, consiguiendo de esta manera
apropiarse de la complicidad del lector.
Es precisamente la falta de arrojo en la
escritura lo que lleva al naufragio a NSN.
Un par de ejemplos, cuando su voz narrativa intenta ironizar, la intención
queda atorada en medio de la garganta, y cuando esta pergeña senderos hacia las
parcelas de la oscuridad existencial, somos víctimas de una soberbia que se
estrella en el fango de la falsedad. El pecado mayor de Sumalavia es el
conservadurismo que infesta su escritura, regodeándose en múltiples aristas
temáticas sin profundizar en sus médulas. Además, esta bastardía estructural le
brinda al autor más de una oportunidad para tomar revancha, pero este no duda
en desaprovecharlas.
Para llevar a buen puerto este tipo de
proyectos narrativos, se requiere de valentía, de una actitud kamikaze que
dinamite los cantados peligros de la prosa aséptica. Si en el híbrido el lector
no sale contaminado, perdió su tiempo. Si en el híbrido no se cuenta todo, el
lector sufrió una estafa. Sumalavia contuvo innecesariamente lo que jamás
debió: la libertad de su palabra.
2
Ahora, en estas últimas semanas he
estado viendo un espectáculo que podría esperar (y hasta entender) de un
escritor novato, pero no de uno que exhibe una trayectoria a considerar, como
la de Sumalavia: el escueleo.
No me hago problemas, las cosas como son:
venimos presenciando una campaña obscena. Sumalavia nos dice cómo leer NSN.
Si alguien ayudó a Sumalavia en la
construcción de esta autoapología, pues debería graduarse de bestia, porque le
hizo un flaco favor. No hay nada más antiético que la propia defensa literaria.
No es la primera vez que ocurre y ya sabemos cómo terminan los libros de los
autores peruanos que practican la autoapología, esa suerte de escabeche mal
cocinado que condena sus libros al inminente remate.
Así suene a lugar común, la tradición de
la justicia literaria no se altera: los libros se defienden solos.
Y ya para terminar porque debo pasear a
mi falso pekinés, indiquemos que NSN
no es un libro comercial y saludo su publicación, porque es una apuesta
literaria. Es decir, no estamos ante una novela o un cuentario, que puede
interesar a una mayor cantidad de lectores. El público de este libro es muy
específico (y contra lo que podría creerse, lo tenemos), es la clase de
lectores acostumbrados a leer y que pasan de largo de las luces que acompañan a
las novedades narrativas. Por esa misma razón, este público no tolera el verso,
no aguanta que se le tome el pelo. Sumalavia aún está a tiempo de enmendar
esta campaña. Depende exclusivamente de él. Le sugiero, pues, que vea el episodio 8 de la
segunda temporada de The Affair. En
ese episodio encontramos una escena que es toda una revelación para cualquier
autor que siente que está perdiendo el manejo del movimiento de su libro. El
escritor Noah Solloway (Dominic West) y su agente editorial Eden Ellery (Brooke Lyons) conversan en una fiesta. Noah se muestra inseguro ante la recepción de
su novela Descent, entonces la
pequeña y maravillosa Eden lo mira y le dice: (no spoiler).
lunes, mayo 29, 2017
relatos de adicción
Sobre las adicciones se ha escrito
mucho. En estas empresas, tenemos no pocos títulos de referencia, como también
olvidables. Pensemos en los que quedan en nuestra memoria: El almuerzo desnudo de William Burroughs, Confesiones de un inglés comedor de opio de Thomas de Quincey e Hijo de Jesús del desaparecido Denis
Johnson.
En la ruta de esta tradición narrativa
sobre las adicciones, hallamos Drogadictos
(Demipage, 2017), recomendable antología que reúne a doce escritores
hispanoamericanos, algunos de los cuales ya consagrados y la mayoría en franca
proyección. Además, señalemos que estamos ante un libro- objeto, con sugerentes
ilustraciones de Jean-Francois Martin, que nos recuerdan a los viajes
alucinados y oníricos de David Lynch.
Cada autor convocado exhibe lo mejor de
su poética narrativa en cuanto a este tópico, cuyas variantes se han administrado
en sendas dosis (opio, morfina, marihuana, éxtasis, lorazepam, tabaco, tripi, sexo,
base, alcohol, talidomida y cocaína). Pese a su brevedad, resulta por demás
apabullante Certificado de mutante de
Mario Bellatin. En cuanto a los relatos de largo aliento, resaltemos El secreto de José Ovejero, Entre dos aguas de Juan Bonilla, Buscamos una amapola que no se marchite
de Marta Sanz, Punch Drunk Love de
Andrés Felipe Solano, Cabezas de amapola
de Sara Mesa y Calandria de Richard
Parra.
Ahora, la presente publicación también nos
permite tener una idea del estado de la narrativa hispanoamericana actual, en
especial mediante nombres no tan conocidos por estos lares, como Lara Moreno,
Carlos Velázquez, Juan Gracia Armendáriz, Francisco Xavier Irazoki y Manuel
Astur.
Los doce relatos pecan en linealidad y
transparencia en la prosa, seguramente a causa del mandato que impone el tema,
reparo muy menor, más cuando nos fijamos en que los mismos hacen gala de
inquietud guiada por una fuerza oscura detrás de las palabras, esa fuerza que
diferencia a los que escritores que escriben y que no tienen nada que decir de
aquellos que sí dejan la piel en el asador.
hueverismo discursivo
Terminé de ver la serie Billions y la volví a ver desde el sexto
capítulo de la segunda temporada. Si buscas una muestra de degradación, esta
serie podría satisfacer tus afanes autodestructivos.
El día comienza y me pongo a escuchar
algo de Portugal, a la vez que desayuno sano y leo los diarios del fin de
semana. Inevitable no pensar en el silencio de nuestras maravillosas mentes de
izquierda, que despliegan en las redes sociales un discurso por demás huevón y
distractor de la atrocidad cometida por el ex presidente Ollanta Humala. Deberían
aprender del maestro César Lévano, mucho más de izquierda que los llamados a
combatir contra los abusos del prójimo y que no ha dudado en criticar a Humala.
No hay mucho que pensar, aunque para algunos la autocrítica resulte una empresa
oprobiosa contra la imagen. Pero si te equivocaste, no hay nada de malo en
practicar la autocrítica, cuya sola práctica es una suerte de limpia de las
equivocaciones, en especial cuando las llevas a cabo desde las sinuosas
parcelas de la superioridad moral.
Mis causas Gustavo Faverón y Chiboliné
du France tienen que aprender mucho de este hombre, que a sus 93 años es dueño
de una lucidez y nivel intelectual, nutridos desde el rigor generoso del
análisis y en consecuencia con los principios que defiende desde su posición de
izquierda. Lévano enseña, nos alerta del hueverismo discursivo de los falsos
profetas. Si vas a erigirte como la consciencia moral de las redes sociales,
hay que hablar de los temas que no quieres hablar, solo así se construye una
legitimidad a prueba de los señalamientos, con mayor razón cuando de lo que no
quieres hablar está teñido de sangre.
sábado, mayo 27, 2017
la dama de la escritura
Ahora que se habla del híbrido narrativo
como si fuera el último grito de la moda en la narrativa hispanoamericana
contemporánea, habría que pensar en una de las plumas que lo practica desde las
cimas de la consideración, y sin exigir derecho alguno sobre el mismo. Tengamos
en cuenta que la escritura bastarda es dueña de una tradición que proviene
desde los mismos inicios de la escritura, y si hacemos un ligero repaso de su
proceso, podemos rastrear sus logros mayores en los libros bíblicos.
Por eso, habría que volver una vez más,
o ingresar por primera vez según el caso, a la obra de la escritora mexicana
Margo Glantz, de quien hace unos días releí Coronada
de moscas (Sexto Piso, 2013). La experiencia de este regreso hizo que
cuestionara la esencia de su escritura, a saber, si en caso hacía falta
preguntarse si lo suyo eran los géneros o no.
En estas páginas, Glantz nos habla de un
recorrido por la India. Al igual que en sus otros libros, la autora no se
encorseta en los mandatos de las formas, sino que permite el libre flujo de la
prosa, alimentada por un conocimiento de causa de registros como el ensayo, el
diario y la crónica. Glantz nos sumerge en la historia social e íntima de este
gigantesco país por medio de la mirada crítica y el parecer incómodo, con los que
enhebra el discurso de la revelación, que bien puedes llamar, así suene a lugar
común, maravilla textual.
Muchos se complican la existencial
intelectual tratando de cartografiar la poética de Glantz. Hasta cierto punto,
esta tarea resulta por demás útil para entender las influencias que sostienen
su escritura, influencias que nos revelan que poco o nada se puede hacer si el
talento natural no es alimentado mediante la voracidad de la lectura. La
aparente facilidad de la escritura de Glantz responde a una incansable búsqueda
de fuentes, y por lo leído, no solo en el libro que hemos mencionado, sino en
otros igual de recomendables como Las
genealogías, Saña y Yo también me acuerdo, podemos colegir
que lo suyo ha sido el encapsulamiento de registros en aras de un estilo
propio, en el que yace el justo prestigio que ostenta Glantz. Esto, para los
arqueólogos del texto. Pero lo ideal es entregarse y perderse en las epifanías
que obsequia la escritura de la autora. En este sentido, ¿sirve de algo
preguntarnos por la pertenencia genérica, como si fuera una garante del placer
en la experiencia de la lectura?
En este tipo de poéticas podemos encontrar
el camino que esclarece el tráfico de confusiones que signa a la narrativa
latinoamericana actual, tan llena de supuestos descubrimientos y nuevos
discursos narrativos. En los libros de Glantz hallamos el nuevo registro, pero también la tradición que lo sustenta. Con las
verdaderas plumas no solo disfrutamos, sino también aprendemos. Eso es
magisterio.
…
En SB
viernes, mayo 26, 2017
jueves, mayo 25, 2017
mesa disidente
Ayer miércoles estuve en el coloquio
organizado por el filósofo español Eduardo Subirats, El ensayo como problema, en La Casa de la Literatura peruana.
Llegué tarde a causa del tráfico, por lo que no pude ver el mediometraje El payaso sagrado de Jorge Castillo,
pero sí las ponencias de Gergana Petrova, Silvia Garza, Martha Alzate y Elías
Morado, cada cual con sus puntos de vista sobre la importancia del ensayo como
registro, pero con una postura única en cuanto a la inutilidad de este frente a
la academia, cada vez más desconectada y entregada a la jerigonza teórica que
confirma lo que muchos piensan de esta: la desconexión con el mundo y el poco
aporte de esta en la solución de conflictos sociales (en toda la amplitud de su
dimensión).
Resulta curioso que una mesa como esta se
lleve a cabo en la cada vez más conservadora Lima, si es que hablamos del
espectro de sus luminarias del pensamiento. Los ponentes del coloquio
pertenecen no solo a la academia, sino también son destacados miembros de la misma.
No hay mejor ataque que aquel que se produce desde la misma entraña del objeto
de crítica. Mientras escuchaba las participaciones, me fue imposible no pensar
en algunas sentencias leídas y escuchadas, sobre el carácter del ensayo, en
amigos que aprecio y admiro, como Miguel Gutiérrez, que en cierta ocasión me
dijo que el ensayo era quizá el género discursivo más hermoso que existe a
causa de su esencia absorbente y su libertad discursiva, y que además, en la
confluencia de sus virtudes, el ensayo puede cumplir uno de sus objetivos
paralelos: un cambio.
La academia debe aceptar su crisis. Por
lo leído en estos años, es evidente que no podemos caer en el facilismo, por
ejemplo, de llamar ensayos a los papers,
que muchas veces son manifestaciones de conocimiento inútil, más su tara no
menor de pedantería. El coto cerrado que muestran los integrantes de la
academia y su nulo impacto en la vida social, son las mejores muestras de su
evidente fracaso. La academia es necesaria, brinda los recursos intelectivos
medulares para construir lo que se supone debe construir y no lo que viene
destruyendo: el pensamiento propio.
Si tienes tiempo, date una vuelta por la
Caslit hoy jueves 25, día de clausura del coloquio. Estará bueno y correrá sangre. Participará el mismo
Subirats.
martes, mayo 23, 2017
subirats, el pensador incómodo
Ser dueño de una opinión propia es un
privilegio que muy pocos pueden ostentar. Hoy, esta cualidad se ha visto
repotenciada a causa de una plaga que afecta no solo los senderos de la vida
cotidiana, sino también los circuitos del mundo académico y cultural. Triste,
pero cierto: muchísimos intelectuales, pensadores, artistas y literatos cuidan
mucho sus palabras, temerosos de no ver afectadas sus trayectorias a razón de
opiniones contrarias de lo correctamente establecido por el poder que detenta
el discurso dominante.
Por ello, habría que prestar atención a
la obra del pensador español Eduardo Subirats. Nos referimos a una obra marcada
por la apasionada polémica, y cuya bibliografía está conformada por más de
cincuenta títulos, en los que el carácter multidisciplinario le ha permitido
abordar sus temas de interés, como la literatura, la filosofía, el arte, la
historia y la política. Subirats no solo es consciente de la fuerza expresiva
de la palabra, sino que esta no es nada si no se honra en la actitud coherente.
Palabra, pensamiento y actitud hacen de este intelectual una figura incómoda y
necesaria.
Si no cuestionas, no sirves, nos dice
implícitamente en El continente vacío, uno de sus títulos mayores, que sigue
despertando odios y pasiones en la academia. En este ensayo que debería
reeditarse, Subirats radiografía lo que para él son las mentiras discursivas en
cuanto a la conquista y fundación del continente americano, tarea que lleva a
cabo mediante las crónicas de sus testigos directos, no solo destacándolas por
su valor documental, sino también sometiéndolas a cuestionamiento y
relacionándolas con textos fundacionales de otras culturas. Podemos estar o no
de acuerdo con los postulados de Subirats, pero habría que ser un suicida si
los cuestionas sin haberte preparado. Y lo digo porque lo he visto polemizar, y
en esta faena no duda en hacer uso de sus recursos intelectivos en pos de lo
que considera la médula de la verdad. Citemos otros títulos suyos, igual de
inquietantes, como Las poéticas colonizadas de América Latina, El final de las
vanguardias, El universo dividido y Una edad de destrucción. Subirats ha hecho
de la disidencia crítica su marca registrada. Y no es casual que la academia se
encuentre dividida por su causa: por un lado, las nuevas generaciones lo consideran
un Rock Star del pensamiento, y por otro, como un Lucifer al que habría que
cerrar todas las puertas, condenándolo al ninguneo y silenciamiento, aunque
esta intención resulte difícil: ¿cómo lograrlo con una bibliografía tan vasta y
multitemática?
Conocedor de la cultura latinoamericana
y admirador de José María Arguedas, Subirats se encuentra en Lima, junto a un
grupo de destacados intelectuales peruanos y extranjeros, con los que ofrecerá
el Coloquio El ensayo como problema en La Casa de la Literatura Peruana.
Imposible no asistir.
…
En SB
desconectado
Luego de una semana sin celular, vuelvo
a conectarme con el mundo. No sé si celebrarlo, pero por más de un momento creí
que la caída del celular y la explosión de la pantalla fueron lo mejor que me pudo
pasar. Tampoco hay que hacerse dramas, quien quiera comunicarse conmigo sabe
que lo puede hacer por otros medios, como el correo electrónico.
Esta desconexión la aproveché en
lecturas y relecturas. Veamos: estoy por acabar la excelente novela Mac y su contratiempo de Enrique
Vila-Matas, que comentaré en los próximos días. Acabo de empezar la antología Drogadictos, editada por Demipage; del
mismo modo la reedición de Los ilegítimos
de Hildebrando Pérez Huarancca. Pero ante todo relecturas marcaron la pauta,
como De eso se trata de Villoro, El continente vacío de Eduardo Subirats,
Bonsái de Zambra y La obra maestra desconocida y El primo Pons de Balzac.
Mas todo gusto termina, puesto que acabó cuando
recibí mi celular arreglado. Cuando lo prendí vi muchísimas llamadas perdidas,
no pocos mensajes de textos y la numeración de mensajes de wasap me dejó
sorprendido. De estos últimos, solo uno, proveniente de Zúrich, me importó. La
cantidad de personas que intentaron comunicarse conmigo, me conmovió, hasta
llegué a creer esa mentira de que puedo ser importante para gente que no sean
mis padres y mi falso pekinés. A lo mejor estaba siendo presa de una falsa
impresión primeriza. Nunca antes se me había malogrado un celular, y más allá
del placer que me significó la desconexión, mi lado racional me indicaba que
debía estar atento a lo que se me podía estar comunicando por medio de él. Sin
embargo, una vez ya conectado y ver lo que me espera en los próximos días, la
tentación adquiere intención, el oculto deseo de que se me vuelva a caer el
aparato y ver en la pantalla rota una vesánica muestra psicotrópica de colores.
domingo, mayo 21, 2017
mujer que emociona
Hace un par de días, mientras conversaba
con Francisco, amigo librero y declarado izquierdista, este me comentó que pese
a lo que viene ocurriendo con la izquierda en Latinoamérica, sigue creyendo en
sus principios y postulados, a lo que no pude refutar, porque sus piedras
angulares no deben mancillarse por las malas acciones de sus “líderes” de
ocasión. Pero también sabe que poco o nada puede argüir sobre lo que la izquierda
es hoy cuando vemos a miles de amigos venezolanos en las calles limeñas,
sobreviviendo en cuanta actividad se puedan desempeñar. Y claro, compartimos la
indignación cuando vemos a chavistas de café, chavistas de redes, defender lo
indefendible en cuanto a la dictadura que se vive en Venezuela. Sería ideal que
esos trasnochados de la ideología tomen la decisión de ir a ese país y vivan lo
que sus ciudadanos viven día a día, a ver si luego de esa experiencia siguen
manteniendo las barbaridades que destilan desde la comodidad que les depara la
parcela virtual.
En este sentido, resulta no menos que
emocionante lo que viene haciendo Lilian Tintori, convertida a la fecha en la
metáfora de la lucha contra del régimen opresor de Maduro. Tintori no solo
busca la liberación de su esposo Leopoldo López, sino también el rescate de su
país en manos de un tirano, que no duda en matar de hambre a su pueblo y en
cortar toda clase de manifestación haciendo uso de la fuerza.
Decir lo contrario de la realidad
venezolana no es más que un desesperado acto discursivo. El poder ataranta, el
poder genera despotismo, no importa el bando ideológico en el que se encuentre
arrimado. Sin libertad toda democracia es remedo de sí misma.
viernes, mayo 19, 2017
furia ochentera
Si hablamos de una de las décadas más
complicadas y riesgosas de la historia peruana contemporánea, tendríamos que
referirnos, sin duda alguna, a la del ochenta del siglo pasado. A las pruebas
nos remitimos: dos gobiernos desastrosos, uno que peor que el otro; una crisis
económica que hacía perder la percepción de la moneda para comprar adminículos
de primera necesidad (a saber, 3 millones de Intis para un cuarto de kilo de azúcar);
un éxodo de peruanos a la busca de un mejor futuro; y la tragedia mayor, como
para coronar esta sinfonía de espanto: el azote del MRTA y Sendero Luminoso,
grupos terroristas que originaron una masacre de decenas de miles de peruanos.
Este contexto resintió la producción
artística. Por ejemplo, pensemos en lo complicado que era publicar un libro, y
quienes lograban hacerlo no tenían la más mínima seguridad de poder continuar
un proyecto literario. Haber sido joven en los ochenta fue una desgracia, pero
esta reforzaba su dimensión con los hombres y las mujeres que sí tenían algo
que decir, sea desde la literatura, el arte y la música.
Por ello, la publicación Desborde subterráneo 1983 -1992 (MAC,
2017) de Fabiola Bazo, es una justa radiografía de época y también una cirugía
emocional de los entonces protagonistas que vivieron en su justo derecho su
verano de la anarquía. Dicho esto, subrayemos el carácter de gueto que signa a
toda la movida cultural subterránea, puesto que esta no irradió en la mayoría
de jóvenes peruanos ochenteros (afirmar tal cosa, es mentir con descaro, y es
menester decirlo porque de la nada vienen apareciendo remedos de subtes que
jamás asistieron a un concierto subte), pero a la pequeña gran minoría que
influyó, esta supo hacer sentir su voz, pergeñando una postura vital y un
discurso de libertad ausentes en la mayoría de jóvenes que al menos
compartieron un rasgo común con los verdaderos subtes: sobrevivir.
En este sentido, el libro de Bazo nos
acerca a los discursos mayores e íntimos de los protagonistas de la movida
subterránea. Para tal fin, la autora hace uso de una lograda mezcla de
registros como el ensayo, la crónica, el reportaje y la crónica. Gracias a la
bastardía del registro textual, Bazo cumple con el objetivo implícito de su
publicación: la difusión. Pero no hablamos de una difusión amable, la autora sabe
que lo suyo no es la idealización, sino la representación de una moral rebelde,
la puesta al día de una ética creativa
contra un sistema opresor.
Por este motivo, y yendo más allá de lo
discutible que puede ser el legado musical de esta movida, DS se yergue como un documento imprescindible para entender esos
años de horror por medio de la sensibilidad de sus protagonistas, que supieron
hacer sentir su postura crítica y anárquica, no solo en la identificación y
proyección de las letras de las canciones de las bandas de la movida, también
en una estética visual (extraordinario trabajo gráfico que acompaña al texto de
Bazo) que reflejó el sentimiento de agitación hasta de sus actores de reparto.
Un par de aspectos, de entre varios, que nos hacen partícipes de una actitud vital
y coherente con una furia interna nada contenida.
Los subtes fueron minoría, pero hicieron
mucho más que la mayoría de jóvenes que los miraban por encima del hombro. La
realidad de su legado cultural y artístico la vemos periódicamente en
publicaciones que seducen a las nuevas generaciones. Pensemos en las novelas,
cuentos, ensayos y crónicas que inspira. Y claro, pensemos en un librazo como
este.
…
En SB
jueves, mayo 18, 2017
bestias al volante
Ayer, mientras daba cuenta de un
espresso en un café de San Borja, en donde suelo reunirme con amigos, fui
testigo, en el lapso de media hora, de tres posibles tragedias. Tres bestias al
volante casi matan a 2 mujeres jóvenes y un señor de avanzada edad. ¿Qué rasgo
común tenían estos energúmenos? Al parecer, entre los testigos, fui el único
que se percató del uso del celular por parte de los conductores. Una mano en el
timón y la otra sosteniendo el celular, con lo útil que es el Hand Free.
Los incidentes no pasaron de algunos
cruces de palabras, aunque de haber podido, algo hubiese hecho, pero poco o
nada puedes hacer cuando te encuentras a más de cuarenta metros. Esas tres
camionetas provenían de La Rambla, a una velocidad mayor de la permitida, en
una suerte de piques de niños-bien, o ex niños pobres-ahora bien, dispuestos a
mostrar la superioridad que deparan los fierros con ruedas, patentizando la
metáfora de la prepotencia que vemos a diario en las calles.
Mi reunión se tuvo que postergar, no me
reuní con nadie, pero pedí otro espresso y seguí releyendo algunas páginas de De eso se trata de Juan Villoro, librazo
que recomiendo, además, aún pueden encontrarse algunos ejemplares del mismo en
librerías locales. Cuando disponía regresar a casa, un movimiento apurado al
pararme de la mesa hizo que mi celular cayera al suelo. En principio, no me
preocupé, mi celular tiene fuertes capas protectoras, se ha caído muchas veces.
Pero al recogerlo, vi que la pantalla interior proyectaba luces intermitentes,
psicodélicas. Podía recibir llamadas, sentir la vibración de los Inboxs y el
Wasap, mas no responder. Por un momento sentí un contenido pánico, pero solo
por unos segundos, porque comencé a experimentar un estado de libertad, un
privilegio que poca gente tiene hoy en día.
miércoles, mayo 17, 2017
declaraciones fatuas
Después de varios días desconectado, me
pongo al corriente con algunas noticias aparecidas en las últimas horas. En ese
trance, mientras me sirvo un jugo de fresa, leo el cuento ganador de las 1000 palabras, concurso convocado por la
revista Caretas.
Lo cierto es que estamos ante un cuento débil, predecible, que alardea de su ingenuidad temática y que se deshace en la escritura temerosa.
Pero llaman mi atención las declaraciones
de su autor, Julio César Buitrón, de 27 años.
A veces, la juventud suele jugar muy
malas pasadas, y se pueden superar si aplicamos la virtud que la chibolada de
hoy no suele practicar: la inteligencia. Lo digo en buena onda, y con la
esperanza de que Buitrón se salve de la posería y de un inminente destino
lustrabotista.
Podríamos entender sus declaraciones si
estas parten de una revelación no vista en este caso: que su cuento sea un
cuentazo. Es decir, la manifestación de la calidad literaria que brinda crédito
para la tontera verbal y la ejecución del rol de infante terrible, así seas
chato.
Recordemos el muy buen cuento Solo quería un cigarrillo, de Claudia
Ulloa Donoso. Con este cuento la autora ganó en 1998 las 1000 palabras de Caretas,
a los 18 años. De quererlo, pudo ser posera, y ella sí tuvo motivos suficientes
para tal fin, puesto que la calidad de su cuento le brindaba ese crédito.
Para mover el balón, primero hay que
saber pararlo.
martes, mayo 16, 2017
lunes, mayo 15, 2017
sin narradoras chilenas
Luego de la algarabía que supuso la nómina de los integrantes de la edición de Bogotá 39-2017, me pongo a analizar
con calma la trayectoria de los seleccionados no peruanos. Para mi grata
sorpresa, he leído a muchos de ellos y en verdad no tengo mucho que objetar,
como tampoco celebrar, puesto que toda selección, y sobre todo una de esta dimensión,
jamás contentará a la platea. Están los que tienen que estar, pero también
hallamos voces consolidadas, que no necesitan de la participación de un
festival como este para sustentar el prestigio alcanzado. Veamos, hasta donde
la memoria me sea propicia: Valeria Luiselli (México), Diego Zúñiga (Chile),
Daniel Saldaña París (México), Samanta Schweblin (Argentina) y Daniel Ferreira
(Colombia).
Algunos países cuentan con un solo
representante y otros con más. Tampoco vamos a caer en la demagogia de que
debió establecerse una cantidad determinada de autores por países, puesto que
la calidad literaria no debe estar sujeta a cupos. En este sentido, no deja de
llamar mi atención lo que ha pasado con la delegación chilena, compuesta por
talentosos autores, pero en la que sí nos hubiese gustado encontrar algunas
mujeres.
He seguido con mucha atención la producción
narrativa chilena del presente siglo. Y siendo justos, nos encontramos con un
imaginario narrativo que, salvo excepciones, ha demostrado muy buen nivel,
seguramente a causa de la fuerza de su circuito editorial independiente y a los
premios nacionales que incentivan a sus noveles autores. Esto en cuanto a
posibles explicaciones racionales, aunque yo que prefiero justificar esta
producción en el capricho de la sospecha, es decir, en el quiebre emocional, la
mochila pesada de las secuelas de la memoria dictatorial que cargan sus autores,
aunque esto no quiera decir que la aborden directamente, sino que se manifiesta
en la tensión de su escritura.
Después de tradiciones narrativas latinoamericanas contemporáneas como las de Argentina y México, la de Chile ha crecido no solo en cantidad, también en fuerza expresiva. Y protagonistas medulares de este auge han sido y son sus mujeres. Podría mencionar a cinco que tranquilamente pudieron estar en el bolo de selección del festival (en lo personal, consideraba fijas a dos), pero sabemos también que la postulación dependió exclusivamente de sus casas editoras, entonces por allí podría hallarse la razón del llamado ninguneo de narradoras chilenas en este B39. Si una delegación merecía estar representada en la pluralidad de su calidad, esa era precisamente la chilena.
Después de tradiciones narrativas latinoamericanas contemporáneas como las de Argentina y México, la de Chile ha crecido no solo en cantidad, también en fuerza expresiva. Y protagonistas medulares de este auge han sido y son sus mujeres. Podría mencionar a cinco que tranquilamente pudieron estar en el bolo de selección del festival (en lo personal, consideraba fijas a dos), pero sabemos también que la postulación dependió exclusivamente de sus casas editoras, entonces por allí podría hallarse la razón del llamado ninguneo de narradoras chilenas en este B39. Si una delegación merecía estar representada en la pluralidad de su calidad, esa era precisamente la chilena.
Cosas de la otra literatura. El B39 es
un festival más, solo asegura una mayor difusión para sus autores, pero de
ningún modo la referencia, que corre por cuenta de los verdaderos lectores, que
no se dejan atarantar por la falsa consagración de los festivales. Los
festivales no consagran a nadie.
…
En SB
jueves, mayo 11, 2017
diferencias y señalamientos
Ayer miércoles, a la una de la tarde, me
reuní con un par de estudiantes de periodismo de la UPC en la BNP. Ellas se
contactaron conmigo a razón de un reportaje que venían realizando sobre el poco
hábito de lectura de los peruanos. Acepté porque al respecto escribí hace unos
días en un semanario local.
Había mucho que decir. Y en lo que diría
pensé mientras me dirigía a la BNP. A una de las chicas la conocía por
referencia y creí que la entrevista se realizaría en los ambientes de
la BNP, pero no pudo realizarse a causa de la burocracia. Por ello, previa
llamada, nos dirigimos a las instalaciones de una editorial independiente,
ubicada muy cerca de la BNP. En ese trayecto, ayudé a una de las chicas a
cargar el trípode, que era más pesado y grande que ella.
Conversamos sobre la logística de la
entrevista. Y me enteré de que entrevistaron y entrevistarían a preclaros
referentes locales, cosa que me alegró por ser considerado en tan selecto grupo
del pensamiento peruano, o lo que pueda entenderse como tal.
Seguimos caminando y faltando poco para
llegar, una de ellas, la que dirigiría la entrevista, me comentó sobre mi
artículo de la semana pasada. Es cierto, disparé contra todos, pero cada bala
estaba más que justificada. E hice una precisión, porque su inquietud también me
la han manifestado otras: un intelectual que trabaja para el Estado no está
libre de señalamientos por el solo hecho de ser intelectual. Las críticas y
señalamientos al intelectual no deben ser vistas como algo personal, sino como
una actitud natural. Ocurre que en nuestro circuito cultural solemos mezclar la
calidad humana de este con su desempeño público.
La entrevista salió muy bien. Las chicas
hicieron un excelente trabajo. Y como tiene que ser: cargué el pesado trípode
hasta embarcarlas en su taxi.
miércoles, mayo 10, 2017
martes, mayo 09, 2017
humala lovers
Grata tarde dedicada a la lectura de dos
libros: Los niños perdidos de Valeria
Luiselli y Desborde subterráneo de
Fabiola Bazo. Están muy bien, aunque ciertos reparos se presentan en la
publicación de Bazo, que comentaré a su debido tiempo.
Entonces, me pongo al día con las
noticias. Una de ellas resulta excluyente. Y no vuelvo a ella por afán de
humillación a los preclaros representantes de la izquierda peruana. Además, ya
lo he dicho más de una vez, si esta izquierda fuera normal, no tendría problema
alguno en considerarme izquierdista, porque lo soy, solo que no se nota.
Nuestra izquierda pretende pasar piola,
los días corren y las pruebas contra el ex presidente Ollanta Humala son cada
vez más contundentes. No no me hago problemas en la plenitud de la
certeza, por catastrófica que sea esta: fuimos gobernados por un violador de
derechos humanos, el cual fue apoyado por la superioridad moral de la zurda,
sabiendo que su líder electoral cargaba una mochila por demás pesada. ¿A ella
le importó este detalle? Pues no. Había que llegar al poder y en esa ambición
no les importó pasar por alto uno de los tópicos sensibles que justifican sus
principios.
Los Humala Lovers, aquellos chicoteados
por la ideología que apoyaban día y noche a este asesino, sea desde las redes y
desde sus columnas de opinión en medios, deben ya hacer uso de esa cualidad que
en Perú es vista como símbolo de debilidad: la autocrítica, más la disculpa
respectiva a los seguidores y simpatizantes de la izquierda. No es poco de
pavo. La izquierda no puede taladrar su tradición fiscalizadora a causa de
líderes de opinión que haríamos bien en sindicar como esforzados hueleguisos.
lunes, mayo 08, 2017
descomposición
Cuando la ideología gana terreno sobre
el criterio elemental, te convierte en idiota.
Los seguidores y simpatizantes de la
izquierda me han demostrado que resulta insuficiente defender en discurso la
ideología chavista. Por ello, no dudan en burlarse de los miles de venezolanos
que están trabajando en Lima. Soy testigo de estas burlas a diario en las redes
sociales, como también en los ocasionales saraos literarios a los que asisto
porque no me queda de otra.
Puedo criticar y hasta condenar muchos
aspectos de la conducta moral de la izquierda peruana, pero burlarse de gente
que a causa de la desesperación huye de un régimen dictatorial, sí me resulta sintomático
de su grado de degradación. Si algo ha ocurrido con las izquierdas en
Latinoamérica es una descomposición que se alimenta de una fe ciega en lo que
asumen como ideales. Su descomposición local la vemos en las defensas al
chavismo y en su silencio ante violadores de derechos humanos como Ollanta
Humala. Puedo entender el desconcierto de nuestra izquierda, no así su falta de
humanidad para con los hermanos venezolanos que están mejor en Perú vendiendo
arepas, lo que nos da una idea irrefutable de la situación de su país.
Un poco de desahuevina no les vendría nada
mal a nuestras “privilegiadas” mentes de la zurda.
domingo, mayo 07, 2017
cartas de amor
Un artículo de la escritora chilena
Paulina Flores, en Babelia, obliga a que me pregunte cuándo fue la última vez
que escribí una carta. En estos años de velocidades mediáticas e información instantánea,
la escritura de cartas se ha convertido en una excentricidad, sin embargo, aún
quedamos los que escribimos a mano, quizá por la nostalgia que supone la
práctica o por el placer que produce el seseo de las palabras.
Pero recordar la última vez que escribí
una carta no tiene mucho sentido. En cambio sí la primera, que me transporta a
mis años de aprendizaje vital.
En 1994 era un escolar que en las noches
estudiaba inglés en el ICPNA del Centro Histórico. Lo hice en mis tres últimos
años de colegio y esta es una etapa que recuerdo y atesoro. Prácticamente, en
todas las clases resulté siendo el más joven. Nadie sabía que asistía al
colegio. Y no pocos compañeros y compañeras de aula, que trabajaban o
estudiaban en academias o universidades, me alucinaban a lo mucho de 21 años de
edad. No los culpo, dejé de crecer a los 14 y desde entonces no paso del metro
85.
Con esta gente conocí el mundo, la
aceleración vital, cosa que agradezco porque me curó a futuro de la impresión
primeriza y del alcoholismo como síntomas de felicidad. Pero me dejó un vicio,
placentero: el tabaco. Las noches de los viernes eran las metáforas del exceso
y me entregaba a ellas con toda la disposición del mundo. Pero bien lo señaló
el sabio Miguel Gutiérrez: los excesos deben parar a tiempo.
Como era un pata que escondía su
escolaridad en el ICPNA, vivía solo de propinas. Por un tiempo pensé cómo ganar
algo de dinero y así pagarme ciertos gustos. También pensaba en que tenía que
trabajar en algo que me gustara, de lo contrario me iba a la mierda.
Entonces, cierta noche que salía de
clases, apurado por llegar a casa porque tenía hambre, un pata de estatura
mediana, rostro quemado por el sol y que usaba una extraordinaria casaca de
cuero, me cortó el paso. Me preguntó si le podía hacer un gran favor. Yo creí
que era un ladrón, pero cuando me dijo que me podía decir su requerimiento en
donde estábamos, en plena Emancipación, no me quedó otra que escucharlo.
El pata era un marino mercante y por su
contextura deduje que desempeñaba labores de carga. Sin embargo, su favor no
era tal, más bien un trabajo: debía traducirle una carta del castellano al
inglés a su novia que vivía en una isla, en una colonia británica del mar
africano. Me entregó su carta, fotocopiada. Quedamos en vernos al día
siguiente, en el mismo lugar, para entregarle la carta traducida.
Una vez en casa traduje la carta en
quince minutos.
Cuando se la entregué, no supe cuánto
cobrarle, pero antes de decirle la cantidad que entonces te justificaban los
pasajes, sánguches, gaseosas y cajetillas de la semana, vi su rostro encendido
de alegría. Me pagó una millonada… para un adolescente noventero de dieciséis
años: 40 soles.
A partir de entonces, el marino mercante
aparecía, cada quince días, con otro colega, ambos con el mismo requerimiento:
traducir una carta del castellano al inglés, obviamente, para una novia lejana.
Y este otro marino mercante trajo a otro, al punto que a veces me buscaban en
grupo. Solo una vez intentaron que les haga un precio especial por ser grupo.
Pero esa intención no prosperó, porque les hice saber sobre la importancia
emocional que significaba una carta de amor.
sábado, mayo 06, 2017
viernes, mayo 05, 2017
nervio e intimidad
En cierta ocasión, conversando con uno
de mis mejores amigos, este me preguntó qué le hacía falta a la narrativa
peruana actual. Antes de responderle, le dije que estoy de acuerdo en que la
narrativa peruana del nuevo siglo se anuncia auspiciosa. No era para menos: durante
su primera década tuvimos una eclosión por demás llamativa, especialmente en el
periodo 2004 – 2007, en el que fuimos testigos de cuentarios y novelas que nos
hicieron albergar la esperanza de que entre sus autores se germinaba una obra
maestra. Sin embargo, no imaginé que ese anhelo se diluyera por completo en la
siguiente década. Y no solo eso: siguieron apareciendo muchísimos escritores, que
en cuestiones de trabajo formal y mundo temático distaban de lo alcanzado por
sus pares del decenio anterior, salvo excepciones a subrayar que mencionaremos
en otra ocasión. Entonces, luego de este breve repaso, pasé a responder la
pregunta de mi amigo: a la narrativa peruana última le falta suciedad. Y cuando hablo de suciedad no me refiero a las variantes
del realismo sucio, por cierto.
Ocurre que uno de los peores males de
los autores peruanos del nuevo siglo es su apego por la limpieza formal,
además, el problema se repotencia cuando se hace de esta naturaleza básica una
virtud. Y otro mal: el autor peruano cuida mucho su mundo interior, no exhibe
lo que debería, como si escribiera con el temor a ser víctima de un
ajusticiamiento moral. Considero que de superarse este par de aspectos, podríamos
llegar a leer lo que esperamos desde la década anterior.
En este sentido, nos gratifica leer un
cuentario como Una calma aparente (Animal
de Invierno, 2017) de Christian Solano. Nos enfrentamos al tercer libro del
autor, aunque tengamos en cuenta que sus dos títulos anteriores, Almanaques (2014) y Motivos de fuerza mayor (2015), estaban inscritos en los terrenos
de la microficción, en los que dejó constancia de su mirada. En esta ocasión
Solano no solo testimonia la confirmación de esta mirada, sino también
despliega su mérito mayor: su arrebatado mundo interior.
Solano no nos ofrece una propuesta
distinta a las ya recorridas. Por el contrario, transita por los terrenos de
nuestro realismo narrativo y en base a él impone madurez, tan necesaria para
estas historias signadas por el hartazgo vital, la frustración sentimental y la
crisis existencial. Apelando a un estilo claro y ajeno a los efectismos de los
malabares del lenguaje, conduce la suciedad
de su mirada en los ocho cuentos que componen el volumen. Somos parte de su
verosimilitud, hasta en el cuento más débil, Parque de Las Leyendas, que como idea de historia ofrecía mucho,
pero que adoleció de mayor descanso, o maceración, en sus circuitos.
En cuentos como Familia, Love will tear us apart,
Paradero inicial, Los patinadores del espacio, Primera vez, Periodo de prueba y el homónimo de la publicación, Solano transmite
en la miseria moral de sus personajes y en las distintas voces de las que hace
uso. Solano no imposta, es más bien un fiel esclavo de su oído y del mundo que
conoce. Con sus personajes recorremos en combis y taxis una Lima de entre siglos,
siendo testigos de excepción de su furia interna y de su resignación a convivir
con sus desgracias cotidianas, como una familia disfuncional, un matrimonio
acabado, un mal enamorado, una mujer que humilla, un cuñado interesado, amigos
que solo son tales en lo nominal y demás maravillas. En este sentido, asistimos
a una galería de personajes que son héroes de sí mismos.
Líneas atrás hice hincapié en la madurez
del autor. Si UCA es dueña de una
factura literaria pocas veces vista en la narrativa peruana del nuevo siglo, se
la debemos a la experiencia vital de su hacedor, pero llevada a manifiesto
literario bajo el mandato de la espera. De nada sirve esta experiencia si la
canibalizas como si fuera café instantáneo y peor si la publicas. Los libros no
tienen que ajustarse a ningún tipo de apuro. Por esta razón, UCA destierra a Solano de esa engañosa
categoría de promesa y lo confirma como un autor más que atendible de la
narrativa peruana actual.
Y para terminar, la siguiente
sugerencia: le pido al editor del libro que haga el siguiente cintillo, estoy
seguro de que no solo expresará la sensación/convicción de este eventual
lector: “Si tu sueño es casarte, este libro te hará desistir de semejante error”.
…
Publicado en SB
jueves, mayo 04, 2017
cuando no se lee
Hace un tiempo leí esta sentencia del
editor y poeta chileno Matías Rivas: “hay que combatir la no lectura como si
estuviéramos combatiendo el sida.” No se puede estar más de acuerdo. Según
cifras del Ministerio de Cultura, los peruanos leemos menos de un libro al año
(0.86).
La presente estadística cuestiona el
carnaval entusiasta. Pienso en los balances de la Cámara Peruana del Libro,
festejando sus grandes ventas sin importarle el discurso sobre la importancia
de la lectura que debería guiar su fin comercial. Pienso en la crisis de las
librerías y la posible recuperación de Crisol. Pienso que el circuito está
conformado por muchos vendedores y pocos libreros con la misión de formar
lectores. Pienso en la inestabilidad de las editoriales independientes y sus
demagógicas polladas, extendiéndole la mano a papito Estado para salvarse.
Pienso en el evento Lima Imaginada del
Ministerio de Cultura, frivolidad en la que se desperdician recursos. Pienso en
los escritores peruanos, más preocupados en construir una imagen exitosa en
lugar de formar una comunidad de lectores.
La constatación de esta brutal
radiografía merece una respuesta inmediata del Estado. Sus organismos
culturales y educativos no han estado enfrentando esta problemática, a
excepción de la labor silenciosa de Milagros Saldarriaga y su equipo de la Casa
de la Literatura Peruana.
Los llamados a combatir este lastre no
están concentrados en la prioridad: la primera infancia de escasos recursos, la
juventud, los pueblos indígenas/amazónicos/afroperuanos y los adultos mayores.
Sigamos el ejemplo de batalla contra la no lectura. Se puede ver detrás de
Palacio de Gobierno, frente al Bar Cordano.
...
Publicado en Caretas
anticuchos éticos
No hay día en que no asistamos al
horror. Pienso bien mis palabras, porque cuesta sintonizar con las ideas de
aquellos a los que criticas, ya sean del mundo periodístico o del circuito
político. No le entro en vainas: hemos sido gobernados por un violador de los
Derechos Humanos.
Es precisamente en situaciones como esta
en las que uno sabe quién es quién el mundillo intelectual peruano. Asistimos
pues a la práctica por excelencia de la criollada local: hacerse el huevón.
¿Qué pensaría Mariátegui al ver que sus discípulos que pregonan sus principios
apoyaron a un asesino de campesinos? Porque eso es lo que ocurrió: apoyaron a
Ollanta Humala sabiendo que sobre este recaían serias sospechas sobre su accionar
en la base de Madre Mía entre 1991 y 1993.
Pero las sospechas dejaron de ser tales,
ahora asistimos al triste espectáculo de la certeza.
No hay día en que no revise los diarios
y portales, a la espera de la autocrítica y de las disculpas de los líderes de
opinión de izquierda, pero nada. Cada quien por su lado, en silencio o
enfocándose en otros temas, bajo la esperanza de que las nuevas pruebas sobre
su otrora líder político sean desplazadas por otras noticias de coyuntura.
En cuanto a los escritores, un par rubricados
por el despiste estratégico. El primero, mi causa, mi bro, mi pata, que solo
vive para el relacionismo, y de quien espero al menos una autocrítica pública
por su apoyo descarado a la campaña del “Capitán Carlos”. Misma guaripolera del
equipo barrial Los siete gnomos, hinchaba por Humala y su esposa Nadine, días tras
día, hora tras hora, además, en esa propaganda no dudaba en exhibir la valentía
verbal que depara el mundo virtual, la que lo caracteriza. Ya pues, “Chiboliné
du France”, hay que reconocer los errores, y lo tienes que hacer si es que
pretendes seguir hablando en tu autoimpuesta autoridad en tópicos como la
violencia política peruana. En lo personal, me sentiría hasta las patas si
hablo de la narrativa de la violencia política cuando aposté abiertamente por una
candidatura que venía manchada en sangre. Y claro, imposible pasar por alto al
chupe de Nadine Heredia, Gustavo Faverón, que ya demostró para qué es valiente
y para qué no. De qué le vale criticar al clan naranja de los Fujimori si se
muestra incapaz de hacerlo con el sujeto que compró testigos para que cambiarán
la versión de lo que en principio declararon ante la justicia, eso: el “Capitán
Carlos” era Ollanta Humala. A este resucitado la amistad con Nadine le está
jugando muy mal. Lo sabe, pero se hace el huevón: todo discurso intelectual
debe guardar coherencia con una actitud ética. Es decir, de nada vale hacerse
el bacancito/guachimán de la quinta virtual con tremendo anticuchazo ético en
la consciencia.
Vargas Llosa lo da a entender en El pez en el agua: a cualquier imbécil y
arribista llaman intelectual en el Perú.
miércoles, mayo 03, 2017
generación partida
Luego de una tarde de martes muy
atareada, salí de la Hemeroteca de la BNP y caminé al Cineplanet de San Borja.
En mi cabeza, no pocas dudas sobre lo descubierto en los diarios de los años
veinte, quizá más de lo habitual, al punto que ejercieron una desconexión con
mi objetivo inmediato. Eso tuvo que pasar para que comprara dos entradas en
horarios distintos para la misma película. Mi idea era ver la película a las 6
y 40, pero pedí una para las 8 y 40. Cuando me percaté del error, en ventanilla
la señorita me dijo que no podía cambiar el horario, entonces compré otra
entrada. No me hice problemas.
A cuenta de los muchos comentarios que
venía leyendo y escuchando de La última
tarde de Joel Calero, aproveché en verla a razón del temor de que en nada
la retiren de las salas de cine. En este sentido, me alegró ver una sala
relativamente llena (más allá de un par de impases de mis desconocidos
acompañantes de butaca: a mi izquierda, una guapa señorita de no más de un
cuarto de siglo a la que se le cayó el celular por cruzar las piernas cada dos
minutos y medio; a mi derecha, un patita que no supo sostener su Coca Cola, mojando
a los espectadores de la siguiente fila de butacas, felizmente pasó eso, no quiero
pensar qué hubiera ocurrido con este huevas si derramaba la gaseosa hacia mi
lado) dispuesta a ver una buena película peruana.
Son muchos los puntos a favor de esta
película de Calero. Para empezar, estamos ante un trabajo fílmico que no
dependió de un gran presupuesto para abrirse paso hacia su fin implícito:
conectar con el espectador. Mejor tratamiento no pudo tener LUT: un guion inteligente y un par de
actores que para esta ocasión han exhibido un agradecido estado de gracia.
Ramón (Luis Cáceres) y Laura (Katherina D´Onofrio) se reencuentran después de
diecinueve años en un juzgado en el que tendrán que firmar la documentación de
su divorcio. Estamos ante un divorcio de común acuerdo que tiene a Laura como
beneficiada principal, puesto que sin esta documentación no podrá llevar a cabo
el adelanto de herencia de su madre; caso contrario con Ramón, que tuvo que
venir de Cusco para firmar ese documento, pero ante todo a cerrar algunos
cuestionamientos sobre su vida compartida con Laura en la izquierda radical.
Oficialmente divorciados, Laura recuerda
que hace falta que se firme un documento más, hecho que los obliga a esperar al
juez durante varias horas. A partir de este inicial giro de la trama, Laura y
Ramón caminarán por las calles barranquinas, conversando sobre lo que ha sido de
sus vidas, ocasión aprovechada por Ramón para ir completando el rompecabezas sobre
la huida de Laura del grupo armado que integraban.
Nos enfrentamos ante una mirada
diferente sobre los años de la Guerra Interna, pero esta vez vista desde la
intimidad, que como tal no se muestra para nada amable con las decisiones tomadas
en aquellos años en los que se creyó que algo
se podía hacer para cambiar las injusticias del país. Asistimos pues a dos
discursos enfrentados, pero que a la vez comparten una sensación común: la
frustración. Ramón considera que se pudo hacer más y Laura que aquella decisión
de juventud fue el mayor error de su vida. La tensión dialógica nos revela la
configuración moral de estos personajes, que bien podrían ser la precisa
metáfora de una generación partida. Ese es pues uno de los mayores aciertos de
la película de Calero, que por medio de este par de personajes nos refleja la
desazón de una generación que hizo lo que hizo sin saber bien por qué,
enfrentándose a un presente que no es más que la incoherencia y el fracaso de
lo que se supone pudo ser.
Todas las buenas películas motivan una
serie de preguntas que parten de su sola propuesta. Preguntas que en sus
distintos niveles de desarrollo nos llevan a una variopinta gama de respuestas
que nos arrojan una certeza común: el error de juventud, los años perdidos al
apostar por locuras, continuadas, en el caso de Ramón, por una terquedad
ideológica.
Como ya se indicó, LUT es lo que es gracias a su guion y el estado de gracia de sus
protagonistas, de los que me quedo con el papel de D´Onofrio, en quién se
conducen los quiebres temáticos de la extensa conversación con Cáceres, pero en
la que también recaen los yerros, a saber, la escena en el taxi en la que su
personaje Laura narra (y pudo hacerlo mejor) la enfermedad que su madre pudo
superar.
De lo leído sobre la película, Federico
de Cárdenas señala que resultó forzada la escena final, a la otra margen de lo
que se nos venía contando. En lo personal, no pudo acabar mejor la película. Su
final no pudo ser otro que el desconcierto. En su deliberada imperfección se proyecta
una fuerza simbólica que generará más de una reacción, es decir, discursos
sobre cómo asumir desde el presente esos años nefastos para la historia contemporánea
del Perú.
lunes, mayo 01, 2017
tablets: ¿solución o negocio?
Una entrevista de la periodista Clara
Elvira Ospina al presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) viene pasando como un
hecho curioso cuando en realidad debe generar la reacción de todos aquellos
dedicados al sector del libro, de la misma manera en todos los comprometidos
con la difusión de la lectura.
En lo personal, huele muy mal lo
declarado por PPK. Ante la pregunta sobre cómo acercar la lectura a los niños,
el presidente respondió lo siguiente: “Yo creo que hay que darle una tablet a
todos y que tengan acceso. Esto de imprimir libros, distribuirlos es mucho más
costoso. Con la tablet, con tal de que no se la roben a los chicos, van a poder
ver todo lo que quieran. Ese es el camino por el cual debemos seguir”.
Semejante respuesta mereció una
repregunta de parte de Ospina, su silencio no iba acorde con la indignada pero
contenida sorpresa de su rostro. Pero su silencio no me sorprende.
Claro, si lo hubiese dicho Kenji
Fujimori, o cualquier limitado tecnócrata con poder, así sea gobierno o no, las
voces de protestas no se habrían hecho esperar.
Ahora, sé que PPK es una persona culta y
leída. Pero también sé que el PPK economista es más que el PPK humanista que
fue alguna vez. Mas su declaración no la puedo tomar a la ligera, no porque sea
un romántico que considere que el hábito de la lectura solo deba darse en la
experiencia del contacto físico con el objeto (libro), sino porque esa
declaración me revela su atroz desconocimiento de la realidad peruana actual.
No solo hay que ser un atento lector de la realidad cada vez que suceden los
desastres naturales, sino también hay que ser un lector de esa realidad que no
se ve, o llámala la realidad invisible, aún más presente y, dependiendo del
caso, mucho más trágica que los desastres naturales.
Entregar tablets a los niños de menos
recursos no es la solución al problema del nulo hábito de lectura que
penosamente ostenta el país. Más bien es una opción a implementar cuando ya se
esté trabajando desde el origen de este mal. Y ese origen, más aún cuando
hablamos de niños, no se ataca desde el falso contacto sensorial con la
experiencia de la lectura. Además, el presidente peruano sostiene su “solución”
al amparo del bajo costo económico que supone el objeto, pero ese bajo costo
solo se justificaría cuando ya se haya avanzado en las necesidades básicas que
requiere la población de menos recursos, esa población que no tiene servicios
de agua potable, ni luz eléctrica, ni escuelas mal construidas, ni bibliotecas
distritales.
Como dije líneas atrás, semejante
declaración mereció una reacción inmediata y firme, sea por separado o en
conjunto, de las instituciones y personas identificadas con el mundo del libro
y la promoción de la lectura. ¿Dirá algo al respecto el Ministro de Cultura
Salvador del Solar? ¿La Ministra de Educación Marilú Martens? ¿El Presidente de
la Cámara Peruana del Libro? ¿Los editores independientes? ¿Acaso los periodistas
culturales? ¿A lo mejor los líderes de opinión de las redes sociales? Lo he
señalado más de una vez, y por más que intente no ser malpensado, el silencio
de esta gente me hace pensar en una cuasi certeza: el intelectual peruano se
derrite ante el poder político, más con uno que, dado el momento, lo podría
beneficiar.
Por otro lado, una declaración como esta
me hace pensar en lo peor que se dice de PPK: su inclinación por el Lobby. ¿A
lo mejor ya tiene un vendedor de tablets?