martes, mayo 31, 2016
Anoche, luego de una jornada leyendo y
escribiendo, me alisté para surtirme de películas en Polvos Azules.
En plena Av. México, mientras espero la
custer, avenida más despejada gracias a que no es hora punta, observo a las
chicas que a los cambios de las luces del semáforo se ponen a vender sus cosas,
como chicles en barra, pye de manzana y cafés. Las veo todas las veces que
salgo de noche y cada vez, obvio, que me voy a la Av. México. Hace un tiempo un
pata se expresó con pena de ellas, por lo poco que podrían ganar, pero le hice
ver que su punto de vista estaba hasta las huevas, sin asidero alguno, porque
estas flacas ganan más que esos huevones que las miran con pena y deseo, porque
bien que se las quieren levantar, puesto que si hay algo cierto en estas
flacas, es que de feas no tienen nada, además, la proporcionalidad carnal de
sus cuerpos se ajusta al gusto del hombre peruano promedio, en especial la de una,
la más alzada que vende chicles y cigarros. Ella, al igual que las otras dos,
saben bien lo que el potencial cliente busca de ellas, y para llegar a lo que
buscan, tienen que comprar muchos cicles, cigarrillos, pye de manzanas y cafés,
choferes que anhelan que el cambio de luz se demore más de lo que debe
demorarse.
Una vez en Polvos Azules, me encamino al
stand de Holy. Desde hace un tiempo le compro a ella porque es la única del
Pasaje 18 que se queda hasta tarde. Y entonces, me pongo a revisar los
catálogos de películas, teniendo en mente que debo preguntarle si tiene las
películas que días antes me recomendaron MJ y P. Holy las tiene y seleccionó
diez más del catálogo. Me despido y se me antoja un café. Entonces camino al
Minimarket del grifo de Grau. Primero, me abastezco de cigarros, y después me sirvo un Cappuccino Espresso. Me
quedo en el Minimarket hasta terminar mi café. No puedo caminar y a la vez
beberlo, lo que menos me gusta es caminar con cuidado, sosteniendo un vaso que
en cualquier podría manchar mi mano. Mientras bebo el café, hago algunas llamadas
y respondo todos los mensajes del wsp.
Puedo regresar a casa, pero decido caminar
un poco más. Son las 9 y 30 y la ciudad se me antoja más oscura en su esencia,
como si estuviera conteniendo una furia. El frío despeja las calles y subo por
Carabaylla hasta la Plaza San Martín.
La cruzo hasta el Bolivarcito y entro un
toque.
Pido un trago de la casa.
Reviso detenidamente las películas que
he comprado. Para esto apago el celular, algo que debería hacer más de uno, la
animalización de estos tiempos nos ha hecho perder contacto con la realidad. Me
sirven el trago. Miro la Plaza San Martín, me concentro en sus grupos humanos
que los conozco bien sin conocerlos.
Seguiré bebiendo, pero me percato de la
presencia de “Cachetada Nocturna”, acompañado de tres mujeres, más altas que
él, pero a medida que se acercan a la Colmena, esta mujeres revelan lo que son:
tracas, tracas que endiosan al novelista ganador. Iba a pasarle la voz, pero
preferí no hacerlo.
comodín
Cuando más se necesita del apoyo de
todas las fuerzas políticas y de sus respectivas voces de influencia, ocurre el
desplante de quienes tienen toda una vida dedicada al discurso del respeto a la
democracia, que piensan más con el cálculo político que al amparo de las
convicciones. Es decir, piensan con el culo.
Pienso pues en Alfredo Barnechea.
Los lectores del blog saben que en más
de una ocasión me he referido en muy buenos términos a la candidatura
presidencial del ahora hombre fuerte de AP. De lejos, era el más preparado, el
más culto, hasta el más inteligente. Pero de nada sirven estas cualidades si no
se cultiva la mayor de las cualidades, la cualidad humana, con todos los errores
que esta pudiera tener, con todas sus taras, naturales por cierto.
Sin embargo, los años han pasado en vano
por el alma del señor Barnechea. Tengamos en cuenta que él solo perdió la
oportunidad de acceder a un mayor protagonismo en esta contienda electoral. De
a pocos la patanería se hizo presente, esa mierdita que lo hace verse y
asumirse como un ser humano superior, a quien hay que escuchar porque los demás
somos menos. Barnechea obtuvo lo que mereció gracias a esa patanería innata que
más de uno le conocía y que, en lo personal, callé porque creí que sí había
cambiado, aunque sea algo, lo que para él sería mucho.
Hasta el momento, nada. Barnechea cree
que el problema es el modelo económico, demostrando así una pésima lectura de
la actualidad política. Tío, el problema central no es el modelo económico. Es
evidente: el problema mayor es el regreso de una cadena dictatorial que
convertirá al país en un narcoestado. Barnechea lo sabe, pero la soberbia puede
más, esa sensación de canábica en base a orégano que le impide ver las cosas
como son, esa soberbia que lo convierte en lo que no quiere: el zafio que solo
ve su conveniencia, atento a los cambios de viento para ajustarse a ellos. Es
decir, la esencia del comodín.
Contra el fujimorismo no hay término
medio. El apoyo político es importante, sin importar en qué ideología política
te ubiques. Con el silencio de Barnechea, ya sabemos de qué está hecho, de puro
verso sin coherencia.
lunes, mayo 30, 2016
ahora o nunca: NO al narcoestado
Acabo de ver el debate presidencial
entre PPK y Keiko Fujimori.
Las luces estuvieron con PPK:
literalmente, barrió el piso con la cabeza de la representante de la mafia
naranja.
Y lo repito otra vez, y cuantas veces
sea necesario: nos estamos jugando la poca estabilidad moral que aún le queda a
este país. Perú está muy lejos de ser un país estable moralmente, pero me
resisto a creer que estemos tan, pero tan cagados, como para tener que aguantar
otra vez a la mafia fujimorista.
Más de un lector extranjero del blog se
sorprende cómo es posible que un partido de múltiples máscaras nominales, que
no se ha desmarcado de su pasado, por la sencilla razón de que no le interesa
hacerlo, siga gozando de popularidad. La respuesta ante esa inquietud es una
sola: no se ha forjado un discurso que dinamite las bases del discurso
fujimorista, un discurso que como tal muestra más de un agujero conceptual,
agujero que no ha sido aprovechado por las fuerzas políticas peruanas en quince
años. Más de un entendido advirtió sobre esta especie de soberbia patentizada
en una superioridad moral que dejó que el moribundo se recupere apelando a la
matonería, la amenaza, la ignorancia y el pensamiento fácil, elementos nutritivos
para una población que por dejadez no ha sabido cultivarse, a la que no le
interesa ver más allá de los aparentes resultados, para la que los resultados
son más importantes que los medios usados para conseguirlos.
La falta de una aceptable educación, el
pésimo nivel cultural, sin importar la condición social, son la energía de la
que se ha estado alimentando ese grueso de la población que añora el regreso
del fujimorismo. Felizmente, siempre ha habido un importante número de peruanos
que no sintonizamos con la mafia naranja, que no permitirá que se abran las
cárceles para que salgan los sátrapas que hundieron y saquearon al país,
aquellos protagonistas que lo mancillaron moralmente por generaciones. No lo
pienses: el fujimorismo es una peste y a esa peste se la combate con educación
y cultura. No hay otra.
Por eso, los que queremos este país, nos
sentimos más que satisfechos por la firmeza de PPK en el debate, que dejó sin
argumentos a la candidata de su padre y su tío Montesinos.
PPK no es el candidato ideal. Sin
embargo, PPK no es un asesino, no le conozco anticuchos comprobados. Y este es
el momento de apoyar al único candidato con el que podemos impedir que se
instaure el horror entre nosotros. El triunfo no será de PPK, sino de la
reserva moral del país, o sea, de todos aquellos que no vamos a permitir el
retorno del aparato político más corrupto en toda la historia del Perú como
nación.
Los próximos días serán claves. Y no
menos importante será el apoyo de las demás fuerzas políticas y democráticas
del país. Dejen de lado rencillas y desavenencias ideológicas. La integridad
moral del país está por encima de pequeñeces.
Mientras tanto, nos vemos el martes 31
en la Plaza San Martín.
sábado, mayo 28, 2016
biblioteca e inéditos
Días atrás decidí comprar un par de
estantes más. Razón no faltaba, los libros ya me estaban botando de mi cuarto y
los que meses atrás había colocado en la que fue la habitación de mi abuela
tampoco daban para almacenar más títulos. Todos mis estantes tienen una base
generosa por anaquel, que llegado el caso cobijan dos filas de libros.
Compré los dos estantes y los coloqué en
el recibidor de la casa. Así que, cuando mi madre recibas sus inevitables visitas,
lo primero que verán será libros, algo que no me gusta, porque eso no es lo que
pretendo mostrar, pero el recibidor es el único espacio en donde podía colocar
ambos estantes, anchos y altos.
Los estantes estuvieron en el recibidor
toda la semana, sin ser llenados ni ubicados en su posición final.
Pues bien, ayer viernes me dediqué a
acomodarlos y a seleccionar los libros que los ocuparían. Quienes han arreglado
bibliotecas personales saben bien que hablo de un asunto serio y en cierto
sentido frustrante. Para empezar, tenía nociones de cierto criterio para
disponerlos en su nueva guarida, pero estas nociones eran nada ante lo que
imponía la realidad. Los libros salían de la nada. Y seguían saliendo y mis
temores se concretaron cuando supe que los dos anaqueles resultarían
insuficientes y que tendría que comprar dos más. Son miles de libros, y a
medida que revisaba los ejemplares, los recuerdos me llegaban tales luces
canábicas, porque cada ejemplar tenía su historia, y lo que más llamaba mi
atención, recordaba la procedencia de cada uno, del año y mes en que lo compré,
en dónde, e incluso de la persona que me lo mostró o sugirió.
Dado el momento, tomé un descanso.
Prendí un pucho y me puse a pensar en qué
podía hacer con tantos ejemplares, al final opté por usar el mismo criterio,
aprovechar las bases de los anaqueles, formar dos filas por cada uno y colocar
los libros que pudiera encima de estas dos filas por anaquel. Era la única
manera. Y eso, ajá, eso, que no digo aún nada de los muchos libros que he
separado para regalar, casi 300. Sé que estos libros le servirán a otro lector,
mucho más que a mí. Estoy pensando en regalárselos a mi pata “Don Ramón”, y esta
idea me convence cada vez más. Por su parte, Onur me miraba, sorprendido de los
muchos libros que salían de no se sabe dónde. Y hablaba con el perrito, o el
perrito me hablaba, como sea, porque lo que interesa es que el perrito y yo nos
hablamos sin hablarnos. De alguna manera, estábamos aprendiendo, y esto es lo
que trae la experiencia de ordenar una biblioteca, aprendes de ti mismo, de lo
desordenado que uno puede ser, y de lo feliz que uno se siente en ese desorden.
La disposición adquirió un orden
saludable. Pero la sorpresa vino cuando me topé con una caja grande para
galletas, es decir, de cartón fuerte y pesado. Esta caja era el pedestal de mi
carro de carreras a control remoto, pero lo que había dentro me generó una
ligera conmoción. Lo que encontré me hizo
pensar y también me llenó de sensaciones encontradas, ya que en esa caja
estaban los inéditos de novelas y cuentarios de no pocos escritores peruanos,
inéditos que en su momento me confiaban para su lectura apreciativa y su
respectiva sugerencia de cambio. Me encontraba ante una historia de la
narrativa peruana de los últimos ocho años, a ojo de buen cubero. Pensé en mi
responsabilidad y sentí satisfacción porque muchos de esos textos cuando se
convirtieron en libros editados tuvieron una buena recepción en crítica. No
puedo decir lo mismo sobre su destino en ventas, pero eso es lo que menos me
importa. Me sentí partícipe del buen destino literario de estos títulos, pero
también me pregunté qué tenían que hacer sus autores para no ser opacados por
la fuerza del relacionismo que ostentan los figurones (bueno, entre los
inéditos había más de un figurón con talento, valgan verdades), pero bueno,
hablamos de una habilidad de la que no quiero reflexionar más allá del tiempo
que merece.
Puse todos esos inéditos en una bolsa de
color negro. Ya no tenían que estar cerca de mí.
jueves, mayo 26, 2016
los indecisos
En los últimos días he venido escuchando
sobre la zamaqueada de Keiko a PPK en el debate del pasado domingo.
No sé qué debate vi.
Lo que sí vi fue a un tipo sin carácter
y una mujer que asumió el debate como si estuviera en una pelea de callejón,
pelea en la que imperan las bajezas y mentiras, el adjetivo barato antes que la
argumentación de ideas.
Obvio, a PPK le faltó más carácter. Ser
más enérgico, si es que nos ponemos al nivel de los que creen que un debate
debe ser un intercambio de bajezas.
Sin ofender, pero las bajeza es lo que
le gusta a la mayoría de peruanos. La criollada, nuestra marca mayor de nuestra
identidad nacional, el cochineo como sucedáneo de la inteligencia.
No es que uno quiera ser ofensivo, pero
los estudios de campo y la experiencia personal lo demuestran.
Basta ver a los seguidores de Keiko para
saber qué tipo de personas son las que apuestan por ella.
¿Acaso culpa del sistema? ¿Acaso culpa
de una derecha preocupada en el bolsillo y una izquierda demagógica y racista?
¿Acaso la implosión de todas estas cosas que ha impedido que en quince años no
se haya hecho nada contra el pragmatismo del discurso fujimorista, que viéndolo
en objetividad, es muy fácil de taladrar, pero con tiempo y paulatinamente, no
en un mes ni en dos semanas?
Ajá. El apoyo a Keiko viene por cuenta
de la población más ignorante. ¿Cómo se combate ese apoyo?, me lo preguntó una
amiga ayer en la tarde. La respuesta es muy fácil: con educación y cultura. Con
eso. No hay más secreto que buscar o inventar.
Nos enfrentamos a un fenómeno que espero
quiebre la demagogia de los que ostentan una supuesta superioridad moral,
fenómeno que a todos juntos nos motive a la acción: a creer, pero en serio y en
la práctica, en el poder de la cultura y educación para curar y sanar a una
nación. Uno no puede dejar de sorprenderse por la sarta de mentiras de la
señora Fujimori, obviamente, no nos sorprenden las mentiras del fujimorismo,
pero ese escepticismo, ahora lo vemos, poco o nada ha hecho para detener este
putrefacto sentimiento naranja. La realidad política actual es una patada en
los huevos a la dejadez de los llamados peruanos pensantes.
Pero en estos momentos no vale pensar en
esta dejadez.
Menos en esperar el desahuevamiento de
PPK.
Lo que sí interesa, y ahora, es apuntar
a los indecisos, que forman un voto a considerar teniendo en cuenta la corta
diferencia entre Keiko y PPK. Los
indecisos sí contribuirían a salvar, y por última vez, a este país. Mas
ese convencimiento a los indecisos no debe venir por vía del equipo de Peruanos
por el Kambio, ni hablar, sino por todos aquellos que no queremos que el
fujimorato se instale por segunda vez, es decir, llevando adelante una tarea de
convencimiento en nuestras familias, amigos y compañeros de trabajo.
Por lo general, suelo ser muy pesimista.
Y en contra de la sensación común de los
peruanos que atisban el regreso del horror, guardo mucha esperanza en que las
cosas vayan a cambiar por el bien de este país, que pese a hacer los
suficientes méritos para tener los presidentes que merece, no merece convertirse
en un narcoestado.
martes, mayo 24, 2016
Reynoso, el escritor más joven
Sin duda alguna, la muerte de Oswaldo
Reynoso (1931 – 2016) deja un profundo vacío en la literatura peruana.
No solo parte un escritor sin el que sería
muy complicado explicar el proceso de la historia de la narrativa peruana
contemporánea, sino que también desaparece una actitud de vida cada día más
escasa entre los escritores peruanos de hoy: la de acercar la obra a los lectores,
sea buscándolos o encontrándolos por azar. No importa si en esta empresa haya
que recorrer todo el Perú. Reynoso iba tras ellos. Reynoso, hasta en sus
últimas semanas de vida, se mostró como un trabajador de las letras. No se
hacía problemas, los achaques de la edad los superaba con ánimo. Es por ello
que no nos debe extrañar que con frecuencia asistiera a universidades, colegios
e institutos en los que brindaba conferencias y presentaba sus libros.
Por otro lado, la consagración nunca lo
alejó de los jóvenes escritores. A la fecha es imposible saber con exactitud el
grado de influencia que tuvo entre las nuevas voces de la narrativa peruana
contemporánea. “Nuevas voces” que tranquilamente podríamos rastrear desde la
década del setenta. ¿De dónde sacaba fuerzas? La respuesta es muy sencilla:
como escritor su tópico literario era precisamente el mundo de los jóvenes,
además, Reynoso fue profesor. Es decir, tanto el tópico de su mundo literario
como su vocación por la enseñanza lo convirtieron en un hombre idóneo para todo
aquel con intención de formarse como escritor.
Se suele decir que la obra de los escritores
es la imagen de ellos como personas. En el caso de Reynoso, esta suerte de ley
no era la excepción. Si algo podemos decir de su poética, y más allá del tópico
indicado, y del reconocido logro de su lenguaje literario (sin exagerar,
después de Martín Adán, el de La casa de
cartón, se ubica como el mayor estilista peruano), su obra exhibía,
hacía patente, una rebeldía, una inconformidad con el mundo, una disidencia en
contra de la solemnidad del conservadurismo ultramontano.
Marxista sin reparo. Orgulloso hombre de
ideología. “El hombre, sin una ideología, sería una bestia”, le dijo a quien esto
escribe en un perdido día del mes de agosto del 2001. Esa ideología, unida a la
rebeldía de su poética, significa un coctel Molotov para todo joven con ganas
de comerse el mundo, con la firme intención de alzar una voz de protesta ante
contextos opresivos. Reynoso se convertía en el ídolo humano, en el maldito
capaz de cimentar una vocación literaria. Y esto hay que subrayarlo: podemos
encontrar muchos escritores atendibles y muy buenos, pero solo pocos, contados
con los dedos de la mano, son capaces de reforzar y concretar una vocación.
Reynoso fue la epifanía que necesitaban los indecisos, es decir, la mayoría de
los escritores peruanos que he leído, cada uno, en distinto nivel de
asimilación, tiene algo de Reynoso, algo de esa rabia, de esa poesía, de ese
trabajo formal que desplegaba, de ese irrespeto por la ley estructural que
vimos en sus últimas publicaciones. Sin exagerar, y ahora que Reynoso no está,
apena constatar lo siguiente: Reynoso era una erupción volcánica de referencias
vitales y literarias.
Esta historia comienza en 1961 con Los inocentes. Años atrás había
publicado un poemario, Luzbel, pero
fue con este libro de relatos con el que entró a la literatura peruana con una
patada violenta, y lo hizo por la puerta trasera. Este libro no pasó
desapercibido, pese a que más de un señorón de la crítica intentó blanquearlo
del firmamento. En este sentido, no debemos pasar por alto el apoyo que le
brindó José María Arguedas, quien fue capaz de detectar las frescura y
proyección que encerraba ese libro escanciado de poesía y sexualidad. Fue capaz
de ver más allá de la lectura común. Arguedas vio en los personajes de Los inocentes el sufrimiento y el trauma
de sus personajes de ficción. No fue gratuito ese espaldarazo. Era no solo un
inicial reconocimiento a su valía literaria, sino un aviso de rescate del mundo
adolescente como crisol temático a explotar.
Bien pudo quedarse en estos iniciales laurales.
Pero no lo hizo. Y no lo hizo porque era un escritor con hambre de denuncia.
Era un ferviente convencido de que en la literatura podía poner en el tapete
las desigualdades y la doble moral de la sociedad encorsetada y racista de la
época. Por eso, si los cuchillos de la crítica quedaron afilados luego de Los inocentes, con la novela En octubre no hay milagros (1965) estos cuchillos
funcionaron bajo una estrategia, porque el
objetivo de esta crítica era opacarlo de una vez por todas. Basta una
visita a la hemeroteca de la Biblioteca Nacional para verificar que se armó una
cadena estratégica de críticas que no solo se ceñían a lo literario. Encontramos
en esos diarios un andamiaje discursivo para desaparecerlo, este andamiaje no
solo tenía sentencias literarias, sino que apelaba también a los discursos
morales por cuenta de intelectuales líderes de opinión. Esta estrategia por
desaparecerlo vio sus frutos cuando en 1970 publica su segunda novela, El escarabajo y el hombre, a la fecha,
una de las novelas breves más perfectas de la narrativa latinoamericana del
Siglo XX. El escarabajo… es un canto
poético y formal, su perfección no desentona con los tres hilos argumentativos
(ajá, sumemos la voz del narrador) encadenados, en las que vamos constatando un
detalle que veíamos rastreando en sus títulos anteriores: la crítica al mismo
discursivo ideológico que venía alimentando su poética. Reynoso se manifestaba
totalmente renuente a la incoherencia ideológica de quienes se llenaban la boca
criticando el maléfico discurso de la derecha. Si la crítica oficial ya le
había puesto la cruz, ahora esta cruz era cargada por ciertos escritores que
años antes lo habían apoyado.
A inicios de la década del setenta,
Reynoso se fue a vivir a China. Estuvo más de diez años, en el mismo corazón del
mundo que consideraba el ideal socialista. No se supo mucho de él, y esta etapa
es más bien un hiato vital que los estudiosos de la obra de Reynoso tienen
ahora como tarea a cumplir. A su regreso, nos entrega en 1993 el relato breve En busca de Aladino, delicioso texto en
el que Reynoso se afianza como un fino estilista, o sea, un Reynoso recargado
en la belleza del lenguaje. Sin embargo, fruto de su experiencia en el gigante
país asiático, publica en 1995 la que es su obra maestra, una obra que a la
fecha deber ser más leída y rescatada de la justa luminosidad de Los inocentes. Nos referimos a Los eunucos inmortales. Al respecto, no
puede haber existir hincha de Reynoso que no haya leído esta novela en el que
participamos del mejor Reynoso: del Reynoso ambicioso, del Reynoso estilista y
del Reynoso formal. Una novela con ecos y epifanías que nos presenta a un
escritor que es testigo del desastre ocurrido en la Plaza de Tiananmén en 1989.
Nuestro escritor, bajo la mirada de su narrador protagonista, no solo nos
brinda un fastidiado recuento de los sucesos ocurridos, días previos y durante,
a la masacre de estudiantes en la plaza, sino que también por medio de él
accedemos a una postura del autor con respecto al socialismo, a una convicción
en el socialismo como ideal a alcanzar por el hombre, sin importar las
barbaridades que hagan los hombres con este ideal. Por testimonio del propio
autor, cuando se le preguntaba por esta novela, él declaraba con orgullo que
había sido la que más tiempo le demandó escribir. Por cierto, en una ocasión le
escuché decir que de Los eunucos…
tenía más de veinte versiones.
Las relecturas de esta novela nos
revelan lo que Reynoso terminó haciendo en los últimos años. A nuestro autor, de
a pocos, le interesaban cada vez menos los cotos impuestos por los géneros
literarios. Una lectura atenta de El goce
de la piel (2005), En busca de la
sonrisa encontrada (2012) y Arequipa,
lámpara incandescente (2014), son una proyección de esa actitud de Reynoso
hacia los géneros. Tengamos en cuenta que desde hace ya varios años se
perfilaba como un escritor ajeno a las reglas narrativas. Lo que le interesaba
ante todo era escribir, y en ese proceso de escritura patentizar todavía más el
placer erótico que le generaba precisamente la escritura. Ese aparente desorden
que a más de un entendido en narratología le generaría patatús, resultaba en
Reynoso una virtud, una suerte de profecía de lo que años después se haría pasar
como nuevo en la narrativa peruana última, puesto que en estos libros breves
asistíamos a una poética más descansada, pero no menos letal en trasmisión. Por
esta razón, ahora podemos entender su sonrisa e ironía, viendo sentado, con una
vaso de cerveza en la mano, lo que otros realizan denodadamente con esfuerzo lo
que él ya había hecho años atrás.
No lo pensemos mucho. Reynoso era una
escuela viviente. Se había convertido en la Historia de la Literatura Peruana
desde 1950 en adelante. Y pese a que él siempre renegó de un aislamiento
literario, este aislamiento no fue del todo cierto, al menos no en la última
década, en la que hubo tiempo para rescatar títulos como Las tres estaciones y El
gallo gallina, en la que más de un interesado decidió trabajar su obra
desde la academia, pero ante todo, fue una década en la que los lectores se
conectaron mucho más con Reynoso, incluso estos lectores no necesariamente eran
peruanos. Pensemos en las ediciones extranjeras de sus títulos más emblemáticos.
Es decir, nuestro escritor sí llegó a sentir el reconocimiento, ya sea por los
diletantes y los entendidos. Razones sobran para explicar esta situación, había
en su obra calidad, furia, demonios, discurso político polémico, o sea, toda
una mezcla que le permitía sintonizar con quien sea, los lectores encontraban
en su escritura frescura, una parcela vital.
No te engañes, querido lector: Oswaldo
Reynoso era nuestro escritor peruano más joven. Sus libros son la mejor prueba
de ello.
…
Publicado en Sur Blog
con Oswaldo Reynoso (1931 - 2016)
En la madrugada de hoy martes 24,
falleció, a la edad de 85 años, el narrador peruano Oswaldo Reynoso.
Obviamente, sentimos una tristeza
profunda por su partida. Sin embargo, Reynoso estará presente en nuestra
memoria, y por partida doble. Por un lado, recordaremos al Reynoso escritor,
dueño de una obra que no ha envejecido para nada con el paso de los años.
Hablamos de una poética que durante décadas ha oxigenado la narrativa peruana,
que la ha rescatado del marasmo temático y formal que más de una vez ha
amenazado con hundirla. No es para menos, y no hay secreto por descubrir para
explicarlo. Esta vigencia en la obra de Reynoso obedeció a su declarado respeto
por la escritura literaria, no por nada, él siempre se consideró un estilista,
un orfebre de la palabra, un hacedor de atmósferas que privilegiaba el aliento
poético. Cómo olvidar, pues, las inolvidables centellas verbales en los relatos
de Los inocentes, que a más de un lector, sea de cualquier edad, lo sumergía en
una epifanía pautada por la aventura del descubrimiento de la calle. Cómo ser
pues ajeno al erotismo contenido y golpeado de sus personajes, cómo quedar sano
después de tanta sensualidad verbal que, en unión con su lenguaje, nos
aplastaba para ofrecernos otra visión de la vida.
Reynoso fue dueño de una obra breve,
pero contundente. No le interesaba ser prolífico. Si algo podemos destacar de
él es que con lo escrito le bastaba y sobraba para ser considerado no solo como
uno de los más grandes estilistas de la literatura peruana, sino también latinoamericana.
Literariamente, había cumplido. Pero ello no le fue suficiente. Lo que hizo fue
lo que pocos se atreven: recorrer el Perú, llevando sus libros a colegios,
institutos y universidades. Es por ello que ahora entendemos lo que más de una
vez decía: “Yo escribo para el Perú”.
Hasta aquí, el Reynoso escritor.
Ahora, el Reynoso persona.
Los lectores de la librería recordarán
que Reynoso fue este 2016 el primer escritor invitado de nuestro ciclo de
charlas Encuentros en El Virrey de Lima. Los que estuvimos esa noche del 15 de
enero, recordamos a un Reynoso lozano y firme como escritor, pero no como un
escritor que cumplía con el discurso honesto del escritor luchador, sino como
uno en franca lucha contra la frivolidad que viene maculando el ejercicio del
oficio literario, un crítico abierto de las mafias editoriales que pretenden “mostrarnos
un Perú que yo no he recorrido, un falso Perú”, un indignado de lo que pasa en
el mundo de hoy en relación a la explotación del “hombre por el hombre”.
Obviamente, hasta aquí, vimos a un Reynoso político, pero también presenciamos
a un Reynoso risueño, lleno de anécdotas, de experiencias vitales que estoy
seguro a más de uno le hubiera gustado vivir. Reynoso terminó la charla leyendo
el fragmento de CAPRICHO. Antes de la lectura, nuestro escritor se encargó de
remarcar que no se trataba de una novela, menos de una memoria, sino simplemente
de literatura. Al terminar la lectura de ese fragmento un silencio mágico se
impuso en la librería, un silencio que no era más que la celebración de la
experiencia literaria. No lo pensamos demasiado: habíamos asistido a una
pequeña muestra de su compromiso con la realidad sin traicionar su postura literaria.
Terminada la charla, nos dirigimos al
bar Don Lucho de Quilca. Cuando bajamos del taxi, nos dimos cuenta que nosotros
sobrábamos en el trayecto al bar. Por ello, decidimos que Reynoso camine solo.
No era para menos, ya que los jóvenes que reían y bebían en las veredas, al
percatarse de su presencia, se le acercaron para saludarlo y abrazarlo. Reynoso
fue recíproco con los saludos y palabras de admiración, además, los animaba a
escribir, a no venderse, a ser ellos mismos. Estos jóvenes proyectaban en Reynoso
la espontaneidad del cariño y amor genuinos.
Esto, amigas y amigos, es la posteridad.
lunes, mayo 23, 2016
474
En el jardín de mi madre, ubicado en
nuestra sección del parque que tenemos exactamente detrás de nuestra casa, han
salido rosas que exhiben un mágico brillo, seguramente a cuenta del sol tibio y
generoso en luminosidad.
Mi madre me pide que saque las rosas, porque
esas son las rosas que le gustaban a mi abuelita, a quien visitaremos en las
próximas horas. Entonces, cojo la tijera para plantas y flores, y me dispongo a
cortarlas, siempre respetando los 30 centímetros de rigor del tallo. A mi lado,
Onur mira tranquilo lo que hago, no hay perros ni perras a la vista, y mejor
así. Mejor porque de esta manera acabo rápido y mientras más rápido lo haga,
comienzo a trabajar en los textos que me tendrán muy al límite esta semana.
Y sigo con el tema de Charly García
desde ayer, “Nuevos trapos”. De las ejecuciones musicales, me vacila mucho lo
que se puede hacer con el bajo y si no me equivoco, en la época de la canción,
el bajista de García era pues Pedro Aznar. Además, de toda banda que escucho,
me fijo en especial en la ejecución del bajo, instrumento más importante, a lo
mejor el más importante, el que dirige el ritmo y la armonía. Más allá de su
talento para el canto y las letras de canciones, Aznar es más que un eficiente
bajista, y, seguro peco de exceso especulativo, fue quien ordenó musicalmente
más de una canción en su época que integraba la banda de su endiablado
compatriota.
Al par de horas me conecto al Face. Lo
que veo es deprimente. El debate de anoche es la metáfora de la desgracia por
excelencia.
Sin embargo, más de uno le exige a PPK
lo que este tío no puede hacer, ponerse al nivel de La rata naranja, llevar el debate
a una pelea escolar. Prestarse a eso es perder, es como si yo discutiera con un
escritor al que jamás reseñé porque su libro es una porquería y que en su
reclamo me exhibe más de un complejo producto de su fealdad. No, así no va: la
guerra contra la mafia naranja debe ir por otro lado, y eso va a depender de
aquellos que no quieren devuelta a la mafia en Palacio, de los que no quieren
que este país se convierta en un narcoestado.
No, PPK no debe convencer a la masa. La
masa está con La rata naranja. Lo que debe hacer este tío es convencer a los
indecisos. La diferencia es corta, no hablamos de diferencias aplastantes como
para pensar en convencer a una mayoría que siempre ha apoyado al fujimorismo.
Claro, la tarea es ardua y parece imposible, pero paso a paso, comienza
convenciendo/comprometiendo a tus allegados. Así, de a pocos…
un director comprometido
No hay nada mejor que enterarse en una
noche de domingo, luego de la posible debacle que sufra el país en las urnas
dentro de unos días, de una noticia que, definitivamente, alegrará a todos los
cinéfilos, a todos aquellos convencidos de que el cine es un arte integral que
va mucho más allá del fin comercial pautado por el entretenimiento.
No lo pensemos más, sí hay mucho que
celebrar: el director británico Ken Loach acaba de ganar La Palma de Oro de la
última edición del Festival de Cannes por su película I, Daniel Blake.
Obviamente, no hemos visto esta
película, pero no pasará demasiado tiempo para hacerlo. Mientras tanto, sepamos
quién es Loach, al menos de qué está hecho este hombre que dirige y filma, cosa
que tienen una idea quienes recién estén comenzando a forjar una cultura
cinéfila, cultura placentera en todo sentido, pero no por ello, no menos
difícil de cimentarla.
Son pocos los directores capaces de
oxigenar el cine hoy en día. Son muchos los que se encandilan por las formas,
por las nuevas vías tecnológicas que permiten que la realización de películas
no necesariamente dependan de siderales cantidades de dinero, tal y como
ocurría hasta hace no más de veinte años. Hoy en día, con mucha voluntad y, sin
duda, trabajo y talento, se puede hacer una película aceptable en términos de soporte.
Prueba de ello es la proliferación de importantes festivales de cine en el
mundo. Ese es pues el gran aporte de la tecnología, ha permitido que el cine se
democratice, la “posibilidad de filmar está”, y solo falta la voluntad, empero,
por más facilidades que brinde la tecnología, el camino sigue siendo duro y hay
que recorrerlo si es que el cine es lo tuyo.
Desde sus inicios como cineasta, Loach
no ha sido nada ajeno al discurso político, sus años de formación estaban
signados por la influencia de los Angry Young Men ingleses, movimiento político
literario que tuvo como referentes a narradores como Kingsley Amis (el padre de
Martin) y Alan Sillitoe. Este movimiento rompió fuegos en la década del
cincuenta, pero el discurso y su respectiva propuesta cayeron en un relativo
olvido a partir de los sesentas. Sin embargo, no había estudiante o artista que
no alimentara su indignación, a razón un sistema que empobrecía más a los
pobres, por medio del legado discursivo de los AYM. Loach era uno de esos
jóvenes indignados, su sensibilidad hacia lo que veía no era ajena a su
inquietud creativa. Esta postura política, que algunos críticos calificaban de “rabiosa”,
se reforzó en discurso y consecuencia en los años ochenta, en pleno mandato de
Margaret Thatcher, llevando al límite su propuesta. Para aquel entonces, su
poética cinematográfica venía con la marca de agua del cine político, pero en
esa década ochentera de crecimiento a costa de la clase media, motivó que su
cine sea más de denuncia de lo que ya era, más visceral en propuesta,
alejándose del sentido metafórico de la narración, para hacer de la narración
un canal premunido de tersura al servicio del mensaje, pero sin dejar el
componente estético, que a fin de cuentas es el componente que sostiene toda
obra de arte, y eso, mejor que nadie, lo sabía y sabe Loach.
Se dice, y bajo atendibles y justas
razones, que los discursos políticos e ideológicos no deben elevar el proyecto
de una obra de arte, y en este sentido, no se salva ninguna parcela creativa.
Pero siempre nos topamos con casos únicos, en los que no solo el afán de
denuncia va de la mano con el logro estético. Pensemos en los iraníes Jafar
Panahi y Abbas Kierostami, revolucionarios cuyas películas vienen estimulando a
los nuevos y experimentados directores del mundo. En esa onda, pero mucho más agresivo,
ubicamos a Loach, con películas que son un muestrario no solo de su espíritu
denunciante, sino también de compromiso con las causas que defiende. Del mismo
modo, en la manera de filmar, accedemos a una intención de carácter documental,
abocado en una apuesta por el realismo, filmando en el límite de los géneros,
hallando y potenciando los nervios de los contextos, de las tramas y los de sus
personajes.
Además, no es la primera vez que se
reconoce su trabajo. En 2006 se le otorgó el mismo premio de hoy por The Wind That Shakes The Barley y en su
haber figuran varios premios del jurado del mentado certamen. ¿Qué nos dice
esto? Primero, y lo que importa: que no solo es uno de los más grandes
directores del cine de hoy, sino también uno que no nunca ha transigido en su
compromiso, ni se ha dejado tentar por un ablandamiento de su discurso
Trotskista. En otras palabras, escribir/hablar de Loach es referirnos a un
director que ha llevado durante toda su trayectoria, y patentizada en sus
películas y documentales, un compromiso político, enfocado en los oprobios de
los hombres y mujeres más débiles, y alzando la voz a favor de las clases
sociales carcomidas por el dictatorial sistema neoliberal imperante. Prueba de
su poética, la podemos encontrar en su subliminal e iluminador libro Desafiar el relato de los poderosos, una
suerte de biografía política de su cine. Agrio por momentos, pero ante todo
ofreciendo soluciones a los nuevos cineastas. Estas soluciones nos reflejan
también la esperanza de Loach en la formación de un cine político, aquel que
nunca deje de testimoniar con crudeza y realidad el oprobio del hombre en el
mundo de hoy. Al respecto, son suculentas las páginas en las que nos transmite
la idea de encontrar una estética que madure en contextos que en apariencia
niegan toda clase de crítica y señalamiento, por ello, no solo nos habla de una
postura política, sino que en base a esta se puede llevar armar un método de
trabajo que le saque provecho, a manera de identidad creativa, al uso de la
cámara, a saber.
Como se indicó líneas arriba. Los
cinéfilos deben estar más que satisfechos. La obra de Loach es una consistente luz
en pos de un cine que ahora más que nunca debe producir más, no cejar, y en
especial, esta Palma de Oro es un reconocimiento a la coherencia artística. Al
menos este año, el Cannes se ha salvado del bochorno. No ha sido nada bueno, más
bien ha sido muy irregular según la crítica, pero por el momento eso no
importa, lo que interesa en verdad es aplaudir de pie a Loach.
¿Cómo? Pues viendo/descubriendo, o
volviendo a ver/descubrir sus películas y series, que, felizmente para los
cinéfilos limeños, no son difíciles de encontrar.
…
Publicado en Sur Blog
domingo, mayo 22, 2016
473
Me levanto algo tarde.
El sol ilumina de naranja toda mi
habitación.
Me dirijo a la cocina y me sirvo un vaso
con agua. Al parecer estamos Onur y yo en la casa. Mis padres me han dejado una
nota, en donde me dicen que han ido a la casa de mi hermano. O sea, yo mismo
seré en casa. De la refrigeradora saco las cosas que almorzaré. No lo pienso
mucho, almorzaré algo rápido. Busco en Youtube la receta de Peter Clemenza, que
nunca me falla, y pese a ser una receta memorizable, me olvido de algunos
detalles de la misma.
Dejo las cosas del almuerzo en la
cocina, listas para cuando vuelva a ellas en un par de horas. Y me aboco a
revisar los mensajes del celular, que prendo, del mismo modo prendo la Laptop,
y vaya que son muchos mensajes. A diferencia de otras ocasiones, de otros
domingos, no hay propaganda basura, ni recordatorios, casi todos son de
personas que ubico. Al lado de la portátil, una edición en Debolsillo de Manual del distraído de Alejandro Rossi,
que vengo releyendo, con pensada y premeditada lentitud. También prendo la
radio, algo que me asombra, porque desde hace semanas que no escucho ninguna
estación radial, ni prendo mi radio, que me ha sido fiel durante años y que
ahora parece más un artefacto de museo. Ese asombro de la radio no es casual, lo
veo como una señal, un aviso, una especie de recuperación de las oportunidades
perdidas. Sintonizo Doble Nueve y me doy con una seguidilla de temas de The
Guess Who.
Onur me acompaña. Más de una persona me
ha expresado la ternura que generan sus ojos. Es cierto, este falso pequinés
destila harta ternura, pero no es más que una estrategia para su objetivo mayor:
destrozar todos mis calzados. Pese a ello, este perrito se ha vuelto un
infatigable amigo que me acompaña en mis caminatas no solo por el barrio, sino
también cuando me invade la sensación de caminar, y los que me conocen saben
bien que soy muy bravo al momento de caminar, y Onur se muestra como un buen
pata, pero como todo ser viviente, también se cansa, y me detengo para que tome
aire, y me detengo también cuando deja su marca canina en las esquinas.
Apago la radio. Acabó el especial de The
Guess Who.
En uno de los mensajes, me pasan el
enlace en Youtube de una canción de Charly García, “Nuevos trapos”. Hace tiempo
que no escucho al argentino y esta vez será motivo. No hay mucho que decir, el
tema tiene está de la putamadre. Lo conocía pero no había descubierto su
epifanía hasta esta tarde. Entonces me dispongo a hacer lo que siempre hago
cuando una canción me gusta, o sea, la escucharé hasta agotarla, hasta el
hartazgo. Solo así me la podré sacar de la mente. Y mientras tanto, abro los
archivos en Word que trabajaré este domingo. Aunque no podré empezar como
quisiera, el comienzo del trabajo será intermitente, porque tendré que preparar
mi almuerzo y la tentación de los partidos de fútbol se presenta desde la
pantalla del televisor apagado.
sábado, mayo 21, 2016
472
Llego a casa.
Me dispongo a ver el documental sobre
Amy Winehouse, Amy, de Asif Kapadia.
Este documental me lo ha recomendado una buena amiga, quizá lo que me llamó la
atención fue su sentencia sobre lo que le generó el documental: “te haces fan
de Amy sin que necesariamente te guste la música de Amy”.
Bueno, lo cierto es que no me gusta la
música de Amy. Y doblemente cierto es que siempre llego tarde, demoro más de la
cuenta en asimilar determinadas propuestas musicales, pero cuando ocurre, las
agoto hasta hartarme de las mismas.
Mientras me acomodo, pienso también en
lo que fue la conversa con Fernando en El Virrey de Lima, en los conceptos que
ofreció cuando le pregunté por la persistencia en los tópicos que definen su poética,
que vi como un ejemplo de honestidad consigo mismo, es decir, lejano a
hipotecarse a los mandatos de las tendencias, que vienen seduciendo a más de
uno.
Luego de la conversa, “Jeremy” nos
invitó a comer a Los mil continentes,
un restaurante ubicado a dos cuadras de Alfonso Ugarte, en una calle de la que
no recuerdo su nombre, en verdad tengo dificultades para recordar nombres de
calles. Este restaurante, en su momento, fue el descubrimiento de “Cachetada
nocturna”. “Cachetada” concurría todos los días de la semana, hasta por gusto,
hasta que cierto día se olvidó de llevar efectivo para pagar y los dueños del
restaurante lo tuvieron toda la madrugada lavando platos y trapeando el baño.
Desde esa vez no va y en más de una ocasión le he dicho que no se haga paltas,
pero “Cachetada” prefiere mantenerse fiel a la contemplación de mujeres
imposibles en Don Lucho, adonde fuimos un toque luego de comer.
Me gusta el bar, pero por alguna extraña
razón, sentía que me asfixiaba, no sé si haya sido el calor, que no era para
tanto, o quizá haya sido la incomodidad de verme entre tanta gente, pese a que
el bar no estaba lleno. Pero bueno, siempre le pongo onda y ocupé una mesa, en
donde estaban los amigos de Fernando, y allí estuve hablando de todo, desde la
última novela publicada de Gaddis hasta de los complejos de fealdad de un patita
que me miraba detenidamente, de esos que se guardan toda la mierdita durante
meses y a quien le di la oportunidad de soltar toda su mierdita, total, el
mundo es así: dices lo que quieres y escuchas la opinión contraria, algunos
tienen su estilo, sus formas, aunque la bajeza no va conmigo y sé bien cómo
manejar estas situaciones, porque no es ni será la última vez que alguien me suelte
su mierdita emocional, total, uno escribe de libros y autores, y si gustan mis
opiniones, bacán, si en caso no, el mundo no se acaba, ni a mí, ni al receptor,
pero eso, y aunque me odien de por vida, no reseño porquerías, aunque es bueno
indicar que hay gente especializada en esa noble labor.
Saliendo del Don Lucho, me encuentro con
Karina. Y ahora que lo pienso bien, es Karina la que me pasa la voz. Ella acababa
de salir de un concierto en Caylloma y la percibí en una peligrosa euforia en
ascenso, euforia que volvía insuficiente la energía gastada en el tácito pogueo.
No sé si llamarla amiga o conocida, pero da igual. Es de esas personas a las
que no tienes que frecuentar mucho para saber que hay una conexión, una suerte
de complicidad, en donde bastan algunos gestos, palabras o simples miradas, y de esta forma ser
partícipe de un estado de ánimo, en este caso, el ánimo del “otro”, y esa
percepción de ánimo me presentaba un drama personal del que no podía
desentenderme.
Las veces que la he visto en Quilca,
paraba con un grupo de chicos y chicas que se adueñaban de la vereda. Me
pasaban la voz para preguntarme qué película estaba viendo o qué libro estaba
leyendo, algo que volvía curioso el asunto, ya que no me preguntaban qué
película o libro les podía recomendar. La más entusiasta con lo que les contaba
era precisamente Karina, que no tardó en pedirme que la acompañe a tomar su
taxi en La Colmena. En ese corto trayecto, Karina me contó que desde hace un mes
venía asistiendo a un grupo de AA, ajá, Alcohólicos Anónimos, y que por
decisión propia había decidido no beber más, pero el no beber no significaba
que dejara de hacer su vida social, según ella, o sea, el no beber no le
impedía ir a los conciertos de rock de garaje que se desarrollan en las calles
aledañas a Quilca.
Me llamó la atención lo que me contaba.
En los últimos días, ND, una amiga a la que quiero mucho, me había contado un
problema similar. Eran los mismos casos y la única variante de los mismos era
la locación del grupo de AA. Bueno, tampoco me iba a sorprender si ambas
asistían al mismo grupo de AA, además, he aprendido a enfrentarme a las
inevitables coincidencias de la vida, algunas mágicas y otras no menos que
penosas, y esta era una situación penosa, porque entendí lo que pasaba con Karina,
entendía su lucha interna contra la ansiedad, ese llamado proveniente del pecho
que te pide un trago cuanto antes y que manda a la mierda todo lo que has venido
avanzando en los días de abstinencia.
Los mismos síntomas que vi en ND los veía
en Karina. La falsa euforia, pues. Le pregunté en dónde vivía y me respondió
que por el Campo de Marte. Entonces le propuse caminar y que pasara del taxi. Y
eso hicimos, caminamos hasta El Campo de Marte. En el camino nos topábamos con
una variopinta gama de personajes que solo puedes ver en el centro durante la
madrugada, a saber, en Belén, en donde encuentras a una gringa adiposa que en
inglés te cuenta que acaba de ser asaltada y que necesita dinero para el taxi
que la lleve a la embajada americana. Todo bien, el drama muy bien pintado,
solo niégate para que no dude en mentarte la madre en un impecable castellano. Este
personaje sale todas las madrugadas, de una a tres, según calculo, y vaya que
la historia le funciona bien, lleva más de una década haciendo lo mismo y sea
quien sea la persona detrás de ese personaje, sí le reconozco su capacidad
histriónica.
Bajamos por Bolivia, doblamos hacia la izquierda por Wilson y llegamos a Paseo Colón. En este punto había que tomar
bien una decisión. O seguir hasta 28 de Julio o bajar hasta Guzmán Blanco. Ya
era un territorio que, por la cercanía a su casa, Karina conocía mejor.
Obviamente, estaba la posibilidad del taxi, pero era ridículo tomar un taxi
cuando estábamos a menos de siete cuadras del Campo de Marte. Ella decidió que
lo mejor era bajar hasta la Plaza Bolognesi y caminar por Guzmán Blanco, pero
recordé que hacía algunos meses tres putas asaltaron a “Mr.Chela” y “El
Caminante”, al primero le robaron su iPhone y al segundo su mochila y
zapatillas. Había que tener cuidado con las putas de Guzmán Blanco, pero mucho
más con los cafichos que las cuidan. Por ello, tomamos la ruta más
larga y más segura, 28 de Julio.
Deje a Karina cerca de su casa.
Detuve un taxi y subí. Solo al llegar a
casa me percaté de lo siguiente: olvidé comprarme una nueva cajetilla de
cigarros. La ansiedad, la falsa euforia, se hacía presente, pero se trata de
una ansiedad o falda euforia que sí puedo manejar, en fin.
jueves, mayo 19, 2016
"un vaso de cólera"
Más de una vez he pensado en la seria
responsabilidad que existe entre los lectores, editores, escritores, literatos,
agentes, libreros, distribuidores y demás partícipe del circuito de aquello que
llamamos Mundo del libro en relación a lo poco o casi nada que conocemos de la
cultura brasileña, en especial, ya que estamos en el tópico que nos reúne, de
lo poco que hemos hecho para saber en qué va su literatura más allá de lo que
conocemos de ella. Este pensamiento, no lo vamos a negar, por momentos
demagógico, no ha sido ajeno a un espíritu de indignación que se refocila en la
queja sin brindar la más mínima solución. Claro, podría decirse que hay una
separación lingüística que hace imposible que podamos conocer más de lo que ya
conocemos, que nos imposibilita saber más allá de su fútbol y sus carnavales.
Esta dejadez no solo afecta a la
difusión de los discursos literarios de dicho país, sino también se manifiesta
en sus artes plásticas, su cine y demás expresión de su galaxia cultural. Por
ello, si desconocemos lo “mayor”, resulta casi imposible conocer lo “escondido”,
y centrándonos en el espectro literario, nos encontramos muy alejados de aquellos
autores que gozan del reconocimiento de los llamados entendidos, o, mejor
dicho, de los lectores que van a la búsqueda de poéticas que requieren de lectores
no solo informados, sino también muy cuajados en la experiencia de la lectura.
Por esta razón, no es menos gratificante
leer a uno de los más grandes narradores brasileños del Siglo XX, a quien solo
le bastó tres libros para ser considerado como uno de los pilares de la
tradición narrativa a la que pertenece. Nos referimos pues a Raduan Nassar (Pindorama,
1935), nombre que a más de uno le debe sonar por primera vez, o por la
sonoridad de su apellido, como una voz árabe, que en la brevedad de su
propuesta ha podido desplegar una serie de epifanías que se descansan en la
fuerza poética de su prosa como en el tratamiento de sus temas, tal y como lo
podemos ver en esta novela corta que nos reúne: Un vaso de cólera (Sexto Piso, 2016; y publicada en 1978), que
también deberíamos considerar como un triunfo editorial, que nos fortalece la
esperanza de saber que aún existen estupendos lectores que editan y que salen a
buscar/rescatar autores de otras tradiciones literarias.
Esta es la primera novela a la que
tenemos acceso y no podemos dejar de sentirnos más que satisfechos por el viaje
que nos ofrece Nassar. En estas páginas se impone la médula que sustenta y
justifica el prestigio del autor en la crítica literaria brasileña. Como toda
novela corta que se precie de tal, se perenniza desde sus primeras frases, no
hallamos elementos temáticos que queden en el aire, pero la perfección formal
no es su mérito. Un narrador como Nassar no se puede conformar con las leyes de
la relojería narrativa, o sea, la contención temática al servicio de la
historia. Al respecto, debemos señalar que estas reglas clásicas de la novela
corta han sido y vienen siendo pésimamente asumidas por más de un escritor
latinoamericano actual al considerar a la novela corta como una aventura fácil,
cuando de fácil no tiene absolutamente nada.
Nassar, en primer lugar, se vale de una
prosa que se alimenta de un aliento poético que corre en densidad, aliento
denso que erotiza la atmósfera de lo que nos relata: la crisis de una pareja en
el marco de un par de días, una crisis que deviene en una violencia
esencialmente verbal en la que el objetivo es destruir a la mujer. El hombre,
que ha guardado su furia durante un tiempo no especificado, aprovecha los
momentos de la cotidianidad, arremetiendo en los espacios de interacción de las
parejas, como en la cama y en la ducha; sin embargo la mujer, en su aparente
debilidad como receptora de las invectivas, se hace fuerte en la provocación, en
la palabra o el gesto que alteran al hombre que la quiere desvanecer en la
humillación.
Pero Nassar no se conforma con este
nivel temático. La crisis sentimental de esta pareja no es suficiente. En los
discursos cruzados de los amantes, pone en bandeja otros discursos en patente
diálogo con la historia, la actualidad el mundo y la identidad existencial.
Nassar nos presenta por medio de esta pareja una metáfora de su visión del
mundo, un mundo que persigue la adoración a costa de la desaparición del “otro”.
Un
vaso de cólera
no solo es una obra maestra en la tradición de la novela corta, es también un
ejemplo tajante de las posibilidades que depara el género siempre y cuando se
le asuma con respeto y riesgo. Pero ante todo, y lo que nos interesa destacar,
es que estamos ante una imprescindible puerta de ingreso a la poética de un
extraordinario narrador que todo aquel que se precie de lector cuajado debe
leer. Además, es la primera vez que se traduce la novela al castellano y la
traducción viene por cuenta del escritor mexicano Juan Pablo Villalobos, que ha
sabido recoger el ánimo literario de Nassar y esto, bajo ninguna circunstancia,
es poca cosa. Hay que ser dueño de un inquebrantable oficio y poseer un
conocimiento de las posibilidades de la lengua madre para traducir a Nassar.
miércoles, mayo 18, 2016
José Luis Rénique: "Imposible pensar en cómo construir una nación moderna en el Perú sin preguntarse por el 'indio' "
Una de las impresiones que
tenemos al final de la lectura del libro es que somos el país de las oportunidades
perdidas si hablamos de reivindicar a los peruanos del interior del país. Todas
las luchas o revoluciones que han acaecido en nuestra historia han tenido un
objetivo patente: sacarlos del ninguneo y rescatarlos de la injusticia.
Por
obvias razones históricas, demográficas, socioeconómicas, la idea de una
revolución de base andina o agraria ha tenido gran arraigo en el Perú. Una gran
dosis de ideología se requería para concebir una acción revolucionaria eficaz
en un país tan fragmentado como el Perú.
Ahí están los resultados para demostrar las grandes limitaciones de que estos
experimentos adolecían. Había que imaginar actores y escenarios articulando un
guión insurgente sostenido a punta de voluntarismo. Hubo momentos de efectivo
engarce entre militantes urbanos y masas rurales, nunca lo suficientemente efectivos
como para sustentar algo remotamente similar a lo ocurrido en México 1910 o
Bolivia 1952. Entre 1960 y 1990, se vivió una cuasi crónica agitación rural. A
la par con ello, sin embargo, el Perú se urbanizaba y Lima se convertía en la
megalópolis de hoy. Los hijos y nietos de los rebeldes agrarios imaginados por
los militantes urbanos de los 60 y 70 protagonizaron el “desborde popular” y
son quienes eligen hoy a los gobernantes
del país. Más que de “oportunidades perdidas” habría que referirse a una
“modelo peruano” de transformación social de un país de grandes mayorías
indígenas y con una “herencia colonial” singularísima, solo comparable con la
de México.
No se puede escribir o pensar
en el Perú sin tener en cuenta al indio y su problemática.
Imposible
pensar en cómo construir una nación moderna en el Perú sin preguntarse por el
“indio”. En mi libro Imaginar la nación:
viajes en busca del “verdadero Perú”, 1881-1932 examino los esfuerzos en
ese sentido de nueve intelectuales y políticos peruanos (González Prada, Matto
de Turner, López Albújar, Ventura García Calderón, Riva Agüero, Valdelomar,
Valcárcel, Mariátegui, Haya de la Torre), el “problema indígena” en cada uno de
esos casos estaba al centro de sus preocupaciones. El fascinante despliegue de análisis,
creatividad literaria, invención ideológica y
también utopía no alcanza, sin embargo, para desentrañar la gran
complejidad del problema. Conocer sus trayectorias es todavía toda relevante lección
de “peruanidad”. Sin caer en tremendismos, es importante no subestimar la
distintiva complejidad del Perú.
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martes, mayo 17, 2016
471
Mañana de sol. Sol tibio, naranja, como
si una Prima ballerina se presentara
solo para mí.
Voy a la cocina y me preparo café, jugo
de granada y tres tostadas. Leo los diarios. Leo los putrefactos argumentos de
los seguidores de la La rata naranja. La verdad que no puedo sino sentir
indignación combinada con pena ante un eventual gobierno de una mafia que vendrá
a hacer lo que le venga en gana y lo hará con el único objetivo de joder.
Los diarios dicen lo obvio, lo
razonable: en ningún momento se ha dicho que la DEA investiga a Keiko por
lavado. Ya veo a más de un fujimorista denunciando una guerra sucia contra su
candidata, impoluta y decente, defensora de derechos humanos y luchadora por la
dignidad de las mujeres. Pero igual, lo que Keiko representa, la suciedad moral
en su estado más puro, ahora con una suerte de tesorero que ha hecho fortuna
gracias a las rayas blancas.
Entonces caigo en la cuenta de que no
debo malograr mi desayuno leyendo las notas sobre La rata naranja. Es lo mejor,
entonces paso las páginas, directo a las secciones deportivas, para ver las
idioteces que viene haciendo Gareca en la selección. No lo niego, en su momento
llegué a tener esperanzas en el trabajo que haría el argentino, pero tampoco
caí en la ingenuidad, porque quedó visto, una vez más, que los empresarios y
representantes de jugadores son los que dirigen los destinos de la selección de
fútbol. Se podría decir que se ha dejado de lado a los referentes, pero eso no
es más que un pantallazo de objetividad en un proceso que desde su inicio no ha
mostrado liderazgo, hecho que podemos comprobar en el nulo compromiso de la
mayoría de los seleccionados en las convocatorias.
Se supone que el comer es uno de los
actos más placenteros de la vida. Y me prometo que a partir de mañana, en el
desayuno, o mejor, desde ahora, durante las comidas, me alejaré de las noticias,
hasta de las visuales y auditivas, para disfrutar como se debe mis comidas. El
jugo de granada estaba buenazo, las tostadas y el café, ni hablar, pero aún
sigue esa sensación de goce incompleto.
lunes, mayo 16, 2016
volver a Cela, aunque pese
Al parecer, una especie de ley divina
define los criterios de los celadores de la literatura. Hablamos de una ley con
síntomas de tara que no permite que las malas costumbres personales de los
escritores tiñan lo que se pretende destacar y, en algunos casos, canonizar, es
decir, la obra.
Pensemos en ejemplos, cercanos, como Jorge
Luis Borges, a quien se le negó el Nobel de Literatura a causa de sus pecados
políticos. Aunque seamos sinceros, la grandeza literaria de Borges nunca se vio
opacada por sus deslices morales. Pensemos también en Ezra Pound y
Louis-Ferdinand Celine, cuyas obras tuvieron que esperar varias décadas para
ser valoradas como lo que son a la fecha, obras que se sustentan en férreas
poéticas que generan más de una discusión entre los llamados conocedores de
literatura, como también entre los lectores ocasionales, y que conforman esa
galaxia de lecturas obligadas para todo aquel que pretenda dedicarse al
ejercicio de la escritura literaria.
Ahora.
Sin duda alguna, Camilo José Cela es uno
de los más extraordinarios escritores en lengua castellana del Siglo XX.
A la fecha, y lamentablemente no pocos,
rehúyen de la obra de Cela como si se tratara de la peste. Los motivos de esta
huida no son literarios, sino más bien políticos, quizá morales, a lo mejor
porque los lectores, al igual que cualquier persona con criterio, puede
aguantar todo lo imaginable de la condición humana, menos el soplonaje.
Cela colaboró con el franquismo, se
convirtió en una suerte de espía, de datero, que enviaba listas sobre autores,
intelectuales y artistas a los entonces servicios de inteligencia de la
dictadura española. Si buscamos una palabra para definir esta manera de
proceder, la “bajeza” quedaría chica. Durante décadas se rumoreaba de esta
relación entre Cela y el soplonaje, pero esta se confirmó años después de su
muerte.
La noticia horadó a paso firme la
referencialidad de la que gozaba su obra. La noticia corrió como un río de
pólvora por todas las redacciones periodísticas, las aulas de la academia e
instituciones culturales.
Como dato menor, sumemos también que
Cela nunca exhibió un comportamiento que contentara a la platea, tranquilamente
podemos decir que era todo un antipático, sus opiniones más de una vez hirieron
susceptibilidades, hasta de los poderosos. No se guardaba nada, era un
deslenguado con estilo, un dandy que miraba a los demás con superioridad. Bien
podríamos decir que no fue un buen tipo, y para ser sincero, un escritor no
tiene que ser necesariamente una buena persona que derroche bonhomía. Cela no
lo era, no era pura sonrisita. Pero este detalle de su personalidad, más su
coqueteo con el franquismo siendo un aplicado soplón, fueron mezclas que
potenciaron el bombardeo hacia su obra, que, como ya se indicó, cobija a una de
las poéticas en castellano más peculiares del siglo pasado.
Cela no será ni el primer ni el último
escritor a quien le pasen factura sus pecados políticos. Pero ¿cuántos años
tendrán que pasar para que se le lea como se debe, sin tener en cuenta sus taras
morales? No lo sabemos. Es pues una incógnita. Pero lo que sí sabemos es que
mientras más tiempo pase, más de una generación de lectores dejará de conocer a
uno de los escritores que hizo de la palabra escrita una genuina experiencia
literaria de resonancias, premunidas de imágenes y conceptos. Esto es lo que
debería quedar de los grandes escritores, el aporte, no sus bajezas morales.
Estamos hablando de libros, no de personas.
Publicado en SB
guerrilleros morales
En los últimos años he tenido la
oportunidad de conocer a varios amigos y amigas de Venezuela. Por medio de
ellos he podido saber un poco más de la tradición literaria del país llanero, o
sea, más allá de los textos canónicos que más de uno ha leído en su etapa
formativa.
No solo pienso en ellos cuando reviso
las noticias, más el respectivo cruce de info de las mismas, sino también en
los no pocos intelectuales y escritores peruanos que no sé a cuenta de qué
siguen defendiendo lo que a todas luces es una dictadura, que a punta de
testarudez viene hundiendo a uno de los países más ricos del mundo, porque eso
es lo que es Venezuela, un país rico, que no merece estar en la situación en la
que se encuentra. En realidad, en pleno siglo XXI me resulta inconcebible que
se siga violando la democracia por medio de la tortura, asesinato y violación a
todo aquel que luche por la democracia.
Por ello, no sé qué espera nuestra
maravillosa intelectualidad y creatividad de izquierda para deslindar del
atropello de Maduro, fiel padawan de la política de Chávez. ¿Acaso más muertos?
¿Acaso una verdadera hecatombe social para que recién se desahueven? ¿Qué
esperan nuestras maravillosas Mendoza y Glave para dar ese paso que las
diferencie de esa izquierda petrificada peruana?
A menos, eso sí, que nuestras joyas de
izquierda estén alistando maletas y dispuestos a reportar desde los lugares de
los hechos esa gran mentira que nos comunican los medios de información del
imperialismo. Claro, eso es lo que están haciendo, la coherencia es el pequeño
gran detalle que los define. No seamos malhablados, esperamos las acciones de
nuestros guerrilleros morales. Ajá.
domingo, mayo 15, 2016
470
Días ajetreados que se manifiestan en un
cansancio sin parangón en los últimos meses.
Presentación en Sur.
Conferencia en San Marcos en el día de
su aniversario.
Y conversatorio en El Virrey de Lima.
Para alguien al que no le gusta salir de
su casa, hacerlo en tres ocasiones seguidas sí genera un desgaste mental,
bueno, es así como me siento después de una participación ante el público, en
la que debes pensar más tus ideas, escoger tus palabras y sustentar con
argumentos. Si eso no es desgaste mental, no sé qué cosa podría ser.
Lo bueno es que las tres actividades
salieron muy bien.
El miércoles, antes y después de la
presentación del libro-homenaje a Alfonso Cisneros Cox, estuve conversando con
Luis Hernán, que estuvo de viaje relámpago por Lima, y aprovechamos en hablar de su última novela.
Mientras me hablaba de los diálogos de esta última entrega con otras suyas
anteriores, pensaba en su poética, que
se sostiene en más de cinco títulos, y no solo bien recibidos por la crítica, sino
que han sabido forjar una comunidad de lectores alrededor de la misma, pero
comunidad que más parece un gueto, porque los nuevos lectores interesados en la
narrativa peruana andan más concentrados en las nuevas voces de los grandes
sellos y, en algunos casos, en las de ciertos sellos independientes, que
terminan opacando voces sólidas como las de Luis Hernán. No sé, ni le pregunté,
qué pensaba él al respecto, pero si llamó mi atención que a él no le preocupara
tanto parecer escritor, con serlo le bastaba y sobraba. Aunque claro, esto es
más que nada responsabilidad de la crítica que no ha sabido cartografiar la
narrativa peruana última para los nuevos entusiasmados en la misma, una crítica
que cada día me recuerda más a ciertas respuestas en Escritores peruanos. Que piensan, Que dicen de Luchting, respuestas
relacionadas a la crítica y el juego sucio de esta, que cuando se propone ser
sucia, bien puede competir con el basural de los sentimientos menores.
Y el jueves, bendito jueves. Mi conferencia
en San Marcos sobre la novísima poesía peruana y el compromiso político de los poetas
del 2010 en adelante. Creo que esa tarde saqué más balas de las que pensé que
podía usar. Le he prometido a Roberto, uno de los organizadores, que publicaría
mi texto de varias miles de palabras, obvio, en este blog, aunque antes en una
plataforma ajena a la mía. Quizá en LPG, pero lo veré en los próximos días que
regrese al texto en cuestión para insertar algunos conceptos que no tuve
presente, pero que podrían ofrecer más luces, muchas más de las que supongo.
Después de la conferencia, tuve que hacer algunas cosas por el centro, en donde
me encontré con Miguel en el Domino´s, para luego ir a los jueves culturales de
los libreros quilquenses ubicados en el Parque de la Integración en el Rímac.
Llegué cansado a casa ese jueves, o lo
que quedaba del día, y al día siguiente, tenía la conversa con Christian en El
Virrey de Lima, la misma que salió excelente y que no solo me hace pensar en la
proyección de este autor, sino en algo que vemos entre tanto chancateclas, es
decir, convicción por el oficio de la escritura, que tarde o temprano se
convierte en legitimidad literaria.
Y este sábado, me dediqué en dormir,
leer y pasear a Onur, que cada día anda más hiperactivo, razón no le falta,
ayer viernes 13 cumplió un año.