martes, mayo 31, 2016

475

Anoche, luego de una jornada leyendo y escribiendo, me alisté para surtirme de películas en Polvos Azules.
En plena Av. México, mientras espero la custer, avenida más despejada gracias a que no es hora punta, observo a las chicas que a los cambios de las luces del semáforo se ponen a vender sus cosas, como chicles en barra, pye de manzana y cafés. Las veo todas las veces que salgo de noche y cada vez, obvio, que me voy a la Av. México. Hace un tiempo un pata se expresó con pena de ellas, por lo poco que podrían ganar, pero le hice ver que su punto de vista estaba hasta las huevas, sin asidero alguno, porque estas flacas ganan más que esos huevones que las miran con pena y deseo, porque bien que se las quieren levantar, puesto que si hay algo cierto en estas flacas, es que de feas no tienen nada, además, la proporcionalidad carnal de sus cuerpos se ajusta al gusto del hombre peruano promedio, en especial la de una, la más alzada que vende chicles y cigarros. Ella, al igual que las otras dos, saben bien lo que el potencial cliente busca de ellas, y para llegar a lo que buscan, tienen que comprar muchos cicles, cigarrillos, pye de manzanas y cafés, choferes que anhelan que el cambio de luz se demore más de lo que debe demorarse.
Una vez en Polvos Azules, me encamino al stand de Holy. Desde hace un tiempo le compro a ella porque es la única del Pasaje 18 que se queda hasta tarde. Y entonces, me pongo a revisar los catálogos de películas, teniendo en mente que debo preguntarle si tiene las películas que días antes me recomendaron MJ y P. Holy las tiene y seleccionó diez más del catálogo. Me despido y se me antoja un café. Entonces camino al Minimarket del grifo de Grau. Primero, me abastezco de cigarros,  y después me sirvo un Cappuccino Espresso. Me quedo en el Minimarket hasta terminar mi café. No puedo caminar y a la vez beberlo, lo que menos me gusta es caminar con cuidado, sosteniendo un vaso que en cualquier podría manchar mi mano. Mientras bebo el café, hago algunas llamadas y respondo todos los mensajes del wsp.
Puedo regresar a casa, pero decido caminar un poco más. Son las 9 y 30 y la ciudad se me antoja más oscura en su esencia, como si estuviera conteniendo una furia. El frío despeja las calles y subo por Carabaylla hasta la Plaza San Martín.
La cruzo hasta el Bolivarcito y entro un toque.
Pido un trago de la casa.
Reviso detenidamente las películas que he comprado. Para esto apago el celular, algo que debería hacer más de uno, la animalización de estos tiempos nos ha hecho perder contacto con la realidad. Me sirven el trago. Miro la Plaza San Martín, me concentro en sus grupos humanos que los conozco bien sin conocerlos. 
Seguiré bebiendo, pero me percato de la presencia de “Cachetada Nocturna”, acompañado de tres mujeres, más altas que él, pero a medida que se acercan a la Colmena, esta mujeres revelan lo que son: tracas, tracas que endiosan al novelista ganador. Iba a pasarle la voz, pero preferí no hacerlo.

comodín

Cuando más se necesita del apoyo de todas las fuerzas políticas y de sus respectivas voces de influencia, ocurre el desplante de quienes tienen toda una vida dedicada al discurso del respeto a la democracia, que piensan más con el cálculo político que al amparo de las convicciones. Es decir, piensan con el culo.
Pienso pues en Alfredo Barnechea.
Los lectores del blog saben que en más de una ocasión me he referido en muy buenos términos a la candidatura presidencial del ahora hombre fuerte de AP. De lejos, era el más preparado, el más culto, hasta el más inteligente. Pero de nada sirven estas cualidades si no se cultiva la mayor de las cualidades, la cualidad humana, con todos los errores que esta pudiera tener, con todas sus taras, naturales por cierto.
Sin embargo, los años han pasado en vano por el alma del señor Barnechea. Tengamos en cuenta que él solo perdió la oportunidad de acceder a un mayor protagonismo en esta contienda electoral. De a pocos la patanería se hizo presente, esa mierdita que lo hace verse y asumirse como un ser humano superior, a quien hay que escuchar porque los demás somos menos. Barnechea obtuvo lo que mereció gracias a esa patanería innata que más de uno le conocía y que, en lo personal, callé porque creí que sí había cambiado, aunque sea algo, lo que para él sería mucho.
Hasta el momento, nada. Barnechea cree que el problema es el modelo económico, demostrando así una pésima lectura de la actualidad política. Tío, el problema central no es el modelo económico. Es evidente: el problema mayor es el regreso de una cadena dictatorial que convertirá al país en un narcoestado. Barnechea lo sabe, pero la soberbia puede más, esa sensación de canábica en base a orégano que le impide ver las cosas como son, esa soberbia que lo convierte en lo que no quiere: el zafio que solo ve su conveniencia, atento a los cambios de viento para ajustarse a ellos. Es decir, la esencia del comodín. 
Contra el fujimorismo no hay término medio. El apoyo político es importante, sin importar en qué ideología política te ubiques. Con el silencio de Barnechea, ya sabemos de qué está hecho, de puro verso sin coherencia.

lunes, mayo 30, 2016

ahora o nunca: NO al narcoestado

Acabo de ver el debate presidencial entre PPK y Keiko Fujimori.
Las luces estuvieron con PPK: literalmente, barrió el piso con la cabeza de la representante de la mafia naranja.
Y lo repito otra vez, y cuantas veces sea necesario: nos estamos jugando la poca estabilidad moral que aún le queda a este país. Perú está muy lejos de ser un país estable moralmente, pero me resisto a creer que estemos tan, pero tan cagados, como para tener que aguantar otra vez a la mafia fujimorista.
Más de un lector extranjero del blog se sorprende cómo es posible que un partido de múltiples máscaras nominales, que no se ha desmarcado de su pasado, por la sencilla razón de que no le interesa hacerlo, siga gozando de popularidad. La respuesta ante esa inquietud es una sola: no se ha forjado un discurso que dinamite las bases del discurso fujimorista, un discurso que como tal muestra más de un agujero conceptual, agujero que no ha sido aprovechado por las fuerzas políticas peruanas en quince años. Más de un entendido advirtió sobre esta especie de soberbia patentizada en una superioridad moral que dejó que el moribundo se recupere apelando a la matonería, la amenaza, la ignorancia y el pensamiento fácil, elementos nutritivos para una población que por dejadez no ha sabido cultivarse, a la que no le interesa ver más allá de los aparentes resultados, para la que los resultados son más importantes que los medios usados para conseguirlos.
La falta de una aceptable educación, el pésimo nivel cultural, sin importar la condición social, son la energía de la que se ha estado alimentando ese grueso de la población que añora el regreso del fujimorismo. Felizmente, siempre ha habido un importante número de peruanos que no sintonizamos con la mafia naranja, que no permitirá que se abran las cárceles para que salgan los sátrapas que hundieron y saquearon al país, aquellos protagonistas que lo mancillaron moralmente por generaciones. No lo pienses: el fujimorismo es una peste y a esa peste se la combate con educación y cultura. No hay otra.
Por eso, los que queremos este país, nos sentimos más que satisfechos por la firmeza de PPK en el debate, que dejó sin argumentos a la candidata de su padre y su tío Montesinos.
PPK no es el candidato ideal. Sin embargo, PPK no es un asesino, no le conozco anticuchos comprobados. Y este es el momento de apoyar al único candidato con el que podemos impedir que se instaure el horror entre nosotros. El triunfo no será de PPK, sino de la reserva moral del país, o sea, de todos aquellos que no vamos a permitir el retorno del aparato político más corrupto en toda la historia del Perú como nación.
Los próximos días serán claves. Y no menos importante será el apoyo de las demás fuerzas políticas y democráticas del país. Dejen de lado rencillas y desavenencias ideológicas. La integridad moral del país está por encima de pequeñeces. 
Mientras tanto, nos vemos el martes 31 en la Plaza San Martín.

sábado, mayo 28, 2016


biblioteca e inéditos

Días atrás decidí comprar un par de estantes más. Razón no faltaba, los libros ya me estaban botando de mi cuarto y los que meses atrás había colocado en la que fue la habitación de mi abuela tampoco daban para almacenar más títulos. Todos mis estantes tienen una base generosa por anaquel, que llegado el caso cobijan dos filas de libros.
Compré los dos estantes y los coloqué en el recibidor de la casa. Así que, cuando mi madre recibas sus inevitables visitas, lo primero que verán será libros, algo que no me gusta, porque eso no es lo que pretendo mostrar, pero el recibidor es el único espacio en donde podía colocar ambos estantes, anchos y altos.
Los estantes estuvieron en el recibidor toda la semana, sin ser llenados ni ubicados en su posición final.
Pues bien, ayer viernes me dediqué a acomodarlos y a seleccionar los libros que los ocuparían. Quienes han arreglado bibliotecas personales saben bien que hablo de un asunto serio y en cierto sentido frustrante. Para empezar, tenía nociones de cierto criterio para disponerlos en su nueva guarida, pero estas nociones eran nada ante lo que imponía la realidad. Los libros salían de la nada. Y seguían saliendo y mis temores se concretaron cuando supe que los dos anaqueles resultarían insuficientes y que tendría que comprar dos más. Son miles de libros, y a medida que revisaba los ejemplares, los recuerdos me llegaban tales luces canábicas, porque cada ejemplar tenía su historia, y lo que más llamaba mi atención, recordaba la procedencia de cada uno, del año y mes en que lo compré, en dónde, e incluso de la persona que me lo mostró o sugirió.
Dado el momento, tomé un descanso. Prendí un pucho  y me puse a pensar en qué podía hacer con tantos ejemplares, al final opté por usar el mismo criterio, aprovechar las bases de los anaqueles, formar dos filas por cada uno y colocar los libros que pudiera encima de estas dos filas por anaquel. Era la única manera. Y eso, ajá, eso, que no digo aún nada de los muchos libros que he separado para regalar, casi 300. Sé que estos libros le servirán a otro lector, mucho más que a mí. Estoy pensando en regalárselos a mi pata “Don Ramón”, y esta idea me convence cada vez más. Por su parte, Onur me miraba, sorprendido de los muchos libros que salían de no se sabe dónde. Y hablaba con el perrito, o el perrito me hablaba, como sea, porque lo que interesa es que el perrito y yo nos hablamos sin hablarnos. De alguna manera, estábamos aprendiendo, y esto es lo que trae la experiencia de ordenar una biblioteca, aprendes de ti mismo, de lo desordenado que uno puede ser, y de lo feliz que uno se siente en ese desorden.
La disposición adquirió un orden saludable. Pero la sorpresa vino cuando me topé con una caja grande para galletas, es decir, de cartón fuerte y pesado. Esta caja era el pedestal de mi carro de carreras a control remoto, pero lo que había dentro me generó una ligera conmoción. Lo que encontré me hizo  pensar y también me llenó de sensaciones encontradas, ya que en esa caja estaban los inéditos de novelas y cuentarios de no pocos escritores peruanos, inéditos que en su momento me confiaban para su lectura apreciativa y su respectiva sugerencia de cambio. Me encontraba ante una historia de la narrativa peruana de los últimos ocho años, a ojo de buen cubero. Pensé en mi responsabilidad y sentí satisfacción porque muchos de esos textos cuando se convirtieron en libros editados tuvieron una buena recepción en crítica. No puedo decir lo mismo sobre su destino en ventas, pero eso es lo que menos me importa. Me sentí partícipe del buen destino literario de estos títulos, pero también me pregunté qué tenían que hacer sus autores para no ser opacados por la fuerza del relacionismo que ostentan los figurones (bueno, entre los inéditos había más de un figurón con talento, valgan verdades), pero bueno, hablamos de una habilidad de la que no quiero reflexionar más allá del tiempo que merece. 
Puse todos esos inéditos en una bolsa de color negro. Ya no tenían que estar cerca de mí.

jueves, mayo 26, 2016

los indecisos

En los últimos días he venido escuchando sobre la zamaqueada de Keiko a PPK en el debate del pasado domingo.
No sé qué debate vi.
Lo que sí vi fue a un tipo sin carácter y una mujer que asumió el debate como si estuviera en una pelea de callejón, pelea en la que imperan las bajezas y mentiras, el adjetivo barato antes que la argumentación de ideas.
Obvio, a PPK le faltó más carácter. Ser más enérgico, si es que nos ponemos al nivel de los que creen que un debate debe ser un intercambio de bajezas.
Sin ofender, pero las bajeza es lo que le gusta a la mayoría de peruanos. La criollada, nuestra marca mayor de nuestra identidad nacional, el cochineo como sucedáneo de la inteligencia.
No es que uno quiera ser ofensivo, pero los estudios de campo y la experiencia personal lo demuestran.
Basta ver a los seguidores de Keiko para saber qué tipo de personas son las que apuestan por ella.
¿Acaso culpa del sistema? ¿Acaso culpa de una derecha preocupada en el bolsillo y una izquierda demagógica y racista? ¿Acaso la implosión de todas estas cosas que ha impedido que en quince años no se haya hecho nada contra el pragmatismo del discurso fujimorista, que viéndolo en objetividad, es muy fácil de taladrar, pero con tiempo y paulatinamente, no en un mes ni en dos semanas?
Ajá. El apoyo a Keiko viene por cuenta de la población más ignorante. ¿Cómo se combate ese apoyo?, me lo preguntó una amiga ayer en la tarde. La respuesta es muy fácil: con educación y cultura. Con eso. No hay más secreto que buscar o inventar.
Nos enfrentamos a un fenómeno que espero quiebre la demagogia de los que ostentan una supuesta superioridad moral, fenómeno que a todos juntos nos motive a la acción: a creer, pero en serio y en la práctica, en el poder de la cultura y educación para curar y sanar a una nación. Uno no puede dejar de sorprenderse por la sarta de mentiras de la señora Fujimori, obviamente, no nos sorprenden las mentiras del fujimorismo, pero ese escepticismo, ahora lo vemos, poco o nada ha hecho para detener este putrefacto sentimiento naranja. La realidad política actual es una patada en los huevos a la dejadez de los llamados peruanos pensantes.
Pero en estos momentos no vale pensar en esta dejadez.
Menos en esperar el desahuevamiento de PPK.
Lo que sí interesa, y ahora, es apuntar a los indecisos, que forman un voto a considerar teniendo en cuenta la corta diferencia entre Keiko y PPK. Los  indecisos sí contribuirían a salvar, y por última vez, a este país. Mas ese convencimiento a los indecisos no debe venir por vía del equipo de Peruanos por el Kambio, ni hablar, sino por todos aquellos que no queremos que el fujimorato se instale por segunda vez, es decir, llevando adelante una tarea de convencimiento en nuestras familias, amigos y compañeros de trabajo.
Por lo general, suelo ser muy pesimista. 
Y en contra de la sensación común de los peruanos que atisban el regreso del horror, guardo mucha esperanza en que las cosas vayan a cambiar por el bien de este país, que pese a hacer los suficientes méritos para tener los presidentes que merece, no merece convertirse en un narcoestado. 

lunes, mayo 23, 2016

474

En el jardín de mi madre, ubicado en nuestra sección del parque que tenemos exactamente detrás de nuestra casa, han salido rosas que exhiben un mágico brillo, seguramente a cuenta del sol tibio y generoso en luminosidad.
 Mi madre me pide que saque las rosas, porque esas son las rosas que le gustaban a mi abuelita, a quien visitaremos en las próximas horas. Entonces, cojo la tijera para plantas y flores, y me dispongo a cortarlas, siempre respetando los 30 centímetros de rigor del tallo. A mi lado, Onur mira tranquilo lo que hago, no hay perros ni perras a la vista, y mejor así. Mejor porque de esta manera acabo rápido y mientras más rápido lo haga, comienzo a trabajar en los textos que me tendrán muy al límite esta semana.
Y sigo con el tema de Charly García desde ayer, “Nuevos trapos”. De las ejecuciones musicales, me vacila mucho lo que se puede hacer con el bajo y si no me equivoco, en la época de la canción, el bajista de García era pues Pedro Aznar. Además, de toda banda que escucho, me fijo en especial en la ejecución del bajo, instrumento más importante, a lo mejor el más importante, el que dirige el ritmo y la armonía. Más allá de su talento para el canto y las letras de canciones, Aznar es más que un eficiente bajista, y, seguro peco de exceso especulativo, fue quien ordenó musicalmente más de una canción en su época que integraba la banda de su endiablado compatriota.
Al par de horas me conecto al Face. Lo que veo es deprimente. El debate de anoche es la metáfora de la desgracia por excelencia.
Sin embargo, más de uno le exige a PPK lo que este tío no puede hacer, ponerse al nivel de La rata naranja, llevar el debate a una pelea escolar. Prestarse a eso es perder, es como si yo discutiera con un escritor al que jamás reseñé porque su libro es una porquería y que en su reclamo me exhibe más de un complejo producto de su fealdad. No, así no va: la guerra contra la mafia naranja debe ir por otro lado, y eso va a depender de aquellos que no quieren devuelta a la mafia en Palacio, de los que no quieren que este país se convierta en un narcoestado. 
No, PPK no debe convencer a la masa. La masa está con La rata naranja. Lo que debe hacer este tío es convencer a los indecisos. La diferencia es corta, no hablamos de diferencias aplastantes como para pensar en convencer a una mayoría que siempre ha apoyado al fujimorismo. Claro, la tarea es ardua y parece imposible, pero paso a paso, comienza convenciendo/comprometiendo a tus allegados. Así, de a pocos…

domingo, mayo 22, 2016

473

Me levanto algo tarde.
El sol ilumina de naranja toda mi habitación.
Me dirijo a la cocina y me sirvo un vaso con agua. Al parecer estamos Onur y yo en la casa. Mis padres me han dejado una nota, en donde me dicen que han ido a la casa de mi hermano. O sea, yo mismo seré en casa. De la refrigeradora saco las cosas que almorzaré. No lo pienso mucho, almorzaré algo rápido. Busco en Youtube la receta de Peter Clemenza, que nunca me falla, y pese a ser una receta memorizable, me olvido de algunos detalles de la misma.
Dejo las cosas del almuerzo en la cocina, listas para cuando vuelva a ellas en un par de horas. Y me aboco a revisar los mensajes del celular, que prendo, del mismo modo prendo la Laptop, y vaya que son muchos mensajes. A diferencia de otras ocasiones, de otros domingos, no hay propaganda basura, ni recordatorios, casi todos son de personas que ubico. Al lado de la portátil, una edición en Debolsillo de Manual del distraído de Alejandro Rossi, que vengo releyendo, con pensada y premeditada lentitud. También prendo la radio, algo que me asombra, porque desde hace semanas que no escucho ninguna estación radial, ni prendo mi radio, que me ha sido fiel durante años y que ahora parece más un artefacto de museo. Ese asombro de la radio no es casual, lo veo como una señal, un aviso, una especie de recuperación de las oportunidades perdidas. Sintonizo Doble Nueve y me doy con una seguidilla de temas de The Guess Who.
Onur me acompaña. Más de una persona me ha expresado la ternura que generan sus ojos. Es cierto, este falso pequinés destila harta ternura, pero no es más que una estrategia para su objetivo mayor: destrozar todos mis calzados. Pese a ello, este perrito se ha vuelto un infatigable amigo que me acompaña en mis caminatas no solo por el barrio, sino también cuando me invade la sensación de caminar, y los que me conocen saben bien que soy muy bravo al momento de caminar, y Onur se muestra como un buen pata, pero como todo ser viviente, también se cansa, y me detengo para que tome aire, y me detengo también cuando deja su marca canina en las esquinas.
Apago la radio. Acabó el especial de The Guess Who. 
En uno de los mensajes, me pasan el enlace en Youtube de una canción de Charly García, “Nuevos trapos”. Hace tiempo que no escucho al argentino y esta vez será motivo. No hay mucho que decir, el tema tiene está de la putamadre. Lo conocía pero no había descubierto su epifanía hasta esta tarde. Entonces me dispongo a hacer lo que siempre hago cuando una canción me gusta, o sea, la escucharé hasta agotarla, hasta el hartazgo. Solo así me la podré sacar de la mente. Y mientras tanto, abro los archivos en Word que trabajaré este domingo. Aunque no podré empezar como quisiera, el comienzo del trabajo será intermitente, porque tendré que preparar mi almuerzo y la tentación de los partidos de fútbol se presenta desde la pantalla del televisor apagado.

sábado, mayo 21, 2016


472

Llego a casa.
Me dispongo a ver el documental sobre Amy Winehouse, Amy, de Asif Kapadia. Este documental me lo ha recomendado una buena amiga, quizá lo que me llamó la atención fue su sentencia sobre lo que le generó el documental: “te haces fan de Amy sin que necesariamente te guste la música de Amy”.
Bueno, lo cierto es que no me gusta la música de Amy. Y doblemente cierto es que siempre llego tarde, demoro más de la cuenta en asimilar determinadas propuestas musicales, pero cuando ocurre, las agoto hasta hartarme de las mismas.
Mientras me acomodo, pienso también en lo que fue la conversa con Fernando en El Virrey de Lima, en los conceptos que ofreció cuando le pregunté por la persistencia en los tópicos que definen su poética, que vi como un ejemplo de honestidad consigo mismo, es decir, lejano a hipotecarse a los mandatos de las tendencias, que vienen seduciendo a más de uno.
Luego de la conversa, “Jeremy” nos invitó a comer a Los mil continentes, un restaurante ubicado a dos cuadras de Alfonso Ugarte, en una calle de la que no recuerdo su nombre, en verdad tengo dificultades para recordar nombres de calles. Este restaurante, en su momento, fue el descubrimiento de “Cachetada nocturna”. “Cachetada” concurría todos los días de la semana, hasta por gusto, hasta que cierto día se olvidó de llevar efectivo para pagar y los dueños del restaurante lo tuvieron toda la madrugada lavando platos y trapeando el baño. Desde esa vez no va y en más de una ocasión le he dicho que no se haga paltas, pero “Cachetada” prefiere mantenerse fiel a la contemplación de mujeres imposibles en Don Lucho, adonde fuimos un toque luego de comer.
Me gusta el bar, pero por alguna extraña razón, sentía que me asfixiaba, no sé si haya sido el calor, que no era para tanto, o quizá haya sido la incomodidad de verme entre tanta gente, pese a que el bar no estaba lleno. Pero bueno, siempre le pongo onda y ocupé una mesa, en donde estaban los amigos de Fernando, y allí estuve hablando de todo, desde la última novela publicada de Gaddis hasta de los complejos de fealdad de un patita que me miraba detenidamente, de esos que se guardan toda la mierdita durante meses y a quien le di la oportunidad de soltar toda su mierdita, total, el mundo es así: dices lo que quieres y escuchas la opinión contraria, algunos tienen su estilo, sus formas, aunque la bajeza no va conmigo y sé bien cómo manejar estas situaciones, porque no es ni será la última vez que alguien me suelte su mierdita emocional, total, uno escribe de libros y autores, y si gustan mis opiniones, bacán, si en caso no, el mundo no se acaba, ni a mí, ni al receptor, pero eso, y aunque me odien de por vida, no reseño porquerías, aunque es bueno indicar que hay gente especializada en esa noble labor.
Saliendo del Don Lucho, me encuentro con Karina. Y ahora que lo pienso bien, es Karina la que me pasa la voz. Ella acababa de salir de un concierto en Caylloma y la percibí en una peligrosa euforia en ascenso, euforia que volvía insuficiente la energía gastada en el tácito pogueo. No sé si llamarla amiga o conocida, pero da igual. Es de esas personas a las que no tienes que frecuentar mucho para saber que hay una conexión, una suerte de complicidad, en donde bastan algunos gestos, palabras o simples miradas, y de esta forma ser partícipe de un estado de ánimo, en este caso, el ánimo del “otro”, y esa percepción de ánimo me presentaba un drama personal del que no podía desentenderme.
Las veces que la he visto en Quilca, paraba con un grupo de chicos y chicas que se adueñaban de la vereda. Me pasaban la voz para preguntarme qué película estaba viendo o qué libro estaba leyendo, algo que volvía curioso el asunto, ya que no me preguntaban qué película o libro les podía recomendar. La más entusiasta con lo que les contaba era precisamente Karina, que no tardó en pedirme que la acompañe a tomar su taxi en La Colmena. En ese corto trayecto, Karina me contó que desde hace un mes venía asistiendo a un grupo de AA, ajá, Alcohólicos Anónimos, y que por decisión propia había decidido no beber más, pero el no beber no significaba que dejara de hacer su vida social, según ella, o sea, el no beber no le impedía ir a los conciertos de rock de garaje que se desarrollan en las calles aledañas a Quilca.
Me llamó la atención lo que me contaba. En los últimos días, ND, una amiga a la que quiero mucho, me había contado un problema similar. Eran los mismos casos y la única variante de los mismos era la locación del grupo de AA. Bueno, tampoco me iba a sorprender si ambas asistían al mismo grupo de AA, además, he aprendido a enfrentarme a las inevitables coincidencias de la vida, algunas mágicas y otras no menos que penosas, y esta era una situación penosa, porque entendí lo que pasaba con Karina, entendía su lucha interna contra la ansiedad, ese llamado proveniente del pecho que te pide un trago cuanto antes y que manda a la mierda todo lo que has venido avanzando en los días de abstinencia.
Los mismos síntomas que vi en ND los veía en Karina. La falsa euforia, pues. Le pregunté en dónde vivía y me respondió que por el Campo de Marte. Entonces le propuse caminar y que pasara del taxi. Y eso hicimos, caminamos hasta El Campo de Marte. En el camino nos topábamos con una variopinta gama de personajes que solo puedes ver en el centro durante la madrugada, a saber, en Belén, en donde encuentras a una gringa adiposa que en inglés te cuenta que acaba de ser asaltada y que necesita dinero para el taxi que la lleve a la embajada americana. Todo bien, el drama muy bien pintado, solo niégate para que no dude en mentarte la madre en un impecable castellano. Este personaje sale todas las madrugadas, de una a tres, según calculo, y vaya que la historia le funciona bien, lleva más de una década haciendo lo mismo y sea quien sea la persona detrás de ese personaje, sí le reconozco su capacidad histriónica.
Bajamos por Bolivia, doblamos hacia la izquierda por Wilson y llegamos a Paseo Colón. En este punto había que tomar bien una decisión. O seguir hasta 28 de Julio o bajar hasta Guzmán Blanco. Ya era un territorio que, por la cercanía a su casa, Karina conocía mejor. Obviamente, estaba la posibilidad del taxi, pero era ridículo tomar un taxi cuando estábamos a menos de siete cuadras del Campo de Marte. Ella decidió que lo mejor era bajar hasta la Plaza Bolognesi y caminar por Guzmán Blanco, pero recordé que hacía algunos meses tres putas asaltaron a “Mr.Chela” y “El Caminante”, al primero le robaron su iPhone y al segundo su mochila y zapatillas. Había que tener cuidado con las putas de Guzmán Blanco, pero mucho más con los cafichos que las cuidan. Por ello, tomamos la ruta más larga y más segura, 28 de Julio.
Deje a Karina cerca de su casa. 
Detuve un taxi y subí. Solo al llegar a casa me percaté de lo siguiente: olvidé comprarme una nueva cajetilla de cigarros. La ansiedad, la falsa euforia, se hacía presente, pero se trata de una ansiedad o falda euforia que sí puedo manejar, en fin.

jueves, mayo 19, 2016

"un vaso de cólera"

Más de una vez he pensado en la seria responsabilidad que existe entre los lectores, editores, escritores, literatos, agentes, libreros, distribuidores y demás partícipe del circuito de aquello que llamamos Mundo del libro en relación a lo poco o casi nada que conocemos de la cultura brasileña, en especial, ya que estamos en el tópico que nos reúne, de lo poco que hemos hecho para saber en qué va su literatura más allá de lo que conocemos de ella. Este pensamiento, no lo vamos a negar, por momentos demagógico, no ha sido ajeno a un espíritu de indignación que se refocila en la queja sin brindar la más mínima solución. Claro, podría decirse que hay una separación lingüística que hace imposible que podamos conocer más de lo que ya conocemos, que nos imposibilita saber más allá de su fútbol y sus carnavales.
Esta dejadez no solo afecta a la difusión de los discursos literarios de dicho país, sino también se manifiesta en sus artes plásticas, su cine y demás expresión de su galaxia cultural. Por ello, si desconocemos lo “mayor”, resulta casi imposible conocer lo “escondido”, y centrándonos en el espectro literario, nos encontramos muy alejados de aquellos autores que gozan del reconocimiento de los llamados entendidos, o, mejor dicho, de los lectores que van a la búsqueda de poéticas que requieren de lectores no solo informados, sino también muy cuajados en la experiencia de la lectura.
Por esta razón, no es menos gratificante leer a uno de los más grandes narradores brasileños del Siglo XX, a quien solo le bastó tres libros para ser considerado como uno de los pilares de la tradición narrativa a la que pertenece. Nos referimos pues a Raduan Nassar (Pindorama, 1935), nombre que a más de uno le debe sonar por primera vez, o por la sonoridad de su apellido, como una voz árabe, que en la brevedad de su propuesta ha podido desplegar una serie de epifanías que se descansan en la fuerza poética de su prosa como en el tratamiento de sus temas, tal y como lo podemos ver en esta novela corta que nos reúne: Un vaso de cólera (Sexto Piso, 2016; y publicada en 1978), que también deberíamos considerar como un triunfo editorial, que nos fortalece la esperanza de saber que aún existen estupendos lectores que editan y que salen a buscar/rescatar autores de otras tradiciones literarias.
Esta es la primera novela a la que tenemos acceso y no podemos dejar de sentirnos más que satisfechos por el viaje que nos ofrece Nassar. En estas páginas se impone la médula que sustenta y justifica el prestigio del autor en la crítica literaria brasileña. Como toda novela corta que se precie de tal, se perenniza desde sus primeras frases, no hallamos elementos temáticos que queden en el aire, pero la perfección formal no es su mérito. Un narrador como Nassar no se puede conformar con las leyes de la relojería narrativa, o sea, la contención temática al servicio de la historia. Al respecto, debemos señalar que estas reglas clásicas de la novela corta han sido y vienen siendo pésimamente asumidas por más de un escritor latinoamericano actual al considerar a la novela corta como una aventura fácil, cuando de fácil no tiene absolutamente nada.
Nassar, en primer lugar, se vale de una prosa que se alimenta de un aliento poético que corre en densidad, aliento denso que erotiza la atmósfera de lo que nos relata: la crisis de una pareja en el marco de un par de días, una crisis que deviene en una violencia esencialmente verbal en la que el objetivo es destruir a la mujer. El hombre, que ha guardado su furia durante un tiempo no especificado, aprovecha los momentos de la cotidianidad, arremetiendo en los espacios de interacción de las parejas, como en la cama y en la ducha; sin embargo la mujer, en su aparente debilidad como receptora de las invectivas, se hace fuerte en la provocación, en la palabra o el gesto que alteran al hombre que la quiere desvanecer en la humillación.
Pero Nassar no se conforma con este nivel temático. La crisis sentimental de esta pareja no es suficiente. En los discursos cruzados de los amantes, pone en bandeja otros discursos en patente diálogo con la historia, la actualidad el mundo y la identidad existencial. Nassar nos presenta por medio de esta pareja una metáfora de su visión del mundo, un mundo que persigue la adoración a costa de la desaparición del “otro”. 
Un vaso de cólera no solo es una obra maestra en la tradición de la novela corta, es también un ejemplo tajante de las posibilidades que depara el género siempre y cuando se le asuma con respeto y riesgo. Pero ante todo, y lo que nos interesa destacar, es que estamos ante una imprescindible puerta de ingreso a la poética de un extraordinario narrador que todo aquel que se precie de lector cuajado debe leer. Además, es la primera vez que se traduce la novela al castellano y la traducción viene por cuenta del escritor mexicano Juan Pablo Villalobos, que ha sabido recoger el ánimo literario de Nassar y esto, bajo ninguna circunstancia, es poca cosa. Hay que ser dueño de un inquebrantable oficio y poseer un conocimiento de las posibilidades de la lengua madre para traducir a Nassar. 

miércoles, mayo 18, 2016

José Luis Rénique: "Imposible pensar en cómo construir una nación moderna en el Perú sin preguntarse por el 'indio' "

Una de las impresiones que tenemos al final de la lectura del libro es que somos el país de las oportunidades perdidas si hablamos de reivindicar a los peruanos del interior del país. Todas las luchas o revoluciones que han acaecido en nuestra historia han tenido un objetivo patente: sacarlos del ninguneo y rescatarlos de la injusticia. 

Por obvias razones históricas, demográficas, socioeconómicas, la idea de una revolución de base andina o agraria ha tenido gran arraigo en el Perú. Una gran dosis de ideología se requería para concebir una acción revolucionaria eficaz en un país tan fragmentado como el Perú.  Ahí están los resultados para demostrar las grandes limitaciones de que estos experimentos adolecían. Había que imaginar actores y escenarios articulando un guión insurgente sostenido a punta de voluntarismo. Hubo momentos de efectivo engarce entre militantes urbanos y masas rurales, nunca lo suficientemente efectivos como para sustentar algo remotamente similar a lo ocurrido en México 1910 o Bolivia 1952. Entre 1960 y 1990, se vivió una cuasi crónica agitación rural. A la par con ello, sin embargo, el Perú se urbanizaba y Lima se convertía en la megalópolis de hoy. Los hijos y nietos de los rebeldes agrarios imaginados por los militantes urbanos de los 60 y 70 protagonizaron el “desborde popular” y son quienes  eligen hoy a los gobernantes del país. Más que de “oportunidades perdidas” habría que referirse a una “modelo peruano” de transformación social de un país de grandes mayorías indígenas y con una “herencia colonial” singularísima, solo comparable con la de México. 

No se puede escribir o pensar en el Perú sin tener en cuenta al indio y su problemática. 

Imposible pensar en cómo construir una nación moderna en el Perú sin preguntarse por el “indio”. En mi libro Imaginar la nación: viajes en busca del “verdadero Perú”, 1881-1932 examino los esfuerzos en ese sentido de nueve intelectuales y políticos peruanos (González Prada, Matto de Turner, López Albújar, Ventura García Calderón, Riva Agüero, Valdelomar, Valcárcel, Mariátegui, Haya de la Torre), el “problema indígena” en cada uno de esos casos estaba al centro de sus preocupaciones. El fascinante despliegue de análisis, creatividad literaria, invención ideológica y  también utopía no alcanza, sin embargo, para desentrañar la gran complejidad del problema. Conocer sus trayectorias es todavía toda relevante lección de “peruanidad”. Sin caer en tremendismos, es importante no subestimar la distintiva complejidad del Perú. 

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martes, mayo 17, 2016

471

Mañana de sol. Sol tibio, naranja, como si una Prima ballerina se presentara solo para mí.
Voy a la cocina y me preparo café, jugo de granada y tres tostadas. Leo los diarios. Leo los putrefactos argumentos de los seguidores de la La rata naranja. La verdad que no puedo sino sentir indignación combinada con pena ante un eventual gobierno de una mafia que vendrá a hacer lo que le venga en gana y lo hará con el único objetivo de joder.
Los diarios dicen lo obvio, lo razonable: en ningún momento se ha dicho que la DEA investiga a Keiko por lavado. Ya veo a más de un fujimorista denunciando una guerra sucia contra su candidata, impoluta y decente, defensora de derechos humanos y luchadora por la dignidad de las mujeres. Pero igual, lo que Keiko representa, la suciedad moral en su estado más puro, ahora con una suerte de tesorero que ha hecho fortuna gracias a las rayas blancas.
Entonces caigo en la cuenta de que no debo malograr mi desayuno leyendo las notas sobre La rata naranja. Es lo mejor, entonces paso las páginas, directo a las secciones deportivas, para ver las idioteces que viene haciendo Gareca en la selección. No lo niego, en su momento llegué a tener esperanzas en el trabajo que haría el argentino, pero tampoco caí en la ingenuidad, porque quedó visto, una vez más, que los empresarios y representantes de jugadores son los que dirigen los destinos de la selección de fútbol. Se podría decir que se ha dejado de lado a los referentes, pero eso no es más que un pantallazo de objetividad en un proceso que desde su inicio no ha mostrado liderazgo, hecho que podemos comprobar en el nulo compromiso de la mayoría de los seleccionados en las convocatorias. 
Se supone que el comer es uno de los actos más placenteros de la vida. Y me prometo que a partir de mañana, en el desayuno, o mejor, desde ahora, durante las comidas, me alejaré de las noticias, hasta de las visuales y auditivas, para disfrutar como se debe mis comidas. El jugo de granada estaba buenazo, las tostadas y el café, ni hablar, pero aún sigue esa sensación de goce incompleto. 

lunes, mayo 16, 2016

guerrilleros morales

En los últimos años he tenido la oportunidad de conocer a varios amigos y amigas de Venezuela. Por medio de ellos he podido saber un poco más de la tradición literaria del país llanero, o sea, más allá de los textos canónicos que más de uno ha leído en su etapa formativa.
No solo pienso en ellos cuando reviso las noticias, más el respectivo cruce de info de las mismas, sino también en los no pocos intelectuales y escritores peruanos que no sé a cuenta de qué siguen defendiendo lo que a todas luces es una dictadura, que a punta de testarudez viene hundiendo a uno de los países más ricos del mundo, porque eso es lo que es Venezuela, un país rico, que no merece estar en la situación en la que se encuentra. En realidad, en pleno siglo XXI me resulta inconcebible que se siga violando la democracia por medio de la tortura, asesinato y violación a todo aquel que luche por la democracia.
Por ello, no sé qué espera nuestra maravillosa intelectualidad y creatividad de izquierda para deslindar del atropello de Maduro, fiel padawan de la política de Chávez. ¿Acaso más muertos? ¿Acaso una verdadera hecatombe social para que recién se desahueven? ¿Qué esperan nuestras maravillosas Mendoza y Glave para dar ese paso que las diferencie de esa izquierda petrificada peruana? 
A menos, eso sí, que nuestras joyas de izquierda estén alistando maletas y dispuestos a reportar desde los lugares de los hechos esa gran mentira que nos comunican los medios de información del imperialismo. Claro, eso es lo que están haciendo, la coherencia es el pequeño gran detalle que los define. No seamos malhablados, esperamos las acciones de nuestros guerrilleros morales. Ajá.

domingo, mayo 15, 2016

470

Días ajetreados que se manifiestan en un cansancio sin parangón en los últimos meses.
Presentación en Sur.
Conferencia en San Marcos en el día de su aniversario.
Y conversatorio en El Virrey de Lima.
Para alguien al que no le gusta salir de su casa, hacerlo en tres ocasiones seguidas sí genera un desgaste mental, bueno, es así como me siento después de una participación ante el público, en la que debes pensar más tus ideas, escoger tus palabras y sustentar con argumentos. Si eso no es desgaste mental, no sé qué cosa podría ser.
Lo bueno es que las tres actividades salieron muy bien.
El miércoles, antes y después de la presentación del libro-homenaje a Alfonso Cisneros Cox, estuve conversando con Luis Hernán, que estuvo de viaje relámpago por Lima,  y aprovechamos en hablar de su última novela. Mientras me hablaba de los diálogos de esta última entrega con otras suyas anteriores, pensaba en su poética,  que se sostiene en más de cinco títulos, y no solo bien recibidos por la crítica, sino que han sabido forjar una comunidad de lectores alrededor de la misma, pero comunidad que más parece un gueto, porque los nuevos lectores interesados en la narrativa peruana andan más concentrados en las nuevas voces de los grandes sellos y, en algunos casos, en las de ciertos sellos independientes, que terminan opacando voces sólidas como las de Luis Hernán. No sé, ni le pregunté, qué pensaba él al respecto, pero si llamó mi atención que a él no le preocupara tanto parecer escritor, con serlo le bastaba y sobraba. Aunque claro, esto es más que nada responsabilidad de la crítica que no ha sabido cartografiar la narrativa peruana última para los nuevos entusiasmados en la misma, una crítica que cada día me recuerda más a ciertas respuestas en Escritores peruanos. Que piensan, Que dicen de Luchting, respuestas relacionadas a la crítica y el juego sucio de esta, que cuando se propone ser sucia, bien puede competir con el basural de los sentimientos menores.
Y el jueves, bendito jueves. Mi conferencia en San Marcos sobre la novísima poesía peruana y el compromiso político de los poetas del 2010 en adelante. Creo que esa tarde saqué más balas de las que pensé que podía usar. Le he prometido a Roberto, uno de los organizadores, que publicaría mi texto de varias miles de palabras, obvio, en este blog, aunque antes en una plataforma ajena a la mía. Quizá en LPG, pero lo veré en los próximos días que regrese al texto en cuestión para insertar algunos conceptos que no tuve presente, pero que podrían ofrecer más luces, muchas más de las que supongo. Después de la conferencia, tuve que hacer algunas cosas por el centro, en donde me encontré con Miguel en el Domino´s, para luego ir a los jueves culturales de los libreros quilquenses ubicados en el Parque de la Integración en el Rímac.
Llegué cansado a casa ese jueves, o lo que quedaba del día, y al día siguiente, tenía la conversa con Christian en El Virrey de Lima, la misma que salió excelente y que no solo me hace pensar en la proyección de este autor, sino en algo que vemos entre tanto chancateclas, es decir, convicción por el oficio de la escritura, que tarde o temprano se convierte en legitimidad literaria. 
Y este sábado, me dediqué en dormir, leer y pasear a Onur, que cada día anda más hiperactivo, razón no le falta, ayer viernes 13 cumplió un año.

sábado, mayo 14, 2016

viernes, mayo 13, 2016

469

Ayer jueves, día agitado. Pero cumplí las actividades que había pactado.
El punto central de las actividades de ayer: la charla que ofrecí sobre poesía peruana última y compromiso político de los poetas, en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM.
Un dato, no sabía que el mismo día de mi charla era también el aniversario de la universidad.
Y creo que estuve a la altura de la tradición de la universidad, porque dije lo que me dio la gana. Para ello me había preparado, leyendo lo que había que leer de la producción poética de los últimos años, señalando, por cierto, las trampas de la academia actual, que vive una fiebre actual por el contexto ochentero que le permite construir un aparato crítico que eleva cualquier producción poética que obedezca a los tópicos de la ideología, que podemos constatar en definiciones tipo “Guerra interna” y demás idiotez.
Luego de la charla, me dirigí a la Plaza San Martín, en donde me encontraría con Miguel en el Domino´s. Siempre es un placer hablar con Miguel. No solo es un autor canónico, también un estupendo lector, y como pocos consagrados, muy atento a lo que últimamente se viene escribiendo en narrativa. La conversa no fue larga, como en otras ocasiones, ya que Miguel había estado fuera de casa todo el día, y se había quedado un rato más en el Domino´s solo para esperarme.
Nos despedimos.
Y con las mismas, me dirigí a la feria de libreros quilquenses ubicados en el Rímac, en donde iba a celebrarse la actividad cultural de los jueves. Para esa hora, andaba algo cansado, pero nada que no ayudara una cerveza en lata mientras Cachuca y su grupo Los mojarras rompían fuegos musicales que retumbaron en el Parque de la Integración. Me acerqué a Pedro para preguntarle por las actividades culturales de los jueves, y la noticia no pudo ser mejor, ya que Pedro me dijo que Cachuca y su grupo tocarían gratis todos los jueves culturales.
Bueno, eso, aparte de compromiso de este grupo de rock del Agustino con los libreros de la Asociación Cultural Nuevo Quilca, es también un incuestionable acto político, que debemos celebrar. 
Nada está perdido.

martes, mayo 10, 2016


lunes, mayo 09, 2016

468

Mañana de sol que se antoja por demás ajetreada. Lo primero que hago es servirme una taza de café y luego saco a pasear a Onur. No puedo negar la ternura que siento cada vez que le pongo la correa al perro. Me recuerda a la alegría de “Cachetada nocturna” ante la publicación de su novela premiada por el Copé.
Sin más, mi perro es la metáfora de la alegría.
Caminamos por el barrio y Onur reconoce a sus congéneres, a quienes se acerca. Siempre me ha llamado la atención la interacción de los canes. Aprovecho en comprar un jugo de naranja y los diarios del día, tres, para empaparme de info ya que este fin de semana he estado desconectado de todo.
Sabía a lo que me exponía, las portadas de los diarios tienen el poder suficiente de sacarme de mis casillas.
Siguen exhibiendo ese poder, no hay nada para celebrar al ver que la Rata naranja se ubica en la delantera en las preferencias electorales de cara a los comicios del 5 de junio. Eso demuestra, una vez más, que somos un país que arrastra muchas taras, una especie de egoísmo, la piconería, tal y como lo demuestra ahora la izquierda, abocada a atacar a una cucaracha amarilla que seguir criticando a la Rata naranja, no porque hay que apoyar a PPK, sino porque el objetivo es precisamente que la mafia naranja no regrese al poder. Claro, de ser así, esto lo enfrentaremos los que nos quedemos, poco o nada se puede hacer si vemos el partido de lejos, aunque más de un baboso cree que es lo mismo jugar de lejos que de cerca, más aún cuando opinan como buenos, ahuevados en el teleobjetivo. A las cucarachas se las pisa y listo, pero a las ratas hay que perseguirlas, hacer un poco de trabajo de campo, ver una estrategia para el bocado y esas cosas.
Pero es la izquierda peruana, inmadura, tarada, soberbia. En lo que a mí respecta, no espero gran cosa de ella, experta en hacerse la huevona, porque si la Rata naranja está ahora donde está, es gracias a este gobierno mediocre que la izquierda apoyó cinco años atrás. Un poco de memoria….
Una vez de regreso en casa, me pongo a leer una novela de la que me han estado hablando muy bien, Moon Tiger.  
Este es el momento del día en el que cada detalle encierra una justificación.

domingo, mayo 08, 2016

467

Sábado, día en que hice más cosas de las que supuse en principio.
Había que quedar con los amigos, compromisos pactados y saciar curiosidades.
Si junto el tiempo caminado, hablamos pues de casi siete horas andando, avanzando y retrocediendo en los recovecos de las ricas calles del centro, que en vísperas del Día de La Madre, se encontraban colmadas, manifiesto de felicidad que depara el consumo gracias a las tarjetas de crédito.
Cerca de las dos de la tarde, almorcé con “Luciano Lamberti” y “Ricardo Belmont” en un restaurante que tranquilamente puedo calificar de hogareño. Sensación extraña, demasiado, de hallar precisamente en restaurantes del Centro Histórico. Mis patas pidieron ají de gallina y yo un seco de cabrito. Como se supone, la conversa fue más extensa que el mismo disfrute de los platos. Después, muy al rato, fui a la feria de los libreros quilquenses ubicados en el Rímac, había que solucionar algunos inconvenientes domésticos y también participar del agasajo que se daría a las madres, algo en lo que debía participar en mi calidad de vicepresidente de la nueva asociación de libreros.
Mientras esperaba que comience el agasajo, revisaba mi correo electrónico. Entre los mails, uno llamó mi atención. En este se me comunicaba que ese mismo sábado acababa la Feria del Cómic Libre, o algo así, que se desarrollaba en la Av. De la Peruanidad, en Jesús María. No sé por qué llamó mi atención el evento, pero sí me interesaba constatar, salir de la sospecha que tenía sobre las personas que consumen comics. Entonces, había que hacer las cosas en orden, cumplir primero el compromiso, el cual hice bien, con el ánimo aún más renovado de los libreros por salir adelante. Me despedí de los amigos libreros y caminé a la Plaza Mayor, en donde tomaría un taxi a Jesús María.
A medida que llegaba a la Plaza Mayor, me iba invadiendo la idea de que tomar un taxi sería la peor de las opciones si es que pretendía llegar a la feria del comic. Me dije, pues, que lo mejor sería caminar hasta la Plaza San Martín en donde sí podría abordar un taxi, pero no, todo era igual, incluso peor, había más gente que en cuadras antes. Entonces, la solución era caminar, y eso fue lo que hice. Caminé, lento, puesto que había que esquivar a las personas apuradas, confabuladas todas para caminar en dirección contraria a la mía.
Llegué al Parque de La Peruanidad.  
Sabía que el cómic tenía sus seguidores. Lo que no sabía era que estos seguidores tranquilamente pueden formar una genuina fuerza social. Las colas, para las tres puertas del recinto, bordeaban el Campo de Marte, que de pequeño no tiene nada. Entonces, hice uso de la influencia para entrar. Era lo mínimo que podía hacer luego de la hora de caminata que acababa de hacer desde El Rímac. Compré una botella de agua mineral y no esperé mucho para ingresar a ese laberinto de cómics.

sábado, mayo 07, 2016

"la noche de los alfileres"

Veamos.
Si llevamos a cabo una breve mirada a la narrativa peruana de los últimos cuarenta años (aunque tranquilamente podríamos aumentar este tiempo sugerido), en pos de una voz a la que pudiéramos de calificar de productiva y eficaz, esa voz sería, sin duda alguna, Santiago Roncagliolo.
A saber, imaginemos esta situación: dos hombres y dos mujeres en la cola de un banco, presas de una espera que se extiende más de lo habitual, con su cuota de queja y mohín de rigor. No pasa nada, nada que llame la atención de un potencial observador, hecho por demás superfluo para un escritor mirón que no encuentra el conflicto, el asombro de la tan llamada realidad, salvo que ese escritor mirón sea Roncagliolo, quien al tiro encuentra el detalle, razón, motivo y pulsión que no halla el clásico escritor mirón a la espera de la revelación existencial, la cual, lo más probable, nunca se le presentará.
Entonces, Roncagliolo se dirige a sus cuarteles de invierno. Prende la computadora, abre un archivo en Word y comienza a fabular partiendo del detalle, pulsión, encontrados en los cuatro clientes en la cola del banco. El resultado, en relación a las distancias cortas: un cuento por demás redondo, y no solo eso, también sumamente divertido. O sea, somos testigos del zapatazo de la compleja sencillez sobre la deliberada dificultad de aquellos escribas que alucinan que mientras más difícil escriben hacen literatura.
Más de diez libros entre ficción, ensayo y no ficción. Los libros de ficción de Roncagliolo se leen porque divierten, así de simple. Justifican el tiempo dedicado a su lectura sin aburrirnos, y esta cualidad, a la fecha, no es para nada poca cosa. En este sentido, podemos entender el éxito que ha logrado en toda su trayectoria. Su vigencia, sin duda, yace en los números, y números es lo que seduce y justifica a los poderosos sellos editoriales, lo cual está bien, ya que se debe generar dinero, cosa que a veces “algo” de ese dinero es invertido en apuestas por autores que hacen gala de una poética por demás hermética. Ya lo hemos visto y ojalá lo sigamos viendo.
Y claro, no hay que confundir éxito comercial con logro literario. Si ambas características confluyen, todos felices. Mas no siempre ha sido así y en este sentido, la crítica/reseñismo sí tiene una deuda moral al momento de valorar la poética del escritor peruano más exitoso, en lo comercial, después de Vargas Llosa.
Si hablamos de virtud literaria, si entendemos esta como el flujo y ecos de epifanías, y sus variantes, nuestro autor queda muy rezagado, en una clara desventaja, a razón del triunfo que en su poética se manifiestan la frivolidad y el facilismo que conducen sus tópicos de momento. Novelas y cuentos escritos bajo la guía de la experiencia adquirida en el constante ejercicio de la escritura, la cual le ha permitido dominar más de un género, por ejemplo, transitando de la novela rosa a la novela negra, y mezclando estos géneros en pos del divertimento, pero esa mezcla no demora en erguirse como una coraza de un discurso vacío, lejano de la transmisión y comunicación que debe generar un texto que pretender ser catalogado de literario, y esto no ocurre, prefiero pensar que es así, por mala intención del autor, sino por la falta de maceración del proyecto en cuestión a causa del apuro al que se ven sometidos autores como Roncagliolo, que cada dos o tres años están obligados a entregarnos novelas de trescientas páginas como mínimo.
Desde el éxito de la premiada Abril rojo, nuestra máquina de narrar no se ha cansado de publicar novelas que han languidecido como literatura, es decir, arribando al olvido, siendo rescatadas de ese estado gracias a las reediciones saludadas por el reseñismo guaripolero que se derrite por la buena escritura y el divertimento como si fueran virtudes literarias a destacar.
¿Cómo? ¿Las novelas de divertimento acaso no pueden acceder a la experiencia literaria? Claro que sí. Ejemplos de ello los tenemos en maestros como Simenon, Christie, Ludlum, Dick, King, Clancy… Y en las parcelas en castellano: Juan Madrid, González Ledesma, Pérez-Reverte, Vásquez Montalbán… Hasta las novelas de divertimento necesitan maceración y eso lo debe saber todo autor entregado a la festiva dictadura editorial.
Sigamos.
A partir de Tan cerca de la vida percibí una intención en Roncagliolo por la madurez temática y creí que seguiría en esa senda en su siguiente novela, Óscar y las mujeres, que resultó banal y en muchos tramos insultante para cualquier lector, pero este acercamiento lo volví a ver en la novela menos floja en nervio de toda su obra de ficción, La pena máxima. Sin embargo, su última novela, La noche de los alfileres (Alfaguara, 2016), resbala hacia el abismo desde sus primeras páginas, presentándonos personajes que hacen gala de una configuración no verosímil, sino penosamente estúpida en su esencia, reflejando la poca responsabilidad del autor al momento de armar precisamente las configuraciones morales de Beto, Moco, Carlos y Manu que recuerdan su adolescencia en un exclusivo colegio religioso de Lima. Seguramente estos “chicos malditos” podrían tener un mejor desempeño en una miniserie de un eventual Todd Solondz desangelado, pero son injustificados en un proyecto narrativo que también pretende ofrecernos un testimonio de época, el Perú de los noventa. Más de una vez se ha señalado la influencia de la cultura audiovisual en la poética de Roncagliolo, y siempre se la ha catalogado como un respiro por demás positivo. Lamentablemente, ahora esta influencia no es un respiro, sino una gangrena que debilita toda la novela, dinamitando, por ejemplo, el registro del thriller en el que está inscrita, socavando aún más su ya escasa verosimilitud.
Pero esto no es todo, en LNA asistimos a un hecho inaudito en la narrativa de Roncagliolo, hecho que podríamos calificar de histórico, porque sabemos que no volverá a repetirse. Nos referimos a la terca presencia del aburrimiento. Nos gustaran o no, solíamos leer sus novelas porque podíamos encontrar de todo, menos aburrimiento. Obviamente, lo del aburrimiento no es un reparo literario, sino una llamada de atención, una suerte de enfoque de cuidado a una de las cualidades narrativas del autor que todos, incluyendo sus detractores, le han reconocido. 
No hay que quemar mucho cerebro: LNA es la novela más olvidable y laxa de Roncagliolo. Sin embargo, Roncagliolo se encuentra muy lejos de ser un narrador acabado. Como indicamos, estamos ante una máquina de narrar que nos puede contar de lo que le venga en gana. No obstante, una sugerencia se impone, y esta sugerencia se la puede dar cualquier lector: no correr contra uno mismo, ergo, los libros, las novelas, necesitan tiempo para adquirir consistencia. Eso.

viernes, mayo 06, 2016


466

Ayer salió muy bien la presentación de Los niños muertos. Lleno total en la librería. Eso es lo que me gusta, que se reconozca la legitimidad.
Mi idea era regresar a mi casa y meterme al sobre. Por alguna extraña razón, todo el jueves me sentí fatigado, con un cansancio inusual, un entumecimiento general, pero ese malestar desaparece esta mañana y barajo razones que me expliquen este fenómeno metabólico, quizá se deba a la reunión en la casa de Richard, a la que fui después de la presentación. Reunión con chelitas y whisky, y su respectivo pollito a la brasa para recuperar energías.
La diversidad musical marcó la reunión. Por un lado, los más tíos escuchando baladas de antaño en castellano, y por el nuestro, algo de Jazz y rock. Todo okey, pero no voy a negar que más de una balada que escuchaban los tíos retumbaron en mi cabeza, al punto que algunos temas me significaron un regreso a los inicios de los ochenta. No recuerdo el año exacto, ni la edad que tenía, pero sí que mis tíos escuchaban esas baladas una y otra vez, de 5 a 7 pm, de preferencia, y de lunes a viernes.
No me quedé mucho tiempo. Regresé a casa. Mientras estaba en el taxi, revisaba los mails e Inboxs, algunos de los cuales podría de calificar de importantes y que merecían una respuesta inmediata, pero había olvidado encender el cel, que apagué ni bien comenzó la presentación de la novela.
Una vez en casa, me dispuse a leer un toque, y leí un toque. Luego, en cable encuentro una película que vi hace un tiempo, no más de seis meses, pero como empezaba a ser invadido por el sueño la deje allí. Ahora, no puedo recordar su título en estos momentos, y algo me dice que hace un tiempo escribí un párrafo de esta película, ajá, en este blog, es solo hacer memoria mientras dejo que se diluyan solos los ecos de la noche.
Cerca de las 9 de la mañana, llamo a Eloy Jáuregui, porque lo tendré esta noche en El Virrey de Lima. Hacemos las respectivas coordinaciones del caso y todo sobre ruedas, a esperar lo que sería un buen encuentro literario. 
Regreso al sobre. Aún tengo sueño y siento que bailan en mi pecho muchas bailarinas de ballet.

jueves, mayo 05, 2016

465

El tibio sol de otoño. Disfruto de este sol tibio, más cuando me dirijo a la tienda por una cajetilla de cigarros y un par de cusqueñas en lata. Por un momento, el ambiente se tiñe de un luminoso sepia y camino despacio a la tienda.
Me despejo lo más posible, en una hora comenzaré  el día, metido en esas horas frenéticas de escritura no necesariamente relacionadas a la ficción, aunque siendo francos, hace tiempo que no escribo nada de ficción. ¿O habré abandonado la ficción como ejercicio literario? Bueno, tampoco es algo que asuma con lamento porque no tengo nada de qué lamentarme al respecto. Simplemente escribo, a mi regalada gana. Ese es el secreto, que no lo es tanto, además, los libros salen cuando tienen que salir, tranquilos, sanos, sin los traumas de muchos libros que pudieron ser buenos o interesantes pero que son víctimas de los apuros del proceso de edición, que es lo peor que le puede ocurrir a un libro y que más temprano que tarde le generará un fuerte daño emocional al autor.
Hace unos días, mientras conversaba con un par de patas y la novia de uno de estos, en El Monarca, vino a cuenta un tema que vengo pensando desde hace un tiempo. Los tres me animaron a que haga algo al respecto con esa idea, porque podía salir algo interesante. Más o menos, el asunto era escribir sobre los libros en los que tuve algo que ver, como lector y editor, libros que con el tiempo, y para suerte mía, tuvieron una buen destino literario. No niego que por un instante me sentí como si personificara la historia literaria de la narrativa peruana de los últimos años; claro, lo mío era leer, sugerir y brindar algunas pautas, siempre pensando en libros, en la potencialidad de los mismos, pero lo que nunca pensé era en lo que se convertirían sus autores, dueños de sí mismos, excelentes vendedores de su propia poética.
Compro las cajetillas y las Cusqueñas.
Se manifiesta el vibrador de mi celular. Me llama una amiga que me pregunta por la dirección exacta de Sur, en donde en unas horas presentaré la excelente novela de Parra.
Días atrás reproduje en el blog la reseña que hice del libro, publicada en principio en el Face de El Virrey de Lima. El texto que aparece en este blog ha venido recibiendo muchas visitas, según lo que señala el Statcounter, algo que no me sorprende, puesto que es una de las mejores novelas que he leído en los últimos meses, novela que pone en orden muchísimas cosas en este patio de recreo en el que se ha convertido la narrativa peruana. 
A diferencia de otros días, al menos paso de largo de las secciones de política de los diarios. Ya mucha huevada, este país no se salva de la estupidez.

martes, mayo 03, 2016


lunes, mayo 02, 2016

"los niños muertos"

Cuando se nos habla de la narrativa peruana última, se suele decir que atravesamos un buen momento. Por lo general, más de uno, y si es escritor, tanto mejor, opta por callar lo que en verdad piensa y se suma al coro de los campeones, o reyes, de la diplomacia literaria, tan concentrados y enfocados en hacernos creer que somos partícipes de ese ya señalado buen momento. En este juego de máscaras, especie de fiestita de egos sensibles, fiestita de ánimo tenso siempre y cuando no se cuestione ese buen momento, no pocos, por no decir todos, cumplen una función, un libreto a seguir. De no ser así, el escritor, sin importar si eres consagrado o no, se verá en el ostracismo, asumiendo el involuntario rol de resentido ante el avasallador éxito de los reyes de la diplomacia literaria.
Esta fugaz reflexión viene a cuenta de la lectura del último libro del narrador y ensayista peruano Richard Parra, la novela Los niños muertos (Demipage, 2015). Felizmente, esta novela es muchísimo más que esta fugaz reflexión. En primer lugar, nos pone en bandeja a un escritor que en obra ha conseguido una legitimidad literaria que nadie en su sano juicio puede atreverse a cuestionar. Hagamos memoria: Parra es autor del cuentario Contemplación del abismo, de las novelas cortas La pasión de Enrique Lynch y Necrofucker, y también del ensayo La tiranía del Inca, con el que ganó el Copé de Ensayo 2014. Una breve mirada a su obra de ficción nos manifiesta a un escritor que ha sabido ser honesto con su tema y que ha afinado su estilo en el tránsito de sus publicaciones, que calificaríamos de acero y heredero de una poesía seca que en su brevedad trasmite al punto de lograr la experiencia literaria: incomodar y joder al lector. Es decir, estamos ante un escritor que se ha posicionado como uno de los más atendibles de la narrativa peruana y latinoamericana de los últimos años, teniendo en cuenta que su mejor propaganda ha sido la impresión que despierta su poética y que no es producto del lobbismo literario.
En segundo lugar, lo que importa: la novela que nos reúne, LNM. Novela consagratoria para su autor y que se ubica desde ya como la mejor novela peruana del 2015. Sé que esta impresión puede ser antojadiza, sabiendo que aún faltan muchos meses por delante para acabar el año, pero la verdad es que la valla que deja LNM es demasiado alta. Si buscamos una palabra para definirla, una palabra que nos brinde una idea general, como puerta de acceso, esa palabra es violencia. Violencia que se respira en cada una de sus páginas, tema en alto relieve también presente en los demás libros de ficción de Parra, pero que en esta ocasión se pone a prueba en una historia compleja que dialoga entre un presente signado por el contexto convulsionado de la década del ochenta y el contexto de un pueblo de la sierra quince años antes. La barriada de Lima y el pueblo de adobe de Celendín. Un niño llamado Daniel descubre el mundo de la peor manera, por medio de heridas emocionales que nunca van a cicatrizar, es parte de la pobreza, la desconfianza de los seres cercanos a él, su ingenuidad infantil es trastocada paulatinamente, y no es para menos, él parece ser la única sensibilidad pura en un ambiente en el que hay espacio para todo, menos para la inocencia. Parra no solo se vale de un estilo cortante, sino también hace uso de una técnica deudora del montaje cinematográfico. Mediante este montaje narrativo somos receptores de inagotables chorros de violencia, que nos muestran el hastío y violencia ochentera como la violencia y miseria de tres lustros atrás, en un diálogo permanente en el que no hay espacio para la búsqueda de justicia, sino para la supervivencia. Esta es la única manera en que pudo contarse LNM. Mostrando, describiendo, ajeno a toda sentencia y afán de denuncia discursivo, porque la sentencia y la denuncia están presentes en precisamente lo que nos ofrece la pesada atmósfera de estas páginas.
Hablamos pues de una novela política. De una novela que denuncia. De una novela violenta en todo el sentido de la palabra. De una novela de genuina calidad literaria que habría que celebrar y que merece todas las reseñas positivas que viene recibiendo. Hay pues una ideología, la del autor, con la que no sintonizo, pero que reconozco para bien debido a su silencio, o sea, lejana del panfleto, y que como tal, presente en ausencia, nutre la atmósfera narrativa. Para lograrlo, para llevarla a buen puerto, es menester exhibir oficio. Por otro lado, LNM abre el panorama de lo que viene escribiéndose últimamente en nuestro país, pone un orden, jerarquiza la fuerza de la tradición realista peruana, últimamente tan atacada y ninguneada, o vista por encima del hombro, por cultores de otros registros a los que conviene blanquearla con la ayuda de reseñistas que cumplen la noble función del guaripolerismo. Pero este panorama no solo se limita a los nuevos registros (que de nuevos no tienen nada, la verdad), también es un llamado de atención al abuso temático que se ha estado ejerciendo sobre la violencia política, tópico por demás delicado, del que se ha “lucrado” como moda y del que se han beneficiado incluso los menos talentosos. LNM nos brinda la oportunidad de observar en serio la realidad inmediata, como también la realidad histórica, en su violencia emocional y cotidiana, rescatando ese verbo oral que hiere, verbo protagónico en esta novela, verbo de la rutina que viene siendo descuidado en nuestra narrativa actual, pasando por alto su enorme riqueza. 
LNM es también una radiografía de la poética de Parra. Una poética que supo ser honesta y coherente consigo misma, que resistió desde su inicio y que ahora brinda frutos que agradecemos los lectores de buenas ficciones.  Necesitamos más narradores como Parra, no necesariamente para que se escriba de violencia, sino para que se escriba del tema que sea, en el registro que se ajuste a la voz del autor, pero eso sí, con sangre, venas y nervio.