domingo, octubre 30, 2016
Lo veía desde hace varios meses, pero
aún no me animaba a leerlo. Cuando por fin me animé a recorrer sus páginas, una
sensación se impuso al final de la travesía, una sensación bajo el ropaje de
pregunta: ¿por qué no leí antes este libro? Es decir, en lugar de una novedad
editorial, debí abordar esta publicación. Pero bueno, la idea es que las
reseñas tampoco deben estar sujetas a la inmediatez de la salida de un libro. O
para tenerlo más claro: las reseñas no deben parecerse a una carrera de
caballos.
Me refiero a la novela El librero (Demipage, 2013) del francés
Régis de Sá Moreira. Del autor no puedo decir mucho, y especulo que esta novela
debe ser el primer título de su producción que se traduce al español. Más allá
de este dato, nos encontramos con una novela que bien podríamos calificar de “deliciosa”,
que bajo un lenguaje sencillo (aunque ello no la libra de muletillas tipo “y giró
sobre sus talones”) y exento de innecesarios relieves narrativos, nos muestra a
un innominado librero en su día a día, a quien, en líneas generales, le importa
más leer y releer los libros que tiene en lugar de desesperarse por las ventas.
Podríamos pensar que nos toparemos con una historia sin hilo argumentar, o una
suerte de lectura simbólica de la visión romántica de la nobleza del oficio
librero. Pues bien, ambas características se dan en estas páginas, pero no por
ello se adolece de drama. A saber, la familia del librero, a la que este no ve
en muchos años y con los que se comunica enviándoles sobres en los que coloca
páginas arrancadas de libros, sumemos también su añoranza por las tres mujeres
más importantes de su vida.
Hablamos de un hombre solitario que se
justifica existencialmente en su comunión con los libros que lee y que
recomienda a sus lectores que visitan su librería. De Sá Moreira, sabedor de
las limitaciones que supone una narración que dependa del idealismo, en este
caso del librero, humaniza a su personaje precisamente en la interacción de
este con los lectores y no lectores que ingresan a su librería. En ese
contacto, que va más de allá del interés por un título determinado, somos
testigos del oído y mirada del autor. Su protagonista deja de ser el personaje
romántico para convertirse en uno al que le resulta imposible no proyectar su
quebrado estado emocional, que camufla con inteligencia libresca, humor e
ironía, y, más de una vez, con “algo” de intolerancia hacia el interés común,
para lo que tiene una respuesta, toda una declaración de principios, que vemos
en más de una párrafo: “no vendo basura”.
Por otro lado, la lectura de la presente
novela también me hizo pensar precisamente en esa especie en extinción que
viene aquejando al mundo del libro, y no solo me refiero al contexto peruano,
puesto que se trata de una suerte de tendencia que cada día adquiere fuerza, a
manera de metáfora del triunfo de la ignorancia. Desde hace varias semanas, la
discusión viene centrándose en la crisis de las librerías y editoriales independientes,
en el poco apoyo del Estado en el fomento de la lectura, etc., pero esta
discusión debería ampliarse al eje/lazo fundamental entre el libro y el lector:
el librero. Obviamente, no pedimos que los libreros hispanoamericanos sean como
el librero de esta novela (aunque la experiencia me ha permitido conocer a más
de uno con estos rasgos), pero sí que empiecen a mostrar en la conducta y en el
verbo esa cualidad pequeña, pero significativa, que diferencia a un librero de
un vendedor de libros, cualidad que no es otra cosa que la lectura como
nutriente del oficio. Eso tiene que ser un librero: un honesto lector formador
de lectores.
…
Publicado en El Virrey de Lima
550
Me levanté temprano y salí a correr. Mi
idea era trotar hasta la Videna y de allí regresarme, bajo el mismo ritmo de
trote. En esas estaba cuando en la Av. San Juan, límite de San Luis con La
Victoria, alguien me llamaba. Era pues la voz de un pata, algo aguardientosa.
Me detuve para saber quién me llamaba pero nada, ninguna de las personas a mi
alrededor era dueña de esa voz, entonces, decidí seguir corriendo, pero me
llamaban otra vez, ahora con más insistencia. Pulsé Pause a mi selección de canciones en Spotify y esta vez, en lugar
de mirar a la calle, miré hacia las ventanas.
Efectivamente, me llamaban desde una
ventana, de la ventana de un hostal de nombre Sagitario. El pata, con las legañas que delataban su noche algo
inquieta, me seguía llamando y soltando algunas preguntas al vuelo tipo “¿qué
ha sido de tu vida, loco?”. Bueno, lo de “Loco”, el chaplín con el que me
conocían durante la adolescencia y parte de mi juventud poscolegio. Entonces,
hice un filtro al vuelo en mi memoria, y luego de siete segundos en los que me
hacía el huevón, supe que se trataba de “Chempén”. No era mi pata, pero a diferencia
de mis otros patas con los que paraba más, este nunca ha estado “guardado”, y
lo sé gracias a los entonces tíos del barrio y (más tíos ahora) que hoy en día
matan el aburrimiento haciendo taxi.
“Chempén” me hace una seña con la mano y
le espero.
Sale del hostal con un buzo y un polo,
ni siquiera se ha lavado la cara. Las legañas amarilloverdes delatan su apuro. “Chempén”
me dice que ese es su hostal y que este fin de semana lo está atendiendo porque
los patas que suelen estar han viajado al interior a visitar a sus familias. En
realidad, no le pregunto nada, pero “Chempén” es un reguero de respuestas que
no dependen de mi curiosidad. Días atrás, y no sé en qué libro o artículo, leí
que las personas que emiten disculpas y explicaciones sin verse confrontadas,
lo hacen impelidas por una suerte de justificación ante los demás, como si
fuesen víctimas de un señalamiento. En realidad, me bastaba ver (al vuelo) el
rostro de este pata de tardes peloteras para saber que algo de suerte ha tenido
en la vida, el hecho mismo de que no haya estado “guardado” es de por sí un
milagro.
Hablamos de todo y de nada. Yo tenía que
seguir mi camino hacia la Videna. Pero le dije que cuando pueda se dé una
vuelta por el barrio, a ver si nos topamos con las otras puntas. “Chempén”
asiente y me dijo que me pasará la voz cuando vaya por el barrio. Me pregunta
por mi número de cel, pero no se lo doy, no es necesario, “ya que trabajo en
casa y soy fácil de ubicar”.
No sé qué vida haya llevado en estos
años, tampoco me interesa saber de dónde ha obtenido el dinero para ser dueño
de un hostal con ese nombre que me causa gracia, pero lo que sí es evidente es
que, al igual que en las lejanas tardes peloteras, sigue en pie su declarada
guerra contra el jabón.
Un apretón de manos y seguí
trotando hacia la Videna.
sábado, octubre 29, 2016
549
Me instalé en mi lugar estratégico de la
Hemeroteca en la BNP. Desde allí podía ver todos los movimientos, además, la
puerta de entrada estaba cerca, cosa que me permitía una salida rápida ante la
primera vibración del celular.
Desde hacía varios días pensaba revisar
todos los ejemplares que pudiera de la revista Hablemos de cine, pero antes de ello, me puse en onda con las
ediciones de Monos y Monadas. Tenía
conmigo un cuaderno espiralado de hojas blancas, en el que anotaba algo de info
que iba a encontrando, pero no pude contener la risa al ver una portada de MM, en la que aparecía la caricatura del
ex presidente Morales Bermudez. Pues bien, lo que no me esperaba era que esa
portada sería la primera de una serie de portadas sobre MB, cada una más
risible que la anterior. Revisé la revista con la idea de hacerlo a lo mucho veinte
minutos, pero no, ya sé a lo que me expongo cuando soy presa de una curiosidad
caprichosa, puesto que pasé más de una hora, conteniendo la risa, ahora con
mayor razón, debido a que no era el único en la sala como sí otros días.
Minutos después, mientras leía (y releía)
los ejemplares de Hablemos de cine,
encontré una reseña lapidaria de Juan Bullita a Ganarás el pan (1965) de Armando Robles Godoy. Bullita, también personaje
entrañable en Sueños bárbaros de
Nuñez Carvallo, no tuvo piedad de esta primera película de RG. Poco más de tres
páginas en las que destroza esta ópera prima, pero no me topé con el destrozo
del sabihondo, sino ante lo que podríamos también llamar un “destrozo
iluminador”, escanciado de humor e ironía, muy en onda con las reseñas de cine
que hacía Andrés Caicedo, de quien Bullita fue muy amigo, por cierto.
Después de horas de lectura y apuntes, chequeé
mi celular. En uno de los mails se me consultó si podía participar para fines
de noviembre en un conversatorio sobre Bob Dylan en la Casa de la Literatura.
No se trata de un conversatorio organizado por la misma Caslit, sino por el
centro de estudiantes de Literatura de una universidad local, cosa que me
halaga y me compromete de manera especial, porque ellos hacen este tipo de eventos
por el solo gusto de hacerlos, y por ese solo gusto trataré de estar a la
altura, es decir, me voy a preparar sobre Dylan, leyendo toda la bibliografía
que ha inspirado. Obviamente, nunca leeré toda la bibliografía que aborda la
figura y obra de este artista, pero en esa imposibilidad descansa el secreto,
ese gusto. Hasta las imposibilidades hay que hacerlas bien.
viernes, octubre 28, 2016
548
Hace unos días, mientras conversaba con
un amigo sobre algunos posts sonados del blog, me dijo que el texto que pienso
escribir, si bien iba a ser del todo justo, pero que este no iba a tener las
suficientes adhesiones como sí los que de alguna manera forjaron tendencia en
las últimas semanas. Obviamente, este amigo lo dijo en toda buena onda, y
pensando en frío lo que me decía, pues tenía razón.
Si algo ha demostrado de lo que es capaz
el escritor promedio peruano, o llamado intelectual, es su gran capacidad para
la indignación y crítica selectivas. Me costó aceptar lo que mi amigo indicaba,
y no por ingenuidad de mi parte, porque si algo he aprendido en estos años es
que cada creador e intelectual de este país sí tiene un precio y que no duda en
honrar ese precio por medio de una práctica común en la comunidad intelectual
local: el lustrabotismo silente.
Con mi amigo nos reunimos regularmente
en un café de San Borja y hablamos prácticamente de todo. Claro, son
inevitables los puntos de desencuentro, pero más allá de eso, siempre he sacado
ideas que desarrollo en su medida en varios artículos que escribo. Del tema que
próximamente pienso escribir no fue idea suya, pero sí me interesaba saber su
opinión al respecto. Lo que señaló sobre la poca popularidad que vaya a tener
el post, de la poca adhesión de los escritores e intelectuales hacia el mismo,
era pues una realidad por demás cantada. Me lo dijo no con la idea de que
dejara el post en el terreno de las meras ideas, sino para que lo haga sabiendo
que su mayor fuerza yacerá en la argumentación del mismo. Además, tanto él como
yo somos creyentes de ciertas causas que debemos cuidar sin importar si son o
no populares.
Cuando iba a explicarle la estructura de
mi artículo, mi pata me interrumpió para preguntarme si “Cachetada nocturna”
existía o era solo un invento mío. Le dije que sí, que “Cachetada” existe y que
viene haciendo escándalo a razón del Nobel de Literatura que se le otorgó a un “huevonazo
como Bob Dylan”, cuando debió concederse ese premio a “un autor inmensamente
más talentoso” como (así es, ¿lo imaginan, no?) él.
Mi pata no creyó lo que le contaba de “Cachetada”,
pero al final la realidad de ciertos personajes es mucho más fuerte que los
caprichos de la imaginación.
miércoles, octubre 26, 2016
aislados
Uno de los documentales que más ha
llamado mi atención en los últimos meses: The
Wolfpack (2015) de la directora norteamericana Crystal Moselle.
Estamos ante la primera película de la
directora, conocida en el circuito independiente estadounidense por sus
documentales que exploran las peculiaridades y obsesiones de gente que, de
algún modo, anda desconectada de la realidad. Lo suyo es simple: con cámara en
mano, se adentraba en las calles a la caza de lo que ella suele llamar “La
sensibilidad insólita”. A la par de su labor cinematográfica, ha venido
construyendo un lugar en el espectro del activismo político.
Su frecuente recorrido por las calles la
llevó al detalle, a ese encuentro que se convertiría en su primer documental de
larga duración. En el 2010, mientras caminaba sin rumbo por los barrios
aledaños de New York, se topó con una situación por demás llamativa, que a los
ojos de los demás transeúntes bien pudo significar la puesta en escena de un Reality de bajo presupuesto. Aunque para
Moselle no…
Ella se encontró ante una representación real
de la vida. Se acercó a los seis jóvenes, que por su aspecto y vestimenta, no
pasaban desapercibidos para nadie. Tenían el cabello largo y algunos exhibían
las uñas pintadas. Eran los hermanos Angulo (Mukunda, Narayana, Govinda,
Bhagavan, Krisna y Jagadesh). Quiso seguirlos y filmarlos, pero cambió de idea
y se animó a conversar con ellos. Al final, esa fue la mejor opción que Mosele
pudo tomar. Los hermanos Angulo quedaron prendidos del atractivo de Moselle y
no titubearon en transmitirle su admiración por ello. Esa tarde comenzaron a
caminar, yendo hacia todos lados. Moselle se sintió parte de los Angulo, como
los Angulo de ella. Razón no les faltaba. Estaban unidos por una pasión
excluyente en sus vidas: el cine.
Moselle sabía que tenía un material
único en manos y se abocó a la estructura de lo que cuatro años después sería
el documental que motiva estas líneas. No fue fácil para la directora ingresar
a la vida de esta familia, había que contar y relatar la historia de la
inserción de los hermanos Angulo a la vida civil, o, mejor dicho, de cómo ellos
tuvieron que rebelarse contra el cuidado tiránico de su padre Óscar Angulo.
Óscar Angulo, cusqueño que trabajaba
como guía turístico en Machu Picchu, conoció en 1989 a Susanne, joven
norteamericana que se había propuesto recorrer Latinoamérica, ávida de nuevos
conocimientos y aventuras límite. El peruano y la gringa se enamoraron y no
pasó mucho para que decidieran formar una familia. Viajaron a New York, suerte
de pascana hacia el objetivo de la pareja, Escandinavia. El plan era pasar un
año en New York, pero la falta de dinero y las inevitables trabas burocráticas
de inmigración, les impidió cumplir lo que habían planificado. Luego de un año
de tratativas y demoras, Angulo, sospechando que el plan de viaje a
Escandinavia demoraría más de lo que pensaba, decidió criar a sus hijos lejos
de los peligros y la alienación del mundo occidental. Lo que quería para su
familia era vivir en un contacto real con la naturaleza, por ello, no tuvo
mejor idea que criar a sus hijos en un departamento de asistencia social,
impidiéndoles todo contacto con el mundo exterior. Por su parte, Susanne se
encargaría de la educación escolar en casa de sus hijos, recibiendo por ello un
pago del estado.
Moselle ingresa al hogar de los Angulo y
nos resulta evidente la desconexión de estos con la realidad, pero hablamos de
una desconexión ontológica, porque pese a haber pasado parte de una vida (la
emocionalmente formativa), estos han tenido un acceso a la misma por medio de
las películas, programas de televisión y noticieros. Debido a esta decisión del
padre de la familia, los hermanos Angulo solo podían asumir el mundo, o
integrarse a él, por medio de la puesta en escena de las películas que veían
(no es gratuito que en la portada promocional del documental, los hermanos
aparezcan vestidos como los personajes de Reservoir
Dogs).
Al respecto, no hay mucho por discutir,
la decisión de Óscar Angulo para con sus hijos fue, por decir lo menos,
despreciable, y Moselle se encarga de que aparezca tal cual cuando a este le
toca intervenir en la película. Sin duda, esta película es la factura que
Angulo debe pagar por haberle quitado años esenciales a sus hijos. Pensemos en
dos secuencias: cuando los hermanos conocen la playa y cuando relatan los
minutos que vivieron cuando un escuadrón antiterrorista ingresa a su
departamento a la búsqueda de armas de fuego.
Por otra parte, y pensando más allá de
este buen documental, haríamos bien en reflexionar y discutir sobre las
historias reales que merecen y esperan ser contadas. Bien The Wolfpack podría ser un documental, y lo es a causa de su
taxonomía genérica, pero sin esta tranquilamente podría pasar como una película
de ficción, quizá una bajo la estructura del documental, del mismo modo un
híbrido, tendencia y recurso muy presente en los proyectos creativos actuales.
Moselle, aparte de dirigir este documental que recomendamos, tuvo la
sensibilidad suficiente para ver una historia, o intuir que había una en ella,
cuando vio a los hermanos Angulo caminar por la calle.
Basta ver el presente trabajo para
darnos cuenta de que no hubo mucho dinero en su hechura, lo que nos permite
abrigar esperanzas de lo que podría hacerse al respecto en contextos (como el
peruano, sin ir más lejos) en los que se sufre más de la cuenta por conseguir
dinero y así dar vida a proyectos que no solo se solacen en cortometrajes.
Historias como esta, sobre los hermanos Angulo, las tenemos en Perú. A saber, basta
con recorrer las ciudades del interior del país y toparnos con personas que se
han liberado de encierros, ya sea a cuenta de regímenes de dictadura familiar,
como el que acabamos de consignar, o en lo que últimamente viene ocurriendo con
las tratas de personas. Si un mensaje nos deja Moselle en esta película es que
las historias están en la calle y que sus protagonistas quieren contar sus
historias. Para que estas historias se plasmen en registro, no hace falta mucho
dinero, solo ingenio y compromiso, es decir, ver con atención el ejemplo
Moselle.
…
Publicado en Blog Sur
martes, octubre 25, 2016
547
Me despierto temprano y busco un
Playlist de Grand Funk Railroad, aunque DK me ha pasado uno de Kevin Ayers, y
de Ayers no escucho nada en buen tiempo, pero sí hubo una temporada que
recuerdo mucho, cuando lo escuchaba con José Carlos, mientras caminábamos por
San Borja, hablando de todo mientras fumábamos marihuana. Nuestras conversas
entonces venían pautadas por las letras de Ayers. Caminábamos mucho, siempre de
mañana. Hablo pues de una época en que ambos trabajábamos desde casa, antes de
que las inevitables responsabilidades se hicieran presentes. Esas caminatas
vienen a mi memoria por el Playlist que me envía DK.
Luego, me preparo el desayuno, algo
simple, un par de manzanas y café. Ahora sí, comer sano, y olvidar en algo el
sabor de la rica salchipapa que comí el domingo en San Miguel, la que por
momentos se me antojó como un placer interminable. Entonces, prendo la Laptop y
abro el archivo sobre la migración que vengo escribiendo, el cual acabaré en
media hora. Este texto me ha traído muchos dolores de cabeza, una pesadez
emocional que coqueteaba con el más aplastante aburrimiento. Este texto lo acepté
por el tema de la migración, del que puedo decir varias cosas, es decir, puedes
presupuestar el tiempo de su escritura, pero poco puedes hacer cuando te invade
un contexto distinto al que estás acostumbrado, contexto que debes enfrentar
del saque, no dejar que madure.
El ensayo sobre la migración lo acabo
más rápido de lo que pensaba. Entonces, me aboco a los detalles de la
presentación de la tercera edición del poemario más conocido de Carlos Germán
Belli en Sur. Ojalá más poetas locales fueran como él, mientras más grandes, más
sencillez. Pero bueno, sé que es difícil pedir sencillez de grande a los que no
pasan del estado cucaracha.
lunes, octubre 24, 2016
"marienbad eléctrico"
En una primera impresión, podría sonar
exagerado, pero si pensamos en calma, llegaríamos a una conclusión por demás
iluminadora: en la poética de Enrique Vila-Matas yace el camino, seguramente el
paradigma, o en todo una caso una vía de asimilación de aprendizaje, de la
narrativa escrita en español, para su presente/futuro del presente siglo.
Nos referimos a una poética que ha ido
ganando legitimidad, que se ha mantenido fiel a sus postulados desde los
inicios de su construcción. No es poca cosa, si es que tenemos en cuenta que no
pocas voces forjan trayectoria de acuerdo a cómo se mueven los vientos de las
modas y tendencias literarias, de las que la industria sabe sacar provecho en
relación al tiempo-espacio histórico en que suceden.
La obra del autor catalán ha sabido
distanciarse de esta especie de tentación, adentrándose en los recovecos que
depara la búsqueda del estilo conducido y alimentado por el humor, marca de
agua que podemos ver en absolutamente todos sus títulos, y no solo me refiero a
los de ficción, sino también a los que conforman su obra ensayística, que
haríamos bien en prestar mucho más atención porque sin en esta nos resultaría
muy difícil apreciar en su justa magnitud aquello que proyecta su poética.
Entre sus no pocos títulos, tenemos un
par de satélites que nos ayudan a enfrentar la actualidad de la escritura de
Vila-Matas. Uno sobre la apertura en la experiencia de la escritura, Dietario voluble (2008), y otro de corte
político, Perder teorías (2010).
Hablamos de libros que transitan entre la no ficción y el ensayo, pero que a la
vez pasan revista a los troncos de la tradición literaria, no necesariamente
ligada a la escrita en español, y que ante todo plasman una postura hacia la
escritura y hacia la actitud creativa que descansa en la poesía del espíritu
cuestionador. La suma de estas inquietudes la pudimos apreciar en la novela Kassel no invita a la lógica (2014) y
ahora, en la entrega que nos reúne, en el extraño e iluminador Marienbad eléctrico (Caja Negra, 2016).
Libro extraño, porque perderíamos el
tiempo intentando descubrir la esencia de su registro, que tiene mucho del
diario de escritor, el ensayo y cuya estructura es hija de la novela. He aquí
la extrañeza como genuina virtud narrativa que se impone como tal, siendo esta
la vía idónea por la que canaliza sus conversaciones con la artista francesa
Dominique Gonzalez-Foerster, con la que comparte una recíproca inquietud: el
desarrollo de sus procesos creativos, que por ser distintos en sus medios,
comparten más de un punto común, como el afán de transgresión.
Nos enfrentamos a una transgresión
compartida. En lo personal, no conozco la obra de la artista francesa, pero a
medida que avanzamos en la lectura, entendemos que esta dialoga con la del
autor en dirección a una apuesta por la imaginación, hacia un frente amplio de
posibilidades expresivas; sin embargo, este diálogo no descansa en la nada,
sino en aquello que conocemos como tradición, en lo que puede hacerse por medio
del conocimiento de esta en pos de lo “nuevo”. Vila-Matas parte de los gestos,
los conceptos, la poética visual de DGF y así forja un discurso no sobre el
proceso de su escritura, sino sobre las moléculas de la complejidad del acto
creativo y de la ética que encierra, la ética creativa que diferencia a los
“fabricantes” de los artistas. En esta no enunciada ética creativa, se nos
presenta un recorrido fascinante por las influencias que han alimentado la obra
del autor, que erróneamente muchos han calificado como nueva, cuando lo cierto
es que nueva no es, sino más bien innovadora en lo que ya se ha escrito,
mostrando matices distintos en esos senderos ya construidos, matices que, como
indicamos líneas atrás, ya son parte del sello Vila-Matas.
Pese a su brevedad (quizá ese sea el
único reparo, con cincuenta páginas más la reveladora sobredosis era
asegurada), ME, en una lectura
simbólica, se lee como el manifiesto ético de un autor que ha hecho obra
pautada por la coherencia, obra que ha crecido desde el margen hasta ubicarse
en la actualidad como lo más honesto en la literatura en castellano, pero no
solo hablamos de una honestidad creativa en cuanto a sus propios circuitos,
sino que en ME accedemos un magisterio creativo que haríamos bien en seguir
como actitud, no importa si las poéticas de los interesados sintonicen o no con
el autor.
…
Publicado en Sur Blog
domingo, octubre 23, 2016
sábado, octubre 22, 2016
546
Hay canciones que retumban en mi mente.
Cuando me pego con un tema lo agoto hasta el hartazgo. Muchas veces aparecen, o
reaparecen de la escondida memoria emocional, de la nada, por medio de la
escena de una película, la mayoría de las veces.
Días atrás me referí a Reality Bites, de Stiller, como una
película cargada de nostalgia noventera, pero me olvidé indicar que buena parte
de esa nostalgia venía a cuenta de su banda sonora, que, sin duda, reforzaba la
atmósfera de esos años. Pienso en la escena donde Winona Ryder y Janeane
Garofalo cantan una canción de Squeeze, “Tempted”, que de hecho es lo único que
se recordará de esta banda británica, mientras se movilizan en auto, despejando la mente de sus empleos kafkianos.
La escena no dura mucho, en realidad no más de 30 segundos, hasta que aparece
Stiller conduciendo un convertible y escuchando una canción ruidosa a la vez
que habla por un teléfono móvil de entonces.
Se me quedó en la mente la canción y me
puse a buscar la banda sonora de la película, seleccionando mis preferidas para
escucharlas una y otra vez, luego aplico otra selección, suerte de criba hasta
quedarme con dos o una. No es la primera vez que lo hago, pero esta selección
solo me dejó, como se podrá intuir, “Tempted”, a lo mejor ya venía predispuesto
a escucharla hasta el agotamiento, obnubilado aún por esa escena en apariencia
inane pero también llena de libertad, esa libertad que me hizo recordar no pocas
actitudes mías antes de mis veinte, en la que me sentía libre mandando a la
mierda todo aquello que no me gustaba hacer, quizá esa sea la razón que me ha
llevado a tener una imagen de conflictivo, pero un conflictivo en buena onda,
esencialmente.
Cerca de las once de la mañana me
desnudo para el duchazo. Pero antes me sirvo café, pero ese solo acto de servirme
café, aparte de la adicción que me genera, es también un distractor contra las
ansias que tengo por lo dulce, y eso que siempre he sido, y seré, una persona
de gustos salados, pero desde hace un par de días me siento un devorador del
arroz con leche, del combinado, gustos dulces que aparecen de la nada, como un
acto de magia, quizá por medio de una imagen, un video, pero allí está el arroz
con leche, el combinado…
viernes, octubre 21, 2016
"bitácora del último de los veleros"
De los narradores peruanos aparecidos en
el presente siglo, bien podemos decir que tenemos para todos los gustos y
colores. A la fecha tenemos nombres y títulos que a fuerza de propuestas, y
como también al galope de campañas “autobombísticas”, nos permiten tener una
idea hacia dónde va la narrativa peruana última, de la que se ha venido escribiendo
con cierta regularidad. Sin embargo, en lo que se ha escrito de ella es posible
detectar una mirada sesgada, porque la mayoría de las veces que nos referimos a
la narrativa peruana última, nos abocamos a los narradores limeños.
Por otra parte, sobre la falta de
atención hacia la narrativa de provincia, se viene construyendo un discurso por
demás hipócrita y demagógico, discurso que nos señala a sus protagonistas como
si fueran la reserva moral literaria contra un circuito literario feliz en su
involuntaria ley centralista. Lo cierto es que muy buenos, buenos, regulares,
malos y mediocres narradores los hay tanto en Lima como en provincias y es
tarea de quienes cartografían este espectro narrativo estar atentos a la
sensibilidad creativa que se viene gestando, sin importar de dónde provengan
sus autores.
De los pocos narradores de provincia que
han ido construyendo una obra, en silencio y sin prácticas lustrabotistas,
pienso en Luis Fernando Cueto y Orlando Mazeyra. Nos ceñimos a la construcción
de una legitimidad que ha partido de sus circuitos de origen, en los que
resulta muy difícil sacar adelante una obra que se manifieste en una lectoría
signada por la fidelidad, o llámale admiración/reconocimiento.
El libro que nos convoca en esta ocasión
pertenece al arequipeño Orlando Mazeyra, quien con Bitácora del último de los veleros (Aletheya, 2016) debe ser ya
considerado como una de las voces con mayor proyección de la narrativa peruana
actual. Y digámoslo de una vez: el tránsito de Mazeyra a esta realidad no ha
sido nada fácil, hasta podemos asegurar que ha conseguido su valía literaria
sin deberle nada a nadie. Pues bien, si alguna deuda tuvo, esta fue consigo
mismo, porque supo salir airoso de la prueba que le significó su poco logrado
primer título, el cuentario Urgente:
necesito un retazo de felicidad (2007). Pero Mazeyra aprovechó lo que debía
aprovechar de aquel y desterró para siempre lo que era evidente deshechar.
Dentro de las falencias de esa primera entrega, era posible detectar un nervio
narrativo cargado de furia, furia que supo elevar en sus también cuentarios La prosperidad reclusa (2009) y Mi familia y otras miserias (2013), que
recibieron justos saludos de la crítica.
Ahora Mazeyra irrumpe con un libro que
puede ser leído como un cuentario o una novela episódica. En lo personal,
prefiero leer BUV en su segunda vía
de lectura. Mazeyra no se guarda nada, estamos ante un narrador que funde en
estas páginas los tópicos y las obsesiones que recorrió en sus entregas
precedentes, pero ahora llevados al límite, en un coqueteo cuasi salvaje entre
la ficción y la realidad, por medio de un discurso que encapsula la experiencia
literaria y la vital, la actitud del artista adolescente y su crudo presente
que lo obliga a madurar. El autor se vale de un narrador protagonista que no le
huye a la exposición, pero hablamos de una exposición contraria a las virtudes
personales, puesto que por medio de su visión alucinada y gris de su vida,
puede hallar la redención personal ante un mundo que simplemente no lo quiere.
En este sendero a la autosalvación el narrador protagonista no duda en brindarnos
circunstancias nada amigables sobre su familia, menos aún de las personas que
lo rodean y que quieren ayudarlo, ni mucho menos sobre las mujeres que ama. En
esta galería de miserias emocionales, partiendo por quien las enuncia,
encontramos un punto de quiebre con la ficción “yoísta” que también percibimos
en algunos títulos de la ficción narrativa peruana de los últimos años,
diferenciándose de esta gracias a una voz que se nutre de una oscura tradición
poética, que solventa también la actitud del narrador hacia su entorno inmediato
y por la que forja más de una declaración de principios que lo salvan de sí
mismo, del hastío y, en especial, del suicidio.
Más allá de algunas reincidencias
temáticas, peligros que, por lo general, nos presentan las novelas episódicas,
Mazeyra nos entrega un libro por demás violento en su oscuridad emocional y que
debemos celebrar como una saludable luz literaria en la narrativa peruana última.
…
Publicado en El Virrey de Lima
jueves, octubre 20, 2016
545
Me despierto, no sé a qué hora de la
mañana, solo sé que me despierto. Estiro el brazo y la cajetilla está vacía.
Entonces respiro hondo y me conecto a Spotify, en donde busco algo con el
suficiente nervio musical que me permita afrontar esta mañana sin hora. No hay
que pensarlo mucho, llevo días con la necesidad de volver a The Fall.
La decisión no pudo ser mejor. La música
de The Fall es necesaria para esta clase de desahuevamientos mañaneros. Me
pongo en onda, con la ayuda de un jugo de frutas y un café cargado. Un texto
sobre la migración es lo que me espera en las próximas horas, más o menos sé
cómo acabarlo, y pienso contactarme con el autor del libro en el que se basa
este texto sobre la migración.
Busco su número en la memoria del
celular su número. El pata, un escritor que no duda en hacerle ascos a los afeites
amanerados de más de un escriba local, me responde con voz aguardientosa. Me dice
que está en la chamba, de boleto, puesto que el día de ayer se mandó una bombaza
en el cóctel del Hay Festival.
Al respecto, días atrás recibí una
invitación para asistir a este cóctel, pero no confirmé mi asistencia, no
porque no me interesara, sino porque llevo tiempo evitando este tipo de saraos
en los que te topas con seres inimaginables que te hablan de lo mismo, de sus
pequeños logros sobredimensionados, en pleno uso de sus facultades histriónicas
que tienen que manifestarse en su máxima expresión, es decir, quedar bien con
todo el mundo.
Mi pata no podía ser ajeno a su voz
aguardientosa, y en lo que pude, pude entender a lo que se refería cuando me
hablaba de migración, o sea, necesitaba su versión para el texto, que como tal
no era una reseña, sino una suerte de crónica impresionista sobre su novela a
la que le sobra exceso vital y que de a pocos viene construyendo lectoría.
Después me puse a revisar algunos
artículos en la web, como ese que me pasó Jeremy, en donde Vargas Llosa
cuestiona el Nobel a Dylan, pero que no me hizo reír, aunque sí reí con el otro
que me pasó, de Sánchez Dragó. Puta que ese tío es un caso.
miércoles, octubre 19, 2016
544
Nostalgia noventera… Nostalgia noventera
es lo que sentí cuando me puse al día con una película que vi gracias a la
recomendación de Pamela. Una película que por esas cosas inexplicables de la
vida se me había escapado, pero como nunca es tarde, me puse al día con Reality Bites (1994) de Ben Stiller.
La película está muy lejos de ser una
obra maestra, pero ha sobrevivido en lo esencial, a cuenta de la sensibilidad
de los que vivimos nuestra primera juventud en los años que aparentemente el
mundo atravesaba una etapa de recambio, sumiendo a sus jóvenes de entonces, sin
importar el contexto del que formaban parte, en una suerte de nihilismo drogo,
bajo la idea de que se tenía que avanzar cuando necesariamente no se sabía
hacia dónde uno se pudiera dirigir. La idea era progresar, ser alguien, o, al
menos, estar encaminado hacia “algo”. Muchos abrigaron destinos prácticos en el
mediano plazo, como mucho, otros en cambio se abocaron a buscar sus vidas sin
ese mandato del sistema mundial, otros que se dieron su tiempo para ubicarse
primeramente ellos mismos.
La película va sobre este segundo grupo,
los personajes de Stiller no son más que metáforas de las distintas
sensibilidades que van a su propio encuentro, aunque ese encuentro no está
enlazado con un sendero idílico, por el contrario, se alimenta de la épica
emocional, en un enfrentamiento por no dejarse tragar por la realidad.
Mientras miraba la película, acabando
puchos al hilo, y dando cuenta de una botella de vino, secándola del pico, me
fue imposible no experimentar una revelación, que bien podría ser un escudo
contra las críticas (gratuitas) de la chibolada de la nueva generación, que
critican la pasividad de aquellos que frisan la mitad de la base tres y que
transitan hacia la cuatro, una crítica burlona que yace en los excesos vitales
que signan a la chibolada de hoy, cuando lo cierto es que esa generación hizo
mucho más que esta, pensemos pues en la construcción de una memoria colectiva
que ya quisiera tener esta chibolada, que viéndola en frío es, sin duda, la más
vergonzosa de la historia (si es que nos referimos a la peruana).
En esa aparente pasividad noventera hubo
un idealismo, seguramente con su inevitable cuota de autodestrucción, y, ante
todo, parte de esa generación sí se atrevió a enfrentar una circunstancia y esa
lucha es lo que refleja Reality Bites.
martes, octubre 18, 2016
543
Día de sol y no hay nada mejor que en un
día de sol que escuchar a The Clash.
Me despierto temprano y me pongo a releer
el libro de un amigo español que, en verdad, era lo que venía necesitando en
estas últimas semanas de lecturas; en su brevedad el libro muestra una epifanía
que cumple involuntariamente un noble propósito: creer en las posibilidades de
la escritura como tal, sin los cotos de las formas ni las leyes narratológicas.
Claro, de lejos, y bajo la mirada del
prejuicio ignorante, se podría pensar que esta propuesta es hija del más
absoluto de los entusiasmos, del ocio creativo sin esfuerzo. Para nada. Una
propuesta como la del libro, que para ser llevada a buen puerto, requiere de un
conocimiento de la tradición que se pretender quebrar. No hay otro camino, esa
es la vía cuando se aspira a hacer algo nuevo, aunque lo cierto es que no hay nada
nuevo que hacer en cuestiones literarias, solo revisiones de lo que ya se
escribió, pero que en esas revisiones, las que se hacen con afán de
experimentación seria, lo que debería importar es la forma.
Mi amigo lo consigue, y no lo consigue
por ser mi amigo.
Cierro el libro y me sirvo un jugo de
naranja. Pienso en si vale la pena o no desayunar, porque solo me separa una
hora y media de la hora de almuerzo. Escojo entonces lo más sano, comer algo de
fruta, dos melocotones y un plátano.
La limpieza en el estómago no demora en
surtir efecto. Me siento el hombre más saludable de la tierra. Ya no siento la
pesadez física y emocional que sí ayer. Por ejemplo, anoche, luego de enterarme
de lo que la gente es capaz de hacer por dinero, de cómo pierden las
perspectivas de la lealtad por unos centavos más, caminé más de la cuenta por
las calles del centro, preguntándome por qué no me he emputecido como otros sí,
o sea, si es integridad, o inevitable acojudamiento de mi parte, lo que me lleva
a alterados estados emocionales de los que sí me debo cuidar porque suelo dejar
más de muerto por mi paso.
Caminé y caminé, hasta que me cansé y
paré un taxi. El taxista, un patita de mi edad, pero matado por el trajín del
trabajo, era feliz escuchando un hit noventero, un hit que me devolvió a las
juergas que nos mandábamos en el Parque Castilla de Lince. “Unbelievable” de
EMF. Había que ser parte de esa felicidad, pues.
lunes, octubre 17, 2016
"orgullosamente solos"
Lo primero que debemos hacer al terminar
la lectura de Orgullosamente solos
(Random House, 2016) del ex poeta, ensayista y crítico José Carlos Yrigoyen, es
no perdernos en la bastardía de su registro genérico, sino enfrentarnos al
texto en la transmisión de lo que este nos puede ofrecer como experiencia
literaria.
Estamos ante la segunda entrega del
proyecto narrativo en curso que el autor ha titulado Trilogía de la vida. Si en la primera entrega, Pequeña novela con cenizas (2015), nos encontramos con la voz
quebrada y, posteriormente, liberada, de un narrador que nos relataba las
desventuras vividas por culpa de su padre desalmado, contraponiendo su
narración testimonial al asombro que le generaban la filmografía y actitud del
italiano Pier Paolo Pasolini, en esta segunda, Yrigoyen se centra en el asombro
que le produce el pasado familiar, aquel ligado a su abuelo materno, el
desaparecido periodista y político Carlos Miró Quesada Laos.
Para los entendidos de la historia
política peruana, Miró Quesada Laos ha quedado en sus anales como uno de los
más férreos promotores del fascismo. Admirador de Mussolini y fanático de
Hitler, por un lado; y por otro, enemigo declarado del fundador del APRA,
Víctor Raúl Haya de la Torre. Hablamos de un hombre que caracterizó su vida
política y social entre las espumas de la polémica. A esto, sumemos que MQL
tuvo una doble vida familiar, la oficial, y la oculta, de la que proviene el
autor.
Nos enfrentamos a un personaje ideal
para cualquier proyecto de ficción, por el que se podría aspirar a un fresco de
la historia política peruana de la primera mitad del Siglo XX. Pero antes de
continuar, una necesaria digresión: el hecho que un personaje como MQL (y
muchos de nuestra historia política) haya permanecido ninguneado en la novelística
peruana nos brinda una realidad muy pobre de nuestra tradición en cuanto a
novelas históricas con voluntad de crónica generacional. Veamos un detalle: cada
página de Orgullosamente solos, en la
mirada de un novelista de oficio, significaría veinte páginas de conspiraciones
y entretelones que tendrían al diario más poderoso de Perú y al líder del
partido político más tradicional en un brutal enfrentamiento en el que no
faltaría la sangre, un enfrentamiento bajo un contexto bélico internacional,
del que seríamos testigos de un discurso imperial que alimentaría a uno de los
representantes de las facciones en pugna.
Por esta razón, Yrigoyen hace bien en
alejarse de la ficción para abordar el tema de su abuelo desde la sorpresa y la
obsesión, canalizando el proyecto en una decidida confianza de sus virtudes literarias
(y tengámoslo en cuenta desde ya: la virtud literaria es también reconocer
aquello de lo que como escritor no puedes escribir), enfrentándose a la figura
de MQL por medio de la memoria familiar y la indagación personal.
El autor apela a la memoria y la
reflexión, con las que pauta esta narración de no ficción, reconociendo en su
proceso los rasgos y gestos de aquel hombre que, como ya señalamos, detestó al
APRA, ese hombre que conoció a Mussolini y que cenó con los jerarcas de la
carnicería nazi, ese mismo hombre del que nos hablan la abuela y la madre del
autor. A la par, se hace uso de un discurso interpretativo sobre el sendero
político de MQL, un discurso que fluye y que es deudor de la ya conocida veta
crítica y ensayística de Yrigoyen, pero que en contados párrafos entorpecen el
curso de la lectura, pienso específicamente en los que pasan revista a las
gestas electorales en las que participó MQL.
Este proyecto no requería de la ficción
y en esta opción somos testigos del humor, rabia, cuestionamiento y ternura que
brotan de estas páginas que cumplen su cometido: el lector se identifica y
asombra con ellas (a saber: ¿podremos olvidar a Beatriz Eguren?). Pero estas
páginas nos brindan otra certeza, esta en cuanto a lo que Yrigoyen ofrece como
escritor: escribió de su abuelo llevado por una suerte de mandato anímico e
intelectual, y también acicateado por un reconocimiento de su identidad, pero
también pudo escribir de cualquier persona, bajo el principio de que todas las
personas tienen historias reales que merecen ser contadas.
No me hago problemas en lo siguiente: Orgullosamente solos es un libro
consagratorio para su autor, que lo ubica como una voz imprescindible en el
imaginario literario peruano actual. Además, es junto a Bombardero de Czar Gutiérrez, lo más “innovador” que le ha podido
ocurrir a la narrativa peruana en lo que va del nuevo siglo. Hablamos de
proyectos narrativos totalmente distintos, pero rubricados por una epifanía a
cuenta de sus internos diálogos estructurales (el primero, una ambiciosa
revisión de estructuradas y registros ya explorados, y seamos honestos, un
artefacto literario como este no volverá a repetirse; y el libro que nos
convoca, una revisión de estructuras de ficción (igual, ya exploradas) puestas
al servicio de una verdad emocional, cuyos ecos, a futuro, ubicarán al libro
como uno magisterial). Y centrándonos en nuestro peculiar contexto literario, Orgullosamente solos pone punto final a
las discusiones abiertas y silentes sobre los caminos que debería seguir la
narrativa peruana en relación al pasado inmediato de su tradición. Estamos ante
un libro que es pasado, presente y futuro en la aparente sencillez de su
brevedad. Sea el registro en que se escriba, en ficción o no ficción, lo que
importa es la verdad literaria y este libro de Yrigoyen la exhibe.
…
Publicado en Revista Lecturas
domingo, octubre 16, 2016
copiar y pegar
Lo percibo desde hace un tiempo y no me
hacía problemas al respecto. Pero en vista de lo que ha venido pasando en las
últimas semanas, me es necesario hacer algunas aclaraciones sobre los
contenidos que el lector puede ver en este blog.
Percibía que mis textos eran copiados y
pegados en otras webs y blogs, con mayor razón si los textos tienen tonos
polémicos. Varios webmasters me escribían pidiéndome permiso para reproducir
los textos del blog, a lo que no me hacía problema alguno, siempre y cuando se
indicara que el texto se había extraído de este blog. Otros ni siquiera
escriben y se lanzan a reproducir los textos, como si yo fuera un colaborador más.
Como valoro mucho mi tiempo, las cosas
son sencillas. Es así: cuando un texto mío (reseña, artículo, ensayo) es
publicado primero en otro medio, lo reproduzco en este blog indicando al final
el medio en donde salió publicado. Los posts que no indican su procedencia
pertenecen íntegramente a este blog.
En este sentido, poco o nada puedo hacer
sobre la manera cómo se reproducen mis textos, o sea, no soy responsable de las
imágenes que usen, ni de los títulos que pongan, hasta allí tengo correa, en lo
que sí no, y mandaría la moto si en casi fuera así, en una suicida alteración
del texto, porque eso es lo que haría quien altere un texto mío sin consulta
previa, un suicidio.
sábado, octubre 15, 2016
542
Me disponía a descansar, cuando
encuentro, por gracia de la casualidad, Network
(1976) de Sidney Lumet. La película, en su comercialización en español, recibió
el título de Poder que mata. Sin
duda, uno de sus mejores títulos, que para ser sincero, no recordaba bien. Así
es que me acomodé, aunque antes me abastecí mi termo con café.
Cuando hervía el agua para el café,
recordaba las películas que vi de este director estadounidense, y ese solo acto
de recordar, ese poder capaz de hacerte brotar las conmociones que permanecían
ocultas y embaladas en los recintos de la memoria emocional, me revelaron que
de Lumet he aprendido más de lo que pensé que había aprendido, llevándome a los
años en los que más de una vez vi ciclos dedicados a su obra. Lo que más
recordaba de esos ciclos, a diferencia de los dedicados a otros autores, es que
cada ciclo dedicado a este director era muy distinto del otro, con alguna que
otra película referente, insustituible, entre ellos. No era para menos, Lumet
fue un maestro, quizá no genial, pero de quien sí te podías dar el lujo de
aprender. Es decir, narrativa sencilla, pero muy iluminadora cuando se trataba
de contar historias.
Lumet respetaba la configuración básica
que debe tener todo relato, así es: la configuración moral de sus personajes.
Lumet partía de ese detalle que hoy en día se descuida demasiado en el cine,
con directores más preocupados en cuestiones menores como, por ejemplo, los
efectos especiales. Pienso en Lumet y pienso en un director muy comercial. Sus
películas eran muy vistas y apreciadas, aunque también no eran ajenas a la
irregularidad, pero hablamos de una irregularidad entendible, puesto que Lumet era
un director muy prolífico, al punto que su última película, la genial Before the Devil Knows You´re Dead, la
dirigió a los 83 años.
Listo el café, volví a esta obra maestra,
no para concentrarme en los lineamientos generales de su argumento, uno que
manifestaba la natural degradación del mundo de la televisión. Me interesaba
recordar ese personaje tan peculiar y a la vez inolvidable como la productora
de televisión Diane Christensen, interpretado por Faye Dunaway en un sublime
estado de gracia. Mujer diabólica, por donde la mires, y por esa razón
suculenta y peligrosa, que no cree en nada con tal de satisfacer su ansia de
poder. De todos los personajes de Network,
el de Diane es el que está más dispuesto a perennizar un poder y en el
cumplimiento de ese deseo no tardará en degradarse. En ella se refleja la
metáfora del poder que pudre, en su caso se dinamita el poco acervo moral que
le puede quedar luego de su retahíla de deslealtades hacia las personas que
confían en ella y que la quieren. Como en todas las películas del director, sus
personajes tienen una oportunidad de redención, algunos se acogen a esa
oportunidad y otros simplemente la dejan pasar, y Diane tenía esa oportunidad y
la manera en que elige, es lo que la convierte en un personaje que difícilmente
se borre de la mente de uno.
viernes, octubre 14, 2016
541
Al despertar, algo sudoroso, seguramente
a causa del sueño en el que corría alrededor de un campo de fútbol, en cuyo centro
se celebraba un concierto de ballet, cometí el error de prender el celular,
guiado por el morbo de ver en qué había quedado la indignación de nuestros
preclaros autores con lo del Nobel de Literatura a Dylan.
El morbo, al final, tuvo su recompensa,
puesto que no puedo quejar. Me reí rico, lo suficiente para terminar de
despertarme y ponerme a leer por una hora, antes de alistarme para ir a la
librería.
De lo que vengo leyendo y que acabaré
antes del domingo, De dónde venimos los
cholos de Marco Avilés, La isla de
los condenados de Dagerman y El
agujero en la pared de Fonseca. También seleccionaré para ver en Neftlix la
homónima serie inglesa que inspiró a The
House of Cards. Fácil pasaré curso a algunos episodios mientras esté en la
librería.
Como sea, me duché, tomé un ligero
desayuno y salí en calma hacia mi destino.
Sin embargo, cuando bajé del Metropolitano,
en la estación Jirón de la Unión, en la intersección de Carabaylla con
Emancipación, confirmé lo que suponía que veía desde la distancia mientras me
acercaba al cruce. Un estrambótico narrador local, borracho, tambaleándose, vociferando,
entre lo que se le podía entender, contra el Nobel de Dylan. Ninguneaba a los
transeúntes, que lo miraban extraño, y con pena, porque este borracho en la
plena esencia de su huachafería, les decía que no habían ganado un importante
premio literario local, que para él, su premio era más importante que el Nobel
de Dylan.
Cuidé de que no me mirara y caminé
detrás, y en diagonal, de dos flacas periodistas de El Comercio o Caretas (las
ubicaba de vista), solo así estuve fuera del ángulo de visión de este tipo, que
no paraba de denigrar a Dylan. Obvio, más de uno sabía qué cosa era el Nobel
como preio, y seguramente más de uno más ubicaba a Dylan, pero de lo que no
tenían la más puta idea era el premio nacional de novela. Felizmente, este
borracho se calló cuando una abuelita le dijo: “calla imbéeeeeecil”.
jueves, octubre 13, 2016
540
No le había tomado mucha importancia al
Nobel de Literatura. En realidad, me da igual quien lo gane o no. Pero en estos
días esa dejadez se acrecentó a razón de que estuve con varios asuntos en la
cabeza, entre las que conté la moderación, en realidad, anulación, de más de un
comentario por el post de ayer.
Cerca del mediodía me entero que Bob
Dylan ha ganado el Nobel de Literatura. No me lo tienen que decir, se supone
que escribiré de este poeta-músico, y lo haré con mucho placer, porque si había
un autor que merecía este galardón, ese era precisamente Dylan. Además, este
Nobel encierra también una metáfora sobre el discurso literario de este siglo,
uno que no se verá afectado por los cotos genéricos, sino que fluirá en una
sola libertad. Me imagino, pues, que esta noticia le estará arruinando el día a
muchos, pero tampoco es para tanto. Las letras de Dylan son poesía, música,
transmisión y verdad, o sea, literatura. Lo demás es pura demagogia discursiva,
verso contrario alimentado de interesantismo barato que de seguro en un rato
veré en las redes sociales, en las que nunca faltan los huevas, que para
dárselas de “originales”, lanzan opiniones contrarias al sentido común.
Siempre vuelvo a Dylan, y hoy lo haré,
pero con la misma actitud de ayer, la de hoy y la de también mañana. Nada ha
cambiado, con o sin Nobel, Dylan es.
miércoles, octubre 12, 2016
martes, octubre 11, 2016
539
En la madrugada del lunes terminé y
envié un texto que me había tenido muy cabezón en los últimos días. Era pues un
ensayo largo sobre uno de los novelistas norteamericanos que más me gustan. Saul
Bellow. Conocía bien la obra de este escritor, pero como me había llenado de
textos por cumplir, aplazaba su escritura, la aplacé por más de tres meses,
pensando que las palabras brotarían solas y que acabaría el ensayo en una
sentada endiablada, en plena sensación lisérgica del trance de la escritura.
Por ello, las últimas horas las he
pasado con un tenue dolor de cabeza, tenue, sí, en comparación a la explosión
que me significó el domingo, en la que tuve que ordenar mis fichas sobre
Bellow, fichas en las que había plasmado mis impresiones que databan desde
1996, porque varios libros de este autor los había pedido prestados de la
biblioteca del ICPNA. Ese reencuentro con aquella impresión primeriza me dejó
más de una sensación, algunas de horror en cuanto a lo que pensaba de Bellow,
pero también de las otras, que seguían sintonizando con lo que hasta el día de
hoy pienso de la narrativa de este autor que recomiendo leer cada vez que
puedo. Me desentendí del ensayo para concentrarme en ese involuntario viaje al
pasado, en esas fichas que no solo iban de Bellow, sino de los muchos autores
gringos que leí en esa biblioteca, a la que frecuenté cuatro veces por semana
durante cinco años seguidos. Después de varias horas me di cuenta de que el
ensayo había quedado muy relegado, mi sentada dominguera se vio amenazada con
extenderse hasta altas horas de la madrugada del lunes. Además, el editor de la
revista en la que se publicará me ha demostrado paciencia y consideración.
Acabé ese ensayo a las 3 de la
madrugada, muy satisfecho por ese trance, del que alguna vez le escuché a
hablar a Alan Pauls. Pero ese trance me generó un costo, el dolor de cabeza que
me ha impedido avanzar con textos que en circunstancias normales escribiría en
corto tiempo. Soy mano rápida, pero la mano rápida poco o nada puede hacer con
un dolor de cabeza semejante a una resaca brutal.
Felizmente, las cosas se han ido
normalizando en las últimas horas, horas que las he pasado leyendo los diarios
del domingo, encontrando en lo que leía más de una sorpresa, ya sea negativa o
positiva, entre las primeras, el artículo de Canebo sobre seguridad ciudadana,
que comentaré en las próximas horas, después, eso sí, de escribir mi impresión
sobre el documental The Wolfpack.
lunes, octubre 10, 2016
538
Día de sol, y espero que el sol mantenga
este grado de radiación hasta el sábado, que no se malee y que solo fluya en
esta tibieza.
Cerca de las once de la mañana me alisto
para ir a la librería, en la que estaré en la tardes hasta este sábado, puesto
que Carola y José Luis han salido de vacaciones, a España y Arequipa,
respectivamente. Por ello, alisto mis adminículos que usaré en aquellas
jornadas que se me antojarán provechosas. Ni bien escojo la Laptop que llevaré,
me suministro de las novelas que aprovecharé en leer en lo que serán las
benditas horas muertas.
Cuando me dirijo a la librería, con una
mochila que pesa más de lo normal, como si estuviera cargando una parte de mi
vida en ella, acomodado al lado de una baranda del bus del Metropolitano,
recibo la llamada de un tal Jano. Hasta donde sé, y recuerdo, no ubico a ningún
Jano, ni como amigo ni conocido, y me quedo en silencio hasta que esta persona me
brinde más señas suyas.
Se trataba pues de un autor, próximo a
publicar una novela, la segunda en su haber, y que por esas cosas extrañas que
solo invade a los propios autores, nadie ha hablado ni celebra su primera
novela de corte filosófico. Para él, es inexplicable la incoherencia entre el éxito
de esta primera novela en las redes sociales y el mundo real que pasa de largo
de ella. Jano es, bajo todo punto de vista, un personaje ribeyriano:
papeluchero, feo, desaseado, casposo y grasoso, y en cuestiones literarias sin
oficio narrativo. Desde las épocas de Selecta me viene rogando por una reseña,
que de hacerla sabrá recompensar mi generosidad. Jano es pues la metáfora del
escribidor sin talento, del festivo resentido que habla mal de los más
pintados, miembro activo de los que se quejan del ninguneo, pero también
intento comprenderlo y le digo que no se desespere, entonces realizo con él una
terapia al vuelo, mientras una morena intenta acomodarse a mi lado.
Luego de un intenso minuto de
desahuevamiento, Jano entiende por fin. Le hago hincapié en que la verdadera
literatura, la que importa, va por otro lado, no solo como ejercicio, también a
modo de actitud. El exitoso novelista de Face parece entender lo que le he
dicho, mas ese parecer no va más allá de la mera impresión, porque en su
emoción me pregunta si puedo presentar su novela en la próxima edición de la
feria Ricardo Palma.
No me hice problemas: corté la llamada.
Este chancho embotellado nunca va a
cambiar.
sábado, octubre 08, 2016
537
El tráfico puede ser todo lo infernal
que nos parezca, pero lo de anoche superó toda expectativa de hastío y
desesperación. No tuve edición de EVL, pero sí la presentación del nuevo libro
del narrador arequipeño Orlando Mazeyra, Bitácora
del último de los veleros, que tampoco pudo contra el tráfico y llegó
tarde, pero la espera valió la pena. Los lectores fueron fieles y la
presentación no pudo ser mejor.
Al finalizar la presentación, me quedé
hablando con Christian Reynoso, el otro presentador de la noche, sobre lo que
se vienen en publicaciones en los próximos meses. Y por su parte, Orlando no se
cansaba de firmar ejemplares, algo que me alegró, puesto que se trata de un
narrador que ha ido ganando su posicionamiento a pulso de legitimidad. No diré
nada más al respecto, porque en los próximos días escribiré de esta última
entrega, aunque antes de que acabara la presentación, Orlando sacó otro libro,
recién caliente. Veremos que tal.
Por un momento, barajé la posibilidad de
ir a comer, meterme algo de veneno en algún restaurante o pollería del centro,
pero no era más que un antojo, que como tal, gozaba de una descomunal
gratuidad. Entonces decidí parar un taxi, llegar a casa y terminar un texto que
me tiene a mil por hora, texto que espero poder acabar el día de hoy, empresa que
me tendrá encerrado casi todo el día. Pero antes de parar un taxi, ubicado
donde estaba, en la intersección de Colmena con Quilca, a metros del Cine
Colón, una pareja de artistas, con una marioneta, cantaban una canción cuya
melodía conocía, o mejor dicho, que conocían todos los que pasaban cerca de
ellos. Me acerqué a ver lo que fue un espectáculo poético y mágico. Esta pareja
cantaba el “Himno nacional” en quechua, en melodía que hizo a un lado el ruido
de la festividad nocturna de un viernes céntrico y nocturno. Cómo no
aplaudirlos, pues.
miércoles, octubre 05, 2016
536
Madrugadas maratónicas, la agitación se
impone puesto que avanzo en un ensayo, largo, por el que me han extendido el
plazo de entrega para este domingo. Entonces me pongo manos a la obra. Ya está
en mis manos el asunto, que me tendrá un poco aislado en los próximos días,
pero a diferencia de otras ocasiones, ahora soy yo el que tiene el control
total de la situación, al menos, es lo que creo, y en esa creencia prefiero
hacer las cosas. No hay que pensar mucho, puesto que lograré acabar el ensayo
sin alterar mis prioridades vitales.
Abro el archivo en Word. Mientras me
sirvo café y cojo tres huevos de la nevera, huevos que serán estrellados en cuestión
de segundos en una sartén, pienso en la ex pareja presidencial, acusados una
vez más de lo mismo, pero que en las últimas horas la acusación contra Ollanta
se ha visto reforzada por la aparición de un nuevo testigo. La tiene complicada
el ex presidente, acusado de violación de Derechos Humanos. No lo niego, cada
vez que me topo con el caso de Ollanta, me es imposible no pensar en toda esa
izquierda imbécil que votó y propició la candidatura de un sospechoso de
asesinato. Esa misma izquierda también se encargó de destacar las virtudes de
la mujer a la que, por extensión, ubicaron como Primera Dama de la nación, que
a la luz de los hechos, solo entró al gobierno a hacer negocios. Vengo pensando
seriamente en hacer política y de este modo rescatar a la izquierda de su
posería e incoherencia.
Coloco los huevos revueltos en un plato.
Tomo asiento. Mis padres se han ido a pasear con Onur, por lo que puedo leer en
la nota que me han dejado en la mesa de la sala. Desayuno en calma, sabiendo
que en un par de horas tendré que salir a Santa Anita (ida y vuelta, en una
nomás), par de horas que me permitirán avanzar un poco el ensayo, como también
desperezarme de una buena vez.
Me sirvo otra taza de café. Pero en
lugar de continuar el ensayo, creo otro archivo para escribir algo, porque
algunas palabras merece el documental The
Wolfpack.
lunes, octubre 03, 2016
535
En la tarde de ayer, mientras llevaba a
cabo mis visitas domingueras de librerías, me entero de que ganó el NO en
Colombia. No lo niego, me sorprendí en principio, puesto que hasta un día antes
estaba completamente seguro de que el SÍ iba a ganar el plebiscito. Esa no era
una impresión únicamente mía, sino la de miles de personas que deseamos la paz,
o la apuesta por la vida, para los amigos colombianos.
Más o menos suponía que lo debía estar
sucediendo en las redes sociales, en las que pulularían los discursos de la
derecha contra la izquierda. Sin embargo, recordé lo que días atrás me comentó
un pata, un analista político que de vez en cuando acierta, pero que en
contextos como los de ayer me hicieron pensar en la posible verdad de sus
análisis. Según él, la información de los medios no estaba siendo del todo
sincera con el verdadero sentir del pueblo colombiano, los medios se alienaron
al discurso de Santos, que como tal, resultaba idóneo si lo que se buscaba era
la paz, pero los medios no mostraban la otra cara de la moneda, del sentir
colombiano que iría por el NO. Los medios no estaban mostrando la polarización
que se vivía en tierras colombianas, por esta razón, más de uno asumió como un
martillazo en la cabeza el triunfo del NO. Hicimos nuestro lo que se pinta como
una práctica fujimontesinista por parte de Santos, si hablamos de confluencia
editorial de medios.
Caminaba, y fumaba, mientras pensaba en
las palabras de mi amigo analista político, opinólogo, al que no empelotan en
medios locales por alcohólico, porque la realidad, la virtual, ahora sí, le
daba la razón. Nadie se esperaba ese resultado electoral y lo que sí esperaba,
a la par que me pedía un espresso en Paseo Colón, era la reacción que vería en
las redes sociales, en un cruce de enfrentamientos entre izquierdas y
derechistas, opiniones alejadas de un factor esencial: la ausencia de enfoque
hacia los colombianos que votaron por el NO.
Al rato, ingreso a Sur. Me pongo a
revisar los libros. Ese mismo hecho de revisión hizo que recordara que había
olvidado donde Abelardo mi libro sobre Cela que estaba leyendo. Entonces lo
llamé y le pregunté por ese libro. Respiré tranquilo, porque lo tenía separado
para cuando volviera a pasar, aunque lo más probable es que ese libro sea la
almohada de su gato Wendigo.
domingo, octubre 02, 2016
activismo mainstream
Creo que más de uno recordará el mes de
setiembre de este año como uno peculiar y a la vez indignante. Cada quien es
libre de sacar sus conclusiones, conozco a las chicas que se han visto
violentadas y estoy con las personas que las han apoyado en estas últimos días.
También conozco a personas que han apoyado la otra causa, la de la “víctima”
del linchamiento. Al respecto, a medida que pasen los días, las cosas, y en la
calma necesaria, irán acomodándose en transparencia a favor de las chicas
agredidas.
Pero no es de las chicas agredidas ni de
la “víctima” del linchamiento de lo que quiero escribir en este post, sino de
la tibieza que sobre el asunto mostró el colectivo Niunamenos, que en esta tibieza
me demostró y corroboró lo que muchas amigas y conocidas me decían del mismo,
sobre sus guerras internas y afanes políticos de sus líderes en el mediano
plazo.
En los últimos días me he dedicado a
revisar las cuentas de este colectivo, que bajo el éxito de la marcha del
pasado 13 de agosto, estaba llamado a cuidar y fiscalizar sobre los abusos que
se cometen contra la mujer en este país. Más allá de un pronunciamiento tibio
sobre el caso de las chicas agredidas por el crítico, Niunamenos no demostró la
más mínima voluntad política por proteger a estas mujeres que sí recibieron el
apoyo de mujeres comprometidas con la justicia y sin afanes de forjarse una
carrera política, siendo estas las que animaron a chicas agredidas a dar la
cara en los momentos en los que el discurso del crítico venía cambiando de
estrategia. Las chicas agredidas, al final, dieron la cara, y lo hicieron con
seguridad y valentía.
¿Qué esperábamos de Niunamenos? En
principio: coherencia. ¿Qué debieron hacer cuando estas denuncias estallaron,
teniendo en cuenta que la persona acusada había sido uno de sus aliados en los
días previos a la marcha? Pues fácil: aferrarse a los principios que el
colectivo pregona defender y hacer un llamado público a las chicas agredidas,
brindarles apoyo moral y discursivo. Solo así se podía analizar los casos,
filtrarlos y solo quedarse con los que se servirían para una denuncia fuerte.
No lo hicieron, se dedicaron a ver la situación de lejos, a la espera del
oportunismo.
Si este país maltrata a las mujeres, no
es solo por la tara machista, sino porque esta tara también recibe el apoyo
involuntario y acomodaticio de colectivos como Niunamenos. Felizmente, sí
tenemos colectivos de mujeres que defienden a las mujeres sin prestarse a la
frivolidad del figuretismo.