lunes, agosto 31, 2015

348

Desde hace un tiempo me despierto ajeno a las noticias del día. Prefiero saber de estas en el curso de las horas o en todo caso en la noche. En vez de ello, sintonizo Fox Classics o escucho un cd. Hoy preferí lo segundo, puse en la lectora a The Kinks, una compilación personal de sus mejores canciones. No hay mejor manera que empezar un lunes que escuchando a The Kinks. Más de una vez lo he dicho: hay que hacerle justicia a The Kinks, sacarlo de esa parcela para caletas en la que se alaba a las bandas de culto. 
A lo mejor, la aparición de esta banda se dio en un contexto en donde se podía encontrar bandas con mayor arraigo en publicidad, más una exhibición de necesario escándalo. Tampoco digo que The Kinks haya sido una banda de zanahorias. A diferencia de las otras, esta banda hacía sus travesuras detrás de la puerta. Sé que esta impresión poco o nada ayuda en una valoración musical, pero también nos puede ayudar a comprender la situación de una banda que musicalmente sigue fresca, una banda de la que podríamos decir que respeta la pureza del rock. No hablamos de una poética musical anquilosada, ya que ha sabido abrirse a nuevas tendencias, sin abandonar la luz de sus raíces. 
Desde que escucho a The Kinks, mis lunes son mejores. Lo hago segundos después de ver la película diaria, la misma que pongo en la lectora del dvd a las 5 de la madrugada. En este sentido, y sin darme cuenta, he llegado a la conclusión de que me he convertido en un animal de costumbres, extrañando las épocas en las que hacía mis cosas a mi regalada gana. Pero en estas nuevas costumbres, me siento, no lo niego, más productivo. A saber, la lucha contra la depresión se me hace mucho más fácil, ya no me es tan jodida como sí lo era antes. En eso reconozco su valía. Sé también que esta impresión es temporal, lo sé por experiencia, mis estados de ánimo suelen cambiar muy rápido, soy como un río que en una hora puede experimentar cuatro cambios de corriente, es decir, nada más alejado de uno que el odio o la alegría sostenidos. 
Hablando de odios y alegrías. Ni bien llego a la feria de PUCP, me conecto a Internet para revisar mis correos y mi cuenta de Face. Encuentro en ellos alegría y resentimiento a causa del texto de Ampuero sobre narrativa peruana última, publicado ayer en El Dominical. Iba a responderle al más iracundo de todos, pero a los segundos pensé para qué, hice lo mismo con los más felices que se sienten canonizados. Más bien, lo que sí haré será comentar el texto de Ampuero, porque si algo tengo que decir, prefiero dejarlo por escrito y de esta manera me evito tener que responder esta avalancha de mensajes virtuales de los felices y resentidos.

domingo, agosto 30, 2015



sábado, agosto 29, 2015

347

Mañana de relativo sol, el pasto me obsequia un aroma a tierra húmeda, tierra blanda, como si toda la noche hubiese habido ballet sobre él. Me gusta el olor de la tierra y pasto húmedos. Por un momento barajo la idea de no abrir el stand de Selecta y sentarme como un Buda para ponerme a leer. Anoche, mientras regresaba a casa, se me dio por releer Los caminos a Roma de Fernando Vallejo. No sé cómo llegó ese libro a mi mochila, no recordaba haberlo puesto cuando salí de casa en la mañana, lo más probable es que lo haya confundido, porque salí tarde, con mucho apuro. 
Después de tiempo que no volvía a la narrativa del colombiano. Una narrativa que pone contra la pared a toda esa prosa funcional que ya ha conquistado a muchos lectores en Hispanoamérica. La funcionalidad de la prosa es la norma, ya no es la protagonista. En los tiempos que corren resulta difícil encontrar una prosa tan sinuosa y afilada como la de Vallejo. En este sentido, no deja de fastidiarme cuando se habla más de lo que dice que de aquello que sustenta lo que dice, y contra lo que muchos puedan pensar, tengo una adicción por la prosa de este escritor, no tanto por lo que dice, que más bien me parece conservador y digno de un efectismo superfluo, aunque claro, en lo que dice habría que subrayar la rabia, el resentimiento. 
Bajé en la comisaría de Apolo y me puse a caminar por el barrio. Las pocas páginas releídas de Vallejo me dejaron pensando, con inquietudes que pensaba saldar en la breve caminata que daría antes de llegar a casa y ponerme a ver las dos películas que me estaban esperando. De lo que me preguntaba, una pregunta quedó más tiempo en mi cabeza: ¿Qué pensarán los babosos que llaman resentidos, rabiosos y frustrados a aquellos escritores en los que es posible detectar una indignación que alimenta y personaliza su prosa? Cada vez que escucho/leo esos descalificativos, no puedo dejar de sentir una enorme lástima por ellos, la mayoría en ascendente reconocimiento, preocupados por la aceptación incluso de quienes desprecian. Descalificar a un escritor a cuenta de una prosa que canaliza una denuncia, prosa nutrida por el odio, es no más que un síntoma de aberrante ignorancia que me presenta una realidad: lo poco que han leído. O sea, estos sonajeros no tienen idea de qué va La guerra y la paz, La cartuja de Parma, Meridiano de sangre, El lobo estepario, La montaña mágica, La broma infinita… 
Sin duda, estas características han sido llevadas a la cima por Vallejo, en cuya obra no hay lugar para la sugerencia ni la alegoría, claro, si es que hablamos de resentidos que escriben en español; podría buscarle un hermano literario en inglés, pienso en James Ellroy, en quién más. 
Termino mi caminata, lenta y tranquila, encontrando la plenitud en lo que otros descalifican: el placer de huevear.


viernes, agosto 28, 2015

Verónika

Sé que a muchos lectores del blog no les gusta que escriba de política. Más de uno, y a lo mejor con justa razón, deja de leer el post sobre política porque en este, la mayoría de las veces, señalo las incongruencias de nuestros maravillosos intelectuales/artistas de izquierda peruanos. No es para menos, uno no quiere subrayar sus burradas, pero llegamos a un punto en que callar es complicidad. Debemos estar mucho más atentos y de esta manera erradicar el silencio cómplice para no repetir los horrores que se cometieron en la campaña presidencial anterior, que dejó en Palacio a Ollanta Humala. 
Verónika Mendoza me cae muy bien. También pienso que es muy joven para hacerse cargo de los destinos de un país tan complicado como Perú. Sin embargo, la juventud no debe ser vista como un obstáculo, algo en mí, el lado ingenuo, me dice que hemos aprendido a detectar la mentira, a descubrir la criollada en los discursos pintados de buenas intenciones. Hemos aprendido, al menos sí lo puedo decir en relación a la nueva generación de peruanos, esa generación de espíritu crítico y loable actitud salvaje que no se deja mangonear por cuanto decreto legislativo consideren injusto. 
Felizmente, Mendoza no pertenece a esos grupos de izquierda en los que impera la viveza, la mentira y la criollada. La he estudiado como he tenido que estudiarla y pese a algunos pecados de incoherencia (ejemplo: haber llegado al congreso sin decir nada sobre las sospechas razonables de violación de derechos humanos por parte de Humala), pecados de incoherencia, flagrantes, que espero algún día los artistas/intelectuales de izquierda, los decentes que hay, sin duda, sepan reconocer y no ampararse en el olvido presupuestado. Puedo reconocer transparentes intenciones en Mendoza, es decir, en luchar por una sociedad más justa, en donde la riqueza se reparta y llegue primero a los que menos tienen, etc. Aunque se debe señalar que estos fines los puede tener cualquier persona sensible y con algo de criterio, sin necesidad que seas de izquierda o derecha, pero en Mendoza adquiere una relevancia puesto que estamos ante una política en actividad y políticos en actividad con buenas intenciones e ideas claras es lo que menos tenemos. 
Lo que sí me fastidia de Mendoza es su falta de carácter. Para unas cosas se puede ser leona, pero si exhibe un discurso como el que ella exhibe, no se puede ser una leona para lo que le conviene, se tiene que ser leona en todo. Eso es lo que ocurre con esta potencial candidata presidencial por parte de la izquierda peruana. Mendoza no tiene carácter y lamento que no tenga carácter contra lo que es obvio y, si nos préstamos a cálculos políticos y practicamos un poco de cinismo, la poca lectura política del asunto que bien le podría deparar una postura firme, la que generaría una aceptación a su figura en vistas a una campaña que se anuncia como una carnicería. 
Mendoza no tiene carácter, además es torpe políticamente. Sin embargo, prefiero creer en su falta de carácter y torpeza en vez de pensar en anticuchos políticos y económicos que la obliguen a callar para con la dictadura de Maduro en Venezuela, que como sabemos, está demás detallar, a menos que haya por allí algún subnormal que piense que en Venezuela no se atenta contra la democracia y se viole, a cada manifestación disidente, los derechos humanos. A este punto de ingenuidad estoy llegando por una representante de la izquierda peruana (esto es histórico para los seguidores del blog). 
Por eso, querida Verónika. Me pareces decente. Pero déjate de cojudeces.  
Está en ti hacer la diferencia, pero si tus balas van con teleobjetivo tarde a temprano tus buenas intenciones van a desaparecer. Haz pues la diferencia, no seas igual a los Humala, a la racista Villarán y a todos esos babosos de izquierda que nos quieren dar clases de moralidad cuando ellos son los primeros inmorales. Estás a tiempo, Verónica, deslinda con Venezuela (incluye a Cuba en el pack) y aléjate en una de todo aquello que atente el libre curso de la democracia. Si lo haces, pues con convicción. Si lo haces bajo cálculo político, tarde o temprano ese cálculo reventará en tu rostro.


jueves, agosto 27, 2015

"los vivos y los muertos"

Desde hace un tiempo le vengo prestando atención a los libros de la editorial española Alpha Decay. Como quien pierde el tiempo, pienso en cómo serían sus responsables, en lo que han tenido que leer para definir el perfil que no solo buscan en su editorial, sino también el de sus lectores. En el catálogo de una editorial, al menos en teoría, puedes darte cuenta de aquellos que sustentan su proyecto. 
Hace no más de un mes me encontraba en la librería El Virrey de Lima y me puse a revisar las novedades. Entre los títulos del sello uno llamó mi atención, no sé si por el título o el sonido que me despertaba el nombre de su autora. Lo importante es que me llevé el libro, haría con él lo que hago con todo libro que no ubico del todo: ofrecerle ciento cincuenta páginas de tolerancia. Si es que hablamos de novelas de largo aliento. 
No pasó mucho para que esa tolerancia se vaya, felizmente, a la mierda. 
Apúntalo en donde sea y no demores mucho en leerla. Estamos pues ante una novela que nos revela a una autora que nos deja con más preguntas que certezas. Será nueva entre nosotros, pero con una presencia más que importante en la narrativa norteamericana contemporánea. A eso se debían las ideas iniciales sobre los editores de esta editorial, porque hay que ser lectores que editan para haber apostado por una autora que muy poca gente en hispanoamericana ubicaba en la cartografía de la narrativa contemporánea. Estos lectores que editan se anotan un gol desde el mediocampo con esta novela de Williams. Hay que ser lector y tener la sensibilidad desarrollada para publicar una novela que debimos conocer hace ya muchos años, pero no es el momento para lamentarnos, sino es el momento de la celebración; porque esta novela es más que una gran novela, es también una cátedra abierta de la riqueza de la novela como género literario. 
Lo que nos enseña Williams es algo tan simple y tan de genuino de los grandes, como lo es narrar. Con esto no hablamos de una novela que sea fácil de leer, en absoluto. Los vivos y los muertos se nutre de la agilidad y densidad narrativas de la tradición norteamericana (pensemos en Faulkner, Steinbeck y McCarthy como faros para Williams) y de lo mejor de la escuela rusa decimonónica sobre la configuración de los personajes (Tolstoi y Pushkin). Así de salvaje es Williams, cuyas sombras de influencia son tan patentes, pero que a la vez ha sabido asimilar, rehuyendo de la mera imitación, construyendo así una poética propia que ha enriquecido con el aliento de la locura desértica/lisérgica del cine de David Lynch. Williams se impone como una eximia hacedora de personajes, prueba de ello lo vemos en las protagonistas de su novela, las tres adolescentes huérfanas: Alice, Annabel y Corvus, quienes en su árido pueblito de Arizona ven pasar los días y en esa actitud intentan conocerse a sí mismas, como también a las personas que las rodean. 
Somos testigos, en primer lugar, de un asombro por partida triple y mediante el asombro asistimos donde el talento de Williams, que no es otro que el saber mirar y escuchar. Estas tres adolescentes pueden tener intereses comunes propios de la edad, pero son tan diferentes entre sí, hasta en el modo de emplear sus registros verbales accedemos a un monumental trabajo de albañilería verbal. Es precisamente en este trabajo de albañilería en el que descansa el prestigio de Williams (se la conoce como una “fábrica de sensibilidades”), y este prestigio narrativo lo vemos en una paulatina secuencia de configuración de sus personajes, ya sea en los principales y en los que vienen después. En el caso de las huérfanas, nos encontramos ante mujeres quebradas, pero cada quien a su modo, se las arregla para no ser absorbidas por una realidad que, aparte de llenarles de tierra, no les brinda la más mínima oportunidad de salir adelante. Por esta razón, a manera de resistencia, las tres hacen lo que les viene en gana con las personas que las conocen. Esta interacción se refuerza con la estrategia de Williams de desordenar la estructura de la narración, lo que confiere de verosimilitud a la galería de personajes que desfilan sin cesar en estas páginas. Por momentos, podemos tener la idea de estar ante un mosaico de gente desadaptada, pero no, no hablamos de una locura premeditada, sino de una locura que se asume sin pensar, como una forma de sobrevivir en este lugar árido y caluroso que es toda una invitación a la muerte en vida. 
Los vivos y los muertos bien puede ser calificada de obra maestra, una novela no de trama, ni de estructura, sino de personajes. Sin embargo, así el lector de turno sea muy cuajado, debemos advertirle que tiene que poner a prueba su paciencia, aunque sea en las cien primeras páginas. Como señalé líneas atrás, nos enfrentamos a un trabajo de albañilería de Williams para con sus personajes, que puede llegar a ser lento y pesado. La paciencia es pues un requisito, y pasado este óbice, uno ya está en la novela, con la firme intención de no querer abandonarla jamás. 

… 

Publicado en Revista Lecturas


miércoles, agosto 26, 2015

346

En la mañana tuve que hacer algunas gestiones fugaces, ir desde Lince a San Isidro y desde allí a la PUCP. Lo hice, felizmente, en tiempo record, con la ayuda de taxis, porque el tráfico se ha vuelto, aparte de infernal, en una generadora de pérdida de tiempo. Ni siquiera se puede leer bien en el transporte público, peor cuando tienes que hacer una distancia más o menos larga. Mientras leía lo que parece ser un buen cuentario de una narradora colombiana, pensaba en el libro de cuentos de otra colombiana, un libro que presenté en una anterior edición de la FIL y del que puedo decir que me gustó, pero que a la vez me apena no saber nada en lo literario de esta autora ya que se dedicó a los menesteres de la política en su país, siendo a la fecha una figura incómoda de la política colombiana. Eso es lo que me gusta: que los intelectuales y artistas sean participantes incómodos cuando ejercen una función política y no meros papagayos que repiten lo que la billetera les manda y que cuidan sus palabras debido a algún anticucho discursivo que tengan por allí. 
Sigo leyendo a la colombiana. Ahora el taxi atraviesa la Residencial San Felipe. El viaje está resultando más rápido de lo que podía pensar y por un momento me siento tentado en pedirle al taxista que aminore la velocidad, al menos quiero terminar de leer el tercer relato de la publicación, que ahora sí califico de muy buena, aunque dentro de mí haya una suerte de diablo rojo que me dice que mejor no vaya a la feria, que regrese a casa y haga las cosas que debo terminar en las próximas horas. 
Prendo un cigarro y me pongo a analizar la propuesta del diablo rojo. Los placeres intelectuales y carnales se imponen ante los deberes laborales, pero la decisión final se ve aplastada ante la inminente llegada del taxi a la universidad. Ya estoy a sus puertas y poco o nada puedo hacer, respiro hondo y vuelvo a prender otro cigarro. Eso era lo que me faltaba, respirar hondo y fumar otro pucho y así tener una mejor perspectiva de las cosas. De mi billetera extraigo mi carné y escucho una voz de mujer que me llama. Volteo y la miro. La reconozco aunque confieso que me he olvidado su nombre, últimamente me olvido de los nombres de los lectores y las lectoras de la librería, y eso que con todos ellos converso demasiado, siempre de libros, y no necesariamente porque estemos hablando de precios o negocios, simplemente conversando y dejando que el tiempo se vaya en el intercambio de impresiones, ya sea de una película, libro o de algún partido de fútbol. La mujer, de no más de veinticinco años, se me acerca y la saludo. Intercambiamos algunas palabras al vuelo y le digo que estoy con Selecta en la feria de la universidad. Antes de despedirnos, me dice que disfrutó mucho de la recomendación que le hice, y no fue necesario pensar en qué título le recomendé y me adelanto a lo que dirá, cosa que así no me siento tan mal por haberme olvidado su nombre: Qué fue de Sophie Wilder de Christopher R. Beha.

lunes, agosto 24, 2015



domingo, agosto 23, 2015

345

Los domingos me levanto relativamente tarde, me gusta pasarla leyendo, escuchando rock y viendo una que otra película, la desconexión es la norma. Por supuesto, qué mejor que un bue café pasado y un suculento tamal de chancho para ver las próximas horas de la mejor manera posible, en especial ahora que las cosas van a exhibir un cambio algo radical. 
Entre las películas que pienso ver este domingo, hay una del maestro John Frankenheimer, The Young Savages (1961), protagonizada por Burt Lancaster. Mientras busco la película, que sé que está por allí, recuerdo lo que estuve haciendo ayer, como luchando contra la burocracia en la PUCP, pensando, y respirando hondo, en qué pasa con el criterio de las personas cada vez que tienen que seguir al pie de la letra una orden, orden que en la práctica puede perjudicar a no pocas personas durante horas. Ayer, ningún camión podía ingresar a la PUCP si es que no se tenía un seguro CTRL (así le decían), hecho que provocó la presencia de una treintena de camiones que esperaban entrar y que no podían. Ese también fue mi problema, pero no esperé tanto como los otros, porque me gusta solucionar las cosas hablando claro y fuerte, apelando al criterio de las personas, en este caso de los mandamases de la puerta de Riva Agüero, a cuyo jefe tuve que escuelear y de quien recibí predisposición para el escueleo. Una vez que mi camión ingresó, contraté a unos cargadores que en menos de un cuarto de hora sacaron las cosas del camión y las instalaron en el stand de Selecta, que es el mismo de siempre en esta feria, pero ahora un poco más grande. 
Comenzamos a colocar los estantes y abrimos las cajas y dispusimos de los libros. Lo que me gusta de nuestro stand, es que aparte de los buenos libros, tenemos una mueblería que llama la atención por su buen gusto, prácticamente es un stand que ha quedado bastante bonito, con el suficiente espacio que me permite poner mis cosas, que no son muchas, pero que justifican mis días: el espacio para mi infaltable termo de café, la Laptop y los dos libros que pienso que leer en los primeros días, aunque esto de los libros es un decir debido a los muchos libros que siempre tengo a mi disposición. Lo malo, porque no todo es perfecto en la vida, es que no podré fumar como me gusta, con mayor razón ahora que estaré solo en estos días feriales, puesto que en la PUCP no se permite fumar, pero igual, me las arreglaré, ya que si pude hacer pasar un camión que no cumplía la documentación en seguridad, bien puedo sacar provecho de la maña mentirosa para fumarse un par de cigarritos por día.

sábado, agosto 22, 2015



viernes, agosto 21, 2015

344

Me acuesto tarde y me levanto temprano. Una película espera en la lectora de DVD. Mi ánimo es otro, porque después de diez días apareció Silvestre, que se quedó a dormir en la casa, en señal que ha superado, imagino, los celos que le genera el nuevo perrito que tenemos con nosotros. Voy a ver a mi gato y converso con él y también veo sus heridas, las huellas que han dejado las gatas en estos días de furia hormonal. Silvestre me entiende, sabe que el cariño que le tengo no se verá afectado por el cariño que le tengo al nuevo cachorrito, su hermano, a fin de cuentas. 
Ando interesado en los policiales, no sé por qué, se me ha pegado esa manía. Y miro y vuelvo mirar absolutamente todo, hasta las películas catalogadas de menores, pero que sí funcionan bien, puesto que respetan sus normas, pegadas a su registro. Claro, estas películas eran filmadas con el único  objetivo de entretener, como lo fue Cop Hater (1958) de William Berke. 
Lo acabo de decir, no es una obra maestra, pero me gustó. Lamento, sí, que durará tan poco, 1 hora y 20. 
La historia es sencilla: hay asesino en serie de policías. Únicamente policías, a los que acribilla a balazos al salir de los bares, del puticlub de Mama Lucy o en plena calle mientras se lleva a cabo una investigación. La película fluye, acorde a las reglas del suspenso. Sencillamente, cuesta despegarse de ella, en especial cuando ves a Shirley Ballard, en el rol de Alice Maguire, esposa de uno de los policías que investiga los asesinatos. En más de un tramo, la presencia de Maguire parece obedecer a una cuestión meramente accesoria, pero esa impresión comienza a llegar a un quinto plano, puesto que Cop Hater se sostiene en el sinsabor existencial de Maguirre, mujer deseada por los compañeros de su esposo, que no duda en parar en paños menores bajo el pretexto del calor (en realidad, en la película no hay personaje que no se queje del calor), como si buscara una salida, la que sea, para abandonar la vida casera que la está carcomiendo. 
Y lo que interesa, no solo en las novelas policiales, sino también en las películas de este corte, es sencillamente la interacción entre los personajes. No es nada nuevo lo que digo, pero me veo en la obligación de hacerlo, en años en los que el personaje como tal, su configuración moral, es relegado por estrategias discursivas de moda, como desde hace un tiempo en el cine, aunque mucho más en la narrativa contemporánea. 
Termino de ver la película y me alisto para salir a la librería. Vendrán horas apuradas, no muy frenéticas. Mañana sábado es nuestra instalación en la Feria del Libro de la PUCP, algo suave en comparación a la FIL, aunque el problema para mí es que aún no armo ninguna caja.


jueves, agosto 20, 2015



martes, agosto 18, 2015

"el estilo de los otros"

Los seguidores de la narrativa latinoamericana contemporánea pueden sentirse bien servidos con el libro de entrevistas El estilo de los otros (Ediciones UDP, 2015) del narrador y periodista argentino Mauro Libertella. Nos enfrentamos, pues, ante una publicación que bien la puedes leer de un tirón o salteándote, dependiendo, claro, de tu grado de conocimiento de los autores que ha convocado el argentino. Más allá de posibles estrategias de lectura, la presente publicación nos sirve como un mapa con espíritu de antología que nos comunica, en la voz de sus más conspicuos representantes, cómo ha ido evolucionando la narrativa contemporánea en América Latina, como también cuáles son los lazos temáticos que comparten sus autores, o, lo que es más importante, qué es aquello que los diferencia. 
Para la presente publicación, Libertella ha tenido que seleccionar, y como toda selección, esta no es libre de omisiones (que detallaremos más adelante). En líneas generales se nos ofrece un fresco atractivo, tenemos a Alberto Fuguet, Diamela Eltit, Alejandro Zambra y Rafael Gumucio por Chile; a Alan Pauls, Sergio Bizzio, Sylvia Molloy, Matilde Sánchez, Fabián Casas y Ricardo Piglia por Argentina; a Ercole Lissardi por Uruguay; a Rodrigo Rey Rosa por Guatemala; a Antonio José Ponte por Cuba; a Horacio Castellanos Moya por El salvador; a Mario Bellatin por Perú; y a Margo Glantz, Guadalupe Nettel y Juan Villoro por México. 
No hay que pensarlo mucho: viendo la selección podemos conocer también al lector que hay en Libertella, un lector, digamos, exquisito, o llamémosle ecléctico. Sin duda, hay nombres a los que nos hubiese gustado acercarnos más, nombres a los que asociamos cuando se nos habla de la narrativa contemporánea en América Latina. Sin embargo, lo que parece una omisión, no es más que una apuesta por poéticas con las que, suponemos, el mismo Libertella se siente identificado. Es decir, el entrevistador/antólogo no ha sido parte de la demagogia de convocar a los nombres inamovibles, a los figurones de toda la vida, cosa que así somos políticamente correctos y contentamos a la tribuna. Pero en este sendero puede existir más de un peligro, el peor: que Libertella nos esté ofreciendo una cartografía por demás sesgada del panorama narrativo latinoamericano actual, entonces, vienen las preguntas tácitas: ¿por qué no están Rodrigo Fresán, Pedro Juan Gutiérrez, Valeria Luiselli, Edmundo Paz Soldán y Alejandra Costamagna, por citar algunos nombres, que bien pueden compartir lazos temáticos y estilísticos con sus convocados, teniendo en cuenta que un par de ellos, Fresán y Gutiérrez, ejercen un magisterio silente en no pocos narradores latinoamericanos? 
Felizmente, no es una cartografía sesgada la que nos ofrece Libertella, sino una apuesta en exceso subjetiva que haríamos bien en saludar para polemizar y discutir y analizar en las voces de sus protagonistas el mensaje que nos dejan en sus silencios. Me vienen a la memoria las respuestas de Bellatin, especialmente en cómo fue que llegó a editar su primera novela, Mujeres de sal, que obtuvo la mejor prensa posible: el boca a boca de los lectores. Hasta esta entrevista, mi interés en la obra de Bellatin era nulo, sentía que ya no tenía mucho que decir como escritor, bastándome solo sus novelas Salón de belleza, Damas chinas y Efecto invernadero, pero luego de la lectura de esta entrevista, experimenté una nueva curiosidad por su poética, o sea, una necesidad, una segunda visita a todas sus novelas. Las respuestas de Bellatin también son una patada frontal al contexto peruano en el que se inició como escritor, en cómo este permite que traten a sus artistas y escritores. No deja de llamar mi atención por qué Libertella lo considera peruano cuando bien pudo colocarlo con los mexicanos. Bien sabemos que en México Bellatin encontró las oportunidades que aquí jamás se las iban a dar. Iluminadores, por decir lo mínimo, resultan las intervenciones de Piglia y Glantz, que más allá de revelarnos los entresijos de sus poéticas, nos conectan y comprometen hacia mirada más apasionada y no por ello menos responsable de lo que debemos detectar al momento de leer, es decir, ir tras la sensibilidad que sostiene la forma del registro narrativo. 
Podemos estar o no de acuerdo en la selección de Libertella. En lo que sí tropieza el entrevistador/antólogo es en el uso de distintos métodos de entrevista con sus seleccionados. No todas las entrevistan gozan del mismo calibre e impacto y hubiésemos deseado la aplicación de un método clásico en todas las entrevistas. Por ejemplo, siento que Villoro se pierde en el texto fragmentado, lo mismo podría decir de Eltit. 
Más allá de los inevitables reparos, El estilo de los otros cumple un cometido, tanto para los conocedores y potenciales interesados: ir a la busca, y nuevo arribo, de estas voces, algunas de ellas algo perdidas e injustamente no lo  suficientemente reconocidas como Sánchez, Lissardi y Ponte. Sin embargo, el principal cometido lo cumple en la discusión y polémica que generará, a lo mejor por la selección o las respuestas de los escritores que dan vida a este libro, y eso es saludable, pues Libertella propicia una discusión, no importa si esta sea silente entre los escritores y lectores.


lunes, agosto 17, 2015

343

Ciertos domingos tienen el aura de brindarte la oportunidad de poner en orden las cosas. Cosas que esperabas encausar y que por más que intentabas, no podías hacerlo. Al menos, en estas últimas horas tienes el tiempo suficiente para darle un sentido a lo que se venía germinando, como también potenciar lo que venías haciendo. En fin, veremos cómo se van desarrollando las cosas. 
Días antes mi hermano José Carlos me mandó un mail en el que me pedía de regreso sus dvd´s de la WWE. Al igual que yo, por años fuimos seguidores de esta compañía de lucha libre de entretenimiento. A diferencia mía, él es más coleccionista y en esos dvd´s estaban las mejores peleas en la historia de la WWE. No me puse a pensar en los motivos de su requerimiento, que era inmediato, porque en nuestra última conversación hablamos de los luchadores actuales de la WWE, que a excepción de Cesaro y Brock Lesnar, son una vergüenza en comparación de la épica que veíamos en los luchadores que marcaron nuestra adolescencia y primera juventud. José Carlos quería de vuelta sus dvd´s para volver a los años de gloria en los que éramos testigos de las batallas de Bret Hart, Hulk Hogan, Tito Santana, Macho Man, The Big Boss Man, Shawn Michaels, Jake “The Snake” Roberts, los Demolition, The Ultimate Warrior et al. 
Junté los dvd´s y los puse en la mesa de la sala para cuando pasara mi hermano a recogerlos. Después de almorzar, me alisté para salir, puesto que debía recoger a mi madre en Jesús María, en un barrio cerca de la Residencial San Felipe. Mi idea era pasar por la residencial, cruzar sus parques, caminando lento y volver así a los meses en los que me gustaba recorrerlo, porque, para ser sincero, después de muchos años iba a volver a hacerlo. Además, tenía ganas de caminar, caminar despacio, con la sensación de no saber a qué lugar ir. 
Poco antes del llegar a mi destino, me bajé del taxi en Salaverry, en la intersección del Rebagliati. Pensé en que si caminaba en diagonal, iba a llegar a la residencial y así recorrerla en calma hasta recoger a mi madre. Sin embargo, hice mal, porque en vez de caminar por la Salaverry, lo hice por una calle de la que no recuerdo ni me interesa recordar su nombre, puesto que a media cuadra de la misma, una cuadra inmensa, la del Círculo Militar, me di cuenta de que estaba en una calle que a toda costa trato de evitar. 
Hay calles que tienen el poder de tirarte al suelo, de quedarse con lo mucha o poca vida que puedas tener. No es la única, puedo encontrar más en Lima y huyo de ellas sin más, alejarme en una de su patetismo que le quita sentido a mi vida. No hablo pues de calles pobres, más bien, estas podrían calificarse de sobrias, pero que indudablemente encierran un mal, proyectan una desazón: la acumulación de los espíritus de los muertos y acribillados que deben permanecer en el subsuelo de las casas que habitan la calle. Esa es mi teoría personal, porque luego de barajar muchas posibilidades, no tengo otra opción que pensar en ello, mirar estos hechos con otros ojos, no los terrenales. 
No me encontraba en una calle que tenía que evitar. Esa calle a evitar no era mía, porque de haberlo sido, no me habría bajado del taxi en Salaverry. Esta era la calle a evitar de José Carlos, mi amigo que se llama como mi hermano. Conozco la pesadez de esta calle gracias a él, que me pidió hace cinco años que lo acompañara una mañana a recorrerla, de la que deseaba recoger impresiones para usarlas en una novela que estaba escribiendo. Aún tengo presente esa mañana, como también su insoportable pesadez existencial. Hubo un momento en que le pedí que aceleráramos el paso y salgamos cuanto antes de allí. José Carlos se río y me dijo que quería comprobar la sensación que él tenía, que no solo era de él, sino también de los que cruzaban esa calle por primera vez. 
Pasaron los años y José Carlos publicó el libro del que me hablaba y del que leí sus distintas versiones. La calle aparece en su libro y estoy seguro de que los lectores también han sentido esa pesadez de la que les hablo.


domingo, agosto 16, 2015

342

En los últimos días, a manera de ejercicio de memoria, he estado viendo no pocas cowboyadas. No es pues un apego por el género, sino más bien un interés por viajar en la memoria y ubicarme entre los 10 y 12 años, en esas noches cuando en Canal 2 se transmitían películas de vaqueros que miraba con atención, sin saber que años después, varias de esas películas se convertirían en importantes para mi vida. 
Con los años, supe que muchas de estas películas pertenecían al Spaghetti Western y al respecto nunca me he hecho problemas por la supuesta pureza que debe exhibir el género en el que se inscriben las películas ambientadas en el Far West. Más bien, si uno quiere aprender a narrar sin necesidad de estar tomando un curso o una clase, le sugiero que se sumerjan en estas películas. Cualquiera de ellas, por más flojas que sean, exhiben una coherencia narrativa que va de la configuración del personaje a las descripciones y el hilo de la argumentación bajo la modalidad clásica. 
Días atrás estuve en cacería de películas, en un galpón del Jr. Quilca dedicado exclusivamente a la venta de películas. En principio, miraba por mirar, pero llamó mi atención una película cuya portada hizo que recordara a una película que vengo buscando y que hasta el momento no encuentro. No sé qué edad tenía cuando la vi por primera vez, quizá a los 10, pues me veo demasiado noble y tierno y, sin duda, crédulo. En esa película, un malhechor, siempre vestido de negro, huía de otros malhechores igual que él. En su huida, este malhechor vestido de negro, va matando a cuanto cazarecompensa se le cruza por el camino, también se las pega de seductor, pero lo que quedó impregnado en mi memoria de niño noble y tierno y, sin duda, crédulo, fue que este personaje era un fanático de los huevos fritos. Siempre pedía huevos fritos, el lugar era lo de menos: en el bar, en el hotel, en las granjas, también a sus amantes, etc. 
Cogí varias películas y entre ellas la que creía que pensaba que era. Ha llegado Sartana (1970) de Giuliano Carnimeo. Pensé que podría ser porque en la portada se veía a un vaquero vestido de negro, totalmente de negro, hasta el caballo era negro. Tomé un taxi y una vez en casa me puse a verla. No era, ni por asomo, la cowboyada que esperaba, pero sí una buena película que debería verse y de esta manera, de a pocos, rescatar el Western, el Spaghetti Western, lo que gustes, porque este tipo de películas, aparte de ayudar a narrar, cumplen una noble función hoy en día ignorada: entretener al espectador sin estupideces, reflejando una épica.


sábado, agosto 15, 2015

hablar, pensar

 Confieso que durante mucho tiempo Susan Sontag fue mi amor platónico. Me enajenaba su pensamiento. Sontag fue ante todo una pensadora, una mujer atrapada en los torrentes de la inquietud intelectual. A la fecha, sus ensayos son de lectura obligada, no solo para las plumas del pensamiento académico, sino también para cualquiera que se precie de lector serio. Obviamente, esta escritora norteamericana no solo destacó como ensayista, lo suyo también fue la novela y el cuento, también el cine y el activismo político. Destacó en cada uno de estos registros, pero valgan verdades, la Sontag que quedará es la ensayista, así su club de fans se encargue de decir lo contrario. 
Nuestra pensadora era un hervidero de ideas y sugerencias. Más de una vez dio la impresión de que solo vivía para dar respuestas, sea cual sea el tema en cuestión. Su verbo quedaba en la médula de uno, motivándolo a ver la vida y sus vicisitudes de otras maneras. No era para menos, ella no solo hablaba desde la experiencia de la palabra, también desde la experiencia vital en la que, por ejemplo, libró lucha contra el cáncer de mama entre 1974 y 1977. Esa Sontag pensante y vital, la encontramos en esta joyita: Susan Sontag. La entrevista completa de Rolling Stone de Jonathan Cott. 
Estamos ante un rescate que nos permite tener en bandeja a una autora en estado de gracia. Por primera vez tenemos la entrevista completa, no el tercio de la misma que apareció en Rolling Stone en 1979. Uno termina de leer el libro y lo asocia como parte de la obra de la autora, porque tanto ella como su entrevistador, pusieron de lo suyo para que esta entrevista-río sobreviva. Prueba de ello es que pasados treinta años, las respuestas de la ensayista siguen manteniendo frescura y lozanía, debido a que lo suyo no era solo el saber enciclopédico, sino que también fue una intelectual interesada en el cine, las modas, el rock y todo lo que tuviera que ver con la cultura del consumo. En sus preguntas y opiniones, Cott motiva a la escritora a que brinde lo mejor de sí, por ello, cada respuesta viene acompañada de extensas digresiones que nos ubican en el centro del pensamiento de la autora para luego dirigirnos a un envidiable laberinto conceptual, hijo natural de la cultura oceánica. 
Pues bien, en estas respuestas no solo tenemos a una pensadora comprometida con su inteligencia. Lo que eleva a Sontag a un estado de perdurabilidad es su compromiso con los tópicos que aborda. Es decir, hablamos de una intelectual coherente, que no se solazaba únicamente en la formulación de ideas y en la hechura de discursos que contentaran a la academia y al público interesado. Sontag se exigía un compromiso. Su discurso venía acompañado de la coherencia que le permitió lograr una legitimidad que muy pocos intelectuales, al igual que hace cincuenta años como hoy, pueden alcanzar. Esta consecuencia la convirtió en una figura de relevancia y respeto a nivel mundial, incluyendo a quienes no sintonizaban con sus posturas ideológicas. 
Por otra parte, una publicación como esta es una prueba más de la categoría de género literario con el que deben ser asumidas esta clase de entrevistas que abordan las vidas de los autores, los procesos de sus poéticas y que van más allá de la mera información. Estas entrevistas están llamadas a quedar, ya superaron la barrera del tiempo. 



Publicado en Buensalvaje 16


viernes, agosto 14, 2015

mujeres

Si algún futuro tiene este país, y si este país no es menos mierda y corrupto, se lo debemos a sus mujeres. A esas mujeres que no dependen de nadie, solo de sus capacidades y furia para salir adelante. He tenido la suerte de conocer a mujeres de todas las edades, todas ellas con un ánimo de lucha y carentes de conformismo. 
Por más que se nos diga que estamos avanzando como país, y por más que haya idiotas que crean esa mentira, este no será lo que dicen que sea hasta que no se le reconozcan a las mujeres derechos fundamentales, siendo ellas las únicas responsables de sus destinos, tal y como pasó ayer en las calles del Centro Histórico, cuando vi a miles de mujeres marchando a favor de la despenalización del aborto por violación. 
Obvio, algún lector no peruano del blog se mostrará sorprendido por lo que está leyendo, pero así son las cosas en este país, en donde sus bases legales y el espíritu dizque democrático que las alimenta están de cabeza. Bases legales que desde que tengo uso razón no han dejado de estar a favor del hombre y ese espíritu dizque democrático que no es más que un discurso demagógico que las ha engañado por generaciones, bajo la promesa de que llegará el día en que sean tratadas igual que los hombres. 
Las cosas no van a cambiar de la noche a la mañana. En realidad, la lucha que libra la mujer en el mundo entero es ardua y de acuerdo a su contexto, siendo sus problemas otros, no tan primarios como los que luchan las mujeres peruanas, que ahora se manifiestan en una generación que, para bien de todos, no se calla y que sin pensarlo mucho sale a protestar. 
Aquellos que fuimos paralelos testigos de la marcha de ayer, presenciamos la metáfora de lo que es la mujer peruana hoy en día: en primer lugar, la última reserva moral del país; en segundo, su ingenio para saber protestar, digamos que con estilo, llamando la atención hasta del más reacio y cavernícola, que deja sus fines hormonales para estar de acuerdo con una causa que el sentido común pide apoyar; y tercero, su mágica naturaleza salvaje para no quedarse callada ante los atropellos, tal y como se vio ayer ni bien la policía comenzó a replegarlas, persiguiéndolas con insultos y gases lacrimógenos. Cualquiera hubiera pensado que allí acababa la manifestación, pero no, ciudadano de a pie, nuestras mujeres se les enfrentaron a los policías, sea vestidas, desnudas o semidesnudas. Había que ofrecer una resistencia y ellas supieron resistir, hasta en las peores condiciones mostraban estilo y un encendido y contestatario ánimo festivo. 
Esta marcha, como me lo supongo, será ninguneada por los medios de comunicación, que la están pintando como una manifestación de un par de centenares, cuando lo cierto es que hubo miles de mujeres en las calles. Lo que hicieron viene generando un eco y de ese eco también se cuelga hasta la Primera Dama. Los medios son mezquinos, lo sabemos, pero más poderoso que estos es la radio Bemba, esa voz del ciudadano que se ha dado cuenta de que es el momento de apoyar una causa, un reclamo justo en todos los sentidos y que debe honrarse legalmente, que de suceder, se lo deberíamos a las mujeres como las que salieron ayer.


jueves, agosto 13, 2015

341

 Muchas personas se quejan del frío, no niego que no haga frío, pero mi organismo ha hecho de mí un hombre caluroso que detesta el calor. Hace unas horas, mientras veía una película sobre mujeres dedicadas al ballet, sentí mucho calor, demasiado. Esta sensación la había estado sintiendo desde días antes, pero lo de esta madrugada sí fue el arribo a lo insoportable. Siempre tengo calor, pero nunca antes lo he sentido de esta manera, que hizo que me desnudará y tratará de dormir así. 
Hay pues una anécdota sobre Cabrera Infante, que no pudiendo contener la furia que le deparaba el silencio, desafío al frío londinense y se quitó la ropa para escribir el primer borrador de Mapa dibujado por un espía, en donde diría lo que hasta ese momento no se podía decir de la represión castrista en Cuba. Obviamente, mi desnudez no obedecía a arranques literarios, aunque me puse a escribir varios textos, intercalándolos. En esa situación estuve durante un par de horas, ayudado y protegido por la voz de Bob Dylan. A eso de las cinco volví a arroparme y me puse a releer a Cabotín, en especial sus crónicas y artículos literarios. 
Un grande Cabotín. Un grande que debe salir de los predios de la academia e insertarse en el imaginario de los lectores peruanos. Circula en algunas librerías Obras reunidas de Cabotín, magnífico trabajo de Miguel Ángel Rodríguez Rea sobre esta suerte de escritor total. Lo de Cabotín no solo fue el periodismo, también la novela, el cuento, la poesía y el teatro. En novela, tiene una que es toda una delicia: Cartas a una turista
“Volvamos a Cabotín”, me repetía y es lo que pensaba mientras venía en el Metropolitano, listo para hacer funcionar ahora así la librería. Cruzando la Plaza San Martín, aún con la epifanía de los artículos de este escritor modernista peruano, me acordé de llamar a mi amigo Paul, para preguntarle cuándo podría tener más libros de su editorial, porque Izquierda Unida de Alvarito se ha agotado, literalmente voló ese poemario que no es una maravilla poética, pero que sí está muy bien y del que sí puedo recomendar su lectura. Así juega este pechito: lee libros, no personas, no importa qué cosas sean sus autores.


miércoles, agosto 12, 2015



martes, agosto 11, 2015

superioridad moral

En estos días he visto las reacciones de varios intelectuales peruanos, ya sea por medios virtuales, impresos y de forma presencial, a razón de un artículo de Fernando Rospigliosi, publicado en El Comercio. 
No es para menos, pienso, puesto que Rospigliosi encara a la doble moral de la izquierda peruana, en especial en los párrafos finales de su texto. 
Al respecto, puedo decir algunas cosas, que tengo presente porque he estado leyendo en la hemeroteca de la BNP los periódicos nacionales del 2010 y el 2011, como quien refresca la memoria sobre la campaña electoral a la presidencia que ubicó Ollanta Humala en el sillón de Palacio de Gobierno. 
Rospigliosi subraya una característica nefasta de la izquierda peruana: su discurso condimentado de superioridad moral. 
En lo personal, la superioridad moral de la izquierda peruana es algo que me genera más de un dolor de cabeza. Como también indignación, porque la gente más corrupta que he visto en mi vida, y que en contados casos he tenido el disgusto de conocer en persona, han pertenecido a la izquierda. También he conocido gente corrupta de la derecha, no tanto como en la izquierda, pero al menos estos se cuidan de no estar creyéndose los representantes morales, no se alucinan los ciudadanos comprometidos que tienen la razón y que solo en ellos está la solución que tanto necesita el país para salir de la injusticia y el subdesarrollo. 
Lo he dicho más de una vez: si este país fuera normal y sus intelectuales de izquierda fueran personas normales, yo sería un abierto y declarado seguidor del discurso de izquierda peruano. Lamentablemente no es así, nunca ha dejado de exasperarme la doble moral de nuestra izquierda y me apena decirlo porque tengo muy buenos amigos que se identifican y defienden la causa de la izquierda. Cada vez que hablo con ellos, yo, sin ser de izquierda, me siento más defensor y difusor de la misma que mis amigos y conocidos zurdos. 
Para mí, muchas cosas se rompieron en esa campaña del 2010 – 2011. Me alejé de los viejos y jóvenes izquierdistas por inmorales, y el motivo de mi alejamiento se debió al punto que aborda Rospigliosi, el cual justifica este post: si eres de izquierda (en realidad, si eres una persona con valores y con sentido común), no puedes apoyar a un potencial sospechoso de violación de derechos humanos. Así de simple es la figura. Pero esta figura importó poco o nada a la los izquierdistas de entonces, que a lo bestia creyeron en un plan de gobierno capitaneado por un tipo manchado en sangre. El apoyo a Humala no era más que una negación de los principios que tanto decían defender. La actitud ante ello era mirar para otro lado, era formar una fuerza, una trinchera, seguramente en un inicio pequeña pero a la vez coherente con sus principios. 
No es poca cosa. Los intelectuales izquierdistas peruanos se hacen llamar los defensores de los derechos de los menos favorecidos, pero al momento patentar esa defensa, se nublan y llevan a cabo esa defensa de acuerdo a oscuros intereses, llámale intereses ideológicos. Por esta razón, cuando veo a esos izquierdistas que apoyaron día y noche a Humala, o sea, a un sospechoso de violación de derechos humanos, al que hoy en día critican, y que no contentos con eso tienen la sinverguenzería de brindar otra alternativa política en vistas de las próximas elecciones, no puedo sino sentir asco por ellos. Obviamente, uno se puede equivocar, y si te equivocas, por lo menos brinda una disculpa y una autocrítica públicas, de acuerdo a la reciprocidad del apoyo que tuviste con un potencial sospechoso de violación de derechos humanos. Eso es lo mínimo que deben hacer nuestros intelectuales de la izquierda peruana. Solo así tendrá consecuencia ese discurso de llamarse intelectuales comprometidos.


lunes, agosto 10, 2015

339

El domingo salí temprano a correr. Más temprano que de costumbre. La primera sorpresa: no tenía el atuendo para correr en invierno, solo el que usaba en verano. Pero no importa, me dije, el trote me calentará. Salí de casa, pero al llegar a 3 de Febrero, decidí cambiar de ruta e ir por el barrio de los gitanos, la calle Fortis, hasta el parque homónimo de la calle, que recordaba como uno de los más grandes de Apolo. 
Necesitaba el cambio de ruta, ya no le tenía el gusto a todas las rutas posibles hacia la Videna. Además, en los últimos días he estado recordando el parque Fortis. Corría por la calle y me alegré de recibir los saludos de un par puntas, Alfredo y Renzo, a las que no veía en años, pero que me tenían presente a razón de algún partido de fulbito o básquet. Después de mucho tiempo corría por esta calle y en cuestión de minutos la sentía muy mía en comparación a las otras calles de la urbanización. 
Después de lo este día, la calle Fortis no será, al menos para mí, la calle de hostales. En un momento, puede aturdir la cantidad de hostales que uno encuentra, de todos los tipos y de todos los precios posibles. Para los negocios, estos gitanos son campeones, aún más que los vecinos de la calle de los judíos. Antes de llegar al parque, me cruzo con un par de chicas que venían caminando y con atuendos deportivos. Ambas me miran, y yo las miro, pensando que las debo ubicar de algún lado. Una de ellas me advierte de mi juego de llaves, que está pendiendo de un bolsillo de mi short y que en cualquier momento se me puede caer. Le doy las gracias. 
Resulta raro encontrar a gente a las seis de la mañana y con un frío no menos que en su vibrante expresión. Sigo avanzando y hago memoria. Una de las chicas, la que se quedó callada, solía pasear con sus patines por mi cuadra y en alguna ocasión la ayudé cuando se sacó la mierda al estrellarse con uno de los postes de luz de la cuadra. Hablo pues de hace más de diez años y las imágenes de Jazmín, porque ese es su nombre, me quedan muy nítidas. En lo poco que hablamos aquella vez que la ayudé a levantarse, me enteré que practicaba ballet clásico y que estudiaba derecho. 
La decepción la tuve al llegar al parque. No era como yo lo pensaba. El parque Fortis siempre ha sido uno de los más descuidados de Apolo, pero gigante e imponente. Precisamente, quería recorrer esa imponencia en cinco vueltas a ritmo sostenido, pero no iba a ser posible. Ahora el parque estaba muy bien arreglado, pero su nuevo ornamento le ha quitado espacio. Ya no era el parque imponente que vi la última vez. No demoré en dar con la respuesta: ya no era un parque gigantesco porque se destinó parte del parque, el que comunica a Arriola, a la construcción de cocheras y complejos deportivos de césped sintético. 
No era el lugar en donde pensaba dar las vueltas, pero era lo que tenía a la mano. Además, se me había antojado un chicharrón de calamar y leche de tigre en El Marino. No me hice problemas. Hice las vueltas que pensaba. Al terminar me senté en una de las bancas y esperé a que el día se aclare un poco más. El sueño de a pocos se apoderaba de mí, pero no, primero era el chicharrón de calamar más la leche de tigre, luego el duchazo y luego al sobre hasta el mediodía.


domingo, agosto 09, 2015

franqueza

Pensé que tendría problemas con la puerta de la librería. Esta puerta se malogró durante los días que estaba en la FIL. La personas que habían intentado arreglarla me dijeron que el golpe que sufrió fue tan fuerte, según ellos, que era necesario cambiarla por otra. Felizmente, esta puerta es como una extensión de mí, digamos, mi cuerpo, un miembro más del que conozco sus secretos y sus tiempos, siendo parte de mi memoria cada uno de sus movimientos. Cuando llegué, sin negar una sensación de asombro luego de varios días sin saber nada de la librería, observé la puerta, quizá durante tres minutos. Felizmente, cuando la subí, hice un ligero movimiento a la derecha y la puerta se portó como debía portarse, como una puerta corrediza.
Hice lo que tenía que hacer, pero también supe que había sido un error abrir la librería sabiendo que aún estaba cansado. Algo debía hacer al respecto, mantenerme despierto, lo suficiente para darle un orden a la librería, a dejar los espacios libres para cuando regresemos las cajas del almacén. Puse las cosas listas, el asunto no me demandó más de veinte minutos. Estaba entre la idea de regresar a casa o seguir en la librería. La primera opción se imponía, y me aboqué a su concreción, alisté mis cosas.
Sin embargo, siempre sucede algo, y me alegra que siempre sucedan cosas, sin forzarlas en absoluto.
Vino una lectora de este blog. Su nombre es Natalia. Natalia me dice que le han gustado los libros que le he recomendado, pero también me pregunta por qué nunca le recomiendo libros peruanos. No es que no le recomiende, porque sí le he recomendado lo que tiene que leer, según mi criterio. En cuanto a la literatura peruana última, ya sea en narrativa y poesía, prefiero que ella, así como los muchos lectores que conozco, abran su camino y descubran por sí solos lo que van a leer. Obviamente, lo único que les digo es que antes de comprar un libro, le den la tolerancia suficiente, una de treinta páginas como mínimo.
Sigo hablando con Natalia y aparece Ángel. Ángel es también lector del blog. Me pregunta lo mismo que me preguntó Natalia hace un rato. Prendo un cigarro, el primero en día y medio, y no soy ajeno a esa sorpresa. A lo mejor se deba a que es sábado, día en que tengo muchas visitas de amigos y amigos-lectores. A lo mejor, los que vengan después también me pregunten lo mismo. Quizá, pienso.
Ahora la conversa es de tres. Llegamos a un punto en que Natalia y Ángel también llegan a una sola inquietud, o quizá conclusión: no creen en la crítica.
Natalia estudia literatura, en la PUCP. Ángel también, pero en San Marcos.
No creen en lo que escuchan/leen en la academia. Como es un mundo que no conozco, no puedo opinar mucho al respecto. Aunque también piensan lo mismo de las reseñas y textos sobre literatura que leen en los medios impresos y virtuales.
Detecto el síntoma, el punto de quiebre de sus sinsabores intelectuales. 
El problema, les digo mientras acabo mi cigarro, no es la falta de nivel. Más bien, lo que sí hay es nivel, sea en la academia y en los medios. Lo que no hay es franqueza de quienes opinan, escriben y pontifican sobre libros. Si a esta falta de franqueza la condimentamos con lustrabotismo, figuretismo y un loco afán de quedar bien como sea con editores y autores, el escenario se pinta como una gran mentira de raíces profundas. Eso es lo que ocurre cuando se lee personas y no libros. 


sábado, agosto 08, 2015

338

Tuve problemas para dormir. Quizá sean las obligaciones a cumplir en los próximos días, o el hecho de haber prendido el celular después de varios días, detalle que hizo que recibiera cerca de treinta mensajes de texto y más de cuarenta llamadas perdidas. Lo único que estuve haciendo fue dormir y leer, y claro, viendo películas. 
A eso de las tres de la madrugada, necesitaba despejar mi mente y busqué una película que tuviera la cualidad de contar una historia, algo para pasar el rato y quedarme dormido hasta tarde. 
Me puse a buscar, bajo la curiosa asesoría de mi gato y mi perro, que han empezado una amistad. En esa búsqueda encontré Nighcrawler (2014) de Dan Gilroy. Aunque su nombre comercial en salas latinoamericanas fue de Primicia mortal. En nuestras salas, para variar, pasó desapercibida, según recuerdo. 
En su sencillez, esta película puede abrirse paso como un referente para próximos trabajos que aborden la alienación del individuo entregado a un absorbente solipsismo, producto del desempleo y de la carencia de oportunidades para desarrollarse. El rol protagónico recae en el actorazo Jake Gyllenhaal, que nos ofrece un personaje digno de recordar, el border Lou Bloom. 
Bloom es un ladrón de poca monta, si fuera un personaje peruano, este se dedicaría al robo de celulares, relojes y carteras, o una bicicleta como máxima hazaña. Bloom, en una noche de correrías, descubre el trabajo que hacen unos reporteros free lance, que filman accidentes o atracos, los cuales venden a los noticieros. A nuestro protagonista se le prende el foco y consigue una cámara filmadora más un scanner para detectar las llamadas de la policía. De esta manera empieza su ascenso y en este trayecto conoce a Rina, maravillosa René Russo. Rina es la productora de un noticiero caracterizado por impactar antes que informar. Bloom le vende videos a Rina, aunque otros productores podrían pagarle más, pero Bloom siente una necesidad de Rina, ya sea por la atracción sexual como también amical. Rina es pues la maestra de Bloom, que de no tener nada comienza a manejar sumas de dinero que le permiten tener un ayudante en su búsqueda nocturna de noticias. 
Gilroy no es nuevo en la dirección, aunque en realidad lo es porque Nightcrawler es su ópera prima. Sin embargo, su hoja de vida es no menos que rica, ha sido durante casi treinta años guionista de oficio, es decir, tiene experiencia y sabe lo que hay que hacer en los thrillers. Pero el oficio no sería nada sin Gyllenhaal, que nos aporta un personaje con evidentes problemas neuronales, pero que ha sabido hacer de sus carencias un punto de apoyo. Bloom no aspira a más, solo a tener el dinero que le permita vivir tranquilo y a hacer patente en su vida el poder, es decir, la excitación del mismo, que le permita justificarse. Solo en la noticia efectista condimentada con violencia y harta sangre, encuentra su lugar en el mundo. Esto lo vemos en la escena en la que discute con su ayudante que se niega a cumplir una de sus órdenes: ubicarse en un plano en diagonal en la calle, listo para grabar la detención de un par de asesinos en un restaurante, que no saben que serán partícipes de un tiroteo con la policía que los viene a arrestar. Gyllenhaal demuestra toda su versatilidad en un personaje difícil, porque Lou Bloom es un personaje difícil, entre la locura real y la impostura. Hay que ser grande para hacer de un perdedor como Bloom uno para recordar. 
Saqué el disco de la lectora a eso de las cuatro y media. No sé a qué hora me despertaría después. Pero eso no importaba, tenía la mente despejada e hice el gran esfuerzo de levantarme de la cama para prender la Laptop y abrir el archivo en Word de siempre, quizá para seguir el texto que no sé qué es pero que vengo escribiendo desde hace diez años; ese archivo, lo escrito en él, se ha vuelto una suerte de droga, no puedo empezar mi día sin escribir en él lo que me venga en gana y mientras seguía llenándolo de palabras, mis dedos corrían al ritmo de algunas escenas de Nightcrawler. No sé a qué hora terminé de escribir, pero cuando escuché los primeros sonidos inevitables del día, me detuve. Me serví café. Vi lo escrito y me metí al sobre.


viernes, agosto 07, 2015

337

Alguna vez he dicho que soy muy sensible al sol. Ahora que estamos con esporádicas manifestaciones solares en pleno invierno, y si estas manifestaciones me cogen en plena calle, no tengo otra opción que buscar un lugar con sombra, de paso que me alisto una nueva dosis de cremoso bloqueador. 
Me encontraba caminando por Javier Prado, pero el sol salió y debí encontrar un lugar, sentía la quemadura y el olor creciente de la piel que se tuesta. Fui pues en busca de este lugar, que fue finalmente un café ubicado entre Aviación y Javier Prado. Pedí un jugo de granadilla con mandarina, más un café que me servirían después. Puse el bloqueador sobre la mesa, pero al sacarlo me encontré con el ejemplar de la novela Qué fue de Sophie Wilder (Libros del Asteroide, 2013) del narrador gringo Christopher R. Beha. 
Esta novela la terminé hace un par de semanas y no sé por qué aún la tenía en la mochila. Al cabo de un rato supe que la tenía allí porque dejé esa mochila por otra durante los días de la FIL. La sorpresa era benéfica, ya que me puse a releer la novela, una novela que es muy buena en su sencillez narrativa. Beha es también un estilista, pero ante todo una pluma de narrar historias. Recuerdo que la leí en cuestión de dos días, en las horas y minutos muertos que siempre hay en toda jornada laboral. 
Más de una vez amigos y conocidos me preguntan en qué tiempo leer con todo lo que se tiene que hacer durante el día. Al respecto no me hago problemas, yo tengo libros para leer en casa y los que me sirven para leer durante el día. Es solo agarrarle la maña y explotar el libro en todo lo que se pueda. Pues bien, Qué fue de Sophie Wilder es estupenda, no solo en la experiencia de la lectura, sino que se ajusta para ser picada en los tiempos muertos. 
Quizá para algunos el argumento no sea del todo atractivo, aunque para mí sí lo es: Charlie Blakeman es un escritor frustrado que recuerda a su ex novia de la universidad, Sophie, que sí ha tenido éxito como escritora, y quien reaparece en la vida de Charlie después de muchos años. Charlie retorna emocionalmente a los fantasmas de sus años universitarios a razón de este reencuentro, pero Sophie vuelve a irse, sin previo aviso, de la misma manera en que reapareció. Entonces Charlie decide escribir la vida de la mujer que aún ama. De eso va, Beha nos ofrece un mosaico de lo que pudo ser y de lo que no fue de las vidas de Sophie y Charlie. Sophie se nos revela en estas páginas como una mujer de armas tomar, quizá como la más tierna, solidaria, escéptica y suspicaz, como también una devoradora de hombres a los que deja destrozados, porque hay algo oscuro en su mundo emocional, que Beha desmenuza con inteligencia, manteniendo el interés del lector, conectando con él, por la sencilla razón de que todos fuimos alguna vez Charlie o Sophie, sensibilidades que solo aspirábamos a vivir, experimentar, y claro, también cargar con disgusto las consecuencias de aquello que decidimos vivir y experimentar. 
Olvidé usar el bloqueador, el sol se había retirado y sentía el embate del frío. Pedí otro café. Lo pedí por pedir, sin pensar en que tenía que tomar un taxi a mi destino de la tarde, pero poco o nada importó ese destino. Estaba nuevamente en la novela y me gustaba esa sensación de regresar a lo ya recorrido. Esto es lo que también debería hacer una buena novela: hacer que pospongamos nuestras responsabilidades, no una, sino más de una vez.