lunes, agosto 31, 2015
Desde hace un tiempo me despierto ajeno
a las noticias del día. Prefiero saber de estas en el curso de las horas o en
todo caso en la noche. En vez de ello, sintonizo Fox Classics o escucho un cd.
Hoy preferí lo segundo, puse en la lectora a The Kinks, una compilación
personal de sus mejores canciones. No hay mejor manera que empezar un lunes que
escuchando a The Kinks. Más de una vez lo he dicho: hay que hacerle justicia a
The Kinks, sacarlo de esa parcela para caletas en la que se alaba a las bandas
de culto.
A lo mejor, la aparición de esta banda
se dio en un contexto en donde se podía encontrar bandas con mayor arraigo en
publicidad, más una exhibición de necesario escándalo. Tampoco digo que The
Kinks haya sido una banda de zanahorias. A diferencia de las otras, esta banda
hacía sus travesuras detrás de la puerta. Sé que esta impresión poco o nada
ayuda en una valoración musical, pero también nos puede ayudar a comprender la
situación de una banda que musicalmente sigue fresca, una banda de la que
podríamos decir que respeta la pureza del rock. No hablamos de una poética
musical anquilosada, ya que ha sabido abrirse a nuevas tendencias, sin
abandonar la luz de sus raíces.
Desde que escucho a The Kinks, mis lunes
son mejores. Lo hago segundos después de ver la película diaria, la misma que
pongo en la lectora del dvd a las 5 de la madrugada. En este sentido, y sin
darme cuenta, he llegado a la conclusión de que me he convertido en un animal de
costumbres, extrañando las épocas en las que hacía mis cosas a mi regalada
gana. Pero en estas nuevas costumbres, me siento, no lo niego, más productivo.
A saber, la lucha contra la depresión se me hace mucho más fácil, ya no me es
tan jodida como sí lo era antes. En eso reconozco su valía. Sé también que esta
impresión es temporal, lo sé por experiencia, mis estados de ánimo suelen
cambiar muy rápido, soy como un río que en una hora puede experimentar cuatro
cambios de corriente, es decir, nada más alejado de uno que el odio o la
alegría sostenidos.
Hablando de odios y alegrías. Ni bien
llego a la feria de PUCP, me conecto a Internet para revisar mis correos y mi
cuenta de Face. Encuentro en ellos alegría y resentimiento a causa del texto de
Ampuero sobre narrativa peruana última, publicado ayer en El Dominical. Iba a
responderle al más iracundo de todos, pero a los segundos pensé para qué, hice
lo mismo con los más felices que se sienten canonizados. Más bien, lo que sí
haré será comentar el texto de Ampuero, porque si algo tengo que decir, prefiero
dejarlo por escrito y de esta manera me evito tener que responder esta
avalancha de mensajes virtuales de los felices y resentidos.
domingo, agosto 30, 2015
sábado, agosto 29, 2015
347
Mañana de relativo sol, el pasto me
obsequia un aroma a tierra húmeda, tierra blanda, como si toda la noche hubiese
habido ballet sobre él. Me gusta el olor de la tierra y pasto húmedos. Por un
momento barajo la idea de no abrir el stand de Selecta y sentarme como un Buda
para ponerme a leer. Anoche, mientras regresaba a casa, se me dio por releer Los caminos a Roma de Fernando Vallejo.
No sé cómo llegó ese libro a mi mochila, no recordaba haberlo puesto cuando
salí de casa en la mañana, lo más probable es que lo haya confundido, porque salí
tarde, con mucho apuro.
Después de tiempo que no volvía a la
narrativa del colombiano. Una narrativa que pone contra la pared a toda esa
prosa funcional que ya ha conquistado a muchos lectores en Hispanoamérica. La
funcionalidad de la prosa es la norma, ya no es la protagonista. En los tiempos
que corren resulta difícil encontrar una prosa tan sinuosa y afilada como la de
Vallejo. En este sentido, no deja de fastidiarme cuando se habla más de lo que
dice que de aquello que sustenta lo que dice, y contra lo que muchos puedan
pensar, tengo una adicción por la prosa de este escritor, no tanto por lo que
dice, que más bien me parece conservador y digno de un efectismo superfluo,
aunque claro, en lo que dice habría que subrayar la rabia, el resentimiento.
Bajé en la comisaría de Apolo y me puse
a caminar por el barrio. Las pocas páginas releídas de Vallejo me dejaron
pensando, con inquietudes que pensaba saldar en la breve caminata que daría
antes de llegar a casa y ponerme a ver las dos películas que me estaban
esperando. De lo que me preguntaba, una pregunta quedó más tiempo en mi cabeza:
¿Qué pensarán los babosos que llaman resentidos, rabiosos y frustrados a
aquellos escritores en los que es posible detectar una indignación que alimenta
y personaliza su prosa? Cada vez que escucho/leo esos descalificativos, no
puedo dejar de sentir una enorme lástima por ellos, la mayoría en ascendente
reconocimiento, preocupados por la aceptación incluso de quienes desprecian.
Descalificar a un escritor a cuenta de una prosa que canaliza una denuncia,
prosa nutrida por el odio, es no más que un síntoma de aberrante ignorancia que
me presenta una realidad: lo poco que han leído. O sea, estos sonajeros no
tienen idea de qué va La guerra y la paz,
La cartuja de Parma, Meridiano de sangre, El lobo estepario, La montaña mágica, La broma
infinita…
Sin duda, estas características han sido
llevadas a la cima por Vallejo, en cuya obra no hay lugar para la sugerencia ni
la alegoría, claro, si es que hablamos de resentidos que escriben en español;
podría buscarle un hermano literario en inglés, pienso en James Ellroy, en
quién más.
Termino mi caminata, lenta y tranquila,
encontrando la plenitud en lo que otros descalifican: el placer de huevear.
viernes, agosto 28, 2015
Verónika
Sé que a muchos lectores del blog no les
gusta que escriba de política. Más de uno, y a lo mejor con justa razón, deja
de leer el post sobre política porque en este, la mayoría de las veces, señalo
las incongruencias de nuestros maravillosos intelectuales/artistas de izquierda
peruanos. No es para menos, uno no quiere subrayar sus burradas, pero llegamos
a un punto en que callar es complicidad. Debemos estar mucho más atentos y de
esta manera erradicar el silencio cómplice para no repetir los horrores que se
cometieron en la campaña presidencial anterior, que dejó en Palacio a Ollanta
Humala.
Verónika Mendoza me cae muy bien.
También pienso que es muy joven para hacerse cargo de los destinos de un país
tan complicado como Perú. Sin embargo, la juventud no debe ser vista como un
obstáculo, algo en mí, el lado ingenuo, me dice que hemos aprendido a detectar
la mentira, a descubrir la criollada en los discursos pintados de buenas
intenciones. Hemos aprendido, al menos sí lo puedo decir en relación a la nueva
generación de peruanos, esa generación de espíritu crítico y loable actitud
salvaje que no se deja mangonear por cuanto decreto legislativo consideren
injusto.
Felizmente, Mendoza no pertenece a esos
grupos de izquierda en los que impera la viveza, la mentira y la criollada. La
he estudiado como he tenido que estudiarla y pese a algunos pecados de
incoherencia (ejemplo: haber llegado al congreso sin decir nada sobre las
sospechas razonables de violación de derechos humanos por parte de Humala), pecados
de incoherencia, flagrantes, que espero algún día los artistas/intelectuales de
izquierda, los decentes que hay, sin duda, sepan reconocer y no ampararse en el
olvido presupuestado. Puedo reconocer transparentes intenciones en Mendoza, es
decir, en luchar por una sociedad más justa, en donde la riqueza se reparta y llegue
primero a los que menos tienen, etc. Aunque se debe señalar que estos fines los
puede tener cualquier persona sensible y con algo de criterio, sin necesidad que
seas de izquierda o derecha, pero en Mendoza adquiere una relevancia puesto que
estamos ante una política en actividad y políticos en actividad con buenas
intenciones e ideas claras es lo que menos tenemos.
Lo que sí me fastidia de Mendoza es su
falta de carácter. Para unas cosas se puede ser leona, pero si exhibe un
discurso como el que ella exhibe, no se puede ser una leona para lo que le
conviene, se tiene que ser leona en todo. Eso es lo que ocurre con esta
potencial candidata presidencial por parte de la izquierda peruana. Mendoza no
tiene carácter y lamento que no tenga carácter contra lo que es obvio y, si nos
préstamos a cálculos políticos y practicamos un poco de cinismo, la poca
lectura política del asunto que bien le podría deparar una postura firme, la
que generaría una aceptación a su figura en vistas a una campaña que se anuncia
como una carnicería.
Mendoza no tiene carácter, además es
torpe políticamente. Sin embargo, prefiero creer en su falta de carácter y
torpeza en vez de pensar en anticuchos políticos y económicos que la obliguen a
callar para con la dictadura de Maduro en Venezuela, que como sabemos, está
demás detallar, a menos que haya por allí algún subnormal que piense que en
Venezuela no se atenta contra la democracia y se viole, a cada manifestación disidente,
los derechos humanos. A este punto de ingenuidad estoy llegando por una representante
de la izquierda peruana (esto es histórico para los seguidores del blog).
Por eso, querida Verónika. Me pareces
decente. Pero déjate de cojudeces.
Está en ti hacer la diferencia, pero si
tus balas van con teleobjetivo tarde a temprano tus buenas intenciones van a
desaparecer. Haz pues la diferencia, no seas igual a los Humala, a la racista
Villarán y a todos esos babosos de izquierda que nos quieren dar clases de
moralidad cuando ellos son los primeros inmorales. Estás a tiempo, Verónica,
deslinda con Venezuela (incluye a Cuba en el pack) y aléjate en una de todo
aquello que atente el libre curso de la democracia. Si lo haces, pues con
convicción. Si lo haces bajo cálculo político, tarde o temprano ese cálculo
reventará en tu rostro.
jueves, agosto 27, 2015
"los vivos y los muertos"
Desde hace un tiempo le vengo prestando
atención a los libros de la editorial española Alpha Decay. Como quien pierde
el tiempo, pienso en cómo serían sus responsables, en lo que han tenido que
leer para definir el perfil que no solo buscan en su editorial, sino también el
de sus lectores. En el catálogo de una editorial, al menos en teoría, puedes
darte cuenta de aquellos que sustentan su proyecto.
Hace no más de un mes me encontraba en
la librería El Virrey de Lima y me puse a revisar las novedades. Entre los
títulos del sello uno llamó mi atención, no sé si por el título o el sonido que
me despertaba el nombre de su autora. Lo importante es que me llevé el libro,
haría con él lo que hago con todo libro que no ubico del todo: ofrecerle ciento
cincuenta páginas de tolerancia. Si es que hablamos de novelas de largo
aliento.
No pasó mucho para que esa tolerancia se
vaya, felizmente, a la mierda.
Apúntalo en donde sea y no demores mucho
en leerla. Estamos pues ante una novela que nos revela a una autora que nos
deja con más preguntas que certezas. Será nueva entre nosotros, pero con una
presencia más que importante en la narrativa norteamericana contemporánea. A
eso se debían las ideas iniciales sobre los editores de esta editorial, porque
hay que ser lectores que editan para haber apostado por una autora que muy poca
gente en hispanoamericana ubicaba en la cartografía de la narrativa
contemporánea. Estos lectores que editan se anotan un gol desde el mediocampo
con esta novela de Williams. Hay que ser lector y tener la sensibilidad
desarrollada para publicar una novela que debimos conocer hace ya muchos años,
pero no es el momento para lamentarnos, sino es el momento de la celebración;
porque esta novela es más que una gran novela, es también una cátedra abierta
de la riqueza de la novela como género literario.
Lo que nos enseña Williams es algo tan
simple y tan de genuino de los grandes, como lo es narrar. Con esto no hablamos
de una novela que sea fácil de leer, en absoluto. Los vivos y los muertos se nutre de la agilidad y densidad
narrativas de la tradición norteamericana (pensemos en Faulkner, Steinbeck y
McCarthy como faros para Williams) y de lo mejor de la escuela rusa
decimonónica sobre la configuración de los personajes (Tolstoi y Pushkin). Así
de salvaje es Williams, cuyas sombras de influencia son tan patentes, pero que
a la vez ha sabido asimilar, rehuyendo de la mera imitación, construyendo así
una poética propia que ha enriquecido con el aliento de la locura
desértica/lisérgica del cine de David Lynch. Williams se impone como una eximia
hacedora de personajes, prueba de ello lo vemos en las protagonistas de su
novela, las tres adolescentes huérfanas: Alice, Annabel y Corvus, quienes en su
árido pueblito de Arizona ven pasar los días y en esa actitud intentan
conocerse a sí mismas, como también a las personas que las rodean.
Somos testigos, en primer lugar, de un
asombro por partida triple y mediante el asombro asistimos donde el talento de
Williams, que no es otro que el saber mirar y escuchar. Estas tres adolescentes
pueden tener intereses comunes propios de la edad, pero son tan diferentes
entre sí, hasta en el modo de emplear sus registros verbales accedemos a un
monumental trabajo de albañilería verbal. Es precisamente en este trabajo de
albañilería en el que descansa el prestigio de Williams (se la conoce como una
“fábrica de sensibilidades”), y este prestigio narrativo lo vemos en una
paulatina secuencia de configuración de sus personajes, ya sea en los
principales y en los que vienen después. En el caso de las huérfanas, nos
encontramos ante mujeres quebradas, pero cada quien a su modo, se las arregla
para no ser absorbidas por una realidad que, aparte de llenarles de tierra, no
les brinda la más mínima oportunidad de salir adelante. Por esta razón, a
manera de resistencia, las tres hacen lo que les viene en gana con las personas
que las conocen. Esta interacción se refuerza con la estrategia de Williams de
desordenar la estructura de la narración, lo que confiere de verosimilitud a la
galería de personajes que desfilan sin cesar en estas páginas. Por momentos,
podemos tener la idea de estar ante un mosaico de gente desadaptada, pero no,
no hablamos de una locura premeditada, sino de una locura que se asume sin
pensar, como una forma de sobrevivir en este lugar árido y caluroso que es toda
una invitación a la muerte en vida.
Los
vivos y los muertos
bien puede ser calificada de obra maestra, una novela no de trama, ni de
estructura, sino de personajes. Sin embargo, así el lector de turno sea muy
cuajado, debemos advertirle que tiene que poner a prueba su paciencia, aunque
sea en las cien primeras páginas. Como señalé líneas atrás, nos enfrentamos a
un trabajo de albañilería de Williams para con sus personajes, que puede llegar
a ser lento y pesado. La paciencia es pues un requisito, y pasado este óbice,
uno ya está en la novela, con la firme intención de no querer abandonarla
jamás.
…
Publicado en Revista Lecturas
miércoles, agosto 26, 2015
346
En la mañana tuve que hacer algunas
gestiones fugaces, ir desde Lince a San Isidro y desde allí a la PUCP. Lo hice,
felizmente, en tiempo record, con la ayuda de taxis, porque el tráfico se ha
vuelto, aparte de infernal, en una generadora de pérdida de tiempo. Ni siquiera
se puede leer bien en el transporte público, peor cuando tienes que hacer una
distancia más o menos larga. Mientras leía lo que parece ser un buen cuentario
de una narradora colombiana, pensaba en el libro de cuentos de otra colombiana,
un libro que presenté en una anterior edición de la FIL y del que puedo decir
que me gustó, pero que a la vez me apena no saber nada en lo literario de esta
autora ya que se dedicó a los menesteres de la política en su país, siendo a la
fecha una figura incómoda de la política colombiana. Eso es lo que me gusta:
que los intelectuales y artistas sean participantes incómodos cuando ejercen
una función política y no meros papagayos que repiten lo que la billetera les
manda y que cuidan sus palabras debido a algún anticucho discursivo que tengan
por allí.
Sigo leyendo a la colombiana. Ahora el
taxi atraviesa la Residencial San Felipe. El viaje está resultando más rápido de
lo que podía pensar y por un momento me siento tentado en pedirle al taxista
que aminore la velocidad, al menos quiero terminar de leer el tercer relato de
la publicación, que ahora sí califico de muy buena, aunque dentro de mí haya
una suerte de diablo rojo que me dice que mejor no vaya a la feria, que regrese
a casa y haga las cosas que debo terminar en las próximas horas.
Prendo un cigarro y me pongo a analizar
la propuesta del diablo rojo. Los placeres intelectuales y carnales se imponen
ante los deberes laborales, pero la decisión final se ve aplastada ante la
inminente llegada del taxi a la universidad. Ya estoy a sus puertas y poco o nada
puedo hacer, respiro hondo y vuelvo a prender otro cigarro. Eso era lo que me
faltaba, respirar hondo y fumar otro pucho y así tener una mejor perspectiva de
las cosas. De mi billetera extraigo mi carné y escucho una voz de mujer que me
llama. Volteo y la miro. La reconozco aunque confieso que me he olvidado su
nombre, últimamente me olvido de los nombres de los lectores y las lectoras de
la librería, y eso que con todos ellos converso demasiado, siempre de libros, y
no necesariamente porque estemos hablando de precios o negocios, simplemente
conversando y dejando que el tiempo se vaya en el intercambio de impresiones,
ya sea de una película, libro o de algún partido de fútbol. La mujer, de no más
de veinticinco años, se me acerca y la saludo. Intercambiamos algunas palabras
al vuelo y le digo que estoy con Selecta en la feria de la universidad. Antes
de despedirnos, me dice que disfrutó mucho de la recomendación que le hice, y
no fue necesario pensar en qué título le recomendé y me adelanto a lo que dirá,
cosa que así no me siento tan mal por haberme olvidado su nombre: Qué fue de Sophie Wilder de Christopher
R. Beha.
lunes, agosto 24, 2015
domingo, agosto 23, 2015
345
Los domingos me levanto relativamente
tarde, me gusta pasarla leyendo, escuchando rock y viendo una que otra película,
la desconexión es la norma. Por supuesto, qué mejor que un bue café pasado y un
suculento tamal de chancho para ver las próximas horas de la mejor manera
posible, en especial ahora que las cosas van a exhibir un cambio algo radical.
Entre
las películas que pienso ver este domingo, hay una del maestro John
Frankenheimer, The Young Savages
(1961), protagonizada por Burt Lancaster. Mientras busco la película, que sé que
está por allí, recuerdo lo que estuve haciendo ayer, como luchando contra la
burocracia en la PUCP, pensando, y respirando hondo, en qué pasa con el
criterio de las personas cada vez que tienen que seguir al pie de la letra una
orden, orden que en la práctica puede perjudicar a no pocas personas durante
horas. Ayer, ningún camión podía ingresar a la PUCP si es que no se tenía un
seguro CTRL (así le decían), hecho que provocó la presencia de una treintena de
camiones que esperaban entrar y que no podían. Ese también fue mi problema,
pero no esperé tanto como los otros, porque me gusta solucionar las cosas
hablando claro y fuerte, apelando al criterio de las personas, en este caso de los
mandamases de la puerta de Riva Agüero, a cuyo jefe tuve que escuelear y de
quien recibí predisposición para el escueleo. Una vez que mi camión ingresó,
contraté a unos cargadores que en menos de un cuarto de hora sacaron las cosas
del camión y las instalaron en el stand de Selecta, que es el mismo de siempre
en esta feria, pero ahora un poco más grande.
Comenzamos a colocar los estantes y
abrimos las cajas y dispusimos de los libros. Lo que me gusta de nuestro stand,
es que aparte de los buenos libros, tenemos una mueblería que llama la atención
por su buen gusto, prácticamente es un stand que ha quedado bastante bonito,
con el suficiente espacio que me permite poner mis cosas, que no son muchas,
pero que justifican mis días: el espacio para mi infaltable termo de café, la
Laptop y los dos libros que pienso que leer en los primeros días, aunque esto
de los libros es un decir debido a los muchos libros que siempre tengo a mi
disposición. Lo malo, porque no todo es perfecto en la vida, es que no podré
fumar como me gusta, con mayor razón ahora que estaré solo en estos días
feriales, puesto que en la PUCP no se permite fumar, pero igual, me las
arreglaré, ya que si pude hacer pasar un camión que no cumplía la documentación
en seguridad, bien puedo sacar provecho de la maña mentirosa para fumarse un
par de cigarritos por día.
sábado, agosto 22, 2015
viernes, agosto 21, 2015
344
Me acuesto tarde y me levanto temprano.
Una película espera en la lectora de DVD. Mi ánimo es otro, porque después de
diez días apareció Silvestre, que se quedó a dormir en la casa, en señal que ha
superado, imagino, los celos que le genera el nuevo perrito que tenemos con
nosotros. Voy a ver a mi gato y converso con él y también veo sus heridas, las
huellas que han dejado las gatas en estos días de furia hormonal. Silvestre me
entiende, sabe que el cariño que le tengo no se verá afectado por el cariño que
le tengo al nuevo cachorrito, su hermano, a fin de cuentas.
Ando interesado en los policiales, no sé
por qué, se me ha pegado esa manía. Y miro y vuelvo mirar absolutamente todo,
hasta las películas catalogadas de menores, pero que sí funcionan bien, puesto
que respetan sus normas, pegadas a su registro. Claro, estas películas eran
filmadas con el único objetivo de
entretener, como lo fue Cop Hater
(1958) de William Berke.
Lo acabo de decir, no es una obra
maestra, pero me gustó. Lamento, sí, que durará tan poco, 1 hora y 20.
La historia es sencilla: hay asesino en
serie de policías. Únicamente policías, a los que acribilla a balazos al salir
de los bares, del puticlub de Mama Lucy o en plena calle mientras se lleva a
cabo una investigación. La película fluye, acorde a las reglas del suspenso.
Sencillamente, cuesta despegarse de ella, en especial cuando ves a Shirley
Ballard, en el rol de Alice Maguire, esposa de uno de los policías que
investiga los asesinatos. En más de un tramo, la presencia de Maguire parece
obedecer a una cuestión meramente accesoria, pero esa impresión comienza a
llegar a un quinto plano, puesto que Cop
Hater se sostiene en el sinsabor existencial de Maguirre, mujer deseada por
los compañeros de su esposo, que no duda en parar en paños menores bajo el
pretexto del calor (en realidad, en la película no hay personaje que no se
queje del calor), como si buscara una salida, la que sea, para abandonar la
vida casera que la está carcomiendo.
Y lo que interesa, no solo en las novelas
policiales, sino también en las películas de este corte, es sencillamente la
interacción entre los personajes. No es nada nuevo lo que digo, pero me veo en
la obligación de hacerlo, en años en los que el personaje como tal, su configuración
moral, es relegado por estrategias discursivas de moda, como desde hace un
tiempo en el cine, aunque mucho más en la narrativa contemporánea.
Termino de ver la película y me alisto
para salir a la librería. Vendrán horas apuradas, no muy frenéticas. Mañana
sábado es nuestra instalación en la Feria del Libro de la PUCP, algo suave en
comparación a la FIL, aunque el problema para mí es que aún no armo ninguna
caja.
jueves, agosto 20, 2015
Chirbes
El sábado 15 en la madrugada me enteré
de la muerte del narrador español Rafael Chirbes.
No lo voy a negar, sentí una profunda
pena porque era un autor a quien admiraba, específicamente por dos libros.
Ambas novelas, una corta y la otra de largo aliento. Mimoun y Crematorio.
Cuando al respecto escribí un breve
texto en mi cuenta de Facebook, más de uno me preguntó por qué no consignaba su
también celebrada novela En la orilla.
La razón no guardaba grandes secretos. Ocurre que En la orilla, siendo una buena novela, no había calado en mi
experiencia lectora, hasta podría decir que me gustó por partes. Me bastaba y
sobraba con las dos novelas que consigné. Por ejemplo: Mimoun es una novelita de la que me doy el gustazo de releer una
vez por año, que no es poca cosa, porque lo mismo hago con El corazón de las tinieblas de Conrad, El extranjero de Camus y algunas novelitas más. Sé que suena muy
exagerado, pero me refiero a una suerte de empatía, o llámale conexión con esta
novela que fue el disparo inicial, el primer ladrillo, con el que el Chirbes
comenzó a construir su trayectoria.
Aún tengo presente el momento que la
leí. Andaba a la caza de un nuevo autor español. Obviamente, me ubico en una
época en la que iba muy atento a la narrativa española actual, quizá porque
muchos escritores jóvenes españoles venían invitados a Lima. Como fuere, mi
interés por la narrativa española iba acorde con una posería, como el estar al
tanto de las novedades de las editoriales que marcaban la pauta en ese entonces.
No me juzguen, tenía veintipocos y pensaba que ya era el momento de leer a nuevos
narradores de otros países, y la necesidad era entendible y reforzada, teniendo
en cuenta que muy poco había quedado de la narrativa peruana última escrita en
los noventa. Fue así que llegué a Chirbes, de casualidad, porque no se trataba
de un narrador joven, aunque no tardé en darme cuenta de que era un autor
nuevo. Si no me hubiera interesado por la narrativa española última de la época,
quizá habría llegado a Chirbes muchos años después, a lo mejor con un libro
lejano a ser una idónea puerta de entrada a su poética.
Mimoun fue finalista
del Premio Herralde de 1988. La publicó a los 39 años, o sea, con suficiente
experiencia de vida, en un estado de madurez emocional que le permitió encausar
una prosa por demás sensual. Si tuviéramos que definir Mimoun, haríamos bien en llamarla “Novela sensual”, en la que la sugerencia
no es el medio, sino la norma que canaliza el discurso del autor que nos
presenta estas páginas ambientadas en Marruecos, páginas que nos testimonian
los devaneos de Manuel, un profesor español que vive en la ciudad de Fez que
decide irse a Mimoun con el único fin de escribir un libro. Manuel sufre de
crisis existencial a razón de no poder escribir el libro, libro del que no se
dice nada, pero poco nos importa aquel libro, porque Chirbes nos coloca en la
piel de un aspirante a escritor que recorre Mimoun de madrugada en búsqueda de
aventuras. Llega a su hospedaje tan cansado, habiendo sido amado por hombres y
mujeres, que no tiene tiempo ni ganas mínimas de escribir. En principio,
podríamos estar ante una metáfora del escritor que no escribe, pero no, nos
enfrentamos a una novela que metaforiza el sinsentido existencial que depara un
lugar en donde solo hay tierra y calor.
Sin duda, Mimoun fue una excelente carta de presentación para Chirbes. Y no
dudé en ir tras sus libros en los años venideros. En el trayecto leí casi todos
sus libros, destacando La buena letra,
Los disparos del cazador y La caída de Madrid, las cuales, y pese a
su buena factura, no lograban el hechizo de Mimoun.
Como ensayista también entregó títulos que recomiendo, como El viajero sedentario y El novelista perplejo. Es precisamente
en el ensayo donde pude intuir algo que veía contadas veces en un escritor en
actividad: un claro compromiso político, pero este compromiso estaba libre del
alegato. Chirbes era sabedor de su talento para escribir, pero siempre cuidó la
calidad de su prosa, que esta no se contamine con el respiro ideológico de
izquierda. En sus ensayos podíamos acceder al intelectual comprometido, este
compromiso lo deducíamos en los márgenes de su exposición, además, nunca usaba
la adjetivación barata, sino la argumentación inteligente, ajena a la
pedantería, tal y como lo podemos ver en los maestros del ensayo. Me gustaba
ese Chirbes, pese a que no sintonizaba del todo con sus ideas políticas, estas
poco o nada me importaban porque bastaba y sobraba con recibir de su
generosidad intelectual.
Pasaron algunos años para volver a otro
título de Chirbes, en ese lapso me enteré del éxito de Crematorio, el cual leí a destiempo, ajeno a los saludos de la
inmediatez. Crematorio no es una
novela fácil de leer, pero con un poco de paciencia, la paciencia del hincha,
hice mía esa proeza que aparte de ser una joya literaria, resultaba también un
testimonio crudo y demoledor de una España que vivía una mentira, la mentira
del Boom inmobiliario. En estas páginas accedíamos a personajes corroídos por el
dinero, personajes que exhibían una frivolidad insulsa y que se legitimaban en
el bien material a costa del prójimo. Por lo escrito, no pensemos en que estamos
ante una novela de corte moralista, no, lo que relato es solo la coraza, porque
su pulpa era una auténtica bomba Molotov construida con un estilo sinuoso,
envolvente, el ideal para que Chirbes nos muestre en toda su amplitud la
degradación moral de sus personajes, degradación que traspasaba la experiencia
literaria para instaurarse como una radiografía de la condición actual del
hombre en su relación con el mundo.
Todos los reconocimientos que mereció Crematorio fueron más que justificados,
los que reforzaban aún más la legitimidad que había alcanzado su obra. Pues
bien, me permito especular sobre la resonancia de su nombre y el alcance de su
obra fuera de su país. Es cierto que sus libros podían hallarse en
Latinoamérica, pero solo llegaban a ellos los lectores bien informados, los que
hurgaban aún más en los catálogos de las editoriales. A esto sumemos que era un
autor discreto, de lo que prefieren hablar con sus libros que en una entrevista
a toda página. En otras palabras: no era un figurón.
Para muchos lectores peruanos, el nombre
de Chirbes empezó a sonar cuando se anunciaron a los tres narradores finalistas
de la Primera Bienal Mario Vargas Llosa de Novela. Junto a Las reputaciones de Juan Gabriel Vásquez y Prohibido entrar sin pantalones de Juan Bonilla, pugnaba por el
premio En la orilla de Chirbes. Quien
esto escribe ha tenido la oportunidad de leer estas novelas y si bien las de
Vásquez y Bonilla son una muestra más, y tajante, de sus buenos y saludados
oficios literarios, no podían compararse a En
la orilla. Además, esta novela de Chirbes venía precedida de elogios y
premios en España, en donde se la ubicó como la mejor novela del año. En este
sentido, no era descabellado pensar/especular que su novela era la que ganaría
esta primera edición de la Bienal. Sin embargo, Chirbes no vino. Al respecto se
barajaron varias versiones. Se dijo que su ausencia obedecía a motivos de salud,
pero esa versión se cae sola, ya que el autor venía desde hace buen tiempo en
constante actividad de promoción literaria. Pues bien, la versión más
sustentada descansa en el hecho que no
vino a Lima debido a sus convicciones ideológicas. La abierta simpatía de
Chirbes por el comunismo y la izquierda eran más que abiertas y rastreables
tanto en su poética como en su actividad promocional. Su discurso político
tenía un objetivo a atacar: el neoliberalismo. Tampoco había que ser un dotado
neuronal para no deducir que esta bienal tenía también un cariz político e
ideológico, en franca respuesta al Premio Rómulo Gallegos.
En tiempos como los que corren, en los
que no pocos escritores llamados de izquierda son presas del atarantamiento
mediático, en los que aceptan sin dudar reconocimientos que contradicen su
discurso político e ideológico, el ejemplo de Chirbes resulta saludable y a la
vez perdurable. Se puede estar de acuerdo o no con su actitud, en la que dejó
de lado todos los beneficios promocionales, como también pecuniario (100 mil
dólares), en pos del respeto de su discurso, un discurso de izquierda presente
en todos sus libros y que no iba a mancillar por la tentación del diablo verde
y los flashes. Aparte de estupendo narrador que deberíamos leer, era también un
artista/intelectual que hoy por hoy deberíamos emular.
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martes, agosto 18, 2015
"el estilo de los otros"
Los seguidores de la narrativa
latinoamericana contemporánea pueden sentirse bien servidos con el libro de
entrevistas El estilo de los otros
(Ediciones UDP, 2015) del narrador y periodista argentino Mauro Libertella. Nos
enfrentamos, pues, ante una publicación que bien la puedes leer de un tirón o
salteándote, dependiendo, claro, de tu grado de conocimiento de los autores que
ha convocado el argentino. Más allá de posibles estrategias de lectura, la
presente publicación nos sirve como un mapa con espíritu de antología que nos
comunica, en la voz de sus más conspicuos representantes, cómo ha ido
evolucionando la narrativa contemporánea en América Latina, como también cuáles
son los lazos temáticos que comparten sus autores, o, lo que es más importante,
qué es aquello que los diferencia.
Para la presente publicación, Libertella
ha tenido que seleccionar, y como toda selección, esta no es libre de omisiones
(que detallaremos más adelante). En líneas generales se nos ofrece un fresco
atractivo, tenemos a Alberto Fuguet, Diamela Eltit, Alejandro Zambra y Rafael
Gumucio por Chile; a Alan Pauls, Sergio Bizzio, Sylvia Molloy, Matilde Sánchez,
Fabián Casas y Ricardo Piglia por Argentina; a Ercole Lissardi por Uruguay; a
Rodrigo Rey Rosa por Guatemala; a Antonio José Ponte por Cuba; a Horacio
Castellanos Moya por El salvador; a Mario Bellatin por Perú; y a Margo Glantz,
Guadalupe Nettel y Juan Villoro por México.
No hay que pensarlo mucho: viendo la
selección podemos conocer también al lector que hay en Libertella, un lector,
digamos, exquisito, o llamémosle ecléctico. Sin duda, hay nombres a los que nos
hubiese gustado acercarnos más, nombres a los que asociamos cuando se nos habla
de la narrativa contemporánea en América Latina. Sin embargo, lo que parece una
omisión, no es más que una apuesta por poéticas con las que, suponemos, el
mismo Libertella se siente identificado. Es decir, el entrevistador/antólogo no
ha sido parte de la demagogia de convocar a los nombres inamovibles, a los
figurones de toda la vida, cosa que así somos políticamente correctos y contentamos
a la tribuna. Pero en este sendero puede existir más de un peligro, el peor:
que Libertella nos esté ofreciendo una cartografía por demás sesgada del
panorama narrativo latinoamericano actual, entonces, vienen las preguntas
tácitas: ¿por qué no están Rodrigo Fresán, Pedro Juan Gutiérrez, Valeria
Luiselli, Edmundo Paz Soldán y Alejandra Costamagna, por citar algunos nombres,
que bien pueden compartir lazos temáticos y estilísticos con sus convocados,
teniendo en cuenta que un par de ellos, Fresán y Gutiérrez, ejercen un magisterio
silente en no pocos narradores latinoamericanos?
Felizmente, no es una cartografía
sesgada la que nos ofrece Libertella, sino una apuesta en exceso subjetiva que
haríamos bien en saludar para polemizar y discutir y analizar en las voces de
sus protagonistas el mensaje que nos dejan en sus silencios. Me vienen a la
memoria las respuestas de Bellatin, especialmente en cómo fue que llegó a
editar su primera novela, Mujeres de sal,
que obtuvo la mejor prensa posible: el boca a boca de los lectores. Hasta esta
entrevista, mi interés en la obra de Bellatin era nulo, sentía que ya no tenía
mucho que decir como escritor, bastándome solo sus novelas Salón de belleza, Damas
chinas y Efecto invernadero, pero
luego de la lectura de esta entrevista, experimenté una nueva curiosidad por su
poética, o sea, una necesidad, una segunda visita a todas sus novelas. Las
respuestas de Bellatin también son una patada frontal al contexto peruano en el
que se inició como escritor, en cómo este permite que traten a sus artistas y
escritores. No deja de llamar mi atención por qué Libertella lo considera
peruano cuando bien pudo colocarlo con los mexicanos. Bien sabemos que en
México Bellatin encontró las oportunidades que aquí jamás se las iban a dar. Iluminadores,
por decir lo mínimo, resultan las intervenciones de Piglia y Glantz, que más
allá de revelarnos los entresijos de sus poéticas, nos conectan y comprometen
hacia mirada más apasionada y no por ello menos responsable de lo que debemos
detectar al momento de leer, es decir, ir tras la sensibilidad que sostiene la
forma del registro narrativo.
Podemos estar o no de acuerdo en la
selección de Libertella. En lo que sí tropieza el entrevistador/antólogo es en
el uso de distintos métodos de entrevista con sus seleccionados. No todas las
entrevistan gozan del mismo calibre e impacto y hubiésemos deseado la
aplicación de un método clásico en todas las entrevistas. Por ejemplo, siento
que Villoro se pierde en el texto fragmentado, lo mismo podría decir de Eltit.
Más allá de los inevitables reparos, El estilo de los otros cumple un
cometido, tanto para los conocedores y potenciales interesados: ir a la busca,
y nuevo arribo, de estas voces, algunas de ellas algo perdidas e injustamente
no lo suficientemente reconocidas como
Sánchez, Lissardi y Ponte. Sin embargo, el principal cometido lo cumple en la
discusión y polémica que generará, a lo mejor por la selección o las respuestas
de los escritores que dan vida a este libro, y eso es saludable, pues Libertella
propicia una discusión, no importa si esta sea silente entre los escritores y lectores.
lunes, agosto 17, 2015
343
Ciertos domingos tienen el aura de
brindarte la oportunidad de poner en orden las cosas. Cosas que esperabas
encausar y que por más que intentabas, no podías hacerlo. Al menos, en estas
últimas horas tienes el tiempo suficiente para darle un sentido a lo que se
venía germinando, como también potenciar lo que venías haciendo. En fin,
veremos cómo se van desarrollando las cosas.
Días antes mi hermano José Carlos me
mandó un mail en el que me pedía de regreso sus dvd´s de la WWE. Al igual que
yo, por años fuimos seguidores de esta compañía de lucha libre de entretenimiento.
A diferencia mía, él es más coleccionista y en esos dvd´s estaban las mejores
peleas en la historia de la WWE. No me puse a pensar en los motivos de su
requerimiento, que era inmediato, porque en nuestra última conversación
hablamos de los luchadores actuales de la WWE, que a excepción de Cesaro y
Brock Lesnar, son una vergüenza en comparación de la épica que veíamos en los
luchadores que marcaron nuestra adolescencia y primera juventud. José Carlos
quería de vuelta sus dvd´s para volver a los años de gloria en los que éramos
testigos de las batallas de Bret Hart, Hulk Hogan, Tito Santana, Macho Man, The
Big Boss Man, Shawn Michaels, Jake “The Snake” Roberts, los Demolition, The
Ultimate Warrior et al.
Junté los dvd´s y los puse en la mesa de
la sala para cuando pasara mi hermano a recogerlos. Después de almorzar, me
alisté para salir, puesto que debía recoger a mi madre en Jesús María, en un
barrio cerca de la Residencial San Felipe. Mi idea era pasar por la
residencial, cruzar sus parques, caminando lento y volver así a los meses en
los que me gustaba recorrerlo, porque, para ser sincero, después de muchos años
iba a volver a hacerlo. Además, tenía ganas de caminar, caminar despacio, con
la sensación de no saber a qué lugar ir.
Poco antes del llegar a mi destino, me
bajé del taxi en Salaverry, en la intersección del Rebagliati. Pensé en que si
caminaba en diagonal, iba a llegar a la residencial y así recorrerla en calma
hasta recoger a mi madre. Sin embargo, hice mal, porque en vez de caminar por
la Salaverry, lo hice por una calle de la que no recuerdo ni me interesa
recordar su nombre, puesto que a media cuadra de la misma, una cuadra inmensa,
la del Círculo Militar, me di cuenta de que estaba en una calle que a toda
costa trato de evitar.
Hay calles que tienen el poder de
tirarte al suelo, de quedarse con lo mucha o poca vida que puedas tener. No es
la única, puedo encontrar más en Lima y huyo de ellas sin más, alejarme en una
de su patetismo que le quita sentido a mi vida. No hablo pues de calles pobres,
más bien, estas podrían calificarse de sobrias, pero que indudablemente
encierran un mal, proyectan una desazón: la acumulación de los espíritus de los
muertos y acribillados que deben permanecer en el subsuelo de las casas que
habitan la calle. Esa es mi teoría personal, porque luego de barajar muchas
posibilidades, no tengo otra opción que pensar en ello, mirar estos hechos con
otros ojos, no los terrenales.
No me encontraba en una calle que tenía
que evitar. Esa calle a evitar no era mía, porque de haberlo sido, no me habría
bajado del taxi en Salaverry. Esta era la calle a evitar de José Carlos, mi
amigo que se llama como mi hermano. Conozco la pesadez de esta calle gracias a
él, que me pidió hace cinco años que lo acompañara una mañana a recorrerla, de
la que deseaba recoger impresiones para usarlas en una novela que estaba
escribiendo. Aún tengo presente esa mañana, como también su insoportable
pesadez existencial. Hubo un momento en que le pedí que aceleráramos el paso y
salgamos cuanto antes de allí. José Carlos se río y me dijo que quería
comprobar la sensación que él tenía, que no solo era de él, sino también de los
que cruzaban esa calle por primera vez.
Pasaron los años y José Carlos publicó
el libro del que me hablaba y del que leí sus distintas versiones. La calle
aparece en su libro y estoy seguro de que los lectores también han sentido esa
pesadez de la que les hablo.
domingo, agosto 16, 2015
342
En los últimos días, a manera de
ejercicio de memoria, he estado viendo no pocas cowboyadas. No es pues un apego
por el género, sino más bien un interés por viajar en la memoria y ubicarme
entre los 10 y 12 años, en esas noches cuando en Canal 2 se transmitían
películas de vaqueros que miraba con atención, sin saber que años después,
varias de esas películas se convertirían en importantes para mi vida.
Con los años, supe que muchas de estas
películas pertenecían al Spaghetti Western y al respecto nunca me he hecho
problemas por la supuesta pureza que debe exhibir el género en el que se inscriben
las películas ambientadas en el Far West. Más bien, si uno quiere aprender a
narrar sin necesidad de estar tomando un curso o una clase, le sugiero que se
sumerjan en estas películas. Cualquiera de ellas, por más flojas que sean,
exhiben una coherencia narrativa que va de la configuración del personaje a las
descripciones y el hilo de la argumentación bajo la modalidad clásica.
Días atrás estuve en cacería de
películas, en un galpón del Jr. Quilca dedicado exclusivamente a la venta de
películas. En principio, miraba por mirar, pero llamó mi atención una película
cuya portada hizo que recordara a una película que vengo buscando y que hasta
el momento no encuentro. No sé qué edad tenía cuando la vi por primera vez,
quizá a los 10, pues me veo demasiado noble y tierno y, sin duda, crédulo. En
esa película, un malhechor, siempre vestido de negro, huía de otros malhechores
igual que él. En su huida, este malhechor vestido de negro, va matando a cuanto
cazarecompensa se le cruza por el camino, también se las pega de seductor, pero
lo que quedó impregnado en mi memoria de niño noble y tierno y, sin duda, crédulo,
fue que este personaje era un fanático de los huevos fritos. Siempre pedía
huevos fritos, el lugar era lo de menos: en el bar, en el hotel, en las
granjas, también a sus amantes, etc.
Cogí varias películas y entre ellas la
que creía que pensaba que era. Ha llegado
Sartana (1970) de Giuliano Carnimeo. Pensé que podría ser porque en la
portada se veía a un vaquero vestido de negro, totalmente de negro, hasta el
caballo era negro. Tomé un taxi y una vez en casa me puse a verla. No era, ni
por asomo, la cowboyada que esperaba, pero sí una buena película que debería
verse y de esta manera, de a pocos, rescatar el Western, el Spaghetti Western,
lo que gustes, porque este tipo de películas, aparte de ayudar a narrar,
cumplen una noble función hoy en día ignorada: entretener al espectador sin
estupideces, reflejando una épica.
sábado, agosto 15, 2015
hablar, pensar
Confieso que durante mucho tiempo Susan Sontag
fue mi amor platónico. Me enajenaba su pensamiento. Sontag fue ante todo una
pensadora, una mujer atrapada en los torrentes de la inquietud intelectual. A
la fecha, sus ensayos son de lectura obligada, no solo para las plumas del
pensamiento académico, sino también para cualquiera que se precie de lector
serio. Obviamente, esta escritora norteamericana no solo destacó como
ensayista, lo suyo también fue la novela y el cuento, también el cine y el activismo
político. Destacó en cada uno de estos registros, pero valgan verdades, la
Sontag que quedará es la ensayista, así su club de fans se encargue de decir lo
contrario.
Nuestra pensadora era un hervidero de
ideas y sugerencias. Más de una vez dio la impresión de que solo vivía para dar
respuestas, sea cual sea el tema en cuestión. Su verbo quedaba en la médula de
uno, motivándolo a ver la vida y sus vicisitudes de otras maneras. No era para
menos, ella no solo hablaba desde la experiencia de la palabra, también desde
la experiencia vital en la que, por ejemplo, libró lucha contra el cáncer de
mama entre 1974 y 1977. Esa Sontag pensante y vital, la encontramos en esta
joyita: Susan Sontag. La entrevista
completa de Rolling Stone de Jonathan Cott.
Estamos ante un rescate que nos permite
tener en bandeja a una autora en estado de gracia. Por primera vez tenemos la
entrevista completa, no el tercio de la misma que apareció en Rolling Stone en
1979. Uno termina de leer el libro y lo asocia como parte de la obra de la
autora, porque tanto ella como su entrevistador, pusieron de lo suyo para que
esta entrevista-río sobreviva. Prueba de ello es que pasados treinta años, las
respuestas de la ensayista siguen manteniendo frescura y lozanía, debido a que
lo suyo no era solo el saber enciclopédico, sino que también fue una
intelectual interesada en el cine, las modas, el rock y todo lo que tuviera que
ver con la cultura del consumo. En sus preguntas y opiniones, Cott motiva a la
escritora a que brinde lo mejor de sí, por ello, cada respuesta viene
acompañada de extensas digresiones que nos ubican en el centro del pensamiento
de la autora para luego dirigirnos a un envidiable laberinto conceptual, hijo
natural de la cultura oceánica.
Pues bien, en estas respuestas no solo
tenemos a una pensadora comprometida con su inteligencia. Lo que eleva a Sontag
a un estado de perdurabilidad es su compromiso con los tópicos que aborda. Es
decir, hablamos de una intelectual coherente, que no se solazaba únicamente en
la formulación de ideas y en la hechura de discursos que contentaran a la
academia y al público interesado. Sontag se exigía un compromiso. Su discurso
venía acompañado de la coherencia que le permitió lograr una legitimidad que
muy pocos intelectuales, al igual que hace cincuenta años como hoy, pueden
alcanzar. Esta consecuencia la convirtió en una figura de relevancia y respeto
a nivel mundial, incluyendo a quienes no sintonizaban con sus posturas
ideológicas.
Por otra parte, una publicación como
esta es una prueba más de la categoría de género literario con el que deben ser
asumidas esta clase de entrevistas que abordan las vidas de los autores, los
procesos de sus poéticas y que van más allá de la mera información. Estas
entrevistas están llamadas a quedar, ya superaron la barrera del tiempo.
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Publicado en Buensalvaje 16
viernes, agosto 14, 2015
mujeres
Si algún futuro tiene este país, y si
este país no es menos mierda y corrupto, se lo debemos a sus mujeres. A esas
mujeres que no dependen de nadie, solo de sus capacidades y furia para salir
adelante. He tenido la suerte de conocer a mujeres de todas las edades, todas
ellas con un ánimo de lucha y carentes de conformismo.
Por más que se nos diga que estamos
avanzando como país, y por más que haya idiotas que crean esa mentira, este no
será lo que dicen que sea hasta que no se le reconozcan a las mujeres derechos
fundamentales, siendo ellas las únicas responsables de sus destinos, tal y como
pasó ayer en las calles del Centro Histórico, cuando vi a miles de mujeres
marchando a favor de la despenalización del aborto por violación.
Obvio, algún lector no peruano del blog
se mostrará sorprendido por lo que está leyendo, pero así son las cosas en este
país, en donde sus bases legales y el espíritu dizque democrático que las alimenta
están de cabeza. Bases legales que desde que tengo uso razón no han dejado de
estar a favor del hombre y ese espíritu dizque democrático que no es más que un
discurso demagógico que las ha engañado por generaciones, bajo la promesa de
que llegará el día en que sean tratadas igual que los hombres.
Las cosas no van a cambiar de la noche a
la mañana. En realidad, la lucha que libra la mujer en el mundo entero es ardua
y de acuerdo a su contexto, siendo sus problemas otros, no tan primarios como
los que luchan las mujeres peruanas, que ahora se manifiestan en una generación
que, para bien de todos, no se calla y que sin pensarlo mucho sale a protestar.
Aquellos que fuimos paralelos testigos
de la marcha de ayer, presenciamos la metáfora de lo que es la mujer peruana
hoy en día: en primer lugar, la última reserva moral del país; en segundo, su
ingenio para saber protestar, digamos que con estilo, llamando la atención
hasta del más reacio y cavernícola, que deja sus fines hormonales para estar de
acuerdo con una causa que el sentido común pide apoyar; y tercero, su mágica naturaleza
salvaje para no quedarse callada ante los atropellos, tal y como se vio ayer ni
bien la policía comenzó a replegarlas, persiguiéndolas con insultos y gases
lacrimógenos. Cualquiera hubiera pensado que allí acababa la manifestación,
pero no, ciudadano de a pie, nuestras mujeres se les enfrentaron a los
policías, sea vestidas, desnudas o semidesnudas. Había que ofrecer una
resistencia y ellas supieron resistir, hasta en las peores condiciones
mostraban estilo y un encendido y contestatario ánimo festivo.
Esta marcha, como me lo supongo, será
ninguneada por los medios de comunicación, que la están pintando como una
manifestación de un par de centenares, cuando lo cierto es que hubo miles de
mujeres en las calles. Lo que hicieron viene generando un eco y de ese eco
también se cuelga hasta la Primera Dama. Los medios son mezquinos, lo sabemos,
pero más poderoso que estos es la radio Bemba, esa voz del ciudadano que se ha
dado cuenta de que es el momento de apoyar una causa, un reclamo justo en todos
los sentidos y que debe honrarse legalmente, que de suceder, se lo deberíamos a
las mujeres como las que salieron ayer.
jueves, agosto 13, 2015
341
Muchas
personas se quejan del frío, no niego que no haga frío, pero mi organismo ha
hecho de mí un hombre caluroso que detesta el calor. Hace unas horas, mientras
veía una película sobre mujeres dedicadas al ballet, sentí mucho calor,
demasiado. Esta sensación la había estado sintiendo desde días antes, pero lo
de esta madrugada sí fue el arribo a lo insoportable. Siempre tengo calor, pero
nunca antes lo he sentido de esta manera, que hizo que me desnudará y tratará
de dormir así.
Hay pues una anécdota sobre Cabrera
Infante, que no pudiendo contener la furia que le deparaba el silencio, desafío
al frío londinense y se quitó la ropa para escribir el primer borrador de Mapa dibujado por un espía, en donde
diría lo que hasta ese momento no se podía decir de la represión castrista en
Cuba. Obviamente, mi desnudez no obedecía a arranques literarios, aunque me
puse a escribir varios textos, intercalándolos. En esa situación estuve durante
un par de horas, ayudado y protegido por la voz de Bob Dylan. A eso de las
cinco volví a arroparme y me puse a releer a Cabotín, en especial sus crónicas
y artículos literarios.
Un grande Cabotín. Un grande que debe
salir de los predios de la academia e insertarse en el imaginario de los
lectores peruanos. Circula en algunas librerías Obras reunidas de Cabotín, magnífico trabajo de Miguel Ángel Rodríguez
Rea sobre esta suerte de escritor total. Lo de Cabotín no solo fue el
periodismo, también la novela, el cuento, la poesía y el teatro. En novela,
tiene una que es toda una delicia: Cartas
a una turista.
“Volvamos a Cabotín”, me repetía y es lo
que pensaba mientras venía en el Metropolitano, listo para hacer funcionar
ahora así la librería. Cruzando la Plaza San Martín, aún con la epifanía de los
artículos de este escritor modernista peruano, me acordé de llamar a mi amigo
Paul, para preguntarle cuándo podría tener más libros de su editorial, porque Izquierda Unida de Alvarito se ha
agotado, literalmente voló ese poemario que no es una maravilla poética, pero
que sí está muy bien y del que sí puedo recomendar su lectura. Así juega este
pechito: lee libros, no personas, no importa qué cosas sean sus autores.
miércoles, agosto 12, 2015
340
No me imaginé que el post anterior iba a
generar una suerte de reacciones verbalmente violentas y algunas risibles. Como
decía Nabokov, “el estilo es la biografía de todo escritor”, entonces, bajo
este principio puedo detectar a las posibles personas detrás de algunos
comentarios. En especial, me llama la atención aquel que me llamó “Enemigo de
la izquierda peruana”. Lamentablemente, no le puedo decir nada a ese pobre
idiota que se ve afectado por cada texto que aparece en este blog, prefiero
hacerlo en persona cuando lo vea por ahí. Por ello, lo dejo haciendo lo que
mejor sabe hacer porque para esto sí tiene suficiente tiempo: hablarle mal de
mí a mis amigos por mails y mensajes de Face.
Sin embargo, no todo es malo. Anoche,
mientras regresaba a casa, tomando agua mineral en el taxi, me puse a pensar en
las jornadas de manifestaciones que tuvieron lugar en Lima y en varias ciudades
del Perú a fines de los 90, cuando los jóvenes de aquel entonces, al menos los
pensantes y comprometidos, nos organizábamos contra la dictadura fujimorista y
sus intenciones de quedarse en el poder cinco años más. Claro, no es lo mismo,
pero valen las comparaciones, puesto que esos meses de jornadas intensas fueron
una especie de “Mayo del 68 limeño”.
El taxi avanzaba lentamente porque el
tránsito estaba jodido en la entrada de la Vía Expresa. A esa hora empezaba a
jugar la “U” por la Copa Sudamericana. Inevitable no pensar en mi papá, que es
un férreo hincha crema. Quería llegar a casa cuanto antes y así ver el partido
junto a él.
A medida que sorteábamos el tráfico,
veía a algunos hinchas cremas que seguían haciendo cola, muchos de ellos
felices, y claro, como ya se ha hecho costumbre, muchas mujeres o en grupo o
con sus parejas que iban a alentar al equipo que debía ganar a un entusiasta
club venezolano. La presencia de las mujeres, como también ese ánimo festivo
grupal, hizo que pensara más en las jornadas de protesta contra Fujimori. La
idea del “Mayo del 68 limeño” se hizo más fuerte, de igual modo mi malestar por
la ausencia de una novela que recreara o se alimentara de esos meses en los que
aparte de convicciones democráticas, hubo también mucho sexo y amor. Así es,
hubo mucho sexo y amor al final de esas jornadas en las que no pocos terminaban
en algún hostal barato, parque o bajo la complicidad nocturna de una calle
solitaria.
No soy hincha crema, pero acompañé a mi
papá hasta el tercer gol crema. El partido ya estaba decidido y me fui a
cuarto, con la idea en seguir en la epifanía de un posible “Mayo del 68 limeño”.
Busqué entonces entre mis películas una de Oliver Assayas, quizá uno de los
directores actuales que más sigo. No me costó mucho esfuerzo dar con Aprés Mai, o Something in the Air, o Después
de mayo, como gustes llamar a esta joyita del director francés.
La película, es obvio, no va sobre el “Mayo
del 68” francés, sino de los estertores que este dejó años después. Vemos en
ella a un joven llamado a Gilles, estudiante con vocación de pintor, que forma
parte de las brigadas de protesta contra un estado represor que lleva a cabo
medidas que aseguren que no vuelva a repetirse las protestas de años atrás.
Assayas se centra en parte en su protagonista, a través de él canaliza el
sentimiento de una generación que quiso repetir la hazaña de la década
anterior, sin embargo, por más que intentan hacer las cosas, ya sea por medio
de la venta de fanzines o el hecho de pegar pancartas revolucionarias en las
paredes de los centros de educación, no pueden despertar la indignación de sus
contemporáneos. A su modo, Gilles lucha contra esa abulia, del mismo modo con
el pesar interior que lo embarga. Lo suyo es pintar, pero también se ve imposibilitado
de amar, pese a que hay dos chicas que lo quieren pero que no están dispuestas
en pasar su juventud a su lado.
No me canso de ver esta película. Cada
nueva visión me genera una opinión distinta y la que tuve esta mañana yacía en
el recuerdo de aquellos patas y chicas que conocí, quienes después de la
recuperación de la democracia, no demoraron en volver a sus intereses.
Obviamente, ya no había razones mayores por las que protestar, pero había cosas
importantes por las que sí. Por más que se hicieron intentos por volver a
repetir esas jornadas, estos esfuerzos no volvieron a tener el impacto que se
esperaba. Una pena, sí, aunque no mayor
a que no se tenga hasta hoy una novela sobre aquellos meses revolucionarios.
martes, agosto 11, 2015
superioridad moral
En estos días he visto las reacciones de
varios intelectuales peruanos, ya sea por medios virtuales, impresos y de forma
presencial, a razón de un artículo de Fernando Rospigliosi, publicado en El
Comercio.
No es para menos, pienso, puesto que Rospigliosi
encara a la doble moral de la izquierda peruana, en especial en los párrafos
finales de su texto.
Al respecto, puedo decir algunas cosas,
que tengo presente porque he estado leyendo en la hemeroteca de la BNP los
periódicos nacionales del 2010 y el 2011, como quien refresca la memoria sobre
la campaña electoral a la presidencia que ubicó Ollanta Humala en el sillón de
Palacio de Gobierno.
Rospigliosi subraya una característica
nefasta de la izquierda peruana: su discurso condimentado de superioridad
moral.
En lo personal, la superioridad moral de
la izquierda peruana es algo que me genera más de un dolor de cabeza. Como
también indignación, porque la gente más corrupta que he visto en mi vida, y
que en contados casos he tenido el disgusto de conocer en persona, han
pertenecido a la izquierda. También he conocido gente corrupta de la derecha,
no tanto como en la izquierda, pero al menos estos se cuidan de no estar
creyéndose los representantes morales, no se alucinan los ciudadanos
comprometidos que tienen la razón y que solo en ellos está la solución que
tanto necesita el país para salir de la injusticia y el subdesarrollo.
Lo he dicho más de una vez: si este país
fuera normal y sus intelectuales de izquierda fueran personas normales, yo
sería un abierto y declarado seguidor del discurso de izquierda peruano.
Lamentablemente no es así, nunca ha dejado de exasperarme la doble moral de
nuestra izquierda y me apena decirlo porque tengo muy buenos amigos que se
identifican y defienden la causa de la izquierda. Cada vez que hablo con ellos,
yo, sin ser de izquierda, me siento más defensor y difusor de la misma que mis
amigos y conocidos zurdos.
Para mí, muchas cosas se rompieron en esa
campaña del 2010 – 2011. Me alejé de los viejos y jóvenes izquierdistas por
inmorales, y el motivo de mi alejamiento se debió al punto que aborda
Rospigliosi, el cual justifica este post: si eres de izquierda (en realidad, si
eres una persona con valores y con sentido común), no puedes apoyar a un
potencial sospechoso de violación de derechos humanos. Así de simple es la
figura. Pero esta figura importó poco o nada a la los izquierdistas de
entonces, que a lo bestia creyeron en un plan de gobierno capitaneado por un
tipo manchado en sangre. El apoyo a Humala no era más que una negación de los
principios que tanto decían defender. La actitud ante ello era mirar para otro
lado, era formar una fuerza, una trinchera, seguramente en un inicio pequeña
pero a la vez coherente con sus principios.
No es poca cosa. Los intelectuales
izquierdistas peruanos se hacen llamar los defensores de los derechos de los
menos favorecidos, pero al momento patentar esa defensa, se nublan y llevan a
cabo esa defensa de acuerdo a oscuros intereses, llámale intereses ideológicos.
Por esta razón, cuando veo a esos izquierdistas que apoyaron día y noche a
Humala, o sea, a un sospechoso de violación de derechos humanos, al que hoy en
día critican, y que no contentos con eso tienen la sinverguenzería de brindar
otra alternativa política en vistas de las próximas elecciones, no puedo sino
sentir asco por ellos. Obviamente, uno se puede equivocar, y si te equivocas,
por lo menos brinda una disculpa y una autocrítica públicas, de acuerdo a la
reciprocidad del apoyo que tuviste con un potencial sospechoso de violación de
derechos humanos. Eso es lo mínimo que deben hacer nuestros intelectuales de la
izquierda peruana. Solo así tendrá consecuencia ese discurso de llamarse
intelectuales comprometidos.