lunes, agosto 31, 2015
Desde hace un tiempo me despierto ajeno
a las noticias del día. Prefiero saber de estas en el curso de las horas o en
todo caso en la noche. En vez de ello, sintonizo Fox Classics o escucho un cd.
Hoy preferí lo segundo, puse en la lectora a The Kinks, una compilación
personal de sus mejores canciones. No hay mejor manera que empezar un lunes que
escuchando a The Kinks. Más de una vez lo he dicho: hay que hacerle justicia a
The Kinks, sacarlo de esa parcela para caletas en la que se alaba a las bandas
de culto.
A lo mejor, la aparición de esta banda
se dio en un contexto en donde se podía encontrar bandas con mayor arraigo en
publicidad, más una exhibición de necesario escándalo. Tampoco digo que The
Kinks haya sido una banda de zanahorias. A diferencia de las otras, esta banda
hacía sus travesuras detrás de la puerta. Sé que esta impresión poco o nada
ayuda en una valoración musical, pero también nos puede ayudar a comprender la
situación de una banda que musicalmente sigue fresca, una banda de la que
podríamos decir que respeta la pureza del rock. No hablamos de una poética
musical anquilosada, ya que ha sabido abrirse a nuevas tendencias, sin
abandonar la luz de sus raíces.
Desde que escucho a The Kinks, mis lunes
son mejores. Lo hago segundos después de ver la película diaria, la misma que
pongo en la lectora del dvd a las 5 de la madrugada. En este sentido, y sin
darme cuenta, he llegado a la conclusión de que me he convertido en un animal de
costumbres, extrañando las épocas en las que hacía mis cosas a mi regalada
gana. Pero en estas nuevas costumbres, me siento, no lo niego, más productivo.
A saber, la lucha contra la depresión se me hace mucho más fácil, ya no me es
tan jodida como sí lo era antes. En eso reconozco su valía. Sé también que esta
impresión es temporal, lo sé por experiencia, mis estados de ánimo suelen
cambiar muy rápido, soy como un río que en una hora puede experimentar cuatro
cambios de corriente, es decir, nada más alejado de uno que el odio o la
alegría sostenidos.
Hablando de odios y alegrías. Ni bien
llego a la feria de PUCP, me conecto a Internet para revisar mis correos y mi
cuenta de Face. Encuentro en ellos alegría y resentimiento a causa del texto de
Ampuero sobre narrativa peruana última, publicado ayer en El Dominical. Iba a
responderle al más iracundo de todos, pero a los segundos pensé para qué, hice
lo mismo con los más felices que se sienten canonizados. Más bien, lo que sí
haré será comentar el texto de Ampuero, porque si algo tengo que decir, prefiero
dejarlo por escrito y de esta manera me evito tener que responder esta
avalancha de mensajes virtuales de los felices y resentidos.
domingo, agosto 30, 2015
sábado, agosto 29, 2015
347
Mañana de relativo sol, el pasto me
obsequia un aroma a tierra húmeda, tierra blanda, como si toda la noche hubiese
habido ballet sobre él. Me gusta el olor de la tierra y pasto húmedos. Por un
momento barajo la idea de no abrir el stand de Selecta y sentarme como un Buda
para ponerme a leer. Anoche, mientras regresaba a casa, se me dio por releer Los caminos a Roma de Fernando Vallejo.
No sé cómo llegó ese libro a mi mochila, no recordaba haberlo puesto cuando
salí de casa en la mañana, lo más probable es que lo haya confundido, porque salí
tarde, con mucho apuro.
Después de tiempo que no volvía a la
narrativa del colombiano. Una narrativa que pone contra la pared a toda esa
prosa funcional que ya ha conquistado a muchos lectores en Hispanoamérica. La
funcionalidad de la prosa es la norma, ya no es la protagonista. En los tiempos
que corren resulta difícil encontrar una prosa tan sinuosa y afilada como la de
Vallejo. En este sentido, no deja de fastidiarme cuando se habla más de lo que
dice que de aquello que sustenta lo que dice, y contra lo que muchos puedan
pensar, tengo una adicción por la prosa de este escritor, no tanto por lo que
dice, que más bien me parece conservador y digno de un efectismo superfluo,
aunque claro, en lo que dice habría que subrayar la rabia, el resentimiento.
Bajé en la comisaría de Apolo y me puse
a caminar por el barrio. Las pocas páginas releídas de Vallejo me dejaron
pensando, con inquietudes que pensaba saldar en la breve caminata que daría
antes de llegar a casa y ponerme a ver las dos películas que me estaban
esperando. De lo que me preguntaba, una pregunta quedó más tiempo en mi cabeza:
¿Qué pensarán los babosos que llaman resentidos, rabiosos y frustrados a
aquellos escritores en los que es posible detectar una indignación que alimenta
y personaliza su prosa? Cada vez que escucho/leo esos descalificativos, no
puedo dejar de sentir una enorme lástima por ellos, la mayoría en ascendente
reconocimiento, preocupados por la aceptación incluso de quienes desprecian.
Descalificar a un escritor a cuenta de una prosa que canaliza una denuncia,
prosa nutrida por el odio, es no más que un síntoma de aberrante ignorancia que
me presenta una realidad: lo poco que han leído. O sea, estos sonajeros no
tienen idea de qué va La guerra y la paz,
La cartuja de Parma, Meridiano de sangre, El lobo estepario, La montaña mágica, La broma
infinita…
Sin duda, estas características han sido
llevadas a la cima por Vallejo, en cuya obra no hay lugar para la sugerencia ni
la alegoría, claro, si es que hablamos de resentidos que escriben en español;
podría buscarle un hermano literario en inglés, pienso en James Ellroy, en
quién más.
Termino mi caminata, lenta y tranquila,
encontrando la plenitud en lo que otros descalifican: el placer de huevear.
viernes, agosto 28, 2015
Verónika
Sé que a muchos lectores del blog no les
gusta que escriba de política. Más de uno, y a lo mejor con justa razón, deja
de leer el post sobre política porque en este, la mayoría de las veces, señalo
las incongruencias de nuestros maravillosos intelectuales/artistas de izquierda
peruanos. No es para menos, uno no quiere subrayar sus burradas, pero llegamos
a un punto en que callar es complicidad. Debemos estar mucho más atentos y de
esta manera erradicar el silencio cómplice para no repetir los horrores que se
cometieron en la campaña presidencial anterior, que dejó en Palacio a Ollanta
Humala.
Verónika Mendoza me cae muy bien.
También pienso que es muy joven para hacerse cargo de los destinos de un país
tan complicado como Perú. Sin embargo, la juventud no debe ser vista como un
obstáculo, algo en mí, el lado ingenuo, me dice que hemos aprendido a detectar
la mentira, a descubrir la criollada en los discursos pintados de buenas
intenciones. Hemos aprendido, al menos sí lo puedo decir en relación a la nueva
generación de peruanos, esa generación de espíritu crítico y loable actitud
salvaje que no se deja mangonear por cuanto decreto legislativo consideren
injusto.
Felizmente, Mendoza no pertenece a esos
grupos de izquierda en los que impera la viveza, la mentira y la criollada. La
he estudiado como he tenido que estudiarla y pese a algunos pecados de
incoherencia (ejemplo: haber llegado al congreso sin decir nada sobre las
sospechas razonables de violación de derechos humanos por parte de Humala), pecados
de incoherencia, flagrantes, que espero algún día los artistas/intelectuales de
izquierda, los decentes que hay, sin duda, sepan reconocer y no ampararse en el
olvido presupuestado. Puedo reconocer transparentes intenciones en Mendoza, es
decir, en luchar por una sociedad más justa, en donde la riqueza se reparta y llegue
primero a los que menos tienen, etc. Aunque se debe señalar que estos fines los
puede tener cualquier persona sensible y con algo de criterio, sin necesidad que
seas de izquierda o derecha, pero en Mendoza adquiere una relevancia puesto que
estamos ante una política en actividad y políticos en actividad con buenas
intenciones e ideas claras es lo que menos tenemos.
Lo que sí me fastidia de Mendoza es su
falta de carácter. Para unas cosas se puede ser leona, pero si exhibe un
discurso como el que ella exhibe, no se puede ser una leona para lo que le
conviene, se tiene que ser leona en todo. Eso es lo que ocurre con esta
potencial candidata presidencial por parte de la izquierda peruana. Mendoza no
tiene carácter y lamento que no tenga carácter contra lo que es obvio y, si nos
préstamos a cálculos políticos y practicamos un poco de cinismo, la poca
lectura política del asunto que bien le podría deparar una postura firme, la
que generaría una aceptación a su figura en vistas a una campaña que se anuncia
como una carnicería.
Mendoza no tiene carácter, además es
torpe políticamente. Sin embargo, prefiero creer en su falta de carácter y
torpeza en vez de pensar en anticuchos políticos y económicos que la obliguen a
callar para con la dictadura de Maduro en Venezuela, que como sabemos, está
demás detallar, a menos que haya por allí algún subnormal que piense que en
Venezuela no se atenta contra la democracia y se viole, a cada manifestación disidente,
los derechos humanos. A este punto de ingenuidad estoy llegando por una representante
de la izquierda peruana (esto es histórico para los seguidores del blog).
Por eso, querida Verónika. Me pareces
decente. Pero déjate de cojudeces.
Está en ti hacer la diferencia, pero si
tus balas van con teleobjetivo tarde a temprano tus buenas intenciones van a
desaparecer. Haz pues la diferencia, no seas igual a los Humala, a la racista
Villarán y a todos esos babosos de izquierda que nos quieren dar clases de
moralidad cuando ellos son los primeros inmorales. Estás a tiempo, Verónica,
deslinda con Venezuela (incluye a Cuba en el pack) y aléjate en una de todo
aquello que atente el libre curso de la democracia. Si lo haces, pues con
convicción. Si lo haces bajo cálculo político, tarde o temprano ese cálculo
reventará en tu rostro.
jueves, agosto 27, 2015
"los vivos y los muertos"
Desde hace un tiempo le vengo prestando
atención a los libros de la editorial española Alpha Decay. Como quien pierde
el tiempo, pienso en cómo serían sus responsables, en lo que han tenido que
leer para definir el perfil que no solo buscan en su editorial, sino también el
de sus lectores. En el catálogo de una editorial, al menos en teoría, puedes
darte cuenta de aquellos que sustentan su proyecto.
Hace no más de un mes me encontraba en
la librería El Virrey de Lima y me puse a revisar las novedades. Entre los
títulos del sello uno llamó mi atención, no sé si por el título o el sonido que
me despertaba el nombre de su autora. Lo importante es que me llevé el libro,
haría con él lo que hago con todo libro que no ubico del todo: ofrecerle ciento
cincuenta páginas de tolerancia. Si es que hablamos de novelas de largo
aliento.
No pasó mucho para que esa tolerancia se
vaya, felizmente, a la mierda.
Apúntalo en donde sea y no demores mucho
en leerla. Estamos pues ante una novela que nos revela a una autora que nos
deja con más preguntas que certezas. Será nueva entre nosotros, pero con una
presencia más que importante en la narrativa norteamericana contemporánea. A
eso se debían las ideas iniciales sobre los editores de esta editorial, porque
hay que ser lectores que editan para haber apostado por una autora que muy poca
gente en hispanoamericana ubicaba en la cartografía de la narrativa
contemporánea. Estos lectores que editan se anotan un gol desde el mediocampo
con esta novela de Williams. Hay que ser lector y tener la sensibilidad
desarrollada para publicar una novela que debimos conocer hace ya muchos años,
pero no es el momento para lamentarnos, sino es el momento de la celebración;
porque esta novela es más que una gran novela, es también una cátedra abierta
de la riqueza de la novela como género literario.
Lo que nos enseña Williams es algo tan
simple y tan de genuino de los grandes, como lo es narrar. Con esto no hablamos
de una novela que sea fácil de leer, en absoluto. Los vivos y los muertos se nutre de la agilidad y densidad
narrativas de la tradición norteamericana (pensemos en Faulkner, Steinbeck y
McCarthy como faros para Williams) y de lo mejor de la escuela rusa
decimonónica sobre la configuración de los personajes (Tolstoi y Pushkin). Así
de salvaje es Williams, cuyas sombras de influencia son tan patentes, pero que
a la vez ha sabido asimilar, rehuyendo de la mera imitación, construyendo así
una poética propia que ha enriquecido con el aliento de la locura
desértica/lisérgica del cine de David Lynch. Williams se impone como una eximia
hacedora de personajes, prueba de ello lo vemos en las protagonistas de su
novela, las tres adolescentes huérfanas: Alice, Annabel y Corvus, quienes en su
árido pueblito de Arizona ven pasar los días y en esa actitud intentan
conocerse a sí mismas, como también a las personas que las rodean.
Somos testigos, en primer lugar, de un
asombro por partida triple y mediante el asombro asistimos donde el talento de
Williams, que no es otro que el saber mirar y escuchar. Estas tres adolescentes
pueden tener intereses comunes propios de la edad, pero son tan diferentes
entre sí, hasta en el modo de emplear sus registros verbales accedemos a un
monumental trabajo de albañilería verbal. Es precisamente en este trabajo de
albañilería en el que descansa el prestigio de Williams (se la conoce como una
“fábrica de sensibilidades”), y este prestigio narrativo lo vemos en una
paulatina secuencia de configuración de sus personajes, ya sea en los
principales y en los que vienen después. En el caso de las huérfanas, nos
encontramos ante mujeres quebradas, pero cada quien a su modo, se las arregla
para no ser absorbidas por una realidad que, aparte de llenarles de tierra, no
les brinda la más mínima oportunidad de salir adelante. Por esta razón, a
manera de resistencia, las tres hacen lo que les viene en gana con las personas
que las conocen. Esta interacción se refuerza con la estrategia de Williams de
desordenar la estructura de la narración, lo que confiere de verosimilitud a la
galería de personajes que desfilan sin cesar en estas páginas. Por momentos,
podemos tener la idea de estar ante un mosaico de gente desadaptada, pero no,
no hablamos de una locura premeditada, sino de una locura que se asume sin
pensar, como una forma de sobrevivir en este lugar árido y caluroso que es toda
una invitación a la muerte en vida.
Los
vivos y los muertos
bien puede ser calificada de obra maestra, una novela no de trama, ni de
estructura, sino de personajes. Sin embargo, así el lector de turno sea muy
cuajado, debemos advertirle que tiene que poner a prueba su paciencia, aunque
sea en las cien primeras páginas. Como señalé líneas atrás, nos enfrentamos a
un trabajo de albañilería de Williams para con sus personajes, que puede llegar
a ser lento y pesado. La paciencia es pues un requisito, y pasado este óbice,
uno ya está en la novela, con la firme intención de no querer abandonarla
jamás.
…
Publicado en Revista Lecturas
miércoles, agosto 26, 2015
346
En la mañana tuve que hacer algunas
gestiones fugaces, ir desde Lince a San Isidro y desde allí a la PUCP. Lo hice,
felizmente, en tiempo record, con la ayuda de taxis, porque el tráfico se ha
vuelto, aparte de infernal, en una generadora de pérdida de tiempo. Ni siquiera
se puede leer bien en el transporte público, peor cuando tienes que hacer una
distancia más o menos larga. Mientras leía lo que parece ser un buen cuentario
de una narradora colombiana, pensaba en el libro de cuentos de otra colombiana,
un libro que presenté en una anterior edición de la FIL y del que puedo decir
que me gustó, pero que a la vez me apena no saber nada en lo literario de esta
autora ya que se dedicó a los menesteres de la política en su país, siendo a la
fecha una figura incómoda de la política colombiana. Eso es lo que me gusta:
que los intelectuales y artistas sean participantes incómodos cuando ejercen
una función política y no meros papagayos que repiten lo que la billetera les
manda y que cuidan sus palabras debido a algún anticucho discursivo que tengan
por allí.
Sigo leyendo a la colombiana. Ahora el
taxi atraviesa la Residencial San Felipe. El viaje está resultando más rápido de
lo que podía pensar y por un momento me siento tentado en pedirle al taxista
que aminore la velocidad, al menos quiero terminar de leer el tercer relato de
la publicación, que ahora sí califico de muy buena, aunque dentro de mí haya
una suerte de diablo rojo que me dice que mejor no vaya a la feria, que regrese
a casa y haga las cosas que debo terminar en las próximas horas.
Prendo un cigarro y me pongo a analizar
la propuesta del diablo rojo. Los placeres intelectuales y carnales se imponen
ante los deberes laborales, pero la decisión final se ve aplastada ante la
inminente llegada del taxi a la universidad. Ya estoy a sus puertas y poco o nada
puedo hacer, respiro hondo y vuelvo a prender otro cigarro. Eso era lo que me
faltaba, respirar hondo y fumar otro pucho y así tener una mejor perspectiva de
las cosas. De mi billetera extraigo mi carné y escucho una voz de mujer que me
llama. Volteo y la miro. La reconozco aunque confieso que me he olvidado su
nombre, últimamente me olvido de los nombres de los lectores y las lectoras de
la librería, y eso que con todos ellos converso demasiado, siempre de libros, y
no necesariamente porque estemos hablando de precios o negocios, simplemente
conversando y dejando que el tiempo se vaya en el intercambio de impresiones,
ya sea de una película, libro o de algún partido de fútbol. La mujer, de no más
de veinticinco años, se me acerca y la saludo. Intercambiamos algunas palabras
al vuelo y le digo que estoy con Selecta en la feria de la universidad. Antes
de despedirnos, me dice que disfrutó mucho de la recomendación que le hice, y
no fue necesario pensar en qué título le recomendé y me adelanto a lo que dirá,
cosa que así no me siento tan mal por haberme olvidado su nombre: Qué fue de Sophie Wilder de Christopher
R. Beha.
lunes, agosto 24, 2015
domingo, agosto 23, 2015
345
Los domingos me levanto relativamente
tarde, me gusta pasarla leyendo, escuchando rock y viendo una que otra película,
la desconexión es la norma. Por supuesto, qué mejor que un bue café pasado y un
suculento tamal de chancho para ver las próximas horas de la mejor manera
posible, en especial ahora que las cosas van a exhibir un cambio algo radical.
Entre
las películas que pienso ver este domingo, hay una del maestro John
Frankenheimer, The Young Savages
(1961), protagonizada por Burt Lancaster. Mientras busco la película, que sé que
está por allí, recuerdo lo que estuve haciendo ayer, como luchando contra la
burocracia en la PUCP, pensando, y respirando hondo, en qué pasa con el
criterio de las personas cada vez que tienen que seguir al pie de la letra una
orden, orden que en la práctica puede perjudicar a no pocas personas durante
horas. Ayer, ningún camión podía ingresar a la PUCP si es que no se tenía un
seguro CTRL (así le decían), hecho que provocó la presencia de una treintena de
camiones que esperaban entrar y que no podían. Ese también fue mi problema,
pero no esperé tanto como los otros, porque me gusta solucionar las cosas
hablando claro y fuerte, apelando al criterio de las personas, en este caso de los
mandamases de la puerta de Riva Agüero, a cuyo jefe tuve que escuelear y de
quien recibí predisposición para el escueleo. Una vez que mi camión ingresó,
contraté a unos cargadores que en menos de un cuarto de hora sacaron las cosas
del camión y las instalaron en el stand de Selecta, que es el mismo de siempre
en esta feria, pero ahora un poco más grande.
Comenzamos a colocar los estantes y
abrimos las cajas y dispusimos de los libros. Lo que me gusta de nuestro stand,
es que aparte de los buenos libros, tenemos una mueblería que llama la atención
por su buen gusto, prácticamente es un stand que ha quedado bastante bonito,
con el suficiente espacio que me permite poner mis cosas, que no son muchas,
pero que justifican mis días: el espacio para mi infaltable termo de café, la
Laptop y los dos libros que pienso que leer en los primeros días, aunque esto
de los libros es un decir debido a los muchos libros que siempre tengo a mi
disposición. Lo malo, porque no todo es perfecto en la vida, es que no podré
fumar como me gusta, con mayor razón ahora que estaré solo en estos días
feriales, puesto que en la PUCP no se permite fumar, pero igual, me las
arreglaré, ya que si pude hacer pasar un camión que no cumplía la documentación
en seguridad, bien puedo sacar provecho de la maña mentirosa para fumarse un
par de cigarritos por día.
sábado, agosto 22, 2015
viernes, agosto 21, 2015
344
Me acuesto tarde y me levanto temprano.
Una película espera en la lectora de DVD. Mi ánimo es otro, porque después de
diez días apareció Silvestre, que se quedó a dormir en la casa, en señal que ha
superado, imagino, los celos que le genera el nuevo perrito que tenemos con
nosotros. Voy a ver a mi gato y converso con él y también veo sus heridas, las
huellas que han dejado las gatas en estos días de furia hormonal. Silvestre me
entiende, sabe que el cariño que le tengo no se verá afectado por el cariño que
le tengo al nuevo cachorrito, su hermano, a fin de cuentas.
Ando interesado en los policiales, no sé
por qué, se me ha pegado esa manía. Y miro y vuelvo mirar absolutamente todo,
hasta las películas catalogadas de menores, pero que sí funcionan bien, puesto
que respetan sus normas, pegadas a su registro. Claro, estas películas eran
filmadas con el único objetivo de
entretener, como lo fue Cop Hater
(1958) de William Berke.
Lo acabo de decir, no es una obra
maestra, pero me gustó. Lamento, sí, que durará tan poco, 1 hora y 20.
La historia es sencilla: hay asesino en
serie de policías. Únicamente policías, a los que acribilla a balazos al salir
de los bares, del puticlub de Mama Lucy o en plena calle mientras se lleva a
cabo una investigación. La película fluye, acorde a las reglas del suspenso.
Sencillamente, cuesta despegarse de ella, en especial cuando ves a Shirley
Ballard, en el rol de Alice Maguire, esposa de uno de los policías que
investiga los asesinatos. En más de un tramo, la presencia de Maguire parece
obedecer a una cuestión meramente accesoria, pero esa impresión comienza a
llegar a un quinto plano, puesto que Cop
Hater se sostiene en el sinsabor existencial de Maguirre, mujer deseada por
los compañeros de su esposo, que no duda en parar en paños menores bajo el
pretexto del calor (en realidad, en la película no hay personaje que no se
queje del calor), como si buscara una salida, la que sea, para abandonar la
vida casera que la está carcomiendo.
Y lo que interesa, no solo en las novelas
policiales, sino también en las películas de este corte, es sencillamente la
interacción entre los personajes. No es nada nuevo lo que digo, pero me veo en
la obligación de hacerlo, en años en los que el personaje como tal, su configuración
moral, es relegado por estrategias discursivas de moda, como desde hace un
tiempo en el cine, aunque mucho más en la narrativa contemporánea.
Termino de ver la película y me alisto
para salir a la librería. Vendrán horas apuradas, no muy frenéticas. Mañana
sábado es nuestra instalación en la Feria del Libro de la PUCP, algo suave en
comparación a la FIL, aunque el problema para mí es que aún no armo ninguna
caja.
jueves, agosto 20, 2015
martes, agosto 18, 2015
"el estilo de los otros"
Los seguidores de la narrativa
latinoamericana contemporánea pueden sentirse bien servidos con el libro de
entrevistas El estilo de los otros
(Ediciones UDP, 2015) del narrador y periodista argentino Mauro Libertella. Nos
enfrentamos, pues, ante una publicación que bien la puedes leer de un tirón o
salteándote, dependiendo, claro, de tu grado de conocimiento de los autores que
ha convocado el argentino. Más allá de posibles estrategias de lectura, la
presente publicación nos sirve como un mapa con espíritu de antología que nos
comunica, en la voz de sus más conspicuos representantes, cómo ha ido
evolucionando la narrativa contemporánea en América Latina, como también cuáles
son los lazos temáticos que comparten sus autores, o, lo que es más importante,
qué es aquello que los diferencia.
Para la presente publicación, Libertella
ha tenido que seleccionar, y como toda selección, esta no es libre de omisiones
(que detallaremos más adelante). En líneas generales se nos ofrece un fresco
atractivo, tenemos a Alberto Fuguet, Diamela Eltit, Alejandro Zambra y Rafael
Gumucio por Chile; a Alan Pauls, Sergio Bizzio, Sylvia Molloy, Matilde Sánchez,
Fabián Casas y Ricardo Piglia por Argentina; a Ercole Lissardi por Uruguay; a
Rodrigo Rey Rosa por Guatemala; a Antonio José Ponte por Cuba; a Horacio
Castellanos Moya por El salvador; a Mario Bellatin por Perú; y a Margo Glantz,
Guadalupe Nettel y Juan Villoro por México.
No hay que pensarlo mucho: viendo la
selección podemos conocer también al lector que hay en Libertella, un lector,
digamos, exquisito, o llamémosle ecléctico. Sin duda, hay nombres a los que nos
hubiese gustado acercarnos más, nombres a los que asociamos cuando se nos habla
de la narrativa contemporánea en América Latina. Sin embargo, lo que parece una
omisión, no es más que una apuesta por poéticas con las que, suponemos, el
mismo Libertella se siente identificado. Es decir, el entrevistador/antólogo no
ha sido parte de la demagogia de convocar a los nombres inamovibles, a los
figurones de toda la vida, cosa que así somos políticamente correctos y contentamos
a la tribuna. Pero en este sendero puede existir más de un peligro, el peor:
que Libertella nos esté ofreciendo una cartografía por demás sesgada del
panorama narrativo latinoamericano actual, entonces, vienen las preguntas
tácitas: ¿por qué no están Rodrigo Fresán, Pedro Juan Gutiérrez, Valeria
Luiselli, Edmundo Paz Soldán y Alejandra Costamagna, por citar algunos nombres,
que bien pueden compartir lazos temáticos y estilísticos con sus convocados,
teniendo en cuenta que un par de ellos, Fresán y Gutiérrez, ejercen un magisterio
silente en no pocos narradores latinoamericanos?
Felizmente, no es una cartografía
sesgada la que nos ofrece Libertella, sino una apuesta en exceso subjetiva que
haríamos bien en saludar para polemizar y discutir y analizar en las voces de
sus protagonistas el mensaje que nos dejan en sus silencios. Me vienen a la
memoria las respuestas de Bellatin, especialmente en cómo fue que llegó a
editar su primera novela, Mujeres de sal,
que obtuvo la mejor prensa posible: el boca a boca de los lectores. Hasta esta
entrevista, mi interés en la obra de Bellatin era nulo, sentía que ya no tenía
mucho que decir como escritor, bastándome solo sus novelas Salón de belleza, Damas
chinas y Efecto invernadero, pero
luego de la lectura de esta entrevista, experimenté una nueva curiosidad por su
poética, o sea, una necesidad, una segunda visita a todas sus novelas. Las
respuestas de Bellatin también son una patada frontal al contexto peruano en el
que se inició como escritor, en cómo este permite que traten a sus artistas y
escritores. No deja de llamar mi atención por qué Libertella lo considera
peruano cuando bien pudo colocarlo con los mexicanos. Bien sabemos que en
México Bellatin encontró las oportunidades que aquí jamás se las iban a dar. Iluminadores,
por decir lo mínimo, resultan las intervenciones de Piglia y Glantz, que más
allá de revelarnos los entresijos de sus poéticas, nos conectan y comprometen
hacia mirada más apasionada y no por ello menos responsable de lo que debemos
detectar al momento de leer, es decir, ir tras la sensibilidad que sostiene la
forma del registro narrativo.
Podemos estar o no de acuerdo en la
selección de Libertella. En lo que sí tropieza el entrevistador/antólogo es en
el uso de distintos métodos de entrevista con sus seleccionados. No todas las
entrevistan gozan del mismo calibre e impacto y hubiésemos deseado la
aplicación de un método clásico en todas las entrevistas. Por ejemplo, siento
que Villoro se pierde en el texto fragmentado, lo mismo podría decir de Eltit.
Más allá de los inevitables reparos, El estilo de los otros cumple un
cometido, tanto para los conocedores y potenciales interesados: ir a la busca,
y nuevo arribo, de estas voces, algunas de ellas algo perdidas e injustamente
no lo suficientemente reconocidas como
Sánchez, Lissardi y Ponte. Sin embargo, el principal cometido lo cumple en la
discusión y polémica que generará, a lo mejor por la selección o las respuestas
de los escritores que dan vida a este libro, y eso es saludable, pues Libertella
propicia una discusión, no importa si esta sea silente entre los escritores y lectores.
lunes, agosto 17, 2015
343
Ciertos domingos tienen el aura de
brindarte la oportunidad de poner en orden las cosas. Cosas que esperabas
encausar y que por más que intentabas, no podías hacerlo. Al menos, en estas
últimas horas tienes el tiempo suficiente para darle un sentido a lo que se
venía germinando, como también potenciar lo que venías haciendo. En fin,
veremos cómo se van desarrollando las cosas.
Días antes mi hermano José Carlos me
mandó un mail en el que me pedía de regreso sus dvd´s de la WWE. Al igual que
yo, por años fuimos seguidores de esta compañía de lucha libre de entretenimiento.
A diferencia mía, él es más coleccionista y en esos dvd´s estaban las mejores
peleas en la historia de la WWE. No me puse a pensar en los motivos de su
requerimiento, que era inmediato, porque en nuestra última conversación
hablamos de los luchadores actuales de la WWE, que a excepción de Cesaro y
Brock Lesnar, son una vergüenza en comparación de la épica que veíamos en los
luchadores que marcaron nuestra adolescencia y primera juventud. José Carlos
quería de vuelta sus dvd´s para volver a los años de gloria en los que éramos
testigos de las batallas de Bret Hart, Hulk Hogan, Tito Santana, Macho Man, The
Big Boss Man, Shawn Michaels, Jake “The Snake” Roberts, los Demolition, The
Ultimate Warrior et al.
Junté los dvd´s y los puse en la mesa de
la sala para cuando pasara mi hermano a recogerlos. Después de almorzar, me
alisté para salir, puesto que debía recoger a mi madre en Jesús María, en un
barrio cerca de la Residencial San Felipe. Mi idea era pasar por la
residencial, cruzar sus parques, caminando lento y volver así a los meses en
los que me gustaba recorrerlo, porque, para ser sincero, después de muchos años
iba a volver a hacerlo. Además, tenía ganas de caminar, caminar despacio, con
la sensación de no saber a qué lugar ir.
Poco antes del llegar a mi destino, me
bajé del taxi en Salaverry, en la intersección del Rebagliati. Pensé en que si
caminaba en diagonal, iba a llegar a la residencial y así recorrerla en calma
hasta recoger a mi madre. Sin embargo, hice mal, porque en vez de caminar por
la Salaverry, lo hice por una calle de la que no recuerdo ni me interesa
recordar su nombre, puesto que a media cuadra de la misma, una cuadra inmensa,
la del Círculo Militar, me di cuenta de que estaba en una calle que a toda
costa trato de evitar.
Hay calles que tienen el poder de
tirarte al suelo, de quedarse con lo mucha o poca vida que puedas tener. No es
la única, puedo encontrar más en Lima y huyo de ellas sin más, alejarme en una
de su patetismo que le quita sentido a mi vida. No hablo pues de calles pobres,
más bien, estas podrían calificarse de sobrias, pero que indudablemente
encierran un mal, proyectan una desazón: la acumulación de los espíritus de los
muertos y acribillados que deben permanecer en el subsuelo de las casas que
habitan la calle. Esa es mi teoría personal, porque luego de barajar muchas
posibilidades, no tengo otra opción que pensar en ello, mirar estos hechos con
otros ojos, no los terrenales.
No me encontraba en una calle que tenía
que evitar. Esa calle a evitar no era mía, porque de haberlo sido, no me habría
bajado del taxi en Salaverry. Esta era la calle a evitar de José Carlos, mi
amigo que se llama como mi hermano. Conozco la pesadez de esta calle gracias a
él, que me pidió hace cinco años que lo acompañara una mañana a recorrerla, de
la que deseaba recoger impresiones para usarlas en una novela que estaba
escribiendo. Aún tengo presente esa mañana, como también su insoportable
pesadez existencial. Hubo un momento en que le pedí que aceleráramos el paso y
salgamos cuanto antes de allí. José Carlos se río y me dijo que quería
comprobar la sensación que él tenía, que no solo era de él, sino también de los
que cruzaban esa calle por primera vez.
Pasaron los años y José Carlos publicó
el libro del que me hablaba y del que leí sus distintas versiones. La calle
aparece en su libro y estoy seguro de que los lectores también han sentido esa
pesadez de la que les hablo.
domingo, agosto 16, 2015
342
En los últimos días, a manera de
ejercicio de memoria, he estado viendo no pocas cowboyadas. No es pues un apego
por el género, sino más bien un interés por viajar en la memoria y ubicarme
entre los 10 y 12 años, en esas noches cuando en Canal 2 se transmitían
películas de vaqueros que miraba con atención, sin saber que años después,
varias de esas películas se convertirían en importantes para mi vida.
Con los años, supe que muchas de estas
películas pertenecían al Spaghetti Western y al respecto nunca me he hecho
problemas por la supuesta pureza que debe exhibir el género en el que se inscriben
las películas ambientadas en el Far West. Más bien, si uno quiere aprender a
narrar sin necesidad de estar tomando un curso o una clase, le sugiero que se
sumerjan en estas películas. Cualquiera de ellas, por más flojas que sean,
exhiben una coherencia narrativa que va de la configuración del personaje a las
descripciones y el hilo de la argumentación bajo la modalidad clásica.
Días atrás estuve en cacería de
películas, en un galpón del Jr. Quilca dedicado exclusivamente a la venta de
películas. En principio, miraba por mirar, pero llamó mi atención una película
cuya portada hizo que recordara a una película que vengo buscando y que hasta
el momento no encuentro. No sé qué edad tenía cuando la vi por primera vez,
quizá a los 10, pues me veo demasiado noble y tierno y, sin duda, crédulo. En
esa película, un malhechor, siempre vestido de negro, huía de otros malhechores
igual que él. En su huida, este malhechor vestido de negro, va matando a cuanto
cazarecompensa se le cruza por el camino, también se las pega de seductor, pero
lo que quedó impregnado en mi memoria de niño noble y tierno y, sin duda, crédulo,
fue que este personaje era un fanático de los huevos fritos. Siempre pedía
huevos fritos, el lugar era lo de menos: en el bar, en el hotel, en las
granjas, también a sus amantes, etc.
Cogí varias películas y entre ellas la
que creía que pensaba que era. Ha llegado
Sartana (1970) de Giuliano Carnimeo. Pensé que podría ser porque en la
portada se veía a un vaquero vestido de negro, totalmente de negro, hasta el
caballo era negro. Tomé un taxi y una vez en casa me puse a verla. No era, ni
por asomo, la cowboyada que esperaba, pero sí una buena película que debería
verse y de esta manera, de a pocos, rescatar el Western, el Spaghetti Western,
lo que gustes, porque este tipo de películas, aparte de ayudar a narrar,
cumplen una noble función hoy en día ignorada: entretener al espectador sin
estupideces, reflejando una épica.
sábado, agosto 15, 2015
hablar, pensar
Confieso que durante mucho tiempo Susan Sontag
fue mi amor platónico. Me enajenaba su pensamiento. Sontag fue ante todo una
pensadora, una mujer atrapada en los torrentes de la inquietud intelectual. A
la fecha, sus ensayos son de lectura obligada, no solo para las plumas del
pensamiento académico, sino también para cualquiera que se precie de lector
serio. Obviamente, esta escritora norteamericana no solo destacó como
ensayista, lo suyo también fue la novela y el cuento, también el cine y el activismo
político. Destacó en cada uno de estos registros, pero valgan verdades, la
Sontag que quedará es la ensayista, así su club de fans se encargue de decir lo
contrario.
Nuestra pensadora era un hervidero de
ideas y sugerencias. Más de una vez dio la impresión de que solo vivía para dar
respuestas, sea cual sea el tema en cuestión. Su verbo quedaba en la médula de
uno, motivándolo a ver la vida y sus vicisitudes de otras maneras. No era para
menos, ella no solo hablaba desde la experiencia de la palabra, también desde
la experiencia vital en la que, por ejemplo, libró lucha contra el cáncer de
mama entre 1974 y 1977. Esa Sontag pensante y vital, la encontramos en esta
joyita: Susan Sontag. La entrevista
completa de Rolling Stone de Jonathan Cott.
Estamos ante un rescate que nos permite
tener en bandeja a una autora en estado de gracia. Por primera vez tenemos la
entrevista completa, no el tercio de la misma que apareció en Rolling Stone en
1979. Uno termina de leer el libro y lo asocia como parte de la obra de la
autora, porque tanto ella como su entrevistador, pusieron de lo suyo para que
esta entrevista-río sobreviva. Prueba de ello es que pasados treinta años, las
respuestas de la ensayista siguen manteniendo frescura y lozanía, debido a que
lo suyo no era solo el saber enciclopédico, sino que también fue una
intelectual interesada en el cine, las modas, el rock y todo lo que tuviera que
ver con la cultura del consumo. En sus preguntas y opiniones, Cott motiva a la
escritora a que brinde lo mejor de sí, por ello, cada respuesta viene
acompañada de extensas digresiones que nos ubican en el centro del pensamiento
de la autora para luego dirigirnos a un envidiable laberinto conceptual, hijo
natural de la cultura oceánica.
Pues bien, en estas respuestas no solo
tenemos a una pensadora comprometida con su inteligencia. Lo que eleva a Sontag
a un estado de perdurabilidad es su compromiso con los tópicos que aborda. Es
decir, hablamos de una intelectual coherente, que no se solazaba únicamente en
la formulación de ideas y en la hechura de discursos que contentaran a la
academia y al público interesado. Sontag se exigía un compromiso. Su discurso
venía acompañado de la coherencia que le permitió lograr una legitimidad que
muy pocos intelectuales, al igual que hace cincuenta años como hoy, pueden
alcanzar. Esta consecuencia la convirtió en una figura de relevancia y respeto
a nivel mundial, incluyendo a quienes no sintonizaban con sus posturas
ideológicas.
Por otra parte, una publicación como
esta es una prueba más de la categoría de género literario con el que deben ser
asumidas esta clase de entrevistas que abordan las vidas de los autores, los
procesos de sus poéticas y que van más allá de la mera información. Estas
entrevistas están llamadas a quedar, ya superaron la barrera del tiempo.
…
Publicado en Buensalvaje 16
viernes, agosto 14, 2015
mujeres
Si algún futuro tiene este país, y si
este país no es menos mierda y corrupto, se lo debemos a sus mujeres. A esas
mujeres que no dependen de nadie, solo de sus capacidades y furia para salir
adelante. He tenido la suerte de conocer a mujeres de todas las edades, todas
ellas con un ánimo de lucha y carentes de conformismo.
Por más que se nos diga que estamos
avanzando como país, y por más que haya idiotas que crean esa mentira, este no
será lo que dicen que sea hasta que no se le reconozcan a las mujeres derechos
fundamentales, siendo ellas las únicas responsables de sus destinos, tal y como
pasó ayer en las calles del Centro Histórico, cuando vi a miles de mujeres
marchando a favor de la despenalización del aborto por violación.
Obvio, algún lector no peruano del blog
se mostrará sorprendido por lo que está leyendo, pero así son las cosas en este
país, en donde sus bases legales y el espíritu dizque democrático que las alimenta
están de cabeza. Bases legales que desde que tengo uso razón no han dejado de
estar a favor del hombre y ese espíritu dizque democrático que no es más que un
discurso demagógico que las ha engañado por generaciones, bajo la promesa de
que llegará el día en que sean tratadas igual que los hombres.
Las cosas no van a cambiar de la noche a
la mañana. En realidad, la lucha que libra la mujer en el mundo entero es ardua
y de acuerdo a su contexto, siendo sus problemas otros, no tan primarios como
los que luchan las mujeres peruanas, que ahora se manifiestan en una generación
que, para bien de todos, no se calla y que sin pensarlo mucho sale a protestar.
Aquellos que fuimos paralelos testigos
de la marcha de ayer, presenciamos la metáfora de lo que es la mujer peruana
hoy en día: en primer lugar, la última reserva moral del país; en segundo, su
ingenio para saber protestar, digamos que con estilo, llamando la atención
hasta del más reacio y cavernícola, que deja sus fines hormonales para estar de
acuerdo con una causa que el sentido común pide apoyar; y tercero, su mágica naturaleza
salvaje para no quedarse callada ante los atropellos, tal y como se vio ayer ni
bien la policía comenzó a replegarlas, persiguiéndolas con insultos y gases
lacrimógenos. Cualquiera hubiera pensado que allí acababa la manifestación,
pero no, ciudadano de a pie, nuestras mujeres se les enfrentaron a los
policías, sea vestidas, desnudas o semidesnudas. Había que ofrecer una
resistencia y ellas supieron resistir, hasta en las peores condiciones
mostraban estilo y un encendido y contestatario ánimo festivo.
Esta marcha, como me lo supongo, será
ninguneada por los medios de comunicación, que la están pintando como una
manifestación de un par de centenares, cuando lo cierto es que hubo miles de
mujeres en las calles. Lo que hicieron viene generando un eco y de ese eco
también se cuelga hasta la Primera Dama. Los medios son mezquinos, lo sabemos,
pero más poderoso que estos es la radio Bemba, esa voz del ciudadano que se ha
dado cuenta de que es el momento de apoyar una causa, un reclamo justo en todos
los sentidos y que debe honrarse legalmente, que de suceder, se lo deberíamos a
las mujeres como las que salieron ayer.
jueves, agosto 13, 2015
341
Muchas
personas se quejan del frío, no niego que no haga frío, pero mi organismo ha
hecho de mí un hombre caluroso que detesta el calor. Hace unas horas, mientras
veía una película sobre mujeres dedicadas al ballet, sentí mucho calor,
demasiado. Esta sensación la había estado sintiendo desde días antes, pero lo
de esta madrugada sí fue el arribo a lo insoportable. Siempre tengo calor, pero
nunca antes lo he sentido de esta manera, que hizo que me desnudará y tratará
de dormir así.
Hay pues una anécdota sobre Cabrera
Infante, que no pudiendo contener la furia que le deparaba el silencio, desafío
al frío londinense y se quitó la ropa para escribir el primer borrador de Mapa dibujado por un espía, en donde
diría lo que hasta ese momento no se podía decir de la represión castrista en
Cuba. Obviamente, mi desnudez no obedecía a arranques literarios, aunque me
puse a escribir varios textos, intercalándolos. En esa situación estuve durante
un par de horas, ayudado y protegido por la voz de Bob Dylan. A eso de las
cinco volví a arroparme y me puse a releer a Cabotín, en especial sus crónicas
y artículos literarios.
Un grande Cabotín. Un grande que debe
salir de los predios de la academia e insertarse en el imaginario de los
lectores peruanos. Circula en algunas librerías Obras reunidas de Cabotín, magnífico trabajo de Miguel Ángel Rodríguez
Rea sobre esta suerte de escritor total. Lo de Cabotín no solo fue el
periodismo, también la novela, el cuento, la poesía y el teatro. En novela,
tiene una que es toda una delicia: Cartas
a una turista.
“Volvamos a Cabotín”, me repetía y es lo
que pensaba mientras venía en el Metropolitano, listo para hacer funcionar
ahora así la librería. Cruzando la Plaza San Martín, aún con la epifanía de los
artículos de este escritor modernista peruano, me acordé de llamar a mi amigo
Paul, para preguntarle cuándo podría tener más libros de su editorial, porque Izquierda Unida de Alvarito se ha
agotado, literalmente voló ese poemario que no es una maravilla poética, pero
que sí está muy bien y del que sí puedo recomendar su lectura. Así juega este
pechito: lee libros, no personas, no importa qué cosas sean sus autores.
miércoles, agosto 12, 2015
martes, agosto 11, 2015
superioridad moral
En estos días he visto las reacciones de
varios intelectuales peruanos, ya sea por medios virtuales, impresos y de forma
presencial, a razón de un artículo de Fernando Rospigliosi, publicado en El
Comercio.
No es para menos, pienso, puesto que Rospigliosi
encara a la doble moral de la izquierda peruana, en especial en los párrafos
finales de su texto.
Al respecto, puedo decir algunas cosas,
que tengo presente porque he estado leyendo en la hemeroteca de la BNP los
periódicos nacionales del 2010 y el 2011, como quien refresca la memoria sobre
la campaña electoral a la presidencia que ubicó Ollanta Humala en el sillón de
Palacio de Gobierno.
Rospigliosi subraya una característica
nefasta de la izquierda peruana: su discurso condimentado de superioridad
moral.
En lo personal, la superioridad moral de
la izquierda peruana es algo que me genera más de un dolor de cabeza. Como
también indignación, porque la gente más corrupta que he visto en mi vida, y
que en contados casos he tenido el disgusto de conocer en persona, han
pertenecido a la izquierda. También he conocido gente corrupta de la derecha,
no tanto como en la izquierda, pero al menos estos se cuidan de no estar
creyéndose los representantes morales, no se alucinan los ciudadanos
comprometidos que tienen la razón y que solo en ellos está la solución que
tanto necesita el país para salir de la injusticia y el subdesarrollo.
Lo he dicho más de una vez: si este país
fuera normal y sus intelectuales de izquierda fueran personas normales, yo
sería un abierto y declarado seguidor del discurso de izquierda peruano.
Lamentablemente no es así, nunca ha dejado de exasperarme la doble moral de
nuestra izquierda y me apena decirlo porque tengo muy buenos amigos que se
identifican y defienden la causa de la izquierda. Cada vez que hablo con ellos,
yo, sin ser de izquierda, me siento más defensor y difusor de la misma que mis
amigos y conocidos zurdos.
Para mí, muchas cosas se rompieron en esa
campaña del 2010 – 2011. Me alejé de los viejos y jóvenes izquierdistas por
inmorales, y el motivo de mi alejamiento se debió al punto que aborda
Rospigliosi, el cual justifica este post: si eres de izquierda (en realidad, si
eres una persona con valores y con sentido común), no puedes apoyar a un
potencial sospechoso de violación de derechos humanos. Así de simple es la
figura. Pero esta figura importó poco o nada a la los izquierdistas de
entonces, que a lo bestia creyeron en un plan de gobierno capitaneado por un
tipo manchado en sangre. El apoyo a Humala no era más que una negación de los
principios que tanto decían defender. La actitud ante ello era mirar para otro
lado, era formar una fuerza, una trinchera, seguramente en un inicio pequeña
pero a la vez coherente con sus principios.
No es poca cosa. Los intelectuales
izquierdistas peruanos se hacen llamar los defensores de los derechos de los
menos favorecidos, pero al momento patentar esa defensa, se nublan y llevan a
cabo esa defensa de acuerdo a oscuros intereses, llámale intereses ideológicos.
Por esta razón, cuando veo a esos izquierdistas que apoyaron día y noche a
Humala, o sea, a un sospechoso de violación de derechos humanos, al que hoy en
día critican, y que no contentos con eso tienen la sinverguenzería de brindar
otra alternativa política en vistas de las próximas elecciones, no puedo sino
sentir asco por ellos. Obviamente, uno se puede equivocar, y si te equivocas,
por lo menos brinda una disculpa y una autocrítica públicas, de acuerdo a la
reciprocidad del apoyo que tuviste con un potencial sospechoso de violación de
derechos humanos. Eso es lo mínimo que deben hacer nuestros intelectuales de la
izquierda peruana. Solo así tendrá consecuencia ese discurso de llamarse
intelectuales comprometidos.
lunes, agosto 10, 2015
339
El domingo salí temprano a correr. Más
temprano que de costumbre. La primera sorpresa: no tenía el atuendo para correr
en invierno, solo el que usaba en verano. Pero no importa, me dije, el trote me
calentará. Salí de casa, pero al llegar a 3 de Febrero, decidí cambiar de ruta
e ir por el barrio de los gitanos, la calle Fortis, hasta el parque homónimo de
la calle, que recordaba como uno de los más grandes de Apolo.
Necesitaba el cambio de ruta, ya no le
tenía el gusto a todas las rutas posibles hacia la Videna. Además, en los
últimos días he estado recordando el parque Fortis. Corría por la calle y me
alegré de recibir los saludos de un par puntas, Alfredo y Renzo, a las que no
veía en años, pero que me tenían presente a razón de algún partido de fulbito o
básquet. Después de mucho tiempo corría por esta calle y en cuestión de minutos
la sentía muy mía en comparación a las otras calles de la urbanización.
Después de lo este día, la calle Fortis
no será, al menos para mí, la calle de hostales. En un momento, puede aturdir
la cantidad de hostales que uno encuentra, de todos los tipos y de todos los
precios posibles. Para los negocios, estos gitanos son campeones, aún más que
los vecinos de la calle de los judíos. Antes de llegar al parque, me cruzo con
un par de chicas que venían caminando y con atuendos deportivos. Ambas me miran,
y yo las miro, pensando que las debo ubicar de algún lado. Una de ellas me
advierte de mi juego de llaves, que está pendiendo de un bolsillo de mi short y
que en cualquier momento se me puede caer. Le doy las gracias.
Resulta raro encontrar a gente a las
seis de la mañana y con un frío no menos que en su vibrante expresión. Sigo
avanzando y hago memoria. Una de las chicas, la que se quedó callada, solía pasear
con sus patines por mi cuadra y en alguna ocasión la ayudé cuando se sacó la
mierda al estrellarse con uno de los postes de luz de la cuadra. Hablo pues de
hace más de diez años y las imágenes de Jazmín, porque ese es su nombre, me
quedan muy nítidas. En lo poco que hablamos aquella vez que la ayudé a
levantarse, me enteré que practicaba ballet clásico y que estudiaba derecho.
La decepción la tuve al llegar al
parque. No era como yo lo pensaba. El parque Fortis siempre ha sido uno de los
más descuidados de Apolo, pero gigante e imponente. Precisamente, quería
recorrer esa imponencia en cinco vueltas a ritmo sostenido, pero no iba a ser
posible. Ahora el parque estaba muy bien arreglado, pero su nuevo ornamento le
ha quitado espacio. Ya no era el parque imponente que vi la última vez. No
demoré en dar con la respuesta: ya no era un parque gigantesco porque se
destinó parte del parque, el que comunica a Arriola, a la construcción de
cocheras y complejos deportivos de césped sintético.
No era el lugar en donde pensaba dar las
vueltas, pero era lo que tenía a la mano. Además, se me había antojado un
chicharrón de calamar y leche de tigre en El Marino. No me hice problemas. Hice
las vueltas que pensaba. Al terminar me senté en una de las bancas y esperé a
que el día se aclare un poco más. El sueño de a pocos se apoderaba de mí, pero
no, primero era el chicharrón de calamar más la leche de tigre, luego el
duchazo y luego al sobre hasta el mediodía.
domingo, agosto 09, 2015
franqueza
Pensé que tendría problemas con la
puerta de la librería. Esta puerta se malogró durante los días que estaba en la
FIL. La personas que habían intentado arreglarla me dijeron que el golpe que sufrió
fue tan fuerte, según ellos, que era necesario cambiarla por otra. Felizmente,
esta puerta es como una extensión de mí, digamos, mi cuerpo, un miembro más del
que conozco sus secretos y sus tiempos, siendo parte de mi memoria cada uno de
sus movimientos. Cuando llegué, sin negar una sensación de asombro luego de
varios días sin saber nada de la librería, observé la puerta, quizá durante
tres minutos. Felizmente, cuando la subí, hice un ligero movimiento a la derecha
y la puerta se portó como debía portarse, como una puerta corrediza.
Hice lo que tenía que hacer, pero
también supe que había sido un error abrir la librería sabiendo que aún estaba
cansado. Algo debía hacer al respecto, mantenerme despierto, lo suficiente para
darle un orden a la librería, a dejar los espacios libres para cuando
regresemos las cajas del almacén. Puse las cosas listas, el asunto no me
demandó más de veinte minutos. Estaba entre la idea de regresar a casa o seguir
en la librería. La primera opción se imponía, y me aboqué a su concreción,
alisté mis cosas.
Sin embargo, siempre sucede algo, y me
alegra que siempre sucedan cosas, sin forzarlas en absoluto.
Vino una lectora de este blog. Su nombre
es Natalia. Natalia me dice que le han gustado los libros que le he
recomendado, pero también me pregunta por qué nunca le recomiendo libros
peruanos. No es que no le recomiende, porque sí le he recomendado lo que tiene
que leer, según mi criterio. En cuanto a la literatura peruana última, ya sea
en narrativa y poesía, prefiero que ella, así como los muchos lectores que
conozco, abran su camino y descubran por sí solos lo que van a leer.
Obviamente, lo único que les digo es que antes de comprar un libro, le den la
tolerancia suficiente, una de treinta páginas como mínimo.
Sigo hablando con Natalia y aparece Ángel.
Ángel es también lector del blog. Me pregunta lo mismo que me preguntó Natalia
hace un rato. Prendo un cigarro, el primero en día y medio, y no soy ajeno a
esa sorpresa. A lo mejor se deba a que es sábado, día en que tengo muchas
visitas de amigos y amigos-lectores. A lo mejor, los que vengan después también
me pregunten lo mismo. Quizá, pienso.
Ahora la conversa es de tres. Llegamos a
un punto en que Natalia y Ángel también llegan a una sola inquietud, o quizá
conclusión: no creen en la crítica.
Natalia estudia literatura, en la PUCP.
Ángel también, pero en San Marcos.
No creen en lo que escuchan/leen en la
academia. Como es un mundo que no conozco, no puedo opinar mucho al respecto.
Aunque también piensan lo mismo de las reseñas y textos sobre literatura que
leen en los medios impresos y virtuales.
Detecto el síntoma, el punto de quiebre
de sus sinsabores intelectuales.
El problema, les digo mientras acabo mi cigarro, no es la falta de nivel. Más bien, lo que sí hay es nivel, sea en la academia y en los medios. Lo que no hay es franqueza de quienes opinan, escriben y pontifican sobre libros. Si a esta falta de franqueza la condimentamos con lustrabotismo, figuretismo y un loco afán de quedar bien como sea con editores y autores, el escenario se pinta como una gran mentira de raíces profundas. Eso es lo que ocurre cuando se lee personas y no libros.
El problema, les digo mientras acabo mi cigarro, no es la falta de nivel. Más bien, lo que sí hay es nivel, sea en la academia y en los medios. Lo que no hay es franqueza de quienes opinan, escriben y pontifican sobre libros. Si a esta falta de franqueza la condimentamos con lustrabotismo, figuretismo y un loco afán de quedar bien como sea con editores y autores, el escenario se pinta como una gran mentira de raíces profundas. Eso es lo que ocurre cuando se lee personas y no libros.
sábado, agosto 08, 2015
338
Tuve problemas para dormir. Quizá sean
las obligaciones a cumplir en los próximos días, o el hecho de haber prendido
el celular después de varios días, detalle que hizo que recibiera cerca de
treinta mensajes de texto y más de cuarenta llamadas perdidas. Lo único que
estuve haciendo fue dormir y leer, y claro, viendo películas.
A eso de las tres de la madrugada,
necesitaba despejar mi mente y busqué una película que tuviera la cualidad de
contar una historia, algo para pasar el rato y quedarme dormido hasta tarde.
Me puse a buscar, bajo la curiosa
asesoría de mi gato y mi perro, que han empezado una amistad. En esa búsqueda
encontré Nighcrawler (2014) de Dan
Gilroy. Aunque su nombre comercial en salas latinoamericanas fue de Primicia mortal. En nuestras salas, para
variar, pasó desapercibida, según recuerdo.
En su sencillez, esta película puede
abrirse paso como un referente para próximos trabajos que aborden la alienación
del individuo entregado a un absorbente solipsismo, producto del desempleo y de
la carencia de oportunidades para desarrollarse. El rol protagónico recae en el
actorazo Jake Gyllenhaal, que nos ofrece un personaje digno de recordar, el
border Lou Bloom.
Bloom es un ladrón de poca monta, si
fuera un personaje peruano, este se dedicaría al robo de celulares, relojes y
carteras, o una bicicleta como máxima hazaña. Bloom, en una noche de correrías,
descubre el trabajo que hacen unos reporteros free lance, que filman accidentes
o atracos, los cuales venden a los noticieros. A nuestro protagonista se le
prende el foco y consigue una cámara filmadora más un scanner para detectar las
llamadas de la policía. De esta manera empieza su ascenso y en este trayecto
conoce a Rina, maravillosa René Russo. Rina es la productora de un noticiero
caracterizado por impactar antes que informar. Bloom le vende videos a Rina, aunque
otros productores podrían pagarle más, pero Bloom siente una necesidad de Rina,
ya sea por la atracción sexual como también amical. Rina es pues la maestra de
Bloom, que de no tener nada comienza a manejar sumas de dinero que le permiten
tener un ayudante en su búsqueda nocturna de noticias.
Gilroy no es nuevo en la dirección,
aunque en realidad lo es porque Nightcrawler
es su ópera prima. Sin embargo, su hoja de vida es no menos que rica, ha sido
durante casi treinta años guionista de oficio, es decir, tiene experiencia y
sabe lo que hay que hacer en los thrillers. Pero el oficio no sería nada sin
Gyllenhaal, que nos aporta un personaje con evidentes problemas neuronales,
pero que ha sabido hacer de sus carencias un punto de apoyo. Bloom no aspira a
más, solo a tener el dinero que le permita vivir tranquilo y a hacer patente en
su vida el poder, es decir, la excitación del mismo, que le permita
justificarse. Solo en la noticia efectista condimentada con violencia y harta
sangre, encuentra su lugar en el mundo. Esto lo vemos en la escena en la que
discute con su ayudante que se niega a cumplir una de sus órdenes: ubicarse en
un plano en diagonal en la calle, listo para grabar la detención de un par de
asesinos en un restaurante, que no saben que serán partícipes de un tiroteo con
la policía que los viene a arrestar. Gyllenhaal demuestra toda su versatilidad
en un personaje difícil, porque Lou Bloom es un personaje difícil, entre la
locura real y la impostura. Hay que ser grande para hacer de un perdedor como Bloom
uno para recordar.
Saqué el disco de la lectora a eso de
las cuatro y media. No sé a qué hora me despertaría después. Pero eso no
importaba, tenía la mente despejada e hice el gran esfuerzo de levantarme de la
cama para prender la Laptop y abrir el archivo en Word de siempre, quizá para
seguir el texto que no sé qué es pero que vengo escribiendo desde hace diez
años; ese archivo, lo escrito en él, se ha vuelto una suerte de droga, no puedo
empezar mi día sin escribir en él lo que me venga en gana y mientras seguía
llenándolo de palabras, mis dedos corrían al ritmo de algunas escenas de Nightcrawler. No sé a qué hora terminé
de escribir, pero cuando escuché los primeros sonidos inevitables del día, me
detuve. Me serví café. Vi lo escrito y me metí al sobre.
viernes, agosto 07, 2015
337
Alguna vez he dicho que soy muy sensible
al sol. Ahora que estamos con esporádicas manifestaciones solares en pleno
invierno, y si estas manifestaciones me cogen en plena calle, no tengo otra
opción que buscar un lugar con sombra, de paso que me alisto una nueva dosis de
cremoso bloqueador.
Me encontraba caminando por Javier Prado,
pero el sol salió y debí encontrar un lugar, sentía la quemadura y el olor
creciente de la piel que se tuesta. Fui pues en busca de este lugar, que fue
finalmente un café ubicado entre Aviación y Javier Prado. Pedí un jugo de
granadilla con mandarina, más un café que me servirían después. Puse el
bloqueador sobre la mesa, pero al sacarlo me encontré con el ejemplar de la
novela Qué fue de Sophie Wilder
(Libros del Asteroide, 2013) del narrador gringo Christopher R. Beha.
Esta novela la terminé hace un par de
semanas y no sé por qué aún la tenía en la mochila. Al cabo de un rato supe que
la tenía allí porque dejé esa mochila por otra durante los días de la FIL. La
sorpresa era benéfica, ya que me puse a releer la novela, una novela que es muy
buena en su sencillez narrativa. Beha es también un estilista, pero ante todo una
pluma de narrar historias. Recuerdo que la leí en cuestión de dos días, en las
horas y minutos muertos que siempre hay en toda jornada laboral.
Más de una vez amigos y conocidos me
preguntan en qué tiempo leer con todo lo que se tiene que hacer durante el día.
Al respecto no me hago problemas, yo tengo libros para leer en casa y los que me
sirven para leer durante el día. Es solo agarrarle la maña y explotar el libro
en todo lo que se pueda. Pues bien, Qué
fue de Sophie Wilder es estupenda, no solo en la experiencia de la lectura,
sino que se ajusta para ser picada en los tiempos muertos.
Quizá para algunos el argumento no sea
del todo atractivo, aunque para mí sí lo es: Charlie Blakeman es un escritor
frustrado que recuerda a su ex novia de la universidad, Sophie, que sí ha
tenido éxito como escritora, y quien reaparece en la vida de Charlie después de
muchos años. Charlie retorna emocionalmente a los fantasmas de sus años
universitarios a razón de este reencuentro, pero Sophie vuelve a irse, sin
previo aviso, de la misma manera en que reapareció. Entonces Charlie decide
escribir la vida de la mujer que aún ama. De eso va, Beha nos ofrece un mosaico
de lo que pudo ser y de lo que no fue de las vidas de Sophie y Charlie. Sophie
se nos revela en estas páginas como una mujer de armas tomar, quizá como la más
tierna, solidaria, escéptica y suspicaz, como también una devoradora de hombres
a los que deja destrozados, porque hay algo oscuro en su mundo emocional, que
Beha desmenuza con inteligencia, manteniendo el interés del lector, conectando
con él, por la sencilla razón de que todos fuimos alguna vez Charlie o Sophie,
sensibilidades que solo aspirábamos a vivir, experimentar, y claro, también
cargar con disgusto las consecuencias de aquello que decidimos vivir y
experimentar.
Olvidé usar el bloqueador, el sol se
había retirado y sentía el embate del frío. Pedí otro café. Lo pedí por pedir,
sin pensar en que tenía que tomar un taxi a mi destino de la tarde, pero poco o
nada importó ese destino. Estaba nuevamente en la novela y me gustaba esa
sensación de regresar a lo ya recorrido. Esto es lo que también debería hacer una
buena novela: hacer que pospongamos nuestras responsabilidades, no una, sino
más de una vez.