sábado, abril 29, 2017
No soy ajeno del fetichismo literario.
Por ese solo motivo, llevo horas pegado a la última publicación de mi autor
preferido, quizá el responsable de que exista este blog, al punto que el título
del mismo es un guiño abierto a una de sus novelas más celebradas, quizá la
mejor, La fortaleza de la soledad.
Así es, consumo todo lo que escribe
Jonathan Lethem. Pero el libro que me excluye de las actividades en estas
últimas horas, transita los sinuosos y estimulantes caminos del ensayo. Además,
aún no ha sido traducido al castellano, pero no creo que demore mucho para que
suceda.
Lo tengo en manos gracias a una lectora
empedernida, también fanática de Lethem, con quien siempre es un gusto
compartir lecturas por el simple hecho de hacerlo, reforzando la complicidad
que genera la impresión bienintencionada, porque eso es la lectura, la
extensión de su sola experiencia.
Mira su título: More Alive and Less Lonely. Y el subtítulo: On Books and Writers.
Lo que nos gusta de Lethem es su acervo
cultural, que no solo se limita a lo que erróneamente se cree cuando se nos
habla de ello, sino que este crisol se alimenta no solo de referencias canónicas.
A saber, a la fecha es uno de los difusores de la obra de autores otrora
menores como Philip K. Dick. Claro, este autor de ciencia ficción estaba
destinado a imponerse en el imaginario del lector, tarde o temprano. Pero hacía
falta un discurso que lo conectara no solo con los seguidores de la ciencia
ficción, y esa función la llevó adelante Lethem.
Ni hablemos de su prosa, que nos revela
a un aprovechado discípulo de Turguénev, en agraciado viaje psicotrópico, vale
anotar. Aunque el ruso no está entre sus declaradas influencias, bien sabemos
que los grandes saben bien cómo esconder sus fuentes narrativas.
Fácil escribiré una reseña de este
libro, que como ya indiqué, se me ha impuesto como una lectura que separa a
todas las demás.
viernes, abril 28, 2017
una feria con actitud
Luego de una tarde dedicada a la
investigación en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, decido ir al
Ministerio de Cultura en lugar de regresar inmediatamente a casa.
Uno de los placeres mayores del lector
yace en el sencillo acto de recorrer una feria de libro. Eso, recorrerla,
mirar, saludar, conversar y, cómo no, encontrarse con los amigos y conocidos. Pues
bien, cuando se tiene que criticar, se hacen los señalamientos, y cuando hay
que saludar propósitos, se reconoce. En este sentido, felicito a la oficina
ministerial de la Dirección del Libro y la Lectura por la realización de la
Feria de Editoriales Peruanas La Independiente, iniciativa distinta a la
realizada el año pasado, llamada Festival del Libro y de las Ideas.
Ingreso al ministerio y me dirijo a la
Sala Kuélap y lo primero que llama mi atención es la disposición de los
espacios designados a los expositores de las editoriales, del mismo modo el
espacio destinado a las presentaciones, configurando ambos una proyección de
unidad, de integración, en la que se respira lo que interesa: el libro como
razón de encuentro. Visto esto, pasamos al recorrido detallado, en los que
hallamos las novedades editoriales de los sellos limeños, pero ante todo seremos
testigos de los que se publica en las ciudades del interior, como Cusco,
Moquegua, Piura, Juliaca, Trujillo, Tarapoto, Chimbote y Puno.
En mi experiencia de caminante ferial,
esta es la primera vez que puedo decir que sí me encuentro ante una feria que honra
su nombre. Por ello, la sola existencia de esta feria inclusiva es motivo de
celebración y esperemos que se convierta en una tradición. En otras palabras:
que su continuidad no esté supeditada a razón de la poca o mucha venta de su
primera edición.
Sin embargo, y como en toda primera edición
ferial, con mayor razón una de esta característica, no es ajena a falencias
naturales, pero si las analizamos objetivamente, no estamos ante crasos yerros,
sino perfectibles. Nada grave que señalar a menos que se quiera hacer alarde de
la mezquindad.
Y para terminar, espero que en estos
días feriales los editores independientes se reúnan y busquen impresiones
comunes que les permita fortalecerse como grupo. La mayoría de las veces, esto
se logra en un ambiente ferial, en lo discutido en la informalidad que depara
el “tiempo libre”. Solo así podrá forjarse una actitud en conjunto que sustente
formales propósitos mayores. Además, es mi deseo que entre lo discutido se
consolide el testimonio mayor que se debe guiar a todo aquel que se hace llamar
editor: consolidar el discurso de la importancia de la lectura en la práctica
de la edición.
…
Publicado en SB
jueves, abril 27, 2017
¿y ahora?
Algunos lo señalamos en su momento,
otros se fueron dando cuenta a medida que pasaban los años, y muchos decidieron
persistir en la fuerza de la fe ideológica. Ahora vemos que esa fe ideológica
de poco o nada les sirve puesto que la realidad se les ha estrellado en la
cara.
Si la izquierda peruana no toma posición
al respecto y lleva adelante una autocrítica, pues tendrá que conformarse con
la vergonzosa certeza de que jamás será gobierno.
Lo recuerdo bien: no había amigo o
conocido de izquierda que no considerara al entonces candidato presidencial
Ollanta Humala como la verdadera alternativa de cambio para el país. No
importaba el rango de influencia, todo izquierdista apoyaba esta candidatura, a
sabiendas que sobre Humala había un proceso judicial por violación de Derechos
Humanos. Al respecto, no hay mucho que discutir sobre la anormalidad moral de
la zurda peruana, porque de ser pensante y coherente, como imagino es la
izquierda en otros países, esta candidatura hubiese sido inviable, ni siquiera
puesta en mesa como carta a apoyar. Entonces, se apoyó a Humala teniendo
conocimiento de la mochila pesada que cargaba, mochila que era la metáfora de
las ignominias que critica la izquierda local.
Al respecto, ¿qué decir de los audios
que hunden a Humala a la categoría de asesino que compra testigos para que
cambien su versión de los hechos, para que estos se cambien su testimonio sobre
el “Capitán Carlos” en los años del Conflicto Armado Interno? ¿Es consciente la
izquierda peruana de su chanchada? ¿Acaso no tiene líderes con entereza moral que
sepa deslindar desde ya ante lo que ya es una bomba que dinamita su poca
reserva moral?
Pienso en las mujeres y los hombres
pensantes e intelectuales de la izquierda, no solo en los escritores peruanos,
que apoyaron, desde antes de la primera vuelta del 2011, día y noche esta
candidatura que sabían manchada en sangre. Una reacción se hace necesaria,
aunque sea un susurro alcoholizado de dignidad, por lo menos una impostura
valiente de superioridad moral. Hoy en día, como nunca antes, los principios
morales de la izquierda peruana están cuestionados. Cualquiera se puede
equivocar, pero no se puede estar callado si apoyaste a un asesino.
miércoles, abril 26, 2017
¿guerra civil?
Un alto a las actividades del día para
ponerme a revisar ciertos mails colectivos. Por lo general, no los reviso, pero
desde el lunes me puse a analizarlos al vuelo. La impresión no era nada buena, y
para tener certeza de la misma, chequeé también ciertas cuentas de mi Facebook.
Entonces compruebo lo que temía, la
sospecha guardada durante años se manifiesta ahora sin rubor en la mayoría de
peruanos activistas menores de treinta años, proyectando con orgullo el fulgor
de la ignorancia conducida hacia el aplauso gracias a la pose justiciera, al
cuestionamiento idiota, que bien puedes llamar actitud crítica contra las
injusticias del sistema neoliberal.
Okey.
Tener actitud crítica es lo que
caracteriza a la mayoría de activistas menores de treinta años, en realidad a
todo activista, incluso a los eternos adolescentes que están a nada de cumplir medio
siglo. Pero lo que veo, y con pavor, en los semilleros del activismo, es una
mescolanza de conceptos que los lleva a erigir involuntarios discursos por
demás inmorales. El más recurrente: hablar/escribir como si las huevas sobre
los años marcados por la lucha entre el Estado y los grupos terroristas,
llamando a aquel periodo Guerra Civil.
¿Guerra Civil?
Una visita a las bibliotecas y hemerotecas
se hace necesaria para saber lo que significó ese baño de sangre, como también dejar
de lado lo que diga al respecto cualquier gurú borrachín o académico resentido
que pretende llevar a la cátedra lo que de joven no se atrevió. Hablar de Guerra
Civil, su sola nominación, nos lleva a una legitimidad de la lucha emprendida.
Y esa legitimidad se presenta por medio del pueblo. En este sentido, no hubo
polarización en la población en esos años sangrientos. Ni en el interior del
país, ni en la capital, los grupos terroristas gozaron de esa prerrogativa. Lo
que hubo fue un Conflicto Armado Interno que dejó decenas de miles de peruanos
asesinados.
Por eso, queridos semilleros del
activismo, pónganse a pensar antes de escribir/hablar de Guerra Civil en Perú.
No hubo tal cosa. A leer, pues.
doble rasero
En estos días, en los que decido sí
utilizar o no una muñequera durante los próximos dos meses, me pongo a revisar
los artículos publicados el último fin de semana en los diarios locales.
Prefiero eso a seguir la lectura de un libro que no muestra la más mínima inspiración
narrativa, el cual comentaré en las próximas semanas.
Me pongo al día con los artículos y uno
de la periodista María Luisa del Río revuelve mis recuerdos. Lo pueden leer
aquí.
Pero antes de pasar al detallado al
vuelo de los recuerdos, pongámonos en onda para entender la situación: la
semana pasada un par de cantamañanas argentinos se pasearon por medios de
comunicación y universidades promocionando un libro escrito al alimón, en el
que se nos “explica” y “alerta” (ojo con el entrecomillado) sobre la mentira discursiva
que sustenta a la ideología de género. A causa de la promoción de este
mamotreto, los cantamañanas fueron enfrentados por Patricia del Río en RPP. Ya
sabemos lo que ocurrió después: los cantamañanas argentinos terminaron ganando
una batalla discursiva, hecho que encendió la cólera de los defensores de la
ideología de género en nuestro país, además, PdR pagó cara su actitud,
recibiendo una andanada de señalamientos por su poca preparación cuando bien
pudo salir airosa de aquel debate si hubiese hecho lo que se supone debió.
El artículo de MdR es claro en su
propósito: defender la reacción de su hermana. Y aplaudo esa actitud, porque
para eso están las hermanas y hermanos, para defenderse y apoyarse. Sin
embargo, lo mismo que dije de PdR, también puedo decir de MdR, aunque para ella
el doble rasero se muestra en el esplendor de su metáfora: la indignación
estratégica.
Creo que estamos de acuerdo en un punto:
mujeres y mujeres pensantes, y de buena voluntad, debemos sumarnos a la lucha
contra los pequeños y grandes abusos que sufren miles de mujeres en este país.
Y sé que al respecto MdR estará totalmente de acuerdo conmigo. En lo personal,
me aúno a esta causa por convicciones de igualdad y respeto entre mujeres y
hombres, sin importarme en lo más mínimo si simpatizo o no con el discurso
feminista.
Pero MdR dice lo siguiente en su
artículo, la dinamita que hizo explotar mis recuerdos:
“El acoso sexual es violento aquí y en
la China, y no se detienen balas de cañón con plumas de ganso.”
Cierto. El acoso a las mujeres en Perú
es, desgraciadamente, una norma social aceptada y festejada.
Sin embargo, qué pensar de esa sentencia
cuando tuvo que tomar posición cuando el año pasado se dio un sonado caso de
acoso que tuvo a Gustavo Faverón como infeliz protagonista. Pueden leer aquí lo
que escribió al respecto.
Allí, para MdR las formas, la
objetividad y el cruce de información sí valían. No pues, en ese artículo se
exhibió una postura tibia, por no decir hasta las huevas. No hizo lo que debió
como periodista, menos como una que muchas veces se ha definido como denunciante
contra los maltratos a la mujer: investigar antes de opinar en su columna.
Además, esta actitud de MdR la relaciono con la que tuvo el colectivo Niunamenos versión Perú, que también
hizo eco de las formas. Tanto MdR y la mayoría de feministas del mundo letrado
local se comportaron igual que cualquier teniente de comisaria de barrio cuando
llega una mujer dispuesta a denunciar a un acosador identificado.
Lección: que no se vuelva a repetir.
lunes, abril 24, 2017
basuco
Compré Basuco, la revista de los narradores y críticos Fernando Toledo y
Richard Parra. La leí en mi recurrente café barranquino, del que soy fanático
por su pastel de pasto, como dice Inés, o llámalo pastel de acelga. No pensé
que me quedaría mucho tiempo, porque en principio quería revisar la revista en
sus aspectos generales, como el diseño, la diagramación, que exhibían un
criterio que me recordó a cierta estética visual revisteril de fines de los noventa,
pero esta es otra cosa, con más nervio y lejana del efectismo. Entonces, lo que
parecía una revisión se convirtió en una atención excluyente, al menos durante una
hora. Pedí otro espresso y cambié el pastel de pasto por una empanada de carne.
No era para menos, el editorial de la
revista, Cuadrúpedo basuco, anuncia
la pauta ideológica y estética que presentarán sus páginas. Si la memoria no me
falla, no recuerdo haber leído un editorial que supure tanta rabia festiva
conducida por senderos que cuestionan, entre otros aspectos, a las actuales tendencias
narrativas, del mismo modo a las putas poses de aquellos que se hacen llamar
escritores e intelectuales. En realidad, es una patada en la entrepierna que
ojalá haga pensar a más de un(a) atorrante. En otras palabras, Basuco, al galope entre la ficción y el
ensayo, se anuncia como una revista incómoda, y eso lo que me gusta más de este
primer número, que pese a encontrar contados textos de los que esperábamos más,
exhibe personalidad.
Dije que esperaba más, y al respecto pienso
en los relatos de Juan José Sandoval, Indira Anampa y el buen narrador
Sebastián Esponda, de quien sugiero buscar su libro El polvo de los grandes. Buenas ideas pero irregular desarrollo. También
esperaba más de las respuestas de Manuel Fernández, que respondió por cumplir
en la entrevista que se le realiza. Por otro lado, Basuco muestra la indicada personalidad con Miluska Benavides,
Toledo, Parra, Betina González y Patricia de Souza. Mención especial merece la
entrevista de Luz Vargas de la Vega a Juan Daniel F. Molero, director de la
película Videofilia, que pude ver
hace algunas semanas en Casa Bagre.
Para ser el primer número, Basuco pasa la prueba sin necesidad del
buenagentismo valorativo. Hay que leerla y discutirla, esa es la intención del
editorial, además, los textos son el testimonio de una coherencia. Editorial y
contenido no vienen signados por el divorcio ético. De ser así, no estaríamos
ante una revista que pretenda honrar su nombre.
Se deduce: Basuco es una revista que incomodará, cosa que nos alegra. Ante ello, su existencia depende
de la autogestión, entonces el denominado lector tiene que hacer su parte:
comprarla, cuesta 12 mangos. Solo de esta manera seguirá existiendo y, muy en
lo personal, prefiero que exista así, sin depender de auspicio alguno.
domingo, abril 23, 2017
pero sin epifanía
Lo cierto es que después de HHhH (2011) el escritor francés Laurent
Binet pudo darse por muy bien servido y con un crédito de espera de una década
para su próxima novela. No solo estuvimos ante una primera novela descollante,
sino que más allá de su carácter inicial en la poética del autor, tranquilamente
puede significar como la mejor novela para cualquier autor de reconocido
oficio.
Al respecto, en una pasada edición de la
FIL, en la que Binet fue escritor invitado, conversé con uno de los lectores
más entusiastas de la novela, a quien debemos que se haya hecho conocida entre
los lectores peruanos. En aquella ocasión le manifesté que una novela como HHhH no solo resultaba consagratoria
para su autor, sino que este debía esperar el tiempo suficiente para publicar
la siguiente y que ojalá no caiga en el apuro, ni sea víctima de la presión,
puesto que el peso de su proeza le podría generar un peligro que podría atentar
contra la madurez narrativa exhibida. Ante ello, mi amigo se mostró contrario a
mi impresión, puesto que estaba convencido de que Binet no tendría que esperar mucho
tiempo, solo el razonable para confirmar lo leído en su novela debut.
Después de seis años, Binet nos ofrece
su segunda entrega en el terreno de las distancias largas. Y sí, consigue
confirmar las impresiones narrativas que esperábamos, mas no como nos hubiese
gustado. En este sentido, La séptima
función del lenguaje (Seix Barral, 2016), se nos presenta con un argumento
por demás llamativo: la investigación de la muerte del crítico francés Roland
Barthes. Para tal motivo, Binet hace uso de la tradición del policial enigma,
por medio de un dúo conformado por el comisario Jacques Bayard, quien contará
con la forzada ayuda del joven profesor Simon Herzog. Los dos deberán despejar
las dudas existentes sobre el accidente que causó la muerte de Barthes. No
faltaba más: las horas previas al accidente confieren al caso de un aura de
misterio que obligara a Bayard a indagar más allá de lo que señala el atestado,
además, su olfato de sabueso policial le sugiere que el accidente no ha sido
tal, sino una gran puesta en escena.
Tal y como lo indica el título de la
novela, se nos indica que estamos ante una historia que nos permite acceder a
los entresijos de las funciones del lenguaje, siendo la séptima considerada por
los expertos de la semiología como eventual sucedánea de las anteriores. He aquí
el protagonista silente de la novela: el lenguaje, y gracias a este personaje,
se encuentra el pretexto para el desfile de pensadores y semiólogos como
Foucault, Lacan, Althusser, Eco, a quienes Bayard debe interrogar para saber de
la magnitud del posible hallazgo de Barthes.
Binet demuestra su gran talento al
elevar el argumento más allá de la pureza genérica del policial, convirtiendo,
de este modo, la novela, primero, en un rico crisol discursivo, y segundo, en
un vivo retrato de época de fines de los setenta, época no solo signada por los
tránsitos culturales (agradecemos al autor los guiños musicales, como el de Killing an Arab de The Cure), sino
también por los discursos políticos. Binet potencia su narración gracias a la
fuerza de los pequeños detalles, pensemos en la tácita cotidianidad que nos
participa de la naturaleza e intelecto elementales de Bayard, de quien podemos
señalar que su inteligencia yace en el entusiasmo de su desconfianza. No
estamos ante un investigador culto, pero sí ante uno muy intuitivo. Caso
contrario con Herzog, que esclarece las dudas ante tanta jerigonza empleada por
los académicos interrogados por Bayard. Hasta aquí, Binet se porta como lo que
es: un talentosísimo narrador con una envidiable inteligencia y enormísima
cultura.
Pero los problemas se imponen cuando somos
derrotados por la ambición de la novela, que pudo ser distinta, y para bien, si
la dejábamos a la mitad. Tenemos razones suficientes para sospechar que Binet la extendió innecesariamente a causa de HHhH. Es precisamente
en el exceso de páginas en las que se presentan los yerros narrativos que no
solo desdibujan a los personajes, sino que descarrillan el motivo de la
investigación central, situación que obligó a su autor a realizar lo que no en
esta clase de empresas narrativas intergenéricas: volver (y volver otra vez) sobre lo ya
recorrido. En estos casos, es preferible avanzar tropezándose que hacerlo
restando verosimilitud a lo que se narra. Binet cierra la estructura de la
novela con eficacia, pero le costó muy caro: la cierra sin epifanía.
sábado, abril 22, 2017
mujeres borradas
Como lo sabe el lector del blog, los
domingos suelo ir de librerías. La razón es muy simple: no me gusta la
aglomeración, en ninguno de sus matices. No hay mejor día para revisar libros
que este dedicado, por lo general, al ocio. Sin embargo, este fin de semana las
librerías vienen realizando actividades a razón del Día del Libro. Lo pienso
dos veces, porque a causa de las ofertas que todas las librerías ofrecerán,
estas parecerán como si estuviesen atendiendo en un día de semana. Entonces, mi
plan inicial era ir faltando dos horas para el cierre, rango de tiempo que solo
me permitía recorrer contadas librerías, a lo mucho tres.
Pues bien, entre las actividades de las
librerías, la que se desarrollaría en el local de Crisol del Óvalo Gutiérrez llamó
mi atención, sea por el tema, La
Literatura y su contexto actual, y porque entre los panelistas se
encontraba un amigo mío. Este detalle hizo planeara mejor mi incursión
dominguera, al punto que dejaría de ver el triunfo de Alianza Lima ante
Municipal.
Después de cerrar mi plan me desentendí
por completo del asunto. Aunque no parezca, llevo días muy desentendido de
muchas cosas, recuperándome de una dolencia en la muñeca izquierda, dolencia
que no me impide escribir, pero sí sostener objetos como una de taza café. Ya
haré un post para contarles de esta dolencia.
Pero a medida que corren las horas, me
entero que el evento al que asistiría ha desatado una especie de indignación en
el pueblo letrado, indignación que ha llevado a que se cancele. La razón no
pudo ser más justa.
Alivia, sí, que Crisol acepte su error, pero
considero también que esta mea culpa es estratégica, ajena al sinceramiento
institucional ante la torpeza cometida: el ninguneo a la mujer que escribe. De
las tres mesas programadas, solo una mujer. Además, un evento como este contó
con los días suficientes como para reparar en esta ominosa omisión.
Quien escribe ha denunciado más de una
vez el ninguneo paulatino a las escritoras peruanas, no solo en artículos, también
en una antología. Por ello, eventos como los señalados son la constatación del
verdadero rasero aún presente entre los no pocos discursos inclusivos. No se
tomaron en cuenta a las mujeres por cuestiones comerciales y por estrechez de
miras del trepa al que se le encargó la organización.
Por eso, resulta saludable que se
critique esta clase de ninguneos, pero aún más, que se tomen acciones que
honren la indignación, que sirvan de aviso para que en el futuro no vuelvan a
cometerse esta clase de exclusiones, con mayor razón cuando se desarrolla en un
marco que obedece a la promoción de la lectura. Tenemos suficientes escritoras:
mediocres, malas, regulares, buenas, muy buenas y excelentes.
héroes
Toda una pérdida de tiempo el debate
llevado a cabo en el Congreso hace un par de días. Si de hueveos se trata,
nuestros congresistas llevan la delantera y en no pocas ocasiones con esforzado
orgullo. Pero si algo bueno arrojan estos debates, es que podemos saber quién
es quién entre tanto inútil, detectar, hasta en la primera impresión, sus
posturas políticas y principios morales cuando aflora el entredicho.
Si veinte años no son suficientes para
reconocerlo, ¿cuánto se debe esperar para declarar lo obvio: la heroicidad del
cuerpo de comando de la Operación Chavín de Huantar?
La mezquindad de cierta facción de la
izquierda congresal en todo el esplendor de su estupidez. Lo vemos en el
congresista Justiniano Apaza, considerando presos políticos a los terroristas y
cuestionando sin sustento razonable lo logrado por el comando militar. En
verdad, me gustaría que echen del Congreso a este inútil, solapado terruco de
cantina, uno de los muchos que desde la izquierda recalcitrante condena a los
congresistas del Frente Amplio que votaron a favor de declarar héroes a los
comandos de la Operación Chavín de Huantar.
Pero lo que más fastidia es la nula
memoria histórica de los actores de las nuevas generaciones. Mujeres y hombres
de veinte años que no tienen la más puta idea de lo que pasó aquel 22 de abril
de 1997. Mujeres y hombres que en su feliz desmemoria serán los ciudadanos que
decidan el futuro del país en los próximos años, carne fresca ideal para las
huestes naranjas, para las que la desmemoria y la carencia de raciocinio son el
fruto de la feliz inversión de la educación pragmática que incentivaron en sus
años en el poder.
El éxito de esta operación militar fue
un hecho excluyente en los años del terror y la corrupción. Se hizo lo que se
tenía que hacer, se reaccionó como mandaba el sentido común. No reconocer la
valentía y arrojo de estos comandos, es negar lo poco de rescatable que todavía
nos queda como país.
viernes, abril 21, 2017
monumental edición de la traducción en el perú
No me equivoco: estamos ante un proyecto
editorial que debemos promover. Nos referimos a uno signado no por su valor
comercial, sino por su valor literario y cultural. Por ello, lamentamos que la
prensa cultural peruana no le haya prestado la atención que merecía. Pero
dejaremos de lado los lamentos entendibles y apostemos por lo obvio: la celebración
de su existencia, como bibliografía y como fuente de conocimiento.
Con los tomos VI, VII, VIII y IX de Antología general de la traducción en el
Perú (Universidad Ricardo Palma, 2016) el poeta, catedrático, crítico y
miembro de número de la Academia Peruana de la Lengua, Ricardo
Silva-Santisteban, cierra un proyecto que lo califica, una vez más, como el
Editor peruano por excelencia. Si hacemos memoria, una suerte de repaso
forzado, no encontraremos editor que pueda igualar lo realizado por RSS.
Tengamos en cuenta lo hecho en colecciones como El Manantial Oculto y Biblioteca
Abraham Valdelomar, pensemos también en una edición reciente, los cinco
tomos de Obra Completa de César Moro.
Solo algunos ejemplos para sustentar lo dicho, si en caso broten inevitables
cuestionamientos.
La edición que nos cita consta de cuatro
libros, divididos en Poesía (2), Prosa Varia y Teatro, los cuales exhiben un eje común: la traducción en Perú
durante el siglo XX. Entonces, basta imaginar la radiación a la que nos
sometemos a cuenta de las tradiciones que se nos entregan. Nos enfrentamos a
una gama de referencias que no solo pertenecen al siglo indicado, sino ante un amplio
viaje literario y cultural. Pensemos en los tomos dedicados a la poesía, en el
que hallamos traducciones de la poesía griega y latina, como de la china y
japonesa. En otras palabras, asistimos a una escuela poética que parte de su fuente
clásica hasta las grandes plumas de la poesía del siglo XX. Este viaje, no
menos que psicotrópico para cualquier amante de la lectura, es una invitación a
un plácido regreso, que como tal fortalece nuestras lecturas formativas.
Además, prestemos atención a las polémicas que se incluyen: Entre un traductor Anónimo y E. A Westphalen
y Entre José María Arguedas y el Padre
Jorge A. Lira. Podríamos decir lo mismo del tomo dedicado al teatro, en el
que encontramos la pieza anónima Debate
de Incas, en traducción del quechua de Teodoro Meneses, que es también un
periplo hacia las lecturas formativas, a saber, Corilla de Gerard de Nerval y Asesinato
en la catedral de T. S. Eliot. En estos tres tomos percibimos un ánimo
selectivo del antólogo y editor. Sabemos que hay muchísimas traducciones
peruanas, pero la luz que nos deparan los textos elegidos nos ofrece la
garantía que los pautó: la calidad.
Obviamente, cada lector ejerce su
preferencia, por ello, puse atención especial al tomo IX, bajo el título de Prosa Varia. Podría creerse que estamos
ante un tomo dedicado a la ficción, pero no, en su variedad se yergue su
riqueza. Dividido en Ensayos, Crítica Literaria, Plástica, Historia, Memorias y Filosofía. Consideramos que de haber estado conformado solo por la
ficción, no estaríamos ante la contundencia de este tomo. Si los otros tres
venían rubricados por la vuelta a las fuentes,
este se caracteriza por el viento de la novedad, es decir, el (re)descubrimiento
de autores y tendencias disciplinarias, cosa que no podemos darnos el lujo de
no agradecer. Al igual que los tomos precedentes, somos partícipes de la formación
de sus traductores, entre los que podemos reconocer a varios conocidos, como Luis
Loayza, Juan José del Solar, Jorge Puccinelli, Ciro Alegría, Mirko Lauer, Raúl
Deustua, César Moro, Emilio Adolpho Westphalen, Manuel Beingolea, Javier
Sologuren, Carlos Calderón Fajardo, Carlos Eduardo Zavaleta, RSS, Ventura
García Calderón, Jorge Eduardo Eielson, Edgardo Rivera Martínez, Luis Alberto
Sánchez, Iván A. Pinto, Oswaldo Gavidia Cannon, Francisco Miró Quesada, Augusto
Salazar Bondy, Federico Camino, Manuel Moreno Jimeno, José Miguel Oviedo, Jorge
Puccinelli, Guillermo Dañino, Augusto Salazar Bondy, Rosemary Rizo-Patrón…
Habría que citar también a algunos de
los traductores de los otros volúmenes, es lo justo, entre los que encontramos
a Antonio Cisneros, Javier Heraud, Marco Martos, Hildebrando Pérez, Leonidas Cevallos,
Jorge Nájar, Ricardo González Vigil, Alberto Benavides, Ana María Gazzolo,
Mario Montalbetti, Óscar Limache, Luis Rebaza Soraluz, Mariela Dreyfus, Eduardo
Chirinos, Patricia de Souza, Violeta Barrientos, Carlos Arámbulo, Camilo
Fernández Cozman, Martín Rodríguez-Gaona, Rubén Silva, Lucho Aguirre, Antonio de
Saavedra, Alberto Valdivia, Miluska Benavides, Carlos Henderson, Renato
Sandoval, Pedro Cateriano, Francisco Bendezú, Julio Isla Jiménez, Carlos E.
Zavaleta, Alberto Escobar, Américo Ferrari, Edmundo Bendezú, Pablo Guevara,
Cecilia Bustamante, Arturo Corcuera, Manuel Pantigoso, César Calvo y Luis
Hernández.
Pues bien, esta publicación no nos libra
de esta inquietud: ¿acaso no es hora de comenzar a hablar de una tradición de
la traducción en el Perú? Además, RSS, de quien no puedo dejar de recomendar el
imprescindible De los ideales de la
traducción a la traducción ideal (Alastor Editores, 2016), nos hace
actuantes de un legado con esta Monumental edición: las piedras angulares que
permitirán un rastreo más detallado en esta potencial tradición, rastreo que debería
conducirse en su inherente cauce valorativo (calidad textual). Claro, estamos
hablando de una tradición de la traducción en el Perú que no despertará el
entusiasmo de muchos, pero poco importa, puesto que bien sabemos que la exquisitez
y la epifanía literarias pertenecen a los lectores privilegiados.
…
En SB
jueves, abril 20, 2017
cuando no se condena
Hasta el momento, tres muertos dejan las
protestas en Venezuela. Como ya se indicó en este blog, y para aquellos que aún
no lo sepan, las protestas en dicho país están criminalizadas. Pero el pueblo
venezolano ya no está dispuesto a soportar más vejámenes de la dictadura de
Maduro, porque este sujeto ya se quitó la careta. Quien defienda esta dictadura
refleja no solo un patente grado de ignorancia, también una visión moral de la
vida que haríamos bien en cuestionar.
Anoche, mientras regresaba a casa,
caminando por la Av. Arequipa, me topé con una manifestación en la embajada
venezolana. La manifestación, conformada por peruanos, estaba a favor de lo que
consideran un gobierno democrático, el cual lucha contra las prácticas oscuras
del imperialismo. Para ser un testigo privilegiado del momento, me adentré en
los islotes humanos. El discurso era prácticamente el mismo. A un par de
manifestantes, aprovechando que les pasé mi encendedor, les pregunté por los
presos políticos venezolanos. Ellos, mujer y hombre, de no más de un cuarto de
siglo, comenzaron a hablarme pestes de Lilian Tintori, que por su culpa este
país soberano y respetuoso de las libertades viene sufriendo de mala prensa.
Felizmente, dijeron su barrabasada mientras prendían sendos puchos.
Me alejé de la protesta, con el mismo
paso cansino que llegué a ella. En los audífonos escuchaba una selección
personal de Yo la Tengo y veía en la pantalla del cel las noticias. Me fijaba
en especial en las posturas de quienes espero una postura clara en cuanto a lo
que ocurre en el país de los tepuyes. Pero nada, se me presenta la misma
tibieza discursiva, el infaltable hueveo digresivo que les impide desmarcarse,
aunque sea en el verbo, de una dictadura. Lo veo no solo en los líderes
locales, sino también en extranjeros, lo que sustenta cada vez una certeza, que
nos lleva a dejar de lado la lado la sospecha razonable: el chavismo financió
campañas como las de Podemos. En cuanto al contexto local, me apena cada vez
más Verónika Mendoza. ¿Por qué quemar una carrera política a causa del temor de
condenar lo condenable? Su campaña presidencial fue una de las más modestas, si
me dicen que su candidatura no recibió ni un solo dólar, lo creo. Pero esto es insuficiente
para no tenerla en el punto del señalamiento. Su campaña no se benefició
del chavismo, pero quizá ella sí.
miércoles, abril 19, 2017
caminar
A razón de un artículo a presentar, me
encuentro releyendo a Iain Sinclair, tanto La
ciudad de las desapariciones y American
Smoke. Obviamente, sugiero su lectura a los que aún no hayan tenido la
oportunidad de leerlo. Lo que llama mi atención del autor es su mirada,
reposada, fría y atenta al detalle. Se ha hablado mucho, y con razón, de la
radiación de su prosa, y no es para menos, pero nos preguntamos también cuánto
le debe su prosa a la mirada. Esta pregunta resulta pertinente en estos tiempos,
en los que el escritor promedio (y no solo me refiero al escritor peruano (¿por
qué los defectos de percepción los asumimos como patrimonio nacional?), hablo
pues, de certezas, no de impresiones) anda entregado más al hueveo efectista
que a la caza de la epifanía de las pequeñas cosas, los pequeños
acontecimientos que ocurren frente a nosotros, por lo general, diariamente. No
es para menos, tanto el escritor como el artista dejaron de ser tales para
convertirse en actores de sí mismos, en esclavos felices de la imagen que les
confiere la nomenclatura. Cada día estoy más convencido del daño de la
nomenclatura en aquellos que creen ser lo que imaginan que son.
Entonces, detengo la lectura y hago lo
que me gusta, y lo que gusta también a Sinclair: caminar. Caminar sin rumbo
fijo, de paso, vuelvo sobre algunas ideas y reflexiono sobre algunos actos,
como ese que amigos cercanos
señalaron como prueba irrefutable de mi gran corazón, pero gran corazón no creo
tener, y si así fuera, pues muy bien. Imposible no pensar en un amigo, editor
de una revista, designémosla, de combate. A este amigo lo puse contra la pared
y lo convencí de no publicar una denuncia contra un editor que se alucina
intocable, proyectando por la vida y las redes sociales una imagen de hombre
abnegado. A mi amigo de la revista le dije que no era pertinente hacer pública
la denuncia, porque el afectado de la estafa no estaba dispuesto a ratificar
que le robaron más de tres mil euros, bajo promesa de una edición pulcra de su
nuevo poemario. Y este poeta no dirá nada, y pienso a veces cómo sería habitar
en su mente, seguramente bajo los cuidados de la atmósfera zen, en paz con
medio mundo así te cabeceen con dinero. Mas su silencio sobre la estafa obedece
a las prácticas cuestionables de una amorfa pequeña bestia, quien lo convenció
de no brindar testimonio, que hubiese servido como fuente de primera mano. La amorfa
pequeña bestia cuida de la imagen de su siamés, el editor que ha hecho de las
suyas una vez más. Ya les caerá, pronto, con nombre y apellido, como suele ser
mi costumbre.
No sé cuántas cuadras he caminado,
volteo la mirada y son varios kilómetros recorridos. Pero no me siento cansado,
aunque sí tengo algo de sed. Entonces, busco una tienda o un Minimarket, quizá
sea la necesidad de agua lo que me haya hecho alucinar sobre las estafas tan
características de nuestro circuito literario. Por ello, todo lo pensado es
falso, ya sea la pequeña bestia amorfa, su pata el editor sinverguenza y el
buen poeta en estado zen. Lo único real es el artículo que debo terminar sobre
Sinclair.
lunes, abril 17, 2017
pluralidad
Luego de un fin de semana pautado por el
sueño, la lectura y la caminata nocturna de domingo, me pongo al día en algunas
cosas que debí comentar y que por extrañas circunstancias no lo hice. Me
explico: temprano, golpe de ocho, un amigo me pasó un Link sobre una noticia
que haríamos bien en celebrar y difundir.
Mediante la presente Resolución Ministerial se ha creado el Premio Nacional de Literatura, en seis categorías.
Ahora, lo que gusta de esta resolución es que se premiaran obras editadas, las
mismas que ya gozarán del escrutinio de la lectoría y, de ser el caso, la valoración
de la crítica especializada, como la que se practica en medios, antes de ser
parte de las preselecciones.
Tenía que ser así, solo de esta manera
comenzaremos a librarnos de las leyendas que se tejen en cuanto a los premios a
obras inéditas otorgados en Perú, sea por cuenta de entidades del Estado e
instituciones privadas. Estímulo es pues lo que necesita el escritor peruano,
más aún en un contexto editorial que aún sigue en pañales, que pese a sus avances,
no logra desprenderse de elementales taras logísticas. Lo que permitirá este
premio, en principio y en teoría, es una limpia competencia y dependerá de cómo
se desarrolle para lograr su verdadero objetivo: la pluralidad. Cuando nos
referimos a pluralidad, apuntamos a combatir la desatención existente sobre la
producción literaria de las ciudades del interior, de la que se han construido
discursos que parten de una verdad (ninguneo por parte de los medios
capitalinos), pero que han devenido en las más alucinadas demagogias (la
literatura de provincia es mejor que la capitalina, a saber) que se estrellan a
la más mínima lectura comparativa. Esto, en cuanto a la pluralidad que descansa
en las entendibles ansias de reconocimiento, y en el caso de los más tarados,
la fama, de los escritores peruanos. Pero la pluralidad que prefiero se
encamina hacia una apertura de los nuevos registros que se vienen pergeñando en
silencio y ajenos a los circuitos académicos y editoriales.
Con este premio no se garantiza la
calidad literaria, pero sus bases sí permiten que pueda brindarse una
transparencia, y eso, por el momento, resulta suficiente.
domingo, abril 16, 2017
contra la indignación pasiva
Un libro que no dudo en recomendar: Morir de amor (Aguilar, 2017) de la
periodista Teresina Muñoz-Nájar. Y lo recomiendo porque su lectura no debe
quedarse en dicha experiencia, sino hacerla pragmática. De no ser así, esta
publicación solo será parte de la hoja de vida de la autora y considero que esa,
ni por asomo, es su intención.
Bien sabemos que se ha estado
escribiendo mucho sobre el feminicidio en el Perú. Sin embargo, es justo
señalar que la mayoría de estos textos hacen alarde una de jerigonza que impide
llegar a un público mayor. Ante esta realidad, especulamos sobre la existencia
de la presente entrega de Muñoz-Nájar, que también habría que asumir como una postura,
porque un libro de este respiro sin postura, sin toma de posición, no tendría
la más mínima validez moral.
La autora nos presenta cuatro casos de
feminicidio, que vendrían a ser la metáfora de cómo la sociedad peruana trata y
desarrolla los abusos y asesinatos contra las mujeres, que por ser tales ya
tienen todas las trabas, como los vacíos legales, para concretar lo obvio:
justicia. En este sentido, Muñoz-Najar narra con pericia y solvencia los
sinuosos senderos que los familiares de las víctimas (Simona, Lisbeth, Tiffany
y Karol) han tenido que esquivar en pos de la señalada justicia.
El fastidio es lo primero que se
posiciona en la mente del lector de turno. No es para menos: los circuitos del
sistema legal peruano fungen de aliados de la impunidad, y si a esta alianza le
añadimos sus buenas dosis de prejuicio, la situación se vuelve mucho más jodida
para los demandantes. Por ello, en estas páginas es posible detectar una
patente indignación de la periodista, y es precisamente esta indignación presente
en los silencios narrativos (de no haberlo hecho, estaríamos ante un texto muy
distinto), la que eleva sus casos, la que los aleja de la fugacidad informativa
para sustentarse en la perdurabilidad documental.
En cada caso somos testigos de logrados
contrapuntos narrativos. Por un lado, la exposición de la historia familiar y
sentimental de la víctima, y por otro, la administración de la información
legal que se nos muestra para explicar sendos feminicidios. Hablamos de un
recurso muy usado en reportajes y crónicas de largo y mediano alientos, y no
pocas veces la tensión narrativa suele caer, y de estas caídas no se han
salvado ni las plumas mundialmente reconocidas del periodismo y la no ficción.
En este sentido, Muñoz-Najar, consciente del fin de su reportaje, sabe salir a
tiempo del óbice, y se lo agradecemos, no porque nos facilite la lectura, sino
porque ese es el camino hacia el cuestionamiento que busca el libro, un
cuestionamiento que no debe quedar en la indignación pasiva.
…
En SB.
viernes, abril 14, 2017
jueves, abril 13, 2017
biografía de un rebelde
Volví a leer Rebelde sin pausa (Altazor) de Paco Moreno.
Lo recomiendo, en especial a todos los
periodistas cuajados y en ciernes, porque en estas páginas se nos relata la
vida y trayectoria del mayor periodista peruano en actividad: César Lévano.
Estamos ante una entrevista biográfica
que intenta poner en primer plano la épica vital de Lévano, una épica por demás
marcada por el esfuerzo, la convicción y una apuesta férrea por la verdad. A
medida que vamos conociendo a Lévano, nos preguntamos por qué las nuevas
generaciones de periodistas no lo conocen, es decir, nos referimos a un
conocimiento que vaya más allá de lo nominal. En realidad, la vida de Lévano
resulta ejemplar, no solo por la superación de las carencias que tuvo que
sortear desde niño y la formación intelectual que por cuenta propia llevó a
cabo, bajo un genuino afán de conocimiento, pero en el sentido de lo que
Octavio Paz llamaba la sabiduría generosa, aquella que comparte, y vaya que
Lévano sigue compartiendo sabiduría, he allí una de las razones que le permite
ser testigo de lo que pocos: tener seguidores que lo admiran.
De niño, canillita, que en una nefasta
mañana fue atropellado por un militar. A causa de este accidente se le tuvo que
amputar la pierna izquierda. Además, desde muy joven nutrió un compromiso
social que lo llevó a ser un incómodo activista político, por lo que pasó más de
una vez por las cárceles. Este compromiso político de izquierda tuvo una
consecuencia inmediata: su presencia en el periodismo, en el que destacó por su
acervo cultural, a saber, Lévano domina cuatro idiomas que aprendió a punta de
ganas, y mucho estudio, sin pasar por aula alguna.
Pues bien, lo que resalta en estas
páginas es la entereza moral de Lévano. Jamás se prestó a ser comprado o
alquilado como periodista. Como hombre de prensa consciente de su oficio, sabe
que la opinión propia, así esté o no equivocado, es un privilegio. En este
sentido, esta entrevista biográfica calza con el contexto actual en el que no
pocos hombres de prensa de larga trayectoria han visto mancilladas sus
trayectorias a causa de haber hipotecado su opinión a los mejores postores.
Pensemos en la maligna radiación del caso Odebrecht, que no solo se limita a los
sucesos ya conocidos, sino también a hombres de prensa que jugaron en pared con
la constructora con el objetivo de mejorar su calidad de vida, traicionando de
esta manera las piedras angulares que dignifican a este oficio. Por eso, la
lectura de este libro se hace necesaria en estos tiempos en los que el
ejercicio del periodismo parece haberse convertido en una práctica empresarial.
Como ya señalamos, recomendamos esta lectura, pero también consideramos que Rebelde sin pausa es
solo el prólogo de un proyecto mayor. Además, debemos indicar que hizo falta un
mejor trabajo de edición. En su brevedad, la narración peca de reiterativa en
más de un tramo. Por otro lado, nos queda la sensación de que los capítulos debieron
desarrollarse con más ambición. La biografía de Lévano demanda ambición
discursiva y eso es lo que extrañamos en esta publicación.
miércoles, abril 12, 2017
inmediato olvido
Anoche vi Avenida Larco.
Como ya sabemos, la película viene
despertando comentarios encontrados. No podía ser de otra manera, con mayor
razón cuando hablamos de una película que pretende venderse como generacional
cuando en realidad no sobrepasa su esencia natural: una soberana mediocridad.
Me explico. Porque sé que más de un
defensor de la película dirá que estamos ante una de mero divertimento, que no
podemos exigir de ella más de lo que puede ofrecer como tal. Eso es cierto. Sin
embargo, por ser de divertimento no podemos caer en valoraciones plásticas,
tampoco pasar por alto sus errores técnicos, el poco trabajo histriónico de sus
actores y un guion que no es más que una verguenza.
La responsable de esta película es la
productora Tondero, que ha sabido sintonizar con el interés cada vez más
creciente sobre las manifestaciones sociales y culturales de los años ochenta.
Hablamos de un interés que ya dejó de ser exclusivo para la academia, más bien,
ahora se ha convertido en uno generacional. Así lo vengo percibiendo, y desde
hace ya buen tiempo, una especie de viaje hacia aquella sensación térmica, característica
de esa década, que se proyectó hasta el lustro siguiente. No es para menos, nos
referimos a los años más complicados de la segunda mitad del siglo pasado. En
los ochenta, quien esto escribe era un niño, pero conozco a no pocos amigos y
conocidos que vivieron sus veinte en esos años, veinteañeros hoy en los
cuarenta que desde distintas ramas profesionales y artísticas recuerdan ese
tiempo como si fuera una épica social y existencial.
Por ello, fastidia que una película como
AL no se haya preocupado
en la representación de la verosimilitud de su contexto, a partir del cual sí
podía elaborar su objetivo: el entretenimiento. Pero ya sabemos que es más
fácil aplicarse a la tontera del lugar común que al trabajo. Solo así podemos
entender la magnitud de la bestialidad interpretativa y coreográfica de las
canciones, canciones puestas sin el más mínimo criterio del ritmo narrativo de
la historia, porque debían figurar sin importar el cómo.
No estoy en contra de las películas
hechas bajo el afán del divertimento, pero sí en contra del mal gusto y la
mediocridad y esta película se adueña con orgullo de estas características.
Encontrar méritos en AL, pues claro
que los hay, tan presentes como en cualquier película destinada al inmediato
olvido.
lunes, abril 10, 2017
no ocurre nada, pero sucede todo
Resulta por demás curiosa la existencia
de un cineasta como el norteamericano Jim Jarmusch, que a la fecha goza de un
justo prestigio, aunque este no provenga de la masa cinemera, sino de una
parcela, a lo mejor pequeña, conformada por los cinéfilos y los autodenominados
como tales. Por ello, no se trata de una referencia fácil de lograr. El camino
de este director se ha presentado aún más complicado que la media de colegas de
oficio.
Cuando hablamos de cinéfilos queremos
señalar su sentido de clase privilegiada, haciendo hincapié en su naturaleza
devoradora de películas, para quienes es lo mismo asistir a un estreno que ver
una película de culto de Singapur. El verdadero cinéfilo ve de todo, sin
prejuicio. Solo sobre la base de esa amplitud oceánica puede estar en condiciones
de apreciar las poéticas de determinados géneros y tendencias. Por eso, si hablamos
del prestigio de Jarmusch, este se debe a su apuesta por una de las poéticas
más férreas y honestas de las que tengamos conocimiento. Lo suyo es el circuito
independiente, pero solo en lo nominal, porque sus películas, con voluntad,
pueden verse en cineclubes y en otras plataformas a disposición de los
interesados.
Habría que señalar que Jarmusch funge de
artista y maestro para cinéfilos. En este sendero, somos testigos de una
coherencia discursiva que nunca se ha visto traicionada por la demanda de la
industria. Jarmusch se ha convertido en una marca, en un sello de garantía de
buenas historias, contadas bajo un ritmo pausado y preparando al espectador
para más de una revelación, porque si algo signa su propuesta, son las revelaciones exentas de efectismo.
En su último trabajo, Paterson (2016), nos encontramos con la
vida en una semana de un hombre común y corriente, un conductor de bus de
transporte público, llamado Paterson (Adam Driver), que en sus ratos libres,
como antes de recibir la orden para realizar su recorrido y muy avanzada la
noche, escribe poemas en una libreta de páginas blancas. Paterson está casado
con Laura (Golshifteh Farahani), con quien lleva un matrimonio ajeno a todo
conflicto. Más bien resalta la coinonía en la pareja, a saber, Laura anima a su
esposo a que dé a conocer sus poemas, que los considera buenos. No estamos ante
una esposa que lo estimula porque quiere a su pareja, sino porque ella también
tiene inquietudes artísticas, como la pintura y la música. A este dúo se suma
Marvin, el Bulldog de Laura, que para más señas, y a manera de trivia, hizo que
la película ganara el Premio Palm Dog de Cannes el año pasado. Paterson saca a
pasear a Marvin todas las noches, paseos que le significan al poeta una
extensión de la experiencia diurna, ya que al recorrer las calles de Paterson
encuentra situaciones y personajes, como los maleantes que le advierten que
cuide a su perro, porque en cualquier momento podría ser raptado.
En apariencia, no ocurre nada en Paterson, pero a la vez sucede todo y
eso es el cine de Jarmusch: transmitir en la epifanía de los detalles. Pensemos
en las conversaciones de Paterson en el bar de Doc (Barry Shabaka Henley), pero
en especial en las conversaciones de los pasajeros mientras conduce el bus.
Jarmusch sabe que captar el instante es su divisa y lo demuestra una vez más:
una tarea en la que los gestos y frases cortas de Driver contribuyen en buena
medida.
La crítica ha señalado la fuente de
inspiración de la película: la vida y obra del poeta norteamericano William
Carlos Williams. Entre sus poemarios, destaca el proyecto poético Paterson, en el que estuvo abocado doce
años, con el objetivo de patentizar en la escritura poética los modos y niveles
del habla norteamericana partiendo de Paterson como espacio nutriente. Añadamos
también que el director es un cuajado conocedor de literatura y un amante de la
cultura oriental. Hasta determinado punto, la película es un homenaje a
Williams, pero también un rendido tributo a la cultura oriental y la
experiencia poética. Prestemos atención a la escena en la que Paterson conversa
sobre poesía con un innominado poeta japonés (no es broma: este poeta tiene
todos los visos de Kenzaburo Oé, pero con diez años menos). Más allá de estos
guiños, la película queda libre de deudas referenciales. Como tal, se impone en
una agraciada poética visual y a ritmo de entrenamiento, que la convierte en un
pequeño ejemplo de la mirada privilegiada de Jarmusch.
…
Publicado en SB.
domingo, abril 09, 2017
ausencia de policial
Luego de un par de días en los que me
aboqué a terminar un par de ensayos relativamente extensos, me puse al día con
el nuevo programa de televisión Entre
Libros, dirigido por Alonso Rabí y José Carlos Yrigoyen. Por cierto,
semanas antes de su estreno, escribí un pequeño post al respecto y si en caso
no lo leíste, aquí.
De las entrevistas en EL, una llamó mi atención. La vi dos
veces para poder estar seguro de lo que diré en el presente post. Me refiero a
la entrevista a Fernando Ampuero. De lo que dice nuestro muy buen escritor, una
sentencia más o menos así: “el Perú es un carnaval de corrupción.”
De esta sentencia, se desprende una
pregunta: ¿por qué no se ha desarrollado la narrativa policial entre nosotros,
cuando nuestro contexto inmediato e histórico se ha mostrado por demás generoso
para que al menos tengamos una tradición ajustada a las leyes de la narrativa
policial?
Una mirada breve a esta situación pero
en su intención abarcadora, nos arroja una realidad por demás desperdiciada: la
narrativa policial no existe en Perú. Lo que sí ha habido es una que otra
incursión en el género, con resultados mucho más que interesantes, digamos que
muy logrados. Aunque subrayemos lo que sí ha habido: una enorme confusión al
respecto, en la que más de uno considera que es lo mismo narrativa policial y
narrativa negra, mutación de la que hemos leído títulos también interesantes
(interesante, detesto esta palabra, pero qué se la va a hacer), pero
insuficientes para hablar de una tradición. En este sentido, el auge de las
narrativas de ciencia ficción y fantástica escrita en Perú, y sin ser la gran
cosa en títulos, se ha portado mucho más coherente, y con una mayor producción
si la comparamos con su par policial. A ello sumemos que estas en poco tiempo
han construido un aparato crítico que a este paso va a legitimarse sin contar
en su hoja de ruta con al menos tres obras maestras.
Luego de meditar en el asunto tras dar
cuenta de una Coca Cola, la iluminación se presenta en la fuerza de su espanto:
los escritores peruanos no conocen las leyes del género policial. Por eso
confunden policial con novela negra, cuando son registros totalmente distintos.
Aunque debemos tener en cuenta que la narrativa de ayer y hoy se ha beneficiado
de la plasticidad del policial. Es por eso que bien podríamos aseverar que el
90 % de las novelas que se publican exhiben este corte, que también ha
entregado títulos a considerar (nos referimos a la narrativa extranjera, obviamente).
Sin embargo, y centrándonos en el caso peruano, el policial como tal, en la
pureza de su registro, ha brillado por su ausencia y uno vaya a saber la razón
de esta situación, con mayor razón cuando el contexto peruano puede contribuir
a su desarrollo. Se extraña pues la ausencia de un Mario Conde y un Pepe
Carvalho, si nos abocamos al vuelo en referentes en español. El problema, se
deduce, no es el género, sino el desinterés de los escritores por el mismo,
conformándose con incursiones esporádicas.
En su momento, en este mismo blog,
sustenté una teoría que nos podría brindar algunas luces al respecto: el
escritor peruano promedio se forma muy tarde como lector, y casi siempre con
lecturas catalogadas de canónicas. Este escritor en ciernes no conoce de las
lecturas formativas, de aquellas que suceden en la adolescencia con las
llamadas novelas de género. Por eso, y en la mayoría de los casos, ven con
desdén, y como buenos, a autores como Georges Simenon, Jules Verne, Salgari,
Agatha Christie…, cuando por estos autores desdeñados se conducen las leyes
formativas de géneros como el policial. Por eso, cuando hablamos de policial en
el Perú lo hacemos con títulos signados por su carácter esporádico, no en la
línea de una tradición que obedezca a una pureza de registro.
sábado, abril 08, 2017
viernes, abril 07, 2017
pensamiento naranja
Ayer en la tarde, mientras caminaba con
una buena amiga chilena, de paso por Lima rumbo a su objetivo, Cusco, revisaba
de cuando en vez mi celular. Una noticia venía originando toda clase de
reacciones, muy pocas indignadas y la mayoría con tendencia a la burla. Le explicaba
a Verónica la peculiaridad incomparable de la política peruana, siempre
inclinada al ridículo involuntario, aunque lo de involuntario bien puede
significar un acto de generosidad de mi parte, cuando bien podríamos resaltar
la férrea esencia de la misma. Le relataba pues de algunas joyitas de la
tradición discursiva de nuestra clase política, corroborando en los ejemplos
recientes lo que su padre peruano le contaba de niña y que ella, por respeto al
sentido común, se resistía a creer.
Después de algunas horas, tras un breve
paso por la biblioteca del Centro Cultural de España, y de vuelta en casa, me
puse a revisar al vuelo las reacciones jocosas que veía en las redes sociales.
No era para menos y no hay que ser mezquinos, porque habría que reconocer que
ayer más de uno se rio a razón del congresista naranja Bienvenido Ramírez,
quien señaló en una sesión de la Comisión de Educación que “leer mucho” causa
Alzheimer.
Imagino que después de esta estupidez
monumental el congresista en cuestión, por lo mínimo, tendrá que pedir
disculpas a todos los peruanos que sufren esta enfermedad.
Pero tampoco debería sorprender la media
intelectual de nuestros padres de la patria, media intelectual capitaneada por
el partido político de mayoría congresal, que con Ramírez inaugura una nueva
veta en la intelectualidad naranja: el humor.
Me pongo a pensar, no solo en los
congresistas fujimoristas, sino en todo aquel simpatizante del fujimorismo, fujimoristas
que muestran un corte común, que no conoce de diferencias sociales: la
orgullosa ignorancia del pensamiento y una apuesta consciente por el
pragmatismo. Hago memoria, y me esfuerzo en ello, y trato de encontrar aunque
sea un fujimorista a quien pueda respetar intelectualmente, pero no, no lo
hallo por más buenagente que me ponga. Por ello, me preocupa la declaración de
Ramírez, quizá no estemos ante una muestra natural de la señalada esencia
naranja, sino ante el inicio de una estrategia que seducirá a muchos peruanos
de cara al 2021. En su ignorancia, y ahora conducida en la humorada, el
fujimorismo puede ser muy fuerte.
jueves, abril 06, 2017
proust fragmentado
Siempre estamos tomando decisiones y
casi siempre las cosas no nos salen como las pensábamos. Pero cuando sí,
sentimos que valió la pena el sacrificio, la epifanía se impone.
Aún tengo presente el verano del 2002,
porque lo pasé encerrado en mi casa, en mi habitación, con un potente
ventilador y miles de botellas de agua mineral sin gas.
¿A cuenta de qué me encerré?
Veamos:
A fines del año anterior, luego de
presenciar una conferencia de Oswaldo Reynoso en el Británico, barajé la idea
de leer En busca del tiempo perdido
de Marcel Proust. Esa noche el autor de Los
inocentes no hizo otra cosa que hablar del ciclo novelístico del francés
(cuánta pasión la de Reynoso, pasión que nunca se la llegué a ver en ninguna de
sus otras intervenciones, y eso que hablamos de un autor de desbordada pasión).
Digamos que esa conferencia fue la cereza de la torta, llevaba meses de
acercamientos indirectos con Proust.
Me agencié como pude los siete tomos que
conforman la obra en cuestión, siete tomos que fueron mi propio regalo de
navidad. También me preguntaba en qué meses los leería. ¿Primavera? ¿Verano?
¿Otoño? No me debatía ante una pregunta cualquiera, mi malformación lectora me
había acostumbrado a leer de forma desordenada, de tres a cuatro libros a la
vez. Si leía los tomos de En busca… de
corrido, sin duda perdería otros títulos que deseaba y pensaba leer. Necesitaba
disciplina, leería los siete ladrillos bajo un estricto horario, las distracciones
quedarían de lado.
*
Me encerré dos meses y medio. Encerrona
consagrada a la lectura de En busca del
tiempo perdido.
Valió la pena, por supuesto. No se puede
ser la misma persona luego de leer a Proust.
Tengamos en cuenta lo siguiente: no
puedes llamarte lector si no has ingresado a estas páginas.
Claro, hay edad para leer a determinados
autores, pero Proust es la urgencia.
*
Presta atención. Esta es la figura:
Proust está en los cielos.
Y los demás en la tierra. Si gustas, te
incluyes al lado de Hemingway, Camus, Joyce, Celine, Faulkner, Beckett, Borges…
*
Proust es la escritura.
Proust es el estilo.
Proust es la forma.
*
Vuelvo a pensar en Proust gracias a El almuerzo en la hierba (Hermida
Editores, 2013), que lo he estado leyendo en estos últimos días. Lectura lenta
que me rescató de los apuros cotidianos y que agradezco porque siempre hay
buenas razones para revisitar al escritor más grande del Siglo XX.
Quizá la publicación peque de
excluyente. Depende del ángulo en que la mires.
Por un lado, estaríamos ante un libro
para proustianos, que bien podría servir de bitácora para los que deseen volver
a los puntos temáticos ya recorridos. En él encontramos fragmentos extraídos de
cada uno de los siete libros del proyecto, ligados a los tópicos y recursos
recurrentes del autor, como el amor, la amistad, la vocación literaria, la
homosexualidad, las relaciones sociales, los celos, la imaginación, el arte, la
lectura, el lenguaje, la creación literaria, el esnobismo, el placer, la
individualidad, el sueño, la multiplicidad del yo…
Es decir, “Deconstructing Proust”.
No sé hasta qué punto El almuerzo… sea una invitación para los
que aún no leen a Proust. En este sentido, soy fiel a mi
sugerencia/recomendación: leer los siete libros primero, solo así se podrá
apreciar el valioso aporte de esta publicación.
Ahora, dentro del libro tenemos otro
libro (de casi cien páginas): el extenso ensayo introductorio de Jaime
Fernández. Felizmente, los titubeos de prosa de Fernández mueren en la segunda
página, como si un afán intelectual fuera el que hubiese lastrado su sentido
crítico. El ensayista se da cuenta de que ese no es el camino, que para
escribir de Proust hay que hacerlo desde la verdad emocional. Gracias a esta
verdad emocional, Fernández concibe un ensayo estimulante, iluminador, que nos
hace parte de la poética de Proust, al punto que en más de un tramo de la
lectura volvemos a barajar la posibilidad de releer esta proeza literaria,
aunque ya no en verano como aquella vez del 2002, sino en otoño, o quizá en
invierno.
…
Publicado en SB