domingo, diciembre 31, 2017
Desperté temprano, pero me levanté hora
y media más tarde. En ese lapso leí artículos de diarios locales y extranjeros,
también avancé la lectura de una maravilla, una historia real que podría ser la
biblia –si le damos una intención antojadiza— de cualquier movimiento
feminista. Esta es: Tú no eres como todas
las madres de Angelika Schrobsdorff.
Luego fortalecí un rato los brazos, del
mismo modo la muñeca izquierda que amenaza con paralizar mi mano. Una vez dentro
de la ducha vi mi futuro de las próximas horas, es decir, las actividades antes
del recibimiento del nuevo año, recibimiento que siempre he asumido como una
soberana cojudez.
Lo que me llama la atención de estos
días son las cábalas. Cada quien tiene las suyas, algunas racionales aunque la
mayoría ridículas. En ambas dimensiones percibo un valor, en el que se funden
todas las posibilidades del capricho, como corresponde a los deseos.
No me gustan las cábalas consensuadas,
de las que inevitablemente venimos siendo testigos. A saber, las prendas y
objetos de color amarillo, indudable muestra de mal gusto, su imposición
convertida en idiosincrasia. Ni hablar de las promesas a cumplir por mujeres y
hombres, que según ellos llevarán a cabo el próximo martes, ya recuperados de
la resaca.
Si algo bueno percibo es precisamente
nuestra extraña virtud nacional de temporada: la aparición de la autocrítica, el
repaso de atrocidades y bajezas que no dudamos condenar a medida que se avecina
la medianoche. Lo ideal sería que la autocrítica pase a la acción. Obviamente,
no siempre ocurre lo que debería, pero la sola revisión de los excesos es un
gran paso hacia la identificación del miserabilismo de cada uno, que se
presenta como un pasadizo oscuro en dirección a la luz, algo parecido a una remota sesión de ayahuasca.
sábado, diciembre 30, 2017
merecer más
Anoche, tras la presentación de Ruidos de pasos de un gran criminal. Cuentos
y pensamientos de César Vallejo y
Las tres tragedias del lamparero
alucinado de Zsigmond Remenyik, joyitas publicadas por Ediciones del Caxicóndor
de Chile, y minutos previos al recital del evento, conversé con una talentosa joven
escritora inédita. De lo hablado, una pregunta me dejó pensando, y no hay cosa
que pueda agradecer más en estos días, en los que el país se está yendo a la mierda, que darle vueltas a inquietudes signadas por su apariencia
pasiva, pero que detrás de esa apariencia mentirosa es posible hallar una
realidad que pocos están dispuestos a aceptar.
El tema lo he tratado más de un vez,
pero siempre es bueno volver sobre él, no con la intención de cerrar discusión,
sino para encontrar otro aspecto de su situación: el nulo peso de los premios
literarios en esta nuestra aldea cultural.
Queda claro que los premios son
importantes, sirven para dar visibilidad a autores y, dependiendo del caso,
ayudan en lo económico. Hasta aquí, no hay mucho que objetar. Sin embargo,
¿cuál podría ser la razón para que muchos de los premiados no despierten el más
mínimo interés de la crítica, ni de la prensa, ni de los sellos independientes
y que, no suficiente con lo indicado, pasen desapercibidos para los lectores? Se
ha hablado de los jurados y sus criterios valorativos, incluso del “jurado
mantequilla” que realiza el filtro. Pues bien, sería saludable que comience a
pensarse en el creador, en su oscura tendencia
a alquilar su poética al tema de “moda” que exige el oficialismo de la
concursografía y en la estúpida creencia de que un premio es sinónimo de
consagración. Por eso vemos a tanto premiado alucinado que cree merecer más de
lo que ya tiene, forjando un discurso lastimero ante el ninguneo de las grandes
casas editoriales, lo que demuestra no un lícito afán de reconocimiento, sino
una insultante angurria de fama.
viernes, diciembre 29, 2017
sin liderazgo
Son muchas las sensaciones que dejó la
marcha de ayer jueves 28. Entre lo que puedo destacar: 1) la vigencia del
antifujimorismo, que con un poco más de orden, llegará a convertirse en la peor
pesadilla del presidente Kuczynski. Se lo tiene merecido, por traidor,
mentiroso y endeble de carácter. Y 2) la carencia de un líder político que
unifique el discurso de la población airada e inconforme a razón del indulto.
Imposible no pensar en los potenciales
candidatos a hacer suya esta desazón de millones de peruanos. Sin embargo, así
apliquemos el arte del buenagentismo, no hallamos a nadie que cumpla con los
requisitos básicos, el principal de ellos: que esté libre de señalamientos
morales, éticos y políticos.
La izquierda, por ejemplo, se ha
petardeado sola, así esta intente erigirse como la reserva moral en estos tiempos
aciagos. Ni hablar de la derecha, que no espero nada de la que vemos en medios,
a menos que se despierte y se comprometa a sus mujeres y hombres, es decir, esa
otra derecha pensante y de buena voluntad, que la hay.
¿Un independiente?, me preguntó anoche
la esposa de un amigo. Inquietud que se responde con otra pregunta: ¿quién
sería capaz de unificar en discurso tanta rabia expuesta y que tenga la
suficiente fuerza emocional para resistir los inminentes embates que sufrirá
como visible imagen de oposición?
Conozco a muchos que anhelan hacer
carrera política. Todos tenemos amistades y conocidos que llevan años
cimentando el terreno para ese fin. La mayoría se muestra valiente en el verbo,
duchos en el análisis y la argumentación. Pero tanta belleza no es suficiente
cuando el contexto apura el plan de consolidación, suerte de hoja de ruta a
largo plazo. Lo estoy viendo ahora, mucho floro para poca acción. Tampoco
sugiero que se haga un llamado a cercar la ciudad, pero uno espera alguna señal
de humo, no importa su procedencia.
jueves, diciembre 28, 2017
permanencia
Días agitados para los autores peruanos.
Salen los recuentos y las listas que ponen en vilo a nuestras maravillosas
almas literarias. Situación muy propia de una aldea que no ve más allá de sus
narices.
El apuro dignifica estas máximas
prácticas de la sonsera. Veo la lista de La República, que llama mi atención
por su esforzada irresponsabilidad. En ella se invita a los lectores a votar a
lo bestia, sin una segmentación genérica, al punto que encontramos un título
publicado en el 2016: la buena novela La
flor de la limeña de Hernán Migoya.
Ligerezas de lado, preocupa, y mucho, lo
que viene sucediendo en el país en los últimos días. La condenable jugada
política de Kuczynski ha creado una oleada de indignación que ha llevado a la polarización
en el país. Para muchos, Fujimori debe seguir en la cárcel, sin embargo, muchos
no comparten ese parecer, lo que no quiere decir que asuman a Fujimori como
inocente de sus delitos y crímenes. El presidente hizo suyo el mayor error
peruano: la pésima comunicación, que esta vez vino condimentada con el tufo de
trato bajo la mesa. Aunque no era garantía de calma social, de haberse hecho el
anuncio del indulto de otra manera, no nos encontraríamos en un contexto tan
caliente y jodido como el que estamos viendo.
Ahora, no sorprende la seguidilla de
renuncias a los cargos ministeriales y públicos que ha generado este indulto. Lamento
que ya no tengamos personas de valía profesional e integridad moral en el
Estado, porque las había, así algunos piensen lo contrario. Esta huida de la
peste originará la aparición desde el subsuelo del inefable grupo de
oportunistas a la caza de un puestito, los infaltables lobistas que buscan el
autoservicio en el sector cultural. A varios de ellos los he señalado en este
blog, pero esta no es la ocasión de hacerlo otra vez, sino expresar un deseo
por la permanencia por aquellos que han demostrado eficiencia a través de la
voluntad de servicio. Pienso en Milagros Saldarriaga y Alejandro Neyra, los
directores de la Casa de la Literatura y la Biblioteca Nacional,
respectivamente.
martes, diciembre 26, 2017
lunes, diciembre 25, 2017
indulto
No hay duda alguna de que el indulto a
Alberto Fujimori es una de las peores decisiones políticas en la historia
peruana última. Si el presidente Kuczynski creyó que una decisión como esta
traería estabilidad social y “reconciliación” nacional, pues se equivocó. Ha
sido el antifujimorismo el que le dio la oportunidad de llegar a la
presidencia. El antifujimorismo es, pese a sus bemoles, una postura ética que
tiene el fin de salvaguardar la cantera moral del país.
El mensaje que deja el presidente es por
demás patético: el negocio como manera de vida. El negocio sobre los
principios. El negocio como insumo esencial de la vida política.
Nadie merece morir de manera vil en la
cárcel. Impedir que suceda diferencia a un remedo de democracia como este de un
sistema marcado por la barbarie y el sentimiento vengativo. Aquí en
Latinoamérica nos sobran ejemplos miserabilistas sin importar el cariz
ideológico.
Una vez más la ausencia de formas es lo
que eleva y expone nuestra precariedad política. Es cierto que el
antifujimorismo condena el legado de la dictadura de Fujimori, sin embargo, no
todos sus activistas y simpatizantes se mostraban contrarios a “mejoras” carcelarias
si es que en verdad el condenado se encontraba mal de salud.
Como pocas veces en su gobierno, Kuczynski
apareció brindando mensajes a la nación, pues había una razón, su posible
vacancia. Debió seguir esa línea si pretendía indultar a Fujimori. Pero no lo
hizo, porque resultaba evidente que no tenía las armas discursivas que
justificaran semejante medida. Tampoco le interesó el diálogo con los antifujimoristas,
con los que no llegaría lejos mediante la persuasión, por ello, hizo uso
exclusivo de sus facultades constitucionales.
Se vienen jornadas de lucha y protesta. En
casi veinte años el fujimorismo ha fortalecido la leyenda de su fundador a
vista y paciencia de los antifujimoristas. Hoy en día la aceptación del fujimorismo
se alimenta de insumos que van más allá de sus “logros”. Es decir, en una
identificación.
viernes, diciembre 22, 2017
película ochentera
Como muchos –bueno, prefiero pensar que
así es–, espero que los días de este mes corran rápido. Para evitar las prisas,
me ensimismo más de lo habitual, sin embargo, llega el momento en que tienes
que salir para cumplir con las inevitables obligaciones, como comprar los
regalos.
No es nada complicado hallar lo que
busco, que se puede encontrar en cualquier centro comercial. Entonces,
aprovecho el lugar más cercano y me dirijo a la Rambla de San Borja. En el
trayecto, pienso en lo que haré más allá de las compras. Tomar un café es un
hecho, pero también se me antoja ver una película, algo para pasar el rato.
Lo suponía pero no lo imaginaba: el
centro comercial invadido de miles de personas. Mi carácter antisocial se
refuerza y la timidez es el mejor refugio ante la salvaje algarabía. Esta
situación obedece a la cercanía de la Noche Buena, pero tal y como relata más
de una amistad ligada a los negocios, esta concurrencia sucede a causa de la
tranquilidad que suscita la “estabilidad” política, ahora la gente está
dispuesta a gastar y agotar el crédito de sus tarjetas, cosa que no venía
ocurriendo en la última semana.
No demoro en darme cuenta de que mi
presencia es inútil. No lo pienso más, regresaré el sábado a primera hora y
haré las compras en quince minutos. Me dirijo a Cineplanet y su cartelera me
parece de lo más insultante. Busco un café, pero todos tienen las mesas
ocupadas. En uno de ellos, una pareja acaba de pedir la cuenta, entonces me
detengo, a prudente distancia para apoderarme de esa mesa que también es
deseada por una pareja pulpín.
Coloco sobre la mesa el último libro de
Iain Sinclair. Mando también algunos mensajes por wsp y un contacto me dice que
ha visto un hueco en Polvos Azules en donde se pueden encontrar películas comerciales
de los ochenta. Mi pata –uno de esos benditos enfermos en películas olvidables–
siempre está a la caza de ellas. Su vida emocional se justifica en las
películas de esos años. No dudo pues en preguntarle por una que no hallo en
muchos años, que vi a los ocho años, creo. Le pido el favor que pregunte por Death before dishonor de Terry Leonard,
protagonizada por Fred Dyer, actor que se hizo conocido por estos lares por El cazador, serie policial transmitida
por Canal 9. En la película de Leonard, Dyer interpreta a un sargento al mando
de un comando de élite que resguarda la embajada norteamericana en un país
árabe llamado Jamal. A este trabajo solo le interesa entretener y en ese fin
cumple, imponiéndose a muchas películas ochenteras que abordaban el conflicto
bélico y de espionaje de Medio Oriente, que en el contexto de su estreno gozaba
de un acicate: el éxito del primer Rambo.
Acción y patriotismo. No había que
pensar mucho para saber quiénes eran los buenos y los malos. Dyer y los suyos
tienen que cumplir varias misiones antes de volver a su país, como desmantelar
la cédula de una organización terrorista que flagela el "pacífico" país de Jamal,
como también rescatar a un secuestrado coronel gringo.
La memoria cinematográfica no solo está
compuesta de clásicos y títulos de culto, sino también de esas películas que te
aseguraban un buen rato y esta de Leonard sin duda lo es.
derrotada
Qué bien se siente ver derrotada a esa
basura y porquería de ser humano que responde al nombre de Keiko Fujimori.
Ha quedado claro, una vez más, que el
antifujimorismo goza de buena salud. Hubo pues una corriente de opinión en
contra del abuso naranja. A medida que pasaban las horas del jueves, el sentido
común y el criterio básico comenzaban a ganar terreno en los congresistas que
decidirían la permanencia o no en la presidencia de Pedro Pablo Kuczynski. Lo
vimos en las abstenciones.
El fujimorismo consiguió 79 votos de los
87 que necesitaba para vacar a PPK. Su intención quedó al descubierto, esta
moción no era más que el paso previo al principal objetivo, el Tribunal Constitucional.
Los naranjas están en una lucha contra el tiempo, porque es cuestión de días
para que cangrejo Odebrecht alcance a la vaga que tienen como lideresa. La meta
es implícita: copar los principales poderes institucionales y administrar
justicia a su gusto, tal y como lo hacían en los noventa.
Hubo negociado, pero también venganza
política, que se pudo ver en el castigado hermano menor de los Fujimori, Kenji.
Algunos lo califican como el héroe de esta jornada, que jaló para sus
propósitos una decena de votos que se creían fijos en la bancada de la mafia. Quien
escribe jamás podría calificar de héroe a un Fujimori, que también deberá
responder a la justicia en su momento. Lo que ocurrió fue una muestra más de la
putridez que signa al clan, el manifiesto del sentimiento menor (llámalo
deslealtad) en pos de la destrucción de la hermana y el reclamo de la
posibilidad de postular a la presidencia.
Ahora el ánimo es
otro. Ya podemos terminar este año, preocupados en lo que debe preocupar, sin
estar pendientes de caprichos políticos. PPK puede respirar tranquilo, pero
tampoco puede sentirse seguro, porque si algo ha quedado en evidencia, es que
el antifujimorismo tampoco lo quiere.
jueves, diciembre 21, 2017
líderes anónimos
Luego de una caminata con algunos amigos,
entre los que estaba C., a quien no veía en mucho tiempo, resultó imposible no
volver a los años que no queremos ni recordar, pero que la realidad política
actual nos hace pensar inevitablemente en ellos. Años oscuros, marcados por una
suerte de nihilismo drogo, o, como bien escuché alguna vez, el tiempo de la
resaca que llegó a su fin a la mala.
Basta pues escuchar y ver otra vez la
conferencia del martes de la bancada naranja, la cual fue dirigida por su
impresentable vocero Daniel Salaverry, para pensar en que estamos ante una
suerte de calco de los noventas, específicamente en algún mes de la segunda
mitad de 1997, tiempo en que el fujimorismo se despojó de su careta y que
motivó la movilización de estudiantes y ciudadanos que fueron testigos de los
afanes del patriarca de la mafia para perpetuarse en el poder.
En esos meses noventeros se sumaron a la
indignación ciudadana los partidos políticos de izquierda y derecha. Hubo una
unidad de intención que nunca he visto después. Al principio las protestas
fueron desordenadas, pero no pasó mucho para que estas adquirieran un criterio,
un sentido común en el que no se percibía un liderazgo visible, es decir,
quienes dirigían y anunciaban las marchas jamás lo hicieron motivados por
ganarse un nombre. Líderes anónimos que, de eso estoy convencido, han vuelto en
estas últimas horas, con mayor razón cuando el cálculo político es lo que pauta
a ciertas tiendas políticas, actitud que las pinta en su radiografía
hueleguisera.
Pedro Pablo Kuczynski se presentará en
las próximas horas en el Congreso de la República. En lo personal, confío en
que la vacancia no prosperará. Pero de no ser así, la batalla estará en las
calles, y en esta gesta no veremos a los figurones de la indignación, sino a
los hombres y mujeres de 1997, del mismo modo a los nuevos. Razón no falta: el
fujimorismo es la peor mierda que le ha pasado a este país.
lunes, diciembre 18, 2017
domingo, diciembre 17, 2017
desmemoria
Creo que es la primera vez que muchos
asistimos a un suicidio político. La entrevista televisada que ofreció PPK a
cinco periodistas (algunos de ellos beneficiados con Odebrecht), no pudo sino
confundir y decepcionar aún más a los pocos que creían en él. No solo faltó una
mejor exposición en sus respuestas, sino también carácter en las mismas. Como
ya señalé en un post, PPK es un lobista, pero tampoco creo que sea un ladrón o
coimero, como lo han venido señalando las setenta ratas naranjas que ocupan el
congreso.
Entonces solo queda esperar la
consumación de lo que se estaba cocinando. La destrucción paulatina del orden
democrático a cuenta de una pandilla que no ansía lo mejor para el Perú, sino
saciar su hambre de poder.
*
Ayer, mientras se realizaba la marcha
contra el golpe fujimorista, se pudo ver una pancarta que animaba al aún
presidente a cerrar el congreso. Una salida política a una crisis política,
para la que se requiere de una fuerza de carácter que PPK ha demostrado no
tener. Cerrar el congreso no solo nos librará de la matonería de estas ratas,
sino que tal acto será celebrado por la gran mayoría de la población, no por
apoyar a PPK, sino como enfrentamiento a la mafia, tanto para los que luchamos
contra ella y del mismo modo para los cientos de miles que han visto en estos
últimos meses su ánimo: el despotismo más ramplón.
*
Se puede aprender de esta situación. Durante
años se creyó que el fujimorismo había desaparecido, cuando lo cierto era que
hibernaba a la espera de una oportunidad a concederle la desmemoria. Los partidos
políticos, colectivos y población pensante fallaron en no combatir esa
desmemoria, permitiendo que las nuevas generaciones de peruanos crezcan en una realidad
paralela, sin saber de los desmanes y atrocidades de cuando el fujimorismo en
el poder. Por ello, el fujimorismo, cuando volvió, lo hizo a cuenta de esa
fuerza oculta signada por la carencia de crítica y de memoria, ambos detalles
condimentados de ignorancia. El pragmatismo a lo bestia, pues.
sábado, diciembre 16, 2017
fuga
Despertar en un país llamado Perú.
Por ello, busco en las parrillas de los
canales de cine una película que justifique la mañana. No solo me he levantado
temprano para ver una película, también tengo que salir a terminar algunas gestiones
en Jesús María y regresar a casa a seguir en la edición de un libro que la
romperá el próximo año.
Lo mejor en estas horas de furia, decepción
e impotencia al ver la manera de portarse de la bancada naranja, es que tienes
otras salidas, distintas fugaz para la maldad y la mediocridad. En cuanto a lo
segundo, tengo claro el asunto: sea por los medios de comunicación y la ola
opinóloga de las redes sociales, se impone el apuro, como si arribar primero a
una conclusión fuera la marca de referencia. Lo estamos viendo en las últimas
horas, muchos justificando la vacancia, algunos criticándola, y los pensantes
condenando el actuar matonesco de la bancada naranja.
No tengo duda de que PPK es un lobista,
pero si se le acusa de haber recibido coima alguna, el señalamiento debe
llevarse a cabo con el debido cruce de información y este no ha sido el caso,
tal y como puede leerse en el comunicado de Odebrecht.
El presidente tuvo la gran oportunidad
de cerrar el congreso el año pasado. No lo hizo porque creyó que podía manejar
la majadería de las setenta ratas naranjas. Ahora somos testigos de lo que son
capaces estos animales: el irrespeto por las normas constitucionales, su
deseducación política, en otras palabras, ellos se creen los dueños de este
mercado persa.
Ante ello, lo mejor es evadirse, aunque
sea el fin de semana, sobrevivir a la resaca tras las horas festivas. Así la
entiendo y así la quiero llevar a cabo, no pensando en las torpezas políticas
de PPK, menos en las muestras espartanas de los congresistas de la mafia.
Para mi buena suerte, tengo una
sensación calmada y satisfecha. A veces se llega a este estado gracias a una
película, una canción y, claro, una (re)lectura.
Aunque no es lectura descubierta, no
pocas cosas buenas genera encontrarse con la bella edición de una joyita
narrativa de Stefan Zweig, editada por Acantilado: Carta de una desconocida.
Esta novelita fue lo primero que leí del
famoso escritor austriaco, quizá a fines de los noventa, en la biblioteca del
Goethe Institut. De escritura diáfana y sensible, me sorprendió la capacidad de
Zweig para ingresar en los entresijos emocionales de una mujer, que en su
adolescencia-juventud veía admirada y obnubilada a un joven pianista que vivía
en una habitación de la casa en la que ella también. La joven deseaba pero no
podía hablarle por vergüenza sentimental, característica, pues, del primer
enamoramiento.
Quien se muestre interesado en leer una
buena novela, esta es. Descubrir a Zweig puede ser todo un acontecimiento. Y
para quien ya conozca la obra del autor, imagino que no dudará recomendarla,
del mismo modo la versión cinematográfica de Max Ophuls, de 1948.
Lo que me gustaría ver en algún momento,
espero que en Acantilado, es la obra maestra del autor: la biografía Balzac. La edición de Jackson es difícil
de hallar (de igual manera, la de Paidós, según me hace ver mi hincha El enfermo imaginario), el ejemplar que tengo llegó a mí por milagro. Lo recuerdo: fines de
2000, en Amazonas, días después de la Marcha de los Cuatro Suyos. Aún se
respiraba la tensión social y había, en cuanto a mí, mucho odio contenido. El
solo hecho de encontrar el libro significó una fuga, un escape necesario a la
cólera que uno sentía por la situación del país.
viernes, diciembre 15, 2017
la izquierda que necesita el fujimorismo
No es la primera vez que la izquierda
peruana se presta a oscuras maniobras. Un poco de memoria: el apoyo que dieron
a Fujimori en la campaña presidencial de 1990. Ya vimos lo que vino después, y
en lo que recuerdo, jamás esta mostró la más mínima señal de autocrítica. Su
última perla en honor a sus principios sucedió cuando apoyaron a un potencial
violador de derechos humanos, oh vaya novedad, también en una campaña presidencial,
la de Humala en 2011. Tras lo que sucede hoy con Humala, la zurda ha preferido
lo de siempre: no botar sus bolsas de basura.
Si algo siempre he destacado de nuestra
izquierda es precisamente su capacidad para legislar, y esa debe ser su función
hasta que el país deje de ser anormal. Obviamente, sus protagonistas de hoy son
distintos, la mayoría también maculados por la corrupción de Odebrecht. Pensemos
en las congresistas que participaron de la millonaria campaña del NO.
La izquierda actual no dudó escribir otro
capítulo vergonzante más e incluirlo en su tradición. El haber presentado la
moción de vacancia contra PPK es un claro juego en pared contra la organización
criminal que siempre la ha maltratado.
Con esto no quiero decir que la bancada
congresal de la izquierda se mantenga al margen de los chanchullos del
presidente, por el contrario, tiene que ser más incisiva en lo que se le acusa,
pero políticamente no puede ir en dirección contraria a los principios que no
se cansa de resaltar, con mayor razón cuando resulta evidente el objetivo de la
hoja de ruta de la mafia naranja: distraer para proteger a su lideresa.
Frase común: la derecha tiene la
izquierda que necesita. Y el fujimorismo también.
realidad gris
Mientras esperaba a que trajeran un par
de botellas de vino, y acomodado en una zona segura de la muchísima gente del
Wong de Dos de mayo, leía lo que siempre leo en esta época del año, solo que
ayer me di cuenta de que regreso a Dirección
única de Walter Benjamin, en esa edición de colores plomo y morado de Alfaguara.
No vale la pena preguntarse por la razón de esta recurrente relectura de fin de
año, al menos no quise pensar en sus motivos, más aún cuando ni tu zona segura es
tal, espacio ahora invadido por adorables seres de menos de un metro de altura.
Es decir, para qué inquietarse por lo
que es, ante lo evidente. Me gusta ese libro de Benjamin y me importa poco la
razón de su relectura en estos días de tráfico, estrés y apuros. Sobre la
realidad, o sus golpes, o quizá su poder de manifestar la incoherencia que
lamentablemente no pocos asumen de la vida virtual, recordé la pregunta que un buen
amigo me hizo días atrás en cuanto a la imagen que no pocos quieren proyectar
en las redes sociales y la gris percepción que experimentan al salir de
ellas.
En esa suerte de divorcio, y cada día me
convenzo de ello, hallamos las más encendidas bajezas. Veamos el origen,
algunas perlas: el narrador likeado hasta por el Papa y que no vende ni trescientos
ejemplares; el lector fijón sin voz, hecho que lo desespera; el aspirante a
escritor que se causea en msn con el narrador/poeta del momento, al que aprecia
por sus cualidades humanas pero al que no demora en odiar porque esta luminaria
no lo saluda en los saraos literarios, no con el entusiasmo mientras comparten
memes y emoticones; el individuo que espera más de un año a que acepten su
solicitud de amistad de Facebook y que una vez consumado el clic, el sobrado
pasa a ser un aliado en la lucha contra los centros de poder cultural, al menos
eso es lo que alucina el individuo.
Acontecimientos maravillosos de la aldea
líquida, y por tales, divertidos. Al menos yo la paso bien ante tanta muestra
histriónica de doble vida, pero no a esos niveles celestiales cuando escucho
los chistes del maestro Melcochita.
jueves, diciembre 14, 2017
dos novelas
Este 2017 va llegando a su fin y ya
podemos especular sobre cómo nos ha ido en cuanto a la producción novelística
local. Hemos tenido novelas que cumplían contando historias truculentas y
atractivas, como La segunda amante del
rey de Alonso Cueto; las que nos brindan un recorrido temático por la obra
forjada, pienso en Las orillas del aire
de Karina Pacheco y Destierro de
Alina Gadea, tampoco pasemos por alto el riesgo verbal de La sinfonía de la destrucción de Pedro Novoa, destaquemos también
la primera parte de Sustitución de
Jack Martínez y el esperado destape de Alejandro Neyra con El espía innoble. E imposible no consignar los títulos enfrentados
en un acalorado repechaje para erigirse como la peor novela del año: No tengo nada que ver con eso de Juan
Carlos Ubilluz y No somos nosotros de
Ricardo Sumalavia.
En estos últimos meses, en especial
durante las semanas de la FIL, fuimos testigo de una ausencia: la del narrador serio.
Pero lo que sí vimos fue al narrador entregado a la autopromoción y a la mentira
de su éxito. Lo que el narrador peruano tiene que saber es que el verdadero
lector es muy intuitivo para detectar la atorrantada, por eso es implacable en
su castigo: sus libros no se venden. Además, si cada Like fuera un comprador
potencial, estaríamos ante epígonos de Renato Cisneros, quien cumple con Dejarás la tierra, pero a la que no podemos
equiparar con su novela precedente.
Dos novelas que me entusiasman: Esta casa vacía de Marco García Falcón y
Quién es D´Ancourt de Carlos Arámbulo.
La primera apela a la tersura narrativa y a la linealidad argumental, mientras
que la segunda a la densidad en la prosa y a la complejidad temática. Transitan
distintos caminos pero convergen en la parcela del dolor generacional. Nos
hallamos ante novelas escritas desde la vergüenza anímica y la autodestrucción,
en franco testimonio de que si se pretende narrar, no hay que guardarse nada. Léanlas.
…
Publicado en Caretas
martes, diciembre 12, 2017
hombres que cambiaron
Días atrás terminé El origen de la hidra, de Charlie Becerra. Al respecto, hice una breve
alusión al libro en un post anterior, destacando la valentía del autor para
abordar un tema delicado, como lo es el crimen organizado en el norte del país.
Obviamente, recomiendo su lectura (pese a que las últimas treinta páginas
parecen un texto volteado de la transcripción de una entrevista de Larry King),
en especial para no pocos de nuestros maravillosos escritores locales, a ver si
se animan y van a la caza de historias, sin esperar a que lleguen mediante el
inbox o el wasap.
Entre los personajes que abundan en esta
historia real de sangre, indignación y llanto, llama mi atención Óscar Narro. Un
personaje redondo que Becerra perfila sin que le tiemblen los dedos. Narro pudo
apelar al silencio, pasar de largo cuando se le habló del proyecto, o, en el
peor de los casos, pedir un código para aparecer en la narración. Felizmente no
fue así. Narro tiene confianza en sí mismo, específicamente en la protección
que le brinda su creencia en Dios. En Narro está la sal de este tremendo
trabajo de compromiso e investigación. Los escritores, sin importar que sean de
ficción o no ficción, no siempre encuentran la presencia, o idea de noción, de
un personaje con tantos puntos de desencuentro, con la suficiente resonancia
para calibrar las páginas y elevarlas más allá de lo “bien escrito”, que las
conviertan en candidatas, en principio, a una mediana perdurabilidad.
En mi vida he conocido a dos tipos como
Narro. Ambos tienen ahora una calidad de vida basada en el trabajo y la firme intención
de enmendar a otros criminales por medio del testimonio de vida. Asesinos y
mafiosos que pagaron su deuda con la sociedad, creyentes de Dios y respetados como hombres de bien.
emoción y verguenza
Marco García Falcón es uno de los
autores más destacados de la narrativa peruana del siglo XXI. A estas alturas,
considero poco probable que se le arrebate la insignia representativa que lo
posiciona como el mayor prosista de su generación, a ello habría que añadir la
discusión que suscita el rumor que lo ubica como uno de los más destacados
prosistas surgidos a partir de 1950. Bajo esa impresión, si tuviéramos que
hermanar su poética, tranquilamente, a nivel de prosa, pensaríamos en Julio
Ramón Ribeyro y Luis Loayza. Así es, palabras mayores, valoración sustentada en
la sana y desinteresada experiencia de la lectura.
*
Desde la publicación de su cuentario París personal (2002), García Falcón
(GF) supo dejar la marca de su sello. Es decir, así nos hayan gustado o no los
argumentos de aquel conjunto, teníamos la certeza de que estábamos ante una voz
singular y una escritura que fluía sin problema alguno, distinguiéndose en sobriedad
y ajena a lo que para no pocas plumas, entre debutantes y trajinadas, es todo
un dolor de cabeza: el hechizo de la compleja sencillez. Estas dos
características también las vimos cuando GF incursionó en novela, recordemos El cielo de Capri (2008) y Un olvidado asombro (2014), empresas en
las que afianzó su cualidad de eximio prosista y eficiente contador de
historias.
Si tuviéramos que elegir entre estos
tres títulos aquel que sirva de puerta de entrada a la presente poética, no
tendríamos que pensar mucho. Es su primer libro de cuentos el que nos brinda la
marca en alto relieve de lo que fue/es/será la cartografía narrativa de GF. Al
respecto, y a modo de ejemplo general, pensemos en el diálogo estilístico y
temático entre las dimensiones metaliterarias y vitales que caracterizaron a la
narrativa peruana que se dio a conocer en la década pasada, precisamente en sus
años de apogeo (2004 – 2007). Esta característica inicial originó más de una
discusión y no pocos autores y críticos perdieron la brújula al especular sobre
su inmediato antecedente, cuando lo cierto era que en París personal se hallaba su origen de época. Pero este libro no
solo quedó como documento, se alejó de la mención barata de los pie de página,
puesto que el tiempo lo ha convertido en uno magisterial para autores en
ciernes y del mismo modo para plumas fogueadas pero perdidas en los intereses
temáticos de lo que se entiende como metaliteratura. Por esa razón, me
pregunto: ¿Qué hubiese ocurrido si prestábamos más atención a este libro?
Fácil: lo metaliterario no hubiese desaparecido como lo hizo, dejando una incómoda
sensación de moda o mero interés editorial.
Tanto la crítica y los lectores
destacaban el vuelo narrativo de GF, y en lo personal recuerdo la sentencia que
sobre el autor diera el recordado Oswaldo Reynoso, nuestro estilista mayor
luego de Martín Adán: “El mejor de todos”.
*
Si algo podíamos objetar a este
escritor, si un reparo consensuado se imponía como señalamiento, este no era otro
que la falta de arrojo que exhibía en sus temas que abordaba. Es cierto que sus
historias yacían en la arqueología emocional, pero a esta arqueología le
faltaba tierra y barro, ensuciarse como debía, cosa que extrañaba a sus
lectores, puesto que arsenal narrativo es lo que siempre le ha sobrado.
*
Por ello, los saludos de la crítica y
los genuinos aplausos de los lectores que viene generando su última novela, Esta casa vacía (Peisa, 2017), son más
que justificados. Y sin exagerar, la presencia de esta novela justifica la
producción novelística de este año. Cuando parecía que la irregularidad sería
la pauta, GF nos entregó una novela en la que prima lo que no viene exhibiéndose
en nuestros narradores: emoción y
vergüenza.
*
Nuestro autor nos presenta a Giovanni
Perleche, escritor y profesor universitario, entregado a todos los trabajos
posibles que le permitan pagar las deudas generadas por la casa que construye
en el inmenso jardín dentro de la casa de sus suegros, pero ante todo Perleche
está preocupado por costear el tratamiento de la extraña enfermedad que sufre
su pequeño hijo Tadeo. Perleche transita por la vida, derrotado por su
situación familiar y sin pocas expectativas de futuro inmediato, pero en esta
situación, Perleche refuerza su esperanza, la búsqueda de redención en la
escritura. Mediante este acto de fe nos cuenta su descenso a los infiernos, en
la que su autodestrucción a causa de las drogas es una de las perlas de su
degradación. Perleche no es un mal tipo, por el contrario, podemos aplaudir su
buena voluntad y es precisamente en este aspecto donde GF pone la carne en el
asador: nos detalla la incoherente configuración moral de su protagonista.
Perleche no quiere hacer daño, pero daña. Perleche quiere cambiar, pero no
puede hacer nada ante el placer que encuentra en la zona oscura de su vicio.
Así es, somos testigos de un hombre que
se dinamita solo. Y para tal fin, nuestro autor repotencia recursos que
habíamos visto en sus novelas anteriores y que aquí brillan en excelencia: la
fuerza del silencio narrativo. Lo que no se dice y que destruye. No es
gratuita, por ello, la presencia de uno de los epígrafes de la publicación,
como los siguientes versos del poeta Lizardo Cruzado: “Escribo / Porque / Me
gusta el / Silencio / Si no, gritaría”. Y tampoco es gratuita la referencia a
Blanca Varela durante el desarrollo de esta historia, alusión que refuerza la
epifanía de la transmisión silente.
La novela es dueña de una estructura
compleja que ampara a muchos personajes, situación que podría peligrar cuando
hablamos de una novela aparentemente corta (no nos engañemos por la
diagramación), mas esta complejidad se diluye a cuenta de la excelente prosa de
GF, y cuando digo “excelente”, no lo hago destacándola como virtud de oficio,
sino por simple descripción. Lo que puede pintarse de virtud para otras voces,
en estas páginas es naturalidad.
Como ya indicamos, son los silencios que
taladran los que llevan la novela a una radiactividad que agradecemos. Uno como
lector se pregunta en qué momento Perleche empieza su autodestrucción, las
inquietudes se suceden una tras otra con el claro objetivo de entender el
origen de este viaje al agujero negro de la vergüenza. Una de ellas: ¿qué lo
lleva a dejar por escrito su cataclismo personal? Para tener una inicial idea
de ello, prestemos atención a los pasajes en los que Perleche detalla su
reencuentro en su etapa de enamorados con Micaela, su esposa y madre de su
hijo; en los lazos que halla entre su padre y su suegro, aspectos que lo debilitan
y enfurecen; también en sus amigos Dante y Paco Mendizabal, que lo transportan
a un pasado cuando la escritura y la vida eran razones suficientes para
justificarse ante sí y los demás.
Aparte de entregarnos una muy buena
novela, cuyas cimas narrativas nos resultan evidentes, GF nos presenta una íntima
radiografía generacional, es decir, la puesta en escena de la resaca
existencial que marcó a la juventud tras la dictadura fujimorista, juventud preocupada
en sí misma, sin más horizonte que la supervivencia egoísta.
*
Todas las reseñan coinciden en que este
es el mejor libro de GF y quien esto escribe se une a ese veredicto. A este
consenso sumaría su posicionamiento como una de las mayores novelas peruanas
del presente siglo. Sin embargo, y esto es lo más interesante: la novela no
solo es expresión literaria de otro lote, puesto que la experiencia estética
que depara viene seguida de un cuestionamiento en el lector de turno, generando
en él la posibilidad de un cambio de actitud. ¿Acaso todos somos Perleche o
tenemos algo de su dañada sensibilidad? Lo dicho, queridos lectores, no se
manifiesta tras la lectura de cualquier libro.
*
Desde ya nos encontramos ante una novela
que sobrevivirá por sí sola. Y es hora de manifestar lo siguiente: novelas como
esta nos brindan la posibilidad de pensar en un buen momento de la narrativa
peruana actual, pero uno real, sin trampa, ergo: lejos de las estrategias de
posicionamiento feroz de sus autores y sin editoriales grandes e independientes
que nos venden humo de orégano cada semana.
…
En SB
lunes, diciembre 11, 2017
reencontrar
El sábado en la noche, dos horas después
de la presentación del cuentario de una amiga en la Feria Ricardo Palma, caminaba
por las calles del Centro, en donde me encontraría con un grupo de amistades y
conocidos, con los que asistiría a dos conciertos. Aunque yo solo pensaba ir a
uno.
Sea como fuere, llegué al bar y más de
un integrante del grupo ya estaba sazonado, según supe, desde las seis de la
tarde. El ambiente del bar estaba en un creciente punto de ebullición, voces
pautadas por la alegría, la motivación líquida como permanente acicate.
Compartí tres chelas pero sentía hambre.
La obligada dieta en base a ensaladas y carnes a la plancha resultaba
insuficiente para mi estómago. Me puse de pie y dije que volvería luego, el
pretexto: comprar una cajetilla de Pall Mall rojo.
Había necesidad de grasa, pero ante todo
de sabor. En cierta ocasión, mi pata Abelardo me llevó a un chifa en el Rímac.
Quizá el chifa con el servicio más rápido de Lima. En menos de dos minutos el
cliente tiene en su mesa el plato seleccionado, además, no tienes la sensación
de que te apuran.
No estaba decidido del todo, ir a ese
chifa me alejaría del grupo, pero no de los destinos que justificaban la noche.
Se trataba de un capricho, lo que más abunda en esta ciudad, no son pollerías y
cevicherías, sino chifas. ¿O quizá era solo el deseo de caminar? En lugar de
hacerlo por Camaná, me abrí de la ruta con la idea de dirigirme al chifa
rimense por la plaza Mayor.
Sin embargo, me detuve un rato en la
plaza San Martín. Allí encontré a los eternos polemistas, distribuidos en
cuatro grupos. Hablaban de la actualidad política, como también de las
cualidades de la cultura incaica. A pocos metros de uno de ellos, un pata de
lentes gruesos vendía en el suelo una serie de separatas políticas y también
algunos libros. Mi celular comenzó a vibrar y cuando lo vi, quien llamaba era
uno de los patas con los que iría a uno de los conciertos. Como ya sabía las
direcciones de los destinos, no contesté la llamada. Me concentré en los
libros, y valió la pena, sirvió no apurarse ante las joyitas que uno encuentra
por segunda vez, porque un par de libros no los veía en tiempo. Esos títulos los
tengo en casa, resistiendo al tiempo en cada relectura fragmentada. La novela de una novela de Thomas Mann,
en Sur; y Lo mejor de Rolling Stone,
en Ediciones B. El segundo título no tenía la falsa carátula, pero era un
detalle menor. Los compré y fue inevitable no ser invadido por una grata y
calmada satisfacción.
Olvidé la caminata hacia el chifa y fui
por un cuarto de pollo a la brasa en Kachito, antes de ir a los conciertos del
Jr. Moquegua.
sábado, diciembre 09, 2017
subvalorado
Ayer, mientras me encontraba en el LUM a la espera de realizar algunas fotos, a
la espera porque había más gente de la que había supuesto. Como lo que más
detesto es tener la sensación de no hacer nada y estar perdiendo el tiempo, me
puse a leer en calma, mirando al mar y con un café a mi costado, el último
número de la revista Lucerna, que en
su décimo número trae un libro adicional (claro, los números anteriores de la
revista también traían uno, pero el de esta ocasión es otra cosa), la antología
El bosque de las plumas de Li Tai Po.
La impresión queda corta ante la impecable edición realizada por el director de
la revista y editor del sello homónimo, Julio Isla Jiménez.
En principio, me interesaba leer la
entrevista a Jorge Ninapayta, el texto crítico sobre una exposición de
vanguardia surrealista llevado a cabo en Lima en 1935 y las traducciones de
diez poemas de Cummings. Me puse en ello, pero la lectura se vio interrumpida
ante el intempestivo saludo de Juan, un joven lector al que no veía en más de
tres años, y de quien guardo un buen recuerdo. Juan estaba con su enamorada y luego
de las puestas al día de rigor, me contó de la labor social que viene
realizando para una ONG, institución con la siente muy comprometido, cosa que
me alegró porque esa era la sensación que siempre he tenido de Juan, quien
sabiendo que me había interrumpido, siguió visitando las salas de exposición
permanente del museo.
Seguí en la lectura, prestando especial atención
a uno de los conceptos de Ninapayta sobre el cuento. Punto de vista interesante
sobre la intención pedagógica del género, que estoy seguro hará saltar a más de
un sabelotodo. Bien puedo estar o no de acuerdo con Ninapayta, hay pues un
peligro en lo que dice, pero también, y dejando de lado los posibles
desacuerdos, un concepto como este adquiere relevancia gracias a su autoridad,
al reflejo de aquella idea en sus cuentos, la mayoría de ellos dueños de una alta
calidad. Ninapayta es uno de los escritores peruanos más subvalorados y su
muerte no solo refuerza esa penosa condición, sino también un magro destino: el
olvido.
viernes, diciembre 08, 2017
denuncia / vigencia
Así sea un deseo en vano: tengo
esperanza de que en las próximas semanas se proyecte en algunas salas limeñas Detroit (2017) de Kathryn Bigelow.
Si una característica vemos en la
directora norteamericana, es que no solo ha crecido exponencialmente como
narradora visual, sino que desde hace algún tiempo sus trabajos vienen
exhibiendo un férreo y genuino compromiso político e ideológico. Lo que muchos
cineastas no denuncian bajo el discurso del “amparo”, o pretexto, de la
integridad artística, Bigelow lo lleva a cabo, sabiendo que su postura le puede
generar no pocos problemas, sean legales e incluso comerciales en la industria
a la que pertenece. Al respecto, recordemos lo que ocurrió con sus películas Zero Dark Thirty y The Hurt Locker.
Si bien Detroit cursa el mismo sendero crítico de sus dos últimos trabajos,
se diferencia de ellos en cuanto a su representación inmediata, puesto que está ambientado a fines de los sesenta, en un
contexto convulso que hundió a la ciudad de Detroit en un fuego cruzado que
yacía en la violación de derechos civiles que sufría la comunidad negra a
cuenta de las fuerzas del orden (policía y ejército, ergo los blancos). En este sentido, Bigelow nos
ofrece en los primeros minutos de su trabajo una presentación histórica de la
situación de los negros en Estados Unidos hasta ubicar al espectador en el
argumento a desarrollar.
En principio, se nos muestran todos los
insumos que nos permiten especular sobre una película coral, impresión
inevitable a cuenta del desorden urbano originado por una comunidad indignada
por los abusos y la falta de empleo, situación que se agrava cuando se declara
a la ciudad en estado de emergencia. En este laberinto social, Bigelow enfoca
su historia en los integrantes de la agrupación The Dramatics, que encuentran
su esperada oportunidad de grabación al enterarse que los productores/busca
talentos de Motown estarán en el espectáculo musical en el que participarán. El
más entusiasmado con este trampolín a la fama es su cantante principal, Larry
Reed (Algee Smith), sin embargo, la organización del evento es avisada de que
los desmanes se vienen desarrollando cerca del teatro y que por orden policial
los asistentes deben regresar a sus casas.
Con los ánimos por los suelos, The
Dramatics acepta su destino. Sin embargo, Reed junto a su amigo Fred Temple (Jacob
Latimore) deciden compensar en algo la frustración, buscando un consuelo al
paso ante lo evidente: no volverán a tener semejante oportunidad. En este
sendero a la caza de mujeres, Reed y Temple se ven envueltos en un confuso
incidente en Algiers Motel, el espacio en donde se funden todas las críticas y
metáforas que Bigelow busca con su película. Hasta el momento, la directora
tenía la mirada puesta en el conflicto de la ciudad, riesgo que la llevó a una
ineludible relación de hombre blanco malo y hombre/mujer negro víctima, y
ahora, con los protagonistas ya definidos como Reed y Temple, a los que se
suman el guardia privado negro Melvin Dismukes (John Boyega) y los oficiales
policiales comandados por Philip Krauss (Will Poulter), Bigelow eleva la
metáfora de su denuncia. No solo asistimos a una serie de atropellos hacia los
negros que estaban en el motel, sino que la insania de los policías se enciende
en el momento en que estos encuentran a dos chicas blancas con un negro en una
de las habitaciones. Los policías asumen el escenario como un atentado a su
masculinidad.
La tortura y humillación que viven los
desafortunados huéspedes del motel pone en bandeja los circuitos emocionales
que le interesaba mostrar a Bigelow: los niveles de degradación del que puede
ser capaz el hombre déspota. Estos son los momentos mayores de la película, en
los que no solo vemos las ya indicadas cuotas de crueldad, sino también ironía
y humor, en una mezcla de recursos que la directora administra con cuidada
perfección, sabiendo del riesgo que supone su puesta en escena en secuencias
marcadas precisamente por la violencia.
Gracias al guion de Mark Boal, con quien
Bigelow trabajó para THL y ZDT, no solo se testimonia de los
vejámenes racistas de hace medio siglo en esta referente ciudad industrial de
Estados Unidos, sino que su lectura se justifica a la fecha, mediante la
vigencia de su señalamiento principal: el fracaso de los discursos contra el
racismo, más cuando la justicia deviene en colaboradora de ese fracaso.
Si bien los tramos finales resienten la
película a causa de un obligado orden
de cosas, por ejemplo, la decisión de Reed de cambiar su vida, que edulcoran el
mensaje de Bigelow, Detroit es desde
ya un documento imprescindible, no solo para fines analíticos como aparato
estético, sino también como punto de discusión sobre un tema que tendría que
combatirse con todas las armas discursivas y legales posibles.
La crítica ha indicado el lazo de la
película con Malcolm X (1992) de
Spike Lee. Estamos de acuerdo, pero no olvidemos otro trabajo, también de
época, que consideramos una obra maestra, que Bigelow pudo tener en su radar: Mississippi Burning (1988) de Alan Parker.
martes, diciembre 05, 2017
contra el apuro
Aunque sé que no gustará a algunos, lo
cierto es que lo más interesante de la poesía peruana de los últimos tres años
viene pasando por la editorial Celacanto. Claro, no todos sus títulos me
entusiasman, pero un puñado de ellos ayudaría a sustentar la impresión: Bajo este cielo de cabeza y El sendero del irivenir de Paul Forsyth,
Música para tarántulas de Diego Lino
y Archipiélago de María Belén Milla.
Propuestas que también tendríamos que
considerar de otros sellos editoriales: Un
bosque ardiendo bajo un mar desnudo (Amarcord) de José Agustín Haya de la
Torre, Diccionario elemental (Paracaídas)
de Miguel Ángel Sanz Chung, Insomnio
vocal (Alastor) de Ethel Barja, Apostrophe
(Hipocampo) de Gino Roldán, El primer
asombro (Animal de invierno / Paracaídas) de Denisse Vega, Feelback (Sub 25) de Valeria Román y Fe (Vallejo & Co.) de Bruno Polack.
Obviamente, la memoria puede fallarme
una vez más, por ello, reconozco que me deben faltar tres o cuatro títulos para
cerrar esta tentativa lista que testimonia lo que considero es la recuperación
de la poesía peruana última, asunto del que estuve conversando con un buen amigo
semanas atrás, en nuestras ya canónicas caminatas flotantes. No siempre estamos
de acuerdo en nuestras ideas sobre poesía peruana, pero en lo que sí, en la mejora
de esta luego de su tiempo gris a partir
de 2010.
¿A qué se debe la mejora? Se colige que
no estamos ante una suerte de milagro. Basta revisar los títulos citados para
darnos cuenta de que, a excepción de cuatro, sus autores ya saben de la
experiencia que significa publicar. Sea en la proyección de los debutantes y en
la trayectoria que se construye, una luz los une y justifica: no ha habido
apuro para publicar y eso lo percibimos en la sustancial mejora (consagratoria
para algunos) de sus entregas.
El apuro es la peor droga en la que
puede caer un poeta. A lo largo de muchos años he sido testigo del naufragio de
propuestas con talento y discurso, que ubica al poeta como víctima del ansia
del reconocimiento inmediato, quedando en evidencia el daño que hacen, para
variar, las redes sociales, escenario dañino y a la vez seductor, en donde se
puede parecer sin ser, a kilómetros de distancia de lo que se cree ser.
Y claro, cuando hablamos de apuro, no
nos estamos refiriendo únicamente a la sub 40, porque esa peste también ha
infectado a vates de mayor trayectoria. En otras palabras, el apuro no conoce
ninguna clase de barrera y en ello desempeñan un rol importante sus
tentaciones, como los premios, los recitales y los benditos festivales. Basta
ver, a manera de ejemplo, lo que ha ocurrido este año, al menos en lo que he
podido ser testigo: la desazón ante la incoherencia entre el evento
promocionado en redes y medios y su nula repercusión en asistencia. Ese es pues
el desenlace cuando se alucina que todo se justifica mediante la realidad
virtual. El poeta peruano anda preocupado en cuestiones baladíes, pensemos en
la construcción de su imagen, cuando lo que tendría que llevar a cabo es una
atenta guardia de su relación con la poesía, si es que esta en verdad es lo
suyo.
El lector de poesía conoce de estas
artimañas, no gastará lo más preciado que tiene, su tiempo, para ir a escuchar
y mirar a expertos (as) de la recitación. A ello, prefiere quedarse en casa
leyendo a un poeta que toma en serio su relación con la palabra. No es para
menos, la exhibición del poema verde seguirá siendo verde así se le camufle con
efectismo. Pero hablamos de una decepción con poder, porque el lector de poesía
pasa la factura: corre la voz, formando un huracán de invectivas contra el
poeta a razón de la inmadurez de su poema. Entonces, ¿se imaginan en qué se
convierte ese huracán cuando el lector de poesía compra un poemario que no
cumple con sus bienintencionadas expectativas?
Esta breve reflexión obedece a la
lectura que hice un par de semanas atrás de Plaza
mayor (Celacanto) de Braulio Muñoz. Muñoz no es para nada un poeta joven,
mas sí es dueño de una bibliografía a tener en consideración. Precisamente en
la lectura al vuelo de los títulos que conforman su hoja de vida, se puede
especular sobre su interés en la palabra escrita. Y al igual que no pocos
poetas peruanos que trabajan en la academia gringa, tranquilamente pudo
publicar uno que otro poemario, cosa que de esta manera comenzaba a forjar un
nombre, ingresando en el radar de Poetilandia.
Bajo el rótulo de novela-poema, Plaza mayor, felizmente, va más allá de
la etiqueta. Muñoz no nos presenta un descubrimiento del discurso poético,
felizmente no cae en el fango de la banalidad de las categorías, gracias
conceptuales que intentan vender lo ya hecho con otro ropaje. En las páginas
del libro hay tanto de narrativa y poesía, sin embargo, la verdad emocional del
discurso se impone y uno como lector se entrega a esta fiesta hedonista que
Muñoz brinda mediante un verbo que recuerda en estado de locura y que se expone
en sus senderos de (auto) humillación, a saber, la crítica a la pose del oficio
poético y el recurrente desamor que halla compensación en las ramas del más
oloroso/sudoroso erotismo.
Imposible no preguntarse, así parezca
capricho: ¿qué hubiera sido de este libro de publicarse en las décadas del setenta
y ochenta? La sola formulación de la inquietud revela pues su transpiración
juvenil, su tácita actualidad. Sin duda, a la fecha estaríamos ante un título
importante. Para el beneplácito del lector, Muñoz supo macerar la voz, dejar
que la sabiduría vital haga lo suyo con la palabra, que la ponga a punto en su
voltaje lírico, que al leerla se transmita como verdad y trascendencia.
Tienes que leerlo.
domingo, diciembre 03, 2017
azul y blanco
Desperté algo tarde para lo que es mi
costumbre. De la refrigeradora saqué una Inca Kola y llamé al Marino, quizá uno
de los mejores restaurantes de comida marina de la ciudad. Pedí lo de siempre:
arroz con mariscos y ceviche mixto.
Mientras esperaba, busqué en Spotify el Apostrophe de Frank Zappa. Este álbum se
ajustaba mejor a lo que esperaba para este día de sol, pero me refiero a uno
distinto, el sol de este domingo fue el anuncio de la inminente festividad de
las próximas horas.
Así es, como ya intuye el lector del
blog, de los que gustan de él como aquellos muchos que no, este blogger es un
acérrimo hincha de Alianza Lima, club en el que brillaron Teófilo Cubillas,
Hugo El Cholo Sotil, Jaime Duarte, José Velásquez, César Cueto, Víctor Pitín
Zegarra y en el que se formó Paolo Guerrero. Solo un muestrario al vuelo de nombres
que nos brindan una idea de la grandeza de este club, que es tal no por sus
títulos conseguidos. Las pasiones no se sustentan en logros, muchachón, sino
precisamente en esos arranques emocionales que, entre otras características, te
hacen vivir al límite cada partido.
El éxito de la campaña aliancista de
2017 se debe a su entrenador Pablo Bengoechea. A muchos no les cuadró la
contratación del uruguayo, lo recuerdo muy bien, pero esa resistencia yacía en
un prejuicio que lo asociaba a la gestión de Manuel Burga en la FPF. Lo cierto
es que Bengoechea, aparte de haber sido la manija de las selecciones uruguayas
durante muchos años e ídolo indiscutible de Peñarol, es uno de los mejores
lectores que tiene el fútbol sudamericano hoy en día. La lectura que hizo de su
plantel, como de los partidos disputados en el presente campeonato, es lo que
ha posibilitado que Alianza Lima consiga el título esta tarde. Bengoechea
aniquiló el aliancismo, puso en modo avión lo peor de su tradición y conformó
un esquema resultadista que se adecuaba a la necesidad inmediata del club:
conseguir el título de campeón nacional tras once años.
La alegría blanquiazul no se puede
comparar con la de los hinchas de otros clubes. Al respecto, me imagino las
amargas celebraciones de la fanática crema, del mismo modo el impostado placer
celeste. No, pues. Imposible, Alianza Lima celebra, eso: celebra. Cuando
Alianza Lima es, el Perú es.
tras bigelow
No sé cómo me enteré, pero lo cierto es
que la tarde del sábado la reservé para ver la última película de Kathryn Bigelow,
que hasta donde sé, y suponía también, jamás se estrenará en nuestras salas de
cine, quizá por su contenido incómodo y polémico, que espanta a la masa ignorante
que las frecuenta, de otro modo no se entendería el éxito de la porquería
protagonizada por Jorge Benavides y dirigida por Adolfo Aguilar. Claro, sé que
suena extraño desear una película como Detroit
en las multisalas, pero el ánimo no es del todo descabellado porque de cuando
en cuando se cuela en las mismas una que otra película de verdadero valor, con
el poder suficiente para entretener y cuestionar.
Si hay una directora que sigo, esa es
Bigelow. Para quienes no sepan de ella, tres títulos que ayudarían a
cartografiarla: Point Break (1991), The Hurt Locker (2009) y Zero Dark Thirty (2012). Las tres me
gustan y las vuelvo a ver cada vez que puedo. No solo hay nervio en la
dirección, sino también un mensaje incómodo, una crítica que el espectador se
lleva consigo luego de verlas. Por ello, desde que se anunció que Bigelow venía
trabajando en un proyecto que abordaba las revueltas raciales acaecidas en
Estados Unidos en los sesenta y setenta, estuve más que a la expectativa.
De cuando en vez llamaba y escribía a
mis proveedores para preguntarles si ya tenían la película. A mayoría de las
veces la respuesta era un vergonzante visto
si es que apelaba al inbox, o, en contadas ocasiones, un arrebato de
sinceramiento en que reconocían su incapacidad para tenerla. Sé que tarde o
temprano la película llegará a Perú y que se estrenará en un circuito tipo el
Centro Cultural PUCP, pero yo no estaba dispuesto a esperar tanto, en ese
sentido reconozco una impaciencia, pero no la del cinéfilo, porque no me
considero tal, solo un voraz espectador de lo que le gusta e interesa.
Por ello, para verla, había que ir al
Centro Histórico, regresar a mis calles, pero sabía también que el Centro se
convierte en una bestia de doce cabezas, con millones de mujeres y hombres que
no saben por dónde caminar y animales de acero que te untan el rostro de esmog,
ni hablar de la humedad habitual, repotenciada precisamente en esta zona
citadina. Así es, el sublevado infierno céntrico de diciembre. Por eso, tras mi
hora y media de sesión de investigación en la BNP, tomé un taxi hasta Polvos
Azules y de allí me fui lateando hasta Carabaylla. Fue, pues, la mejor
decisión, caminar y mostrarme ajeno a los bocinazos, mentadas de madre e
inevitables conchudeces peatonales.
Llegué al cineclub con media hora de
anticipación. El lugar estaba cerrado y un fuerte olor a cerveza pautaba la
atmósfera del segundo piso de la casona. Como aún había tiempo, fui a un
restaurante ubicado al lado de la casona, pedí una Coca Cola y me puse a leer,
o mejor dicho, a terminar Los sesenta
de Jenny Diski. Estaba ubicado en una mesa cercana a la calle y pude ver a más
de un conocido, circunstancia inevitable en estas incursiones sabatinas. Así
trates de evitar el espanto, este hace un esforzado acto de presencia. Si se me
permite especular, no me queda otra: los conocidos que vi estaban apurados, o
quizá perdidos en sus caminatas, el andar ahuevado los delataba, porque
teniendo a disposición tantos lugares adonde ir y no saber a cuál, a lo mejor
las opciones los sobrepasaban o, lo que sería fatal, sencillamente no conocían los
lugares secretos del centro porque sencillamente tienen la costumbre de caminar
por las puras huevas.
Acabé mi Coca Cola y estaba más que
feliz. Tenía el presentimiento que vería una gran película.
Detroit tiene tanto
de The Hurt Locker como de Mississippi Burning (1988) de Alan
Parker. Dura
lo que tiene que durar, cada minuto de sus más de dos horas está más que
justificado. Pero mi satisfacción no solo se nutría de la fuerza de la película,
sino por la existencia de un cineclub dirigido por verdaderos amantes y
conocedores de cine.
Para terminar y antes de volver a los gratificantes
ejercicios nocturnos, quien desee los datos de este espacio, me escribe a mi
mail (que pueden ver en mi perfil y en el gorro del blog), cosa que se los
proporciono con todo gusto.