martes, enero 31, 2017
Mientras desayuno huevos revueltos,
tostadas, café y jugo de naranja, miro el derrumbe del periodismo peruano, como
una realidad que se veía venir, aunque esta ya estaba instaurada en el
imaginario de la ciudadanía, solo que los primeros sorprendidos han sido los
mismo periodistas, que conscientes de su crisis, se resistían precisamente a
ser conscientes de su delicado estado de gravedad. Claro, hay excepciones, pero
la mayoría, hasta los llamados independientes, son responsables de esta crisis
que debe motivar una profilaxis. Sobre este tema, publicaré un post en los
próximos días.
Termino de desayunar, leo lo que me
falta de los periódicos del día. Lavo los platos del desayuno y me dispongo a
trabajar. Me espera un día largo, con más de cuatro sesiones de ducha, más una
visita a la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, que será en la tarde noche,
porque ni hablar salgo durante el día, aunque ayer tuve que salir, estuve fuera
todo el día, siempre cuidándome de los embates del calor, sometiéndome a esa
disyuntiva de las 3 de la tarde. Me encontraba en la intersección de la Vía
Expresa con Ricardo Palma. Había que pensar rápido, puesto que tenía que estar
en el café Don Juan a las 4.
Tomar un taxi o ir en el Metropolitano.
Lo del taxi quedó descartado, apártate de achicharrarme, este proceso demoraría
más de la cuenta. Igual, en el Metropolitano me achicharraría, pero en menos
tiempo. Y tomé la ruta C. En menos de 20 minutos llegué al Centro Histórico.
Sudé como un animal, pero como indiqué, el trayecto fue corto. Llegué con anticipación
a mi reunión en el Don Juan, pedí una limonada frozen y me puse en onda con la
relectura de Diario de Moscú de
Walter Benjamin. Relectura ideal para este tiempo de fascismos.
domingo, enero 29, 2017
608
Cosa extraña, pero no menos
gratificante, levantarse con el “Good Morning, Good Morning” del St. Pepper´s de The Beatles. La
somnolencia desaparece y me siento ribeyriano solo por el día de hoy.
Me preparo café, aunque previamente,
hago una serie de pesas en cada brazo y bebo agua fría. Mi perro se me queda
mirando. Mis padres han salido temprano y la casa, en su soledad, se convierte
en el espacio idóneo para descifrar mis sueños de la madrugada. Tengo presente
lo que me dijo hace un tiempo mi amiga Erika en cuanto a los sueños, sobre su
cualidad de privilegio. Lo que soñé no fue un sueño, pero tampoco una
pesadilla. Al igual que los híbridos narrativos, este sueño se caracteriza por
haberme sumergido en la perplejidad. Pienso en su posible origen, que rastreo
en algunos libros que he estado leyendo últimamente, como también en algunas
películas iraníes. Como fuere, me he convertido en una extensión de esa
perplejidad.
Se me antoja desayunar y salgo a comprar
pan con chicharrón, también los periódicos del día. Pero antes le pongo la
correa al falso pekinés, Onur. El falso pekinés experimenta una posesión cada
vez que escucha el sonido de las hebillas de su correa. Me salta de la misma
manera en que recibe a mis padres cuando vienen de la calle. Se pone tan
inquieto, en muestra de su felicidad, que me veo obligado a detenerlo para
colocarle con su correa.
La mañana nos deparará más de una
sorpresa.
607
Creo que las actuales generaciones de
peruanos no olvidarán lo que ocurrió el último viernes.
26 distritos de Lima sin agua a causa de
los huaicos y lluvias, que obligaron a los inútiles de Sedapal a cortar sin
previo aviso el suministro de este elemento básico, al menos para los que nos
bañamos.
En lo personal, puedo aguantar todo,
hasta los insultos de anónimos virtuales, pero no bañarme tres veces al día, ni
hablar. Felizmente, siempre estoy preparado para esta suerte de impases, como
si me alistara para una catástrofe nuclear.
Conversé al respecto con los más talentosos
de los Zepitas, aunque al decir talentosos, solo me refiera a “Jeremy” y “DK”,
no a “Mr. Chela”, ni mucho menos “Frejolada”, que aparte de carecer de talento
y lecturas, matan el tiempo en el cachetadismo a cambio de chelas y pasajes.
Pero también conversé al con otras puntas, diciéndoles que lo del viernes era
cosa de todos los días en las décadas del ochenta y noventa.
Ya era hora que esta nueva generación
entendiera y valorara ese elemento esencial para nuestra subsistencia y les
animé a que colaboren con ayuda para nuestros hermanos afectados. Todo sirve,
sin interesar la cantidad, solo la genuina voluntad de ayuda, puesto que hay
hermanos que lo han perdido todo.
En las últimas horas me estado
informando al detalle de las burradas llevadas a cabo por Trump. Y mientras
leía sobre sus últimas acciones, pensaba en el libro del reconocido filósofo
estadounidense Aaron James, Trump: Ensayo
sobre la imbelicidad, que leí hace no más de tres meses. De James podemos
esperar buena prosa y rigor analítico, sin embargo, en este libro el autor se
dejó ganar por aquel factor que termina beneficiando a tu objeto de crítica, lo
que esta tanto busca en quienes la señalan: la bilis. Pues bien, esta bilis la
vengo percibiendo en no pocos que critican a este fascista del Siglo XXI. En este
tipo de circunstancias es cuando más debemos exhibir reflexión sobre el tema
que nos aturde, no caer en la naturaleza del fascista, que eso es lo que busca,
bilis para contratacarla con cultura barrial. En la reflexión la bestia se verá
acorralada. Ese es el camino.
Cerca de la seis de la tarde me puse a
ver en Travel and Living, en realidad fue un error mío en el zapping, pero me
quedé en ese canal, puesto que pasaban un sugerente concierto de ballet, de
endiabladas mujeres que se movían como si estuvieran poseídas por un espíritu
lujurioso. Ese concierto era parte de un documental, sobre el híbrido que
también ha llegado al ballet, que, según los especialistas del documental, cada
día viene abandonando la pureza de su registro.
Después me dispuse a hacer lo que en
otras situaciones haría los domingos. La razón es muy sencilla: el domingo en
la noche me consagraré al Royal Rumble. Yo le voy a Brock Lesnar. Y
también a la lectura de La calle Great Jones de Don DeLillo.
viernes, enero 27, 2017
"arrival": villeneuve en estado de gracia
Si hay un cineasta al que deberíamos comenzar
a seguir, ese cineasta es el canadiense Denis Villeneuve. En la coherencia de
su obra, en los circuitos de su tratamiento, ha demostrado que no se hipotecará
a los intereses comerciales, aunque esto no quiera decir que se muestre como un
renegado de la industria hollywoodense, por el contrario, es parte de esta
maquinaria aunque no lo sea, privilegio que solo contados directores pueden
exhibir en un circuito por demás carnicero cuando se trata de destazar talentos
y poéticas.
Con lo que hemos visto de él, nos basta
y sobra para catalogarlo como uno de los más importantes cineastas hoy por hoy
en el mundo. Y los hay para todos los gustos, porque su trabajo se enriquece en
una serie de temáticas distintas entre sí, cualidad que a más de un colega
habrá obligado a tenerlo como referencia, como también a ser considerado como
un director de respeto entre los cinéfilos. Pensemos en Polytechnique (2009), brutal recreación de la “Masacre de
Montreal”, ocurrida en 1989, en la que dos estudiantes desquiciados asesinan a
14 estudiantes del École Polytechnique, víctimas que exhibían una
característica común: eran mujeres. Aquí el director hace uso de recursos
mínimos, hasta podríamos decir que estamos ante un trabajo seco, dependiente exclusivamente
de los gestos de sus desquiciados asesinos que comparten una misoginia
alimentada por la superioridad de sus compañeras del politécnico en cuanto a su
futuro estudiantil y, por consiguiente, laboral. Este trabajo le significó a
Villeneuve la proyección internacional que venía buscando en el circuito
independiente y comercial de su país.
Cuando muchos creían que su futuro
estaría en tierras gringas, tuvo que demostrar otra vez su talento. Y lo hizo
con la película que es catalogada a la fecha como su obra maestra: Incendies (2010). Al respecto, ningún
amante del cine que se considere como tal puede darse el lujo de pasarla por
alto. Algo densa en principio, pero magistralmente reveladora en su alcance al
radiografiar la naturaleza humana, en especial, cuando esta condición humana se
relaciona con la violencia política. Dos hermanos reciben dos sobres de su
madre que acaba de fallecer, en cada sobre una carta, que deberán a su padre
(que creían muerto) y al hermano por parte de madre perdido en el Líbano. Los
hermanos se dirigen hacia el país materno y de esa travesía no solo saldrán
hechos pedazos, sino también redimidos en cuanto a la difícil relación que tuvieron
con su progenitora.
Tres años después, en el 2013,
Villeneuve debuta en el mercado estadounidense con la muy cumplidora Prisoners, que pudimos ver en la
cartelera local. Bajo ningún punto de vista podríamos decir que era su mejor
trabajo, pero con lo mostrado, se ubicaba por encima de la media de películas
que dependen de una fórmula narrativa. Ese mismo año, presenta otra película en
su país, Enemy, una parcial
adaptación de la novela de José Saramago, El
hombre duplicado. Aquí contó también con el protagonista de Prisoners, Jake Gyllenhaal, quien se
desempeña en un doble rol, como el historiador Adam Bell y el actor de reparto
Anthony Saint Claire. En esta producción Villeneuve manifestó su apegó por
personajes quebrados y al borde de la vesania, que ocultan un pasado que solo
pueden reprimir en la experiencia onírica, la única capaz de trastocar su
inmediata realidad. Por cierto, este dato nos permitirá entender la
configuración moral de la protagonista de su última película.
En el 2015, Villeneuve brindó un ejemplo
más de su capacidad para narrar sin depender de un genérico recurrente. Hasta
el momento, las películas mencionadas del director proyectan una marca de agua
que eleva su poética creativa: se hace cargo de proyectos en los que tiene prohibido
repetirse temáticamente. Por eso, más de uno manifestó su sorpresa con una
película cuyo tópico está en auge en el cine y las series, sorpresa porque se
encontraban ante una mirada distinta, pero no menos brutal, del narcotráfico.
Sin embargo, el seguidor de Villeneuve no se sentía parte de esa sorpresa, más
bien, corroboró lo que podía esperar de él. Para variar, la excelente Sicarios tuvo un paso por demás fugaz en
nuestra “maravillosa” cartelera local. Siendo una muy buena película no
despertó el entusiasmo de los espectadores limeños, solo de la crítica local
que se percató que en la obra de Villeneuve había algo nuevo, una mirada fresca
y una capacidad para hacer sencillo proyectos que en teoría pintan de sumamente
difíciles.
Eso es lo que hace Villeneuve: hace
sencillo lo que no es. Nos sumerge en una nueva mirada a cuenta de géneros ya
recorridos y de los que solo podemos esperar una guía de manual. La realidad
actual de Villeneuve nos hace recordar a los inicios y posterior consagración
de otro grande: Paul Thomas Anderson.
Tal y como me lo comentó una joven
escritora peruana: a lo Rodrigo Fresán sobre El fondo del cielo, parafraseándolo: su último trabajo es una
película de ciencia ficción sin ciencia ficción.
Arrival (2016),
adaptación de la novela corta Story of
Your Life de Ted Chiang, ha llegado a nuestra cartelera por cuestión de
gracia y desde este espacio sugerimos su visión como si fuera una experiencia
excluyente. No hablamos de una obra maestra, aunque esta apreciación bien
podría cambiar en los próximos años. No hay que presas de los entusiasmos
inmediatos.
¿Cómo narrar un registro del que se ha
narrado lo suficiente y con más de una obra maestra en el camino? ¿Cómo contar
la llegada de una flota de naves especiales, cada una ubicada en los cielos de
doce ciudades del mundo, hecho que genera la alarma de los países líderes y de
la población, sin caer en la repetición del género?
La lingüista Louise Banks (Amy Adams) y el
físico Ian Donnely (Jeremy Renner) son contratados por la ONU con el objetivo
de comunicarse con los extraterrestres y, de esta manera, saber cuáles son sus
intenciones. Sin embargo, a medida que pasan los minutos nos percatamos de que
la película no es lo que se le anunció al espectador, sino un relato sobre la
comunicación. En este sentido, Villeneuve explota el personaje de Adams, que
aparte de ser una lingüista reputada, arrastra el luto de una hija que murió
muy joven. Hablamos de la configuración de un tipo de personaje afín al gusto
de su director, quien, como ya indicamos, es un adepto de almas quebradas, aunque
a diferencia de trabajos anteriores (a saber, Enemy), ahora deja en evidencia un discurso sensiblón que bien pudo
evitarse. En Banks hallamos los momentos epifánicos de Arrival. Adams sorprende en su rol, sin duda el más logrado de su
carrera, puesto que por medio de su personaje, Villeneuve alcanza el artístico
nivel emocional que asegura a Arrival
como una película diferente a su inicial nomenclatura, convirtiéndola en una
feroz introspección psicológica. Además, gracias a la soberbia actuación de
Adams accedemos a esas escenas de antología en su interacción con los
extraterrestres. Interacción que cualquier espectador con derecho al
escepticismo pudo dudar de su desarrollo, pero consideramos que poco
escepticismo debió quedar detrás de un proceso comunicacional que apela a la
semiótica, pero llevado con un voltaje emocional que la distingue y que, por
ende, resulta medular en el curso de la trama. Hablamos de un mérito del
director, no todos están en capacidad de administrar inteligencia y emoción.
Como ya sabemos, Arrival compite en la categoría de Mejor Película en la próxima
edición del Oscar. Sabemos también que Adams no está nominada a Mejor Actriz.
No importa ni lo uno ni lo otro. Al igual que los buenos libros, las buenas
películas saben abrirse paso en la esencia de su legitimidad, muy ajenas a las
engañifas de los premios.
Consignemos también que Villeneuve ha
mostrado en el género de la ciencia ficción que es un director con una mirada
nueva. De momento, solo podemos esperar lo mejor de su siguiente proyecto: la
segunda parte de Blade Runner.
…
Publicado en BS
jueves, enero 26, 2017
incoherencia hipster
Un artículo del escritor español Hernán
Migoya pone de manifiesto nuestra precaria y triste realidad cultural, esta vez
relacionada al distrito que se precia de ser el más artístico y cultural del
país. Al parecer, a Migoya no le basta con retratar a la Lima de los últimos
años, sino que contra su voluntad nos ofrece ahora un fresco por demás
vergonzoso de cómo se administra un bien cultural como una biblioteca.
No es para menos, la riqueza histórica y
cultural de Barranco lo convierte en un foco de atracción no solo para
peruanos, sino también para extranjeros, más aún cuando estas sensibilidades
vienen excitadas por un poliédrico afán de aventuras, entre ellas, las
existenciales.
Sería ocioso hacer una lista al vuelo de
las virtudes culturales que exhibe el distrito. Si Barranco es lo que es, lo es
gracias a su cultura, y si su cultura es lo que es, lo es gracias a la
literatura que ha inspirado e inspira este distrito.
Quien esto escribe no vive en Barranco,
pero voy a Barranco tres veces por semana. Y lamento, ya sea por sobradez o
porque libros no me faltan, no haber entrado jamás a la biblioteca Manuel
Beingolea, ubicada en la Plaza Central del distrito, que siempre imaginé
provista de joyas bibliográficas. Al menos, esto es lo que uno puede imaginar
con la pintaza que su arquitectura proyecta en el transeúnte.
Asumo también el artículo como una
revelación del material del que están hechos los hombres y mujeres que hacen
suyo el discurso cultural, porque este problema, no solo es de los
barranquinos, sino también de toda persona vinculada al mundo del libro, ya sea
desde el oficialismo o el activismo político-cultural. Entonces, estamos ante
una prueba de la falsedad de este discurso, ante una prueba irrefutable de la
trepaduría que configura a los hombres y mujeres que no solo hacen discurso,
sino también dinero, en base a la importancia de la lectura. No estamos ante un
problema distrital, y quien lo piense así, pues que se ponga a averiguar del
legado cultural, sea histórico y actual, de Barranco.
El discurso cultural hecho en Perú, a
saber, solo se limita a llenar la boca de palabras motivacionales sobre la
difusión de la lectura. Resulta pajita, brinda cierto prestigio, pero este
discurso no demora en exhibir sus agujeros cuando ves la calamidad de una
biblioteca de un distrito emblemático, biblioteca que más parece un puesto de
venta de libros piratas. Y quizá peque de prejuicioso, pero estoy seguro de
que más un figurón/figurona no tiene la más mínima idea sobre quién fue
Manuel Beingolea, estupendo narrador al que deberíamos rescatar, y del que espero
(iré en los próximos días) encontrar al menos un ejemplar de un libro suyo de entre los 6000 libros
que los encargados de esta biblioteca aseguran tener guardados en un espacio
fuera del alcance de los lectores. Aunque indiquemos también que este problema sobrepasa a los encargados de la biblioteca, que, imagino, cuentan con poco presupuesto del gobierno edil, pero ello no los libra del mal gusto que se ve hasta en la disposición de los libros en los anaqueles.
606
Vuelvo de a pocos a las noticias del
día. Y cada vez estoy más seguro de que el escándalo de Odebrecht le ha quitado
la valentía a más de un intelectual/artista revoltoso de izquierda. No es para
menos, los observo en las mañanas, mientras desayuno mi pan con jamón y queso, jugo
de naranja y café. Ahora sus quejas recurrentes son otras, o, en el colmo del
cinismo discursivo -apelando al olvido, por ello, a la carencia de
autocrítica-, direccionan sus quejas a blancos más fáciles, a saber, las ratas
del Apra. ¿O me van a decir que nunca defendieron a Nadine hasta el final?
Felizmente, sus nuevas pataletas me
demoran lo que me demanda acabar mi pan con jamón y queso: 3 bocados.
Mientras lleno la jarra con agua, jarra que
me llenaré más de una vez, al igual que todos los días, pienso en un texto de
ficción que debo presentar a más tardar en abril. Me explico: a inicios de año
se puso en contacto conmigo un editor y me preguntó si podía participar en la antología
que viene preparando. Le acepté encantado sin preguntarle quiénes estaban en
esa antología, aunque el editor me adelantó segundos después algunos nombres. Al respecto debo reafirmar mi convicción en
el poder de la literatura, porque solo en ella puedo estar reunida con gente
con la que me sería inadmisible sentarme a conversar, y de suceder esa conversa
en un contexto apocalíptico, manifestaría lo mismo que he dicho de cada uno
desde este blog, en cambio ellos, y sabiendo que son expertos en la valentía virtual,
no me dirían nada, ya sea por cobardes o porque se estarían derritiendo a razón
de su trabajada y falsa superioridad moral.
Horas después aprovecho en ordenar
algunas películas en DVD que estaban invadiendo peligrosamente mi escritorio,
entre ellas llama mi atención una de Armando Bó, Intimidades de una cualquiera (¿cómo llegó a mi escritorio?, ni
idea, aunque imagino que fue en el momento que cogí un grupo de películas sin
prestar atención a sus títulos), protagonizada por la actriz de culto Isabel
Sarli. Bueno, así la consideran, de culto, y pensé si era o no una exageración
catalogarla de esa manera, pero no me hice problemas, las frivolidades tienen
un espacio privilegiado en mi memoria cinéfila.
miércoles, enero 25, 2017
605
A partir de hoy comenzaré la relectura
de El fondo del cielo de Rodrigo
Fresán. Venía pensando en qué libro leer luego de ver Arrival de Denis Villeneuve, lo pensaba sin hallar el título del libro
que complementara la elevada sensación que me dejó la película, que por cosas
extrañas de la vida, la tuve que ver en la función de las 11 de la noche,
saliendo de La Rambla de San Borja a la una de la madrugada de hoy.
Caminaba por una ciudad semivacía,
pensando en Amy Adams, en cómo los reparos que tenía hacía ella se deshacían de
a pocos, como pompas de jabón. Refuerzo pues mi idea sobre el destino de
algunas actrices, que las hay no pocas, con envidiable capacidad histriónica,
pero que nunca obtienen el rol con el que puedan exhibir su talento. Adams tuvo
el rol que otras no y lo supo aprovechar.
No interesa cuál sea el futuro de esta
película en su mediático futuro inmediato, y lo digo en relación a la porquería
de los Premios Oscar, porque esta va mucho más de ese estofado de intereses.
Pero esta película también refuerza lo
que vengo pensando de su director, fácil lo mejor en dirección hoy por hoy. De
Villeneuve, sugiero, si aún no la has visto, su obra maestra: Incendies.
Como me acosté tardé, creí que me
levantaría tarde, pero lo hice cuatro horas después. Revisé mis mensajes de
Inbox y encontré el de MJ, que vio Arrival
días antes que yo. Ella me comenta de esta novela de Fresán, sobre la
motivación espiritual de la que también podría nutrirse la película: “una historia
con ciencia ficción no de ciencia ficción”. Dio en el clavo.
lunes, enero 23, 2017
domingo, enero 22, 2017
604
La lluvia de verano se manifestó ayer y
me gustó ese espectáculo propio del clima limeño, pero no hay nada como las
puestas de sol, que según una querida amiga, no se puede comparar con las
puestas de sol de otras partes del mundo, que las de Lima son únicas. Empapado
y con cierto riesgo de coger un resfrío, me dirigí al centro. En el taxi, seguí
leyendo las páginas que me faltan de Nicotina
de Gregor Hens. Para mi buena suerte, el trayecto no se manchó por el tráfico,
la demora estuvo dentro de lo que se puede esperar de los cuellos de botella de
la hora punta. La fluidez de la carrera se debió a la lluvia, que obligó guardarse
a más de uno. Lo que para otros era una desventaja e inevitable oportunidad de
contemplación, a mí me permitió llegar a mi reunión, superar el retraso y estar
dentro del natural margen de tolerancia.
Aproveché en tomar algunas fotos que
inmortalicé en mi Instagram, fotos del interior de un edificio de Ocoña, que
como todo edificio del centro, sus interiores son de mármol y su arquitectura
exhibe buen gusto e historia, que sugiero conocer a los habituales del centro,
a ser parte de la radiación de la experiencia más allá de la borrachera y la
mediocridad existencial.
Después de algunas horas, cerca de la
medianoche, caminé hacia el destino inmediato, Quilca. Pero segundos antes de
llegar, me encuentro en Camaná con los amigos del colectivo El Rock Liberado,
que me pasan el dato de un homenaje a Boui a un año de su muerte. Por un
momento lo pensé, pero mientras lo pensaba, fui a Quilca, por nada en especial,
solo para ver cómo estaba esa calle un sábado en la noche, que suponía cómo
debía estar, pero bien sabemos que la curiosidad es el acicate de las almas
adrenalínicas e inconformes.
Pasé por el bar Don Lucho, que atendía
como si nada hubiera pasado. El único cambio, solo de dueños. E imaginar los
miles de lamentos que contra mi voluntad tuve que leer/ver en las redes por su
desaparición, en ejemplo irrebatible de la opinión rápida y sin reflexión de
esta época de velocidades, en la que vale ser el primero en opinar, no importa
si piensas o no lo que digas. Era algo elemental: un bar como Don Lucho cumple
su función, más aún en estos tiempos de validez comercial: es rentable.
sábado, enero 21, 2017
viernes, enero 20, 2017
603
Todo el día fuera, caminando la mayor
parte, y sudando. Creo que habré perdido diez kilos. A lo mejor ese sea el
secreto para bajar de peso: caminar y caminar, desafiando la inclemencia del
sol, porque calor, y mucho, sentí, pese a que el cielo mostraba su recurrente
grisura triste. A las 10 y 30 de la mañana me encontré con JC en la puerta de
la BNP. De allí caminamos por San Borja, conversando de los temas importantes y
excluyentes de la literatura peruana. No siempre estamos de acuerdo, pero en
los principios, sí. Esa sola caminata de hora y media nos habrá quitado al
menos cinco kilos. El duchazo se imponía y mi amigo tomó un taxi a su casa. Por
mi parte, sudaba como un chancho y me unté más bloqueador que lo normal. El
duchazo era una necesidad, pero no tenía tiempo. Debía ir al centro para
encontrarme con Jaime en la Casa de la Literatura Peruana. Me detuve en una
tienda y compré una botella de agua mineral. Una amiga me llamó para hacerme
una consulta y le dije que la ayudaría en todo lo que pudiera, se lo dije
mientras miraba a una chica de no más de un cuarto de siglo, sentada en la
banca del paradero entre las avenidas Guardia Civil y Canadá. Tenía las piernas
cruzadas y con la rodilla izquierda sostenía un libro, que en principio se me
hizo conocido, y para salir de dudas, me acerqué. La chica de no más de un
cuarto de siglo leía la obra completa anotada de Conan Doyle en una gigantesca
edición de papel cuasi biblia en Cátedra. Por algunos segundos me enamoré. Leer
a Conan Doyle en pleno sol, con el ruido de los autos y micros, leyendo cuando
la media de personas mira sus pantallas móviles, es un genuino acto de amor por
la lectura. Muchas veces he leído en paraderos, pero nunca con este calor de
mierda, y cuando lo hacía, siempre en una edición de bolsillo debido a la
comodidad. Estuve a punto de hablarle. Pero decidí no hacerlo. No me gustan que
me interrumpan y no me gusta interrumpir cuando alguien lee, menos aún en estas
circunstancias climatológicas.
Paré un taxi y me bajé en la Estación
Canadá del Metropolitano. Para mi buena suerte, pasaba la Línea C ni bien
acabada de bajar las escaleras.
Caminé por Carabaylla hasta la Casa de
la Literatura, e imposible no encontrarte con amigos y conocidos, con los que
intercambié algunas palabras al paso y que se sorprendían al verme, porque
saben bien que yo durante el día no salgo. Seguí mi ruta y en la Plaza Mayor
inmortalicé algunas fotos en mi Instagram. En la Casa de la Literatura me
ubiqué en la zona de bancas y mesas que me ofrecen la vista del río Rímac y
esperé a Jaime, con quien fui a almorzar. Conversamos mientras mirábamos sin
mirar el discurso de Trump.
Bajé por Camaná y pensé en si debía
llamar a mi querida amiga Charlotte, pero no lo hice porque me encontraba
cansado, además, nuestras conversas son maratónicas. Al llegar a la esquina de Quilca y Camaná, me cercioré de la catástrofe
que embarga al pueblo quilquense, a sus habituales y turistas que se la quieren
dar de malditos los fines de semana. Así es, vi cerrado el bar Don Lucho. De
ese bar tengo muy buenos recuerdos y no creo que desaparezca, será el mismo bar
pero con diferente dueño. Pero antes de cruzar la esquina de Quilca y Camaná,
vi un nuevo local de venta de libros, que antes fue una cafetería-restaurante.
Regresé y me puse a observar sus libros, que puedo calificar de interesantes y
no dudé en comprar tres. Pero antes de comprarlos, me cercioré en su librero.
Fernando. Me alegró ver a un pata como él desempeñándose como librero. Y lo
digo porque lo conocí en mi etapa de librero y lo formé en lecturas. Pero lo
admirable: es un joven que se ha hecho solo. Sé que a ese negocio le irá bien
porque hay un librero allí. No me cansaré de decirlo: no es lo mismo un librero
que un vendedor de libros. Si él se lo propone, con el tiempo podrá ser el
mejor librero del Perú, uno que te hable de lecturas y que su mundo no esté
infestado de cuentas, ventas y reventas, signos ineludibles del mercachifle.
Felicité a Fernando y seguí mi camino por Camaná, en dirección al Parque
Francia, pero antes de llegar al parque, entré a un galpón de libros con el fin
de saludar a una amiga. Sin embargo, ella discutía con su esposo, y para
pasarla me puse a revisar sin revisar las rumas de libros. Mi idea era
saludarla y conversar un toque con ella y regresar a casa lo antes posible para
el segundo duchazo del día. Pero la discusión entre ellos hacía imposible mi
espera, porque no me gusta esperar. Pasaba los libros de las rumas, hasta que
encuentro una edición de Miami y el sitio
de Chicago de Mailer. Conozco el libro, hasta tengo una edición de este
título en Capitán Zwing, pero siempre seré un apasionado de las páginas teñidas
de sepia, de la historia que exhiben a la fecha ediciones como las de Tiempo
Contemporáneo de Argentina. Compré el libro. Y me retiré del galpón, en donde
ocurriría una matanza más entre mi amiga y su esposo.
Llego a casa y me recibe Onur con
endemoniados saltos. Me arrodillo, cojo su cabeza y lo miró bien para llegar a la
conclusión de siempre: es un falso pekinés.
digna de su tradición
Luego de la presentación de Batalla al borde de una catarata (Esdrújula) de Eduardo
Chirinos (1960 - 2016), me puse a pensar en algunas impresiones que señalé durante la misma, como también en otras que pensé después. Mientras escuchaba a los presentadores, una sensación incómoda se
apoderó de mí, puesto que es un libro que leí a destiempo y que de haberlo
hecho cuando debí, sin duda hubiera figurado en mi recuento. Pero también esa
incomodidad es una oportunidad para poder recomendarlo, sin necesidad de
consignarlo en conjunto.
Por un lado, no sé si llamarlo
antología, aunque tenga ese espíritu. Y como bien dicen lo que saben, pienso en
Pere Gimferrer, las antologías se leen por sus prólogos. En apariencia, el
prólogo de Chirinos podría parecer descriptivo debido a su brevedad (4
páginas), pero sus páginas son tramposas, mentirosas, que de cumplidoras no
tienen nada. Por el contrario, en el prólogo se cuestiona la
lectura que hacemos de nuestra tradición poética. Estamos pues ante el texto de un auténtico amante de la poesía peruana, que propone leerla con
riesgo y creatividad, y vaya que lo hace al considerar a Martín Adán junto a Vallejo
y Eguren, de los que parte para armar su selección. Sabemos que Adán, y desde
hace tiempo, debe figurar como una de las médulas de nuestra tradición, siendo este
un convencimiento en nuestra condición de lectores, pero cosa
distinta es plasmar ese convencimiento por escrito, algo de lo que muy pocos se
atreven porque ese solo arrojo nos invita a realizar otras (nuevas) lecturas de
esa catarata de palabras e imágenes que configuran a la historia de la poesía
peruana.
(109 poemas de 47 poetas peruanos.)
Siguiendo con Gimferrer, las antologías,
las verdaderas, están llamadas a descubrir y rescatar. Chirinos camina sobre
seguro en su selección y bien pudo cerrar su proyecto en este sendero. Pero qué
pensar cuando encuentras a poetas como Juan Ojeda, Antonio Claros, Jorge Wiesse
y Raúl Deustua en una selección. Claro, con algo de esfuerzo los puedes hallar
en otras antologías, uno por aquí, otro por allá… ¿Pero juntos? Ni hablar. Me
bastan esos cuatro nombres para saber que Chirinos no armó su selección para el
escrutinio académico, sino que lo hizo pensando en el interés del potencial
lector de poesía, en manifiesto de su amor a la tradición en la que también se inscribe como poeta. Por otra parte, la selección destaca por su limpieza, y
cuando hablo de limpieza me refiero a que el poeta privilegió la experiencia
de la lectura, manteniéndose ajeno de los intereses académicos e ideológicos, y carente de sentimientos menores, que inevitablemente hemos visto en otras antologías direccionadas, que al final acaban como
empiezan: en el olvido. Y no exagero: en muchísimos años no he leído una
antología de poesía peruana que exhiba tanta coherencia, digna de su tradición.
Como toda antología, podemos quedar satisfechos o no con el arco cronológico empleado por Chirinos para escoger a los poetas, del mismo modo repararemos en la ausencia de uno
que otro nombre (el contentamiento no genera antologías llamadas a perdurar), pero están los que tienen que estar y los Poemas seleccionados se justifican
en lo que importa: su calidad.
jueves, enero 19, 2017
602
Imposible que no te joda el
archivamiento del caso Figari, e imposible que no te joda más el pacto entre el
Poder Legislativo y la Iglesia, que cuando se lo proponen, son capaces de
limpiar a los suyos sin necesidad de guardar las formas discursivas, haciendo
patente una conchudez cuyo objetivo es la provocación: “no se puede probar que
esos muchachos fueron abusados sexualmente, no se puede, pasó hace mucho
tiempo, además, ahora son hombres profesionales de éxito”, dice el abogado del
pedófilo.
Este es el país de los conchudos. La
conchudez como postura de vida. La vemos en todas las manifestaciones, avalando
injusticias, no necesariamente ligadas al espectro legal, sino también social y
cultural. No es muy difícil analizar esta conchudez, el mensaje y su enseñanza
no pueden ser más claros: si los padres de la patria son un conchudos, ¿por qué
no los hombres y las mujeres de a pie?
Para calmar la furia, tomo el primer
duchazo del día. Al salir de la ducha prendo mi celular y encuentro más
mensajes de lo que suponía que iba a encontrar. Selecciono los mensajes más
importantes, pero esa selección no es más que una criba antojadiza, entonces
decido responder todos en el curso de diez minutos. En uno de los mensajes me
preguntan si me refiero a Gómez en el post 596. Claro, respondo. Y se lo merece
por bajo, huachafo y sucio. Gómez, en lugar de estar tragando y soboneando,
debería comenzar a leer, a cumplir lo que Harold Bloom exige de los académicos:
formarse en las lecturas de los clásicos. Es decir, el maestro ya sentenció: no
puedes considerarte teórico, por ejemplo, no puedes ser un especialista en
Lacan, Foucault y Derrida si no has leído los cuentos de Chaucer, si has pasado
por alto la literatura medieval, si solo sabes por resúmenes El Quijote, si no tienes idea de
Rabelais… Grande Bloom, ese sí es un gordo bueno, admirado, polémico, respetado
hasta por sus adversarios, en otras palabras: un gordo bueno con legitimidad.
Leer a los clásicos, releerlos, frecuentarlos; lo otro, la teoría, vale, sin
duda, pero esta sin la base de la experiencia de la lectura no es nada. Sino,
fijémonos en Gómez, que usa la teoría, en un grado supremo de demagogia y
aburrimiento, para tapar inútilmente lo que su prosa exhibe: el código
efectista del ignorante.
Ya seco y listo para ponerme a trabajar,
una entrañable amiga me pregunta qué película he visto en los últimos días. He
visto varias, pero en la madrugada de hoy vi una que me gustó. No es la gran
cosa, pero es buena. Cumple en su sencillez: God´s Pocket (2014) de John Slattery. Actúan Christina Hendricks
(ajá, ella, la de Mad Men), John
Turturro y Philip Seymour Hoffman.
601
Un día fructífero, desconectado y
escuchando música, y por más de un momento barajo la idea de seguir así, pero
no hacerlo es imposible. Me conecto para acceder a las redes sociales, pero
también para revisar mi correo electrónico, que me entrega un par de mails
excluyentes, positivos, por cierto.
Como estuve solo en casa, llegada la una
de la tarde me enfrenté a la disyuntiva: o salía a almorzar o cocinaba algo
para almorzar. Opté por la segunda opción. Varios platos se me presentaban como
posibilidad, y estos debían seguir en la onda de lo que vengo comiendo,
alimentación que cumple su noble propósito: bajar de peso, en especial destruir
la alegre acumulación de grasa en mi panza.
Compré carne molida, fideos y salsa de
tomate en lata, nada complicado. Sin embargo, un pequeño problema adquirió
dimensiones no pensadas: tenía una botella de vino, la misma que me observa
desde hace ya algunas semanas, entonces decidí que ya era hora de darle el
curso respectivo, pero mis ganas por beber vino se interrumpieron porque no
encontraba mi sacacorcho, de color guinda, el cual siempre cargaba conmigo. Me
puse a buscarlo, y tal y como sucede con los ansiosos, la calma fue cediendo
ante la desesperación, lo que me llevó a poner de vuelta y media mi habitación
y desordenar vesánicamente cada espacio de mi casa en donde pude dejarlo.
También recordaba lugares, potenciales espacios de olvido, pero por más que
barajé algunas opciones, que devenían en un
lugar, lo mejor fue darlo por perdido. Aceptar su pérdida. Esa sola
sensación puede resultar dolorosa cuando has tenido tan cerca un objeto que
deja de ser inane al saber que te acompañó por más de diez años.
Ahora que respondo los mails, aprovecho
en ver el movimiento de información en Facebook.
¿Es cierto lo que estoy leyendo?
¿En realidad le pasa esto a la media de
los escritores peruanos?
Con uno, lo entendería; con dos, lo pensaría
sin seriedad; pero que más de quince adviertan a sus contactos de los peligros
del sexo virtual ya me parece el grado supremo de la cojudez, que me pone en
bandeja el material intelectual del que están hechos. Cuidado, dicen, con las
mujeres de apellido extranjero que te envían una invitación de Facebook; las
aceptas y comienzas a conversar con ellas. Luego de tres días conversar en el curso
de cuatro días, estas mujeres de apellido extranjero te proponen una sesión de
sexo virtual. Lo haces. Pero a los dos días esa mujer de apellido extranjero
comienza a chantajearte. Pobre de ti que no cumplas con pagarle, porque tu performance
a lo Dirk Diggler será vista por todos en Youtube.
O sea, y no es que peque de ingenuo, porque
el problema no es si tienes o no sexo virtual, sino la advertencia de los
escritores chantajeados, que no es más que la metáfora del arrecho puesto en
evidencia. Para este tipo de experiencias, más de uno me demostró que tiene
talento para autoparodia compasiva. Por allí podría transitar el futuro, la
salvación de la narrativa del yo. Lo firmo.
miércoles, enero 18, 2017
Entrevista a Mike Wilson
"Para mí, Leñador no es una novela sobre la naturaleza, es una novela sobre
el lenguaje, sobre los problemas existenciales que surgen del lenguaje y sobre
cómo la codificación es paródica. Por eso quise huir de la narrativa en el
libro. No buscaba glorificar la naturaleza ni me importaba el conocimiento
descrito en sí, ni tengo un interés particular por el oficio del leñador."
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600
No lo tenía pensado, pero tuve que ir al
Centro Histórico. Había que hacer algunas gestiones, pero ante todo caminar y
respirar sus calles, con mayor razón cuando las he recorrido buena parte de mi vida. La necesidad vital se imponía, solo caminar, tranquilo y sin
apuros. En la manera de caminar puedo saber quién camina porque conoce estas
calles, como aquel que lo hace incentivado por el apuro, y en este grupo he
conocido a más de un mercachifle de libros, que caminan apurados, como si la
vida se les fuera en cada paso.
Mi gestión no demoró más de lo que pensé
en principio, y decidí caminar por las calles que pertenecen a mis ex
costumbres inmediatas, como Quilca y Camaná, saludando a los libreros,
cruzándome con conocidos, corroborando que ese par de calles siguen siendo tan
mías como hasta hace más de un año.
Antes de llegar al Parque Francia,
ingreso a un galpón de libros. Me puse a revisar sin revisar, y sin pensarlo,
porque esa es la única manera de llegar a los buenos libros, que son los que te
escogen, tú no a ellos. Desconfío pues de los que buscan entre rumas como si
estuvieran haciendo un hueco en la arena, seña natural del mercachifle, que
ahora abundan en las redes sociales, que de libros no saben más que su precio,
sin mostrar el más mínimo interés por su contenido, mucho menos en formar
lectores. Mientras miro los libros, recibo una llamada de “Mr. Chela”,
indignado, airado por el post anterior. Dejo que suelte toda su furia, pero
cuando le digo que estoy cerca de su chamba y que puedo ir si es que gusta, se
pone como un gatito al que le acaban de retirar su tazón de lechecita. Entiendo
su indignación, un borracho puro y digno no puede ser llamado “Mr. Chela”,
aunque con ese apelativo se ha ganado un nombre, igual que “Frejolada”. Una
pena: ambos vienen cumpliendo una noble función: son las guaripoleras oficiales
del cachetadismo; defensores de lo indefendible, convertidos en siameses que
exhiben una cualidad propia de ellos: la eximia práctica del peinapubismo a
cambio de trago y pasajes. No les queda otra, la falta de carácter y
personalidad en su máximo esplendor: juzgo las actitudes inmorales de “Cachetada”
pero chupo con él, no importa si en mi cara le falta el respeto a mi enamorada.
Desde esa trinchera, el borracho puro y digno y “Frejolada” juzgan a los
perejiles de la narrativa peruana, juzgan a los gomeadores de mujeres, juzgan
las pendejadas del mundo académico, juzgan a los profesores
con fama de acosadores, solo les falta juzgar a los... Todo se sabe, pues. Pero
bueno, si este par de huevas tristes exhibieran un poco de inteligencia,
sabrían que les estoy haciendo un gran favor, el último rescate antes de que
reviente el chupo en un semanario.
El borracho puro y digno queda en
silencio. Y qué bueno que no hable más, porque acabo de ver un par de bellezas:
la biografía de Sender a cargo de Jesús Vived Mairal y la novela El diario de Hamlet García de Paulino
Masip. Esto es epifanía, pienso, y me sumerjo en un mutismo de cinco segundos.
En primer lugar, y por interés no buscado, venía leyendo textos y relatos de
Sender, y de alguna forma, recordaba lo que había leído de él en la biblioteca
del Centro Cultural de España. No hablo de un autor que me fascine, pero sí de
uno del que aprendí no pocas cosas. Ver su biografía no era una oportunidad,
sino un obsequio del destino. La experiencia es el destino, ¿no? No importa
cuánto tiempo el libro estuvo en esa ruma, lo que en verdad importa: ese libro
me esperó. La novela de Masip la leí porque un pata me la prestó hace un par de
años y desde que la leí la venía buscando, además, y hasta cierto punto, ya
había tirado la toalla por encontrarla. Pero como se deduce: la novela también me
estaba esperando.
Tenía que seguir mi camino, pero había
que esperar porque la dueña del galpón discutía con un comprador, a quien
reconocí. Lo poco que oí de la conversa fue más que suficiente, inconcebible
cuando los libros están baratos: el regateo del mercachifle. El mercachifle se
fue y le pagué a la señora lo que me pidió. Al llegar al Parque Francia me
senté en una banca y prendí un pucho. Me puse a revisar la biografía de Sender.
A menos de cinco metros de mí un grupo de chicas y chicos ensayaban una
coreografía, cada uno de ellos llevaba una antorcha y la luminosidad que se
desprendía de sus movimientos, en confluencia con la luz de los postes,
irradiaba de un violeta-naranja la fachada de la iglesia del parque. Cuando
quise tomar una foto de esa luminosidad que hechizaba, no pude hacerlo porque
me había quedado sin batería. Entonces le pregunté a una de las chicas de aquel
grupo si siempre ensayaban en el parque y me respondió que sí, todos los martes
a partir de las ocho de la noche, siempre y cuando no vengan las camionetas de
la municipalidad. Me quedé un rato más observando las coreografías.
Antes de retirarme, usé la poca energía
de mi batería para llamar a casa y decirle a mi padre que posiblemente llegaría
un poco más tarde. Esa es la costumbre que tengo desde hace años, no es
necesario pedir permiso, solo hace falta decir que llegarás, ya sea más
temprano o más tarde. Me despedí de la chica que me había dado la información
de su grupo de coreografía. Camino hasta Wilson, entonces llamo a “Jeremy” de
un teléfono público y le pregunto por ese lugar en donde días atrás había
probado lo que, según él, era el mejor choripán de su vida. Dato importante que
no podía dejar pasar, porque el choripán sí es una de mis debilidades. “Jeremy”
me dio las señas. Había que caminar hasta la intersección de Wilson y 28 de
Julio, por la recta de institutos y universidades. Y hacia ese destino me
dirigí, pero antes pasé por una pastelería por un café y una leche asada, una
pastelería de la que no sé su nombre, solo que está en la esquina de Wilson con
Bolivia, pastelería a la que solía ir con mi amigo José Pancorvo, si es que la
hora era propicia, y si en caso la hora no era la adecuada, matábamos la
borrachera en uno de los chifas de Alfonso Ugarte. Imposible no recordar a
José, muy buen poeta ajeno al circo del circuito, enfocado en estudiar y en
leer con una voracidad que en lugar de intimidar, estimulaba. En esa pastelería
fue la última vez que conversamos, a fines del 2015, meses antes de que muriera
de cáncer.
A paso lento llegué a ese negocio de
choripanes argentinos. El negocio era nuevo, mas no el local en el que se
hallaba, que sí conocía. Ese local tiene su historia: a fines de los noventa
sirvió de punto de reunión para los estudiantes de las universidades Agraria y
De Lima, de donde partían a la Plaza San Martín. Hablo de una cochera en cuyo
ingreso ahora se ubica el negocio de venta de choripanes argentinos, vendidos
por una señora peruana, un joven colombiana y un patita que habla como
argentino. Pedí un choripán. “Jeremy” me llamó y le dije que había llegado al lugar y este me dijo que el choripán era
mucho más que esa estafa del Tip Top, entonces corté la llamada para poder
degustar del choripán sin las interferencias del asombro. El choripán estaba
muy bueno y si tuviera que ponerle nota, pues bien ganado su 6.5. La cochera
era grande y se podía fumar sin molestar a los demás comensales, además, tuve
curiosidad por reconocerlo bien, que suponía grande, pero no tanto.
Pagué el choripán y tomé un taxi en
Wilson. El chofer era un tío de cincuenta y pico y este escuchaba el Animals de Pink Floyd, que recién
acababa de programar en su USB. No se podía pedir más.
martes, enero 17, 2017
599
Me pongo a revisar la edición de La
República del último domingo y encuentro una reseña positiva del reconocido
crítico Federico de Cárdenas a la última película de Oliver Stone, Snowden.
Si había una película que quería ver,
quizá una de las pocas que me llamen la atención de la empobrecida oferta de
películas de las multisalas limeñas, esa era precisamente el biopic de este ex
agente de la CIA y la NSA. Leo la reseña a la vez que doy cuenta de una
ensalada de frutas y reviso la nueva novela del “Jeremy”, que anda embalado,
escribiendo como un poseso día y noche, algo que me satisface porque de los
Zepitas es quien más talento mostraba para la escritura en comparación a “Mr.
Chela” y “Frejolada”, que a la fecha andan entregados a la promoción del Cachetada´s
Fans Club. Una pena, mientras haya necesidad de tragos y pasajes para la semana,
“Cachetada” tendrá poder en almas sin talento y sin principios que justifiquen
cada una de sus cojudeces, como el haberse burlado de Miguel Gutiérrez en su velorio.
E imaginar que más de un Cachetada Kid se alucinaba seguidor del autor de La violencia del tiempo, cosas pues de
nuestra fauna literaria.
Fui a ver Snowden con mucha ilusión, pero ni bien pasaron diez minutos, supe
que estaba ante un paquete, ante un desperdicio de lo que pudo ser una muy
buena película y vaya que tenía motivos para sea así. Personaje héroe perseguido
por el Imperio tras revelar los métodos de espionaje de sus servicios de
inteligencia, métodos que no solo invaden las instituciones de los países
enemigos del Imperio, sino que también se inmiscuyen en las vidas privadas de
las personas. Entonces, ¿en qué falla la película? ¿Por qué esta no despega?
Por ello, luego de pensarlo, teniendo la respuesta, pero a la que no quieres
recurrir para no caer en el prejuicio, te das cuenta de que Stone ha perdido la
inspiración creativa. Hubo un tiempo en que las películas del director
norteamericano me entusiasmaban, pero sus últimos trabajos han manifestado una
constante destrucción de su nervio narrativo, aniquilados por la ideología y el
afán de denuncia.
lunes, enero 16, 2017
598
Me sirvo un jugo de plátano con leche y
me aboco a ver las noticias antes de sentarme a trabajar.
Y ahora que escribo el post, barajaré la
idea de no ver noticias, al menos no después de mi primera sesión de pesas. Porque
lo que acabo de ver, y de ser cierto, se pondría en tela de juicio el discurso
de todos aquellos intelectuales y líderes de opinión de izquierda que apoyaron
la candidatura de Ollanta Humala en el 2011. En lo personal nunca me convenció
la candidatura de Humala, porque me resultaba imposible apoyar a alguien de
quien se sospechaba como violador de derechos humanos. Apoyar a un personaje
como este fue el mayor error de la izquierda en su historia. Aplaudir a un
cachaco ignorante, de quien se decía que era un violador de derechos humanos,
no fue más que el reflejo de la verdadera crisis moral de la izquierda. Ahora
el discurso de la izquierda peruana se socava más, porque las informaciones
provenientes de Brasil señalan que Lula Da Silva dio el visto para que Odebrecht
donara 3 millones de dólares a la campaña de Humala, campaña que recuerdo como
millonaria. Sin duda, la derecha es lo que es en este país porque tiene ante sí
a la izquierda que necesita.
Entonces, hago lo que debí: apagar el
televisor y me pongo a escuchar a John Coltrane. Subo el volumen y en ese ritmo
comienzo a desplegar las fichas y el cuaderno sobre el escritorio, debo ordenar
los apuntes que hice mucho tiempo atrás, pensando ahora en el ensayo que me han
pedido sobre poesía peruana contemporánea. Algunas de estas fichas ya tienen
sus años, la amenaza sepia puede verse en sus bordes y, en algunas, en sus
centros. Como se supone, me encuentro ante un enfrentamiento con la memoria, me
pregunto en qué pensaba cuando escribí sobre un poemario que años después dejó
de gustarme. Esas fichas reflejan mi estado impresionista, pero lo que me deja
tranquilo es que sí he acertado en la valoración de la mayoría de títulos,
algunos han sobrevivido con gallardía, otros resisten gracias al figuretismo de
sus autores… Bueno, imagino que más de uno saltará cuando se publique el ensayo,
y solo espero que esas reacciones no se parezcan a las reacciones circenses del
gordo Gómez.
domingo, enero 15, 2017
597
Mañana de domingo dedicada a ordenar mi
cuarto y lo hago mientras escucho The Way
de Buzzcocks. De los álbumes de esta banda inglesa, sin duda este es uno de los
irregulares, pero también el que resulta ideal para escuchar en el verano. Esa
es la fuerza oculta de ciertos álbumes, que pueden permanecer en silencio
durante los demás meses del año, pero que adquieren inusitada y mágica
importancia en los días y semanas de calor.
Acomodo mis cosas y pienso también en lo
que haré el día de hoy. Recoger a mi mamá de la iglesia es un hecho, como
también sacar a pasear a Onur, que cada día exige más paseos nocturnos, tres
por jornada. De entre los libros que acomodo doy con uno que me viene
acompañando en las últimas horas: La
ciudad como utopía, publicación en la que se reúne los artículos
periodísticos de Sebastián Salazar Bondy sobre Lima. Inevitable no pensar en la
tradición literaria de los retazos cuando te topas con libros así, una
tradición literaria que ahora nos trae a un Bondy en estado de gracia, y que a
uno lo reafirman sobre el poder oculto de esta tradición en paralelo a la
supuesta obra mayor.
Sigo ordenando mi cuarto y a medida que
pasan los minutos me doy cuenta que mi apuro por tenerlo en orden obedece a que
debo tener todo despejado para seguir leyendo, sea este libro de SB, como
también Nicotina de Gregor Hens y
pegar con la relectura de Diario de Moscú
de Walter Benjamin. Entonces, este domingo se pinta de lecturas ajenas a la
ficción, pero solo hasta las siete de la noche, hora en la que saldré a recoger
a mi mamá.
Cerca de la una de la tarde salgo a
fumar al parque y soy testigo de un hecho peculiar. Veo a una chica y a un pata
recolectando firmas entre las puntas que esperan su turno para el partido de
fulbito de rigor. La chica con polo blanco y el pata con uno de color morado.
Son los recolectores de firmas de Veronika Mendoza y Julio Guzmán,
respectivamente. La chica de polo blanco, una morena muy simpática, entregaba
una gaseosa por firma conseguida. Pero con el morado, un pata con cara de
tapir, la cosa era distinta, los aspirantes a futbolistas y vecinos se
acercaban a firmar nomás. Allí está la verdadera radiografía de la realidad,
una realidad que debería ser tomada en cuenta por los analistas. Claro, en lo
personal, ninguna de estas opciones me genera confianza, pero quien sobreviva a
la caldera electoral, cualquiera menos la rata naranja.
596
Me dirigía a San Isidro, en la noche,
caminando lento mientras fumaba un pucho. Pensaba en lo pequeña que se me
vuelve esta ciudad, no hay día en que no me cruce con amigos, conocidos y uno
que otro ser amorfo y contrahecho. Pues bien, mientras negociaba la carrera de
un taxi a Arenales, un amigo del barrio, de esos que ya no viven en el barrio
pero que regresan al cabo de cierto tiempo, de preferencia los sábados en la
noche a visitar a la familia, me pasa la voz. La visita a su familia era solo
el primer punto de ese largo camino de desenfreno que significaría su noche.
Dejé pasar el taxi y me puse a conversar con John. No había mucho que hablar,
pero nuestros silencios compartían un lazo en común: los clásicos de fulbito en
los que, literalmente, nos sacábamos la mierda. John jugaba en el equipo crema,
lo hacía de delantero, y yo lo hacía en la defensa, de donde organizaba el
juego de los blanquiazules de la cuadra. John maneja una teoría, y me la dice
cada vez que nos encontramos, que en vez de aburrirme, me hace pensar en mi
talento natural que exploté a destiempo. John hizo referencia a lo de siempre: muy
tarde me enteré de que era zurdo de pie, mi pie zurdo privilegiado para el
fútbol, ajeno de las limitaciones de mi pie derecho y a años luz de mi movimiento
natural de la mano derecha. Supe que era zurdo de pie a los 14 años y a partir
de esa edad marqué historia. No gané muchos campeonatos, pero sí los
suficientes para sentirme satisfecho de lo jugado y disfrutado. Además, me
ayudaba la talla, la misma que tengo hasta el día de hoy, porque después de los
14 dejé de crecer. John y yo nos mandábamos campales encontronazos, más de una
vez nos sacamos la mierda producto del calor del partido. Nunca pensé que con
el pata del barrio que me hablaría más, en síntoma de perenne amistad, fuera con
quien más me he trompeado en la vida. No conversamos mucho, cada uno tenía
otros rumbos inmediatos. Tomé mi taxi a Arenales y de allí abordé una custer,
en donde al bajar en Dasso, recibo el saludo del “Cigala”, que me dijo al vuelo
que mi recuento estuvo muy bueno.
Pasan los días y recibo opiniones
unánimes por el recuento, y en cierto sentido esperaba las reacciones. Como
dijo Bolaño, “si dices lo que quieres, tienes que escuchar lo que no te gusta”,
y en ese sentido soy coherente, o intento serlo. Prendí otro pucho, lo hice
después de usar el cajero del BCP ubicado en la esquina de Pardo y Aliaga y
Camino Real. Caminaba rumbo a mi destino y la cuadra estaba despejada, hasta
podría decir que era un espacio poético en su vacío, pero ese espacio vacío y
poético se quiebra a razón de un chancho que caminaba en dos patas.
Saqué mi cel para tomarle una foto y
publicarla en mi cuenta de Instagram, bajo una leyenda que reflejara mi asombro
ante lo que caminaba en dirección a mí. Cuando tuve cerca al chancho, fui
testigo de lo inaudito: el chancho no solo caminaba en dos patas, sino también
hablaba.
El chancho me reconoció y comenzó a
pedirme perdón. Me quedé en silencio, puesto que a lo mejor estaba siendo preso
de una alucinación. Pero entré en onda y le dije que no tenía nada de qué
perdonarle y así tuviera que hacerlo, no habría problema. Pero el chancho
seguía pidiéndome perdón, que lo que dijo debió decírmelo a mí, como se debe,
en mi cara, y no a terceras personas. “¡No soy un cobarde, pero no puedo
evitarlo!”, me decía.
Me compadecí del chancho y le pedí que se
sentara en las gradas del BCP. Había que hablar, en calma y sin alteraciones. Pero
el chancho seguía pidiéndome perdón, como si creyera que lo fuera a sacrificar.
Y lo puse en vereda por medio de un electroshock verbal: a mí no tienes que
pedirme perdón, sino a las personas que ofendiste, ensuciando sus honras,
cuando tenías tu blog en los años de apogeo de la blogosfera literaria, por eso
terminaste como terminaste: expectorado por sucio, por chancho, por mal
chancho, ahora, por tu culpa no voy a pensar mal de los chanchos. ¿Tan difícil
es portarte como un chancho bueno?
Acuérdate, no pases piola. Lo que haces
ahora hablando de mí a terceros es lo mismo, prácticamente lo mismo, que hacías
en esos años con otras personas, pero lo de ahora no es nada, las bajezas de
esos años sí eran cosa seria, porque pudiste terminar denunciado por difamación
y calumnia. De esta manera, querido chancho, no se consigue la legitimidad.
Tienes que curarte de esas costumbres y abocarte a leer, a ponerte serio. Tienes
46 años y nadie te respeta, ni como poeta, ni como académico, ni…
Entonces el chancho quedó sumergido en el
mutismo de la revelación de su verdad.
Y después de cinco segundos me miró y me
preguntó si podía escuchar los poemas que venía escribiendo.
Para ese momento el cansancio ya me había
invadido. Pero le dije que ya. Había que darle una oportunidad y pasar del
cansancio. Y el chancho me leyó sus poemas…
sábado, enero 14, 2017
viernes, enero 13, 2017
"el pudor del pornógrafo"
Si hablamos de una verdadera generación
del relevo en la narrativa latinoamericana, tendríamos que pensar en quien
capitaneó este relevo en la década del ochenta del siglo pasado: el escritor,
ensayista, traductor y guionista argentino Alan Pauls. Con los años Pauls ha
desarrollado una trayectoria por demás atractiva, llamando la atención del
público y la crítica con su obra maestra en ficción, El pasado, novela de la que el crítico Ignacio Echevarría dijo lo
siguiente: “En el río revuelto de las letras latinoamericanas, del que los
editores españoles, cuando van de pesca, no es raro que traigan latas,
neumáticos, botas y zapatos chorreantes, el Premio Herralde ha sacado esta vez
un escritor auténtico, un pez gordo, reluciente y plateado”. A la par del éxito
de esta novela, Pauls venía (y continúa) desarrollando una labor ensayística
que se impone a sus proyectos narrativos últimos, como la trilogía de la
historia argentina del setenta, conformada por las novelas Historia del llanto, Historia
del pelo e Historia del dinero,
que, en lo personal, no me entusiasmaron mucho, prefiriendo al Pauls que piensa
y escribe, al punto que si tuviéramos que definirlo como ensayista, nos
quedaríamos cortos si lo calificamos como la Escritura. No es para menos,
pensemos en dos títulos excluyentes: El
factor Borges y Temas lentos.
Tal y como señalamos líneas arriba,
Pauls se dio a conocer en la década del ochenta, y lo hizo con una novela breve
que se ha mantenido fresca y lozana, a la que el tiempo no le ha dejado surcos
en la piel. Hablamos de El pudor del
pornógrafo, publicada en 1984 por Sudamericana y reeditada en 2014 por
Anagrama en una edición conmemorativa por sus treinta años y que incluye un
posfacio del autor.
¿Por qué, a diferencia de otras primeras
novelas, esta de Pauls no ha experimentado los embates del tiempo?, sería la
pregunta que motiva que el presente texto. Asistimos a más de tres décadas que
nos revelan la legitimidad de la escritura del autor, del mismo modo su mirada,
privilegiada, potenciada cada vez que enfrenta a sus personajes entre sí.
Podríamos especular que El pudor fue una novela difícil de
ejecutar en su proceso de escritura, a ello sumemos su argumento, jalado a más
de los cabellos. Una novela como esta requirió de una pluma de oficio, la que
le permitió salir airosa de las sombras de la inverosimilitud. Y Pauls lo consiguió
a los 25 años.
Nos encontramos con un pornógrafo
innominado que se gana la vida brindando placer a hombres y mujeres por medio
de la escritura de cartas, ensimismado en una burbuja (su departamento), de
donde observa la realidad. Pero esta realidad se representa principalmente en
Úrsula, una joven que esporádicamente aparece sentada en una banca del parque,
a la que contempla desde su balcón. Participamos de la complicidad de sus
intercambios de miradas, que nos recuerda al flirteo decimonónico, mas este
contacto se quiebra cuando Úrsula deja de aparecer en el parque, lo que genera
en los amantes platónicos un intercambio epistolar. En este intercambio
epistolar, el pornógrafo no puede emplear el tono lujurioso que signa sus
cartas a hombres y mujeres, más bien apela a la naturaleza íntima del registro
y de esta forma abre su corazón a la joven. Ese el problema: el pornógrafo abre
demasiado su corazón y sus “exigencias” conllevan a que paulatinamente abandone
la inicial intención amorosa para revelar lo que tanto cuidó en ocultar.
Para ser la primera novela de nuestro
autor, nos enfrentamos a un artefacto narrativo que se alimenta de géneros que
en los años de su aparición no eran tan frecuentados, no como ahora, que en
nombre del híbrido se llevan a cabo todo tipo de “proezas narrativas” vendidas
como novedad. La naturalidad con la que Pauls funde registros puestos al
servicio de la tensión moral de su personaje, lo que deviene en una tensión de
la propia escritura, escritura que transita por la invisible frontera entre la
escritura contenida y la escritura desatada, tensión que por partida doble
genera un impacto no menos letal en el lector de turno, tensión que tiempo
después vimos en agraciada luz en El
pasado. Gracias a esa tensión del lenguaje hacemos nuestra esta historia inverosímil,
y entendemos también la razón de la vigencia de El pudor, vigencia que supera las contadas caídas del aliento
cursi, tan propias cuando se escribe de un personaje enamorado en base a la
idealización.
En estas páginas nos encontramos con los
inicios narrativos de un autor considerado referente cuando se nos habla de
narrativa latinoamericana de entre siglos, somos testigos de su actualidad, y
lo somos porque desde el principio estaba destinado a ser tal.
…
Publicado en Sur Blog
jueves, enero 12, 2017
595
Me sirvo un café cargado y no demoro en
sintonizar Canal N. Se tiene que ver lo que se tiene que ver: la protestas en
Puente Piedra por el abusivo cobro del peaje, porque este peaje, herencia de
Castañeda y Villarán, es una metáfora de la cólera de un esforzado pueblo
hartado de cojudeces. Por lo visto, y recalco que lo hago desde la comodidad de
mi casa, hubo intromisión de personas ajenas a la protesta, que son las que
convirtieron a la misma en un campo de batalla, escenario cubierto por el periodismo
local, que cumple su natural función de informar. Pero pienso también en la
estupenda oportunidad que un evento como este ayudaría a un potencial narrador,
pero ya vemos que nuestros narradores andan más preocupados en eventos más
importantes: su convulsionado mundo interior.
Si no me equivoco, el gran Gay Talese
señaló que al periodista de hoy le falta la formación discursiva del escritor, pero
este carece –por flojera- del afán documentalista, detalle que le impide salir
a la calle y respirar ese condimento medular para la prosa: vida. Pero en lo
que Talese también incide, y no puedo estar más que de acuerdo, sindicando como
el mayor lastre del periodista y del escritor hoy en día: su aburguesamiento.
El aburguesamiento aniquila el compromiso interior que se expresa al momento de
informar, crear y, como vemos últimamente, en la articulación del pensamiento.
Veamos el show: el periodista promedio se saca la mierda pensando en ser
contratado por El Comercio; miremos
al escritor peruano, escribiendo con el único fin de ser fichado por Planeta o
Random, buscando una mesita de participación en el Hay Festival. Hablo pues de
un aburguesamiento a la mala…
Volveré sobre el tema en otro post.
Por el momento debo realizar una actividad
excluyente: bañar a mi perro.
miércoles, enero 11, 2017
594
Entonces llega el momento de volver a
ciertas páginas de un libro que por casualidad encuentras, y en esa magia
casual yace también su nueva importancia, porque lo que buscaba era otro
título, pero cómo no te va a llamar la atención esas antiguas ediciones de
Alfaguara, su extraña combinación de plomo y morado.
Su delgadez, entre tanto título de más
de 400 páginas, destacaba. Así que lo saqué del anaquel y lo revisé. Entonces,
recordé cómo fue que llegué a Botho Strauss, a Parejas, transeúntes.
El fragmento elevado a lo que deberíamos
entender como experiencia literaria, ajeno, obviamente, del facilismo
fragmentario del que somos testigos hoy. Fragmento en toda la amplitud de su
indefinición genérica, es decir, textos que sudan riqueza de transmisión. Su
brevedad es engañosa, y con libros como este poco o nada vale el apuro, sino la
paciencia entendida como placer, pero del placer asumido en sus niveles
masoquistas, nerviosos en su cuestionamiento. Solo así lo releeré en los
próximos días.
Cerca de las siete de la noche, me
dirigí al Sarcletti tras el espresso de rigor. Desde hace días venía sintiendo
la tentación de este café, además, había estado, como aún lo estoy, preso de
varios textos que debo cumplir, porque como se entenderá, soy una persona que
trabaja mucho, algo que también tendría que ser emulado por más de un escritor
local que anda hueveando por la vida a la caza de un golpe de suerte. Me
refiero a que se tiene que trabajar más allá del trabajo literario, si es que no se tiene la suerte de vivir de lo que se
escribe. Pienso que así nos evitaríamos más de un berrinche, más de un
engreimiento, exterminando esa plaga del artista metido a sicario.