jueves, marzo 31, 2016
447
Me levanto tarde.
“Jeremy”, de los ZB, se compró una motocicleta.
Ese hecho le ha motivado a escribir un relato titulado “Mototaxi maldito”. Si
ese relato se termina, creo que sumará en el curso de la narrativa peruana
actual, la rescatará de su apatía.
Voy a la cocina y me sirvo café. Una
nota sobre la mesa de la sala: mi padre ha sacado a pasear a Onur y mi mamá ha
salido con mi tía Fara. También me sirvo agua. El sol quema y cuanto antes debo
ir donde la señora Blanca, mi peluquera. Felizmente, su local queda a cuadra y
media de mi casa.
Tomo un duchazo.
Salgo a la peluquería.
Camino despacio para no transpirar
mucho.
En una de las casas, en lo que sería el
quinto piso, construyen una terraza, la están pintando de blanco, que contrasta
con su natural color mostaza. No digo nada, pero de una de las ventanas del
tercer piso, asoma su cabeza Ramiro.
El cruce de miradas es inevitable.
Ramiro me observa con cólera y no niego que sentí miedo. En cualquier momento
saca un fierro y me plomea en la calle. Razón no le falta. Ante todo, Ramiro es
resentido.
Ocurrió hace más de 12 años.
Jugábamos fulbito en la cancha del
parque Lincoln.
Yo era el arquero y mi equipo iba
ganando. Estábamos apostando, 20 soles por cabeza. Ramiro no jugaba, pero su
equipo estaba perdiendo, de tanto en tanto entraba a jugar, pero cuando lo
hacía, aumentábamos el marcador. No era para menos. Ramiro no sabía jugar, pero
lo hacía para agradar a su mujer, que siempre iba a verlo jugar, porque era el
único momento en que podía reclamarle la plata para sus dos pequeños hijos.
Terminó el partido y me reí de la broma
que hizo un pata de mi equipo. Como Ramiro estaba empinchado por haber perdido
la apuesta, creyó que me estaba burlando de él. Entonces se me acercó y nos
agarramos a trompadas. Yo le saqué la mierda. Pero al momento de que se lo
llevaban, el huevón juraba que me buscaría al día siguiente. Algunos patas se
preocuparon por su amenaza, también yo.
Hice un plan de contingencia ante esta
situación.
Pero ese plan no me duró ni un día.
A la mañana siguiente, mientras compraba
los diarios en el quiosco, mi primo Omar se me acercó y me preguntó si no sabía
lo que había pasado una hora antes. No tenía la más mínima idea y se lo dije.
Ramiro acababa de ser apresado por la policía, que lo fue a buscar a su casa, y
como supe horas después, a razón de un robo a mano armada en un grifo de San
Borja. Es lo que las voces decían, algo a lo que ya estamos acostumbrados,
porque muchos de los patas de la cuadra y alrededores están guardados por los
motivos más distintos, y en algunos casos algo cómicos, por huevones.
No veía a Ramiro hasta hace algunas horas.
Ramiro me miraba y yo también hacía lo mismo. Su rostro adusto comienza a
cambiar y se dibuja en él una sonrisa. Levanta la mano y me saluda. Yo también,
levanto la mano y le saludo.
Al llegar a la peluquería, la señora
Blanca se queja del calor. Y yo le cuento la historia de Ramiro.
446
Cerca del mediodía me dirijo rumbo al
Virrey de Lima. Había quedado con Carola en que conversaríamos, no por razones
de la librería, sino porque desde hace semanas que no nos vemos.
El camino se me hace lento. Mis pasos
son más lentos que de costumbre, a razón del calor. Además, no suelo salir de
casa durante el día. Pero siempre es bueno hacer una excepción.
Mientras conversábamos, miraba la
librería. Y no es porque haga actividades en esta librería, pero bien puedo
decir que es la más bonita del país.
Carola se fue a almorzar con un amigo de
La República y me quedé un rato con Dajo y Dio, de los mejores libreros que hay
en Latinoamérica.
Al rato me retiro de la librería y
barajo una idea que me viene persiguiendo desde hace varios días. ¿Es hora de
jubilar a mi Motorola de la prehistoria?
Miles de personas en el Jirón de La
Unión. El calor que quema en su punto más alto.
Sé que hay una sucursal de Movistar
allí. La veo e ingreso.
Antes de cualquier gestión, que por
desinformado corro el riesgo de quedarme durante horas en una insoportable
espera, les pregunto a las dos señoritas de recepción cuánto tiempo me tomaría solicitar
un cambio de equipo. Ellas se muestran amables, pero no me fío de las buenas
respuestas, me dicen que en menos de 20 minutos, pero sé que son capaces de
cualquier respuesta que uno quiere escuchar solo para engancharte y de esta
forma comerte todo el trámite. Por ello, hice la pregunta tres veces, en
intervalos de 3 segundos, y en mayor firmeza en cada emisión. Una de ellas, la
de más edad, me dijo que sí, que la gestión no me demandaría más de 20 minutos.
Me pidió que la siguiera y la seguí.
La seguí hasta en segundo piso. Y me
llevo donde un pata, un gordo blanco, que de lento no tenía nada.
Salí con un nuevo equipo móvil.
No pienso darle más uso de lo que estaba
acostumbrado con el otro aparato. Sin más, comencé a desinstalar muchas
aplicaciones.
Llamo a casa y le digo a mi madre que
estaré con ella en media hora.
En el bus del Metropolitano es
inevitable escuchar las preferencias electorales de los pasajeros. Por salud
mental, prefiero no escuchar de política y no ser parte del cruce de
preferencias. Pero noo deja de joder, sí, que más de uno prefiera votar por la
rata naranja, pero tampoco es que las otras preferencias sean de las ideales.
Como ya señalé, lo que sea que ocurra el 10 de abril, volveremos a votar contra
la rata naranja, así tengamos que hacerlo con una bolsa de papel en la boca.
martes, marzo 29, 2016
445
Suena el despertador.
Tomo una ducha.
Sacaré a dar una vuelta al falso pekinés.
Pero antes respondo algunos correos
electrónicos. También algunos mensajes de Inbox.
En Face pueden verse muchas cosas. Más
de una vez lo he dicho, algunos de mis textos despiertan un debate, como
también las más encendidas cóleras. Bueno, a ello estoy acostumbrado y más de
una vez he sido tolerante, porque de eso va este asunto, dices lo que quieres y
tienes que escuchar lo que no quieres.
Siempre y cuando, eso, no se aproveche
de la coyuntura para dar rienda suelta a la falsa valentía que ofrece el Face,
una falsa valentía que se pinta objetividad, con un tono moral de guachimán de
buenas costumbres, más un forzado toquecito de calle, tal y como veo en un tal
Aquino, pataza de “Chalina suicida”, el creador de cuentas falsas que no ha dudado
en largarse ni bien quedó al descubierto. Pero bueno, miro con gracia a Aquino.
Pobre tipo, por más que lo intenta, sus textos carecen de legitimidad, aburridos,
que exhiben una ignorancia camuflada de taxonomías, y lo que es peor, detalle
que en otra persona con algo de amor propio haría que se quede callada: hacedor
de reseñas delivery. Eso es lo que hace el pataza de “Chalina”: reseñas
delivery. Pero bueno, eso se le va a quitar, tarde o temprano, y me encargaré
de ello. ¿Reseñas Delivery? Así es, hay que ser un sinvergüenza para hacer esas
huevadas y criticarme como bueno.
El texto de la reseña es claro. No hay
nada que explicar. Podemos estar o no de acuerdo con las ideas vertidas allí,
pero el rebote que ha tenido la reseña, la catarsis que ha motivado, es una
prueba tajante de su verdad, una verdad en silencio que ahora no lo es.
Le saco la correa a Onur. El falso
pekinés se pierde corriendo por el parque. No voy detrás de él, no hay perros
ni perras a la vista. Prendo un cigarrito. Cuando lo termine, me acercaré a
Onur para ponerle la correa. No han pasado ni treinta segundos y de los
arbustos salen tres perritas que lo rodean y que no demoran en seducirlo. Onur
se echa en el pasto y estira el cuerpo, entregado a los afectos de las perras.
lunes, marzo 28, 2016
"cinco esquinas"
Primero: lo bueno.
Cinco
esquinas,
la última novela de Mario Vargas Llosa, no es una obra maestra. No todo lo que
escriba nuestro Nobel de Literatura lo tiene que ser. Y quien mejor lo sabe es
precisamente Vargas Llosa, prueba de ello lo vemos en estas páginas con poco
colesterol y con mucho nutriente narrativo. Uno termina de leer esta novela y
lo primero que siente es que ha sido partícipe de una clase maestra de cómo narrar,
de cómo hacer que una historia funcione y cuaje. Vargas Llosa apela a su
conocimiento de la tradición narrativa y a su dominio de la misma. No es para
menos, en Cinco esquinas todo fluye,
la mayoría de los recursos usados, sean estos en la configuración de sus
personajes y en la estructuración de su andamiaje, quedan al servicio del
lector, que la disfruta, aunque no necesariamente le tenga que gustar lo que
lea. Pues bien, este viaje en la experiencia de la lectura, solo lo consigue un
grande.
Claro, podemos hablar del argumento, en
las dos historias que sostienen la novela, del mismo modo de los personajes
secundarios que canalizan la trama, personajes secundarios que, dicho sea,
oxigenan el curso de la narración. No estamos pues ante un Vargas Llosa solemne
a la hora de narrar, tal y como lo vimos en El
héroe discreto, sino ante una voz más relajada que en esta ocasión tuvo la
mirada puesta en el divertimento, sin renunciar a su actitud de denuncia,
presente en prácticamente toda su poética.
Eso es lo que busca y consigue Vargas
Llosa: divertir, divertir en el buen sentido del término, sin caer en
liviandades conceptuales y en apuros por cerrar cada una de las tramas que nos
ofrece en esta ocasión. Pero lo más importante de la presente empresa narrativa
del Nobel, más allá de la intención de divertir: Vargas Llosa nos recrea una
época, un contexto oscuro para la historia peruana última (a la vez rico en
brindar posibilidades temáticas, que por alguna extraña razón, no se han estado
abordando en el curso de la narrativa peruana de los últimos veinticinco años).
Bien lo señalan los que saben, desde Barthes a Kermode: si queremos retratar
una época, hagamos uso de los géneros. Los buenos se valen de uno, los exitosos
de varios, pero solo los perdurables hacen uso de casi todos y eso es lo que
realiza Vargas Llosa, nos entrega un cóctel molotov narrativo, inclusivo en
expresiones genéricas, escondidas y no ubicables gracias al despliegue técnico.
A saber, el capítulo “Un remolino”.
Obviamente, esta novela exhibe
falencias, tiene su ripio, sus agujeros negros, como la relación lésbica entre
Chabela y Marisa (específicamente, el primer capítulo), el apuro por configurar
un personaje que pudo ser inolvidable como Juan Peineta y no pocos deslices de
oralidad. Sin embargo, ¿hablamos de óbices que entorpecen la lectura? ¿Acaso
son motivos de fuerza mayor para calificarla de mala? Ante estas caídas,
triunfa el oficio, accedemos a resultados que solo las novelas llamadas a
quedar generan: el gusto por ellas o su eventual disgusto.
Segundo, lo malo.
Ajá, lo malo: el irrespeto de la
cucaracha.
Pero lo malo no viene asociado a la
novela como tal. Sino a la recepción que esta ha tenido entre los escritores
(peruanos) que se lanzan a descalificarla sin antes lavarse la cabeza con
Nopucid para tener las ideas claras y exentas de sentimientos menores, opinando
con una cabeza infestada por los piojitos del efectismo y las liendres de la
posería opinativa.
Con mucha pena he sido testigo que más
de uno ha hablado como bueno de Cinco
esquinas, escueleando sin legitimidad y pidiendo la jubilación de Vargas
Llosa. Han querido matar al padre, pero no se dan cuenta de lo siguiente: el
papacito de la narrativa peruana se los ha almorzado a ritmo de entrenamiento
con el capítulo más flojo de su novela, “El sueño de Marisa”, cuyas páginas
laxas son dinamita y nervio en comparación a todos los libros que han escrito a
la fecha, libros que con ayudita del relacionismo intentan vendernos como el
presente/futuro de la narrativa peruana en lo que va del siglo. Ya pues,
señores, respiren, pisen pelota, levanten la mitra y den el pase al compañero
mejor ubicado.
Parece broma de mal gusto. Pero no: ha
ocurrido. La broma de mal gusto es realidad. Pero esta broma de mal gusto tiene
cura, felizmente: señores, pónganse a leer. Eso, pónganse a leer y, por favor,
no más papelones. Suficiente tenemos con la selección de Gareca.
...
Publicado en El Virrey de Lima
...
Publicado en El Virrey de Lima
fraude
Ante la realidad electoral, los apuros opinativos
de nuestra supuesta reserva moral intelectual se imponen como el natural consuelo
que nos impide constatar que este país es más chicha de lo que creíamos. No
pues, damas y caballeros, no hemos sido ni medianamente modernos, nuestra
formación democrática es una falacia, la cultura democrática que ostentamos es
solo un discurso consuelabestias que nos ayuda a no creer que pertenecemos a un
país sumido en la elementalidad del análisis y la reflexión.
Hablamos del fraude que se cocina en el
JNE, de los favoritismos a las ratas naranjas, de las demoras sospechosas que
nos recuerdan a la época hiperconchuda del fujimontesinismo, en donde cada
noticia no se comunicaba si es que el contexto no era el adecuado, de lo
contrario no servía como curtina de humo.
El cruce de palabras entre los candidatos,
sus estrategias destinadas a pintarlos como los más de la campaña, en vez de
escuchar propuestas y planes de gobierno, cosa que veo imposible, aunque no se
pierde nada con especular sobre una posible seguidilla de debates en los que se
discuta proyectos; detalles que deberían ser inanes pero que adquieren
protagonismo en esta desalmada carrera por el botín, sin percatarse que el
fraude se viene cocinando, potaje que debería ser señalado desde ya, pero que
las preferencias ideológicas, los sentimientos menores y demás cojudeces no
dejan que nos fijemos en su fuerza oculta, que por oculta, pasa piola.
Así es: el voto electrónico.
El voto electrónico es el medio por el
que se va a legalizar el retorno de la rata naranja. No soy experto en
informática, pero es tan fácil alterar resultados (miremos lo que se hizo en
Venezuela), en especial en democracias como esta, que son un mal chiste que
todo el mundo celebra para no parecer menos.
La mafia la viene haciendo linda.
Mientras tanto, los seres pensantes de la sociedad peruana, haciendo cálculos y
vaticinando el futuro de la segunda vuelta.
domingo, marzo 27, 2016
444
Un domingo algo complicado.
En la madrugada, justo antes de meterme
al sobre, me acuerdo que debía terminar mi reseña de Cinco esquinas de Marito.
El texto fluyó, a no ser por ese
involuntario error de presionar la tecla equivocada, que mandó al tacho lo que
había avanzado.
¿Comenzar de nuevo? Sí
No queda otra. Tenía las notas a la mano
y comencé a reelaborar la reseña. Igual, las ideas centrales seguían intactas y
la empresa se pintaba sin complicaciones. Sin embargo, nuevas ideas se
presentaban en la reescritura y la reseña que pensé que sería, no lo fue, más
bien cambió hacia un tono que me gustó, me gustó porque iba acorde con mi
sensación que aún tenía de la lectura de la novela.
Cerca de las cinco, busco una película
de Jarmusch, The Limits of Control, de
la que algunas escenas se me han presentado en estos días, quizá debido a mi
predilección por el café espresso. Los detalles inanes son los que me hacen
regresar a muchas películas y ciertos libros.
A razón de esos detalles inanes llegué a
las seis de la mañana sin la más mínima sensación de sueño.
El sueño me vendría, fácil, a eso de las
nueve. Tenía el suficiente tiempo para hacer las compras del desayuno. Salí a
hacer las compras, con Onur. Mientas nos dirigíamos a las tiendas, se me
ocurrió hacer una caminata con el falso pekinés al Minimarket del grifo de Canadá
con Arriola. Sería la primera caminata de Onur fuera de Apolo. Pensé en
principio en que Onur no resistiría, pero la mejor manera de comprobarlo era
precisamente haciendo esa caminata.
Onur es un espectáculo. No creo que se
deba a sus tiernos ocho meses de vida. Este perrito busca pelea a todos los
perros, incluyendo los grandes, y las perras, sin importar su tamaño se lanzan
sobre él para lamerle el cuello y la panza. Fue una caminata lenta, con un sol
que sin duda quemaría más. Teníamos sed. Llegamos al Minimarket y compré lo necesario
para el desayuno, también me abastecí de cigarros y agua mineral. Las empleadas
me dijeron que estaba prohibido entrar con mascotas al establecimiento, pero a
los segundos comenzaron a hacerle cariñitos a Onur. Al salir abrí una de las
botellas de agua minera e hice un cuenco con mi mano para vertir agua. El perro
bebió como si nunca hubiese hecho.
Regresamos en calma, pero cada vez que
aparecía un perro, sin importar el tamaño de este, Onur se lanzaba tras él. Sin
duda, mi falso pekinés es un perro peligroso.
sábado, marzo 26, 2016
443
Me despierto algo tarde.
Me sirvo café.
De la calle escucho la conversa de los
vecinos. Me acerco a la ventana para ver qué ha pasado. Están todos los vecinos
e imagino que se trata de algo importante. Pese a que nos encontramos a media
cuadra de la comisaría de Apolo, nadie se fía de esta. Por algo tiene la fama
de ser la más corrupta de la capital.
Me remojo la cara, me pongo un short y
abro la puerta. No sé por qué, pero cada vez que hay estas reuniones vecinales,
al azar, estas se desarrollan en la puerta de mi casa, justo al frente, a menos
de dos metros de distancia. Más de una vez he pensado en pedirles que se vayan
a discutir unos metros más allá, pero me doy cuenta que no es malo, porque
esperan que salga mi padre, que no solo calma los ánimos, sino también brinda
soluciones, más aún en estos días en los que los robos a casas se han vuelto
recurrentes.
Me abro de la reunión vecinal. Regreso a
mi cuarto y cojo la edición 53 de Hablemos de Cine, de 1970. En este número,
una entrevista a Pasolini. Me gustan algunas respuestas del italiano, en
especial llama mi atención cuando revela que aprendió los secretos técnicos de
la filmación en pleno proceso de dirección de sus películas, porque nunca le
interesó aprender antes. Esta afirmación revela aquella cualidad de la que
pocas veces he hablado, pero que está muy presente muchísimos creadores: la
inteligencia e ingenio del entusiasmo. Podría llamarse también curiosidad. Como
sea, esta inteligencia la percibo en los creadores menos ortodoxos, lo que no
quiere decir que hablemos únicamente de los dedicados a forjar una leyenda, una
fama salvaje que seduce mucho a la fanaticada infaltable de los circuitos
culturales y artísticos.
Esa edición de Hablemos de cine me
regaló Óscar, un pata que iba a comprar libros a Quilca y Camaná. Le gustaba
mucho perderse entre las rumas de títulos que uno podía ver en algunos puestos
de libros, pienso en los de Camaná, en esos espacios que aún se resisten a
desaparecer y que perviven gracias al afán comercial de sus vendedores. A veces
el afán comercial juega a favor del lector, el verdadero que se dedica a
buscar, a hurgar, sin tener en cuenta la ignorancia del vendedor, pero en fin,
se trata de un juego en el que cada quien cumple su función. De esa manera
Óscar consiguió la edición 53 de Hablemos de Cine. Claro, se pueden conseguir
muchas cosas, no solo libros, en el Centro de Lima, solo que muy pocos están
dispuestos a ensuciarse los dedos.
442
Es Viernes de Resurrección y me invitan
a un concierto en Nuclear Bar, ubicado en la tercera cuadra de Quilca, en la
recta de las tiendas de vinilos. Hace un tiempo fui a este local y bien puedo
decir que, aparte de recibir uno que otro golpe, me despaché a mi gusto
haciendo lo mismo con las puntas confundidas y entregadas al ritmo endemoniado
de las cuerdas de las guitarras. No me gusta el rock de garaje, aunque durante
un tiempo lo escuché con atención, lo que me gustaba más era precisamente el
estado salvaje al que se llegaba en estas tocadas.
Hasta el final estuve decidiendo si iba
o no a Nuclear Bar. Todo el día estuve leyendo, terminando de hacer las
anotaciones de tres libros, y definiendo un artículo sobre la adaptación a
serie de una de las mejores novelas de Philip K. Dick. De alguna u otra manera,
la obra de Dick me viene llamando la atención desde hace un tiempo, quizá el
cúmulo de sus ideas, su manera de pensar, no así su estilo.
Cerca de las siete de la noche, me pongo
a ver el partido de Brasil y Uruguay. El de ayer, el partido de Perú y
Venezuela, sin comentarios, para dejarlo en el olvido. No esperaba mucho de la
selección, pero lo que sí esperaba era una mayor entrega, que los muchachos no
sean víctimas del aburguesamiento, como también de la mariconada de cuidarse
las piernas, como dejó en evidencia Pizarro, una vez más. O la falta de actitud,
como el tal Tapia y el perdido Ascues.
En cambio hoy, me deja satisfecho el
partido entre uruguayos y brasileños. Uno se olvida definitivamente de la
chanchada de la selección el día de ayer.
Pero la realidad sigue presente, el
manto negro que cubre la política peruana actual, graficado en unas elecciones
cuyas reglas están hechas para que gane la rata naranja. Que aún haya millones
de peruanos que crean en la opción de Fujimori es la más irrefutable muestra de
que este país no ha avanzado nada, que su memoria histórica última no es una
prioridad en el discurso colectivo, sino lo que importa es la inmediatez de la
solución a lo bestia, a los problemas que crecen sin atisbo de solución, como
la inseguridad, la desaceleración económica, que tanto ha descuidado Nadine en
este gobierno. Nadine, pues, nos está entregando en bandeja a la hija de
Fujimori. ¿Ahora quiero ver en dónde meten las narices aquellos babosos que
apoyaron y creyeron en el rollo de la aún Primera Dama? Lo sé, no dirán nada,
puesto que ahora se dedican a apoyar a la que fue su secretaria.
Qué rico es este país, carajo.
jueves, marzo 24, 2016
reciprocidad
Algunos, quizá en un acto de ingenuidad,
pensábamos que el JNE aplicaría la ley a todos los candidatos presidenciales,
por igual y sin escabeches de por medio.
Ya sabemos que desde un principio el JNE
ha jugado en pared con los naranjas.
La hija del dictador sigue punteando y
en carrera.
No hay que pensarlo mucho.
Es el momento de la reciprocidad.
Ahora le toca a los moralistas hacer un
acto de asco, de la misma manera que otros lo hicimos en la segunda vuelta de
la elección pasada.
¿O creen que fue fácil votar por el
sospechoso violador de derechos humanos que tanto apoyó nuestro ejército zurdo?
Al menos, para este pechito no.
En lo personal, me da igual quién pase a
la segunda vuelta con la rata naranja.
Pero ahora existe un detalle: ninguno de
los candidatos tiene anticuchos que comprometan la integridad de la vida
humana. Hasta donde sé…
Lo que sí sé es que mi voto será a favor
de la opción que vaya en contra de la llegada de Keiko a Palacio.
No importa si es Verónika, Alfredo o
PPK. Para cualquiera de los tres va mi voto.
Y si hay reciprocidad, una conciencia
moral que impida que la rata naranja llegue al poder, los zurdos peruanos
deberán ser los primeros en apoyar esa otra alternativa, apoyarla con
condicionamientos si gustan. Solo que no vengan con cojudeces morales, que
ustedes son los últimos que deberían hablar de moral.
Listo, peruanas y peruanos.
miércoles, marzo 23, 2016
440
Después de algunos días, ayer caminé por
el centro. Era de noche y me dirigía a casa, pero decidí darme una vuelta por
el Rímac, específicamente por el parque ubicado al pasar el Puente Trujillo.
Sé que algunos ex compañeros de Quilca
se van a ubicar en ese parque. He estado ayudando en calidad de vicepresidente
de la nueva asociación de libreros, pero mi ayuda ha sido más que nada en
logística, no he estado haciendo los papeleos ni coordinando los trabajos que
los libreros que sí estarán en el Rímac.
Había escuchado del avance de los
trabajos, mas no los había visto, así es que me dirigí hacia allá. Total,
quedaba cerca, además, pasaría por el Chabuca Granda y, como nunca, se me había
antojado un dulce, quizá una mazamorra, o una mazamorra con arroz con leche.
El viento corría y sentía su fuerza
estrellándose en mi cara. Me gustaba esa frescura, todas clases de
manifestaciones de aire son más que bienvenidas. A metros del Chabuca Granda,
opto mejor por un helado, dos bolas, una de fresa y la otra de chocolate. Sigo
mi camino y ni bien cruzo el puente, puedo ver la instalación de los nuevos
stands de los libreros quilquenses.
No lo niego, hay muchos cruces de
emociones. No estaré con ese grupo y la verdad no que creo que vuelva a
dedicarme al mundo del libro a no ser que tenga una librería tipo Brazenhead, pero
estaré con estos héroes hasta el final. Es que eso es lo que son, héroes, que
contra todas las adversidades han sabido levantar un espacio para el fomento de
la cultura y la promoción del libro en un lugar de mucho tránsito de personas.
Estas son las cosas que me reconcilian con la vida, que me hacen ver más allá
de la demagogia de la que se valen los oficiales culturosos que hacen carrera
bajo el discurso del fomento de la lectura.
Me saco el sombrero ante estos libreros,
que han trabajado muchos días bajo este inclemente sol, un sol cuyos rayos
queman más en la tierra. Me quedé un rato conversando con ellos, siendo
cómplice del humor y el doble sentido, hasta la llegada de “Tres patines” en un
triciclo cachinero, todo un personaje.
lunes, marzo 21, 2016
"la vida sin armadura"
Hay que tener cuidado cuando los
escritores escriben de sí mismos. Por lo general, no solo suelen exagerar sus
logros, sino también mentir de una manera, por decir lo mínimo, descarada. Para
muchos, no hay punto medio, la polarización del testimonio es la pauta a
seguir. Quizá esto se deba a que es preferible creer en la leyenda que en la
verdad de los hechos. De esta estrategia discursiva han echado mano desde los
llamados grandes hasta aquellos que creen que lo son.
Uno de los destinos de todo escritor de
trayectoria es, precisamente, escribir una autobiografía. Se arriba a un punto
en que sus lectores exigen de él un ajuste de cuentas que les permita escribir
sobre sus vicisitudes y así se pueda entender el nutriente del que se alimenta
su poética.
El recordado narrador inglés Alan
Sillitoe (1928 – 2010) es dueño de una obra narrativa que bien podríamos
calificar de influyente. Por muchos años fue considerado el icono narrativo de
los movimientos de izquierda en todo el mundo, a razón de ser integrante del
movimiento Los jóvenes airados, que
apareció en la década del cincuenta, conformado por escritores de la talla de
Kingsley Amis, ni más ni menos.
Un necesario paréntesis: no se ha sido
del todo justo con la radiación de este movimiento de escritores. Los jóvenes airados inspiraron a muchos
grupos/movimientos de artistas e intelectuales, con mayor razón en un contexto
en el que los discursos entre la izquierda y el imperialismo estaban en su
punto más crítico. En el contexto peruano, no pecaríamos de exagerados si
especulamos con la idea de que estos airados ingleses hayan motivado la
aparición de grupos de escritores con una clara postura política y de denuncia,
pienso pues en el grupo Narración.
Volviendo a Sillitoe.
Cuando leemos sus novelas, llegamos a la
conclusión de que fue un hombre que se hizo solo, que provino de una clase
obrera muy golpeada por la explotación, siendo este un recorrido vital que
canalizó el impacto que generaron novelas monumentales como Sábado por la noche y domingo por la mañana
y en los relatos de La soledad del
corredor de fondo. Señalamos dos títulos que para cualquier interesado
podrían servir de idóneas puertas de entrada a un narrador que podríamos
calificar como un aprovechado discípulo de Hemingway en cuanto a la tersura de
la escritura. Así es: tersura narrativa más experiencia de clase obrera, dos de
los factores que contribuyeron a que los libros de este inglés calaran en más
de una generación de escritores y lectores. La poética de Sillitoe, aparte de contundencia
narrativa, nunca cayó en el proselitismo ideológico. Había sí un componente
ideológico en ella, pero esta se ubicaba en un quinto o sexto lugar, lo primero
que resaltaba en esta era su capacidad de conexión con el lector a razón de la
experiencia literaria. Mientras otros escritores que sucumbieron a la denuncia
ideológica, quedando con justicia en el olvido, la obra de Sillitoe se mantiene
lozana y sin envejecer, con mucho por decir.
Por ello, la publicación de La vida sin armadura (Impedimenta, 2014)
debería significar un genuino acontecimiento por partida doble: primero,
estamos ante el ajuste de personal de Sillitoe consigo mismo, y segundo, somos
testigos de lo que tiene que ser una autobiografía en todo el sentido de la
palabra, de lo que esperaríamos de una que más temprano que tarde se quedará
con nosotros.
El inglés no se guarda nada. Desde las
primeras páginas nos advierte que no contará su vida como otros hacen de la
suya, sino que lo hará dejando la piel en el asador, sin afeites ni versiones
que contribuyan a la leyenda. A él no le interesa quedar como una leyenda de la
narrativa inglesa, más bien, asumió su importancia desde mucho antes que sus
seguidores lo consideraran como tal.
Sillitoe en una exaltado de gracia, dejando
en claro que durante toda su vida fue un resentido, pero no por una cuestión de
clase, sino por la dejadez de parte de su padre que jamás se preocupó por él en
lo emocional, convirtiéndolo desde la niñez en un ser por demás quebrado. Pero
esta autobiografía no está en los cotos del recuento, es también el testimonio
del tránsito de una época, un viaje a la semilla urbana que nos permite
ingresar a su día y día, pero lo más importante, es un canto a la persistencia,
una cachetada a la realidad que lo había ubicado en ruta a un destino que pudo
ser cualquiera, menos el de un escritor. Sillitoe nos habla de sus años de
formación como escritor, podemos ver a un hombre por demás curioso e inquieto
que leía incontrolablemente, a la caza de un estilo que le permitiera expresar
toda la mierda existencial que cargaba como si fuera una mochila demasiada
pesada.
Esta autobiografía es cruda por donde la
mires. En ninguna página somos víctimas de un efectismo barato, estamos
liberados de la gratuidad de la exhibición de atrocidades. La experiencia
literaria cala de a pocos y antes que nos demos cuenta, ya somos guiñapos
sensoriales, sujetos hechos añicos. Pues bien, esto no lo genera cualquier. Hay
que ser un grande para conseguirlo.
439
En la madrugada leía un libro de ensayo
de reciente aparición. Me gustaba lo que leía y hacía también algunas
anotaciones, no tanto como las que pensé que haría en principio.
Cerca de las tres, cierro el libro.
Prendo el televisor y me pongo a recorrer canales de cine. Un par de películas
llamaron mi atención, ambas obras maestras. En otra ocasión, hubiera dejado lo
que hacía para verlas, no importa si ya estaban avanzadas o comenzadas.
Mientras buscaba, también me topé con el
comienzo de una película que no es una obra maestra, a la que, en un aliento
buenagentista, valdría decir que exhibe méritos. La primera vez que la vi, hace
ya muchos años, me pareció una película cumplidora. No me sentí ni estafado ni
sorprendido, tampoco sentí que perdí el tiempo mientras la veía.
Sin embargo, desde hace año y medio me
vengo topando con ella. Ya sea doblada o subtitulada, se me antoja como un
trabajo que siento muy personal. El paso de los años ha hecho que Jarhead de Mendes se ubique entre mis
películas personales. No sé cuánto tiempo me tome esta fijación, quizá obedezca
al apego que tengo por algunas sensaciones, como el calor y color naranja seco
que despide la tierra tostada por el sol, o quizá por ese detalle, no menos
sensorial, que es la ansiedad que reflejan los soldados en el desierto de Arabia
Saudita, a la esperar de entrar a Kuwait y liberar ese país de la invasión
iraquí. Si un espíritu la recorre, ese es precisamente el de la ansiedad, por
demás jodida e hiriente.
438
Domingo de sol.
Mis vecinos decidieron hacer una
parrillada. Días antes pidieron permiso a los vecinos.
La mayoría optó por darles permiso para
que puedan hacer su parrillada.
Eso quería decir lo siguiente: tendría
toda la tarde una bomba musical, que no se detendría hasta mucho después de
acabarse el último plato de parrillada.
Por un momento pensé en visitar a mi
hermano. Refugiarme en su casa hasta que el barrio vuelva a ser un barrio
normal.
Pero no, decido quedarme en casa con
Onur.
Abro los archivos en Word que venía
avanzando. Felizmente, ninguno me presenta ninguna traba, ni en tema ni en
estilo. Solo me queda presionar las teclas mientras escucho el Mirage de Camel, que me recordaron su
existencia un par de horas antes.
En esas estoy, pasando a limpio los
apuntes de mi escritura apurada, casi críptica, que solo yo entiendo. Obvio, se
supone que cada quien debe entender su escritura, pero en mi caso no siempre ha
sido así. No. Hubo un tiempo en que sí me sentía perdido en mis propias notas,
lo que me llevaba a hacer un soberano ejercicio de memoria.
Ahora no es así. Escribo de tal manera
que pueda entenderme al momento de escribir en el archivo.
Algunos hablan del trance de la
escritura. Pues bien, me encuentro en ese trance, en los instantes eternos que
salen de tu cabeza, todas las ideas posibles, incluso las que no pensabas que
germinabas en mente.
Eso es lo paja del trance, pero tampoco
hay que creerse la gran cosa por ser parte de él.
Bueno, es que hay más de un desubicado
que asevera que es lo más maravilloso que existe. No sé si exista alguien a
quien le guste escribir de verdad capaz de decirme que escribir es lo más
maravilloso que existe.
Continúo en lo mío.
Pero recibo la llamada de “Cachetada”,
que también ha sido atacado por avatars. Uno de estos avatars lo llamó
envidioso.
Pero “Cachetada” tiene calle. “Cachetada”
sabe quién se esconde detrás de la falsa cuenta de Face. Sin asco, pone en evidencia
su identidad, su chaplín de reconocimiento: “Chalina suicida”.
“Chalina” desaparece y ya no lo jode más.
Pienso en “Chalina”, que no entiende que los señalamientos no son hacia él,
menos a su obra, sino a ese discurso pendejo que su grupo desarrolla en
paralelo a la obra. No pues, con la obra no hay que meternos y eso lo sabe “Chalina”.
Me desconecto y vuelvo al texto. Uno de
ellos me está saliendo de la putamadre. Al cabo de hora y media, busco algo de
beber. En la refrigeradora encuentro una botella de jugo de naranja. La salsa
dura comienza a sonar en la casa de los vecinos. Me acerco a la ventana. Han
sacado la parrilla a la calle. Prendo un cigarro. Sobre la mesa de la sala, los
periódicos del día.
En la portada de Perú 21, la cara de
Verónica. El diario sugiere que también ha escrito en las agendas de Nadine.
Esto se pone bueno, me digo. Entonces me
conecto un toque otra vez al Face, para ver reacciones. Las reacciones son las
que me esperaba. No lo niego, hay una guerra sucia en contra de Verónica, pero ante
todo ella debería deslindar de Venezuela, dejar de balbucear y sindicar ese
gobierno como lo que es: una dictadura. No lo hace, y no creo que lo haga, a
cuenta de que ella sabe que el partido de gobierno recibió billetones de la dictadura
llanera. Eso es lo que me fastidia: el doble rasero de nuestra izquierda y su
alucinada superioridad moral. Pero no quiero hacerme hígado. En un toque
retornaré a lo que estaba escribiendo y reviso La República, en el que
encuentro un artículo de Vargas Llosa sobre el libro que Leopoldo López Obrador
ha escrito en la cárcel.
Sin comentarios al respecto, solo tengo
una esperanza: Verónica debe deslindar de esa dictadura. Es lo que debería
hacer en la mañana del lunes antes de sus baños de vapor.
¿Y quien se beneficia de este
escabeche?, no hay que analizar mucho: la rata naranja, pues.
Me imagino un país capitaneado por la
rata naranja. Un país sumido en el desperdicio, es decir, ya legitimado en él,
porque en el desperdicio estamos desde hace mucho, asentados en el fango
gracias a la actual pareja presidencial.
La pareja presidencial. ¿Qué pensar de
ellos? Bueno, de ellos sé qué pensar. Nunca esperé un milagro de una mujer
carcomida de arribismo, menos de un marido de quien se tienen sospechas
razonables de haber violado derechos humanos.
Este gobierno termina tal y como
comenzó.
Pero lo que sí me sorprende es la
defensa cerrada que hacen de ellos los guachimanes de las buenas costumbres, los
llamados intelectuales que defienden un gobierno con serios indicios de
corrupción, intelectuales que mueven masas virtuales, minimizando las denuncias
que pesan sobre ellos. Denuncias que no son moco de pavo. Si viviera, ¿qué
diría González Prada de Faverón? Me lo imagino, en lo que le diría, pero más en
lo que le haría. Faverón es un tipo leído, inteligente, pero su defensa de la
corrupción de la pareja presidencial sí le va a perjudicar, tarde o temprano. Eso
ocurre cuando se critica y señala personas y no las situaciones que las
configuran. Bueno, cada quien labra y dinamita su legitimidad, cada quien sabe
cómo se realiza un lento Harakiri.
Regreso al escritorio. Prendo otro
cigarro. Reviso lo avanzado y comienzo a teclear, así hasta tentar el trance,
que es pajita, sí, mas no cosa de otro mundo.
sábado, marzo 19, 2016
437
Tenía una reunión en la mañana, en una
universidad local. El director del fondo editorial de la casa de estudios
quería hablar conmigo.
No tenía problemas al respecto. Escuchar
propuestas es también parte de la vida. Pero lo malo era que la reunión era en
la mañana, lo cual sí resultaba un problema para mí ya que suelo acostarme
tarde y por consiguiente levantarme tarde.
Horas antes, en la noche, hice los
arreglos para levantarme a las seis de la mañana. Compré algunas pastillas para
dormir, pero estas se perdieron, algo de lo que me di cuenta muy tarde, justo
cuando estaba listo para meterme al sobre. Entonces me puse a leer, con la
esperanza de que me llegue el sueño a eso de las dos de la madrugada, pero no,
el sueño se resistía y cuando este recién hizo su aparición, faltaba media hora
para la seis.
Entonces, hice fuerzas y me propuse ir a
la reunión, estar allí a la hora indicada. Dormiría en el curso del día.
Salí con apuro y llegué a la universidad
mucho antes de lo que había pensado.
Hablé lo que tenía que hablar.
Reforcé las ideas centrales de lo que se
pensaba hacer.
Para mi buena suerte, se trataba de un tema
que dominaba y sé que no solo presentaré algo importante, sino también algo que
quede en la mente y alma del lector, en ese estado reflexivo que vamos
perdiendo a razón de este mundo cada vez más veloz y predecible.
La conversa fluyó y todo salió bien. En
ello jugó el aire acondicionado.
Lo jodido vino al salir.
El calor.
Los rayos solares rebotando aún más
calientes desde el asfalto.
avatar
Sé que algunos textos míos generan algún
rebote.
Días atrás, por ejemplo, subí un texto
sobre la violencia política. Su desgaste como tema, el lucro intelectual que
más de uno hace de él y de los combazos que le propinan algunos bandos que
buscan vender su tópico literario de preferencia; de eso va el post.
Llevo años acostumbrado a que me digan
de todo.
Y ese post no ha sido la excepción.
Aunque para ser sincero, más de uno lee mis cosas y se reservan el derecho de
comentar, pero que los leen, los leen.
Un fenómeno muy frecuente de una red
social como Facebook es la aparición de cuentas falsas, de avatars que salen a
flote cuando se sienten amenazados. Como el mundillo literario limeño se ha
vuelto tan predecible, uno puede intuir y saber quién es quién. La mayoría de
las veces me quedo callado ante ello, porque los avatars no son mi tema, no son
mi preocupación.
Mi texto fue rebotado en varios lados,
en la cuenta de “Jeremy”, a saber.
Claro, “Jeremy” sufre de anticonejismo y
hasta la fecha no se da cuenta de que es el principal promotor de los conejos.
En ese contexto aparece un avatar, un
baboso que aprovecha la valentía virtual para insultarme y dárselas de pendejo.
Lo que no sabe ese pseudopendejo es que
yo sé quién es.
Es pues un conejo kid.
Lo penoso del asunto es que sí ubico a
los conejos. Los alucinaba leales, frontales, francos, con sus huevadas como
cualquier igualado, mas sin llegar a extremos.
Pero ese avatar de batalla, ese tonito
suyo de superioridad, capaz de ningunear a Arguedas, a Marito, hablando desde
una altura que no reconoce su procedencia, de la postura forzadamente atractiva
del feo que se resiste asumirse como tal, de la bacanería de la “gentita” light
sanmarquina que ahora pretende, sin obra detrás, cambiar el curso de la
narrativa peruana a punta de relacionismo y suculentos beneficios de influencia.
Si estuviera por Lima, lo busco para
conversar. Pero como no se encuentra en Limonta, esperaré su llegada. Y cuando
lo vea, lo primero que haré antes de hablarle de hombría, será decirle cómo se puede
ser tan idiota para ponerse en evidencia como lo hizo.
Yo sé quién era (ajá, en pasado) ese
avatar. Por ahora me callo, pero a la próxima la revolución de la narrativa
peruana no la harán ustedes, sino yo, que bien puedo decir que tengo mucho más
obra que la suya, y solo con la cuarta parte de lo que he hecho.
Hay tiempo para la joda, el chongo. Lo
que sí no tengo tiempo es para la bajeza.
Buen fin de semana, conejos.
viernes, marzo 18, 2016
436
Llego al librería El Virrey de Lima.
Llego a tiempo porque en unos minutos presentaré el tercer número de la revista
Espinela. Para ponerme en onda,
prendo un Pall Mall rojo y me pongo a conversar con Julio, dramaturgo y también
director de Lucerna. Quedamos en la
fecha en la que debo presentarle un ensayo más o menos kilométrico sobre uno de
los autores gringos que más me gustan. No lo pienso dos veces, acepto, hasta
pienso que el límite de palabras es corto para todo lo que tengo que decir del
autor. ¿5000 palabras son suficientes?, me pregunto a la vez que miro las
agujas del reloj, ya que se acerca el momento de la presentación y todavía debo
poner en orden mis ideas, porque hay varias cosas que debo decir de la revista,
aunque suela pecar de apurado y en ese apuro se me van varios puntos a abordar.
A bajo volumen, puede escucharse el Fear of Music (1979) de Talking Heads.
No me parece raro que suene Talking Heads en la librería, porque en la librería
siempre hay buena música, solo que desde hace meses que no escuchaba el álbum
más redondo de esta banda, un álbum que plasmaba la intención de hacer algo
nuevo contra la pauta normativa de lo que era el rock pop hasta ese entonces,
un álbum que, felizmente por poco tiempo, fue algo resistido, sin embargo, las
cosas fueron adquiriendo un nuevo cariz, siendo saludado por el público y
también por la crítica. Me pierdo en los sonidos de los tambores y acordes de
guitarras y bajos. La noche pinta bien.
jueves, marzo 17, 2016
miércoles, marzo 16, 2016
vp
Desde hace varios días vengo escuchando
comentarios, la mayoría contrarios, a la muestra fotográfica No olvido ni perdono a cargo de Estudio
Díaz.
Si gustas, la ves aquí.
Para algunos, resulta pajita el diseño
de ropa de Pablo Valdez, para otros las fotografías de Rodrigo Díaz. Y para
todos, la modelo Giuliana Weston.
No me hago problemas. De lejos, la
muestra me parece una soberana estupidez y de cerca una genuina porquería.
Y no, no lo digo por el tratamiento que
se hace del tema de la violencia política. Más bien, esos señalamientos, la
mayoría de los mismos vienen escanciados por la demagogia, el aprovechamiento
de la bulla que suscita el tópico.
La violencia política es un tópico muy
delicado y más de un hipócrita del discurso moralista se alucina con la
autoridad para hablar de ello, cuando un discurso como este, lo mínimo que
requiere de sus estudiosos, es una mínima coherencia, llámale postura moral, y
es penoso decirlo porque conozco a muchos que han escrito desde las alturas de
la academia sobre la violencia política, cuando en su vida real, su compromiso
con ella no pasa más allá de la puerta del ex cine Orrantia.
Esta muestra, ahora en el plano
literario local, ha propiciado la arremetida de quienes critican y descalifican
a la VP, como si esta fuera el gran lastre de la tradición narrativa peruana de
las últimas décadas, impidiendo que esta se sacuda de su peso, por demás
aplastante y generador de complejos literarios.
Aciertan cuando señalan que por medio de
la VP existe un andamiaje crítico que ha permitido a más de uno forjar una
carrera no solo en la academia, sino también en las esferas vitales y frívolas que
suceden en paralelo al ejercicio literario, pienso en encuentros, congresos,
mesas redondas… En fin, de todo como en botica.
No es para menos, hasta el más inútil ha
podido sacar provecho gracias a la VP.
Entonces, si quiero hacerme el original,
el bacán, el papacito que marca la pauta sin haber leído más de 30 libros en mi
vida, 25 de los cuales de no más de 150 páginas, aprovecho momentáneamente la
coyuntura y arremeto contra la VP, cosa que de contrabando meto el registro por
el que me he jugado las fichas, dotándole al mismo de novedad, y siendo más
ambicioso, contraponiéndolo a la tradición de la VP.
Personalmente, me siento responsable de
la aparición de estas rarezas literarias que como buenos hablan contra la VP. En
su momento di un impulso ante algo que me gustaba, lo que nunca pensé fue el escabeche
que se cocinaría después. Por cierto, a mí me encanta el escabeche, pero uno
que esté bien preparado.
Es cierto: la narrativa peruana que
aborda la violencia política viene atravesando una crisis. Realidad que ha
puesto las pilas a los que viven de ella, persistiendo en la mentira. ¿Se
imaginan lo que ocurriría si esta crisis se asienta? En verdad, este tópico
jamás desaparecerá, pero desde hace varios años más de un narrador de la VP
viene lucrando con el verso del tópico.
Pero si uno, como narrador del yo o de lo
que sea, quiero imponerme al tópico dominante, lo primero que haría sería
forjar una obra que por sí sola defienda mi postura, sin necesidad de hacer uso
del relacionismo. Si el talento no me da para tanto, mejor guardo silencio. Por
más bulla que haga, si no hay obra detrás, todo será una farsa.
Eso es lo que está pasando, y lo bueno
es que el show recién empieza.
435
Más de uno lo piensa y pienso también lo
mismo: el país se cae a pedazos.
Voy a la cocina y saco una Cusqueña
helada de la refrigeradora. La abro y doy cuenta de ella.
Me conecto al Face y veo un mensaje del “Mero
Loco”, que me pregunta si iré más tarde a la marcha contra la candidatura de
Keiko.
Ajá, sí, la rata naranja.
Le digo que lo más probable es que vaya,
pero antes debo acabar con algunos textos que debo entregar semana, además, esa
es la idea, llenarme de chamba, y de paso matar la ansiedad, porque ando a la
espera de un mail que podría ser muy importante si es que me dicen lo que me
han dicho que me van a decir. Aparte de ello, este viernes tengo una reunión
con los editores de una universidad, no sé exactamente qué es lo desean de mí,
pero como si las huevas, lo que sí sé es que trabajar en un espacio que no sea
mi casa es lo que menos necesito, de todos modos, iré, no pierdo nada con
escuchar su propuesta.
Sintonizo Canal N y observo a los
candidatos a la presidencia. Desde hace muchos días vengo sintiendo una
profunda pena por Alejandro Toledo. El cholo sano y sagrado ha experimentado
una caída libre de la que no se recuperará. Pienso en su desastre político, que
este huevas ha construido. Hago un poco de memoria y no sé de otro político que
no se haya dinamitado tanto como él. Toledo es un caso único. Borracho,
mujeriego, mentiroso, por eso me cae bien.
Lo que me jode de Toledo es que se ha
dinamitado en la sobriedad de su discurso, en sus pendejadas que disfraza de
decencia (Ecoteva), en su demagogia que sus allegados no cuestionan. O sea, lo
que ha cagado al cholo sano y sagrado no ha sido su fama de borracho, mujeriego
y mentiroso, sino la estupidez que cunde en su discurso, que no solo se ha
manifestado en esta elección, sino también en la pasada. Toledo no sabe ser
político. No sabe ni mierda.
Termino la Cusqueña y prendo un cigarrito,
el primero del día. Recién me percato que fumo cada seis horas y no sé cuánto
me dure este ritmo.
martes, marzo 15, 2016
"los viernes en enrico´s"
De las novelas que vengo leyendo en
estas últimas semanas, una se impone como lectura excluyente que nos descubre a
un autor que deberíamos comenzar a seguir. Además, su descubrimiento es también
una muestra más de la gran cantera narrativa que sigue siendo la novelística norteamericana,
tan generosa y pródiga en autores, tan libre en temas, tan ambiciosa en la que
no hay tópico que quede sin abordar. Esa es pues la impresión que nos deja una
extraordinaria novela, que no solo nos hace valorarla en sí misma, sino que nos
lleva a una revisión de las piedras angulares que sostienen la tradición a la
que pertenece.
Esta, y más, es la impresión que me
depara la lectura de Los viernes en
Enrico´s (Sexto Piso, 2015) de Don Carpenter (1931 – 1995).
¿Quién fue Carpenter?, se preguntará el
lector potencial. Carpenter fue un narrador reconocido en los claustros de la
academia, del mismo modo por los lectores. Sin embargo, no logró imponer su
obra en el imaginario del gran público. Tampoco nos referimos a un autor de
poética abstracta, y eso es lo raro. Los temas que signaron su obra estaban
llamados a despertar el interés de todo aquel que se precie de ser un lector
asiduo u ocasional. Con mayor razón cuando también se dedicó a la escritura de
guiones cinematográficos, conociendo como pocos los sinuosos circuitos de
Hollywood. En teoría debió gozar de un mayor reconocimiento entre los lectores
gringos y por extensión entre los de otras lenguas. No fue así en su momento y
es tiempo que Carpenter deje de serlo, porque Los viernes en Enrico´s es una novela que cumple, y con creces,
todas las exigencias, llamada a ser una novela para su disfrute total,
dirigiéndonos a lo que llamamos experiencia literaria.
La presente novela suda vida y literatura.
Ambientada en las décadas del cincuenta y sesenta del siglo pasado, entre San
Francisco y Portland, es decir, en un contexto en el que se respiraba
revolución y creación por igual. Los protagonistas tienen aspiraciones
literarias, quieren ser escritores, y en esta ansía quedan plasmados sus
talentos, frustraciones, esfuerzos y envidias, sea de manera individual con
Dick Dubonet, Charlie Monel, Jaime Froward y Stan Winger, o en una suerte de
atractiva explosión colectiva. Más allá de sus entendibles aspiraciones,
Carpenter nos pone en bandeja sus respectivas condiciones humanas, en testimonio
de sus contradicciones y coherencias por igual.
Toda novela necesita sal, su toque de
sabor, más aún en donde el juego y cruce de egos resulta determinante. Por
ello, el autor nos regala una presencia para recordar, perfilada con cariño,
llamada a quedar como el tierno y diabólico punto de encuentro/desencuentro de
sus letraheridos protagonistas. Nos referimos a Linda McNeill. O Linda, a
secas. La musa con pasado, que conoció como pocas a Jack Kerouac y a los demás
integrantes de la Beat Generation.
Linda no solo es dueña de una extraña belleza, sino también de una sensibilidad
que la lleva a detectar el gesto literario en donde los sabelotodos no pueden a
causa de su aparente superioridad intelectual, tal y como lo demuestra ayudando
al ex presidiario Stan.
Durante su vida Carpenter sufrió muchas
enfermedades. Era un hombre delicado de salud, y también depresivo. Luego de
una serie de eventos tristes, se suicidó a los 64 años, en 1995, dejando
inacababa esta novela. Después de varios años, sus herederos decidieron buscar
a un escritor que ordenara y terminara la novela. La búsqueda no fue muy
difícil. Durante mucho tiempo Jonathan Lethem estuvo haciendo proselitismo por
la obra de Carpenter. Si la obra de este estupendo escritor experimentó un
renacimiento valorativo, se lo debemos al autor de La fortaleza de la soledad. Lethem aceptó el reto y es posible
percibir en este trabajo el cariño y admiración que sentía por Carpenter. Lethem
respeta la sencillez de la prosa de Carpenter, no la violenta, por el
contrario, la cuida y la eleva, respetando el legado, porque esta novela es
también el legado de un autor al que solo le intereso escribir y explorar las
incoherencias de la condición humana.
Paulo César Peña: "Me había planteado escribir el libro para que resultara atractivo para cualquiera que estuviera interesado en Eielson"
1945
no solo es un año importante para Eielson, sino que una mirada calmada a la
tradición poética peruana, lo señala como clave para la misma.
Es un tiempo de tránsito. Hay más de un
“bando” en la literatura. Hay poetas “indigenistas”, “sociales”, “puros”.
Todavía se lee y admira a Chocano. Aunque Vallejo ya ha asomado para muchos. El
primer premio de poesía lo gana Urpi,
de Mario Florián, en 1944. El siguiente es Reinos,
de Eielson. Dos vertientes distintas, pero igual de reconocidas. Y en 1946,
para completar el cuadro, lo gana Martín Adán con Travesía de extramares. A su vez, es uno de los últimos periodos en
los que la literatura, concentrada exclusivamente en Lima, es aún un tema, una
cuestión, relevante hasta cierto grado, para la opinión pública, para la
sociedad. Tenía un lugar preponderante en la prensa.
¿Y
la escena literaria?
Situación que, sin embargo, contrastaba
con la ausencia de una sólida escena literaria. Había algunas librerías, pero
no muchas editoriales. Era muy difícil publicar. Y por todo esto existía el
premio. Y es en ese contexto donde la figura de Eielson arremete con
impresionante vigor. Situarlo en su época, y conocer más detalles al respecto,
permite que midamos con precisión el legado de su obra. Pero otra razón que me
llevó a decidirme por centrarme solo en 1945 es que en ese año también
ocurrieron eventos fundamentales en otras áreas, como en la arquitectura, la
música o la pintura. Eventos que coinciden en un ímpetu por refundar la
tradición local. Aparte, es un año electoral. Hay mucho suspenso. La democracia
peruana está en una situación muy precaria. Y por último, acaba de terminar la
Segunda Guerra. Las bombas atómicas ya exhibieron su fuerza. El planeta entero
tiembla. Es un año bisagra, en muchos niveles. ¿Cómo no concentrarse tan solo
en 1945?
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